La monjita inocente 2
Siguen las aventuras de un electricista poco corriente
El trabuco de Manolo
La monjita Julia esperaba ansiosa mis visitas. La primera visita la hice acompañado de un vecino del bloque de viviendas donde yo vivía.
Era un animal de dos metros que debía ser el eslabón perdido entre el hombre y el mono. Era, sobretodo, un hombre peludo, muy peludo. Tenía pelo por todas partes, en la cara, en las orejas, en las manos; de la camisa abierta le sobresalía una mata de pelo negro como el azabache. Cejijunto y malcarado era un animal en toda la extensión de la palabra. No hicieron falta muchos argumentos y, ante la posibilidad de follarse a una monja, no dudó en soltarme las cinco mil pelas que le exigí como contrapartida por mis servicios.
Le hice vestirse con un mono de trabajo, que llevaba con la cremallera bajada hasta el ombligo mostrando en toda su exuberancia su vergel de pelo negro.
Cuando llegamos al colegio, el bestia de Manolo, alucinaba ante las perspectiva de follarse a una monja.
¡Joder, tío! - me decía riendo sonoramente - Llevo un empalme de mil cojones. A mi, dado que figurábamos como electricistas, lo del empalme me pareció muy adecuado.
Tranquilo tío que ahora se la enchufas a la monja - seguía yo con términos eléctricos.
Pregunté por sor Julia con la excusa de que la venía a hacer un trabajito - je, je, sonaba bien aquello y además no era mentira - y sor portera me la trajo al cabo de pocos minutos.
La monjita Julia no pareció asombrarse por nuestra visita y no quitaba ojo del gañan que me acompañaba. Nos llevó por un pasillo secundario a una habitación que tenía toda la pinta de estar medio abandonada y solícita nos preguntó educadamente la muy puta:
- Bien, hermanos, ustedes me dirán para que me necesitan.
Manolo me miró como no entendiendo nada.
- Que se quite ya la sotana ¿no? −gritó nervioso.
Yo pacientemente le explicaba al Manolo
Hábito, Manolo, hábito que sotana es el uniforme de los curas.
Hábito o sotana que me enseñe el culo de una puta vez.
La hermana Julia no se hizo esperar y antes de que el Manolo fuera más explícito tenía el hábito abandonado en lo más profundo del cuartucho y había metido su mano en el mono del Manolo y le tenía cogido el trabuco con firmeza y le masturbaba con delicadeza.
Manolo, cogido de improviso, se quitó de golpe el mono y dejó a la vista una polla que más parecía la de un burro semental que la de un ser humano. Yo miraba perplejo el aparato de mi vecino y busqué en la mirada de la hermana Julia un signo de rechazo o, cuando menos, de temor. Pero ¡verdes las han segado! porque la muy puta ya estaba arrodillada con la mandíbula desencajada intentando admitir en su boca el pollón en toda su extensión.
No hizo falta mucho tiempo para que el Manolo, entre grandes aspavientos, se corriera como un energúmeno en la boca de la monjita que, superada en su capacidad bucal, dejaba caer por las comisuras de sus labios ríos blancos de lefa y saliva. Pese a la gran corrida que tuvo, el Manolo seguía empalmado como lo que era, como un animal y sin delicadeza alguna, hizo a la monja ponerse a cuatro patas y le endilgó por el coño el aparato que parecía que la iba a romper, pero la naturaleza es sabia y el coño de la monjita se adaptó perfectamente al manubrio que la follaba. En su cara apareció un gesto de deleite.
- ¡Como me llena, señor, como me llena!
¿Llenarla?; ¡la desbordaba!... y de que manera.
El Manolo arremetía como loco y como loco volvió a correrse como un afluente del Tajo. Esta vez cayó desfallecido al suelo, pero sor Julia no estaba dispuesta a acabar tan pronto y rápidamente se inclinó sobre el garañón y con la boca comenzó a trabajarle para poner aquel poste otra vez dispuesto a soportar su coño de alta tensión.
Yo, que hasta entonces había observado excitado la escena, aproveché la indefensión de la retaguardia de sor Julia que seguía masajeando con la lengua el aparato de mi vecino y me acerqué a su poderoso culo. La vi tan ocupada en su faena que me dediqué con el dedo a investigar su abierto ano, que, recibió mis caricias, como se reciben de un buen amigo: con alegría. La monja, al notar mi dedo acariciando el exterior de su ano, empujaba su culo contra él hasta que consiguió forzarle a entrar en el agujero de mierda. Yo tenía un calentón de mil pares de cojones, así que me bajé el mono como pude y dirigí mi polla enhiesta al agujero del culo donde entré fácilmente.
La monjita atacaba mi polla dándose culadas contra mí que casi me quebraban la polla.
Manolo notando mi maniobra, y que la puta le atendía con menos intensidad, me miró con cara de enfado.
- ¡Cabrón!, que las cinco mil las pago yo, sácale el rabo que ésta puta es mía.
Sor Julia me miró extrañada.
- ¿Cinco mil?
Yo la tranquilicé con unas palmadas en el trasero.
- Luego le doy su porcentaje.
El Manolo la asió por la cabeza y la forzó a subir sobre él y ella, solícita, se empaló con placer en la polla del animal. Volvía a tener frente a mi el ano de la monjita abierto y, aunque intenté penetrar por el agujero, fue imposible de lo distendido que tenía el coño por la polla del cabrón.
Frustrado y caliente como un burro me desplacé hasta la cabeza de la putona y se la endilgué como pude en la boca. Ella me masturbaba encantada con la boca y la mano mientras botaba sobre el Manolo que le apretaba las tetas como si se las quisiera romper.
La corrida de los tres fue de campeonato. La pobre monja quedó echa unos zorros pero satisfecha, muy satisfecha y nos despidió a la puerta del colegio.
- Estupendo el arreglo - nos felicitó - cuando tenga algo más que arreglar ya les llamaré. Yo le metí entre los dedos, subrepticiamente, un billete de mil pelas que ella hizo desaparecer entre los pliegues de su hábito.