La MILF más Deseada [15].

Diana quiere divertirse y esto la lleva a vivir un momento muy íntimo con su hijo.

Capítulo 15.

—1—

Después de las últimas e intensas sesiones de foto con su hijo, Diana se había olvidado completamente de Daniel, el tipo que conoció en el parador de la playa; pero éste volvió a meterse en su vida mediante un mensaje de texto.

Ella estuvo a punto de descartarlo, al ver que se trataba de un número desconocido. Pero cuando vio el nombre Daniel, escrito en el mensaje, recordó todo. Se alegró de que el tipo haya decidido escribirle, le ayudaría a mantener despejada la cabeza. Porque aún no podía borrar de su memoria la sensación que le produjo tener la verga de su hijo entrando en su concha. Pero eso había ocurrido, y tendría que lidiar con ello, le gustara o no.

Intercambió breves mensajes con Daniel, y lo agregó a su lista de contacto. A ella le dio la impresión de que el tipo estaba tanteando terreno, para intentar llevar la conversación a un plano más íntimo. En un momento él tomó coraje y fue mucho más directo: “Me quedé re caliente con vos, rubia. No sabés las ganas que tengo de meterte la pija”.

Diana se rió a carcajadas al leer esto, de pronto se sintió como una joven de veinte años. Todo su cuerpo se electrificó y la apatía se esfumó. Estaba contenta, este tipo era un pajero, pero era justo lo que andaba necesitando. No quería complicaciones, quería a alguien como el Tano… alguien que fuera de frente, sin vueltas. Casualmente ese alguien podría ser otro tipo que conoció en una playa. Se preguntó si las playas serían un punto de reunión habitual para tipos como el Tano. Supuso que sí, las playas y los gimnasios; porque el Tano no dejaba de hablar de lo mucho que le gustaba ir al gimnasio. Daniel también tenía el cuerpo marcado y trabajado, seguramente él también debería frecuentar un gimnasio, y haría ejercicio sin camiseta, para que las mujeres pudieran ver su torso tallado a cincel. A Diana se le empezó a mojar la concha de solo imaginar la situación… Daniel con el pecho brilloso, por el sudor, levantando pesas, con los músculos tensos, y su verga…

Diana cayó en la cuenta de que nada de esto tendría sentido si Daniel resultaba ser un tipo “poco dotado”. Ella no se había casado con su marido por el tamaño de su verga, sino porque lo amaba. Pero cuando ella por fin tomó la decisión de ponerle los cuernos, lo hizo pensando pura y exclusivamente en el placer sexual que podría brindarle un tipo con una pija como la del Tano. Diana no estaba buscando un compañero sentimental, lo tenía bien admitido, y no se avergonzaba por ello: quería una buena pija.

Por eso le respondió con sinceridad y picardía:

—No me gusta perder el tiempo con pito-cortos. Pero si venís bien equipado… podemos hablar.

Todo el cuerpo le tembló al mandar ese mensaje, le encantaba dejar salir a la rubia puta y atrevida que tantos años había pasado prisionera del “qué dirán”.

Al parecer ella hirió el orgullo de Daniel, y él decidió mandarle una prueba fehaciente que demostraba que no era ningún pito-corto. La rubia se quedó impresionada al ver la foto que acababa de llegarle al celular. Se podía ver una pija grande y erecta, agarrada desde la base por una mano, lo cual le daba una buena comparación. La calentura le recorrió el cuerpo. De pronto sintió deseos de que ese hombre le metiera toda la verga. Llegó una segunda foto, y acá se veía la verga sola, en todo su largo esplendor. No había mano que la sujetara, y ella, que ya tenía una clara idea del tamaño de esa pija, sintió un revoltijo sexual en la parte baja de su cuerpo. Como si su concha le estuviera pidiendo a gritos que le dieran la oportunidad de degustar ese miembro masculino.

Diana pensó que la verga era tan grande como la de Julián, quizás hasta un poco más, no podía asegurarlo, ya que la imagen había sido tomada en primer plano. Pero de todas formas era imponente. No supo qué contestar, las palabras se borraron de su mente y solo pudo recordar las sensaciones que le dejó su hijo, al meterle parte de su verga, para las sesiones de fotos.

—Decime cuándo nos vemos —escribió Daniel—, y te meto toda esa pija, putita.

A la rubia se le fueron todos los papeles, empezó a acariciarse la concha que ya estaba húmeda, liberó sus grandes tetas y se sacó una foto en las que las grandes gemelas se vieran bien, junto con su cara sonriente. Le mandó la imagen a Daniel y él respondió de inmediato.

—¡Me matan tus tetas! ¡Qué bueno poder verlas! Por la carita de puta que tenés, se nota que te morís de ganas de sentir una buena pija.

Ella se rió con fuerza y respondió con un simple “Tal vez”. Estaba agradecida con Julián por haberla convencido de iniciarse en el negocio de las fotos porno, no solo por todo el dinero que estaban obteniendo, sino también porque ésto había reavivado su confianza. Por primera vez en años Diana se sentía dueña y señora de su vida, y si quería divertirse, cogiendo con ese tipo de la playa, como años antes lo había hecho con el Tano, entonces lo haría… solo que esta vez no sentiría nada de culpa. Se limitaría a disfrutar de su vida sexual de la forma en que siempre soñó con hacerlo.

