La mesa está servida

Nyotaimori, sitofilia. Si no sabes de qué trata este fetiche… averígualo conmigo.

Durante toda mi juventud no fui sexualmente activa. Quizás por falta de interés o por desconocimiento no exploré demasiado esa parte de mi vida. Recién a los 20 años, pariendo a mi único hijo descubrí una sensación de placer en ese momento tan mágico. Pasaron años hasta que identifiqué el sentimiento con algo cercano al clímax, a la alegría, al placer de ser una con la naturaleza.

Es cierto que cuando probás un poco de ese placer no dejás de buscarlo. En mi caso pensé que se trataba de ese momento único y presioné a mi marido para continuar con la familia. Está de más decir que no lo logré, que se cansó de mis insistencias y finalmente decidió abandonarme con un niño preadolescente mientras perseguía mujeres con intereses distintos a los míos. Abandonarme es una forma de decir, nunca me faltó nada y se ocupó de su hijo. Yo dediqué todo mi esfuerzo a aquello único que quedaba de mi vida pasada y borré de mi mente toda búsqueda de placer. Pero los niños crecen, la casa se vuelve silenciosa y las noches son solitarias.

Cuando Diego inició con su educación universitaria sentí más que nunca la soledad. El que una vez considero sagrado un sábado de películas ahora se interesaba en salir con sus compañeros de la Facultad. Guardé todo dolor y disfruté de su nueva vida, quería que el finalizará sus estudios y tuviera lo que yo no tuve: independencia. Quizás lo crié como un niño mimado y tímido necesitado de su madre pero cada día lo veía desarrollarse como un hombre y antes de sentir dolor sentía orgullo.

Fue entonces que decidí descargar Tinder en mi celular. Busqué gente de mi edad, concreté citas, conocí varios hombres apuestos.

- Suelen estar de paso - me quejé una vez con Diego.

- Es así, mami, los hombres adultos no buscan amor... Y si te dicen eso: mienten. Si no lo hicieran ninguna mujer les daría bola. A las pibitas les dan la idea de solvencia económica y a las mujeres grandes de romanticismo anticuado.

- ¡¿Me estás diciendo que soy una mujer grande?! Diego me rompes el corazón.

- No, má, vos ni pareces grande, hasta podrías restarte años. Pero pensá que competís con nenas de 18.

- ¿Y si pruebo con jóvenes yo también?

- No, ma. - Dijo irritándose cada vez más - si te llegas a cruzar con uno de mis amigos me pego un tiro.

- Exagerado. Bloquealos. - le entregué mi celular.

- Ufff... No es tan fácil, tendría que verlos y... No puedo bloquearlos todos ahora.

Comenzó a revisar la propuesta que me ofrecía Tinder supongo que buscando a sus amigos. Empezó a reírse y a mostrarme fotos. Es cierto, había cada aparato en esa red social, cuando leía en voz alta sus descripciones quedaba en evidencia cuando sabía él de citas.

- Este safa . - un hombre de 37 años, 3 menos que yo, con algunas canas, traje, una sonrisa amable - Uy, también te dió like. Háblale, mami. Ni pienses si es el amor de tu vida o no. Tenés que empezar por algo, lo importante es que pruebes.

"Tenés que empezar por algo" era la frase que resonaba en mi cabeza en cada invitación que recibía, a cada cita a la que iba, a cada cama en la que caía. Diego tuvo buen gusto con el primero, era  un hombre agradable, apuesto, exitoso; pero definitivamente no quería nada conmigo.

"Tenés que empezar por algo", pensaba en eso la primera vez que me entregué en su cama. Y la frase resonante de Diego sonó en mi cabeza con los siguientes hombres, con las propuestas que me hacían, con las propuestas que les hice. De pronto era protagonista del festival sexual  que me habían excluido tantos años atrás.

A mis cuarenta años era yo una mujer sin preocupaciones económicas que no tenía más horario que respetar que las comidas de mi hijo, un hijo que cada vez se alejaba más de mi casa. A la tarde salidas con amigas y a lo noche caer en el vicio irrespetuoso de alguno de mis compañeros, a veces los tenía a dos de ellos a la vez. Cada uno me arrastraba a su propio mundo de perversión y conocí diferentes formas de visir la sexualidad. A esta altura la frase de Diego era un estilo de vida, "tenés que empezar por algo" era mi forma de convencerme que debía probar todo lo que se me ofrecía.

