La MILF más Deseada [19].

Diana improvisa una salida nocturna junto a su hijo.

Capítulo 19.

—1—

Diana quería hacer algo especial, para celebrar que el negocio de las fotos porno marchaba de maravilla. Pero había otro motivo: estaba aburrida. Últimamente esto le pasaba con mucha frecuencia, porque más allá de las esporádicas sesiones de fotos, y algunos quehaceres domésticos, no tenía otra cosa a la que dedicar el tiempo.

Los videos que le dejó Eduardo, su difunto marido, le brindaron algo más en lo que mantener ocupada la cabeza; y el problema era justamente ese. Su mente se pasaba muchas horas encerrada dentro de esos pensamientos. Diana quería escapar de ellos, de alguna manera.

Explorando redes sociales y páginas de interés, su atención fue captada por un anuncio. “Espectacular fiesta, conmemorando nuestro treinta aniversario”. Era una discoteca muy conocida en una ciudad cercana a la de Diana. Ella misma la había frecuentado de joven, en numerosas ocasiones, y tal vez podría volver a hacerlo.

Recordó aquella vez en la que visitó esa misma discoteca con el Tano, en una noche en la que hizo muy cornudo a su marido, porque salió a bailar como si fuera soltera. Se puso un corto vestido lleno de brillantes plateados, que la hizo ver como una sirena recién salida del mar. Era tan cortito y la tanga se le veía apenas se agachaba un poco. A ella le generaba incomodidad vestirse de forma tan provocativa, pero lo hizo por insistencia del Tano… y quedó muy agradecida por haber accedido. Le fascinó la forma en la que todos los presentes le miraron el culo, muchos lo hicieron sin el menor atisbo de disimulo, incluso hubo varios que se animaron a meterle mano… y ella lo permitió. Incluso recordó, entre risas, que hubo al menos tres mujeres que le tocaron la concha esa noche. Diana no sentía ningún tipo de atracción sexual hacia las mujeres, pero le gustó que algunas lesbianas la elogiaran tanto. Lo mejor de la noche vino cerca del final, cuando el Tano se la llevó a un sector de “Reservados”, al que los dejaron entrar gracias a que ella era una de las mujeres más impactantes de toda la discoteca. Allí dentro el Tano empezó a manosearla de forma obscena, mientras le comía la boca. Diana se llenó de morbo al saber que otras personas estaban viendo cómo le metían los dedos en la concha.

La cosa no quedó ahí, el momento cumbre llegó cuando el Tano la hizo girar y, sin pedirle permiso, le metió toda la pija. Ella suspiró de placer y se sintió la rubia más puta de la discoteca. Le hubiera gustado gritarle a todos: “¡Y mi marido piensa que estoy en la casa de mis padres!”.

El morbo por ser cogida frente a tantos desconocidos, por un hombre que no era su marido, le dejó una marca indeleble en la psiquis. Hoy en día podía disfrutar de esa misma sensación al publicar fotos y videos porno en internet. Sin embargo nada le impedía recrear aquella experiencia que tuvo con el Tano.

Salió de su cuarto y fue en busca de Julián, quien había desmantelado una vieja cámara de fotos de su padre, e intentaba ensamblarla otra vez, solo por aburrimiento. Diana le mostró el anuncio y le dijo que ella quería asistir a esa fiesta, y él podría acompañarla.

—Pero, mamá… queda un poco lejos —dijo Julián—. Tenemos más de dos horas de viaje, solo de ida.

—Tan poco es tan lejos. Yo fui varias veces. Ya pensé en todo. Podemos quedarnos el fin de seman en un hotel. La fiesta es el sábado por la noche, si nosotros llegamos por la mañana, podemos almorzar en el hotel, descansar, y a la noche vamos a la disco. ¿Qué te parece?

—¿Nosotros dos? ¿Solos?

—Bueno, Julián… sé que salir a bailar con tu mamá puede ser una de las cosas más patéticas del mundo. Pero… nosotros ya tenemos una relación especial, somos muy... amigos. Eso no lo podés negar.

—Es cierto… además, vos no sos cualquier mamá.

—Gracias, supongo. Entonces, ¿qué decís? ¿querés pasar un fin de semana de joda con tu mamá? Sé que suena un poquito patético, pero…

—Sí, sí… quiero ir —dijo Julián.

No le entusiasmaba demasiado la idea, él nunca fue de bailar en discotecas; pero le aterraba quedarse todo el fin de semana encerrado en su casa, mientras su madre estaba en plena fiesta, quién sabe con cuántos tipos. No podría quedarse solo con esos pensamientos, lo carcomerían por dentro.

—¡Perfecto! —Exclamó la rubia, con alegría—. Ya mismo me pongo a preparar todo. Hay un lindo hotel que no es caro. Alguna vez me quedé ahí a pasar la noche, después de ir a la discoteca. Estamos ganando buena plata, podemos darnos ese lujo.

—Sí, eso es muy cierto. Los alemanes dijeron que van a pagar muy bien por el video que grabaste con… esos dos tipos.

—Sé que ese video no te entusiasma demasiado; pero yo la pasé genial, y además nos va a generar una buena ganancia.

Diana se fue y Julián permaneció sentado, lidiando con pequeñas tuercas y tornillos, intentando recordar dónde iba cada pieza. Se preguntó si su madre habría pasado la noche con algún amante, cuando se quedó en ese hotel. Conociéndola, lo más probable era que hubiera cogido muchas veces con el Tano, a la salida de esa discoteca. Pero ahora él sería quien la acompañaría.

—2—

La organización llevó menos tiempo del que Julián imaginó. Su madre tuvo todo listo en tiempo récord. Hasta consiguió una reserva en el hotel, y a buen precio. El viaje hasta allá fue tranquilo, y a Diana le encantó la habitación. Lo que sorprendió a Julián fue que había una sola cama, matrimonial.

—¿Por qué no hay dos camas? —Le preguntó a su madre.