La charla con Daniel no se extendió mucho más, ella le dijo que si las cosas marchaban bien, tal vez se verían en un futuro cercano. Después usó las fotos que recibió del tipo para estimular su imaginación, durante una prolongada y fogosa sesión de masturbación.

—2—

Más tarde, ese mismo día, Diana encontró a Julián editando fotos, pero de milagro el chico no estaba con la pija dura. Tal vez ya se había hecho unas cuantas pajas mirando las imágenes, y ahora solo se dedicaba a retocarlas, hasta que quedaran perfectas.

—¿Pasa algo? —Preguntó Julián, al ver a su madre. Ella estaba vestida de forma casual, con una blusa larga y una calza tres cuarto negra. Incluso así estaba muy sexy—. Algún día tendríamos que hacer una sesión con ropa más informal. Como para variar un poco.

—Me gusta la idea. Los conjuntos que mandan los alemanes son hermosos, pero las mujeres no nos vestimos todos los días así. Estaría bueno hacer unas fotos con ropa normal. Pero bueno, vine a pedirte ayuda con algo.

—¿Con qué?

—Pero si no querés, simplemente me lo decís, y listo. Tal vez a vos tampoco te entusiasme mucho esa tarea.

—¿Qué tarea? ¿De qué hablás, mamá?

—Em… en mi placard… en la parte de arriba, hay como cuatro o cinco cajas llenas de cosas. Me gustaría que las revises para ver si algo de todo eso sirve, y lo que no sirva, lo tiramos.

—¿Y por qué no querés hacerlo vos? O sea, yo lo hago, no tengo problema, pero…

—Son las cosas de tu padre.

Julián se quedó petrificado, se le cortó la respiración en seco. La muerte de su padre todavía le pesaba mucho, el solo hecho de trabajar con las cámaras que él le regaló, suponía una gran tortura; porque debía recordarlo constantemente. Recordaba las charlas con él, las risas, las cervezas que se tomaron juntos. Los ojos de Julián se llenaron de lágrimas, y eso provocó que Diana también se pusiera a llorar. Ella se acercó a su hijo y lo abrazó con fuerza.

—Perdón, Julián —dijo ella—; no te pediría esto si yo pudiera hacerlo. Lo intenté, te juro que lo intenté. Pero me da miedo. No sé qué hay en esas cajas, y me aterra encontrar algo que me recuerde demasiado a él. Tuve que guardar todas las fotos de él, porque solo con verle la cara, ya me pongo mal. Necesito el espacio en el placard, y sé que habrá algunos cachivaches que no sirvan para nada. A tu papá le gustaba guardar boludeces. Esas cosas las podemos tirar; pero vos te podés quedar con todo lo que consideres importante.

—Está bien, lo voy a hacer. No sabía que había cosas de él… pensé que habías tirado todo.

—Regalé la ropa y algunas cosas más; pero nunca me animé a abrir esas cajas. Sé que ahí, además de boludeces, guardaba cosas que valoraba mucho. Creo que ahí está guardado nuestro álbum de fotos del casamiento… cosas así. Si yo veo eso, me deprimo. Pero tampoco es que quiera tirarlo a la basura.

—Entiendo. No te preocupes, mamá. Yo me voy a encargar de revisar las cajas.

—Gracias, hijo. Te amo mucho.

—Y yo, a vos, mamá —dijo, con la voz entrecortada por el llanto.

Julián se puso manos a la obra. Mientras su madre miraba una serie en el living, él se metió a su cuarto y abrió las puertas superiores del ropero. Lo invadió un tufo a moho y encierro, era cierto que su madre llevaba meses sin abrir esas puertas. Posiblemente no lo hacía desde que falleció su marido. Las cajas de cartón parecían estar en buen estado, al menos no habían sido invadidas por insectos; pero algunas bolitas de naftalina no vendrían mal, para prevenir destrozos. Todas tenían escrito “Eduardo”, en letras grandes, el nombre de su padre.

Bajó la primera caja, la apoyó en la cama y al abrirla se encontró con una vieja cámara de fotos, tenía pinta de ser de los años setenta. Esto emocionó mucho a Julián, ya que llevaba tiempo pensando en comprarse alguna cámara antigua, para darle un efecto retro a sus fotos, sin depender de filtros. Incluso pensó que podría vestir a su madre con ropa típica de los años setenta y hacer una sesión “retro”. Pero aún era demasiado pronto para planificar eso, cabía la posibilidad de que la cámara no funcionara. Luego la analizaría mejor.

En esa misma caja encontró papeles que, sin dudas, se trataban de pagos de impuestos y cosas varias. Nada interesante.

Siguió revisando las demás cajas. Encontró ropa vieja de su padre, un par de zapatos, corbatas, cintos, cosas que Julián no necesitaba, o mejor dicho, no quería. El único problema que tenía para usar ropa que alguna fue de su padre, era que ésta parecía ropa que solo usaría un anciano. A pesar de que Eduardo murió joven, siempre se vistió como un hombre mayor. Esta moda no encajaba con Julián, que prefería ropa un poco más moderna y casual. Regalaría esa ropa a algún centro de caridad, a alguien le serviría.

También encontró el álbum de fotos del casamiento de sus padres. Se lo llevaría su propio cuarto, para que su madre no tuviera que verlo. Tal vez más tarde lo revisaría.

Estaba por dar la búsqueda por concluida, al menos había hecho un buen hallazgo; pero al revisar el fondo de la cuarta caja se dio cuenta de que la cámara de fotos no era el único objeto interesante que había guardado su padre.

