La melancolía de Lucifer (2)

Una continuación un poco más tierna y rosa de mi relato de seres sobrenaturales.

Habían pasado quizá tres ó cuatro semanas desde aquél distraído paseo que la llevó hasta las afueras de un viejo convento. Lucía se sintió muy perturbada por la similitud del aroma de esta monja con la amante que tuviera hace quizá cuatrocientos años. Poco más o poco menos. Después de aquella joven bruja, Lucía nunca consiguió encontrar a alguien, hombre o mujer, mortal o inmortal que la hiciera sentirse tan plena y tan completa como se sintió con ella. Además, a lo largo de su larga vida pocas veces había podido librarse de la sensación de angustia e impotencia que le dejó la forma en que perdió a su amada. Poco después de que la inquisición le arrebatara a su mujer, la necesidad de venganza le dio cierto sentido a su vida, cierto propósito. Una vez consumada su venganza de la forma más cruel que le fue posible, no llegó tranquilidad, ni sensación de satisfacción alguna… sino nada. Todo después de eso era vacío. Todo había terminado… y aún así se sentía inconcluso ¿Cómo terminar con ello? ¿Muriendo?

A pesar de la creencia popular, aquellos que son como Lucía no están muertos. Quizá pocos dentro de su "sociedad" conozcan cómo funciona aquello de la inmortalidad, qué o quién mantiene a Lucía siempre vital y en la flor de su adolescencia. El caso es que su corazón latía, necesitaba alimentarse y dormir, casi como cualquier persona normal. Podía incluso morir ¿Y qué caso tendría morir? Nada le garantizaba a Lucía lo que hubiera después de eso. Quizá se convertiría en un triste espectro, vagaría lamentándose de su eterna soledad, sin que nadie pudiera escuchar sus lloros ni sus gritos. Ardientes lágrimas abrasaron sus mejillas de porcelana.

Eran finales de mes y hacía una luna llena preciosa, y como había hecho muchas noches, Lucía decidió salir a caminar cerca del convento. Llevaba cierto tiempo sin jugar a ser puta. Aquél aroma removió tantos recuerdos y tantas cosas en ella, que ahora su comportamiento era errático y atacó gente al azar únicamente para saciar su hambre, de modo que había cierta conmoción por un par de cadáveres y varias personas heridas y completamente confundidas, con las misteriosas marcas en el cuello, en los brazos o en los muslos. "Un ritual satánico", "Alguna bestia desconocida", eran algunas de las hipótesis barajadas en los diarios y en los noticieros. Lucía era casi inconsciente de todo ello y de todas formas le resultaba un poco indiferente. Se sentía confundida, porque disfrutaba pararse afuera de las bardas conventuales de piedra verdusca a respirar el fresco aire de la noche que la regalaba con la dulce fragancia de la joven monja, a la cual a pesar de sus constantes acechos, sólo había visto dos o tres veces más luego de aquél primer encuentro. Su confusión se debía, más que nada, a que le encontraba cierto parecido con su bruja, no sólo el olor de su sexo, no sólo el olor de su sudor, e incluso el de su menstruación, sino aquél acusado parecido que tenía en sus ojos grandes y claros y su frente amplia y benevolente. Y el escenario le parecía perturbador porque sabía bien que la apariencia de una persona y sobre todo su olor eran siempre irrepetibles, y si se repetían era por una razón específica. Y le perturbaba sobretodo que encontrara el aroma y quizá la apariencia de su amada en una monja, alguien que pertenecía a la iglesia católica. Era completamente absurdo e irritante.

Lucía se negaba a considerarlo una posibilidad. Su odio por aquella institución era más grande que la Luna, pensaba ella. Después de todo, la iglesia católica le había arrebatado muchas cosas. No, definitivamente no podía ser. Muy seguramente, por tantos siglos ya no recordaba claramente cómo era su olor. Debía ser distinto… tenía qué ser distinto.

Había decidido marcharse de ahí y pretendía reunir un poco de dinero y quizá tener un poco de sexo que la distrajera de sus cavilaciones, que la mantuviera tal vez de mejor humor. La manera más sencilla de obtener ámbos era jugar a la putita, así que decidió atender a un cliente que concertó una cita con ella gracias a un anuncio en el diario local. Con sus habilidades sobrehumanas bien podría conseguir dinero siendo ladrona, pero hacía varios días que no tenía sexo y además, robar le parecía algo vulgar. Más vulgar que ser puta.

Esta noche sería una noche tranquila. Sólo un justo intercambio de sexo por dinero; dinero que le fuera suficiente para comprarse algo de ropa y rentar un sitio en algún lugar lejano de aquí. Esta vez no tendría qué matar a ningún infortunado. Así pues, se vistió, calzó unos tacos altos y salió a la calle. Al cabo de un rato, llegó a un discreto hotel de fachada gris y plana en donde se encontraría con su cliente. Se dirigía a la habitación 111.