—Porque nos sale mucho más barato con una cama. Además en el hotel no tienen porqué saber que sos mi hijo. ¿Me vas a decir que te da vergüenza dormir en la misma cama que yo? —Ella le agarró la verga por encima del pantalón—. Quien sabe… tal vez hasta me puedas arrimar un poquito…

A Julián se le cayó la mandíbula al piso, al escuchar estas declaraciones de su madre. La pija se le empezó a poner dura. De pronto la idea de viajar con su madre ya no le parecía nada tediosa. Su entusiasmo creció tanto que hasta le hizo ilusión el ir a la discoteca. Si Diana pretendía mantener el juego de que ellos no eran madre e hijo, la noche podría ser muy interesante.

Él se acostó en la cama, mirando el techo. Con fingido disimulo sacó su pija del pantalón y comenzó a masturbarse lentamente. Sabía que ésta era una jugada torpe y poco sutil, pero confiaba en que la relación con su madre ya hubiera llegado a otro nivel de confianza.

Diana estaba sacando las cosas de su bolso cuando notó que Julián estaba jugando con su verga. A ella se le mojó la concha de la misma forma en la que un perro comenzaba a salivar al ver un suculento plato de comida.

Se acercó a la cama, desde la parte de los pies, y trepó como si fuera una gata salvaje. Mostró sus dientes y atacó. Se lanzó directamente sobre la pija y se la metió en la boca. Le llenó de morbo estar chupándole la pija a su hijo sin que los dos hubieran dicho ni una sola palabra. Todo había quedado implícito. Julián quería que le comieran la verga y ella siempre estaba dispuesta a hacerlo.

Diana tenía puesto un vestido celeste que atrajo mucho la mirada de los empleados del hotel. Al gatear se le subió hasta la mitad de las nalgas, si hubiera alguien detrás de ella en ese momento, podría ver cómo la tanga era mordida por los labios de su concha. La parte de arriba del vestido se bajó cuando ella empezó a mover la cabeza para engullir y dejar salir esa gran verga. Julián la agarró de los pelos con una mano y acompañó el mecánico movimiento del pete.

Estaban pasándola de maravilla cuando alguien golpeó la puerta. Diana se detuvo, sin sacar la pija de su boca, luego siguió chupando. Golpearon otra vez, ella no hizo caso. Estaba concentrada en comerse esa verga y no quería dejar de hacerlo. Pero el golpeteo se volvió más insistente.

Enojada, se puso de pie y abrió la puerta. Era un flaco joven, lo reconoció de la mesa de entrada del hotel.

—¿Qué pasa? —Preguntó ella, con severidad.

El flaco se quedó pasmado al ver esa tremenda rubia toda despeinada, sus tetas estaban asomando más de lo que deberían, y hasta pudo verle un pezón. Bajó la mirada y se encontró con esa tanga… metida entre los labios de la concha, de forma obscena; pornográfica. Detrás de la rubia estaba la cama, y allí ese chico joven que la acompañaba. El flaco habría jurado que el pibe era el hijo, pero aparentemente no lo era, porque tenía la pija dura y, evidentemente, se estaban preparando para coger.

—Em… disculpe, señora —dijo el flaco, aterrorizado y confundido—. No era mi intención interrumpir nada…

—Bueno, pero estás interrumpiendo algo —dijo ella, con rabia—. ¿Qué querés?

—Es que… se olvidó la tarjeta de débito, en la recepción… y yo…

—Ah bueno —dijo ella, como si la situación no le importara lo más mínimo. Arrebató la tarjeta de la mano del flaco, que la miraba con los ojos abiertos como platos—. ¿Tenés uno de esos cartelitos de “No molestar”? Porque no quiero que me vuelvan a interrumpir cuando la estoy pasando bien.

—Eh… sí, sí… claro… ahí mismo hay uno, en la perilla del ropero.

Diana vio el cartoncito que colgaba de la puerta del ropero. Se acercó y se agachó un poco, lo suficiente como para que el flaco pudiera verle la vulva, esta vez desde atrás. El recepcionista se quedó paralizado y no pudo apartar los ojos de esa concha que parecía estar comiéndose toda la tanga. Cuando Diana volvió a mirarlo se dio cuenta de que el flaco tenía una erección. Se sintió orgullosa de sí misma.

—¿Necesitás algo más? —Preguntó la rubia. La situación empezó a divertirle.

—No, nada más. Si usted necesita algo, lo que sea, me puede avisar.

—De hecho… sí necesito algo —dijo ella, adoptando una pose sensual. El flaco tragó saliva—. ¿Podrías traerme un vino espumante bien frío? Y dos copas.

—Em sí… claro, ya mismo. —Sus ojos recorrieron cada centímetro de la anatomía de la rubia.

—¿No te ibas?

El flaco salió disparado como una flecha. Diana arrimó la puerta, sin cerrarla del todo, y colgó el cartel de “No molestar”, del lado de adentro de la habitación. Luego miró a su hijo y le guiñó un ojo.

—Cómo te gusta hacer sufrir a los hombres.

La sonrisa de Diana se volvió sádica.

Sin decir una palabra, se quitó la tanga y se acercó a Julián. Se puso en cuclillas sobre la verga y la orientó hacia su concha. Bajó lentamente, para disfrutar del proceso de dilatación. La penetración fue suave, pero muy morbosa. Al fin y al cabo esa era la pija de su hijo.  Ella empezó a menearse lentamente, Julián quedó fascinado por el talento que su madre tenía para coger. Él ya le había metido la pija anteriormente, pero lo había hecho con ella en una posición pasiva; sin embargo ahora era la rubia quien tenía control total de la situación.

Diana subió y bajó, permitiendo que su concha recorriera toda la extensión de la verga, siempre teniendo mucho cuidado de que ésta no se saliera. Su hijo le agarró las tetas y comenzó a masajearlas, como si fueran juguetes antiestrés.

La puerta se abrió lentamente y el mismo pibe entró con timidez, llevando una bandeja con una botella y un par de copas. Se quedó boquiabierto al ver a la rubia cabalgando esa pija, y ella, demostrando que le gustaba dar espectáculos, empezó a moverse más rápido. Sus nalgas se sacudieron chocaron una y otra vez contra los muslos de su hijo, mientras la pija se cubría con los jugos sexuales. El empleado, sospechando que no lo echarían, se tomó su tiempo para quitar el corcho de la botella, sin apartar ni por un segundo la mirada del inmenso culo de esa MILF que parecía ser experta en montar vergas.

