La mosca se come a la araña

Ficción hecha realidad...

Cuando ella se sentó frente a mí en el metro y se puso a leer su libro, yo iba al trabajo en Atenas y no pude dejar de mirarla durante todo el viaje porque su pelo moreno y corto, sus grandes gafas Ray-Ban y sus pantalones naranja, junto con su sonrisa, irradiaban una felicidad y un erotismo difícil de encontrar en un metro abarrotado a las ocho de la mañana en dirección al centro de Atenas. No pude concentrarme ni un minuto más en la presentación que tenía que hacer en apenas una hora.

Casualidades de la vida, Kristina era la nueva ingeniero de medio ambiente que se había incorporado hacía apenas medio año en nuestra oficina de Atenas y, cuando nos presentaron y me sonrió, apenas podía resistir una especie de nervios cada vez que ella me sonreía y me dirigía la palabra; y mucho menos porque se suponía que yo tenía que ser la persona encargada de reorganizar y reconducir la delegación griega de mi empresa. Cuando volvía al hotel aquella noche noté una mezcla de excitación y curiosidad por aquella joven llena de vida en la cara.

Confundida, cuando volví a Barcelona no me atreví a comentarle nada de lo que había pasado a Johann

-

mi novio-. ¿Cómo admitir delante de él que durante tres días que duró mi viaje lo único que deseé era besar el cuello de una chica nueva que había entrado en la oficina?, ¿cómo admitir que había deseado sentir el calor de su cuerpo y de imaginarme su piel tersa y caliente junto a mi piel?; ¿qué será lo que está pasando conmigo?; ¿no soy la mujer que creía ser?, ¿a qué se debe todo lo que estaba pasando conmigo?

El siguiente viaje a Atenas lo demoré meses intencionadamente, simplemente por la razón de no encontrarme frente a frente con Kristina; de todas formas tener que viajar a Atenas era inevitable, por lo que, siguiente casualidad, me llegó un correo suyo justo antes de hacer la reserva definitiva de mi viaje. Kristina se interesaba por mí, mi trabajo y me animaba a visitar Atenas lo antes posible, a finales de marzo. Un escalofrío recorrió mi espalda por lo que no esperé ni un minuto para contestarle e informarle de mis planes de viaje. Pasamos dos semanas planificando lo que haríamos la tarde que pasaríamos juntas.

El vuelo a Atenas llegó tarde. Nerviosa y excitada, me duché y arreglé en el hotel como si tuviera una cita con un griego atractivo. A las nueve quedamos en la plaza Sintagma y Kristina emergió del metro con su sonrisa y su luminosidad decoradas con un vestido muy ajustado a su cuerpo. Un escalofrío recorrió mi espalda y no podía ni siquiera moverme, sólo sonreír como una chiquilla enamorada. Nos saludamos y yo aproveché para oler el aroma de su cuello y tocarle las caderas; cerré un momento los ojos y me llené de ella todo lo que pude.

Fuimos a ver el Partenón y a pasear por las calles centrales de Atenas mientras buscábamos una terraza donde sentarnos a cenar. Mientras ella hablaba, yo asentía tontamente, sonreía y miraba sus labios y su expresión iluminada por una tenue vela. Cuando bebía de su copa de vino me quedaba mirando la gota que escurría lentamente por el cristal preguntándome a qué sabría esa gota que acababa de tocar sus labios. Hablábamos, bebíamos, reíamos

y sus palabras se envolvían en mi cuerpo desnudo como una araña envuelve a la mosca que se quiere comer. Y ella quizá ya supiera que la mosca estaba atrapada sin remedio en su red.

Nos despedimos a altas horas de la madrugada. Antes de coger el taxi a mi hotel no pude dejar de abrazarle para disfrutar una vez más de su olor y su calor. Noté sus pechos junto a los míos y su calor en mi vientre; me volví loca. Me despedí de ella cogiéndole suavemente de la mano sin mirar atrás para no arrepentirme de irme a dormir. De todas formas me alegré de llegar al hotel y poderme masturbar pesando en tomar un sorbo de vino tinto directamente del cuerpo desnudo de Kristina. Pasé la noche inquieta y dormí muy mal.

Tras un largo día de trabajo en Atenas, Kristina se despidió de mí con su sonrisa de araña, deseándome un feliz viaje y esperando que nos volviéramos a ver pronto. En el avión de vuelta tuve que pedir un vaso de vino con el que recordé la noche anterior pero lo tuve que dejar porque no sabía igual.

Justo cuando planeaba mi siguiente viaje a Atenas, me despidieron fulminantemente y apenas tuve tiempo de despedirme de mis colaboradores más cercanos. Conscientemente no me despedí de Kristina para intentar olvidar todo lo que había pasado entre nosotras dos. Cuando me mudé a Berlín, más casualidades de la vida, me enteré de que la despidieron y volvimos a contactar.

