La moto de mi vecino 4 (final)

La historia que comenzó encima de una moto llega a su fin con una doble...

LA MOTO DE MI VECINO 4

Hola a

tod@s

de nuevo. Antes de nada, perdonad por dejaros en el anterior capítulo un poco colgados; lo que pasa es que se me estaba haciendo demasiado largo y tenía que cortar en algún momento. Espero que este último capítulo os compense el corte del anterior y la espera de éste. Como os decía, mi hermano Miguel se corrió tras un orgasmo brutal que fue a parar a la exquisita boca de Alberto...

...Alberto, que tenía una visión privilegiada del culo de mi hermano siendo perforado por mi polla, estaba sintiendo los chorros calientes del palo sagrado de Miguel. Estaba tan caliente, sobre todo por lo que estaba viviendo esa noche, que no desperdició ni una sola gota, sin embargo, como la mente muchas veces te juega malas pasadas, se corrió y cuando se lo quiso decir a Miguel, ya era tarde. Mi hermano estaba chillando a causa de su orgasmo cuando de repente sintió los latigazos de Alberto en la cara, los párpados, el cuello, los labios,..., vamos que le puso la cara que parecía una momia.

Yo, en ese momento mágico, sintiendo las contracciones del ano de mi hermano alrededor de mi pene, en mi mente le chillé que me corría, pero como no me dio tiempo a decírselo, preferí sacársela del culo y correrme en su espalda, y no dentro de él (no fuera que no le gustase y me llevase un par de ostias).

Caí rendido de espaldas en la cama de mi hermano. Él estaba besando con mucha suavidad a Alberto, que a su vez, le lamía la cara para quitarle los restos de su copiosa corrida. Con esa visión me quedé dormido.

Al cabo de un rato (no sé cuánto tiempo habría pasado) comencé a notar de nuevo mi erección al máximo: alguien me estaba comiendo el culo de una manera prodigiosa y yo estaba chillando como una perra. No tenía la menor idea de dónde me encontraba, ya que estaba todo oscuro. Como pude, fui abriendo mis párpados y vi que la habitación estaba en semipenumbra, ya que entraba un pobre resplandor por la ventana, señal de que había luz artificial fuera. Lo que noté lo estaba soñando, ...,

o no..., ya que oí a Alberto jadear en el jardín. Me levanté y me acerqué a la ventana; allí estaban los dos, al lado de la piscina, encima de una hamaca. Alberto tumbado de espaldas, cogiéndose las piernas con sus brazos, mientras mi hermano Miguel, de rodillas entre sus piernas, le comía el culo expuesto y alternaba su lengua con un consolador que, a pesar de tener unas medidas bestiales (debía medir por lo menos 30 centímetros además de ser anchísimo) desaparecía dentro del culo de Alberto con una facilidad pasmosa; me imagino que después de los varios polvos que habíamos echado, teníamos los tres un culo como para meternos un extintor contraincendios.

Corrí por la habitación y saqué la cámara de fotos del armario de mi hermano. Le quité el flash para no ponerme en evidencia y comencé una sesión de fotos a la que pensé sacar mucho provecho. Cambiaron de posición y ahora mi hermano de rodillas era arponeado con aquella enorme daga de plástico. Alberto hacía lo mismo: alternaba aquel pollón surrealista con su lengua y sus dedos. Al cabo de cierto tiempo, Alberto se lo fue metiendo entero a mi hermano y se lo dejó dentro. Miguel se sentó sobre el consolador y Alberto se sentó sobre él, encajándose los 25 centímetros de mi hermano en su culo. Vaya reportaje fotográfico que me estaba saliendo. Si estas fotos llegasen a manos de la mujer de Alberto, creo que se cabrearía muchísimo por... no ser ella la que aprovechase la monumental polla de Miguel.

Desde mi posición, podía ver cómo se le encajaba a Miguel el consolador, que le debía llegar por lo menos, a la boca del estómago, para después subir y atravesar con su real tronco el pobre culo de Alberto. Menos mal que no era una cámara de vídeo, sino hubiese salido la imagen bailando todo el rato, ya que sujetaba la cámara con una mano y me estaba haciendo un pajote glorioso con la otra (¡¡¡qué suerte tener dos manos!!!). No tardé ni veinte segundos en correrme contra el cristal de la puerta de la habitación que daba al jardín donde estaban ellos.