Se quedó paralizado cuando la rubia lo miró directamente, con una sonrisa pícara en los labios. Ella levantó una ceja con sensualidad, y con un gesto de la cabeza señaló la entrepierna del flaco. Él miró hacia abajo y descubrió que tenía una potente erección. Se puso rojo e intentó disimularla encorvándose un poco. Diana cerró los ojos y empezó a gemir, como una actriz porno, sin dejar de saltar sobre la verga de su hijo. Julián, lleno de orgullo por ser visto cogiendo con una rubia tan espectacular, empezó a acompañarla con movimientos de la cadera, provocando que la pija se le metiera toda aún más rápido.

—¿Te vas a quedar ahí mirando todo el día?

Al empleado del hotel casi se le cae la cara de vergüenza, la rubia lo miraba fijamente; él quería decirle que no era su intención molestar, que ya se iba… pero la lengua se le había hecho un nudo. Dejó la botella sobre una mesita y salió de la habitación, pálido, como si hubiera visto un fantasma.

—Cómo te gusta hacer sufrir a los hombres —dijo Julián, mientras amasaba las grandes tetas de su madre.

—Él se lo buscó, por mirar tanto.

Diana se apartó de su hijo, él creyó que el espectáculo ya había terminado, ahora que el pibe se había marchado. Pero la rubia solo quería refrescarse la garganta. Sirvió un poco de vino en una copa y regresó a la cama. Tomó un buen sorbo y volvió a sentarse sobre la pija erecta de Julián.

—Esto sí que es vida —dijo ella, soltando un gemido cuando la penetración fue total.

Julián tomó un sorbo de la copa que le ofrecía su madre, y se relajó, para disfrutar el resto del show. No podía creer que ahora su madre se tomara con tanta naturalidad esto de coger con su propio hijo; pero no sería él quien le hiciera notar que lo que hacían estaba mal. Prefería seguir disfrutando de este nuevo nivel de confianza que habían alcanzado.

—3—

La discoteca estaba tan llena que se vieron obligados a esperar durante media hora para poder entrar. A Julián le dio la impresión de que a él lo dejaron pasar antes, por lo llamativa que era la rubia que lo acompañaba. Diana estaba espléndida, tenía puesto un vestido blanco muy ceñido al cuerpo, tacos altos y medias de encaje, con portaligas. Esto le daba una apariencia casi pornográfica, especialmente teniendo en cuenta lo poco que le cubría el vestido. Bastaba con que ella se agachara un poco para mostrar la diminuta tanga negra, haciendo juego con las medias. La parte de arriba le llegaba hasta el cuello, pero en la zona del pecho el vestido se abría con la forma de un diamante, mostrando la cara interna de esas grandes tetas, casi hasta los pezones. Ella tenía el pelo suelto, formando prolijas hondas. Había pasado toda la tarde en una peluquería cercana, mientras Julián se aburría en la habitación del hotel.

Él estaba contento de poder salir a divertirse con su madre, pero sabía que más pronto que tarde ocurriría lo que tanto temía: algún tipo se fijaría en ella.

No fue solo uno, prácticamente todos siguieron con la mirada a Diana, mientras ella caminaba como si fuera la dueña del lugar; los dejó embobados. Incluso a las mujeres les costó mucho apartar la vista de ese gran culo que se meneaba con cada paso de la rubia.

Esto generó sentimientos encontrados en Julián. Por un lado le molestaba que tantos tipos se fijaran tan descaradamente en su madre, como si ella fuera un objeto sexual; pero por otra parte, él era quien caminaba junto a esa rubia, tomándola de la mano. Muchas de las miradas dirigidas a él fueron de pura envidia, y ésto infló su autoestima.

Allí nadie sabía que eran madre e hijo. Lo primero que pensaría cualquiera al verlos sería que a la veterana le gustaban los pendejos. No sería la primera cuarentona en entrar a una discoteca a buscar pendejos de veinte para pasar la noche. Especialmente si tenía un cuerpo tan despampanante como el de esa rubia.

Pidieron algo para tomar, Julián empezó con algo suave, como una cerveza; pero Diana prefirió un trago más fuerte, con un nombre muy peculiar: Sex on the Beach.

El chico supo que su madre eligió ese trago en honor a las veces que se la habían cogido en la playa. Probablemente el Tano lo había hecho muchas más veces de lo que ella había contado… y tal vez los amigos del Tano también. Ya podía imaginar a su madre, con las tetas meneándose como las olas, en cuatro patas sobre la arena, y un tipo empujándole toda la verga desde atrás, mientras ella suplicaba por más… y que estos hombres se turnaban para cogerla, mientras tomaban cervezas frías.

Julián supo que si seguía añadiendo detalles a esa imagen mental se volvería loco. Aún le costaba ver a su madre como “la puta del barrio”; pero lo era… definitivamente. Por más que la idea no le gustara, era una realidad.

Se esforzó por apartar esas imágenes de su mente, la tarea no fue fácil, ya que tenía a su madre tan cerca… con tantos ojos posados sobre ella, que se preguntó si aquella noche la rubia no terminaría en esa misma posición, con alguien cogiéndosela. Esperaba que ese alguien fuera él.

Mientras tomaba su trago, Diana meneaba las caderas al ritmo de la música. Los ojos de los presentes seguían pegados a esas grandes nalgas embutidas en el vestido blanco. Julián notó cierto atisbo de envidia en más de una de las mujeres presentes, especialmente en las más jóvenes. Vio a dos chicas, que eran bonitas de cara, pero muy delgadas como para competir con Diana; hablaban entre ellas mirando a la rubia con desprecio. Julián podía imaginar que estarían diciendo cosas como “¿Quién dejó entrar a esa puta barata?”, “Esta mina seguramente está buscando clientes para que se la cojan en un telo”. A él no le molestó que esas chicas estuvieran hablando mal de su madre, que sin duda lo hacían; lo que a Julián le molestó fue que ninguna de las dos se estaba fijando en él. Nunca fue bueno para comunicarse con mujeres, tuvo alguna noviecita esporádica con la que pudo debutar; pero sus experiencias sexuales reales llegaron… con su propia madre. Se sintió un perdedor, hasta que…

