La merienda
Ese conocido que ves cada día es una buena persona, sí.
- Me gustan los hombres dominantes. Me gusta dejarme llevar, que la otra parte tome la iniciativa, llegando incluso a una actitud que roza la obediencia.
Ésa fue la respuesta a la pregunta que, tras un par de vermuts, me hizo él. Estábamos en el bar en el que habitualmente coincidíamos desayunando, y en el que esta vez coincidíamos por la tarde, a la salida del trabajo, junto al grupo sorprendido por la tormenta que hacía tiempo esperando que amainase. Habíamos llegado a saludarnos con el tiempo, pero ninguno de los dos sabía el nombre del otro, y al tropezarnos en la barra para pedir un café reconfortante, reímos y me sugirió compartir mesa en el abarrotado local. El café llevó a las espirituosas, y el agotamiento de los temas de compromiso, a la pregunta picante.
Era atractivo, tal vez algo más joven que yo, y a pesar del cariz indiscreto que estaba tomando la conversación, el calor del alcohol empujó la respuesta sin problemas.
- A mí me encanta morder - respondió.
Un calambrazo en el bajo vientre me confirmó que me encantaría sentir unos dientes en algún sitio que otro de mi geografía corporal, y bajé la cabeza sonriendo. La lluvia había cesado, y me incorporé.
Creo que amaina. Más vale que aprovechemos para correr antes de que vuelva el chaparrón, no crees? - Me abrochaba el abrigo mientras miraba hacia la puerta, todavía continuamente abierta por el trasiego de entradas y salidas - Déjame invitarte a la "merienda", por favor -. Saltó como un felino adelantándome en el camino hacia la barra, y tiró el platillo que contenía la cuenta con el correspondiente pago, girando sobre sí mismo y sonriendo triunfal: - Ni hablar, es el pago por tus secretos - sonrió travieso, haciéndome ruborizar, algo nada usual.
Bien, pues gracias. Nos vemos pronto, imagino - sonreí y giré hacia la puerta, pero la aglomeración me obligó a parar en seco. Se acercó a mi espalda, mucho más de lo necesario, y empezó a recorrer pegado a mí a pequeños pasos la distancia a cubrir hasta la salida. Rozaba mi pelo con su mejilla, y en un momento dado rozó también mi cuello. Me electrificó. El deseo corrió como un relámpago por mi cuerpo, anhelando más contacto. Imagino que lo hizo de manera totalmente consciente, porque de inmediato se retiró hacia atrás, evitando tocarme. La frustración me pedía un giro de cabeza pidiendo más, pero el autocontrol por lo público de la situación acabó ganando la batalla.
Llegamos a la puerta e interpreté su expresión como una propuesta traviesa, esperando que yo diera el paso siguiente al que no me decidía por no estar completamente segura de lo que acababa de pasar. Pero le deseaba. Quería que me follara. No soy buena tomando la iniciativa, y esperaba expectante una acción por su parte. Finalmente, con nuestras miradas fijas e inspirando hondo, sentí su mano en mi nuca estirando fuerte hacia atrás el nacimiento de mi pelo mientras se acercaba a mi oído respirando entrecortadamente. No hubo palabras, sólo mordió mi cuello y me giró sobre mí misma estirándome el pelo y rectificando la que debería haber sido mi dirección. Caminé tras él, que de vez en cuando se iba girando sonriendo para comprobar que yo seguía ahí. Mi excitación crecía, aún más por el silencio, y lo que en realidad fue un trayecto de quince minutos se me hizo una peregrinación eterna, o el recorrido de un paso de Semana Santa en la madrugá sevillana.
Llegamos a nuestro destino, un bloque de apartamentos modernos, de ésos con zona comunitaria de jardines y piscina, carísimos por estar en el centro de la ciudad, y empezamos a vagar por los jardines, él delante y yo detrás. De repente, se paró delante de mí, se giró y me esperó. Paré a dos pasos de él, y avanzó hacia mí - ¿Estás segura – preguntó, mientras sus manos abrían mi abrigo – Sí – contesté apenas en un jadeo; y el estremecimiento me recorrió como un relámpago al notar sus manos bajo mi blusa, magreando mi pecho con fuerza, mientras me miraba impertérrito, con una expresión socarrona. Mi respiración entrecortada dejaba claro el placer, y creo que él, desde la soberbia de comprobar el efecto de sus actos, también disfrutaba - ¿Quieres que juegue un rato con tus tetas? – pronunció allí, entre los setos, en un espacio totalmente público, susceptible de cualquier vecino que se acercara a su balcón, terraza o ventana a comprobar cómo iba la tarde de lluvia – Sí – suspiré, para notar inmediatamente cómo su respiración se aceleraba y empezaba a desabrochar mi blusa, dejando al aire el sujetador, balconette y de encaje blanco, que a duras penas cubría la mitad de cada uno de mis pechos. Me sujetó por el cuello y me hizo dar un paso atrás, observando goloso mi torso, pero de inmediato me acercó estirando de mi cuello de nuevo, y sentí su boca contra la mía.