Por fin Kristina se fue a Glasgow y encontró un trabajo, con lo que al cabo de unos meses disfrutó de unos días de vacaciones. Le propuse venir a visitarnos a Berlín, donde yo ya estaba viviendo con Johann, con la esperanza de que dijera que no; pero dijo que sí.

Fui a recogerle el aeropuerto. Cuando Kristina salió de la sala de equipajes, le vi con los mismos pantalones naranjas con que nos habíamos visto en el metro la primera vez y su sonrisa de felicidad. Me volvió a abrazar y volví a sentir su olor tan especial. Con la excusa de que hacía calor, y excitada como estaba, me fui un momento al baño para poder refrescarme la cara.

Cuando tenía la cara bajo el grifo, una mano se apoyó sobre mi espalda y me exalté; afortunadamente era la mano de Kristina que bajaba lentamente en dirección a mi culo. Con su mano firme me acercó a ella y yo le pasé mi dedo gordo por sus labios color vino. Ella abrió su boca sin dejar de mirarme, se metió mi dedo en la boca y, sonriendo, empezó a chuparlo.

Cerré los ojos y sentí su lengua húmeda y caliente en torno a mi dedo; la gota de vino caía por su pubis y yo tenía ganas de beberla allí y ahora en el servicio de señoras del aeropuerto; tenía sed de Kristina y la quería saciar ya.

Ella sacó el dedo de mi boca y yo abrí los ojos. Sonriendo, me miraba muy fijamente mientras daba ligeros besos en mi dedo. Entonces me preguntó :

  • ¿Crees que Johann habrá preparado algo de cenar? Me muero de hambre.

Johann, sí… mi novio, Johann; la cena

sí. ¿Dónde estoy? Una señora mayor abrió la puerta y maldijo el calor que hacía aquel verano en Berlín. Me habían clavado una espada de lado a lado del cuerpo y ahora mismo me desangraba por la herida.

El viaje a casa fue tranquilo y apenas hablamos de trivialidades y alguna que otra sonrisa. Cuando llegamos a casa Johann protestó porque habíamos tardado muchísimo en volver. Afortunadamente la cena era fría y podría aguantar porque Kristina quería darse una breve ducha. Le llevé una toalla al baño mientras Johann abría una botella de vino griego. Yo me abracé a él.

  • ¿Estás bien?- preguntó. Le miré a los ojos y no contesté. Él entendió perfectamente lo que estaba pasando y me sonrió como sólo él sabe hacer. Sus ojos me dijeron

Niki, todo saldrá bien, cuenta conmigo

. Me abracé a él fuertemente y noté su olor a hombre y su excitación.

Kristina salió del baño con el pelo mojado vestida con unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes; se notaba claramente que no tenía sujetador y me puse ligeramente celosa porque no quería que Johann notara sus pechos.

  • ¿Cenamos?- dijo Johann mientras servía el vino en los vasos y repartía los sitios con la mano. Yo, colocada en el centro, serví la ensalada en los platos y brindamos por nuestra invitada.

Supongo que Johann notó cómo miraba la copa de Kristina y sus labios a la hora de brindar. Reía cuando ellos reían, me enfurecía cuando ellos se enfurecían y comía cuando ellos lo hacían. Mi cuerpo fluía por el universo y, borracha, me fui al baño a llorar. Tenía las bragas caladas desde el aeropuerto y me sequé las lágrimas con la única zona que estaba seca. Como no aguanto tener las bragas mojadas, salí del baño sin ellas.

Kristina y Johann seguían su conversación amistosa, riendo a carcajadas. Cuando me senté, oí que Johann salía un momento de casa sin decir a dónde iba y no sabía si volvería pronto, tarde o, quizá, nunca; Kristina tampoco sabía dónde había ido. Ella me miró alegremente, llenó ambas copas de vino y propuso un brindis

por nosotras

. Bebimos todo el vino de un trago y, cuando miré a Kristina vi que una gota de vino caía por la comisura izquierda de su boca, escurrió por su cuello, siguió su camino por su pecho hasta hacer una pequeña mancha violeta en su camiseta.

Ella me sonreía con sus ojos de araña mientras el vino caía de nuevo por la comisura de sus labios y mojaba, ahora más abundantemente, su camiseta. Inconscientemente me acerqué a su escote y lamí el vino que caía. Tenía un sabor dulce ligeramente salado por su sudor; pero bebía el vino que manaba de su boca mientras subía apresuradamente por su pecho en dirección al cuello. Cerré los ojos y mi lengua siguió el rastro que dejaba el vino por el cuello de Kristina; noté su mandíbula suave y llegué lentamente a la fuente del vino, momento en el que nuestras lenguas ciegas se buscaron ansiosas y se encontraron. En ese momento de sus labios salió la última gota de vino que me apresuré a beber, distinguiendo perfectamente el sabor de su boca.