Ahora sí tenía todas las miradas sobre él. Se puso rojo y quiso salir corriendo de la discoteca y esconderse en un rincón oscuro. Diana le agarró el paquete, sin ningún tipo de disimulo. Ella se acercó, meneándose con sensualidad, y le dio un suave beso en la comisura de los labios. A Julián se le empezó a poner dura la verga. Buscó con la mirada a las dos chicas lindas, ellas estaban tan sorprendidas como él, y el rubor de sus mejillas las hacía ver muy bonitas. La situación era muy extraña, como si su madre le hubiera leído el pensamiento. “¿Querías atención? Ahora la tenés”. Julián era la envidia de todos los hombres (y de varias mujeres). Eso lo hizo sentir mejor. Su ego siguió elevándose, como cuando entró a la discoteca de la mano de esa impresionante rubia. Supuso que así se habría sentido su padre cada vez que entraba a algún lugar concurrido con Diana. Puede que más de uno pensara: “Ese tipo debe ser súper cornudo”, y tendrían razón. Probablemente los presentes de la discoteca estarían pensando que Julián no era más que la aventura de Diana por esa noche, y que luego ella lo descartaría, como a un preservativo usado. Pero era mejor sentirse así, antes que ser un perdedor. Al menos podía mantener la frente en alto porque él, a diferencia de los demás, sí había conseguido meterle la pija a Diana.

Sin embargo Julián sabía que sus aires de grandeza no durarían mucho tiempo. Apenas unos minutos después de esa escena los hombres empezaron a acercarse a Diana, con mayor o menor disimulo. Algunos fueron bastante torpes y entendieron que no tenían ni la más mínima oportunidad con esa mujer. Se retiraron cabizbajos, aceptando la derrota. Pero hubo otros que se desempeñaron mejor y Julián llegó a pensar que su madre lo abandonaría en mitad de la noche para ir a divertirse con alguno de ellos.

Lo que Julián no sabía era que Diana estaba cazando hombres, atrayendolos con sus voluptuosos encantos femeninos, como si fuera el néctar de una flor para las abejas. Ella no se conformaría con cualquiera, teniendo un menú tan amplio disponible. Estaba a la espera de aquel ejemplar masculino que cumpliera con todas sus expectativas.

Supo que había encontrado una presa perfecta cuando se les acercó un flaco que debía tener más o menos la edad de Julián. Diana lo encontró atractivo, le gustaba la forma en que tenía cortado el pelo, rapado a los lados y algunos pirinchos sobresaliendo de la cima de su cabeza, esto, sumado a una barba de unos días, le daba un aspecto sexy, según los criterios de la rubia. El flaco se acercó a ella y le preguntó si le podía invitar un trago, algo que ya habían intentado algunos de los que se acercaron antes, la diferencia es que esta vez Diana aceptó. Pidió otro Sex on the Beach, y esta vez no tuvo que pagarlo. Charló con el chico y le explicó que Julián era “un buen amigo”. Esto envalentonó al flaco, él se animó a hablarle a semejante rubia solo porque no pudo resistirse a sus encantos; pero pensó que si ella ya tenía pareja para esa noche, lo ignoraría por completo. Al menos ella aceptó su trago, era más lejos de lo que habían llegado los anteriores pretendientes.

—Nunca te había visto por acá —dijo el flaco, hablando al oído de Diana, mirando su gran escote sin ningún tipo de disimulo.

Diana jugaba con el sorbete del trago de forma sensual, sonrió con lujuria y dijo:

—Antes venía de vez en cuando; pero eso fue hace muchos años, vos ni siquiera tenías edad para entrar a este lugar. Me gusta este lugar, se la pasa lindo… y siempre encuentro lo que vengo a buscar.

—¿Y esta vez ya lo encontraste?

—No sé… tal vez…  habría que probar algo.

El flaco estuvo a punto de preguntar “¿Qué cosa?” cuando sintió una mano aferrándose a su paquete. Como él estaba tan cerca de la rubia, y había bastante gente alrededor, nadie notaría esa impertinencia. Él no perdió el tiempo, reaccionó casi de forma automática, pensando: “Si ella me toca, yo también puedo tocar”. Deslizó su mano debajo del vestido de Diana, acarició una de esas redondas nalgas y buscó a tientas la concha. La encontró, prisionera de una pequeña tanga, que pedía a gritos que la sacaran. Recorrió los bordes de esos gajos vaginales, mientras Diana le tanteaba el bulto. Sabía que la muy puta estaba midiendo su tamaño; él no tenía que preocuparse por eso, estaba seguro de que pasaría la prueba.

—Creo que sí encontré lo que vine a buscar —respondió ella, con el corazón acelerado.

Le encantaba tener el control de la situación, pero aún sentía un poco de vergüenza al comportarse de esa forma. Eso era algo positivo, esa pequeña vergüenza, que nunca podría quitarse, hacía que cada nueva osadía sexual fuera más interesante.

—Definitivamente yo sí encontré lo que vine a buscar —respondió el flaco, que ya estaba corriendo la tanga para explorar mejor la anatomía de esa rubia.

—¡Chist! —Exclamó ella, apartando la mano del flaco—. Todo a su debido tiempo.

Él sonrió, no se molestó en absoluto porque entendió que todo era parte del juego de esa veterana calienta pijas; ya tendría tiempo para llegar más lejos.

Durante los siguientes minutos la rubia bailó y siguió tomando su trago, permitiendo ocasionalmente que Julián o el flaco la arrimaran un poco por detrás. El Sex on the Beach duró menos de lo esperado, y fue a pedir otro. Cuando el barman la atendió le preguntó si aún existían los “Reservados”, unos cubículos que Diana conocía muy bien de sus anteriores visitas a la discoteca. Para su alegría, los reservardos aún estaban vigentes, y eran mejores que nunca… según las palabras del barman. Al tipo que le vendió el trago le hubiera gustado ofrecerse como voluntario para mostrarle alguno de esos cubículos, y algo más; pero no podía dejar su puesto de trabajo. Se limitó a decirle a la rubia que esperaba verla seguido en la discoteca.

