La monja y el soldado
Historias de la puta mili
Esta es la última historia que contaré sobre Gumersindo porque tampoco hay más que contar, sucedió cuando él tenía veinte años, cumplía la mili en la Cruz Roja y estaba destinado en un hospital militar gracias a la recomendación de un oficial del ejército amigo de la infancia de su padre, esta es la historia que contaba en momentos previos a nuestros escarceos amorosos:
Eran las acaballas de la mili, debían quedar no más de un par de meses para licenciarse, Gumersindo hacía tiempo que tenía en mente consultar con un médico del hospital la necesidad de operarse de fimosis pues una vez después de un escarceo en la cama con la mujer del médico del pueblo esta le dijo que si se operaba disfrutaría más durante el acto sexual. Un día que estaba de guardia en urgencias se decidió a consultar con un alférez médico que le confirmo lo que la mujer había dicho y se ofreció a operarle cuando lo deseara. Entre que era conveniente, era una intervención sencillísima y que además podría disfrutar de una semana de permiso no tardó en decidirse acordando que la intervención sería una semana más tarde.
Llegado el día decidieron que lo harían en el quirófano del área de urgencias pues era una intervención ambulatoria, ya en la sala de operaciones Gumersindo vio que la anestesia la iba a llevar a cabo una monja enfermera a la que conocía por Sor Patricia, la reconoció a pesar de ser la primera vez que la veía vestida con un pijama verde en lugar del hábito de monja y además de llevar una mascarilla en el rostro, no recordaba nada más de aquel momento. Cuando despertó en un box de urgencias estaba junto a él la monja que le ayudó mientras recuperaba la conciencia, ya vestida de monja le hablaba y preguntaba que tal se encontraba, Gumersindo que estaba perfectamente dijo que muy bien, ella le dio unos consejos para que él mismo se hiciera las curas en los días posteriores y unas horas más tarde salía del hospital con un permiso de una semana.
Regresó al hospital el día convenido y durante la primera guardia como camillero en urgencias se cruzó con la monja que después de preguntar cómo iba todo se ofreció a hacerle una revisión para ver si no había infección, Gumersindo se extrañó por la propuesta y también sintió pudor de que una monja le tocara el pene, ella insistió y no tuvo más remedio que acceder, minutos más tarde los dos entraban en un box y Sor Patricia tenía entre sus manos la polla del soldado que aguantó el toqueteo muy apurado a pesar de que ella hizo un comentario respecto al gran tamaño tenía. Aquel día y los siguientes no sucedió nada más hasta que pasada una semana el comandante llamó a su despacho a Gumersindo que se presentó de inmediato:
¿Da usted su permiso?
¡pase, adelante, ordenó el comandante desde detrás de su mesa del despacho y sin preámbulos continuó:
Usted en la vida civil es albañil, tendría que ir un momento a los aposentos de las hermanas y tomar medidas de los aseos, después haga una lista de todo lo necesario para cambiar todo el alicatado pues la madre superiora me ha comentado que necesita una reforma urgente, la hermana Patricia es la encargada de llevar este asunto con usted, si tiene algún problema me lo comenta a mí personalmente y cuando tenga la lista de lo necesario se la presente al Brigada Gil que se encargará de facilitarle todo lo necesario, lo dijo de un tirón mientras firmaba documentos con una estilográfica y sin dignarse en mirar a la cara del sorprendido soldado que solamente se atrevió a decir:
A la orden mi comandante, ¿algo más mi comandante?
Puede retirarse, fueron las palabras de despedida que escuchó antes de salir del despacho.
El día siguiente cuando se incorporó a su lugar de trabajo en urgencias ya le esperaba Sor Patricia que le recibió sonriente y sin dejar que se pusiera el uniforme de camillero le dijo que debían ir a ver las habitaciones de las monjas pues a aquellas horas no habría ninguna y eran las más apropiadas para tomar medidas sin molestarlas, después de cruzar todo el hospital llegaron a un edificio anexo, la monja abrió una puerta y una vez dentro los dos la cerró con dos vueltas de llave y cruzando un pestillo, esto llamó la atención de Gumersindo pero no dijo nada, fue ella la que comentó que aquel día la madre superiora y otras dos monjas estaban de ejercicios espirituales en la congregación y las dos restantes estaban en las plantas haciendo su trabajo de enfermeras pero no volverían hasta media tarde. El sitio era un lugar lúgubre, un largo pasillo sin ventanas en un lado y seis puertas cerradas en el otro, al final se veía una sala por el que entraba la poca luz natural de todo el habitáculo. La hermana acompañó a Gumersindo a este último sitio y le dijo que esperara allí su regreso.