Excitadísima, me coloqué a horcajadas sobre ella, abrí los ojos y Kristina dijo sonriendo:

  • Es una buena cosecha, ¿no?

Cerré los ojos de nuevo y mis labios buscaron ansiosos la boca de Kristina. Quería beberme hasta la última gota de su cuerpo y no quería desperdiciar nada. Busqué su cuello y lo olí mientras lo besaba y lo mordía; su olor era mucho más intenso y excitado que la primera noche que quedamos en Atenas. Sus manos acariciaban mi espalda bajo la blusa y noté cómo me desabrochó el sujetador. Realmente me sobraba toda la ropa pero había perdido toda mi voluntad, así es que dejé que me quitara el sujetador y me abriera la blusa sin ninguna resistencia. Cuando me paré a respirar un momento, vi que Kristina mordía y besaba mis pechos dulcemente y una bola de fuego bajó por mi vientre en dirección a mi sexo. Cerré los ojos y disfruté del placer de ser poseída por otra mujer. Una nueva ráfaga de aire me trajo su olor junto, esta vez sí, al mío.

Nos miramos un minuto; Kristina se quitó ágilmente la camiseta manchada de vino mientras me sonrió, me pasó la mano por la nuca y me preguntó:

  • ¿La araña se come a la mosca?

  • O la mosca a la araña- Respondí espontáneamente, sin saber muy bien lo que quería decir todo ese juego de palabras

Ambas nos reímos a carcajadas un minuto mientras nos abrazamos y nos besamos nuevamente. Noté su cuerpo ardiendo como el fuego.

Cerré los ojos y bajé por su cuello hasta sus pechos; eran suaves, tersos, acogedores... Al fondo se notaba su corazón latiendo apresuradamente a tres mil pulsaciones por minuto. Le recorrí cada centímetro de su piel con suavidad mientras ella echó la cabeza hacia atrás y gemía fuertemente. Apretando suavemente mi cabeza contra su cuerpo, ella dirigía mis caricias hacia su pecho y sus axilas; desprovista de voluntad, yo hacía lo que su mano me ordenaba.

¿Cuánto tiempo estuvimos así? Imposible decirlo; sólo sé que cuando volví a respirar sin su olor ya era de noche. Un nuevo beso y un vaso de vino me condujeron hacia la cama. Allí Kristina se quitó su pequeña falda, me ayudó a quitarme la mía y nos unimos en un fuerte abrazo mientras nuestros cuerpos se entrelazaban.

Sorprendentemente se separó de mí y, usando su sonrisa y su mirada más cálida, se quitó las bragas frente a mí. Por primera vez pude ver su sexo y disfrutar de su olor más íntimo que actuó sobre mí como la miel atrae a las moscas.

  • Espera- me dijo separándose bruscamente mientras me acercaba a ella y dejándome parada y suplicante como al niño que no le compran el pastel que quiere frente al escaparate de la pastelería.

Cogió el vaso de vino y dio un gran trago; sentada en la cama y mirándome esta vez con ojos más fríos y distantes, el vino empezó a caer despacio por su cuello, su pecho, su vientre y su vulva se tiñó de un rojo intenso. Suplicante, me acerqué más a ella pero Kristina me rechazó de nuevo con su mirada y una sonrisa ajena en ella; hipnotizada, hacía caso a su voluntad pero, ¿qué juego era éste?

Suavemente su expresión cambió y Kristina se acercó a mí, mirándome y sonriendo con su mirada cálida a la que estaba acostumbrada. Cuando estuvo a mi altura me mordió el cuello suavemente y sentí desfallecer, morirme, llorar; la araña había inyectado su veneno a la mosca y ésta iba a morir irremediablemente en su red. Lamiéndome el lóbulo de la oreja por un tiempo indefinido, me susurró al oído:

  • Bebe de mi vino preciosa

Y suavemente echó su cuerpo hacia atrás, abrió sus piernas y pude emborracharme antes de morir en su red.


Entre sueños, oí cómo la puerta de casa se abrió. Extenuada, supuse que Johann había vuelto pero no tenía ganas de dar explicaciones pues el Kristina descansaba entre mis brazos. Johann se tumbó junto a nosotras dos y abrí los ojos brevemente, casi avergonzada de la escena. Johann me sonrió y me besó suavemente en la boca seca. Cerré nuevamente los ojos y noté que Kristina se movía ligeramente para permitir el abrazo de Johann. ¿No se comen los escorpiones a las arañas?