—Este lugar me encanta, lo dejaron muy lindo… pienso volver —dijo Diana, guiñándole un ojo. El barman le pareció suficientemente atractivo como para una aventura de una noche. Tal vez, si cumplía su promesa de volver, se divertiría con él.

Ella regresó al lugar en el que su hijo y el desconocido la esperaban. Por fortuna, para Julián, no demoró tanto.

—Vengan, chicos. Tengo una sorpresa para ustedes.

—¿Suele dar buenas sorpresas? —Le preguntó el flaco a Julián.

—Se… a mí me dio unas cuantas muy buenas.

“Y otras no tantas”, pensó; pero no quería arruinar el momento con lamentos. Sabía que se venía algo muy bueno y lo mejor era dejarse llevar y disfrutar tanto como fuera posible.

Julián y Diana entraron a uno de los sitios reservados, seguidos por el flaco. Se trataba de un pequeño cubículo con un sillón en forma de herradura y una pequeña mesa. Apoyaron allí sus bebidas y la rubia se puso a bailar de inmediato. Allí dentro la música sonaba tan fuerte como afuera, gracias a un parlante ubicado en la pared.

—¿Y cómo te llamás? —Le preguntó Diana al pibe que no dejaba de mirarla con ojos de huevos fritos.

—Sebastián —respondió, casi tartamudeando.

Diana supuso que ese pibe estaba acostumbrado a tratar con mujeres inexpertas que sucumbieran a sus encantos físicos. Sin embargo ella lo había dado vuelta como una media. Sebastián la miraba como si Diana fuera una diosa olímpica.

La mujer se acercó más a él y empezó a menear su pubis contra el bulto del flaco, como diciéndole: “Sé lo que estás pensando, y no me molesta”. Con una sonrisa le hizo una seña a su hijo para que se le acercara. A Julián le agradó que no lo dejaran fuera de la diversión. Arrimó a su madre y en cuanto su paquete hizo contacto con esas gloriosas nalgas, se le empezó a parar.

La rubia siguió meneándose al ritmo de la música, provocando que a los dos se les pusiera la pija dura. Cuando sintió esos dos bultos bien erectos, empezó a tocarlos con las manos. Sebastián casi se muere de un infarto. A Diana le divertía ver la cara que ponía el flaco, seguramente él estaba acostumbrado a charlar durante unas cuantas horas antes de poder convencer a una linda chica que le agarrara el paquete. Pero Diana no era así, a ella le gustaba tener el control… incluso estando en una posición de sumisa. Estaba prisionera de esos dos machos en celo, pero se sentía en completa libertad.

—¡Tu novia es una bomba! —le dijo Sebastián a Julián.

—Sí, lo sé… y tenés que ver cómo le gusta chupar pijas.

Diana soltó una carcajada. Le sorprendió que su hijo se animara a decir eso frente al flaco, porque era casi una invitación. Ella pensó que tal vez Julián ya estaba superando su etapa “posesiva”; sin embargo él dijo eso porque ya no daba más de la calentura. La verga le dolía dentro del pantalón y deseaba sentir la tibieza de la boca de su madre. Si eso significaba que debía compartirla, entonces que así sea.

La veterana aceptó la invitación, meneando las caderas sensualmente se fue agachando frente a los dos jóvenes. Ellos la miraban hipnotizados, como si Diana fuera una cobra. Ella se encargó de liberar la verga del flaco, ya había tanteado antes el bulto y sabía que se encontraría con algo de buen tamaño, y le alegró no estar equivocada. La pija ya estaba completamente erecta. Lo masturbó un rato mientras admiraba cómo Julián también sacaba su verga. A Diana le gustaba que los hombres le ofrecieran su miembro viril, y la volvía loca que eso lo hiciera su propio hijo; por eso ésta fue la primera verga que se llevó a la boca.

El flaco, que nunca había estado tan cerca de una mujer tan fogosa, se quedó con los ojos como platos cuando vio que ella era capaz de tragar esa enorme pija casi completa. Luego Diana se lo confirmó, haciendo lo mismo con la suya. Así fue que la rubia empezó a comer pija a dos manos, dedicando apenas unos segundos a cada una. Ella estaba feliz y sumamente excitada, había hecho el viaje para poder disfrutar de este momento. La fantasía de chuparle la verga a su hijo frente a otra persona la venía persiguiendo por las noches. Ahora era una realidad. Ese flaco no sabía que Julián era el hijo de Diana, así como tampoco lo sabía el empleado del hotel que los vio cogiendo; pero eso no importaba. La fantasía se cumplía.

Diana se preguntó si algún día ese flaco encontraría fotos de ella en internet. Seguramente se llevaría una gran sorpresa al enterarse que una actriz porno le hizo un pete en una discoteca. Eso a ella le daba más morbo, la idea de sentirse actriz porno le calentaba cada vez más. Adoraba ser el foco de deseo de tantos hombres.

Cuando Diana se centró en la verga de su hijo por más tiempo del que venía estableciendo, el flaco aprovechó el momento para dar el siguiente paso. Tomó a la rubia por la cintura y le hizo levantar la cola, hasta que la tuvo justo delante de su verga. Diana quedó doblada como una “L”, con la verga de su hijo en la boca y la otra amenazando con colarse dentro de su concha. El flaco le levantó el vestido e hizo a un lado la tanga. Se quedó maravillado al ver esos lampiños labios, chorreando jugos vaginales. Apuntó con su miembro y la clavó.

Diana no pudo gemir, porque tenía la verga de Julián casi hasta el fondo de la garganta. Necesitaba una buena pija en la concha, y ya le estaban dando el gusto. Con cada embestida que le daba el flaco, ella volvía a tragar la verga de su hijo. Este ritmo le encantaba, le traía muy gratos recuerdos, de pasar mañanas enteras cogiendo con el Tano y alguno de sus amigos, recibiendo dos pijas a la vez.

Julián sabía que ese desconocido se estaba garchando a su madre; pero esta vez no le importó. Al contrario, le calentó la idea de que ella estuviera cogiendo con alguien más, y que él  no se quedara afuera del asunto. Esto no era como aquella vez que Diana había cogido con el modelo, Lautaro. Ahora Julián podía participar y meterle la pija en la boca… seguramente después iría por más.

