La misteriosa mujer de látex
Laurie recibe la "visita" de una misteriosa mujer la primera noche en su nueva casa. Lo que comienza siendo una situación de peligro, no tardará en convertirse en una de las más íntimas fantasías de Laurie. Contiene Bondage, Fetiche de Globos y Dominación Femenina.
A Laurie le entusiasmaba su nueva casa. Desde el primer momento en que la visitó, a las afueras y a un precio que suponía una ganga en aquella época, quedó enamorada. Sus espacios interiores, su arquitectura, su bello jardín, y sobre todo, de la tranquilidad que se respiraba en aquel ambiente apartado del ruido de los coches y el constante ajetreo de la gran ciudad. No dudó en comprarla. Como diseñadora gráfica, su oficina se encontraba allá donde estuviera su portátil. No necesitaba unirse a las filas de personas que se empujaban para entrar en el metro cada mañana, o pasar horas en un autobús abarrotado para acudir a su puesto de trabajo. Aquel pueblo de las afueras era todo lo que necesitaba para llevar una vida apacible.
La chica había caído rendida esa noche sobre la cama de su habitación, y no había tardado en conciliar un sueño profundo. Había sido un día duro de mudanza y su cuerpo le pedía a gritos unas buenas horas de descanso. Fue incapaz de se escuchar el sonido de los sigilosos pasos de la persona que se colaba por una de las ventanas de la casa, vestida en un firme traje de látex negro que realzaba todas las curvas de su cuerpo, y ocultando parte de su cara con un antifaz del mismo color. Su cabello se agitó con la brisa nocturna antes de cerrar, en absoluto silencio, la ventana por la que había accedido.
Laurie apenas pudo reaccionar cuando sintió que un guante le sujetaba firmemente la boca, presionando para que no pudiese murmurar el más leve sonido.
–Shh… No hagas ningún ruido y todo irá bien– era la voz de una mujer, una voz firme, dulce y delicada. La chica se sobresaltó. Intentó zafarse de su presa, pero aquella mujer, con la rapidez propia de un felino, se situó encima de ella inmovilizándola sobre su propia cama, incapaz de mover su cuerpo.
–Tranquila, no tengas miedo, si sigues mis instrucciones no pasará nada. Pero si no cooperas, será mucho más incómodo para ti.
Laurie la miró con ojos confusos y somnolientos. Apenas distinguía las facciones de aquella mujer en la penumbra, únicamente entreveía el intenso color verde de unos ojos que la miraban profundamente tras aquel antifaz, y un largo cabello negro recogido a la altura del cuello.
–Asiente si me has entendido.
La chica no entendía nada de lo que estaba ocurriendo, pero asintió con rapidez, con un deje de pánico reflejado en sus ojos.
–Buena chica. Ahora quédate quieta, voy a asegurarme de que no haces nada de lo que luego puedas arrepentirte.
Poco a poco, aquella mujer envuelta en látex apartó el guante de la boca de Laurie.
–Shh…– mantuvo durante unos segundos undedo sobre su boca– No hagas ni un solo ruido.
De su bolso sacó varios juegos de cuerda de diferentes tamaños ycolor negro, separadas y preparadas para ser utilizadas.
–Date la vuelta, despacio y sin movimientos bruscos.
Laurie continuaba sin entender lo que estaba ocurriendo. ¿Se trataba de un broma pesada? ¿Seguía soñando? No podía aceptar que le estuviera pasando aquello justo el día que acababa de mudarse, pero obedeció tras observar la muda advertencia que la mujer de negro le lanzaba con la mirada. Sintió como comenzaba a atar sus manos tras la espalda, utilizando la cuerda con habilidad y rapidez. Repitió el proceso con sus pies, los brazos y las rodillas, dejándola en una posición vulnerable en apenas unos minutos.
–Así me gusta, que mis víctimas sean obedientes.
–¿Quién… Quién eres?– se atrevió a preguntar la atemorizada chica. La mujer le dio la vuelta, colocándola nuevamente boca arriba sobre su cama. Pudo ver entonces una mueca de satisfacción en la boca de su asaltante.
Comenzó a acariciar con dulzura el pelo de Laurie, removiendo los bucles delhermoso cabello entre sus dedos.
–No te preocupes por eso, solo vengo a darte la bienvenida a tu nueva casa… Y ha llevarme algunas de tus cosas, parece que traes cajas muy pesadas contigo, permíteme que aligere tu carga.
–¡No! Por favor, son mis cosas…
–¿Qué te he dicho sobre hacer ruido?– la misteriosa mujer extrajo de su bolsa una cinta americana y unos panties de color negro.