El hambre de su lengua me obligó a mamársela casi de inmediato, y el respondió dejándose hacerlo. Intenté acercarme más, para acariciar su cuello o su torso, pero me lo impidió. Quería tener acceso cómodo a mi cuerpo, y pude comprobarlo cuando, tras dos respectivos y fuertes tirones a mis pezones, sacó mis pechos del sujetador. Su mano estiró mi pelo obligándome a levantar la cabeza, incluso estirándola hacia atrás, y se acercó muchísimo a mi cara, hablando mientras me rozaba con sus labios: - ¿Te gusta así? Pueden vernos en cualquier momento… - Su mano libre atrapó uno de mis pezones y empezó a retorcerlo y estirarlo, pasando después a hacer bailar el pecho agitándolo con dureza. Mis gemidos y la humedad entre mis piernas sólo certificaban el placer. – Sí, te gusta… - susurró y noté su sonrisa junto a mi cara, seguida de un lento lametón en mi mejilla. Estaba muy excitada, y no opuse resistencia a su empujón apoyándome en el seto. Rodeó mis pechos con sus manos y empezó a magrearlos duro, inmovilizándolos y agachándose para lamer, chupar y morder con fuerza mis pezones.
Mis suspiros y jadeos se incrementaban por momentos, así como la humedad entre mis piernas, las cuales apreté inconscientemente. Sus mordiscos estirando mis pezones, mis pechos presionados, lo público de la situación… Estaba cerca de correrme, y creo que se dio cuenta, porque paró súbitamente, se alejó un paso, y sonrió – Extiende tus brazos y agárrate a las ramas del seto- No entendía nada, pero obedecí de inmediato. Mis pechos sobresalían muchísimo, y el contemplaba la imagen complacido – Te gusta, verdad? Te gusta que puedan vernos, te gusta que yo juegue, eso te excita, verdad?- Sonreía y estiraba mis pechos hacia delante, estirando los pezones, deformándolos, arrancándome gemidos. De repente me soltó, y empezó a abofetearme los pechos, haciéndolos bailar. Las palmadas sonaban con eco, y no me atreví a levantar la vista, segura de que alguien estaría mirándonos, y pareció darse cuenta –No te avergüences, eres una zorra calientapollas, haz tu trabajo- susurró mientras detenía sus azotes y volvía a agacharse a mamar mis pezones. Levanté la vista y, como esperaba, pude ver al menos dos personas asomadas a los balcones, contemplando nuestro espectáculo. Di un respingo cuando noté su mano entre mis piernas, y al notarlo paró de chupar y morder, y sonrió –Ya es hora de buscar techo- se incorporó, volvió a meter mis pechos en el sujetador y abrochó mi blusa, indicándome que le siguiera.
Entramos en un portal, y subimos en un ascensor amplio e iluminado. Me aplastó contra la pared y empezó a morder mi cuello y a empujar con su paquete en mi culo. Empañé el espejo del ascensor con mi aliento, implorando que el viaje fuera breve. Lo fue, y sentí un tirón de mi pelo para obligarme a seguirle por el pasillo. Abrió la puerta y, siguiendo con mi pelo bien amarrado, me guió por la casa hasta la cocina. Abrió la nevera y cogió un pack de cervezas, todo ello sin soltar mi melena, y nos dirigimos desde la misma cocina hacia una terraza amplia, semicubierta, cuidadosamente amueblada. La terraza hacía chaflán entre dos terrazas gemelas, separadas por una valla gruesa de madera de un medio metro de altura, y delimitada en su parte delantera por un cristal de seguridad transparente. En la terraza de la derecha, un hombre mayor, en torno a los 60, leía el periódico bajo la pérgola de su terraza acompañado de una bebida.
