La mesa, el manubrio y las natillas
Un compañero de trabajo me dejó vivir con él unos días. No me dijo que compartiríamos piso con su padre y no tenía ni idea de las cosas que sucedían en aquella casa a altas horas de la madrugada...
La mesa, el manubrio y las natillas
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Acababa de cortar con mi novia, después de cinco años de relación, y la situación era tan tensa que decidí irme de casa. Le dije a Mary que metiera a alguien para compartir los gastos del alquiler, cogí mis cosas y me fui a casa de mis padres, mientras me preguntaba qué iba a ser de mi vida.
Estuve con ellos un par de meses, hasta que empecé a salir con otra chica e intenté llevarla a casa para presentársela a mis padres. Pero ellos la trataron con muy poco tacto. En el fondo, deseaban que Mary y yo volviéramos, y yo les estaba estropeando los planes.
Así que me encontré atrapado en casa de mis padres, sin poder llevar la vida que yo quería.
Un día se lo estaba comentando a Dani, un amigo del trabajo, y él me propuso ir a su casa una temporada, hasta que encontrara otro sitio mejor. Entre bromas me dijo que podía llevar a la chica que quisiera a casa, que él no iba a enfadarse, y que aunque las paredes fueran de pladur y no estuvieran insonorizadas, hiciera con ella el ruido que quisiera, que no había nada como cascársela en la habitación de al lado escuchando un buen escarceo sexual.
Acepté por dos motivos. Dani me caía muy bien, e imaginármelo cascándosela mientras yo me tiraba a una tía me había puesto cachondo.
La decepción vino cuando me mudé a su casa y descubrí que Dani vivía con su padre.
Se acabaron los polvos ruidosos antes siquiera de comenzar.
Los primeros días casi no vi a Roberto, el padre de Dani, porque se pasaba el día trabajando y llegaba a las tantas, pero justo a la semana de irme a vivir con ellos, le dieron vacaciones y lo tuvimos todo el día en casa.
Resultó ser un hombre muy interesante. Tenía 45 años, y era encantador. Yo lo comparaba con mi padre y me preguntaba como dos personas de casi la misma edad podían ser tan distintas.
Parecía un compañero de piso maduro en lugar del padre de Dani. Y era cocinero, por lo que comíamos como en un restaurante.
Tarde poco en hacer buenas migas con los dos.
Una noche me levanté a eso de las dos de la mañana para ir al baño, y vi que la tele estaba encendida. Una película de dvd. Porno, por más señas.
Desde detrás no podía ver si el que estaba en el sillón era Dani o su padre, pero imaginé que fuera el que fuese, se la estaría cascando. En un primer momento sentí apuro de que me oyera y le cortara el rollo, pero luego sentí más apuro porque mi rabo empezó a crecer bajo el pijama de forma descontrolada. Siempre que imaginaba a un tío cascándose la polla, me ponía a cien. Era una de esas cosas que estaban muy claras, pero que prefería obviar, más teniendo en cuenta que Mary había tenido durante cinco años todo lo que yo anhelaba o necesitaba. Esto era algo más bien “lateral”. Otra cosa. Algo aparte.
Lo llamara como lo llamara, el caso es que tenía una erección de caballo, y aunque llevaba calzoncillos bajo el pijama comprobé que con la luz de la tele, como que se me notaba una barbaridad que estaba en plan brutote, mucho más si el que estaba en el sillón se daba cuenta de mi presencia y miraba hacia donde permanecía yo de pie.
Entonces escuché la respiración pausada del que duerme. Agucé el oído para discernir si era la respiración del que estaba en el sillón, o la del que estaría en su cama durmiendo. Y venía del sillón.
Vale, sea quien fuera, padre o hijo, se había quedado sobao viendo la peli. Fin de la situación comprometida. Ve al baño, y luego a la cama, nene.
Sin embargo mis pies me llevaron hasta el sillón, muerto de curiosidad, a ver cual de los dos era.
