La mercancia i
Al acabar el último espasmo, el tío sacó su polla pringosa de lefa y obligó a su puta perra a que lamiese y limpiase hasta la última gota de su esperma, cosa que Francisco hizo encantado y a la perfección, repasando con su lengua aquel glorioso mástil coronado por el rojo capullo.
La mañana había sido pesada. El trabajo, el calor y el mal ambiente que se respiraba en la planta, tenían a Francisco de un permanente mal humor.
El sudor resbalaba por su espalda, empapando la chaqueta de trabajo e introduciéndose en la raja de su culo. Se sentía pegajoso, cansado y con ganas de acabar y largarse a casa.
Soñaba en llegar, desnudarse de prisa y corriendo por el pasillo y meterse rápidamente en la ducha.
Y una vez bajo el agua, regodearse en la frescura de la ducha, acariciar su cuerpo con el champú, pellizcar sus tetillas con morbosidad, bajar la mano y acariciar su polla que empezaba a excitarse con una mano, mientras la otra desaparecía en la raja de su culo e introducía un dedo, y luego dos, en su ojete vicioso y hambriento.
Su mente de perra viciosa se regodeaba en el pensamiento de que alguien, un buen macho, estaba con él en la ducha, lo enjabonaba lentamente, sobando todo su cuerpo, morreaba su boca, metiéndole la lengua hasta la garganta, y lo obligaba luego, con sus manos grandes y rudas, a arrodillarse a sus pies, para mamarle la polla tiesa, grande y dura que surgía de la mata de vello púbico.
Esta imagen se paseaba por su cabeza hacia horas, pero, por el momento, seguía en el trabajo, sin poder aliviar esa tensión.
Sentado en su despacho, cotejaba con atención varios listados de materiales cuando alguien llamó a la puerta.
Francisco dio el permiso, pero siguió un momento atento a los listados. Cuando levantó la mirada, tenía delante de si a un verdadero espectáculo. Un hombre alto, moreno de piel y de pelo, no demasiado joven pero con un cuerpo de macho que se adivinaba bajo el uniforme, y un bulto en la entrepierna que era imposible no mirar. ¡Francisco, como es lógico, miró! ¡Y el hombre se dio perfecta cuenta!
.- ¿Qué desea? Preguntó Francisco, puesto que no le había visto jamás en el hospital.
.- Buenas tardes- respondió él. Me han dicho que suba a preguntarle donde debo descargar el pedido. El lugar de siempre está ocupado.
.- ¡Joder! Respondió Francisco de mal humor ¿Y tengo que ser yo quien resuelva estas tonterías? ¿No puede usted resolverlo solito?
.- Es la primera vez que hago este servicio. Pero no se preocupe, ya lo descargaremos donde sea. No tiene porque abroncarme- respondió el mozo bruscamente, dando media vuelta y disponiéndose a salir del despacho.
.- Espere, hombre, no se lo tome así- dijo Francisco- ahora voy con usted. Pero tenemos que darnos prisa, porque está a punto de acabar el horario de almacén.
Se levantó y apoyando su mano sobre la espalda del mozo, le acompaño hacia la puerta.
¡Jodeeer! El contacto de su mano con aquella espalda dura y musculada que se adivinaba bajo la ligera chaquetilla le transmitió un calambre de excitación que hizo que su polla cobrase automáticamente vida. El macho caminaba delante de él, su magnifico culo marcándose bajo la fina tela de los pantalones y, por lo que parecía, sin traza de calzoncillos.
Francisco le seguía sin poder apartar su mirada de ese culo, por el que hubiese dado cualquier cosa, con tal de comérselo. Imaginaba su raja, sudorosa y oliendo a los jugos de su ojete, y su boca se hacia agua.
Entraron en el montacargas y Francisco oprimió el botón de la planta sótano. La cabina empezó a descender lentamente.
El mozo no prestaba atención a Francisco,… aparentemente. Este, cada vez más cachondo, no podía apartar su mirada de la gruesa polla que se marcaba en la pernera de los pantalones del tío.
Desvió la mirada hacia su cara y, sorprendido, le vio mirarlo de reojo y con una media sonrisa cínica y viciosa en sus labios.
Su mano, lentamente fue hacia el bulto que marcaba su polla en el pantalón y empezó a magrearsela descaradamente. Su sonrisa se hizo más evidente y viciosa y su mirada más directa.
