La mirada perdida del ángel
Ahora puedes mostrarte como prometiste hacer. Y si no quieres mostrarte, al menos mírame.
LA MIRADA PERDIDA DEL ÁNGEL
La mayoría pensaba que estaba loca, aunque alguno se atrevía a decir que era una romántica excéntrica.
Era un pueblo pequeño, todos se conocían. La habían visto nacer y crecer y habían visto como poco a poco, al tiempo que se hacía una hermosa mujer, se apartaba de la vida normal de los habitantes de la villa para encerrarse en su casa con los libros que le traía el cartero cada semana. Sólo se la veía salir de casa para dar largos paseos por las colinas o para ir a la iglesia.
Habían sido muchas las ocasiones en que algún vecino se la había encontrado con la vista perdida al cielo u observando abstraída alguna flor o algún pájaro. Todos sabían que las cosas bellas llamaban la atención de aquella muchacha hasta el punto de que parecía olvidarse del resto del mundo que la rodeaba.
Aquel otoño, la joven dejó sus paseos por el campo para dedicarse a pasar horas en la iglesia. El motivo parecía ser un cuadro recién adquirido por el párroco. Una ilustración del paraíso. En colores vivos, con mucho movimiento y cientos de personajes. La lámina en si no valía nada, pero todos coincidían en que era hermosa.
Desde el primer día que el cuadro apareció expuesto en una de la paredes de piedra del templo, la muchacha abandonó el mundo exterior. Entraba a primera hora de la mañana, cuando el párroco abría las puerta y se iba al anochecer, cuando este cerraba las puertas. No se la veía comer y pasaba el día en la penumbra, con lo cual su cuerpo se iba consumiendo poco a poco.
Al principio el cura no le dio importancia, pero con el tiempo comenzó a preocuparse, tanto por la chica como por sus feligreses, pues a varios se les hacía incomodo escuchar misa o rezar teniendo a pocos metros a aquella chica mirando durante horas unas imágenes.
Un día el sacerdote, se acercó a la chica.
¿ Qué es lo que te llama tanto la atención de ese cuadro?
Ella tardó unos segundos en responder...
Quiero que me mire...
¿ Quien tiene que mirarte ?
Ella no dijo nada más. El cura volvió a hacer la pregunta, pero no obtuvo respuesta.
En los días que se sucedieron volvió a intentarlo, pero la chica no volvió a pronunciar palabra.
Una noche, al poco de ella irse, el párroco decidió examinar el cuadro para descubrir que llamaba tanto la atención de la joven. Ella parecía querer que alguien de la pintura la mirase. Examinó a cada uno de los personajes que componían la escena. Y no tardó en descubrir quien debía ser el que tanto llamaba la atención de la chica.
Un ángel...
Todos los demás protagonistas de la escena, se miraban entre ellos al estar charlando de forma animada. Pero el ángel permanecía sólo, aislado de todos los demás en la esquina izquierda superior de cuadro. Sus manos estaban entrelazadas sobre su corazón. Vestía una corta túnica blanca que le colgaba de la cadera y cubría hasta medio muslo.
El rostro del ángel no mostraba emoción alguna. Totalmente hierático, excepto por su mirada, perdida más allá de los que mostraba la escena, era imposible definir hacía donde miraba.
Estaba seguro de que aquella era la figura que abstraía a la joven.
Ella llegó a primera hora y fue directa al cuadro. Y como siempre se quedó mirándolo fijamente. No abría su boca, pero su mente era una plegaría continúa.
¡Por favor, mi ángel! ¡Te lo ruego! ¡ Estoy aquí, mírame! ¡Te amo! ¿ Qué debo hacer para que dirijas tu mirada hacia mi ? mi ángel, mi amor...
Pero sus ruegos no obtenían respuesta. Sólo era un cuadro. Su amor era una imagen sobre un lienzo...
El párroco comenzó a llevarle comida. Veía a la muchacha muy demacrada y no quería que sucediese una desgracia. Ella apenas probaba bocado de lo que él la ofrecía, pero mejor poco que nada.
Algunos comentaron con él, que tal vez debían poner remedio a aquello, que el lugar de la chica era un manicomio. Pero él se negó. Algo en su alma le decía que no debía hacerlo. Además ella no hacía mal a nadie. Tras una dura discusión con la vecindad, consiguió que no se la llevaran a la ciudad para que la trataran. Ella no tenía familia y el cura fue su único defensor. Ganó la disputa a cambio de prometer hacerse responsable de ella.
La joven pasó a ser para él como las estatuas de mármol a las que quitaba el polvo. La cuidaba como a ellas y le hacían compañía sin molestar...
Una noche, cuando fue a cerrar, llovía torrencialmente. Ël vivía enfrente de la iglesia, pero sabía que la joven tenía unos cinco minutos bajo la intensa lluvia. Llegaría a casa empapada y dudaba de su capacidad para cuidar de si misma.
Se acercó a ella y le dijo...
Tengo que cerrar y está lloviendo mucho. ¿Prefieres quedarte esta noche?
Ella no dijo nada, sólo asintió.
El sacerdote dudó un momento, pero pensó que sería mejor así. Si dejaba de llover, volvería para abrir la puerta y que se fuera.
Por fin estamos solos amor mío. Ha sido difícil. Ahora puedes mostrarte como prometiste hacer. Y si no quieres mostrarte, al menos mírame.
No ocurrió nada...
¡ Vamos ! Me lo prometiste.
Silencio, quietud...