Diana mantuvo las piernas lo más estiradas y separadas posible, para facilitar la penetración. El flaco no parecía tener mucha experiencia y un par de veces la verga se salió, esto irritó un poco a la rubia; ella quería disfrutar de una buena cogida sin interrupciones. Sin embargo cuando el flaco agarró ritmo, la cosa mejoró bastante. Al estar bien equipado, ella podía sentir muy bien cómo su concha se dilataba. Jugó con el glande de su hijo, usando la lengua, y luego tragó la verga otra vez.

No quería que el flaco acabara tan rápido, y si seguía cogiéndola como un conejo, no duraría ni cinco minutos más. Por eso Diana se apartó e invirtió su posición. Mantuvo la misma pose, en forma de “L” y le ofreció la concha a Julián. Agarró la verga del flaco y empezó a lamerla lentamente, procurando evitar los puntos más sensibles; quería que él bajara un poco la intensidad de su calentura. En Julián podía confiar un poco más, ya que lo había entrenado con muchas chupadas de pija; sin embargo temía que al chico lo traicionara el morbo de estar cogiéndose a su propia madre.

Al menos él pudo hacerlo mejor que el flaco, la verga de Julián no abandonó ese orificio desde que entró, se encajó ahí a la perfección y se deslizó con una furia bestial que Diana adoró. Por un momento la rubia se olvidó del flaco que estaba delante de ella, aunque seguía lamiéndole el pene. Toda su atención fue acaparada por su hijo y esa maravillosa cogida que le estaba dando. Diana sabía que Julián intentaba competir con el flaco, demostrar que él era capaz de brindarle más placer, y lo estaba haciendo muy bien. Para ella la verga que tenía en la boca no era más que eso, una verga. La chupó mecánicamente, el flaco estaba allí solo para alimentar su fantasía, no necesitaba saber más de él, ni le importaba. Sin embargo sabía muy bien que el flaco no se conformaría con una mera chupada, después de haber probado esa concha.

Después de disfrutar de las penetraciones de Julián durante unos minutos, Diana volvió a la rutina del baile erótico, solo que esta vez lo hizo con el vestido levantado hasta el ombligo, mostrando toda la concha. Frotó sus nalgas contra el pene erecto de su hijo, luego dio media vuelta e hizo lo mismo con el del flaco. Este último intentó penetrarla, pero ella no se lo permitió. Se agachó lentamente, al ritmo de la música, y cuando volvió a erguirse, puso su cola contra la verga de Julián, otra vez. Repitió esta acción varias veces, levantando la temperatura de los dos hombres. Ellos aprovechaban cada momento para apretarle las tetas, el culo o meterle algún dedo en la concha.

Diana abrazó a su hijo y bailó muy cerca de él, cuando Julián vio esos grandes ojos azules tan cerca sintió un impulso que llevaba tiempo reprimiendo, pero esta vez no pudo aguantar más. Sujetó a su madre desde la nuca y la besó en la boca. Ella no ofreció ningún tipo de resistencia, dejó que su hijo le metiera la lengua mientras ella se frotaba la cabeza de la pija en el clítoris. El beso duró varios minutos, más de los que Julián hubiera creído, y se detuvo solo porque su madre tenía algo que decirle:

—Me voy a dar vuelta, porque este flaco me quiere meter la pija en el orto.

La rubia llevaba unos cuantos segundos soportando los inútiles intentos del flaco por meter toda su verga en el agujero de ese enorme culo. Ella no podía culparlo, si fuera hombre y estuviera en esa misma situación, también hubiera intentado meter la verga por allí.

Julián tomó a su madre de la cintura y se la llevó con él hasta el sillón en forma de herradura. Se sentó e hizo que ella se sentara arriba de su verga… bueno, casi; porque en realidad no la penetró. El que sí aprovechó la situación fue el flaco, tenía a Diana de frente, con las piernas bien abiertas. Tuvo que agacharse un poco, pero logró posicionarse frente a la rubia, orientó su verga a la concha y la clavó. A Diana le encantó volver a sentir un miembro viril dentro de ella, cerró los ojos y disfrutó. Julián la sostenía desde la cintura, para que todo su peso no le cayera sobre la verga. Algo muy interesante estaba ocurriendo entre las nalgas de Diana. La verga de su hijo estaba bien encajada en el agujero del culo, ella pudo sentir un leve ardor y fue consciente de lo que iba a ocurrir en cualquier momento. En otra oportunidad no le hubiera permitido a su hijo tomarse semejante atrevimiento; pero ahora estaba tan caliente que no le importó, al contrario, ella colaboró con la tarea. Empezó a subir y bajar, provocando que la verga fuera dilatándole el culo. Julián no lo podía creer, su madre le había dicho más de una vez que nunca había practicado sexo anal, y ahora parecía dispuesta a darle a él el privilegio de estrenar ese deseado agujero.

Las fuertes embestidas que el flaco le estaba dando a la rubia facilitaban la tarea de Julián. Su madre caía sobre él con todo el peso de su cuerpo, sumado a la presión que ejercía su amante anónimo, y la pija de Julián se iba enterrando cada vez más en ese culo.

—¡Ay, sí… sí! ¡Partime al medio!

Julián quería creer que las palabras de su madre iban dirigidas a él, y aunque no lo fueran, igual le servían de incentivo. Comenzó a presionar hacia adentro hasta que, por fin, su verga logró encontrar el camino. Se deslizó hasta el fondo del culo de Diana y ella soltó un grito, que era una mezcla de placer y dolor. Allí fue cuando la rubia perdió toda la compostura y empezó a moverse como una posesa, provocando que las dos vergas entraran y salieran de sus respectivos agujeros. Emitió bufidos y resoplidos, doblando un brazo hacia atrás logró aferrarse a la nunca de su hijo, ésto le dio un mejor punto de apoyo, que le permitió moverse más rápido. Julián estaba sorprendido de que su madre fuera capaz de soportar tanto castigo, pero sabía que ella era una puta amante de la verga, debía estar pasándola realmente bien teniendo una en cada agujero. Él le había desvirgado el culo, esto le daba tanto morbo que tenía que luchar contra su propia calentura. Podía llenarle el orto de leche, pero era demasiado pronto. Se dijo a sí mismo que Diana se merecía disfrutar más durante su primera doble penetración.

