La moto de mi vecino 3

Mi hermano nos pilló y me pedirá algo que no le puedo negar.

LA MOTO DE MI VECINO (3)

Hola a

tod@s. Como veis, me habéis animado tanto que sigo escribiendo. Gracias por vuestros comentarios y sugerencias, que son de gran ayuda, y espero que esta tercera parte no os defraude.

Como os iba diciendo, mi hermano, nos encontró a Alberto y a mí, en pelotas corriendo por "SU" habitación...

Nos quedamos petrificados. Mi hermano sabía que a mí me gusta probar todo, pero también conocía a nuestro vecino, Alberto, y sabía que estaba casado, así que, si se sorprendió, fue precisamente porque no se esperaba encontrar a Alberto entreteniéndose conmigo.

-Veo que no habéis dejado que mi cama se enfríe.- dijo él con una media sonrisa en sus labios.

  • No te rayes, que no es lo que estás pensando.- le dije lo más sincero que pude.

  • No, si yo no pienso nada, lo único que estoy haciendo es imaginármelo. Vosotros sabréis lo que hacéis o dejáis de hacer: a mí no me tenéis que dar explicaciones.- y dicho esto, abandonó la habitación.

Alberto estaba avergonzado pues, como me dijo, es como si hubiese fallado a mi hermano. Lo que yo no sabía (y me enteré en ese momento) es que ellos ya se conocían. Aunque Alberto tiene mi edad y mi hermano es algo más joven, solían salir bastante y muchas veces hasta salían en la misma pandilla. Por eso, Alberto estaba tan preocupado.

  • No te preocupes, que no se lo va a decir a nadie. - le dije sabiendo que mi hermano era una tumba.

  • No, si eso, ya lo sé, es que...

Aquel "es que..." me dejó un tanto suspicaz. En aquel momento vi claro lo que pasaba: Alberto llevaba años suspirando por mi hermano. La verdad, no me extrañaba nada; mi hermano siempre traía locas a todas las chicas, así que, cómo no iba a gustarle a algún chico también.

-¡¡Madre mía!!, ¡menudo acontecimiento!.- pensé para mí. Entonces se me empezó a ocurrir una idea macabra, pero no le dije nada. Nos dimos una ducha, cada uno por su lado, y después de vestirnos salimos a la cocina para desayunar. Allí estaba mi hermano tomándose un zumo de tomate recién hecho.

  • Podrías hacernos uno a nosotros también, ¿no?.- le dije en plan distendido.

  • Sí, ¿cómo no?.- respondió él, poniéndose a ello.

Yo mientras, me puse a calentar leche y a hacer unas tostadas. Alberto y mi hermano Miguel estuvieron un rato conversando de cosas de la época en la que salían juntos, cosa a la que no presté la más mínima atención. Yo seguí maquinando mi plan.

Aprovecho aquí para comentaros que mi hermano, aunque es más pequeño que yo, se desarrolló muchísimo más: es más alto, mucho más guapo (aunque no hace falta mucho para serlo), pero, sobre todo, más atlético. Trabaja como guardaespaldas de un importante político en Madrid, y eso, le obliga a estar en forma. Y qué formas tiene. Aunque yo nunca me he fijado en él de esa manera, os mentiría si os dijese que no llama la atención. Se pasa horas en el gimnasio trabajando, esculpiendo mejor, su cuerpo; además, lleva una alimentación de lo más sana: nunca toma nada que tenga grasa o demasiado azúcar. Es todo un personaje, pero es mi hermano y hay que quererlo así como es.

Aparte de eso, mi hermano nunca me comentó nada sobre sus gustos personales y he sabido siempre que sale con un montón de chicas, pero nunca supe de algún romance masculino. Él no tiene pareja estable, sino que sale a DIVERTIRSE, sin más.

Después de desayunar, Alberto y yo nos fuimos a la ciudad y lo dejé en su casa, pues tenía que preparar cosas antes de ir a trabajar. Por mi parte, tenía que poner un poco de control en mi vida, ya que aquella experiencia me estaba llevando a olvidarme de MI VIDA DIARIA. Estaba tan concentrado en Alberto, que había dejado de lado el resto.