Encontré a Roberto, el padre, completamente desnudo. Tenía la polla morcillona, las manos en los huevos, y una corrida abundante le llenaba el pecho y le caía por los costados, ya líquida. Dormía como un bebé feliz.
Me encontré mirándole la polla y los huevos con un ansia hasta entonces desconocida. Si no hubiera estado tan acojonado igual me habría arrodillado junto al sillón y me hubiera metido por primera vez una verga en la boquita.
Y de pronto escuché ruido en la habitación de Dani, y supe que estaba a punto de abrir la puerta. Me encontraría allí plantado, empalmadísimo, mirando a su adorable papá, que a su vez estaba dormido con un tronco después de haberse hecho un pajote con una peli porno que aún corría en el dvd. Sentí una vergüenza colosal, porque si podía resultar violento para Dani verme observando a su papi desnudo, podía serlo aún más ver a tu papi con una corrida monumental por todo el pecho y como Dios lo trajo al mundo. Y aún peor, ¿y si pensaba que esa corrida era mía, en vez de suya?
La puerta empezó a abrirse y tuve el tiempo justo de meterme debajo de la mesa, que, gracias a Dios, tenía un buen mantel que caía por los costados. No llegaba evidentemente al suelo, pero si no encendía la luz, seguramente no me descubriría.
Dani se quedó un buen rato parado delante de la puerta de su habitación. Desde mi posición podía verle solo hasta las rodillas. Entonces pensé que desde donde él estaba, tampoco podía ver quien estaba en el sillón, pues solo sobresalían unos pies descalzos. ¿Y si pensaba que era yo el que me ponía a ver pelis porno a las tantas del madrugo? Sería más fácil imaginarte eso, que imaginarte a tu padre haciéndose un pajote. Y si pensaba que era yo, ¿se enfadaría conmigo por tomarme tantas libertades? Casi estuve a punto de salir de debajo de la mesa para que no pensara eso de mí. Claro que sería aun más difícil de explicar que hacía yo ahí debajo.
Para mi sorpresa, Dani fue hacía mi habitación y cerró cuidadosamente la puerta, seguramente pensando que yo estaría durmiendo, y avergonzado de su papi, que se la cascaba sin pensar que había invitados en casa que podían escandalizarse, oye.
Luego fue a la cocina, y escuché como abría la nevera. Bien, ahora daría un trago y se iría de nuevo a la cama, y yo podría salir de mi escondite y largarme a la mía. Eso me había pasado por ser tan curioso. Que vergüenza.
Y sin embargo el nabo me seguía latiendo con violencia, como si no estuviera de acuerdo conmigo en que la aventura acabase tan pronto.
Pero entonces el bueno de Dani vino al comedor, separó una silla y se sentó a la mesa. Escuché como algo al deslizarse, y comprendí que había cogido unas natillas de la nevera. El ruido era la tapa, que acababa de quitar. Se disponía a comerse unas natillas en el salón, viendo la peli que aún no había acabado, y con su papi durmiendo en el sillón, con el pecho pegajoso. Claro que Dani aún no había visto a su papi. Igual se lo imaginaba con algo más de ropa de la que tenía y sin restos lechosos por todas partes.
El problema es que ahora tenía los calzoncillos de Dani a la altura de mi nariz, y con el tenue resplandor de la tele, se veía un paquete nada despreciable. Y como bien supuse, poco a poco se fue animando más al ver la película.
Empecé a sudar. ¡Que situación más comprometida!
Si me descubría bajo la mesa probablemente me echaría de casa, y puede que tuviera incluso que dejar el trabajo, si Dani llegaba a contar una versión poco amable de los hechos.
Pero tal y como estaban las cosas, no podía hacer más que esperar.
Mi verga, mientras tanto, en vez de volver a un estado de letargo debido a lo embarazoso de la situación, se ponía cada vez más y más rebelde, y empecé a sobármela, sabiendo que así sería aún peor.
