La MILF más Deseada [14].

Las consecuencias, después de la tarde en la playa.

Capítulo 14.

—1—

Diana salió de su cuarto y fue en busca de su hijo, sabía que lo encontraría jugando con la PlayStation y también que estaría de mal humor. Él la miró de reojo, ella tenía puesto un conjunto sumamente erótico, de látex negro. Estaba conformado por una secuencia de cintas horizontales unidas por un delgada franja transversal. Para Diana fue complicado ponerse eso, porque al principio no entendía muy bien la disposición del vestido, y el que fueran tantas cintas prácticamente separadas le complicó un poco pasar las piernas. Pero una vez que pudo ponérselo, quedó encantada con el resultado. La franja que cubría sus tetas bastaba solo para tapar los pezones, que de todas maneras resaltaban, debido a lo ajustado que era el vestido. Casi todo su vientre quedaba expuesto, cruzado por dos franjas más. Se podía ver una buena parte de su pubis, luego estaba la franja que servía de falda. Era casi ridículo llamar a eso “falda” porque apenas y si lograba taparle la concha. Lo mismo ocurría con sus nalgas, buena parte de ellas quedaba expuesta. Si Diana se agachaba un poco, terminaría mostrándole la concha a quien estuviera detrás de ella.

Con poco disimulo deambuló de un lugar a otro de la sala, acomodando algunas cosas que Julián había dejado tiradas por ahí. Tenía como meta llamar la atención de su hijo, y tal vez quitarle el mal humor. Sin embargo Julián parecía estar muy molesto. Diana sabía perfectamente que este enojo se debía a la actitud que mostró con aquellos tipos de la playa… a pesar de que ella lo recompensó muy bien al finalizar la sesión de fotos.

“Le chupé la verga, carajo —pensó Diana—. ¿Cuántas madres hacen eso con sus hijos?”. Ella también se estaba enojando.

Diana podía entender que Julián estuviera un poco celoso, al fin y al cabo ella era su madre. Pero también se estaba hartando de la actitud de su hijo, quien parecía creerse dueño de las acciones de su madre. Diana se consideraba una mujer independiente, tenía derecho a coger con quien quisiera, sin que su hijo le estuviera haciendo escenas.

A ella le hubiera encantado poder hablar del tema con Julián, con total naturalidad, y contarle lo mucho que se había excitado durante esa sesión de fotos, mientras ella se divertía con dos buenas pijas. Para ella había sido un gran momento de liberación personal. Pero daba toda la impresión que a él le importaba poco la satisfacción que pudiera conseguir ella.

Al fallar su nuevo intento por llamar la atención de Julián, Diana ya estaba dispuesta a soltarle un discurso de madre furiosa. No podía ser que ella tuviera que dar explicaciones si se la daba la gana cogerse a un tipo… o a dos. Era su concha, ella hacía lo que quisiera con ella. Pero en ese momento sonó el timbre.

Ambos se quedaron paralizados, por la expresión de Julián, Diana se dio cuenta de que no esperaba a nadie. Ella se acercó a la puerta, espió por la mirilla y sonrió. Había intentado llegar a Julián por las buenas, y no funcionó. Ahora tenía la oportunidad de llamar su atención, por las malas.

La rubia abrió la puerta y recibió a los invitados vistiendo ese revelador atuendo que dejaba muy poco a la imaginación. Como era de sospechar, se trataba de Lucho y Esteban, quienes seguramente venían con la excusa de visitar a Julián, manteniendo viva la esperanza de poder ver un poquito más de Diana. Ella no los defraudaría, ahí tenían lo que habían venido a buscar.

—¡Hola, chicos! ¿Cómo están? —Saludó la MILF con total naturalidad.

Los recién llegados parecían estatuas, a duras penas fueron capaces de avanzar un par de pasos y permitirle a la rubia cerrar la puerta. Sus ojos no dejaban de recorrer la anatomía de esa mujer, apenas cubierta por un sugerente conjunto de látex. Sus ojos bailoteaban para todos lados, como si quisieran encontrar la forma de espiar debajo la cinta de látex que cubría la concha de la rubia.

—¡Mamá! ¿Qué hacés? —Preguntó Julián, poniéndose de pie—. ¿Estás loca?

Él entendió perfectamente que su madre lo estaba castigando por su actitud de berrinche, y se arrepintió totalmente de haberse portado así. Si tan solo hubieran conversado, ahora ella no estaría prácticamente desnuda frente a sus amigos.

