La muchacha en la orilla del océano
Lo que una simple fotografía puede dar a pensar y la contradicción entre un entorno de euforia y la más intensa melancolía.
La muchacha en la orilla del océano
El atardecer es un momento del día en el cual suelen tenerse emociones encontradas.
Es el caso de la muchacha en la orilla del mar. Se percibe un evidente dejo de nostalgia en sus grandes ojos de color miel, que parecen perderse en el lejano horizonte enrojecido, donde los últimos rayos de sol se proyectan dando la impresión de un sendero que proviene desde alta mar.
Las olas apenas rozan los tobillos de la joven, el resto del cuerpo forma una torsión (semejante a la realizada por una bailarina de tangos) y los pies se ubican en posición casi inversa a la del rostro, como si su deseo fuese el de estar en otro tiempo y lugar. Su larga, espesa y abundante cabellera negra se ve revuelta, como si bailase al compás del viento, cuya dirección no está demasiado clara.
La vestimenta de la mujer es sencilla: el top de una bikini color vino, unos pantalones negros arremangados, y un colgante en forma de runa quechua a la altura de las clavículas.
No hay nadie a su alrededor, se ve como una imagen recortada en el paisaje costero propia de un atardecer veraniego, en el preciso momento en el cual el bullicio del día comienza a retirarse para dar paso a una noche agitada. La chica se ve ajena a ese típico clima festivo; su imagen solitaria junto a la costa más bien parece ser la de alguien que se siente tironeado por sentimientos o deseos antagónicos