¡ Lo dijiste ! ¡ Cuando él no esté, estaremos juntos ! ¡ Lo dijiste !
Su voz empezaba a ser de desesperación, las lágrimas mojaban sus mejillas, se sentía traicionada...
¡ NO LO HE SOÑADO ! ¡ LO DIJISTE ! ¡ LO DIJISTE ! ¡ LO DIJISTE !
Se abalanzó hacía el cuadro con el puño alzado, dispuesta a golpear a su mentiroso ángel.
Justo antes de descargar el golpe, una mano muy poderosa detuvo sujetó su muñeca.
Te dije que vendría, nunca miento...
Ante ella, estaba el rostro que tanto había deseado ver hecho carne. Y la estaba mirando directamente a los ojos. Aquella mirada azul siempre perdida, se clavaba ahora en lo más profundo de su alma.
Ella se abrazó a él, con fuerza, con desesperación, como si le fuese la vida en ello. Sintió el torso desnudo de él aplastándose contra sus pechos.
La imagen había salido del cuadro, su ángel era real.
Al acariciar su espalda, ella notó que no tenía alas. Miró al cuadro y vio que el no estaba allí, pero sus alas si. Él supo que estaba pensando ella.
No puedo encarnarme con mis alas. Ahora no soy un ángel. Soy un hombre. El cuerpo completo de un hombre y los deseos de un hombre...
La besó. Con pasión, como si quisiera devorarla...
Ella le respondió. Llevaba tanto tiempo deseando que el sueño se hiciese real...
Sus lenguas se encontraron y jugaron. Las manos de cada uno exploraban el cuerpo del otro sin pudor, llegando a las zonas más intimas y placenteras.
El vestido de ella y la túnica de él, cayeron al suelo.
Él tomo sus pechos con las manos y los acarició mientras su lengua se deslizaba por el cuello de la joven. Tomó los pezones entre sus dedos y los pellizcó suavemente haciendo que ella emitiese pequeños jadeos de placer.
Ella le correspondió rozando con sus uñas el torso, bajando hasta el vientre plano para llegar después hasta las ingles, las cuales acarició con las yemas de los dedos una y otra vez de arriba a abajo y viceversa.
El miembro de él se apretaba contra el pubis de ella e intentaba meterse entre sus piernas. Él puso la mano en la entrepierna de ella haciendo que separase un poco los muslos, así su verga se coló en la húmeda rajita, frotándose con aquella parte tan sensible al placer.
Querían unirse ya. Ambos estaban hambrientos...
Él la cogió en brazos y arrodillándose la tumbó sobre el frío suelo de piedra...
Ella abrió las piernas al tiempo que él se situaba entre ellas. Guió su miembro hacia la virgen entrada que ya estaba preparada para recibirle.
El himen se rompió sin dolor. Apenas un leve hilillo de sangre y después todo placer producidas por las lentas y profundas penetraciones, que poco a poco se iban haciendo más rápidas.
De repente él salió de ella y se apartó poniéndose a su izquierda, la volteó poniéndola bocabajo. Separó sus piernas sujetándola por su rodillas y la agarró por las caderas levantándola un poco. Entonces volvió a penetrarla, esta vez con fuerza y comenzó a bombear con movimientos rápidos.
Ella no paraba de retorcerse y de gemir por el placer, y movía sus caderas al ritmo de él, acoplándose a sus movimientos.
De pronto el paró un momento y le susurró al oído...
Aún puedes salvarte, te he mirado, me he encarnado para ti, pero aún hay vuelta atrás, puedes romper tu pacto...
¡ No! No me importa nada, sólo quiero lo que llevo tanto deseando...
Él pasó su mano bajo el vientre de ella y levantó aún más sus caderas. Tras esto empezó a embestirla como un salvaje. Ella se movió un poco hasta conseguir ponerse a cuatro patas...
Él de rodillas tras de ella, llevó una mano hasta su clítoris y otra a un pezón, y comenzó a acariciarla enérgicamente para llevarla al orgasmo.
No tardó mucho en ocurrir y las convulsiones de la vagina de ella provocaron el orgasmo de él.
Cayeron el uno sobre el otro sobre el suelo, tratando de recuperar el aliento y poco a poco ella se fue quedando dormida...
Aquella mañana el párroco madrugó más de lo acostumbrado. No había parado de llover en toda la noche y sabía que la muchacha seguiría allí.
Abrió la puerta y se dirigió a donde pensaba encontrarla mirando el cuadro, como siempre...
La vio. Desnuda, tirada en el suelo bocabajo. Corrió hacia ella, pero según la tocó supo que era tarde, estaba fría y su corazón no latía.
En un primer momento no supo que hacer. No quería que la gente la viese así. Se giró buscando su vestido y entonces casi se querer su mirada se topó con el ángel del cuadro.
Su corazón se paró durante un segundo. La mirada del ángel ya no miraba a un sitio inconcreto, miraba directamente a la chica muerta tendida en el suelo...
El párroco pensó que debía estar volviéndose loco. Miró de nuevo a la joven y se fijó en la sonrisa que se dibujaba en sus labios. Era una sonrisa de felicidad, pero había algo casi diabólico en aquel gesto.
Volvió a dirigir la mirada al ángel. La imagen seguía mirando a la chica. No se lo había imaginado. El cuadro había cambiado.
En medio de aquélla la sonrisa de ella y de la mirada de él, comprendió que el alma de la chica se encontraba ahora con aquel con el que había hecho un pacto...
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