—Chicos, cuánto tiempo —dijo la rubia con una sonrisa, ignorando completamente a su hijo—. Hacía rato que no los veía por acá.

—Em… nosotros… em… vinimos a saludar —dijo Esteban—. Espero que no te moleste.

Diana mostró una sonrisa libidinosa.

—No me molesta para nada. Al contrario, me encanta que hayan venido. Pasen, chicos, pasen.

Ella supuso que Lucho y Esteban habían hablado entre ellos muchas veces, mientras miraban las fotos que le habían sacado. Probablemente se hubieran hecho la paja más de una vez. Eso excitaba mucho a Diana, le daba mucho morbo sentirse deseada por esos dos chicos que habían sido amigos de Julián durante años, y que más de una vez le habían dedicado una mirada libidinosa. Aún podía recordar la época en la que ella se avergonzaba cuando sorprendía a uno de los amigos de su hijo mirándole las tetas… cómo no recordarlo, si fue apenas unos meses atrás. Pero ahora su actitud era totalmente diferente. Ya era actriz porno, su trabajo consistía en ser el objeto de deseo de muchas personas, principalmente de hombres. Lucho y Esteban le demostraban que ella tenía talento para ese trabajo; la hacían sentir más confiada.

Diana se preguntó si ellos le habían mostrado a alguien más las fotos que le sacaron. De ser así, no se enojaría con ellos, ya que había fotos mucho más explícitas en internet. Cada vez disfrutaba más con la idea de seducir a otros hombres, y aunque le doliera admitirlo, también le agradaba que su hijo se pusiera tan celoso.

—¡Basta, mamá! Andá a cambiarte.

—Chicos, llegaron en un buen momento —dijo Diana, como si no hubiera escuchado a Julián—. Necesito su opinión honesta. Resulta que voy a salir con un… em… amigo… y quiero usar algo que lo sorprenda. —No quiso hacer mención a las sesiones de fotos que tenía con Julián, pero la excusa del amigo serviría perfectamente—. ¿Qué opinan? ¿Qué tal me queda?

Ella giró lentamente y empezó a caminar de un lado a otro, como si estuviera modelando. Sus tacos ayudaban mucho a que su cola se levantara aún más. De reojo pudo ver cómo los tres chicos, incluido Julián, hacían un notable esfuerzo por ver mejor aquello que seguramente se debía asomar con cada paso que ella daba. Diana había visto su parte trasera en el espejo y sabía muy bien que al moverse exponía la parte inferior de su concha. Ellos podrían ver dos gajos sobresaliendo por la parte de abajo de esa cinta de látex. Separó un poco las piernas, manteniéndolas bien tensas, para que tuvieran una mejor visión de su concha, que se asomaba con impertinencia. Al girar la cabeza la rubia se fijó en el bulto del pantalón de Esteban, el cual ya estaba creciendo. Ella sonrió y se agachó un poco más, esta vez sí, mostrándoles buena parte de la concha.

Esta fue la gota que rebalsó el vaso. Julián tiró el control de la PlayStation sobre el sofá, se puso de pie de un salto, y con grandes zancadas se fue hasta su pieza. Diana pensó que él se quedaría encerrado allí, pero apenas unos segundos después lo vio salir, con la cámara de foto en manos. Julián pasó de largo, ignorando a su madre y a sus amigos, abrió la puerta de la calle y salió. Se fue de allí dando un fuerte portazo.

—2—

Julián regresó a su casa cuando ya estaba oscureciendo. Había pasado el día tomando fotos de algunas zonas de la ciudad que nunca había visitado. Esto le ayudó a mantener la cabeza despejada y no pensar en las actitudes de su madre. Se sentía un idiota, no sabía si tenía derecho a estar enojado o si debía pedir perdón. Había actuado como un inmaduro, al mostrarse tan severo con su madre. Pero de verdad le carcomía la bronca cada vez que la imaginaba cogiendo con otros hombres. No tenía mucho problema con que miles de personas vieran las fotos porno de su madre; pensó que podría manejar toda la situación. Pero desde que Lautaro le clavó la verga, el trabajo de actriz porno de Diana se había vuelto cuesta arriba para él.

Pero, por otro lado, aún recordaba cómo ella le chupó la verga en la playa… y que también lo hizo antes. ¿Qué madre le chupa la verga a su propio hijo y permite que éste la fotografíe mientras tiene sexo? Debería sentirse afortunado de tener una madre tan hermosa, con una mentalidad tan abierta. Pero lo costaba mucho.