Poco a poco Dani se fue poniendo a tono con la peliculita, y comprobé que había dejado de comer natillas cuando vi sus dos manos masajeándose el bulto a escasos centímetros de mi cara.
Y entonces me llegó el olor de su sexo, y me volví loco. Estuve a un tris de lanzarme sobre su vergajo, de arrancarle los calzoncillos a bocados.
Me estaba poniendo tan cachondo que casi la cago.
Pero antes el bueno de Dani complicó aun más la situación. Sin levantarse de la silla, tiró de los calzoncillos, separando el culo del asiento un momento para sacarlos mejor, y plantándome el cipote, aún rodeado por la tela, en mis labios. Luego, se bajo el calzón hasta las rodillas, recuperando la posición anterior. No debió notar el roce de mis labios o bien pensó que era el mantel con lo que había topado su rabo enhiesto.
Y ahora el olor se multiplicó. Olor a polla, olor a huevos sudorosos. Una noche de verano demasiado calurosa. Que me lo dijeran a mí, que estaba sudando a mares.
Y mejor aún que el olor era la visión. Si bien la luz que llegaba de la tele era muy tenue debajo de la mesa, estaba lo bastante cerca como para contarle los pelos de los huevos. El tío empezó a hacerse un pajote bestial, delante de mis morros, y yo me quedé catatónico contemplando las dos bolas peludas botando en el escroto. Mi lengua tiraba hacia ellas como imantada, y tuve que hacer un esfuerzo colosal para no liarme a lametazos.
Ahora ya no estaba tan seguro de que la situación fuera embarazosa. O mejor dicho, cuanto más embarazosa se volvía, más me estaba gustando a mí.
Dani, además, era un chico con recursos. Disfrutaba de sus pajas, bien sabía el tío como hacerlo. Una de sus manos hizo un viaje al reino superior y bajó llena de saliva, que restregó en el glande con deleite. Después de un par más de viajes, la polla de Dani brillaba de saliva en la semi-oscuridad, y poco después los cojones también empezaron a empaparse.
Pero la cosa no acabó ahí. Quizá le pareció que el ritmo al que fabricaba saliva no era el adecuado (aseguro que yo en aquel momento tenía también saliva para regalar), y su mano en el siguiente viaje apareció con un poco de natillas, que seguro que estaban fresquitas, y que esparció por el vergajo sin miramientos.
Era como si el cabrón hubiera sabido que yo estaba ahí debajo y quisiera ponerme a prueba. Joder. Su rabo cada vez más duro estaba gritando Cómeme, y a duras penas yo conseguía mantenerme prudentemente alejado. Y digo a duras penas porque inexorablemente mi cabeza se acercaba a la zona de peligro, centímetro a centímetro.
Empezó a rodarle natillas por las piernas, y de pronto lo vi apartar la silla (además, metiendo bastante ruido) hacia atrás y acabó de quitarse los calzoncillos para no mancharlos, supongo. No me vio de milagro.
El caso es que ahora estaba más alejado de la mesa, el mantel había vuelto a caer en su sitio, y ya no lo veía en primer plano. Además, tenía que agacharme mucho para otear bien el panorama, con el consiguiente peligro de que me descubriera.
Maldije mi mala suerte. Y me di cuenta de que era buena suerte, más bien, porque cuanto más lejos de la mesa, menos probabilidades de ser descubierto. Pero aun así sentí que se me había fastidiado la velada. A saber el tiempo que pasaría antes de tener otra verga ante mis labios, aunque a ésta no hubiera podido hacerle cositas. No me veía a mí mismo buscando a un tío por ahí. No estaba preparado para algo semejante.
Dani seguía a lo suyo, gastándose la polla, despatarrado ahora que se había quitado los calzoncillos. Uno de sus pies estaba bajo la mesa, el resto del cuerpo se perdía tras el mantel que me ocultaba su visión.