Salió de la pieza, en busca de Diana, y le dijo:

—Mamá, tenés que ver esto.

—Ya te dije que si encontraste fotos, no quiero verlas.

—No son fotos, mirá —le enseñó a su madre el objeto que tenía en la mano.

Se trataba de una pequeña caja negra rectangular y muy delgada.

—¿Es un estuche? —Preguntó Diana.

—No, es el disco de almacenamiento externo. Para guardar información.

—¿De verdad? No sabía que tu padre tuviera eso. Tal vez lo usaba para guardar las fotos que sacabas con la cámara.

—Sí, es muy útil para eso. Tenía ganas de comprarme uno como este, para no llenar el disco rígido de mi computadora.

—Bueno, es una compra que te ahorraste, no creo que tu padre lo haya llenado completamente. No sacaba tantas fotos.

—Sí, es posible que esté prácticamente vacío. Bueno, me lo guardo. Un día de estos voy a mirar qué tiene. Si hay alguna foto linda, te aviso.

—¡Ay, Julián! Te dije que no quiero mirar esas fotos.

—Mamá, no podés estar ignorando las fotos de papá toda la vida. Ya pasó más de un año y medio, yo también lo extraño, y me gustaría que hubiera algunas fotos de él en la casa. No tenemos ni un solo cuadro con una foto suya.

—Es que a mí esas cosas me ponen mal.

—Pero mamá, estoy seguro de que si ves la misma foto todos los días, te vas a acostumbrar. Incluso te puede ayudar a superar la muerte de papá.

—No sé… tal vez.

—Vamos a probar. Después voy a buscar una buena foto de él, y la voy a mandar a reproducir en grande, y que le pongan un lindo marco. Ahora tenemos plata, podemos darnos ese lujo.

—Está bien. Tenés razón, sería lindo tener una foto de él.

Julián guardó en su pieza el disco y la cámara de fotos vieja. Guardó en el placard la caja con los recibos de pagos porque pensó que, tal vez, algún día podrían servir para algo. Al resto de las cosas las dejó cerca de la entrada de la casa, luego las llevaría a algún centro de caridad y donaría todo.

—3—

Diana estaba aburrida, se había pasado casi toda la semana encerrada en su casa, sin mucho para hacer, más que sacarse fotos… y para colmo eso la había dejado con ganas de más.

Quería hacer algo divertido, algo travieso. Pero supo que no podía contar con su hijo en cuanto llegó al living.

Julián se había instalado delante del televisor, con suficientes provisiones de comida chatarra como para un año. Tenía papas fritas, galletitas dulces, caramelos, Cheetos, Doritos, y varias latas de una bebida energizante. Con el control de la PlayStation en la mano y los pies sobre una silla, se dispuso a pasar toda la noche jugando. Eso fue lo que le dijo a su madre, luego de contarle que se había comprado un juego de cowboys, con un nombre raro que Diana no pudo retener por más de dos segundos. Ella le aseguró que de juegos y cowboys no sabía nada, pero que tenía talento para cabalgar… y probablemente saldría a buscar algo para montar toda la noche. Esto no le causó nada de gracia a Julián; pero él se limitó a apretar las muelas y a recorrer el inmenso terreno que le ofrecía el juego. No quería iniciar una nueva discusión con su madre, las cosas estaban marchando de maravilla y, aunque le costara asimilarlo, él no podía decidir con quién se acostaba su madre.

Diana quedó maravillada por la calidad gráfica del juego, le pareció estar viendo una película en la que su hijo movía al protagonista. Estuvo a punto de quedarse junto a su hijo y mirar cómo él jugaba, pero conocía a Julián y sabía que él quería estar solo, tapando sus arterias con toneladas de comida chatarra y golosinas.

La rubia volvió a su cuarto, preguntándose qué haría durante el resto de la noche. Su salvación llegó con una serie de mensajes de texto, gráficos y explícitos. Era Daniel, el tipo que había conocido en el parador de la playa. Le había enviado una foto de su pija bien dura, en primer plano, junto a un mensaje que decía: “Si venís esta noche a mi casa, te la meto toda”.

A Diana se le mojó la concha al ver eso. Daniel ya le había mostrado la verga en fotos, y estaba fascinada por ese tamaño; pero hasta ahora nunca la había invitado a coger, y se lo estaba pidiendo de forma totalmente directa, sin dejar el menor lugar para las dudas. Esta misma noche Diana podría poner a prueba toda su habilidad para cabalgar, y podría hacerlo con un espécimen de gran tamaño.

Movida por la calentura, ella se desnudó completamente, se sentó en la cama y abrió las piernas. Con la práctica que había adquirido durante los últimos meses, se sacó una foto en primer plano de la concha, luego se la mandó a Daniel. Agregó una sola línea de texto: “Esta concha quiere pija… y mucha”.

Daniel respondió al instante, le mandó la dirección de su casa diciendo: “Acá te espero, para llenarte la cajeta de leche… puta”.

Años atrás Diana se hubiera sentido muy ofendida con ese comentario, pero gracias al Tano aprendió a disfrutar de cuando un hombre sexualmente atractivo la llamaba puta. Se vistió tan rápido como pudo. Se puso uno de los conjuntos de ropa interior que le había mandado la empresa alemana, uno negro, que le quedaba especialmente chico, y le marcaba mucho la concha. Arriba se puso una minifalda y un top, también negros. Era muy evidente que llevaba medias y portaligas, prácticamente parecía una actriz porno.