Francisco, sudando como un cerdo, la boca seca y con su lengua repasando sus labios, intentaba reaccionar de un modo u otro, cuando el montacargas se detuvo bruscamente. Las puertas se abrieron. Francisco hizo una seña al mozo con la mano, invitándole a salir.
Entraron en el almacén. No se veía movimiento de carga ni descarga. Al fondo, un camión esperaba ser descargado. Junto a el, esperaban, apoyados en la cabina, dos mozos en mono de trabajo.
El pulso de Francisco volvió a galopar. ¡Que dos machos tan maravillosos! Parecían sacados de los cómics de Tom de Finlandia que tenia en casa y que usaba para excitarse al imaginar sus pollas gigantescas clavadas en su culo. ¡Cuantas pajas se habría hecho ojeando esos dibujos, con un dildo de 20 cm clavado en su ojete, jadeando y gimiendo de placer!
Uno de ellos, con la cremallera abierta hasta más abajo del ombligo, mostraba su poderoso pecho y uno de sus pezones anillados, gordo, duro y oscuro. Su mano derecha estaba metida en el mono, manoseándose descaradamente la polla.
Al ver avanzar al conductor, se acercaron a él.
.- ¿Podemos ya descargar? ¡Tenemos que ir a comer!
.- Si, ahora mismo. Este señor- indicando con la mano a Francisco, y sonriendo con intención- nos dirá donde podemos meterlas…
Y tras una pausa casi imperceptible, añadió: ¡…las cajas!
Los dos mozos, que evidentemente, estaban más que acostumbrados a estos juegos, clavaron su mirada en Francisco y, sonriendo con ironía, asintieron.
.- De acuerdo. Díganos donde quiere que…le descarguemos.
Un coro de risas, acogió esta última frase. Francisco indicó con un gesto uno de los espacios vacíos del almacén y, cuando, caliente y excitado, iba a responder y a lanzarse al vacío, se oyó el ruido de alguien que entraba al almacén.
Esto descolocó a Francisco, cachondo como una puta perra en celo y, nervioso y casi sin mirarlos, dio media vuelta y salió del almacén.
Mientras subía en el montacargas, maldecía la imposibilidad de haber trabado conversación con aquellos tres machos que seguro le hubiesen dado placer y vicio en abundancia. La polla le dolía de excitación y su culo se abría y cerraba ante la frustrada perspectiva de sentir aquellas pollas inmensas clavándose por turno y llenando su ojete de lefa.
Entró en su despacho. Faltaban ya pocos minutos para la hora de finalizar su jornada y esto último lo había acabado de poner de peor humor.
Recogió los papeles que había por encima de su mesa, fue cerrando los archivos abiertos en el ordenador, y lo apagó.
Su polla seguía excitada y estaba completamente llena de líquido preseminal. Francisco se preguntó si se le notaria la mancha en los pantalones. Metió su mano por la cintura y recogió con sus dedos el líquido pegajoso. Se llevó los dedos a su boca y los lamió con gula. ¡Mmm...! ¡Que paja se iba a hacer al llegar a su casa pensando en aquellos machos viciosos del almacén!
Se dio cuenta de que se estaba retrasando, y se apresuró en salir.
Los ascensores llenos de personal que también salía del hospital, le retrasaron aun más. ¡Y él que estaba deseando llegar pronto a su casa para meterse un buen dildo y pajearse como una perra en celo!
Por fin consiguió llegar a la salida. Descendió deprisa la escalinata de entrada y salió a la calle. Un camión tuvo que frenar bruscamente, pero Francisco ni le prestó atención.
.- ¡¡Eh, doctor!! ¡Doctor! Oyó que le gritaban.
Giró su rostro para ver quien le llamaba y le ascendía de categoría de golpe.
Por la ventanilla del camión, la cara sonriente del mozo que había subido a su oficina le miraba y se dirigía a él.
.- ¿Quiere que le acerquemos a alguna parte, doctor?
La pregunta le pilló desprevenido y su reacción natural iba a ser la de agradecérselo y rechazar el ofrecimiento, pero su polla dura y excitada, su ojete que temblaba de gusto a la vista de aquel ejemplar de macho, le hicieron responder sin reflexionar.
.- ¡Si, desde luego! ¡Gracias!
Y se acercó decidido a la cabina del camión. El mozo le abrió la puerta y Francisco se subió de un salto.