Abrió lentamente la puerta del cuarto de su madre y espió. Diana estaba durmiendo completamente desnuda. No había señales de nadie más en la habitación. Esto tranquilizó a Julián, porque durante todo el día estuvo pensando en que encontraría a su madre enfiestada con Lucho y con Esteban.

Julián se dio una ducha y se fue a dormir. Se propuso no ser tan duro con su madre, quería que la relación entre ellos volviera a ser tan buena como antes. Requeriría un gran esfuerzo de su parte, pero cuando tuviera la oportunidad, intentaría hablar con ella sobre esta nueva etapa de liberación personal.

—3—

Al día siguiente Julián se acercó a su madre, mientras ella preparaba el desayuno, y cabizbajo dijo:

—Perdón, ya sé que me estuve portando como un idiota —Diana ni siquiera giró para verlo, siguió en la labor de cortar pan para luego ponerlo a tostar—. Ayer me quedó super claro que lo que hiciste fue para que yo entienda que no puedo decidir sobre tu vida.

—Así es. —Dijo la rubia, mirándolo de reojo—. Sé que te molestó, porque te carcomen los celos cuando me ves en esa actitud con otros hombres, especialmente si son tus amigos. Pero me jodió mucho tu postura infantil, de hacer de cuenta que yo no existo. Julián, somos socios en esto… y puede que me haya excedido un poco en la playa, al dejar que esos dos tipos me cogieran; pero, siendo honesto… ¿cuánta plata vamos a ganar con esas fotos?

—Muchas. Las fotos son buenísimas. Los de la página web me estaban pidiendo algo así… un trío, en el que vos seas el centro de atención.

—Y no me dijiste nada de eso.

—Ya sé… estuve mal.

—Claro que estuviste mal. Esta es la forma en la que nos ganamos la vida. Por primera vez en muchos meses tenemos estabilidad económica.

—¿Y por qué seguimos comiendo tostadas? —Dijo Julián, a modo de broma. Esto hizo sonreír a Diana.

—A vos te compré facturas. Están en esa bolsa de allá. Ya sé, soy la mejor madre del mundo.

Julián se acercó a su madre, la abrazó por detrás y le dio un beso en la mejilla. Sus manos, sin pedir permiso, se aferraron de esas grandes tetas, y Diana pudo sentir el bulto contra la cola. Al parecer su hijo se había levantado con mucha energía. La situación apenas duró unos segundos, él se fue en busca de su facturas y Diana se acercó a la mesa con sus tostadas.

—¿Querés una factura? —Preguntó Julián.

—No, gracias. Ahora que tengo un trabajo que depende mucho de mi cuerpo, me tengo que cuidar un poco la silueta… especialmente teniendo en cuenta que ya tengo más de cuarenta.

—¡Ay, mamá! Vos estás re buena, y vas a seguir estándolo dentro de diez años, aunque te comas una factura todos los días.

—Tal vez; pero prefiero no arriesgarme. Incluso estoy pensando en anotarme en un gimnasio, esto me vendría bien.

Por la mente de Julián pasaron todos los típicos de cuerpo escultural que solían deambular en los gimnasios, y lo mucho que ellos se interesarían en Diana. Pudo haber dicho muchas cosas en ese momento, pero recordó su promesa personal de intentar llevarse bien con su madre. Le dio un gran mordisco a una medialuna rellena con dulce de leche y eso lo ayudó a quedarse callado.

—¿Te pidieron algo más los de la web alemana? —Julián asintió con la cabeza, mientras masticaba—. Imagino que tiene que ver con penetraciones…

—Sí. Quieren más fotos de ese estilo. Muchas más. Dijeron que las van a pagar bien.

—Entonces no podemos desperdiciar la oportunidad.

—Pero tampoco podemos contratar un modelo.

—Ese fue un golpe bajo.

—Eh… lo dije porque son muy costosos…

—Sí, sí… ya entendí. Y yo no puedo andar por la calle provocando tipos para que me cojan. O sea, lo que pasó en la playa fue espontáneo y estuvo bien… pero tampoco puedo andar haciendo eso todos los días.

—Bueno, existe otra opción.

Diana tomó un sorbo de té y miró fijamente a su hijo, en silencio, mientras procesaba esas palabras.

—No —dijo ella—. Definitivamente no.

—Pero…

—Pero nada. Sí, ya sé qué me vas a decir… me metí tu verga en la boca… hasta te la chupé. Pero hacer eso me costó mucho, me tuve que mentalizar que meterse una verga en la boca no es gran cosa. Lo otro me parece demasiado.