—Me voy, Julián… —dijo, cuando volvió al living.

—Ajá… —su hijo respondió sin apartar la mirada de la pantalla, mientras se tiroteaba con unos forajidos.

—Me invitaron a coger, así que voy a volver tarde.

Esta vez Julián dejó todo lo que estaba haciendo, sin siquiera recordar que podía pausar el juego. Cuando giró la cabeza para mirar a su madre, asesinaron de un balazo a su personaje. Los ojos se le desencajaron al ver el revelador atuendo de su madre. Las tetas parecían casi desnudas, apenas si estaban cubiertos los pezones. La minifalda a duras penas llegaba a ocultar la ropa interior, y esas medias, sumadas a los tacos altos, le daban una apariencia totalmente pornográfica.

—¿Qué dijiste? —Preguntó él, anonadado.

—Dije que me invitaron a coger, así que voy a llegar tarde.

—¿Quién te invitó?

—Alguien que conocí por ahí… un tipo muy lindo. Me tiene loca… me mandó un mensaje diciéndome que hoy me iba a coger… y la verdad es que entre tantas fotos, y lo zarpadas que fueron, estoy re caliente. Necesito coger… y mucho.

—Pero… mamá…

—No te preocupes, tal vez y hasta lo convenzo de filmar todo, así lo podemos mandar a la web.

—¿Qué?

—Y no va pedirnos plata, porque no tiene por qué enterarse de eso… me llevo la cámara, la chiquita. Es más cómoda y filma mucho mejor que mi celular.

—Mamá, esperá…

—Me tengo que ir, ya pedí el taxi.

Una bocina sonó en la calle y la rubia abandonó su casa, sin darle tiempo a Julián a decir nada.

El taxista quedó tan sorprendido con la radiante sensualidad de la rubia que se pasó la mayor tiempo del recorrido mirándola a través del espejo retrovisor. Diana se sintió halagada por esto y no se molestó en mantener las piernas demasiado juntas. Estaba muy caliente y pudo haberle dado una gran alegría al taxista; pero lo encontró demasiado viejo y poco atractivo. A ella la estaba esperando un tipo joven y viril, con una buena pija. Podía aguantar un poco más.

Cuando llegaron a destino el taxista se demoró más de la cuenta en cobrarle, para poder admirar las tetas de Diana, que parecían a punto de saltar fuera de la ajustada tela que las cubría. El tipo, por no prestar atención, terminó entregándole a Diana más dinero del que ella pagó. La rubia bajó del taxi y contó la plata, no solo el viaje le había salido gratis, sino que además había ganado dinero. En un arrebato de honestidad, estuvo a punto de volver y decirle al taxista que le había cobrado de más, pero al mirar de reojo se dio cuenta de que el tipo le estaba mirando el culo sin ningún tipo de disimulo. Ella podría conservar el dinero, había brindado un buen espectáculo, y podía agradecerle el viaje de otra manera. Dejó caer uno de los billetes y se agachó para juntarlo. El taxista pudo ver cómo la tanga era mordida por los labios de la concha de Diana. La rubia pensó que tal vez el viejo se moriría de un infarto allí nomás. Juntó el billete y caminó hasta la puerta de la casa. Cuando tocó el timbre, una luz se encendió en el interior de la casa. Ésta fue la señal que hizo que el taxista acelerase y se perdiera en la noche, con una fuerte erección dentro del pantalón.

La puerta se abrió y apareció Daniel, sin camiseta, luciendo sus torneados músculos, solamente tenía puesto un short de playa y chancletas, en la mano sostenía una jarra de cerveza. Los dos dedicaron unos segundos a admirarse el uno al otro, ambos eran conscientes de su atractivo físico y sabían cómo usarlo a su favor.

Sin decir una palabra, Daniel se hizo a un lado y dejó a pasar a Diana. Cuando ella entró, cerró la puerta.

—¿Te gustan los tipos que van sin vueltas? —Preguntó Daniel, tomó un gran trago de cerveza—. Bueno, no andemos con vueltas… chupame la pija, y mostrame lo puta que sos.

Él bajó el short de un tirón, exibiendo ese gran falo, completamente depilado, que Diana había visto en las fotos. En persona era aún más imponente, pero lo que más le gustó fue que le recordaba mucho a la verga de su propio hijo. Se sintió culpable por esto, ella no debería estar pensando en Julián en esta situación. Justamente todo este asunto era para quitarse la verga de su hijo de la mente. Pero al ver semejante miembro masculino, a mitad de camino hacia una erección, se le hizo agua la concha. También le calentó mucho que Daniel la desafiara de esa forma tan soez, exigiéndole que ella demostrara que realmente era una puta.

Esa puta que tanto tiempo había mantenido prisionera, la que le avergonzaba cada vez que sus familiares y amigas hacían alguna alusión a que ella podría ser una mujer infiel y con tendencia a buscar amantes bien dotados.

Bueno, ahora no tenía que esconder más a esa puta. Sí, ella quería amantes con buenas pijas. Se sentía hermosa, sabía que lo era… la vida no le daría una tercer oportunidad para disfrutar de aventuras sexuales como ésta. Eventualmente envejecería y tendría que dejar todo de lado, ya no sería atractiva para nadie; pero ahora mismo sí que lo era. Esa web alemana aseguraba que ella era “La MILF más deseada”; esto la hacía sentir como una reina sexual, y aún le quedaban varios años de belleza por delante. Los aprovecharía, sin sentir culpa.