Con el fin de este relato no pienso detallar lo antes vivido, quiero contarles el epítome de mi filosofía sexual que me llevó a un camino del que pocos pueden -o quieren- huir. Sin embargo debo aclarar que el primer hombre con el que salí era mi favorito, un caso de vicios e ideas extrañas que me arrastraba en locuras que me encantaban. A él a todo le decía que sí.

Un sábado, que sabíamos que Diego se reunía con sus amigos, envió a un hombre a mi departamento. Previamente me había explicado lo que quería hacer y me dio instrucciones para que todo sucediera como él quería.

Sin decir nada le indiqué el camino a la cocina, me quité la bata y me recosté sobre el frio mármol de la isla. El hombre comenzó a trabajar alrededor mío, en una tabla comenzó a cortar pequeños trozos de pescado de carnes de diferentes colores. Tenía un arroz preparado y frío que fue moldeando para crear los nigiris que iba colocando sobre mi cuerpo. No sentí de inmediato el frío de la pieza porque me había bañado en agua fría para bajar la temperatura de mi cuerpo. Sin decir nada, el hombre acomodó mis piernas cruzándolas, cubrió mi parte más íntima con unas especies de algas y encima de ellas 3 makis. Mis brazos los acomodó con los codos hacia el mármol puso un nigiri en cada hombro, en cada parte interior del codo y un maki en mis manos semi abiertas, y de esa forma me inmovilizó por completo. Lo oí dar vueltas por la cocina, sacando de su bolso demás ingredientes que esparció por mi cuerpo, lo último en cubrir fue mis pezones. Decoro con algunas flores el resto del mármol, dejó sobre mi ombligo una tacita con salsa de soja, acomodó cerca de mi cabeza una botellita de sake con dos tacitas. Le indiqué que no cierre con llave la puerta y se fue.

En media hora o menos debería llegar mi treintón a comer la cena que con tanta anticipación se procuró. Intenté relajarme, estaba inquieta pero no podía expresarlo con mi cuerpo sin el riesgo de desarmar la bonita exposición que tenía encima. De pronto oí pasos, ruidos de llaves, el cerrojo de la puerta ¿ya había pasado el tiempo?

- ¡Ma! ¡Dejaste la puerta abierta, ma! – Diego ¿qué hacía Diego en casa? – Después te quejas de mí pero veo que no soy el úni…

Se quedó pasmado en la cocina viendo tremenda obra en la misma isla donde desayunaba para ir a estudiar. Estaba aterrada, no me animaba a moverme pero tampoco quería que me viera así. ¿Qué hacía tan temprano en casa? ¿No era que salía a bailar toda la noche? Sonrió, se acercó a mí y sacó el cuenquito con salsa de soja.

- Mami, relájate o se te va a caer todo. – Se rió por lo bajo y agregó – Que lindo es llegar a casa y te esperen con la cena.

Me sentía mortificada, jamás me iba a perdonar semejante descuido, fui una tonta. Una mujer de mi clase rebajándose a estas actitudes de adolescente. Tenía un hijo en casa al que debía honrar y no exponer a semejante impudicia.

Se oyó el picaporte moverse, al sentir que la puerta tenía traba tocaron timbre. Mi cita. Diego sonrió y se dirigió a la puerta. Oí a lo lejos su conversación.

- ¿Si? ¡Ah! ¿Vos sos el que venía a visitar a mi mamá? La llamó Claudia, están llevan al Muñiz a una de las amigas, parece que tuvo un accidente grave. Se tuvo que ir de raje, están re asustadas.

-          ¿En serio?

-          Si, se llevó el auto, quizás todavía no te avisó porque está manejando. Me dijo que te había dejado la cena en la mesa… por si la querías… Sushi, creo.

-          No, no. Gracias. Aprovechala vos.

-          Muy amable.

-          Espero que se encuentren bien. Qué pena lo de su amiga.

-          Si, una desgracia.

Que mentiroso. Pero me merecía que me arruine la cita, todas las citas. Estaba todavía tendida sobre el mármol deseando desaparecer cuando Diego volvió a la cocina. Se acercó a mí y tomando con la mano un maki desnudó uno de mis pezones.

- Tanta comida no puede desaprovecharse – me dijo mientras mojaba el maki en la salsa de soja que había puesto de nuevo en mi ombligo y la acercaba a mi boca.