—Pero mamá… lo haríamos solo posando para las fotos. Ni siquiera hace falta meterla toda…

—Ahora mismo solo quiero tener un desayuno en paz. Prefiero no discutir sobre este tema.

—Está bien.

—4—

Más tarde, ese mismo día, Diana sorprendió a Julián haciéndose una paja. Pero esta vez no fue por entrometida, él lo estaba haciendo con la puerta de su pieza abierta de par en par, mientras miraba fotos de su propia madre. Ella le dedicó una sonrisa y siguió con sus quehaceres, mientras su hijo seguía sacudiéndose la pija.

Esta imagen quedó grabada en las retinas de la rubia, ella intentó concentrarse en la tarea de limpiar el baño pero no podía dejar de pensar en la firme verga de su hijo. Tal vez ella pudiera ayudarlo de alguna manera. Pero no, no debía abusar de eso. Estaba bien si, de vez en cuando, le chupaba la verga, como forma de retribuírle todos los favores que Julián le había hecho, al conseguirle este nuevo trabajo. Sin embargo ella seguía siendo su madre, y las madres no andan comiendose las vergas de sus hijos… aunque ella sí que lo había hecho, y en más de una ocasión. Se había arrodillado frente a él y se había metido toda la pija en la boca. La concha se le empezó a mojar de solo recordar el aluvión de emociones que la invadió cada vez que se sometió a esa tarea.

Analizando la situación en retrospectiva, le costaba creer que ella hubiera accedido a hacerle un pete a su hijo… y si sólo hubiera sido uno, tal vez la cosa no sería tan seria; pero había ocurrido en más de una ocasión… y estaba luchando contra la tentación de hacerlo otra vez.

Ella sabía que estaba mal, pero también estaba convencida de que los dos disfrutarían el momento. Diana se sentía culpable por lo que había ocurrido con Lucho y Esteban y si ahora mismo se dirigía al cuarto de su hijo, podría hacer las paces con él.

Se acarició la concha, tenía puesto un vestido corto y no llevaba ropa interior. Sus gajos se abrieron como una flor, ante el contacto de sus dedos.

Estaba decidida, lo iba a hacer. Era muy importante que los se llevaran bien, y eso rompería la tensión.

Diana se puso de pie, llena de convicción; pero no llegó a dar ni un solo paso. Un par de fuertes manos se aferraron a ella por detrás. Las garras se cerraron sobre sus grandes tetas, no sin antes dejarlas expuestas completamente. El susto se le pasó rápido, ella conocía muy bien el tacto de esas manos impertinentes.

Sintió un rígido bulto contra sus nalgas, Julián tenía la verga completamente dura. Diana, llevada por puro instinto sexual, levantó la cola y el glande logró ubicarse entre los húmedos gajos vaginales. Ella suspiró de placer y la mente se le nubló completamente. Su hijo no sólo la había sorprendido con la guardia baja, sino también con una calentura que crecía de forma vertiginosa.

Ella se meneó lentamente y pudo sentir cómo el glande iba abriéndose camino en su concha, la cual ya estaba empezando a dilatarse.

—¡Ay, por favor, Julián!

Al chico lo puso a mil escuchar a su madre gimiendo su nombre. Podría haber metido toda la verga de golpe, pero su objetivo era otro. La introdujo con mucho cuidado, casi dejando que se deslice hacia adentro con total naturalidad. Diana, traicionada por sus instintos sexuales, separó más las piernas y se inclinó hacia adelante, mientras Julián le pellizcaba los pezones.

El mundo giró descontroladamente cuando ella intentó concientizarse de que esa verga que se estaba metiendo, y que le estaba brindando tanto placer, era la de su propio hijo. Esto no podía seguir, ella debía apartarse inmediatamente. Sin embargo algo extraño ocurrió: Julián dejó de moverse.

Diana también se quedó quieta, sintiendo algo duro en la entrada de su concha. Su experiencia en el sexo le decía que la verga no había entrado completa, posiblemente, teniendo en cuenta el tamaño de Julián, apenas había entrado una cuarta parte.

—¿Creés que podés aguantar esto? —Preguntó el muchacho.

—¿Eh? No entiendo…

—Para las fotos. ¿Aguantarías algo como esto?

—¿Para las fotos? —De pronto la memoria de Diana se activó y recordó el asunto de las fotos eróticas, como si esto se hubiera borrado completamente de su existencia durante unos segundos—. Vos decís… ¿hacer esto en las fotos?

