La morena

Cuando aquella cosa comenzó a subir, y a subir, y a subir, y a subir... y a aumentar de velocidad, la polla se me agachó entre los huevos, y...

La Morena, en una conversación nocturna, me había sugerido volver a pasar una noche juntos. Yo la convencí para que fuera un fin de semana y sin salir de la habitación.

La Morena y yo estábamos desnudos en nuestro nido de amor, descansando de la fuerza del temporal y esperando que llegase la brisa. Con su cabeza sobre mi pecho, y jugando con dos dedos sobre el negro vello que había sobre él, me dijo:

-Comes el coño mejor que nadie y follas de maravilla. Me vuelves loco, cabrón.

-Podías decir, cariño, tiene el mismo número de letras.

Me cogió la polla, le dio un besito, y le dijo:

-¿Has oído lo que dijo el cabrón, cariño?

Le di un cachete en el culo que resonó en la habitación.

Volvió a hablar con mi polla.

-No hay que hacerle caso, es un celoso.

Me comenzó a hacer una mamada para ponerla dura de nuevo. A pesar de ser una experta mamando polla, no le hizo falta esmerarse, la segunda pastilla de viagra de las dos cajas que había traído conmigo aún surtía su efecto. Al tenerla mirando al techo, le hizo una pequeña cubana con aquellas grandes tetas, de areolas marrones y generosos pezones, después volvió a hablar con mi polla:

-¿Quién es la traviesa que se va a meter en el culo de mami, pequeñita?

Conocía bien a La Morena. Lo que quería era picarme para que le rompiera el culo.

Se puso a cuatro patas, y habló de nuevo con mi polla.

-Voy a tener que llamar al servicio de habitaciones para que me coman el culo.

Le seguí el juego. Ahora fui yo el que habló con mi polla.

-No se oye nada, Manoliño.

La Morena, subió encima de mi, me puso el coño en la boca, y dijo:

-Para decir tonterías mejor que te calles.

La Morena me cogió las dos manos y las llevó a sus nalgas, me dio el coño a comer. (la nalgueé mientras le comía el culo y el coño) Se lo comí hasta que puso su culo en mi boca... Al follarle el culo con la punta de la lengua, La Morena, me follaba la nariz con su coño, y me dejaba bigote, (se había dejado crecer el vello púbico) y así estuvo mucho tiempo, hasta que me dijo:

-Vas hacer que me corra, cabrón.

Quise abrir la boca para decirle que era ella la que se daba placer a si misma, pero lo debió intuir. ya que me puso otra vez el coño en la boca, y me dijo:

-Come y calla.

La morena, llegó un momento en que ya no podía hablar, gimiendo, cogió mi polla, la llevó al ojete y la metió despacito. La polla había entrado con una facilidad pasmosa. Estaba excitada a más no poder. Le di caña... Frotando el clítoris contra mí cuerpo sentí cómo un líquido calentito caía sobre mi bajo vientre, casi susurrado, me dijo:

-Me corro, cielo.

Sus palabras y sus temblores fueron la gota que colmó el vaso. Mi polla descargó dentro de su culo.

Esta vez quedamos agotados de verdad.

Al recuperarme fui a por un par de cervezas al mueble bar.

Sentados sobre la cama, después de echar un trago, me dijo:

-¿Sabes que me gustaría hacer?

-¿Qué?

-Montar en la Shambala.

Me sorprendieron sus palabras.

-¡¿Te apetece ahora un lésbico?!

Me empujó, y sonriendo, me dijo:

-¡No! La Shambala es una montaña rusa de Port Aventura.

Me empecé a acojonar, y digo acojonar porque tenía vértigo. Tenía la baza de que no saldríamos de la habitación en dos días, así que le dije:

-Quedamos en que no saldríamos...

Se puso mimosa. Hasta puso morritos.

-Nunca te pedí nada, cariño.

Nada... que una hora más tarde me montaba en el asiento de la muerte. Detrás nuestra, un viejo, muy viejo, le decía una vieja aun mayor que él:

-Tú lo que quieres es que me de un infarto.

-Lo prometido es deuda, polvo, montaña rusa.

-Sabes que tengo vértigo.

-Y a mi me da vértigo que me dejes preñada y te dejé que te corrieras dentro.

-Si ya no quedas.

-¡A ver si vas a ser tú el que tenga la patente de mentir!

El viejo no tenía vértigo, pero yo sí.... Me asaltó un pensamiento. ¿Quién quería matar a quién? ¿No querían los dos lo mismo?

Cuando aquella cosa comenzó a subir, y subir, y subir, y subir... y a aumentar de velocidad, la polla se me agachó entre los huevos, y al llegar arriba y lanzarse a toda hostia hacia abajo, la polla se me quiso esconder dentro del culo. Cerré los ojos y no me persigné por no dar la nota. Estaba pasando los peores momentos de mi vida, cuando, de repente, la bestia, poco a poco, se fue parando... se paró. Respiré aliviado. Me iba a levantar, y me dice La Morena:

-¿A donde vas, loco?

Miro para abajo y veo que estamos parados en lo más alto de la montaña rusa. Me subió un no se que desde los pies a la cabeza que casi me muero.

La cosa se iba a complicar. La Morena me echó una mano a la polla. Le dije:

-Te la regalo si la encuentras.

La encontró, y ante mi sorpresa, la polla se levantó. Me la meneó, y me dijo:

-Mastúrbame tú a mi también.

-Nos están mirando.

La vieja estaba animada. Me dijo:

-No te cortes, a ver si este inútil también se anima.

El viejo se puso farruco:

-¡¿Inútil yo?!

La montaña rusa se había estropeado. Del susto del principio, todos y todas se lo tomaran con calma. Un cuarto de hora más tarde, más o menos, La Morena, sin querer, levantó la barra de seguridad, no debía haberse levantado, pero se levantó, y cómo mi polla también estaba levantada, se quitó las bragas y se sentó sobre ella.

Me asusté.

-¡Qué se puede poner esto en marcha y nos matamos!

Fue cómo si le dijera que podía empezar a llover.

Me montó y me folló moviendo el culo hacia atrás, hacia delante, hacia los lados y alrededor.

La vieja se sentó sobre la polla del viejo, y el viejo le dijo:

-¡Qué diablos, de algo hay que morir! Si arranca que arranque.

Poco después sentí como La Morena se estremecía y bañaba mi polla. Gritó:

-¡¡¡Aaaaaaaaayyyyyyy!!!

Su corrida fue larga, muy larga y intensa. Al acabar volvió a su sitio, puso la barra de nuevo, me la meneó y me corrí. A saber a quien le cayó el chorro de leche que salió de mi polla.

Al acabar de correrme sentí a la vieja decir:

-Haberte corrido antes.

-Pero..

-Ni pero ni pera.

Unos diez minutos más tarde, al bajar de la montaña rusa, a La Morena se le caía la cara de vergüenza, y yo, yo ya no tenía vértigo.

Quique.