A eso de las tres de la tarde recibí una llamada de mi hermano que me preguntó si tomábamos un café. Quedamos a las tres y media. No sospeché nada raro, pues era normal que quedásemos para tomar algo, fuese después de comer o por la tarde o por la noche. Sin embargo, cuando llegó al bar, mejor dicho a la terraza del bar, tenía una sonrisa pícara que me produjo cierto desasosiego. Después de hablar un rato, me preguntó a bocajarro:

  • ¿Cuánto lleváis juntos?-. Me puse rojo por lo directo que fue y le dije que dos días. Con la siguiente pregunta tiré el café por encima de la mesa.

  • ¿Es bueno en la cama? -. Le dije:

  • Pero bueno, ¿qué preguntas son esas?, no sabía que te interesaba tanto mi vida sexual.

-No me interesa tu vida sexual, me interesa la suya.-. Aquello me dejó descolocado: mi hermano haciéndome tal confesión, ¡no me lo podía creer!.

Le comenté que era muy bueno y que le encantaba hacer de todo. Comenzamos una conversación a camino entre caliente y fría: caliente por las preguntas que me hacía y fría por la superficialidad con la que me las hacía. Después de esto cambié los planes que había urdido. Las cosas se me ponían de cara y mi plan era mucho más sencillo ahora. Quería darles a los dos el gusto de liarse sin que ellos mismos lo supieran, así que le propuse a mi hermano algo que os relataré dentro de un momento.

Yo sabía que a Alberto le gustaba mi hermano, no había más que ver cómo se había ruborizado delante de él cuando nos pilló en pelotas, además de lo acobardado que estaba cuando habló con él durante el desayuno: eso se veía a leguas. Mi hermano quería acostarse con él porque siempre le pareció muy atractivo, según me dijo (os vuelvo a decir que yo no sabía que se conocían más que por ser Alberto nuestro vecino), así que organicé el encuentro.

Quedé por la noche con Alberto para cenar en casa de mi hermano. También le comenté que él no iba a estar, así que estuviese tranquilo. Preparé un revuelto de ajetes y gambas y unos lomos de merluza a la vasca, regados con un albariño "Martín Códax" (un vino blanco gallego que os recomiendo) helado que nos ayudó a aumentar los sabores de la comida. Ya sabéis que cuando cocinas para alguien y quieres que te salga bien, normalmente te sale una porquería; sin embargo, hasta yo mismo me felicité por el gusto con el que me habían quedado los platos (normalmente soy bastante exigente conmigo mismo y me cuesta reconocer que he hecho algo bien). La cena estaba para chuparse los dedos (¡¡¡no penséis mal!!!) y dimos cuenta de ella tranquilamente, sin ninguna prisa. Una vez terminada, metí los platos en el lavavajillas, mientras Alberto recogía la mesa. Después de recoger la cocina, nos fuimos al salón, donde un sillón enorme de Roche Bobois nos esperaba. Nos sentamos en él y estuvimos un rato hablando sobre lo poco que le quedaba para que llegasen su mujer y sus hijas de la playa.

Le propuse que no perdiéramos el tiempo pensando en eso y comencé a acariciar su pelo. El me tocó la cara de una manera muy tierna, sólo rozándome, lo cual me produjo cosquillas y me reí. Bajé mi mano tocando su oreja izquierda de una manera sensual, lo que hizo que él se recostara hacia atrás, apoyando la espalda contra el respaldo del sillón. Seguí tocando su cuello con las yemas de mis dedos y desabotoné uno a uno los botones de su camisa. Era una camisa blanca de algodón, muy fina, que al cabo de unos segundos quedó completamente abierta mostrándome su pecho y abdomen. Rocé sus pezones que ya estaban a punto. Fui bajando la mano por sus abdominales, recorriendo uno a uno (tampoco es que se notaran mucho pero la carretera estaba marcada) hasta encontrarme con su ombligo. Me detuve un poquito allí, para seguir al poco descendiendo hacia su paquete.