Enrolló los panties sobre sí mismos y los introdujo con rapidez en la boca de la chica. Laurie pronunció varios gemidos, sobresaltada, e intentó zafarse de ellos moviendo la cabeza de un lado a otro, pero la mujer de látex sabía muy bien lo que hacía. Sonrió mientras contemplaba como la indefensa chica intentaba resistirse, sin éxito.
–No intentes resistirte, ahora estás bajo mi control. Deberías comportarte mejor si no quieres que la situación empeore.
Laurie contempló con la mujer cortaba un pedazo de cinta y lo colocaba sobre su boca, con firmeza, amordazándola con los panties en el interior. Repitió el proceso con un pedazo de cinta más, y luego con otro.
–Así… Ahora no harás ningún ruido mientras reviso todas tus cosas, veamos que tienes por aquí.
Su captora se apartó de la cama, dejando a Laurie atada y amordazada con firmeza. La chica poco a poco comenzaba a ser consciente de su delicada situación, jadeando a causa de los nervios y removiéndose, inquieta, intentando buscar una forma de liberarse de sus ataduras. Mientras, la mujer abría sus cajas y rebuscaba entre todas sus pertenencias.
–Bonito portátil– dijo al cabo de unos minutos–. Me vendrá muy bien, no te importa que me lo lleve conmigo, ¿verdad?
–Mmmph…– murmuró la chica tras su mordaza.
–Ya me parecía a mi… A ver que más hay por aquí.
Laurie continuaba moviéndose sobre las sábanas de su cama, encogiéndose e intentando alcanzar con sus manos las ataduras de sus piernas. Durante unos segundos consiguió sujetar la cuerda y encontrar el amarre, pero fue incapaz de desatar el fuerte nudo que mantenía unidos sus pies y rodillas.
Con paciencia, intentó usar sus uñas para aflojar la presión de las cuerdas, hasta que los guantes de aquella mujer se posaron de nuevo sobre ella, colocándola boca abajo y apartando sus manos de las ataduras.
–¿Qué es lo que te he dicho? Pensé que serías una buena chica, estoy muy decepcionada.
–¡Mmmmmphh!– exclamó Laurie, esta vez agitando todo su cuerpo, intentando inútilmente apartarse de su captora.
Esta volvió a sacar una cuerda de su bolsa, más larga que las anteriores, y se dispuso a utilizarla sobre la vulnerable chica. Con un brazo levantó sus tobillos y amarró la cuerda en torno a las ataduras que había realizado en sus pies. Luego llevó el otro extremo hasta los brazos de su víctima, obligándola con un nuevo amarre a mantener esa posición, boca abajo y apenas capaz de moverse.
–Ahora no podrás liberarte– susurró la mujer acercándose al oído de Laurie–, ¿ves a lo que me refería? Si no te comportas, seguiré atándote hasta que no puedas hacer el más mínimo movimiento. Esto se me da muy bien, ¿sabes? Así que te advierto por última vez, sé una buena chica por mi, ¿entendido?
Laurie se encontraba ahora completamente indefensa, incapaz siquiera de alcanzar el extremo de las cuerdas que la aprisionaban y mantenían en aquella incómoda posición. No pudo hacer nada más que asentir con impotencia.
–Muy bien, espero que esta vez mantengas tu palabra, no me gustaría tener que desperdiciar más cuerda en una chica tan linda. Sé buena, y quizá te libere antes de marcharme con tus cosas. De lo contrario, me temo que vas a quedarte así durante mucho tiempo.
La chica se mantuvo callada, con la cabeza gacha. Apenas podía moverse ahora, ni siquiera lo intentó. La atemorizaba que aquella mujer se marchase y la dejase en aquella posición, completamente sola e indefensa. Decidió obedecer y adoptó una actitud sumisa.
El traje de látex de aquella mujer hacía un sonido inconfundible, y se mezclaba con el abrir de las cajas mientras su captora volvía a revolver entre todas sus pertenencias.
–No hay mucho por aquí… Creo que me equivocado contigo, pensé que por lo menos traerías alguna joya...– Laurie apenas había contaba con objetos de valor, sólo un viejo colgante de oro que le habían reglado durante su infancia, y que mantenía a buen recaudo. Todo su dinero lo había usado para pagar la entrada de la compra de la casa, y aún debía amueblar y acondicionar adecuadamente su nuevo hogar– ¿Y esto? ¡Vaya! ¿Es que pensabas dar una fiesta de bienvenida?
