La mirada

Como volvía excitante la presencia del amigo de mi hijo.

Había prometido escribir para vosotros y no lo hice. No soy de fiar, porque luego me arrepiento y dejo las cosas a medias, pero hoy me apetece retomar los relatos y excitarme un rato con lo que os cuento, e imaginando, como os decía en otra historia, que se os pondrá dura al leerme. Ser la causa de vuestra excitación y deseo haciendo que sintáis como os crece entre las piernas.

Seguro que os gustaría conocer como llevaba meses vistiéndome para aquella mirada furtiva y adolescente que tanto me excitaba. Saberme observada me estimulaba desde el momento en el que organizaba las escenas  eligiendo ropa con que llamarla. Escotes abiertos y tejidos finos que apenas disimularan mis pezones, faldas rajadas y cortas que a la menor inclinación dejaran ver mis muslos redondos, todavía tersos, y lo que es mejor, la sensación que me procuraba ir sin bragas bajo el vestido excitando con la desnudez mi entrepierna, que resultaba como un reclamo oculto a que, en algún momento, se rompiera la diferencia entre el deseo y la realidad.

Cuando sonaba el timbre y aquella voz preguntaba por mi hijo, que de sobra sabia que aun no había vuelto –siempre se anticipaba más de tres cuartos de hora demostrando para que mirada me vestía- ya estaba caliente como una zorra desando ser cubierta. ¿Se atrevería el sinvergüenza a acosar a la mamita de su amigo, o, como imaginaba lo dejaría todo a la fantasía de la noche mientras se masturbara entre las sabanas? Me tenia desesperada y más caliente que la novia un fogonero, esperando que diera cauce al deseo que se adivinaba en sus ojos ¿Cuántas pajas se habría hecho fantaseando que la tenía entre mis tetas, y que sensación podría en ellas sentirlo convulsionar entre ambas mientras escupía, a chorritos, el rico semen de sus huevos? Después de meses estaba deseando que reaccionara a mi seducción.

(seguirá)