Estaba empalmado, y me dediqué a sobarle por encima de la ropa, intentando marcar su rabo sobre la tela del pantalón. Al cabo de unos segundos, le besé y se sobresaltó un poco, pues tenía los ojos cerrados y sólo pensaba en lo que yo le estaba haciendo. Fue un beso húmedo, tierno, con mucho cariño. A la vez, yo le había desabrochado el cinto y el botón del pantalón y había metido mi mano dentro de su bóxer. Me encantaba meterle mano sin haberle quitado una sola prenda de encima. Lo tenía donde yo quería, excitado, concentrado en eso y en nada más que eso y, entonces, le propuse vendarle los ojos. Se lo dije al oído y me dijo en voz baja:

  • Hazme lo que quieras. - Fue casi un susurro, se lo estaba pasando muy bien y me hubiera dejado hacerle lo más perverso que se me hubiera ocurrido, si se lo hubiese propuesto.

Sólo quería taparle los ojos. Así que me lo llevé al dormitorio y con un pañuelo que encontré en el armario le tapé sus preciosos ojos azules. Cuando no ves, se agudizan tus otros sentidos de una manera formidable y todo se vuelve (a nivel sexual, estoy hablando) muy caliente y tremendamente cachondo.

Me puse detrás de él y comencé de nuevo a sobarle el pecho con una mano, ya con la camisa abierta, y con la otra le masajeaba el culo. Desde el culo pasé a sus huevos, por dentro del pantalón pero por encima de sus calzoncillos. Aquello me estaba poniendo a cien y entonces vi a mi hermano, que estaba contemplando la escena desde la puerta que daba al jardín. Le quité a Alberto los deportivos que llevaba y los calcetines, mientras se mantenía en pié. Después le tiré del cinto y se lo quité del pantalón. Me lo colgué del cuello. Le bajé los pantalones dándole pequeños besos a sus piernas mientras descendían, a ese tatuaje que me encendía y a sus pies. Después de eso, mi hermano entró en la habitación despacio y se fue acercando a nosotros.

Lo primero que hizo fue tocarle el paquete, que estaba completamente inflamado y se le marcaba nítidamente sobre su bóxer. Se lo sobó arriba y abajo, lentamente, sin prisa. Yo me había retirado un poco y contemplaba la escena más caliente de mi vida. Mi hermano ya venía sin ropa, sólo con un bañador speedo, que le marcaba un rabo enorme y que estaba a punto de salirse por un lateral. Le dio la vuelta a Alberto y le quitó la camisa suavemente. A continuación empezó a bajarle el calzoncillo. Lo llevó a la cama de la mano ya completamente en pelotas. Me hizo señas para que me acercara y le indicase que se pusiese de rodillas sobre la cama. Así se lo hice saber a Alberto, quien de una manera muy sensual movió sus caderas cuando ya estaba subido.

Mi hermano empezó a besarle las nalgas duras que poseía Alberto, dándoles pequeños mordiscos que le estaban haciendo delirar. Mientras, con una mano le tocaba la polla y, sobre todo, los huevos por entre las piernas. Poco a poco se fue concentrando en su ano, metiendo la lengua y moviéndola rápido, lo cual fue bien recibido por parte de Alberto que comenzó a susurrar:

  • Síííí, dale, así me gustaaaa. Sígue, no pares,..., ahhhh, qué gusto. - Gemía como si estuviese poseído.

Miré el paquete de mi hermano y se había salido su rabo por un lateral, dejando ver un capullo rosado, gordo y con el prepucio completamente corrido hacia atrás. Ciertamente, ante esa escena, tuve que contar hasta diez para no chupársela allí mismo. ¡¡Cómo estaba mi hermano!! Casi me dio vergüenza tener aquellos pensamientos. Me miró y me insinuó que yo le comiese al culo a Alberto. Así lo hice durante un rato, mientras él se quitó el speedo desde el otro lado de la cama y me mostró su enorme daga. No me lo podía creer; casi tuve celos de Alberto al ver lo que se iba a comer, ¡vaya suerte la suya!.