No pude ver la terraza de la izquierda, porque él me obligaba a mirar al hombre de la derecha forzando mi cuello con mi pelo agarrado con fuerza – Vamos a darle un buen espectáculo, quieres?- Me horrorizó la propuesta, pero no me dejó responder, metiendo de inmediato su lengua en mi boca, buscando la mía, mientras sus manos agarraban mis pechos y los magreaban salvajemente. Jadeaba cuando dejó de hacerlo y se separó, dirigiéndose al hombre de la terraza de la derecha – Mira lo que he traído hoy, te gusta? – Gritó. El hombre, mirándonos atentamente, respondió sonriendo: - Ya os he visto en el jardín, una buena zorrita, sí – y rompió en carcajadas. Inexplicablemente, mi excitación creció al ser consciente de que nos habían visto, y clavé mi mirada en el hombre, sonriendo. –Uuuuuh, le gusta que la miren- Rió el hombre de la terraza –se lo va a pasar en grande- añadió incorporándose y acercándose a la valla que separaba las terrazas.
Él me obligó a andar hasta la valla, y una vez allí, agarró mis brazos desde atrás. El hombre saltó la valla sin dejar de mirarme, y se acercó. Extendió sus manos y empezó a desabrocharme la blusa. Yo respiraba agitadamente, elevando mi pecho mientras lo hacía –Así me gusta, nena, ofréceme tus tetas- dijo el hombre mientras las sacaba del sujetador y empezaba a chuparlas. Dejé escapar un gemido, y al oírlo, él liberó mis brazos, aprovechando para quitarme el abrigo, la blusa y el sujetador. Siguió desnudándome, sin que yo me opusiera, concentrada como estaba en disfrutar la mamada de mis tetas, cuando pude sentir una mano viajando hacia mi coño. No sabía de quien era, pero separé las piernas para facilitar el acceso, y el hombre mayor paró la chupada para acariciarme entre las piernas mirándome y diciendo – Qué cachonda estás… Qué bien te lo vas a pasar, putita…- Gemí y cerré mis ojos, disfrutando los dedos juguetones, pero una mano interrumpió la concentración, cogiendo mi mandíbula y estirándome hacia abajo, obligándome a arrodillarme.
Oía ruidos a mi espalda, pero no conseguía ubicarlos, y no les presté atención. El hombre se sacó la polla y salté a masturbarlo mientras se bajaba los pantalones. Una vez liberado, metí su escroto en mi boca y empecé a mamarlo desesperada, succionando y jugando con mi lengua con sus huevos. El hombre gemía, y yo masturbaba duro y lento. Pasé a mamar su glande apoyándome en sus muslos, y de repente me hizo parar para sentarse. Le seguí hasta un butacón junto a la pared de cristal de la terraza, lo que nos hacía visibles a toda la vecindad, y me arrodillé entre sus piernas abiertas. Reemprendí la mamada, obligándole a abrir las piernas para acceder a su perineo, y adentrarme en su raja y jugar con su ano. –Cómeme el culo, bien hecho, cerda-. Me animé y lamí intensamente su raja, para luego detenerme en su ano y empujarlo lamiendo y haciendo vibrar mi lengua, intentando introducirla, mientras le pajeaba.
Estaba concentradísima cuando noté unas manos corrigiendo mi postura y una polla entrando en mi coño muy despacio. Paré de mamar para disfrutar la penetración, levantando mi cabeza y gimiendo, cuando el hombre mayor sugirió algo que no entendí, y a los pocos segundos la polla había salido de mi coño, y me arrastraban y colocaban a cuatro patas sobre una mesa de centro baja que había enfrentada al sillón frente al que estaba arrodillada. Volví a sentir la penetración, y el hombre de la terraza dio unos pasos atrás para observar cómo me follaban. –Me encanta cómo saltan tus tetas, cerda-. Las embestidas eran maravillosas, llenas de energía y duras, con un ritmo endiablado que me arrancaba gemidos continuamente. De repente, aparecieron en mi campo de visión dos adolescentes. -¿Has visto? Aún más público, putita. Estos son los vecinos del otro lado, dos hermanos que están aprendiendo. Venid, chicos, mirad de cerca- Les animó el hombre. Mientras tanto, él seguía follándome como un animal, haciéndome saltar, y acercándose a mi oído, susurraba –Disfrútalo, cerda. Disfruta de nosotros y de cómo te mira todo el mundo-.