—A esta puta le gusta que la filmen —dijo Diana, sacando la cámara de su bolso. Se la alcanzó a Daniel.

—¡Uy, rubia! ¡La puta madre! No dejás de sorprenderme… sos tremenda. —Tomó otro gran sorbo de cerveza—. ¡Sos tremenda! Pero yo también tengo otra sorpresita para vos… ¿Te acordás de Matías? Mi amigo de la playa.

Diana dio media vuelta y se encontró con el aludido. Matías había entrado desde la cocina, también llevaba una jarra de cerveza y estaba sin camiseta. Su torso se parecía bastante al de Daniel, pero estaba menos bronceado. Él la saludó con un gesto de la cabeza y, sin vueltas, se quitó el short, demostrando que estaba tan bien dotado como su amigo. De pronto a Diana le pareció que Matías también era un tipo de lo más interesante.

—¿Y qué decís, rubia? ¿Te aguantás dos pijas? —Preguntó Daniel, agarrándose la verga—. Algo me dice que no va a ser la primera vez que te garchan entre dos.

La rubia no podía creer que esto estuviera ocurriéndole a ella. No porque la asustara, tampoco se sentía ofendida porque Daniel insinuara que ella se la habían cogido muchas veces entre dos tipos. Lo que la dejaba estupefacta era ver que su noche se puso mucho más interesante, y ella ni siquiera se había sacado la ropa.

—4—

Cuando Diana volvió a su casa, ya estaba por amanecer. El frío rocío le humedeció el vestido pero al mismo tiempo la refrescó. El taxista que la trajo la miró tanto como el anterior, pero con este no fue tan solidaria. Estaba exhausta y algo ebria, solo quería llegar hasta su cama.

Se desnudó al entrar a su cuarto y cayó rendida apenas se acercó al colchón. Se sumió en un profundo sueño del que no despertó hasta pasadas unas nueve horas.

Al recobrar la consciencia la invadió el buen humor, no solo por los recuerdos de lo que había ocurrido en la noche, sino también porque la cabeza le dolía menos de lo esperado.

Fue hasta el baño, completamente desnuda, y se dio una larga y reconfortante ducha. La necesitaba.

Al regresar a su cuarto, mientras secaba su voluptuoso cuerpo con una toalla, se encontró con Julián. Él estaba sentado en el borde de la cama, sosteniendo la cámara filmadora en la mano.

—¿Grabaste algo? —Preguntó sin levantar la cabeza.

—Todo —respondió Diana, con una sonrisa de oreja a oreja—. Absolutamente todo.

—¿Lo puedo ver?

—¡Claro! Necesito tu opinión sincera, porque este material podría tener calidad suficiente como para que se lo vendamos a la web alemana.

—Voy a conectar la cámara al televisor, así lo veo mejor.

Julián no se veía nada entusiasmado con el asunto. Había pasado la noche entera imaginando lo que su madre podría haber hecho con su amante misterioso. Estos pensamientos no le dieron ni un minuto de paz. Ahora estaba a punto de transformarlos en una realidad. Vería cómo su madre se pasó la noche cogiendo con un tipo que, seguramente, estaba bien dotado. Eso no lo dudaba. Sabía que Diana no se conformaría con menos. Se recostó en la cama, y Diana hijo lo mismo, a su lado. Ella arrojó la toalla, quedando completamente desnuda. Él la recorrió con la mirada, intentando disimular un poco, no quería mostrar debilidad ante ella.

Encontró el video que había grabado su madre y empezó a reproducirlo. Lo primero que vio fue una gran verga. Era obvio que un hombre sostenía la cámara y estaba enfocando hacia abajo. La rubia apareció, de rodillas ante él; pero aunque ella estuviera en esta posición, seguía luciendo como una diosa. Sonriendo, aferró esa imponente verga con una mano. Una voz masculina dijo: “Dale, putita, mostrame cómo te gusta chupar pija”. Ella no se mostró ofendida, en absoluto. Su alegría pareció incrementarse. Sacó la lengua y empezó a recorrer el glande.

Julián apretó los dientes con fuerza, al ver esto, pero no dijo nada. A su lado, Diana acariciaba su propio cuerpo, disfrutando de lo que estaba viendo. La Diana de la pantalla se metió una buena parte de la pija en la boca, y empezó con los clásicos movimientos de un pete, tragando más con cada nuevo intento. Sacó la verga de su boca y la lamió desde los huevos hasta la punta, y volvió a tragársela con maestría, mirando hacia la cámara. “Así me gusta, rubia  —dijo Daniel—. Sos una excelente petera… si te la habrás pasado devorando pijas. Tenés pinta de ser una veterana muy calienta-porongas”. Estas palabras incentivaron aún más a Diana, que empezó a mamar con mayor ímpetu.

En ese momento se acercó un segundo tipo, en pantalla solo se pudo ver su gran verga erecta. Daniel dijo: “Dale, ahora mostranos cómo chupás dos pijas a la vez”. Julián, en un destello de ingenuidad, creyó (o quiso creer) que su madre se rehusaría a hacer eso. Pero casi de inmediato recordó la actitud de que mostró Diana en la casa quinta, junto a la playa. Allí supo, con resignación, que ella no se negaría ante semejante propuesta.