Tardé dos segundos en caer en cuenta de lo que sucedía, una gota de la salsa de soja cayó en mi mentón entonces abrí la boca para recibir la porción de comida que se me ofrecía. Quise, en mi mente, quitar toda sensualidad de lo que ocurría: solo estábamos comiendo, solo se aprovechaba lo que quedaba luego de una cita interrumpida. Pero Diego tenía otros planes, se inclinó a lamer la gotita de salsa de soja, olí su aliento a cerveza, cerré los ojos, me sentía sin escapatoria, de algún modo inmovilizada por la situación. Su lengua se trasladó a su boca y comenzó a besarme con unas ganas que desconocía.

Se sirvió un poco que sake que bebió sin prisa a la vez que con los palitos jugaba a pellizcarme el pezón descubierto. Siguió comiendo de mi cuerpo, desnudándome lentamente, dejándome cada vez más a su merced. Un cosquilleo recorrió mi cuerpo y anidó en mi vagina, todavía cubierta de algas y piezas de sushi me sentía a salvo de que se notara mi placer.

Quisiera que se entienda que yo sabía que lo que sucedía estaba mal. Pero en el momento una nube de deseo y confusión se apoderaban de mi mente y lo único que yo sabía hacer era quedarme quieta y sentir los palillos recorrer mi piel y quitarme lentamente el velo de comida que me cubría. En esos largos minutos yo no veía a mi hijo como tal, lo veía como un hombre que se alimentaba de mí. Y a la vez, sentía que ese nuevo ritual era todo lo que siempre hicimos juntos, una nueva forma de darle de comer, como antaño cuando lo amamantaba.

Me sentí, en parte, de nuevo en el rol de madre que se ocupaba de alimentar a su hijo y, por otro lado, me sentía completamente hembra deseosa de ser devorada por un varón. Diego se masturbaba a la vez que comía, se inclinó para tomar con la boca la última pieza de mi entrepierna, y mientras masticaba hundía su cara y descubría el huequito que tanto miedo me daba mostrarle. Suspiré, me estremecí de la sorpresa pero lo dejé hurgar con la nariz todo mi ser. Buscando la botellita de sake se sirvió un trago en el triangulito que se formaba de mis piernas cruzadas y sorbió. La fuerza de su trago me sobresaltó y sentí un creciente placer con el contacto de su lengua tomando las últimas gotas de alcohol que quedaban en mi cuerpo.

Me perdí en el deseo, yo solo quería ser comida de ese hombre que se abalanzaba hacia mí y mordía mis muslos. Me separó las piernas, su pene erecto cortaba el aire, ni relacioné que era el pene de mi hijo, era un pene y listo, eran unas manos las que reacomodaban la posición de mi cuerpo y listo. No había nada que pensar, yo era una simple mesa al servicio de quien comiera esa noche. Me daba placer pensar que era solo eso: un ingrediente más en la cena; me excitaba aún más pensarlo.

Diego tomó un nigiri de mis brazos y lo mojó en los jugos de mi vagina, lo sostenía con la mano así que en ese movimiento aprovechó a hundir su dedo dentro mío. Ni me inmuté, estaba ida, disfrutaba del tacto de la carne fría en mi vulva. Devoró las últimas piezas repitiendo la salsa humana que acababa de probar. Yo me quedé quieta, tranquila, sintiendo cada uno de sus roces por mi cuerpo. Cuando termino de comer, se inclinó sobre mi boca para besarme, no tocaba nada más que mi boca. Aun  con los ojos cerrados notaba que su brazo derecho se sacudía masturbándose. Con sus besos no me dejaba respirar, yo no me animaba a moverme para no romper el hechizo que nos tenía entregados al placer.

De pronto lo oí quejarse, gemir.

- Ah. Aaah – Desde un costado de la isla brotó un chorro de su leche masculina y alcanzó mi cuerpo totalmente desnudo. – Aaahh, por favor, que rico, má.

Con los palillos tomó la última pieza, ubicada entre mis tetas, la mojó en su semen y me la ofreció.

- Tomá, mami. Te guarde la última porción. – Dijo mientras yo abría la boca para degustar – Buen provecho.

Observé como se iba a su habitación, con el pene todavía erecto y la botellita de sake. Me quedé tendida en la cocina, rodeada de flores pisoteadas, hojas y algas que quedaban para decorar mi cuerpo. De todas las perversiones que había probado ese año, ésta era la más extraña.

Suspiré reclinándome. Busqué mi celular y escribí “ perdón, tengo una amiga muy mal en el hospital. ¿Cuándo lo intentamos de nuevo? ”.