Tardó no más de diez minutos, Gumersindo se sorprendió cuando la tuvo delante pues le costó reconocerla, había cambiado el hábito de monja por una bata blanca, llevaba los cabellos sueltos y el rostro totalmente descubierto sobre los que destacaban unos preciosos ojos negros que jamás habían llamado la atención del chico hasta aquel día, el joven enseguida le echó no más de cuarenta años, tenía un cuerpo esbelto, no muy alta y llamaba la atención las caderas redondeadas y los prominentes pechos que quedaban embutidos en la luminosa bata blanca que cubría por debajo de sus rodillas, ella de manera simpática le dijo:
¿a que no te pensabas que una monja podía tener esta apariencia?, el soldado no supo que contestar y ella continuo: debajo del uniforme de monja siempre hay una mujer y el dilema es saber qué fue primero: ¿la mujer o la monja? , Gumersindo no se atrevía a responder porque le causaba respeto estar delante de una religiosa y además por estar cumpliendo el servicio militar, ella sin embargo se mostraba alegre y dicharachera, continuó hablando:
No hemos venido aquí a hablar ni a mirarnos el uno a otro, toma esta cinta métrica y ves cogiendo medidas mientras yo tomo nota en esta libreta, sacó de un bolsillo de la bata una cinta métrica y se la entregó al nervioso y hasta el momento apocado soldado, entraron en la primera celda al fondo del pasillo, era una habitación de no más de 10 metros cuadrados, una puerta daba acceso a un aseo en el que apenas cabía justo el lavabo, la taza del wáter y el plato de una ducha, a pesar de estar todo muy limpio daba la impresión de estar falto de salubridad, tan siquiera había una ventana y la iluminación dependía de una bombilla que colgaba de un oscurecido techo al que faltaba una capa de pintura, Gumersindo no se contuvo:
Aquí no hay que hacer reformas, esto hay que tirarlo todo y construir algo nuevo, no sé quién puede vivir en un sitio como este, la monja le interrumpió:
Es lo que hay, somos monjas no artistas de cine y peor sería que estuviéramos en un convento de clausura, vamos a tomar medidas antes que la madre superiora cambie de opinión y vuelva a tirarse atrás y no le autorice las obras el comandante.
El chico comenzó a tomar medidas que iba dictando mientras la monja apuntaba en el pequeño cuaderno, estuvieron quince minutos en el primer habitáculo, pasaron al segundo y repitieron la operación, cuando entraron en el tercero la monja dijo que aquel era su dormitorio y propuso tomarse un breve descanso añadiendo:
No te puedo ofrecer nada para beber, ya ves pero aquí no hay nada, por no tener no tenemos nevera en el salón, si queremos comer o beber algo lo vamos a buscar a la cocina del hospital, se sentó en la cama e hizo espacio al chico para que hiciera lo mismo, después de un breve silencio ella se decidió a romper el hielo:
¿tienes novia?
No, fue la única palabra que salió de la boca de Gumersindo que hacía rato observaba fijamente las rodillas de la monja que habían quedado al descubierto tras toma asiento.
Un chico tan guapo y bien dotado no debe tener problemas para elegir las chicas y mujeres que quieras, continuó diciendo la monja sin definir si preguntaba o sentenciaba, el joven escuchó el comentario sin dejar de mirar las rodillas que cada vez estaban más lejos del dobladillo de la bata, por fin se decidió a hablar:
Hago lo que puedo, pero no he tenido novia y tampoco estoy por la labor, soy de los que mira a todas sin decidirse por una en concreto, ella se puso con una gran carcajada y tras un momento pensando una respuesta, dijo:
Así que miras a todas, rubias y morenas, jovencitas y más maduras, ¿no habrás mirado alguna monjas de las jovencitas que corren por el hospital?, mientras hablaba ella su mano se situó en el muslo de soldado que intentaba recordar si se había fijado en alguna de las hermanas y recordó que efectivamente había una que no estaba nada mal, era la más joven que tenía una cara preciosa y parecía muy simpática.
A mi edad creo que lo que toca es aprender y siempre te puede enseñar más una madura que una joven y de monjas a decir verdad no he tenido nunca la oportunidad pero si la monja me lo pone bien, ¿por qué no?, de todo hay que probar en la viña del señor……. y nunca mejor dicho, sus últimas palabras las dijo con absoluto descaro e imitando a la monja llevó una de sus manos a las rodillas de esta que se mostró conforme cuando movió levemente las piernas para separarlas y después de coger al chico por el cogote lo atrajo hacía su boca, el primer roce de los labios pareció un beso casto pero paso a ser un morreo profundo que duró una eternidad durante la cual se comieron la boca mutuamente, ella fue la que lo dio por terminado cuando dijo:
Desnúdate que quiero contemplar esa polla que desde que la vi en el quirófano no me deja dormir y la tengo presente hasta en las horas de mis oraciones.
