La Mexicana: El baño del Aeropuerto

Fin de la serie La Mexicana. Un polvete rapido en un concurrido baño público y la despedida. Estrella Invitada: Sweetkitty.

NOTA: A modo de introducción a la historia, es importante leer los relatos anteriores:

http://www.todorelatos.com/perfil/790735/

Prólogo: La Mexicana.

La Mexicana: FLASHBACK

La Mexicana: Cartagena de Indias

EPÍLOGO:

Las baldosas prístinas y los mármoles relucientes. El olor a pis revuelto con lejía y finos toques de manzana verde. La excitación de hacerlo en público una vez más, aunque el frío de la tapa del sanitario me congele las nalgas. Estamos desnudos. Como debe ser. Miro el reloj. No estamos a tiempo para preliminares.

LA MEXICANA: EL BAÑO DEL AEROPUERTO

I

Hoy hemos despertado temprano. Han sido cuatro días perfectos mostrándole Colombia a mi mexicana, como un vendedor el folleto de una exótica locación a algún turista desprevenido. Vida nocturna, playa y sexo. Pero todo lo bueno acaba temprano y este tórrido romance llega hoy a su fin. Descuelgo el teléfono y pido un taxi.

Ya en el aeropuerto, tomo la manija de su maleta y la ruedo hacia la entrada. Sandra toma mi mano y juguetea con la yema de su dedo anular en mi palma. La acompaño a hacer el check in de su equipaje (hasta donde me es permitido por las leyes del aeropuerto) y entonces voy al puesto de café para comprarnos unos lattes. Ella lo toma caliente. Yo por mi parte, prefiero un frappuccino.

45 minutos después

Se me olvidaba lo increíblemente lento que es el proceso de check in en nuestros aeropuertos. A la vista de la policía todos son traficantes y sus maletas laboratorios ambulantes, hasta que la detección manual demuestre lo contrario. La veo salir de la fila y caminar hacia las banquitas donde espero sentado. El silencio liquida nuestros ánimos.

Hace solo cuatro días ella bajaba del avión y difícilmente pudimos esperar a follar en la parte trasera del taxi. Hoy, una sola palabra cruza mi mente y me aletarga. Una palabra que existe solo cuando no la miro a ella. A Sandra. Mi hermosa Sweetkitty. La Mexicana.

Debo decir, antes de continuar relatando, que nuestros planes para toda la semana incluían una parada en Santa Marta y Aracataca, pero esta última locación tuvo que ser cancelada, luego de que ella recibiera una llamada telefónica. Aun desconozco lo que habló y mucho mas a su interlocutor. Solo la oí decir:

-Está bien Andrés. Como tú digas.

¡¡Ayy!!

Un grito me saca del embeleso. Sandra se lleva las manos a la boca, abierta y humeante como el cráter de un volcán a punto de hacer erupción, y las agita en el aire. Debí advertirle, su café estaba hirviente. Le ofrezco el mío para mitigar el ardor de la quemadura con su fría cremosidad. Bebe pequeños sorbos y su cara deja notar mejoría. Entonces me agradece el gesto con un beso. Un beso como no me había dado desde ayer por la noche. El calor de su lengua hace difuminar el frío de la mía. Su respiración es ardiente, como un soplo de pedazos de canela en mi rostro. Suspira. Solo ella sabrá lo que siente en este momento. Sé lo que siento yo. Quiero hacerla mía ahora. Una ultima vez antes que se vaya.

El altavoz suena una canción que reconozco. Sonríe. Me mira a los ojos y lee mi pensamiento. La canción me ha dado una idea.

Música incidental diegénica: Caramelos de Cianuro-Sanitarios

II

-¿Hablas en serio?- Pregunta con el rostro sonrojado y sus labios hinchados. Por supuesto que hablo en serio. Vamos entrando al baño de mujeres y el corazón me late a destiempo, con el ritmo al que camina un viejo con sambito.

Nos metemos a una cabina de aluminio y ella cierra la puerta. Acto seguido me besa mientras desato los tirantes de su blusa, torpemente, como un morboso quinceañero ante la oportunidad de anotar por primera vez. Sus manos se lanzan a mi camisa, la cual desabotonan en un santiamén. Sus jeans caen al suelo. Una victoria mas para el equipo local. El olor de sus panties me trae loco. Mi trola hace aparición por entre los pliegues de mi cremallera, una erección como no había tenido hasta ahora a mis 19 años.