Yo estaba rezando en silencio a algún Dios cachondo para que Dani pensara en mí. Que pensara que podía levantarme de la cama en cualquier momento, y encontrarlo ahí, con el capullo lleno de natillas, y eso lo hiciera ser más prudente, y sentarse de nuevo como antes, con la protección del mantel. Pero Dani estaba tan salido que no debía importarle mucho tal posibilidad. Diablos, parecía no importarle tampoco que su papi despertara y lo pillara en semejantes menesteres.
En estas ocurrió lo impensable.
Me dio por mirar hacia el sillón y en vez de ver los pies saliendo por un costado, vi la cabeza de Roberto asomada por encima, mirando a su hijo con una sonrisa viciosa en los labios. Dani le estaba haciendo un espectáculo desde su silla. Y entonces Roberto me vio.
Primero pareció sorprendido, pero luego su sonrisa se ensanchó más.
Yo me quedé acojonadito donde estaba, pero no destrempé un ápice.
Roberto se levantó del sillón y se acercó a su hijo. Sin mediar palabra se puso a cuatro patas, de tal forma que su culo quedó debajo de la mesa. Supuse que se la iba a mamar a Dani, y que me estaba ofreciendo su culete para que yo me mantuviera entretenido. Seguramente, Roberto prefería no decirle a su hijo que me había visto bajo la mesa, no fuera a cortársele el rollo al muchacho, le diera por sentirse espiado y se enfadara. Y la idea de Roberto me pareció francamente buena.
Ya no podía ver mucho, tenía un culamen apetitoso delante, esperando mi boca, así que no sabía si Roberto había empezado a comerle la polla a Dani. Se ve que el hombre pensó también en ese detalle, porque cuando empezó a hacerlo, lo hizo ruidosamente, superando a los gemidos de las pavas de la película. Sonreí pensando que estaba haciendo jaleo por mí, para que supiera como iban las cosas ahí fuera.
Sin poder resistirme más, y aunque ni en mis mejores sueños le hubiera comido el culo a un macho, me puse a la tarea con entusiasmo. Primero separé las cachas y olí su raja profundamente. Tenía el culete sudado, pero olía un poco a jabón de ducha. Toda la reticencia que hubiera quedado en mí a comerme un culo se disipó. No había visto cosa más apetitosa en mi vida.
Cuando acerqué mis labios al agujero, y rocé su abundante vello con la mejilla, empecé a temblar. Me temblaban las manos, pero sobre todo, los labios. Y la polla me ardía.
Escuchaba a Roberto volverse loco mamando el rabazo de su hijo. Pues ahora empezaría a gemir con más entusiasmo.
Despacito, fui besando las cachas, abriéndole el trasero con ambas manos, pero procurando dejar el centro de su placer para después. Mi lengua recorría las nalgas dejando abundantes regueros de saliva. Roberto debió mamar la verga que tenía entre manos con más ahínco porque Dani empezó a respirar ruidosamente.
El esfínter de su papi se contraía bajo mi nariz, y poco a poco fui cerrando el círculo hasta dar el primer lametón directo al ano. Roberto se estremeció y yo empecé a comerle el trasero salvajemente, al tiempo que me sacaba por primera vez la polla y me liaba a hacerme un pajote bestial, mientras mi otra mano iba acariciando sus huevos, asombrosamente grandes. Mi lengua se hacía paso, ayudada de mi nariz, feliz de mojarse en la saliva depositada en el ojete. El tío tenía el culo bien abierto, y casi sin darme cuenta lo estaba follando, ora con la lengua, ora con la nariz.
Estaba flipando con el gusto que parecía estar pasando Roberto. Sentí unas ganas horribles de que me comieran el culo también a mí. Nunca me habían hecho algo semejante, y a juzgar por el movimiento de las caderas de Roberto para no dejar escapar mi legua, nariz o barbilla, la cosa daba bastante de sí, vamos, que valía la pena.
De pronto Roberto sacó el culo de mi boca. En realidad sacó todo el cuerpo de debajo de la mesa. Aún me estaba preguntando qué había hecho mal cuando sus brazos velludos y fuertes apartaron el mantel y me sacaron a rastras.