—Sí, solo esto… creo que sería más que suficiente.

—No sé… me incomoda mucho… si me la tengo que meter en la boca, no tengo problema… pero ésto es demasiado.

—Esto no es ni la mitad…

Sus sospechas eran ciertas, Julián apenas había metido una pequeña parte de su verga.

—Pero…

—Mamá, si no empezamos a generar fotos con penetraciones, en unos meses nos podemos quedar sin trabajo.

—Es cierto, pero… no sé…

—Mirá, te lo estás aguantando muy bien, ni siquiera te moviste. Vos pensá en cualquier otra cosa… o no pienses en nada… yo aprovecho a sacar fotos.

—No es tan fácil… ¿Trajiste la cámara?

—No, ahora no… porque no sabía si ibas a aceptar.

—Es que… tendrías que haberla traído… me tomaste por sorpresa y ya la metiste… o sea, tendrías que haber aprovechado para sacar la foto así. Ahora sacala.

Diana se apartó de su hijo. La concha le quedó dilatada, aún con la sensación de tener algo duro clavándose en su sexo. La verga de Julián seguía firme, apuntando descaradamente hacia ella, que ahora la miraba de frente.

—Pensé que si hacía eso te hubieras enojado.

—Tal vez… no sé… qué se yo… estoy confundida. No me gusta que me hagas eso, sin pedir permiso… pero si me pidieras permiso, te diría que no. Si hubieras aprovechado a traerla cámara, tal vez ahora tendríamos un par de fotos más, para vender.

—Pero no es tan fácil, podría haber sacado un par de fotos desde mi perspectiva; pero con eso no alcanza… habría que programar la cámara, para sacar fotos desde distintos ángulos.

—Ya me estás pidiendo demasiado, Julián. —Toda la seguridad sexual de la rubia empezó a flaquear—. Sos mi hijo. Me cuesta horrores pensar que me vas a meter la pija en la concha… aunque sea para las fotos. Pero… si hubieras traído la cámara…

—Sí, ya sé… tendríamos al menos algunas fotos más.

—Emm… sí, bueno. No vuelvas a hacer esto. —No lo dijo con enojo, sino con preocupación—. Ahora me gustaría terminar de limpiar el baño.

—Está bien. Voy a seguir editando las fotos… todavía no quería mandar a la web las que sacamos en la quinta de ese tipo, porque seguramente las van a pagar mejor más adelante.

—Bueno, eso es cierto, mejor las guardamos, para un buen momento.

Julián salió del baño sin tener idea de que su madre estuvo a punto de chuparle la verga. Él aún estaba muy excitado, pero por suerte le quedaban todas las fotos porno de la computadora, y la sensación de haber metido la pija en un agujero tibio y húmedo, de lo más agradable.

—5—

A pesar de que Diana se sentía incómoda por lo ocurrido en el baño, no dejó que esto alterase su nuevo ritmo de vida. Siguió usando ropa muy sexy, a veces deambulaba por la casa vistiendo los conjuntos de lencerías que le habían mandado los alemanes, solo para poder mirarse al espejo de vez en cuando y sentirse sexy. Algo que Julián agradecía y ya no se atrevía a ignorar a su madre cuando ella se vestía sexy. Por lo general se acercaba a ella le manoseaba el culo, y en ocasiones la concha. Para Diana ser tocada así por su propio hijo era una explosión de morbo. Algo que, si bien sabía que no era lo correcto, se lo permitía. Al fin y al cabo ya tenía mucha confianza con Julián, y los dos sabían perfectamente cómo funcionaba la calentura del otro. Ella ya no encontraba tan calamitoso que su hijo terminara con la pija dura después de estar metiéndole los dedos en la concha durante un rato.

Lo que sí prefirió evitar fueron las prácticas de sexo oral. Se dijo a sí misma que solo la chuparía en momentos especiales, cuando quisiera agradecerle a Julián por su trabajo.

Un día Diana se encontraba vistiendo un conjunto celeste de ropa interior, con portaligas y todo; pero sin la tanga. Su concha lampiña brillaba ante los ojos de su hijo que, a pesar de intentar concentrarse en un juego de PlayStation, no podía dejar de mirar a su madre, especialmente cuando ella se agachaba y los gajos de esa hermosa concha parecían abrirse, como invitándolo a portarse mal. Para colmo unos minutos atrás él había sorprendido a Diana, haciéndose una paja en el sofá del living, como si fuera lo más natural del mundo. Le encantaba este nuevo estilo de vida, se la pasaba todo el tiempo contemplando a una de las mujeres más sensuales que conocía… y era su propia madre.