Sin decir una palabra, la Diana del video agarró esta segunda verga, giró la cabeza y tragó tanto como pudo. El dueño de la pija le agarró la cabeza y empezó a moverse. Ella mostró tener una basta experiencia en el asunto, ya que se posicionó de forma tal que toda la verga entró, hasta el fondo de su garganta, y no sintió ninguna arcada, a pesar de que el miembro masculino retrocedió y volvió varias veces.

—¡Ah, cómo te gusta tragar pornga, rubia puta! —Exclamó Daniel.

Julián se preguntó cómo su madre soportaba esa clase de humillación, sin quejarse. Pero ella parecía estar feliz, casi se podía decir que, a pesar de tener una gran verga en la boca, le estaba sonriendo a la cámara.

Ahora Julián tenía que hacer frente a la rabia sabiendo que su madre había estado comiéndole la pija a dos tipos, a la vez… pero en ese momento ocurrió otra cosa inesperada. Su madre, la real, la que yacía desnuda a su lado, llevó la mano hasta el bultó en el pantalón de Julián, y lo apretó. El chico no tuvo mucho tiempo para reaccionar, ya que ella, sin pedir permiso, sacó la verga de su escondite y acercó la cabeza.

Diana estaba sumamente excitada, no pudo luchar ni un segundo más contra la tentación. Ya le había chupado la verga a su hijo en varias ocasiones. ¿Qué tenía de marlo hacerle un pete otra vez? Ella no sabía cuánto tiempo seguiría haciendo este tipo de cosas con su hijo; pero al menos sabía que las podía disfrutar, al menos de momento. Se tragó la pija de Julián, que ya estaba medio erecta, y ésta terminó de ponerse dura en cuestión de segundos.

Este inesperado gesto sirvió para que la bronca de Julián disminuyera considerablemente. De pronto ya no le parecía tan grave estar viendo, en la pantalla, cómo su madre comía dos pijas a la vez, ya que él podía sentir exactamente lo mismo que sintieron esos hombres… y era fabuloso.

La rubia tragó las vergas como una profesional del porno, tanto la de su hijo como las dos que se veían en el video. Era evidente que ella quería demostrar toda su pericia en el arte de succionar penes.

Esta acción se repitió durante varios minutos, en la pantalla, y en todo ese tiempo Diana no dejó de tragar la pija de su hijo. No la tuvo fuera de la boca ni siquiera un segundo. Cada vez que llegaba hasta el glande, lo succionaba con fuerza y luego volvía a comerse toda la verga.

Julián sabía que esos tipos no aguantarían mucho hasta pasar al siguiente nivel de acción. Tenían una rubia descomunal frente a ellos, totalmente entregada; no dejarían pasar la oportunidad. Fue el hombre que sostenía la cámara quien tomó la iniciativa. Diana le estaba comiendo la verga cuando él dijo: “Rubia, me encanta ese vestido; pero me parece que ahora mismo está de más”. La aludida sonrió a la cámara con picardía y se puso de pie, acto seguido empezó el descenso de ese vestido, mientras ella meneaba las caderas al son de un ritmo inexistente. Sus grandes tetas hicieron una magistral aparición, rebotando en cuando la tela las soltó. Su vientre y sus caderas fueron los siguientes en aparecer, y cuando llegó el momento más esperado ella sujetó el elástico de la tanga con los pulgares y la bajó junto con el vestido. No quería perder más tiempo. Su pubis lampiño parecía tan suave como el resto de su vientre, apenas y se veía la línea que marcaba la división de su concha, ya que ella tenía las piernas muy juntas. Pero cuando consiguió dejar el vestido en el piso, se paró con una pose que irradiaba seguridad y sexualidad. Puso las manos sobre sus caderas y dejó que los dos hombres admiraran su cuerpo desnudo.

—¡Ay, rubia! —Exclamó Daniel—. ¿Cuántas pijas habrán pasado por esa concha?

—Al menos puedo asegurarles que no soy virgen —dijo ella, soltando una risita. A continuación se dio vuelta y se agachó, con las piernas bien separadas, dejando el culo en alto. Apoyó sus codos en el respaldar de un sofá—. Acá me tenés, metémela hasta el fondo. Cogeme fuerte, que estoy acostumbrada a las pijas grandes.

Julián no podía creer lo que oía y veía. Su madre no estaba brindando ningún tipo de resistencia, ni siquiera un poco de juego previo. Se estaba entregando como la más puta de las putas. Y claro, Daniel no esperó a que se lo dijeran dos veces. Se acercó a ella, con la pija en la mano, la colocó entre esos carnosos labios y en cuanto encontró el hueco, empujó con fuerza hacia adentro. La pija entró casi hasta la mitad, y Diana soltó un fuerte grito de placer.

Julián no se animó a decir nada, aunque le molestara lo que estaba viendo, porque tenía miedo de que su madre se enojara y dejara de chuparle la verga. Ella estaba súper concentrada en esa tarea, y mientras su cabeza subía y bajaba, para poder tragarse todo ese falo, no dejaba de tocarse la concha.

A la Diana del video empezaron a clavarle la verga con tanta fuerza, que sus nalgas se sacudieron con cada impacto. Sus gemidos no tardaron en llegar, si bien el audio captado por la cámara no era perfecto, a Julián se le erizaron los pelos de los brazos al escuchar las manifestaciones de placer de su madre. El otro tipo que estaba en la escena se acercó a la rubia, la agarró de los pelos y prácticamente la obligó a meterse la pija en la boca. Sin embargo Diana no puso ninguna objeción, agarró la verga con una mano y la chupó con entusiasmo. Mientras tanto su concha se mojaba cada vez más, con cada nueva embestida.

