La mucama de Marta

-Ya te dije que nada de señor, somos una hembra y un macho cogiendo, me hiciste gozar mucho, y lo vamos a repetir cada vez que podamos. Ahora mismo si te gusta, te queiro hacer el culo.

LA MUCAMA DE MARTA

Siempre conté en mis relatos que Marta (mi amante medio estable) me reveló un universo de mujeres que me dieron mucho placer. Sus hijas, su hermana, sus amigas y otras que no detallo porque ya deberían haber leído mis relatos anteriores.

Pero lo que voy a contar ahora fue una suerte de bonus track, no lo había pensado, ni imaginado, ni deseado. Pero el hombre propone y la calentura dispone.

A comienzos de un enero fui a Buenos Aires dispuesto a pasar unos días en la casa de Marta. Lllegué un sábado al mediodía, y de allí hasta el domingo a la noche me dediqué solamente a mi amante. Marta era más bien pasiva, pero si se la estimulaba convenientemente se volvía un volcán erótico. Así fue que pasamos un día y medio cogiendo por los cuatro costados, ¿o por los tres agujeros?.

Lu y Carlitos estaban (por separado) veraneando en la costa atlántica, eran unos días sólo para Marta y yo; por lo que podríamos ejercer el sexo a la medida de nuestras necesidades.

El lunes fue mi día sabático, nada de sexo; Marta trabajaba todo el santo día, y a la noche no quería más guerra. En la mañana del martes volvimos a coger, apenas un polvo rápido antes de su partida al trabajo. Y en la noche del martes nada, cenamos en un restaurante y regresamos tarde.

El miércoles me desperté con una erección involuntaria, pero muy firme; desayuné con Marta y la acompañé hasta la esquina dónde tomaba su colectivo (bus, carro, camión, guagua o como le llamen) para ir a su trabajo en una clínica céntrica. No tenía ganas de llevarla en auto como hacía a veces.

Volvía a la casa y a poco llegó Edith.

Edith era la mucama por horas de Marta, venía tres veces por semana a hacer la limpieza gruesa de la casa, a veces cocinaba algo. Estaba con Marta desde hacía años y era como de la familia, había casi criado a los hijos de Marta. Era una morena amplia, provinciana, casi analfabeta, de unos treinta cercanos a los cuarenta. Cara de simio, labios muy gruesos que delataban ancestros negroides con mezcla de aborigen americano, pelo chuzo; muy elemental. Su cuerpo estaba mal diseñado, tenía la carne apropiada pero mal distribuida. Como si el escultor que la modeló hubiera estado borracho en ese momento.

A pesar de ello se había casado, tal vez con un hombre tan elemental como ella, y tenía dos hijos.

Las tetas eran grandes y paradas, el culo chato, los muslos eran agradables en su primer tramo, del medio para abajo se afinaban hasta que, antes de las rodillas, eran casi nada. Y de la rodilla hacia abajo dos palitos secos. Quizás por eso mismo casi siempre vestía pantalones.

Edith inició la limpieza habitual mientras yo tomaba mate en el living y la veía pasar de un lado a otro. Yo estaba en piyama de verano, pantalones cortos y poco por el tórax.

Mi mente se iba transformando, de pronto la veía algo menos fea, luego casi hermosa; más tarde empecé a compararla con Jennifer López. A poco me llegó a parecer una Diosa.

Mi verga se había parado y calentado tanto como un hierro de marcar ganado.

Esa casa era un microcosmos en el que había un solo macho (yo) y una sola hembra (Edith).

¿Pero cómo?

El ingenio del macho caliente es infinito. La seguía en sus tareas fingiendo ayudarla, o querer ayudarla. En cada cruce procuraba acercarme a ella y rozarla, acercarle la erección que ya era indisimulable. Llegar con mis manos hasta su culo o sus tetas, como al descuido.

Luego de un rato creo que lo advirtió y sin que yo lo sospechara colaboró con mis acercamientos. Advertí que procuraba acercarme sus partes eróticas (culo y tetas) como poniéndolas a mi disposición. Hasta que mi delirio me llevó a apoderarme de una teta con mi mano y sobarla a conciencia.

SEÑOR, ¿qué quiere?

Nada de señor Edith, quiero cogerte ya.

¿Pero qué va a pensar la señora?

La señora no tiene por qué saber nada de esto.

Pero entonces usted quiere aprovecharse de mi condición de empleada.

Ninguna condición Edith, vos estás tan caliente como yo y vamos a coger.

Bueno señor, Lu, que es como si fuera mi hija, me contó lo que usted le hace. Y me dejó con ganas de probar esa verga tan grande que ella dice que usted tiene, mi esposo la tiene de normal a chica; y yo he tenido pijas más grandes antes de casarme.

La fui llevando hasta el dormitorio con suaves ademanes y la tumbé sobre la cama, no se resistió nunca. Me puse sobre ella y la besé en la boca, abrió la suya para acoger mi lengua voraz que la taladraba, respondió con su lengua ávida mientras mis manos recorrían por sobre la ropa todo su cuerpo.