.- ¿Dónde le llevo? le preguntó- mirándole de reojo con la misma sonrisa viciosa y llena de promesas.
.- Si quieres, puedes llevarme a la gloria- fue la respuesta de Francisco, alargando el brazo y poniendo su mano sobre el paquete del mozo.
El tío no pareció sorprendido en absoluto. Lo miró fijamente, mientras su lengua repasaba sus labios sensuales y murmuró:
.- De acuerdo. ¡Vamos a ello! Y arrancó el camión.
Salieron a la calle. Enfilaron por una carretera vecinal casi sin trafico y, antes de que hubiesen cruzado ni una palabra, el mozo ya se había abierto la bragueta, sacado de su pantalón un pedazo de polla dura de un tamaño casi irreal y, alargando su brazo y agarrando a Francisco por la cabeza, le obligaba a amorrarse y mamarsela.
Francisco no lo dudó ni un instante. Su boca se abrió ansiosa y abarcó aquel pedazo de carne dura y caliente. Su cabeza subía y bajaba por el mástil mientras su saliva desbordaba por la comisura de sus labios.
Busco con sus manos los cojones de aquel macho y, sacándolos fuera del pantalón, empezó a sobarlos y estrujarlos.
El macho, gemía de placer y de su boca empezaron a salir frases de aliento:
.- ¡Chupa, puta cabrona! ¡¡Eso es, métete mi polla hasta lo más hondo, so zorra viciosa!!
Y Francisco obedecía, encantado de verse disfrutando así, como la puta viciosa que era en cuanto veía un macho a su alcance.
No tenia ni idea de hacia donde iban porque, en la postura que tenía, no veía nada más que la mata de vello oscuro que surgía del pantalón. ¡Pero le daba lo mismo! El sólo quería tener esa maravilla de polla caliente en su boca y traspasarla lo antes posible a su ojete hambriento para ser follado como una perra.
Recordaba a los otros dos machos del almacén y lamentaba que no estuviesen allí, usando su cuerpo para lo que se les antojase y llenando su boca y culo con sus pollas gordas y duras.
Notó, y oyó que el camión se detenía, pero el conductor no le permitió que dejase de mamarsela para levantar la cabeza. Y él siguió, aplicado a su deliciosa tarea.
De repente, oyó abrirse la puerta de la cabina y a la vez, la voz del conductor que decía:
.- ¡Aquí la tenéis! ¡Mamando como una cerda! ¡Y que lo hace de maravilla! ¿Qué os había dicho?
Dos voces respondieron al unísono:
.- ¡No era difícil de adivinar, por como nos miraba la perra cachonda!
.- ¡Nos la hubiese mamado allí mismo…!
.- Allí era más arriesgado- respondió el chofer, que daba ya señales de estar a punto de correrse.
Y apartando de su polla la boca de Francisco, dejó que este se incorporase.
Sonrientes y comiéndoselo con la mirada, allí estaban los otros dos mozos del almacén.
Uno de ellos, sin camisa y mostrando su peludo torso desnudo, con su tiesa polla entre sus manos. El otro, sin añadir nada más, había agarrado a Francisco del brazo y tiraba de él para hacerlo bajar de la cabina.
Francisco obedeció rápidamente. Se dio cuenta de que estaban en un cobertizo y de que al lado, había un coche aparcado en el que se suponía que los otros dos machos habían venido.
Apenas puso los pies en el suelo y ya lo habían obligado a arrodillarse. La polla del segundo macho, se balanceaba a un dedo de su boca y dejaba escapar un hilo de baba transparente.
.- ¡Ahora le toca a la mía- oyó que le ordenaban! Y él, obediente y lleno de deseo, la engulló hambriento.
.- No lo entretengamos aquí. Vamos dentro y que se desnude. ¡Lo quiero en pelotas, como la perra viciosa que es, ofreciéndonos su ojete para que se lo reventemos!
El que había hablado era el conductor, que parecía llevar la voz cantante. Su polla, que escurría aun la saliva de Francisco, seguía tiesa y dura, asomando por su bragueta.
Lo cogió del cogote y le obligó a levantarse. Y mientras los otros dos se acercaban a uno de los rincones del cobertizo, iban desnudándose nerviosos y excitados hasta quedarse solo en unos jockstraps de cuero negro con cremallera, que los convertían en unos sementales puro vicio.