No tuvo que repetirlo dos veces, en un instante Gumersindo estaba en cueros y miraba como ella hacía lo mismo, quedó pasmado cuando vio que la ropa interior de la monja no tenía nada que envidiar a la de otras mujeres con las que se había acostado, braguitas y sujetador eran de encaje de seda color negro, adornadas ambas prendas con unos lacitos color fucsia que daban un toque erótico más propio de una puta que de una monja, el soldado la miró detenidamente mientras concluía que la sor se conservaba perfectamente para la edad que la suponía, las tetas eran firmes, la cadera era proporcionada al resto del cuerpo y las piernas se veían duras y estilizadas, pensó que era un bombón que se comería con auténtico placer, estaba inmerso en estos pensamientos que no percibió como ella llevaba la boca a su polla que todavía no estaba erecta, ella se encargó de que no tardara en estarlo, los primeros lametones le supieron a gloria, la lengua de la monja resbalaba a lo largo del falo con parsimonia y cada vez que llegaba al capullo se entretenía en presionarlo entre sus los labios mientras lo rozaba con los dientes, Gumersindo pensó que evidentemente no era la primera felación que la monjita hacía y no se contuvoen preguntarlo sin obtener respuesta.
Sor Patricia seguía lamiendo el impresionante falo con gran esmero, el soldado se dejaba hacer y disfrutaba la mamada de la monja pensando que aquello era un regalo de dios, jamás hubiera podido imaginar que un día tendría su polla en la boca de una religiosa, no solo la lengua se movía con auténtica maestría sobre el falo, las manos de ella acariciaban suavemente los testículos haciendo que una gran sensación de placer llegara al cerebro del joven que comenzaba a tener alguna que otra dificultad para contener las ansias de correrse, había comenzado a jadear y su respiración era cada vez más profunda pero la monja seguía totalmente entregada a chupar la polla por la que había mostrado admiración. Gumersindo comenzaba a dar síntomas claros de que en un momento a otro no podría contenerse de liberar el fruto de tan impresionante mamada y se lo advirtió a la monjita que debió pensar que todavía no había llegado el momento, liberó la polla de su boca y mirando al rostro de Gumersindo, dijo:
¿te ha gustado?, la respuesta no se hizo esperar y un ¡mucho! salió de la boca del joven mientras la llevaba a las tetas de la mujer posando la lengua en uno de los magníficos y oscuros pezones que coronaban las rosadas aureolas de los hermosos pechos de la mujer, Gumersindo se aferró a las tetas como un bebé, succionaba frenéticamente pero se contuvo algo cuando escuchó decir a la mujer que no fuera tan bruto, lamía con la lengua y acariciaba con la mano, ella no tardó en estremecerse y en suspirar cada vez con más fuerza, después de un rato de chupar las tetas Gumersindo comenzó a mostrar intención de llevar su boca hasta la entrepierna de la mujer que percibió la intención y ella misma empujó el rostro del joven hacia su coño, el primer contacto de la lengua con la ya húmeda raja la hizo exclamar de satisfacción, ambos se movieron quedando completamente estirados sobre la cama y fue él quien arrastrándose llevó su polla hasta la boca de ella con intención de comerse mutuamente sus sexos, la lengua de él profundizaba en la vagina de ella que a su vez había engullido el duro pene del entregado mozo.
Los dos se entregaban mutuamente y se daban placer como locos, a pesar de tener sus bocas ocupadas no dejaban de jadear y suspirar, la mujer lo hacía de tal manera que era evidente que estaba disfrutando de un rosario de orgasmos que la hacían temblar dando gritos de muestra del placer que sentía, él a su vez se esforzaba en retrasar el momento cumbre del éxtasis hasta que no tuvo más remedio que rendirse y avisó que estaba a punto de correrse, ella reaccionó aferrando su boca todavía más a la polla que comenzó a liberar ráfagas de semen que se fueron desparramando en el interior de la mujer, ella esperó pacientemente a que el joven vaciara hasta la última gota mientras él seguía dándole placer acariciando con su lengua el coño totalmente inundado de los jugos vaginales que no dejaba de segregar.