Julián también sintió la necesidad de agarrar a su madre de los pelos y, casi sin darse cuenta de las connotaciones sexuales de sus actos, le hizo bajar la cabeza para que ella tragara más. Pero al igual que la Diana del video, ésta tampoco puso ninguna objeción.

Su madre era una puta, eso ya le había quedado claro; pero no significaba que lo hubiera aceptado. Desde que ella empezó a chupársela estuvo debatiéndose entre dos sensaciones totalmente opuestas. La bronca por tener que ver a su madre siendo brutalmente cogida por dos desconocidos, y el placer de la chupada de pija que ella le estaba dando.

Pero eso no fue todo, además tuvo que ver cómo los tipos empezaron a turnarse, para meterle la verga. Primero lo hizo el que sostenía la cámara, y le dio duro durante un buen rato. Después tomó lugar el otro y Diana ni siquiera amagó a negarse, al contrario, abrió sus nalgas con la mano, exponiendo toda su concha, y lo invitó a pasar, mientras decía: “Quiero que me cojan toda la noche. Me encanta que me cojan entre dos”.

Al escuchar esas palabras Julián supuso que su madre se había quedado tan fascinada con la experiencia en la casaquinta, que quiso repetirla apenas tuvo la oportunidad. Su mente fue invadida por otros pensamientos desagradables, que le daban a entender que esta no sería la última vez que Diana se ofreciera, con la concha abierta, ante dos amantes.

Pensó que todo esto era culpa de él, había despertado al monstruo sexual que habitaba en ella… si no hubieran comenzado con todo el asunto de las fotos eróticas… si él no la hubiera convencido para que se animara a posar desnuda, o chupando una verga, tal vez nada de esto hubiera pasado. Pero ya era tarde. No podía volver el tiempo atrás. Su madre parecía estar dispuesta a liberar toda la energía sexual acumulada durante los últimos años.

El video era mucho más pornográfico de lo que había imaginado al principio, después de que los dos tipos se la cogieron un rato cada uno, estando ella apoyada en el respaldar del sillón, decidieron trasladarse a un sitio más cómodo. Llevaron a Diana hasta una pieza, con una gran cama. La rubia se tendió sobre el colchón y abrió las piernas tanto como pudo.

—Quiero pija. —dijo, como si llevara años sin probar una—. ¿Quién me la va a meter primero?

—¡Uy, rubia Puta! —exclamó Daniel—. Y yo que pensaba que te ibas a ofender cuando vieras dos pijas.

—¿Ofender? ¡Me encanta la pija! Si me hubieras dicho que me iban a dar entre dos, me hubiera dejado coger antes.

Daniel se posicionó delante de ella y le clavó la verga sin ningún tipo de compasión. Cuando Matías se le acercó, por el costado de la cama, fue ella misma la que le agarró la verga y empezó a chuparla sin que él se la pidiera. Julián había visto videos porno que mostraban escenas idénticas a ésta; pero en este caso era muy diferente. Esa era su mamá… y ella no estaba actuando. De verdad quería que esos dos tipos la usaran como su puta personal… y sí que la usaron.

No tardaron mucho en intercambiar posiciones. Matías quería demostrar que él no se quedaba atrás, y le clavó la verga a Diana tan al fondo como pudo, y empezó a bombear a toda velocidad, provocando que las tetas de la rubia saltaran. Ella lo miró a los ojos y empezó a soltar gemidos y bufidos, mientras lo alentaba, para que siguiera dándole así de fuerte.

—Nos cogimos varias putas veteranas como vos; pero nunca una que estuviera tan buena —aseguró Daniel—. Ni mucho menos una a la que le gustara tanto la pija… una que fuera tan puta como vos. Te vamos a llenar la concha de leche.

—No… la concha no —dijo ella, entre gemidos—. La cara… quiero que me acaben en toda la cara.

—¡Ah, rubia puta! —Exclamó Daniel—. Me vas a volver loco. Decime que vas a volver otra vez, porque con cogerte una sola vez no me va a alcanzar.

—Les prometo que vuelvo.

Esta noticia fue como un gancho al hígado, para Julián; pero él no tuvo tanto tiempo para enojarse porque justo en ese momento su madre empezó a mamarla la verga mientras con una mano lo masturbaba. Fue un movimiento magistral que le hizo subir la calentura a niveles nunca antes alcanzados.

Ella siguió haciendo esto, sin parar, lo que hizo más fácil la espera de Julián, hasta que llegó ese momento que él sabía que iba a llegar.

Los tipos intercambiaron lugares varias veces más, pero luego se pusieron de acuerdo para acabar los dos al mismo tiempo. Le pidieron a Diana que se pusiera de rodillas en el piso y ella volvió a mostrarles su maestría como petera. Mientras chupaba una, masturbaba la otra, y luego cambiaba. Se movía tan rápido como le era posible y su premio llegó de forma súbita.

Los grandes chorros de leche empezaron a cruzarle toda la cara, el primero en acabar fue Daniel, pero mientras su pija aún estaba escupiendo semen, Matías se le sumó. En pocos segundos la cara y la lengua de la rubia quedaron cubiertas de un líquido blanco y espeso. Ella tragó todo lo que le cayó dentro de la boca, y dio varios chupones a las dos pijas, succionando todo el semen que pudiera quedar dentro de ellas.