A modo de juego provocativo, Diana se puso a limpiar la mesa del living, pasando un paño sobre ella. Tenía puesto tacos altos, que estilizaban mucho sus piernas, y paraba la cola como lo hubiera hecho una actriz porno. Al mirar de reojo encontró a Julián, agachado unos metros detrás de ella, el chico tenía la cámara en mano y la estaba fotografiando. Ella empezó a sentirse como una diva. Extendió la tarea tanto como le fue posible, por más que la mesa ya hubiera quedado limpia. Separó las piernas un poco más, para enseñar mejor esa concha húmeda, que parecía pedir verga a gritos. Y eso fue exactamente lo que interpretó Julián.

El chico se acercó a su madre, desde atrás, con la pija dura en una mano y la cámara en la otra. Ella no supo qué estaba ocurriendo, hasta que fue demasiado tarde. El glande se acomodó entre sus gajos vaginales y su cuerpo de mujer excitada reaccionó instintivamente. Se inclinó hacia adelante y paró aún más la cola. Apoyó las manos en la mesa y recibió la cabeza de la pija dentro de su concha.

Julián no perdió el tiempo, sabía que su madre no permitiría que la situación se extendiera por más de unos segundos. Aunque se moría de ganas por meterla más adentro, la penetración del glande ya era suficiente como para sacar una buena foto de esa concha, que se estaba abriendo como una flor.

Fue Diana quien se apartó, Julián no hizo otro intento por penetrarla. La rubia, llena de dudas, se fue hasta su cuarto y se encerró allí. Se tendió en la cama, sin siquiera quitarse los zapatos.

“Es sólo por las fotos —se dijo—. Si Julián no me hubiera tomado por sorpresa, no habría podido sacarlas. No te hagas tanto la cabeza, Diana”.

Pero era imposible apartar de su mente todos esos morbosos sentimientos. Le gustaba provocar hombres y que su hijo también cayera presa de sus encantos la llenaba de alegría y preocupación por igual. Él la había penetrado apenas un poquito, pero fue suficiente para que toda su libido se activara. La rubia abrió las piernas y empezó a acariciar su concha, llena de flujos e hipersensible. El contacto de sus dedos con el clítoris fue como una descarga eléctrica, y un suspiro escapó de su boca. Cerró los ojos e intentó imaginar amantes anónimos, o a Lautaro… incluso a los tipos que se la cogieron en la playa… pero una y otra vez su mente traicionera la llevaba hasta el vívido recuerdo de la verga de Julián entrando en su concha, especialmente aquella primera vez, en la que él había cometido el atrevimiento de penetrarla, pensando que eso era lo que ella quería. Casi podía sentir otra vez, esa gruesa y larga verga clavándose en ella. Se preguntó cuántas madres podrían decir que tuvieron la verga de su hijo dentro la concha, y que ésto les causó mucho morbo. Ella ya podía unirse a ese club de madres, si es que realmente existía. Pero debía existir, al menos de forma tácita. Seguramente muchas madres hacían con su hijo cosas mucho peores que ella. Diana, al menos, lo hacía por trabajo… un trabajo extraño, sí; pero trabajo al fin.

Sus dedos entraron en la cueva húmeda entre sus piernas y empezaron a moverse a toda velocidad. Ella no intentó disimular sus gemidos de placer, incluso le producía morbo que su hijo la escuchara. Se arrepintió de haber cerrado la puerta, no le hubiera molestado que Julián la viera hacerse una tremenda paja.

Casi como si sus pensamientos hubieran sido oídos, la puerta del cuarto se abrió. Diana abrió un solo ojo y vio a Julián, asomando la cabeza, con la cámara en mano. La rubia volvió a su tarea, separando más las piernas, como si estuviera diciendo: “Pasá, mirá cómo se toca mami”. Ella se dio cuenta de que le encantaba haber llegado a ese nivel de confianza con Julián, él ya sabía perfectamente que ella era una calentona a la que le gustaba pajearse mucho. Con sus gemidos y espasmos Diana quería demostrarle a su hijo que ella también era capaz de gozar como una puta en celo… tal vez Julián ya no tuviera dudas de eso, pero le daba mucho morbo demostrárselo una y otra. Como si estuviera diciendo a gritos: “Me encanta el sexo,  me encanta la paja, y no me da vergüenza admitirlo”. Algo que había inhibido durante muchos años y que ahora ya no tenía necesidad de hacer, podía sentirse libre, incluso frente a su hijo.