Lamentablemente esto no lo pudo cumplir del todo,  y no fue por culpa de él… sino del flaco. Él acabó, en espasmos epilépticos. Le llenó la concha de semen a la rubia y ella lo miró con los ojos inyectados de odio. No quería que el trío se terminara tan rápido… pero ya era tarde, no podía hacer nada. El pene del flaco escupió hasta la última gota.

Cuando estuvo saciado, él se retiró, admirando cómo la concha de Diana chorreaba leche. Se sintió algo avergonzado, por no haber aguantado más tiempo… ¿pero quién podría, con semejante rubia?

Él intentó disculparse, pero cayó en la cuenta de que esto era una aventura de una sola noche, no tenía ni la más mínima chance de que Diana lo volviera a invitar a coger. Por eso se ahorró la vergüenza, dio media vuelta y salió del cubículo, guardando la verga en el pantalón.

—¡Pajero! —Gritó Diana, a todo pulmón.

Estaba realmente enojada, ese flaco había arruinado el momento más morboso de su vida… compartir un trío con su propio hijo. El sueño de toda madre… al menos de toda madre que fuera una puta morbosa, igual que ella.

—No te preocupes —dijo Julián, aprovechando la situación—. Yo todavía tengo energía para rato.

Estas palabras dibujaron una leve sonrisa en la cara de Diana. Ella se puso de pie y dejó que los restos de semen chorrearan fuera de su concha.

—Mejor pongámonos más cómodos. —Ella se puso en cuatro sobre el sillón y se separó las nalgas con ambas manos—. Metemela bien fuerte por el orto.

—Me sorprende ver que estás aceptando esto tan bien.

—¡Ay, Julián! Nosotros dos hace rato que ya rompimos todos los límites. Creo que es hora de dejar de darle vueltas al asunto. Vos estás re caliente conmigo… y a mí me llena de morbo que me cojas. Es la pura verdad, ya somos adultos y sabemos lo que estamos haciendo. ¿A vos te gusta garcharte a tu mamá? Bueno, vení… garchame el orto… y hacelo bien.

Julián quedó estupefacto con el pequeño discurso de su madre. Cuando él le dijo que le sorprendía que esté aceptando todo tan bien, se refería al sexo anal, no al acto de incesto en el que estaban involucrados. Sin embargo las palabras de Diana le iluminaron el alma, ahora sabía, sin lugar a dudas, que habían llegado a un punto de no retorno. Todo el asunto ya había sido aclarado: iban a coger juntos, y seguramente lo volverían a hacer, muchas veces.

Lleno de algarabía Julián apuntó la verga directamente al culo de su madre, el agujero estaba bastante abierto, por lo que no tuvo piedad de ella. La clavó con furia, para demostrarle lo que era capaz de hacer. La agarró de los pelos y empezó a enterrarle la pija una y otra vez, mientras ella gemía sin parar. Por suerte la música sonaba muy fuerte, incluso dentro del cubículo, de lo contrario todos en la discoteca se enterarían de que estaban cogiendo.

Quería dejar claro que tenía más aguante que el flaco que se había ido, y creyó haberlo conseguido, porque estuvo dándole por el culo a su madre durante varios minutos. Pero ella se movía demasiado bien, acompañando las penetraciones con ágiles contoneos de la cadera, que hacían bailar su culo. Esto fue demasiado para Julián, aguantó hasta donde pudo…

Eso sí, al menos se dio el gusto de dejar la pija bien enterrada en ese culo, mientras todo su semen lo inundaba. Él quería ser el primer hombre que dijera: “Yo le llené el orto de leche a esa puta”.

—4—

Cuando volvieron al hotel se encontraron con que el empleado que les llevó la botella de vino estaba hablando con el recepcionista. Su turno debía haber comenzado recién. Ambos se quedaron atónitos al ver a la rubia entrar, caminando tomada del brazo de su hijo. Sus grandes tetas rebotaban con cada paso que daban sus tacos.

Julián pidió la llave del cuarto y el recepcionista se la alcanzó a Diana, ella estaba algo borracha y cuando intentó sujetarla, se le cayó al piso. Se inclinó hacia adelante, dándole la espalda a los tipos que estaban detrás del mostrador, el vestido blanco se le subió lo suficiente como para mostrarles que no tenía ropa interior. Los dos empleados del hotel se quedaron atónitos, mirando esos gajos vaginales. Ella se enderezó tanto como su estado de embriaguez se lo permitió, y empezó a caminar hacia el ascensor. Julián la acompañó y escuchó que el flaco de la botella de vino le decía:

—Los ayudo.

No era necesario, pero igual se sumó a ellos, dentro del ascensor. Mientras subían Diana decidió que aún no quería terminar su noche, todavía podía seguir disfrutando. Se arrodilló frente a Julián y, sin ningún tipo de preámbulo, sacó la verga del pantalón y empezó a chuparla. El empleado ya había visto a la rubia comiendo pija, pero aún así seguía siendo una imagen sumamente impactante. Él se había lamentado todo el día por no haber intentado algo con la rubia cuando entró con la botella de vino… ¡Ella estaba cogiendo, sin ningún tipo de escrúpulos, y él no hizo nada! No permitiría que esta vez le ocurriera lo mismo. Juntó coraje y liberó su verga del pantalón, mostrándole a la rubia que él también podía brindarle un buen pedazo de carne con el cual divertirse.

Diana se sacó la verga de su hijo de la boca y sonrió al ver la ofrenda del empleado. Aún no estaba dura, pero ella se encargaría de solucionar eso. Se la llevó a la boca con tanta celeridad que el empleado estuvo a punto de soltar un grito de júbilo. Cuando sintió la experta lengua de la rubia jugando con su glande, casi acaba. Todo su cuerpo se dobló y le llevó unos segundos recuperarse. Su verga estaba hipersensible y esa mujer realmente sabía lo que hacía.