La mujer extrajo varios paquetes y bolsas de una de las cajas. En su interior, se encontraba una gran variedad de globos de látex de diferentes colores y tamaños. Algunos se parecían a los utilizados para decorar en las fiestas, mientras que otros tenían un tamaño mucho mayor, redondos o con formas alargadas. Con curiosidad, la mujer se llevó uno a la boca, redondo y de color rojo. Comenzó a inflarlo y quedó impresionada por el tamaño que ganaba con cada nueva exhalación.
Laurie no pudo evitar sentir un cosquilleo bajo su estómago. Aquellos globos no eran para ninguna fiesta. Durante años había mantenido en secreto aquel fetiche, le entusiasmaba inflar y rodearse de globos, y ver como otras mujeres y hombres lo hacían. En varias ocasiones había intentado compartir su pasión en pareja, pero la vergüenza y el miedo la habían echado atrás, manteniendo oculto su secreto.
Cuando la mujer acabó de inflar el globo, descubrió que era incapaz de rodearlo con sus brazos de lo grande que era, con casi un metro diámetro. Por suerte, se le daba muy bien realizar nudos, por lo que consiguió atarlo con rapidez y se mantuvo un rato observándolo, maravillada.
–¿De dónde has sacado esto? Tienes una caja repleta de ellos.
Laurie pronunció un gemido cuando la mujer acabó de atarlo. Contemplar el negro látex del traje de aquella voluptuosa mujer, mientras rozaba contra la superficie del globo y lo sujetaba con firmeza, le producía una tremenda excitación que apaciguaba en parte la situación tan delicada en la que se encontraba.
–¿Qué ha sido eso?– preguntó la mujer, con curiosidad y acercándose con el globo en la mano.
Observó a la chica durante unos segundos, que intentaba apartar la mirada, sin éxito. Por mucho que lo intentaba, los ojos de la chica se volvían irremediablemente hacia su captora y aquel enorme globo que sujetaba con gracia entre sus manos.
Comenzó a reírse, y acto seguido lanzó el globo hacia ella, rebotando inocentemente contra su cuerpo hasta detenerse a su lado. Laurie podía sentir el tacto del látex, posado ahora contra su indefenso cuerpo. Otra ola de excitación volvió a recorrerle el cuerpo hasta que no pudo evitar cerrar los ojos durante unos segundos y disfrutar de aquella sensación de placer. Normalmente le bastaba con inflar algunos globos mientras se imaginaba practicando el sexo con algún hombre o mujer. Se tocaba y estimulaba mientras en su mente las escenas se precipitaban hasta llegar al clímax.
Esta vez resultó muy distinto, no solo no podía tocarse, sino que además su indefensión comenzaba a acrecentar su placer, excitándose aún más. ¿Cuánto podría aguantar? Se preguntaba. A pesar de su situación, una parte de su mente no pudo evitar desear que aquella mujer envuelta en látex continuará inflando y rodeándola de globos.
–Mmmph…– murmuró la chica, mirando fijamente hacia la caja donde la mujer había sacado aquel globo.
La mujer rió nuevamente, con una mezcla de sorpresa y diversión.
–¡Qué sorpresa! Nunca había conocido una looner… De verdad me sorprende que existan personas que se exciten con esto…
Curioseó un rato con el contenido de la caja, sacando y observando diferentes colores y formas, hasta encontrar un pequeño compresor eléctrico, de los que se utilizan para inflar globos con rapidez. También encontró varias boquillas de plástico y pinzas que ayudaban a atar los más grandes.
–Si que te gusta… Tienes aquí de todo. Esto sí que es una sorpresa– la mujer quedó pensativa, cavilando algo en su mente mientras permanecía sentada, con las piernas cruzadas y jugueteando con aquellos globos–. Tengo una idea, mi chica looner. Seguro que guardas algo de valor en algún lugar de esta habitación. Si me dices donde, yo me encargaré de que pases un rato divertido, ¿de acuerdo?
El antifaz no pudo ocultar la sonrisa pícara que asomo en el rostro de la mujer de látex. Laurie no podía apartar ahora su mirada de ella, su mera presencia rodeada de aquellos globos preparados para ser inflados, la posibilidad de verse rodeada por multitud de ellos, completamente indefensa… No pudo evitar un nuevo gemido que la mordaza no pudo ahogar del todo.
–Creo que eso es un sí– murmuró la mujer, con tono burlón y sonriendo, mientras se acercaba con picardía hasta sentarse junto a su rehén–, pero primero debes indicarme donde guardas las cosas de valor.