Julián, al darse cuenta de que su madre no lo echaría del cuarto, aprovechó para capturar fotos de la ardiente paja que se estaba haciendo su madre. La fotografió desde todos los ángulos, quería inmortalizar la expresión de placer en la cara de Diana, las gotitas de sudor acumulándose en sus grandes tetas, los dedos recorriendo su anatomía, la concha que largaba flujos y se abría, como pidiendo que la clavaran de una buena vez.

Por supuesto que él tenía la pija dura, no se le había bajado ni por un segundo. La acercó a la concha de la rubia y comenzó a frotar el glande entre esos gajos jugosos. Con la otra mano hizo un gran esfuerzo por apuntar con la cámara y tomar fotografías, si salían bien centradas, podría pedir un buen precio por ellas. Diana lo sabía, por lo que no se movió del lugar. No le había dado permiso a su hijo para que se tomara tales atrevimientos, pero él ya estaba ahí. Sería muy estúpido de su parte arruinar una situación inmejorable para sacar fotos más morbosas de lo habitual. Sabía lo que vendría a continuación y se preparó para ello, o al menos lo intentó.

El pene comenzó a abrirse camino, ella dejó salir un suspiro. Si la situación hubiera sido diferente, tal vez no se hubiera excitado tanto con la punta de una verga metiéndose en su concha. Pero la situación era, cuanto menos, muy extraña. Se trataba de su propio hijo quien, por segunda vez en el día, estaba empujando la verga dentro de su gruta femenina. Llevaba por un morbo incontrolable, Diana volvió a poner en marcha sus dedos, que se encargaron de frotar su clítoris, con la maestría de una mujer que lleva muchos años haciéndose la paja.

La verga fue entrando lentamente, Julián no quería asustar a su madre y además era necesario tomarse un poco de tiempo para conseguir una buena foto.  Los nervios de Diana aumentaban junto con su calentura. Podía ser una mujer muy segura de sí misma cuando se trataba de juguetear con dos desconocidos en una playa, o con los inexpertos amigos de Julián. Pero tener que lidiar directamente con la pija de su hijo, le rompía todas las barreras defensivas.

Para Julián lo más difícil era luchar contra la tentación de meter toda la pija dentro de esa húmeda y tibia vagina. La sensación era tan agradable que temía que su instinto sexual lo traicionara, haciéndole olvidar por completo que esa que estaba con las piernas abiertas era su madre.

Sacó la verga, solo para no caer en la tentación, y volvió a frotarla entre los labios. Esto a Diana la puso como loca, le encantaba que los hombres la hicieran desear, acariciándole la concha con la pija. Si se hubiera tratado de alguno de sus amantes, ya estaría suplicando que por favor se la cogieran de una buena vez, porque ya no daba más de la calentura. Pero no podía hacer eso, no con su hijo. Lo que debía hacer era ponerle fin a esta situación, probablemente él ya tendría fotos suficientes. Sin embargo, en ese preciso momento, la pija volvió a las andanzas. Su concha se abrió gentilmente, para recibir una vez más ese glande que tenía un tamaño considerable, pero al cual ya se estaba acostumbrando. Esta vez la penetración fue un poco más profunda, Diana sintió lo mismo que cuando Julián la clavó en el baño. Ella mantuvo sus ojos cerrados, no quería encontrarse con la mirada de su hijo. Se quedó tan quieta como los espasmos sexuales se lo permitieron, y dejó que Julián retratara el momento desde su perspectiva masculina; algo que muchos fans de Diana agradecerían. Al estar la verga un poco más adentro, la imagen se vería como una penetración real. Los que vieran la foto no tendrían forma de saber si esa verga llegó a entrar completa en la concha de la rubia, o si solo se quedó allí.

Después de sacar muchas fotos, Julián dejó la cámara sobre la cama. Ya no la necesitaba más. Retrocedió un poco, para sacar la verga de la concha de su madre y comenzó a masturbarse. Diana espió, durante unos segundo, se dio cuenta de que la sesión de fotos había terminado, al menos de momento. Pero su hijo había quedado tan caliente que se haría una buena paja mirándole la concha de cerca. Esto la calentó mucho, y al mismo tiempo la tranquilizó. Para ella era mucho más fácil tolerar que su hijo se excitara al verla desnuda, que tener parte de la verga metida en la concha.