El viaje en ascensor no duró demasiado. Julián ayudó a su madre a ponerse de pie y juntos avanzaron por el pasillo, directamente hacia la habitación. Por suerte no había nadie allí, de lo contrario los dos hombres hubieran tenido que explicar por qué andaban con la verga dura, fuera del pantalón. El empleado del hotel se encargó de abrir la puerta, y los tres entraron.

Diana demostró que no estaba tan mal como aparentaba cuando ella misma se despojó del vestido, sin ayuda de nadie. Lo sacó por encima de su cabeza y el momento en que sus grandes tetas se liberaron de la presión fue magistral. Sus pechos rebotaron como pelotas y Julián se apresuró a agarrar uno. Lo masajeó unos segundos, mientras su madre lo pajeaba lentamente.

—Qué bueno que todavía la tengas dura —dijo ella, con la voz un tanto adormilada por el alcohol—. Quiero pija… toda la noche.

El empleado los miró atónitos, sabía que esas palabras también estaban dirigidas a él, pero no se animaba a tirarse encima de la rubia y cogerla bestialmente, como tanto ansiaba. Por suerte Julián ya estaba más habituado a tratar con esa mujer. La llevó de la mano hasta la cama, él se acostó boca arriba y señaló la punta de su verga. Diana se trepó al colchón, gateando como una hembra en celo. Dio una rápida lamida al glande y luego tragó tanta verga como le fue posible.

“Esta es mi oportunidad”, pensó el empleado. No la desaprovecharía. No, por nada del mundo volvería a su casa a hacerse una paja pensando en la rubia, no sin antes haberle metido toda la pija.

Se colocó detrás de Diana, quien ya ofrecía toda su concha, en una clara posición de perrito. Él la tomó por la cintura y le enterró toda la verga. Se sintió incluso mejor de lo que había imaginado, metérsela a una mujer tan espectacular era lo mejor que le podía pasar en la vida.

Diana volvió a disfrutar de tener una pija en la concha y otra en la boca, le fascinaba tener algo bien grande y duro para entretener la boca mientras la cogían. El Tano se había encargado de sacarle todos los prejuicios que una mujer puede tener a la hora de participar en un trío. Ella había sido sometida tantas veces de esa forma que lo tomaba como una práctica sexual normal… pero no menos excitante, al fin y al cabo se la estaban cogiendo entre dos.

Ella dejó que el pibe se entretuviera un rato con su concha; cuando decidió que ya había sido suficiente, pidió lo que realmente estaba buscando.

—Metemela por el orto —dijo la rubia, con firmeza.

—¿Eh? —el pobre pibe estaba desorientado, su cerebro sólo podía pensar en cogerse a esa veterana puta… y ahora ella acabada de pedirle algo con lo que solo había soñado en sus fantasías más morbosas.

—Sí, lo que escuchaste… meteme la verga por el orto.

A Julián lo llenó de morbo escuchar a su madre decir eso, al fin y al cabo él había sido el primero en metérsela por el culo, si ella pedía más era porque la experiencia le había gustado.

El empleado había escuchado historias algo exageradas de algunos de sus compañeros que afirmaban haberse acostado con alguna inquilina del hotel. Si llegaba a contarle a alguien que esta rubia monumental le entregó el orto, nadie le creería. Nadie.

Sin embargo era una oportunidad inmejorable, no podía desperdiciarla, la muy puta estaba entregada y él le daría justo lo que pedía. El pibe agarró su verga y apuntó al culo, encajó el glande y se preparó para entrar lentamente; pero Diana volvió a tomarlo por sorpresa. Ella retrocedió con fuerza, provocando que toda la pija se le enterrara en el orto.

—¡Ay, sí! —Exclamó ella, tan fuerte que seguramente despertó a más de uno—. ¡Cómo me gusta que me rompan el orto! ¡Metemela toda!

Julián forzó a su madre, tomándola de la cabeza, y prácticamente la obligó a tragarse la verga. No quería que alguien viniera a quejarse por los ruidos e interrumpiera un momento tan excitante. El empleado del hotel, con la sangre más caliente que nunca, empezó a darle fuertes embestidas a la rubia, como si dentro de él se hubiera activado un potente motor. Se movía a un ritmo rápido y constante, admirando maravillado como su verga se enterraba en ese agujero y emergía, con total facilidad. Se dio cuenta de que a la rubia le habían metido la verga por el orto apenas unos minutos atrás, de lo contrario no lo tendría tan dilatado. Al menos eso creía él; porque era la primera vez que una mujer le permitía meterla por atrás.

Diana comenzó a experimentar el tan ansiado desahogo sexual que no pudo obtener en la discoteca. Su cuerpo pedía a gritos que la cogieran fuerte y ese pibe de verdad se estaba esmerando. No estaba tan bien equipado como Julián, pero sí tenía la misma energía que su hijo. A ella le fascinaba coger con desconocidos, a pesar de que se sentía un tanto humillada al hacerlo. Aunque disfrutaba de esa sensación, cuando se mezclaba con el morbo erótico. Tal vez eso mismo le había ocurrido a su marido, cuando se calentaba al saber que ella le metía los cuernos.

A Diana le gustaba ser poseída por hombres a los que luego no tendría que volver a ver, a los que no debía darles explicaciones de por qué era tan puta, y por qué se entregaba tan fácil. Se limitó a gozar con las penetraciones anales, mientras devoraba el pene de su hijo.

Estaba borracha y ésto le hizo perder la noción del tiempo, sin embargo fue capaz de llegar a un potente orgasmo, cuando la verga aún entraba y salía de su culo. Julián le acabó en la boca y ella tragó todo el semen, como una buena petera experta.

Quedó saciada, física y emocionalmente. El cansancio empezó a traicionarla, pero antes de caer rendida pudo sentir el semen del pibe inundando su orificio trasero. Era el tercer hombre que hacía acabar en el transcurso de la noche, y eso la hizo sentir realizada.

El empleado del hotel abandonó la habitación, ya no tenía nada que hacer allí. Dio un último vistazo a esa monumental rubia, la llevaría toda la vida en su memoria.

Diana apoyó la cabeza sobre la almohada y el sueño la fue abrazando de a poco. Estaba feliz, el improvisado viaje fue todo un éxito, y seguramente su hijo opinaría igual.