Laurie dudó, pero solo un instante. En su interior la idea de verse atrapada y sometida por aquella mujer ya no le resultaba tan aterradora. Su excitación se volvía más intensa a cada segundo que la imaginaba inflando aquellos globos, uno a uno, y envolviéndola con ellos. Casi podía sentir ya el tacto del látex contra todo su cuerpo mientras era incapaz de tocarse y dar rienda suelta a su propio placer.
La chica miró fijamente hacia el armario de su habitación, levantando las cejas y emitiendo murmullos. Su captora sonrió y se dirigió hacia allí, encontrando una pequeña cajita de madera tras una gran torre de abrigos. En su interior había un colgante de oro con un hermoso ópalo de tonos azul y esmeralda. La mujer no pudo ocultar una mueca de absoluta satisfacción. Luego comenzó a reír suavemente, volviendo la mirada hacia su rehén.
–Qué chica tan ingenua. Debería dejarte aquí, bien atada, y marcharme ahora que ya tengo lo que quiero. No creo vaya a encontrar nada más de valor en esta casa.
Se acercó a la cama y agarró uno de los globos, uno grande y de color verde que había sacado antes. Cuando se lo iba a llevar a la boca, se detuvo, para luego acercarlo a Laurie y restregar suavemente el látex contra su cara.
–¿Te gustaría que lo inflara? ¿Te gustaría sentir este gran globo contra tu piel?
Laurie casi no podía aguantar la excitación. Asintió con rapidez, emitiendo débiles murmullos, mientras restregaba su cuerpo contra las sábanas, intentando estimularse, pero sus ataduras se lo impedían.
Su captora comenzó a inflar el globo, esta vez muy cerca de Laurie y con deliberada lentitud. De vez en cuando se detenía para observar su tamaño y rozar con sus manos la superficie. Cuando ya era tan grande como el anterior, se dispuso a atarlo en torno a las cuerdas que sujetaban las muñecas de la chica, consiguiendo que quedara bien firme y sujeto. La rehén cerró los ojos y se rindió a la profunda excitación que sentía, gimiendo varias veces mientras la mujer observaba, divertida.
–Me caes bien, chica looner, de pronto te has vuelto tan sumisa y obediente… Creo que voy a divertirme un rato contigo– le acarició el pelo durante unos segundos, maravillándose del inmenso placer que experimentaba la chica con unos simples globos.
Enchufó el pequeño compresor y comenzó a inflar más, todos grandes y redondos como los anteriores. Cada uno lo ataba con minuciosidad a las cuerdas que mantenían retenida a la chica, y pronto se encontró cubierta de enormes esferas de látex multicolor que se balanceaban rozando su piel desde los pies hasta sus brazos y hombros.
Laurie no podía parar de gemir, rogando que llegase el orgasmo, que pudiera dar rienda suelta a ese tremendo placer que no hacía sino crecer y crecer, como si en cualquier momento fuera a explotar.
Entonces la mujer comenzó a inflar globos más pequeños, de cuarenta centímetros, y con colores variados y metalizados. Los esparcía alrededor de la cama y sobre la superficie del piso, llenando completamente la habitación.
–¿Te gusta como la he decorado? ¿No te gustaría tenerla así siempre? Cada vez que entrases, cuando tus tobillos rozasen a uno de estos globos, te acordarías de mi.
Un nuevo gemido, esta vez más intenso que los anteriores, acompañó las palabras de la mujer vestida de látex. Laurie se agitaba de forma desenfrenada, intentando estimular su clítoris contra las sábanas, deteniéndose solo cuando notaba que sus ataduras comenzaban a hacerle daño. Se sentía completamente sumisa en aquel momento, ante aquella mujer que la excitaba y a la vez le impedía alcanzar su desahogo. Completamente sometida por aquellos globos que no hacían más que chocar y rozar contra su piel al más mínimo movimiento, como si cada vez la envolviesen con más fuerza. Cuando abría los ojos, contemplaba aquel mar de látex en todos los rincones de su habitación, y cada pocos segundos la mujer volvía a hacer sonar el compresor, añadiendo más globos a su alrededor.
Cuando hubo tantos que ya no se podía ver ni un solo rincón del suelo de la habitación, cubriendo completamente incluso algunas de las cajas de alrededor, la mujer extrajo y observó con curiosidad un enorme globo de color amarillo, de forma alargada y gran tamaño, incluso desinflado.
–Nunca había visto nada como esto.
Usando nuevamente el compresor, la mujer de látex comenzó a inflar aquel gigante amarillo. Era verdaderamente largo, de más de dos metros de longitud, y de gran grosor. Poseía una superficie resistente a pesar de encontrarse inflado hasta el límite.