- Mira, Daniel. He encontrado un mamón bajo la mesa.
La cara de mi amigo Dani se iluminó.
- Pues vamos a darle algo para que mame a gusto.
Roberto me colocó la polla de su hijo en la boca y luego me arrancó literalmente los pantalones del pijama. Se colocó detrás de mí, apartó a un lado el calzoncillo y me metió la lengua en el trasero sin aviso ni contemplaciones. Mientras, Dani me había cogido la cabeza con suavidad pero me había empezado a follar la boca como si yo pretendiera escaparme. Yo estaba tan sorprendido que me limitaba a tragar verga como un condenado. Los lametones de Roberto, que parecía experto en follar con la lengua, me hacían retorcerme de placer y estas pérdidas de control las aprovechaba Dani para clavármela hasta la garganta. Yo, sorprendentemente, no me atragantaba. Me sentía capaz de comerme tres como aquella a la vez, y eso que Dani tenía un miembro colosal.
- Mira como le gusta mamar al cabrón de Juan. Quién lo iba a decir -decía Dani, admirando los regueros de saliva con los que yo adornaba su verga y sus magníficos cojones. - Chupa, cabrón. Toma polla.
Sonaba tan absurdo que me ponía cachondísimo.
Roberto había acabado arrancándome también los calzoncillos y ahora me separaba las cachas para meter toda la cara en mi trasero. Me paseaba su nariz y me lo chupaba todo. Ni siquiera me percaté cuando empezó a turnar la lengua con dos de sus dedos. Dani no le daba tregua a mis carrillos. No sé que me gustaba más, si el frenesí de tener aquel endiablado rabo entre los labios o el placer de que me abrieran el culo por primera vez en mi vida. Creo que estaba hecho para ambas cosas porque empecé a gritarle a Roberto que me metiera la polla por el culo de una puta vez, pero dosificando las palabras, para no perderme las embestidas del vergajo de Dani en la boca. Roberto, previsor, ya se había puesto un condón, y sin dudarlo me taladró el agujero sin compasión, de una arremetida y hasta el fondo. Estaba tan excitado que no me dolió en absoluto. Es más, me supo a poco y empecé a autoencularme para que el pollón de Roberto me taladrara más a fondo. En esas estaba cuando Dani me sacó la verga de la boca y me puso la punta del capullo en la nariz. Y se corrió sobre mi labio superior. La leche se estrellaba contra mis fosas nasales, me embadurnaba los labios y mi lengua salió a recibir los calientes chorros mientras Roberto me enculaba a placer. Dani siguió regándome la cara con su esperma y cuando éste se agotó volvió a meterme la verga en la garganta de un pollazo hasta los huevos.
Roberto se salió de mi trasero, se quitó el condón y vino a seguir llenándome la boca de leche. Apretó la polla contra la de Dani y la metió entre mis labios como si supiera que yo era capaz de eso y de mucho más. La polla de Dani no había perdido ni un ápice de su grosor así que cuando Roberto se corrió yo tenía dos pollas enormes follándome la boca. El semen de Roberto empezó a resbalarme barbilla abajo, tan llena como tenía la boca ya no entraba nada más, y Roberto parecía a punto de desmayarse de gusto, soltando trallazos de leche mientras su polla se daba contra la de Dani y mi cavidad bucal y mi saliva y su propio semen le lubricaban la follada.
Una vez hubo Roberto descargado del todo, se agachó y me comió la barbilla llena de su propia leche, haciéndome cosquillas con el bigote y la barba.
Dani me hizo luego levantarme y me dijo:
- Y ahora te voy a follar hasta que te corras en la boca de mi padre.
Y sin más me metió el manubrio, perfectamente preparado para otra tanda, por el ojete y empezó a follarme salvajemente mientras Roberto se arrodillaba y empezaba a hacerme la mamada más cojonuda que me hayan hecho en toda mi vida.