El rincón estaba ya preparado para lo que iban buscando. Se veía que allí habían pasado muchas perras a que les llenasen el ojete de lefa y muchos esclavos a mamarla y arrastrarse por el suelo.
¡Y ahora, pensaba Francisco, y se regodeaba en ello, le iba a tocar a él!
Los tres machos estaban ya preparados para darle toda la caña que él deseaba. Casi desnudos dos de ellos, con sus pollas asomando por sendos jockstraps de piel y unos arneses de cuero negro con tachuelas, y completamente en pelotas, el conductor del camión, aunque con un cockring de acero rodeando su polla y cojones, lo que los hacia más evidentes y apetecibles.
.- ¡Venga ya, empieza a desnudarte, perra! ¡Pero hazlo como lo haría una golfa viciosa! ¡Queremos verte en tu salsa, provocándonos para que te enculemos, so guarra!
Francisco no se hizo de rogar. Con movimientos lentos, mirándoles fijamente las pollas y relamiéndose de gusto anticipado, empezó a quitarse la ropa.
Los tres machos, con sus pollas en la mano, reían y le insultaban, incitándolo a seguir.
Cuando se quedó en calzoncillos y calcetines, le obligaron a parar.
.- ¡Ya está bien, perra! ¡Ahora vamos a marcarte como un esclavo de nuestra propiedad! Así, siempre que queramos, tendrás que estar a nuestra disposición.
Y sin mediar más palabras, empezaron a mearse encima de Francisco, puesto de cuatro patas delante de ellos.
Los calidos chorros de sus meadas buscaban la cabeza, el cogote, el culo, de Francisco, que pronto se encaró a ellos, mostrándoles su cara con la boca abierta.
Los tres viciosos machos afinaron su puntería y la boca de la puta cerda rebosaba de meados.
Francisco se tumbó en el suelo, boca arriba y entonces las meadas cayeron en su pecho y barriga, dejándolo completamente mojado y satisfecho.
.- ¡Mira la cerda viciosa que contenta está! ¡Que cara de satisfacción tiene!
.- ¡Esta pidiendo a gritos que le demos caña por todos lados! ¿Quién le da el primer biberón?
.- ¡Yo! ¡Yo! Exclamó uno de los dos mozos del jockstrap. ¡Pero quisiera que primero me limpiase el ojete con esa lengua de puta viciosa!
Y diciendo eso, se dio la vuelta y agachándose, le colocó el culo en disposición de que Francisco se lo comiese.
¡Mmmmmm! ¡Con que ansia se tiró el muy guarro a lamer el ojete del tío! ¡Estaba en la gloria!
Mientras lamia y clavaba la lengua en aquel agujero de placer, notó que unos dedos untados de crema, empezaban a hurgar en su ojete.
Inmediatamente removió las caderas como una cerda, para facilitarle la tarea a su violador.
Sus gemidos de gusto y aprobación se oían apagados, hasta que el tipo se separó de él y, dándose la vuelta, le ofreció su polla larga y dura, para que la mamase.
En un minuto, Francisco se encontró penetrado por norte y sur. Los dedos que hurgaban en su ojete, habían sido sustituidos por la dura polla del macho conductor. Y su boca y su garganta estaban llenas por la polla del otro.
El tercer macho, que no se resignaba a ejercer solo de espectador, se había arrodillado y le estaba trabajando los pezones con entusiasmo. ¡Y los tres no cesaban de insultarlo y maltratarlo como la puta perra, viciosa y arrastraba que era!
¡Francisco estaba en la gloria! ¡Jamás se había sentido mejor, más aperreada, más dolorida de ojete y más guarra!
La polla que le follaba su culo, era grande y gorda y embestía con fuerza haciéndole ver, alternativamente, las estrellas y el paraíso del placer.
El macho que le trabajaba los pezones se levantó y fue a buscar algo. Al regresar, llevaba en sus manos una polla de goma del tamaño de la de un caballo, larga y anchísima, de color negro.
Francisco pensó que esa polla le destrozaría el ojete, por mucha crema que le pusieran.
El chofer sacó la suya del culo de Francisco, y entre risotadas, apoyaron la punta del dildo en el ojete y empezaron el trabajo.
Francisco quería protestar, pero el macho que le follaba la boca, le agarró la cabeza y no le permitió separar su boca de la enorme tranca, lo que hacia que a Francisco le vinieran arcadas de vez en cuando.