Ella también tenía una calentura que podía competir con la de Julián. Por eso reanudó la masturbación con total soltura. Ahora el acto de autosatisfacción era mucho más interesante, sabiendo que su hijo se estaba pajeando al mismo tiempo que ella. Imaginó que él debía estar fantaseando en cogerse a una mujer tan hermosa como su madre… ¿y por qué ella no podía fantasear con ser cogida por un tipo con una verga tan linda como la de su hijo? Al fin y al cabo una verga es una verga… y la de Julián era una de las mejores que había visto… y sentido. Sí, porque aún tenía la sensación que le había dejado esa breve penetración.

Diana gimió y se sacudió en la cama, sin dejar de pajearse, brindando un espectáculo absolutamente pornográfico, sólo para los ojos de su propio hijo. Esta sería una de las mejores sesiones de masturbación, en mucho tiempo, y ella no sabía qué tan interesante se volvería.

Julián no se contentó con sacudir su verga. La concha de Diana estaba peligrosamente cerca, y no pudo resistir la tentación de volver a frotar el glande entre esos labios vaginales. Diana, por puro acto reflejo, apartó los dedos y permitió que su hijo se tomara el atrevimiento de generar pequeños empujoncitos que dilataban el agujero de su concha.

Ella sabía lo que su hijo pretendía, pero la calentura le nublaba el juicio. Cuando la verga empezó a entrar otra vez, ella soltó un suspiro, casi como si estuviera diciendo “Metemela toda”. Pero, para su alivio, Julián no lo interpretó de esta manera, sino de la contraria. Rápidamente retrocedió, creyendo que había molestado a su madre. No había entrado más de la cuarta parte de la verga, pero se sintió de maravilla. El chico siguió pajeándose y, al mismo tiempo, frotó la cabeza de su pija contra los labios vaginales. Esta acción hizo vibrar la líbido de la rubia, quien también reanudó su masturbación.

Estuvieron así durante un rato, frotándose el uno contra el otro, masturbándose y, ocasionalmente, permitiendo que la punta de la verga entrara en la concha. Para Julián la calentura fue tal que no pudo resistir mucho tiempo, eyaculó una vez más, y hasta pudo sentir como él, desde el fondo de su ser, expulsaba con más fuerza todo ese semen, sabiendo que caería justo encima de la concha de su madre. Resistió la tentación de meter la verga entera y acabarle dentro, pero sí se tomó la libertad de poner el glande muy cerca del orificio vaginal, y soltar allí su último chorro de leche.

Diana se quedó disfrutando de la tibieza de ese espeso líquido que le cubría el sexo, mientras tanto ella se sobaba las tetas. Se sintió mal consigo misma, por permitir que la situación hubiera llegado tan lejos, y dijo lo único que, en parte, podía aliviar su martirio:

—Aprovechá para sacar todas las fotos que puedas.

Esto hizo reaccionar a Julián, como si hubiera recibido un golpe en la nuca. De inmediato tomó su cámara y empezó a fotografiar la obra de arte porno que era su madre, con las piernas bien abiertas y la concha llena de semen. Sabía que le darían una buena suma de dinero por esas imágenes y se alegró de que su madre le recordara sus funciones como fotógrafo.

Cuando Diana supuso que Julián ya había tenido suficiente tiempo como para fotografiarla, le pidió que la dejara sola. El chico obedeció, ya había acabado y la memoria de la cámara estaba llena; no tenía nada más para hacer allí.

En cuanto la rubia se quedó sola, llevó una mano a su entrepierna y empezó a jugar con el semen, usándolo como lubricante, para meter sus dedos. Con la otra mano buscó su consolador, dentro del cajón de la mesita de luz. Todo un acierto haberlo dejado tan cerca de la cama. No tuvo clemencia, se clavó el pene plástico hasta el fondo, de una sola vez. Esto le produjo un dulce dolor, el cual se repitió cuando ella volvió a clavar el consolador. Éste se deslizaba muy bien, ella estaba dilatada y el semen era un excelente lubricante, y además estaban sus propios flujos, que chorreaban de esa concha como no lo habían hecho en mucho tiempo. Ni siquiera se mojó tanto al dejarse coger por aquellos dos tipos en la playa.

Entre sacudidas y gemidos, Diana llegó a tener uno de los orgasmos más potentes de su vida, y cuando recobró la calma sintió miedo, ya que todo el tiempo había estado fantaseando con la pija de su hijo.