Se percataron de la situación que me acababa de suceder y ambos se giraron y se lanzaron a por mí. Abrieron la puerta de cristal en la que se hallaban los restos de mi paja y entre los dos me sujetaron: Alberto se tiró encima de mí, inmovilizándome y Miguel me sujetó las piernas. No sé lo que querían hacerme, pero no me gustaban aquellos juegos. Me ataron las manos y los pies con sendos pañuelos que encontraron y me taparon los ojos con otro pañuelo. Me pusieron de rodillas en la alfombra y se colocaron uno delante de mi boca, Alberto, y otro detrás de mi culo, Miguel. Supe que era Alberto porque ya conocía el olor de su rabo, es más, llevaba días oliendo día y noche sólo ese aparato que me traía loco.

Como os decía, Alberto me abrió la boca y me la metió entera de una estocada, que casi me hace vomitar, por la impresión de colarse hacia el fondo de mi garganta. Se me saltaron las lágrimas. Todavía no me había recompuesto cuando el cabrón de mi hermano Miguel, me partió el culo de un pollazo (debió pensar, "esto por lo de antes"). De una tacada me comí dos pedazo de pollas, de las que no sabía cuál me estaba haciendo más daño o cuál me daba más placer.

Poco a poco me fui acomodando a esas nuevas sensaciones, a lo cual también ayudó que ellos se comportaron bien, haciéndomelo suavecito y desatándome los pañuelos de las manos, los pies y los ojos. Al cabo de unos minutos parecíamos una maquinaria de relojería suiza; perfecta, creamos un ritmo enloquecido donde el placer comenzaba en la polla de Alberto, me traspasaba el cuerpo a mí y terminaba en el rabo de mi hermano, para volver a realizar el recorrido en sentido contrario. Éramos como esos llaveros en los que aparece un cerdito al que le dan por delante y por detrás cuando accionas una palanca; así nos estábamos comportando nosotros.

En un momento determinado noté cómo ellos dos se juntaban mucho sobre mi espalda, por encima de mi cuerpo y se besaron de una forma rabiosa, con ganas, mordiéndose, como si les fuese la vida en ello. Eso aumentó mi placer y sin tocarme (ni me acordaba que yo también tenía polla) comencé a correrme de nuevo sobre la alfombra. Mi culo empezó a pulsar y mi hermano se corrió dentro de mí, al ser su polla estrujada por mi esfinter, mordiendo el labio inferior de Alberto, que, al notar lo que estaba pasando, aceleró sus embestidas en mi boca y se vació completamente, salpicándome con esa lechita suya que tantas veces había degustado esos días.

Quedamos exhaustos tirados sobre la alfombra durante un rato, hasta que, Miguel, nos animó a meternos en la piscina.

  • Si, será mejor, a ver si nos quitamos el calor de encima. - dije yo. En pelota picada nos lanzamos al agua en aquella noche estrellada. Estaba fría, no como la noche anterior, supongo que por el calor interno que teníamos.

Al cabo de media hora, más o menos, se me acercaron los dos dentro del agua y me insinuaron que aún me quedaba lo mejor, que lo habían reservado para el final. Yo les dije que estaba muy cansado y que mejor lo dejábamos para el día siguiente, pero Alberto argumentó diciendo que ese día llegaba su mujer y sus niñas, así que ese rato era el último que le quedaba antes de volver a casa. Sin casi dejarlo terminar de explicarse, ya noté una mano pajeándome el rabo.

Estábamos en la parte de la piscina que no cubría mucho, nos llegaba el agua por el pecho, así que hacíamos pie. Además de su mano en mi polla, noté la polla de Alberto que estaba siendo guiada por la otra mano de mi hermano hacia mi culo. Me ensartó produciéndome un gran placer, parecía como si dentro del agua la penetración fuese más fácil. Mi hermano se puso detrás de Alberto y se la metío también de golpe, lo cual noté porque la polla de Alberto se ensanchó mucho más de repente. Formamos un tren, en el cual Alberto estaba siendo el vagón más visitado y más activo a la vez.