Se arrodilla y lame con verdadero estilo la punta de mi verga. Tal como solo ella sabe. En mi vida he tenido mamadas, y mamadas propinadas por ella. Las del segundo grupo son las mejores. Me estremezco al contacto de mi capullo con el calor de su boca. Su lengua juega con mi glande mientras su mano acaricia mis testículos. Respira sobre la base de mi miembro a cada metida y chupada, y sus ojos se clavan en los míos. Adoro su mirada mientras me la chupa. Picardía y lujuria son dos vecinas que viven en el monte Sexo. Ambas amigas del titán Gozo, con quien fornican todo el día, todos los días. El clímax de cada encuentro entre estos tres hace llover cachondez sobre la hierba del monte, y dicha cachondez es una explosión blanca que ilumina las pupilas de Sandra. Dos soles color café oscuro me miran y tengo que pensar en otra cosa para evitar correrme. Retrasar el placer es una costumbre que bien sirve sus frutos.

Basta ya. Me siento sobre el bacín y mi pinga apunta al cielorraso. Una mirada al reloj me recuerda que tenemos poco tiempo para este encuentro, así que la tomo por sus caderas. Sus exquisitas caderas. Dos satélites que orbitan el planeta Diosa. Una puntada de mi glande en la entrada de su vagina y ella tiembla. Respira y se deja caer de espaldas a mí.

Sus manos se apoyan en mis hombros y sus piernas yacen sobre las mías. Aprieto uno de sus senos y el pezón, duro y moreno como un "Kisses" de Hershey’s. Le gusta sentirse arrebatada mientras asume la posición dominante. Levanta su cadera y la deja caer de nuevo, penetrándose con mi verga. Da un gritito y una respiración corta y vuelve a levantarse y dejarse caer. Mi otra mano busca su pequeño clítoris en la rozagante masa de su bella flor de carne.

La estimulo frotándolo mientras ayudo a penetrar empujando mi pelvis hacia delante. La posición es incomoda, pero la recompensa es sentirle estremecerse con cada embate, y respirar entrecortadamente, y sus uñas clavadas en mis hombros.

Pronto, más pronto de lo esperado, la oigo gemir y su coño se contrae. Escucho susurros tras la puerta, pero hago caso omiso, si nos van a pillar, me importa un carajo siempre y cuando ella acabe. Quiero darle algo que recordar. Se recuesta contra mi y gira su cara. Me besa y me muerde los labios. El aire sale a presión de sus orificios nasales. Suda y gime. Indicios clásicos del disfrute femenino.

Es mi turno. La levanto y la empujo contra la puerta levantando su pierna izquierda y flexionándola en el aire. Doy una frotada por su culo, que siento abrirse a mi paso. Entonces introduzco mi verga muy despacio, dándole tiempo a su esfínter de acostumbrarse al intruso. He entrado hasta el pegue. Salgo y empujo suavemente de nuevo. Siento aire en su ano agitándose contra mi pinga. La saco hasta la mitad y vuelvo a entrar, esta vez con violencia, y el aire sale de su ano con mi arremetida. Ella grita esta vez, y todas las veces que mi polla entra a este ritmo en su orificio. Deja escapar un teamo. "Yo también" le contesto con un hilo de voz mientras disfruto de la sensación de mi epidídimo tensándose. Eyaculo copiosamente y mi orgasmo desencadena sus gemidos. Tres disparos en su pequeño y apretado orificio y mi pene sigue igual de duro. No importa. Ella ha visto su reloj y me advierte. En dos minutos llamarán a abordar el avión.

III

En la fila para pasar al área de abordaje nos despedimos. Un beso de su boca se siente como una dulce promesa, pero ni esa promesa, ni sus besos, ni el ultimo polvo me hacen olvidar la palabra que ahora se me incrusta en el cerebro como una astilla de madera en el dedo de un carpintero. Abro la boca y dicha palabra sale:

-Adiós.

-Adiós, amor.-Responde ella y una lagrima resbala por su mejilla derecha.

FIN.

José Molina estará de vuelta en su próxima serie:

BOGOTÁ-MADRID