Sin embargo, los planes de mi hermano eran otros. Se colocó detrás de mí y me empezó a desabotonar la camisa. Me la quitó y bajó sus manos sobando mi pecho y pellizcándome los pezones. Yo estaba en trance, ya no sabía lo que tenía que hacer: si disfrutar de lo que me estaba haciendo mi hermano, si darle más placer a Alberto o... no sabía nada. Tampoco quería saber, así que me abandoné a disfrutar de la situación. Cuando llegó mi hermano con sus manos a mis caderas, me empezó a sobar el culo descaradamente y al poco tiempo se quedó con su mano izquierda sobándomelo, mientras, con la derecha me apretaba el paquete. Casi me hacía daño de lo inflamado que lo tenía.

Sin darme cuenta, me desabrochó el pantalón y me lo bajó hasta los tobillos. Me puso el rabo entre las nalgas, por encima de mi bóxer, y comenzó un vaivén que nos llevó al cielo de golpe. Yo no sabía lo que quería, en todo momento pensé que quería follarse a Alberto, pero aquella situación se me estaba yendo de las manos.

Levanté a Alberto de la cama y lo tumbé de espaldas, tragándome su rabo entero. Se agarró a la ropa de la cama con todas sus fuerzas y noté que estaba ensanchándose su polla en mi boca: dos segundos después arqueó su espalda y comenzó a lanzarme la sustancia más rica que he probado. Tragué y tragué, diossss, parecía que llevaba años sin correrse. Se quedó completamente destrozado del orgasmo que acababa de tener. Mientras yo terminaba de limpiarle los restos de su corrida que se me habían escapado sobre el pubis, noté una lengua en mi culo que me puso los pelos de punta. Mi hermano me estaba haciendo un beso negro de antología. No sé dónde iba a terminar aquello, pero no quería que terminara nunca.

A esas alturas, como comprenderéis, ya me daba todo igual, así que me puse sobre Alberto a cuatro patas y le metí mi polla en la boca. Mientras mi hermano con mucho cuidado me seguía comiendo el culo. La escena era digna de una película porno: ¡qué pena no haber pensado en eso antes! Empecé a sentir un dedo en el culo y después dos y a continuación noté que Alberto paró su mamada y se quedó quieto. Mi hermano estaba tan caliente que estaba comiéndole el rabo sin darse ni siquiera cuenta de lo que hacía y Alberto se había dado cuenta de que allí sucedía algo raro (¡y tan raro!....).

  • ¿Miguel?.- preguntó Alberto con temor a la respuesta.

  • Hola Albert.- dijo mi hermano sacándose su polla de la boca.

Definitivamente, aquello se me había ido de las manos. Alberto se quitó la venda y me miró con aquellos penetrantes ojos azules para a continuación suspirar lanzándome una sonrisa, dando su aprobación a lo que había ideado. Lo besé tiernamente en los labios y me devolvió el beso. Llamó a Miguel y lo colocó sobre él haciendo entre los dos un 69 que me hizo quedar con la boca abierta. Mi hermano aprovechó su mano para masturbarme a la vez que se la comía a Alberto. Aquello era demasiado enrevesado para mí: nunca había hecho un trío y la situación me estaba superando. Mi hermano me dijo:

  • ¿Por qué no me enseñas lo que sabes hacer, hermanito? Tengo el culo ardiendo.- No me lo podía creer, me estaba pidiendo que lo follara.

Como pude me subí a su cama y empecé a lamer su ojete con un hambre insaciable. Al cabo de un rato, cuando ya le había metido dos dedos, que entraban con una facilidad pasmosa, me puse un condón y se la metí sin piedad. Ahogó un grito con la polla de Alberto en la boca, pero se dio la vuelta y me miró como diciendo,"...prepárate dentro de un rato,... ya verás...". Se la fui sacando y metiendo despacio y al cabo de cinco minutos de bombeo, noté que su culo atrapaba mi polla y la sometía a una tensión más fuerte de lo normal. Al momento lo oí chillar de gusto al sentir cómo su orgasmo avanzaba a través del tronco de su polla para vaciarse en la boca de Alberto.

Hasta aquí la tercera parte de esta historia que espero que os hay mantenido en vilo. Espero vuestras sugerencias en

elsexomueveelmundo@gmail.com sobre cómo os gustaría que siguiera. Un abrazo.