El agua frena el choque de las caderas y te produce un placer continuo en todo el cuerpo y no sólo en tus partes más íntimas. Empiezas a notar que todo el cuerpo trabaja en la búsqueda de un gran orgasmo. Cuando estás follándote a alguien y superas la barrera a partir de la cual ya no hay marcha atrás, sientes cómo tu polla es un sólo ser, toda ella, eres consciente del placer que te provoca desde la punta hasta la base. En aquella piscina, notábamos cómo nuestros cuerpos eran tres pollas gigantes que nos mancillaban. Bueno, yo me sentía más bien un coño, ya que sólo recibía.

Al cabo de un rato, decidimos salir del agua y acomodarnos en el césped de la orilla de la piscina. Esta vez, Alberto se tumbó de espaldas y me dijo que quería follarme y verme la cara que ponía. Así, me senté en su rabo, que se introdujo sin el mínimo dolor. Miguel se situó delante de mí de pié, por lo que me metí semejante vergajo por la boca. Chupe con fruición su capullo durante un rato mientras, con mi mano derecha, le marcaba el paso de una paja que le estaba sentando de maravilla a juzgar por las caras que ponía. Alberto me había tomado de las caderas y me ayudaba a subir y bajar por su mástil del placer. La maquinaria seguía siendo perfecta. Para no haber hecho nunca un trío, nos estábamos entendiendo a la perfección.

Un rato más tarde noté cómo Miguel me sacaba su rabo de la boca y se marchaba a mis espaldas. Presentí lo peor.

  • Miguel, ¿no se te ocurrirá?, haz el favor de tratarme como es debido, que soy tu hermaaaahhhhhhhh... todavía no había terminado la frase cuando sentí el magnífico rabo de mi hermano penetrarme el culo con una decisión encomiable. Fue una penetración rápida, directa, pero lejos de sentir dolor por tener los dos pollones que antes me llenaban el culo y la boca, sentí un desfallecimiento, como quien ya no puede sentir más placer porque ha traspasado el umbral del placer. Miguel marcaba el ritmo de la follada a mi culo; él estaba detrás de mí con las piernas flexionadas taladrándome el ojete y tiraba de mí cuando empujaba hacia delante, lo cual hacía que yo sintiese un enorme vacío en mi interior para, a continuación, sentirme completamente repleto de carne de primera calidad.

Después de un largo rato de bombeo, nos dijo Alberto que le quedaba muy poco para acabar, a lo que Miguel le respondió lo mismo. Decidimos que acabarían los dos dentro de mí mientras yo me corría con el orgasmo anal más enorme de mi vida. Aceleré el ritmo de mi paja y, cuando ya estaba listo, se lo dije.

Así empezó a sonar el coro de ángeles, jadeos, suspiros y chillidos que empastamos en una grandiosa sinfonía y que nos transportaron a los tres juntos por todo el universo. Yo disparaba leche humeante a lo largo del pecho de Alberto, alguno de los trallazos le dio en la cara. Perdí la cuenta de las veces que solté mi carga de leche. No era consciente del número de orgasmos que había tenido esa noche y no entendía cómo era posible que me quedase una gota de leche en los cojones: debía tenerlos bien ordeñados. Ellos tampoco se quedaron para atrás y me llenaron el culo de lechita que no me hubiese importado guardar para el desayuno. Me sacaron sus vergas y su semen resbaló por mis muslos, cayendo en grandes goterones por allí por donde me movía. Debía tener el culo tan abierto como un tambor, pues notaba el aire frío que accedía a mi interior. Poco y poco se fue cerrando y la sensación de frío en el culo se me fue pasando.

Aquí se termina esta tetralogía que empezó encima de una moto y acabó en una doble penetración. Espero que os haya merecido la pena esperar cada capítulo. Me he calentado mucho escribiendo y aún más pensando en cómo leíais mi relato y con qué mano movíais el ratón. Si tenéis alguna pregunta o queréis proponerme una situación morbosa con la que comenzar una nueva entrega, espero ansioso vuestras sugerencias. Hasta entonces, buen provecho. Gracias por todo.

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