Se tumbaron el uno junto al otro, los dos respiraban con fuerza intentando tomar el poco aire que debía quedar en el pequeño cuarto, parecía que habían firmado una tregua y aunque se mantenían entrelazados por los brazos no se miraban dando la sensación de estar reviviendo mentalmente los últimos acontecimientos, fue ella la que rompió a hablar:
¿pensabas que una monja no era capaz de darte gusto?
Ni tan siquiera hubiera imaginado nunca que un día estaría desnudo con una monja en la cama comiéndole el coño, dijo él tras pensar un momento la respuesta.
Hay que tener siempre fe y soñar, cuando se tiene fe los sueños se hacen realidad, a Gumersindo le parecieron palabras sabias dichas por una monjita que comenzaba a caerle la mar de bien, estaba en este pensamiento cuando la monja se movió de su lado, estiró el brazo hasta un cajón de la mesita de noche que estaba pegada a la cama y sin más aviso volvió a llevar su boca hasta la polla flácida del joven que observó toda la escena con cara de asombro, cuando ella se tragó su pene supo que la fiesta no había terminado, no tardó en volver a tener la polla dura y ella continuaba chupándola con delicadeza mientras la agarraba con fuerza entre una de sus manos, debió pensar que había llegado a su máxima expresión cuando mirando al chico abrió un sobrecito que este enseguida supo que era un condón, ella lo puso entre sus dedos y mirando a los ojos el pasmado amante se lo puso en la empinada polla como si estuviera harta de colocar preservativos cada día.
¡Ahora fóllame!, fue lo único que dijo mientras se colocaba mirando al techo y se abría de piernas, el chico la obedeció encantado y se puso sobre ella, un breve morreo seguido de unos chupetones en las tetas de la mujer fue todo el preámbulo que necesitaron para estar lo suficientemente calientes para amarse pues los dos sentían el mismo deseo, la penetró sin mucho miramiento, el duro y grueso pene se deslizó dentro de la húmeda vagina atravesándola hasta el fondo, él comenzó a moverse con ímpetu pero ella todavía sin dar muestras de sentir placer alguno le pidió calma, Gumersindo obedeció y pausó el sube y baja sobre el cuerpo de la mujer, ella se lo agradeció repitiendo varias veces:
Así, cariño, así, así me gusta más
Estas palabras lograron que Gumersindo calmara su ansiedad y pensó que aquella mujer no era la primera vez que follaba, por un momento dudó si realmente era una monja pero decidió estar más por la labor que estaba disfrutando, ella había entrelazado sus piernas con las del chico que flexionaba los fuertes brazos al ritmo del mete y saca de la polla en la vagina de la mujer, ella clavaba las uñas en la espalda del hombre que la cubría mientras mantenía su mirada fija en los ojos de él que reflejaban el esfuerzo que estaba haciendo, la mujer que había convertido leves suspiros en claros jadeos no paraba de repetir en medio de ellos: ¡ así, así, que bien, sigue así, fóllame, lo haces muy bien!
Él mantenía silenció, solamente algún suspiro y la cada vez más fuerte respiración daban respuesta a las palabras que la mujer no dejaba de repetir, se sentía alagado por los ánimos que ella le daba, ninguno de los dos tenía prisa en alcanzar el máximo punto de placer, disfrutaban de su entrega con calma pero con pasión, se regalaban algún beso con lengua y ella había llevado sus uñas a los glúteos de él ayudándole a que la penetrara más fondo, el movimiento de él se iba haciendo cada vez más descontrolado, ella soltó un grito en reacción a haber llegado al orgasmo, se desbravo y comenzó a jadear y a gritar con total descontrol, no se reprimía en mostrar que estaba a punto de llegar al punto culminante de placer, él a su vez se había desbocado y buscaba correrse sin más espera intentando llegar al éxtasis al mismo tiempo que su amante, ella daba señales claras de estar a punto de rendirse, él le rogó que esperara un momento y por fin los dos explotaron dando gritos de placer incontenido mientras se abrazaban formando un solo cuerpo, después de la batalla se hizo la calma, el joven se vaciaba mientras ella cerraba los ojos quien sabe si maldiciendo no poder disfrutar del semen de él inundando su vagina.
Aliviado del todo sacó la polla del interior de la monja, ella desenfundó el condón del pene todavía erecto, después de observarlo y alabar la gran cantidad de semen que contenía hizo un nudo, el chico miraba la escena extrañado, ella abrió el único armario que había en la habitación y sacó el hábito de monja, en uno de los bolsillos había un sobre en el que depositó el condón, se giró hacia el chico y dijo:
¡habrá que llevarlo a la incineradora!,
Lo demás ya queda a vuestra imaginación, jamás dijo si había habido más veces o aquella fue la única.