Abriéndole a la fuerza el ojete, con chorros de “Crisco”, la polla de goma fue entrando en el culo de Francisco y pronto, el dolor inicial, se fue convirtiendo en un placer infinito.
Notó que el dueño del biberón gemía cada vez más y su respiración se aceleraba. ¡Iba a correrse el muy verraco!
Intentó sacar la polla de su boca, pero las firmes manos del macho no se lo permitieron y, con un aullido de placer, el semental empezó a escupir por su capullo una catarata de lefa que Francisco se vio obligado a tragar.
Al acabar el último espasmo, el tío sacó su polla pringosa de lefa y obligó a su puta perra a que lamiese y limpiase hasta la última gota de su esperma, cosa que Francisco hizo encantado y a la perfección, repasando con su lengua aquel glorioso mástil coronado por el rojo capullo.
Acabada la toma del biberón, los tres cerdazos, siguieron follando el abierto ojete de Francisco con la negra polla hasta que decidieron obligarle a que se levantase y su acostase sobre un sling de curo negro que colgaba de sus cadenas en el rincón más apartado.
Aquel cambio de lugar y de postura aun excitó más a la puta viciosa de Francisco, y los tres amos se dieron cuenta de ello.
.- ¡La zorra guarra aun se encela más! ¿Os dais cuenta? Creo que tenemos que apretar aun más el ritmo, ¿no os parece?
Una risotada general acogió esta idea y Francisco excitado, aunque asustado de lo que pudiese esperarle, no pudo evitar que su polla reendureciese aun más y que su ojete temblase de excitación.
Notó que los dedos que habían ya hurgado en su ojete volvían a la carga, solo que cubiertos de unos guantes de latex y mucho más decididos.
¡Entendió por donde iban a ir los tiros y respiró hondo, lleno de miedo y placer a la vez!
La experta mano masajeaba con habilidad el ojete de Francisco y este, relajándose, empezó a disfrutar de la sesión de fisting.
Mientras el fisteador trabajaba su culo, los otros dos machos, colocados a ambos lados de su cara, le ofrecían Popper para que aspirase y le daban su polla a mamar, cosas ambas que Francisco hacia con gran placer, aspirando y alternando las mamadas a una y otra.
El fister había ya conseguido meter su mano en el dilatado ojete de Francisco. Este, como una perra en celo, aspiraba el poppers y gemía de placer pidiendo más y más con voz entrecortada.
¡El brazo del fister se hundía cada vez más en el culo de aquella zorra pervertida y viciosa!
Y mientras, su boca chupaba ansiosa aquellas dos pollas que se le ofrecían, y lamia los colgantes cojones rellenos de leche de los dos machos.
El fister decidió cambiar de táctica y se empezó a aplicar a ir introduciendo, uno a uno, los dedos de la otra mano. ¡El muy salvaje iba a fistearlo con las dos manos!
Pensó en decirle que parase, pero su condición de zorra puta y viciosa le incitaba a dejarle hacer para llegar hasta el límite del placer.
Notaba como su ojete se iba dilatando cada vez más. Pero él seguía pidiendo, con ronca voz de vicio: ¡Más, más,…!
La sesión estaba caliente y salvaje. El fister tenía sus antebrazos metidos en el ojete dilatado de la puta viciosa de Francisco que estaba ya completamente colocado de poppers y con el ojete dilatado al máximo.
Y en ese momento, ambos machos llegaron a su máxima excitación y de sus pollas empezó a brotar un surtidor de lefa que caía por la cara, la boca y la lengua de aquella puta viciosa de Francisco.
El fister aprovechó esta apoteosis de jugos y, dejándole una mano metida hasta lo más profundo, se agarró con la otra la polla y empezó a mear en surtidor, procurando que el chorro pasase, a través de las piernas abiertas de Francisco, hasta su cara y boca.
.- ¡Bebe, zorra depravada! ¡Toma leche y meos de macho, puta viciosa!
Un momento después, solo se oían los jadeos de los tres machos y de la zorra satisfecha de Francisco. El ambiente olía a sudor, lefa y meadas de tío y eso mantenía aun la excitación, a pesar de que todos habían descargado toda su tensión.
Al rato, rompiendo ese silencio, se oyó la voz del conductor del camión.
.- Creo que desde hoy, no hará ya falta que nos diga donde le tenemos que…meter la mercancía, ¿verdad doctor?
Una risotada general acogió esta última frase.