–No sabía que se fabricaran globos así, es realmente impresionante– la mujer quedó maravillada con el resultado, comprobando su dureza en todos sus extremos.
Justo después se quedó un rato pensando y observando a la indefensa Laurie, que casi parecía sollozar presa de aquella profunda excitación. Sin mediar palabra, se acercó a su cautiva apartando con suavidad los globos que la envolvían y se recostó junto a ella, estrechando el traje de látex contra su piel. Laurie respondió con un nuevo murmullo de placer.
–Si que me estoy divirtiendo contigo, chica looner. Me encanta verte así, completamente atada y bajo mi control, sometida con tanta facilidad por estos globos que te rodean. ¿Te gustaría seguir, chica looner?
Ella asintió frenéticamente, y con el movimiento todos los globos se removieron a su alrededor. La mujer de látex comenzó a juguetear con los que se acercaban, sujetándolos y acariciándolos con sus manos para luego frotarlos con delicadeza contra la cara de Laurie.
–Muy bien, chica looner, con todo lo que me he divertido, creo que mereces un premio– dijo la mujer acercándose a la oreja de Laurie, susurrando–. Pero para ello debes hacer todo lo que diga, obedecer cada orden que te dé.
La otra volvió a asentir, suplicando con la mirada y sometiéndose a su control.
La mujer se incorporó y con destreza deshizo el amarre que mantenía unidos los brazos y pies de Laurie, permitiéndole volver a moverse hacia los lados y estirarse.
–Ahora vamos a levantarte, con cuidado, te moverás sólo cuando y yo te lo diga, ¿entendido?– Laurie asintió, sumisa–. Buena chica, ahora levanta y quédate de pie junto a mi.
Cuando se encontraba de pie, la mujer de látex sujetó el enorme y alargado globo amarillo y lo colocó sobre la cama. Casi ocupaba todo el espacio.
–Primero voy a aflojar las ataduras de tus tobillos y rodillas, así que quiero que te quedes completamente quieta, ¿entendido?– la chica volvió a asentir.
En menos de un minuto la chica podía mover de nuevo las piernas, pero aún mantenía las cuerdas amarradas con todos aquellos globos sujetos a su alrededor.
–Ahora te vas a tumbar sobre este gran globo amarillo, boca abajo, quiero que sientas la firmeza del látex contra tus pezones y todo tu cuerpo.
Laurie se excitó aún más solo de pensarlo, y con la ayuda de la mujer se colocó sobre el gran globo, con una pierna a cada lado. Luego se recostó lentamente hacia adelante, hasta quedar totalmente tumbada. Entonces, su captora comenzó a amarrar los pies en torno al globo, haciendo gala de su maestría para el bondage. Consiguió que quedaran firmemente sujetos y continuó atando las rodillas y muslos.
–No te muevas aún, chica looner, aún no hemos acabado, quiero verte bien amarrada– la mujer se acercó hasta la espalda de la chica, y mientras pronunciaba la frase comenzó a desatar las muñecas y brazos.
La mujer ordenó a la chica a que rodease la superficie del globo, como si fuera a abrazarlo. Después ató sus muñecas alrededor y continuó con los brazos, volviendo a tener todas sus extremidades inmovilizadas. Podría haberse movido hacia los lados, girando con el mismo globo, pero los otros que la rodeaban le restringían aún más el movimiento, quedando en una posición casi estática.
–Así me gusta, que sigas mis órdenes al pie de la letra. Me da pena tener que dejarte aquí, con todo lo que me estoy divirtiendo... Pero debo irme– la mujer de látex acarició los bucles de Laurie, que murmuró algo tras la mordaza, como si no quisiera que la mujer se marchara–. Como te prometí, podrás liberarte, solo tienes que estallar este gran globo y aflojar tú misma las ataduras… Aunque no va a ser ahora, quiero que te quedes atada hasta el amanecer, restregándote durante horas, estoy segura que disfrutarás de unos cuantos orgasmos antes de liberarte… Ha sido un placer, chica looner.
La mujer plantó un beso en la mejilla de la indefensa chica y se marchó con una risita y todo su botín. Laurie comenzó a agitarse y a frotar su cuerpo contra el gigante amarillo que la aprisionaba. Ahora podía moverse con más facilidad, consiguiendo estimular su clítoris y soltando intensos gemidos de placer. Podría haber estallado el globo con facilidad, pero su excitación y sumisión le hicieron seguir la última orden de la aquella misteriosa mujer de látex. Fue una larga noche.