Los adolescentes se acercaron algo más, con timidez, y sacaron casi a la vez sus pollas, empezando a masturbarse. No podía dejar de gemir por las embestidas, con mi boca ya libre, pues el hombre mayor optó por volver a sentarse y masturbarse también. El aumento del ritmo me hizo intuir que él estaba cerca de correrse, y me preparé para las deliciosas embestidas finales, pero de repente salió de mi interior, y pasó como una exhalación a mi lado, cogiéndome del pelo para que le siguiera. Se encaramó al sillón en el que estaba sentado el hombre mayor, frente a él, con su polla rozándole la cara, y se dirigió a mí para que me acercara más: -Voy a correrme. Cómeme el culo, cerda-, e inmediatamente empezó a follarle la boca al hombre mayor, que tragaba masturbándose. Me acerqué y lamí su raja separando las nalgas con las manos, agachándome un poco para mejorar el acceso, y de inmediato empecé a empujar con mi lengua, metiéndola todo lo que pude en su ano, lubricando e intentando adaptarme al ritmo de su irrumación. Finalmente, se corrió gritando, inmóvil en la boca y con mi lengua latigando su culo.
El hombre mayor seguía masturbándose cuando él se sentó a su derecha, jadeante y satisfecho, y me indicó que me arrodillara entre las piernas ajenas. –Seguro que tienes sed, prepárate para beber-dijo, y empezó a masturbar al hombre con dureza tras haber acercado mi cabeza lo suficiente e indicándome que mamara el glande. Succioné notando las palpitaciones, recibiendo los golpes del puño cerrado haciendo la paja, y muy excitada por la situación, oyendo la retahíla de insultos que me dedicaba él mientras masturbaba: -Mama duro, hija de puta, trágatelo todo, aún te quedan pollas para trabajar, zorra. Cómo te gusta, eh?- El hombre se corrió agarrando mi cabeza y provocándome arcadas por la imprevista follada hasta la garganta, forzándome duro y aguantando mientras se corría, sin otra posibilidad que tragarme su lefa.
Me soltó jadeante, y se desplomó hacia atrás en el sillón para disfrutar de su satisfacción. Mientras, el me incorporó y volvimos a la mesita de centro. Me hizo sentarme y fue a la nevera exterior junto a la valla a coger una cerveza mientras hablaba a los adolescentes: -Bien, niños, vuestro turno. Jugad.- Se acercaron a la mesa y uno de ellos me empujó hacia atrás por los hombros, dejándome tumbada boca arriba con las piernas colgando a partir de las rodillas. Rectificó mi postura, estirando de mí para que mi cabeza colgara ligeramente de la mesa, y atacó sin piedad mi boca. La irritación de mi garganta fue instantánea, y de vez en cuando disfrutaba descansando unos segundos hasta dejarme sin aire mientras mi tráquea abrazaba su polla. El otro se dedicó con generosidad a mi coño, a tocarlo, introducir sus dedos y lamerlo, pero se ve que cambió de opinión y empecé a sentir una lengua en mi culo que inmediatamente fue sustituida por un glande travieso. En unos minutos, estuve empalada por boca y culo más que agresivamente, hasta el punto que él los hizo descansar. –Parad un momento, fieras, tenemos tiempo- al tiempo que levantaba mi cabeza y buscaba mi consentimiento que no tardó en llegar. Cuando lo percibió, habló al resto de presentes, diciéndoles que yo me merecía un buen final de fiesta, y pude intuir cómo se levantaba el hombre mayor y se acercaba. Se repartieron a mi alrededor, y empecé a notar mis pezones acariciados por una varita que resultó ser un tutor de los que guían el crecimiento de las plantas. Me giré y vi al hombre mayor hacerlo con una sonrisa malévola… al momento empezó a azotarlos, arrancándome gemidos una vez más.
Mientras tanto, los adolescentes, orientados hacia mí, se encargaron de elevar con cojines mi torso, algo que no entendí hasta que noté sus pollas repartidas en mis agujeros, al principio torpes, pero de inmediato coordinadas en el ritmo de la doble penetración, abriendo mi coño y mi culo y rozándome interiormente. –Mírame-dijo él.- Puedes correrte cuando quieras, pero tienes que prometer que volverás a merendar otro día-
Mi sonrisa era suficiente respuesta, a la espera del orgasmo brutal que me esperaba inminentemente, y que el regó meando sobre mi cara.