—¿Qué tal la pasaste, rubia? —Preguntó Daniel, enfocándola en un primer plano.

Ella, sonriendo, con la cara llena de semen, dijo:

—La pasé genial. Tienen unas pijas hermosas y cogen muy bien. Voy a volver, se los aseguro… todavía tengo ganas de que me partan la concha a pijazos.

Esas palabras hicieron mella en Julián, él estaba dispuesto a decir algo, pero no lo hizo porque en ese momento Diana dejó de chuparle la verga. Ella se puso en cuatro patas en la cama, gateó hasta el borde de la misma y desconectó la cámara del televisor.

Julián pudo verla desde un ángulo privilegiado, ese inmenso culo y esa jugosa concha, abierta para él. No pudo luchar contra la tentación, se puso de rodillas detrás de su madre, agarrándose la verga, y se dijo a sí mismo que prefería pedir perdón después. Acercó su miembro a esa entrada húmeda, y la penetró. No tan profundo, como para que ella soltara un grito, pero sí lo suficiente como para que ella se pusiera tensa.

Él aguardó por el inevitable escarmiento. Su madre empezaría a gritarle de todo, pero tal vez aún estaba a tiempo de meterla un poquito más adentro; y eso fue lo que hizo. Su verga se deslizó con suavidad, en ese interior tibio, porque se la habían cogido entre dos tipos, apenas unas horas antes, y estaba muy bien dilatada.

La rubia se movió un poco, para dejar la cámara en el piso y, para el asombro de Julián, ella no dijo nada. Ni una sola palabra. Se quedó en esa posición, con los codos apoyados en el colchón, y la cabeza baja.

Con el pulso acelerado, Julián empezó a moverse muy lentamente. Retrocedió, como si estuviera tomando impulso, pero al avanzar lo hizo con calma.

Diana suspiró de gusto cuando esa verga se hundió en su concha… y esta vez… esta vez sí… había entrado completa. Tenía la verga de su hijo dentro de la concha, y ésto le recordó vívidamente al primer momento que Julián la penetró, creyendo que le hacía un favor… pensando que ésto era exactamente lo que ella necesitaba. Y Diana empezó a preguntarse si realmente era así, si necesitaba algo como esto, porque tener esa verga dentro de la concha se sentía de maravilla, incluso unas horas después de que dos tipos se la hubieran cogido.

Asustada por estos pensamientos, Diana se movió; pero ella también mantuvo la serenidad. No apresuró sus movimientos, porque no quería que Julián lo tomara como un rechazo. Lentamente se apartó de él y cuando la verga salió completa, bajó de la cama y se arrodilló frente al borde de la misma. Le hizo una seña a su hijo para que se le acercara, y él obedeció. La rubia sabía que había una sola forma de finalizar esto, sin que Julián se sintiera mal. Empezó a chuparle la verga otra vez. Sin embargo ahora lo hizo desde una posición más cómoda, que le permitió trabajar con mayor soltura. Le comió la verga con toda la intención de brindarle el máximo placer sexual posible… a su propio hijo. Ella estaba decidida a hacerlo gozar tanto como lo había hecho al chuparle la pija a esos otros dos tipos.

Diana succionó esa verga, y la lamió con tanta maestría, que Julián no pudo aguantar mucho más. Pocos segundos después ya estaba salpicando de semen toda la cara de su madre. Ella lo recibió con alegría, y lo masturbó con fuerza, para exprimir hasta la última gota.

—¡Ay, sí! ¡Dame toda la leche, que me encanta!

Ella, mostrando su devoción por el semen, se metió la verga en la boca y tragó el resto de la leche. A Julián le fascinó este gesto, ya que las succiones llegaron en el mejor momento. Él dobló su cuerpo, en un espasmo de placer, y agarró la cabeza de su madre, obligándola a tragar más de la verga. Saltaron las últimas gotas de semen y ella, sin quitarse la verga de la boca, recorrió el glande con la lengua.

Una vez que el ritual de bañar a su madre con semen hubo terminado, ella se puso de pie y con una amplia sonrisa dijo:

—Me voy a lavar la cara, y después vamos a dormir… porque no doy más, estoy destruída. Ésta fue una noche que nunca voy a olvidar.

Él también estaba seguro de que jamás podría olvidar esa noche. No sabía si sentirse el hijo más afortunado del mundo, por la tremenda chupada de verga que le dio su madre, o si enojarse porque había visto cómo dos tipos se la cogieron como a una puta barata.

Hasta el mismo hecho de ver a su madre en esa situación le producía sentimientos encontrados. Le dolía verla actuar como una puta, pero al mismo tiempo era un deleite ver a esa mujer cogiendo. Tenía un cuerpo espectacular y su actitud era maravillosa.

Pero lo que definitivamente hacía que todo valiera la pena fue lo que ocurrió al final. Aún no podía creer que su madre no hubiera hecho un escándalo, cuando él decidió meterle la verga… incluso hasta le permitió quedarse allí durante unos segundos. ¿Sería que ella estaba demasiado borracha para pensar con claridad? O tal vez ya no le molestaba tanto que su hijo la penetrara, al fin y al cabo ya habían sacado fotos de ese estilo.

Julián no tuvo mucho tiempo para debatirse entre sus sentimientos, ya que el cansancio lo venció y se quedó dormido.

Diana regresó del baño, y se metió en la cama. Esa noche durmió feliz, con la cabeza sobre el pecho de su hijo.

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