Ya esa mujer, más bien fea, me perecía la sex symbol más erótica de mi vida. Desprendía su ropa tratando de sacarla. Sentí que me ayudaba en la tarea. Me quitaba la poca ropa que llevaba encima. Pronto estábamos ambos desnudos sobre la cama.

Tocaba esas carmes tan mal dispuestas como si fuera el cuerpo de Paris Hilton.

Era una mujer con concha, y mi poronga parada no precisaba nada más para satisfacer sus bajos instintos (que como su nombre lo indica, no son más que los instintos de abajo).

Tomó mi verga por asalto y la puso en su boca; no era experta mamadora, pero lo que le faltaba de ciencia mamadoril lo suplía con una atroz calentura.

No la dejé que me hiciera acabar en su boca, no era tiempo aún, ni la mamada era tan buena.

La hice poner en cuatro patas, le apunté el glande a su concha de labios carnosos y la penetré de a poco.

Cuando sintió toda mi carne dentro de su ser se estremeció. Empujaba su cuerpo para tener algo más adentro, gemía y gritaba.

-¿Edith, te acabo adentro?

Sí señor tomo pastillas.

Tranquilo la bombeaba a muy buen ritmo mientras le acariciaba el culo chato, plano, casi nada de culo, y magreaba sus muslos en la parte buena de ellos.

Mi pordiosera llena de leche pugnaba por explotar, pero yo quería sentir sus orgasmos.

No tardaron en llegar. De pronto sentí que se aflojaba toda, gritaba de placer. Entre gemidos pedía MÁS. Me apretaba la tranca con los músculos de su concha.

Le obsequié un torrente de leche (como 4 centímetros cúbicos, los que dicen tener más mienten), la sescupidas eran violentas.

Se la dejé puesta hasta que se ablandó y salió sola.

-SEÑOR que lindo que me cogió.

-Ya te dije que nada de señor, somos una hembra y un macho cogiendo, me hiciste gozar mucho, y lo vamos a repetir cada vez que podamos. Ahora mismo si te gusta, te queiro hacer el culo.

No Señor el culo no, ni mi marido me lo hizo.

Pero te lo voy a estrenar yo.

SEÑOR, ¿con ese tamaño que tiene?

Vos confiá en lo que te digo, te va a doler un poco al principio, pero dejame hacer y vas a ver que te gusta .

Y me dejó hacer; le llené el culo de gel lubricante, puse un dedo adentro, luego dos, sentí cómo se movía mientra su ano se iba dilatando. Le hablé con mi voz más suave y convincente para que relajara todo su cuerpo. Le decía mentiras estudiadas, tales como que era la mujer más bella del universo. Con mis manos en su cuerpo sentía como se relajaba, confiaba, se relajaba más aún. Mis dos dedos giraban en su culo virgen todavía. Paciencia mucha paciencia, eso es lo necesaario para penetrar un culo nunca tocado. Y la paciencia siempre es premiada.

La acosté boca arriba, con un almohadón grande bajo sus caderas. A mi vista se ofrecían su concha gorda y velluda, y su ano oscuro y arrugado.

Sabía mi objetivo, le apoyé la punta de mi poronga en el oscuro, no dijo nada, seguí presionando.

-¿Por qué por ahí, no te gusta mi concha?

Me gustan tu concha, tu boca y tu culo, ahora estoy probando tu culo.

Empujé algo más y gritó.

-¡¡Me vas a romper!!

Eso es lo que quiero mi amor. Romperte el culo.

Ya tenía media poronga adentro y yo seguía empujando. Mi verga estaba a mil apretada por ese culo estrecho y caliente.

Ya no me importaba si la mujer que me estaba cogiendo era Marilyn Monroe o Margaret Tachter, el culo me apretaba la pordiosera con bríos inimaginables.

Mis dedos hacían su trabajo en el clítoris de Edith, que, aunque ella no sabía que lo tenía estaba allí. Pobre mujer, nadie se lo había descubierto antes.

El estímulo clitórico la hacía moverse, meneaba su culo en círculos.

No pude retener más tiempo mi leche que quería salir y se la dejé toda,

Sergio, me han cogido más de diez hombres. Empecé a los quince años cuando me cogió mi padrastro. Él lo hizo durante dos años; después me cogieron los que yo quise. Después me cogió mi marido actual, el único por cinco años. Pero ahora quiero que vos me cojas siempre, cada vez que se te antoje. Porque ninguno antes me hizo gozar como vos hoy.

Edith, te voy a coger cada vez que se den las cosas igual que hoy.

Y la cogí otras veces, no muchas, porque la vida me iba poniendo por delante algunas mujeres mejores.

Pero Edith fue otra de las conchas que me regaló mi relación con Marta.

Para los que quieran saber la historia completa busquen en autores a Mango, allí encontrarán todos mis relatos.

Besos a las mujeres.

Abrazos fraternos a los varones.

SERGIO