Caminando por los angostos pasillos del hotel, sus sentidos, más agudos que los de la gente normal, percibían olores y sonidos más allá de las puertas. Le resultaba ciertamente estimulante el lugar tan impregnado de olor a sexo y los discretos gemidos que susurraban palabras procaces dentro de cada habitación. Llegó entonces a la habitación 111 y abrió la puerta, sin tocar antes. En la cama estaba sentado un muchacho joven, de veintipocos años. No era guapo, pero su mirada emanaba cierta placidez y serenidad. A pesar de su apariencia tranquila, Lucía notó cómo su cuerpo destilaba adrenalina y su corazón latía desbocado. El chico la miró con los ojos como platos, mientras Lucía entraba a la habitación contoneando elegante y lascivo su cuerpo dulce y juvenil. Se quitó cadenciosamente el abrigo, que cayó al piso hecho bucles. Lucía vestía una falda negra muy corta y ajustada, una blusita blanca desabotonada a la altura de sus senos, de modo que dejaba ver el encaje que conformaba su brassiere de media copa. Su indumentaria tan ajustada, tan pequeña y tan indecente contrastaba con su rostro aparentemente inocente y casi infantil

-¿E-en verdad eres mayor de edad?...

Lucía súbitamente se sintió profundamente conmovida por la pureza energética que poseía este joven

-Tengo más edad de la que aparento, te lo aseguro- dijo ella en tono dulce, y casi riéndose por dentro. Repentinamente se sintió cómoda y de buen humor. Si la energía de este muchacho tuviera un olor, olería como un campo de lavandas frescas.

Como el chico callara, Lucía habló una vez más, mientras se sentaba junto a él en el borde de la cama.

-¿Podría ser tu primera vez? –dijo, sin poder evitar estremecerse y conmoverse por dentro.

El chico asintió en silencio mientras miraba el muro que estaba frente a él. Apretaba sus manos sudorosas una contra otra y su mirada se desvió disimuladamente a los muslos blancos, generosos y bellos de Lucía, que no tenía medias. Lucía soltó una risa clara y musical. Le resultaba divertido y un poco conmovedor aquello. Y además, se le había ocurrido que nunca había follado con un tipo casto… sin mencionar que era la primera buena persona con quien hablaba en muchos años.

Se sentía conmovida por la situación. El chico tenía una energía muy agradable y un poco melancólica. Quizá, aunque de manera diferente, el era casi tan solitario como ella. De inmediato sintió empatía con él y por esto se alegró mucho de no tener hambre y no tener qué hacerle daño. ¿Dañarlo? ¿Cómo podría?

-Estás muy nervioso… y así no va a funcionar la cosa -dijo Lucía mientras miraba con gesto travieso la entrepierna del chico- ¿Cómo te llamas?

-Dante –dijo el chico con un hilo de voz

-Muy bien, Dante. Me he puesto guapa para ti… y estoy segura de que has fantaseado muchas cosas. Para empezar a animarnos, dime ¿Qué cosas has fantaseado con hacerme, mientras esperabas aquí?

Después de un rato de evasivas y nerviosismo, y habiendo entrado más en confianza, el chico comenzó a explayarse más y le empezó a hablar de lo que había visto en películas porno. Era sumamente divertido para ella.

-¿Entonces dices que me quieres tirar la leche en la cara, cerdo? –dijo Lucía con una sonrisa pícara y lasciva- ¿Y qué más?

-Quiero follarte por el trasero… y… y… q-quiero terminar dentro de tu a-ano

En lo que menos se percatara, Lucía ya había sacado su miembro viril y lo masajeaba con dedicación mientras le echaba una cálida mirada al muchacho, que empezaba a hablar con voz más aterciopelada y excitada.

Lucía engulló el pene palpitante del chico que ya manaba líquidos pre eyaculatorios, lo masajeaba con una mano y con sus tersos labios chupaba y besaba la punta que ya presentaba una coloración rojiza y brillaba debido a la saliva y la propia lubricación del pene. Ella había decidido regalar una velada agradable al chico, así que estaba muy atenta a prolongar su placer, y variaba los ritmos según ella se percatara de que estaba a punto de llegar al clímax. Y después de todo, ella encontraba todo eso agradable. Le gustaba el olor y el sabor del pene del chico y disfrutaba viéndolo arquear la espalda y estremecerse. Pronto sus propias bragas quedaron mojadas. Detuvo su empresa mamatoria unos instantes y terminó de quitar la ropa al muchacho, que yacía plácidamente y a la expectativa. Lucía se desnudó frente a él con lentitud y sensualidad. Ver la dulce carne de la joven era un espectáculo excitante, así que Dante empezó a masturbarse velozmente mientras miraba a Lucía contonear sus curvas adolescentes frente a él. Cuando estaba por quitarse la panti de encaje y seda blanca, Dante la detuvo y le pidió quitársela el mismo. Lucía se recostó en la cama, sus pezones rosados y erectos apuntaban hacia el cielo y su piel blanca lucía nacarada ante la luz pálida y erótica de la lámpara del buró. Abrió las piernas, mientras con las manos acariciaba la parte interna de sus muslos y resbalaban gracias a su abundante lubricación en dirección a su sexo.

La mirada del joven se dirigió a la panti de Lucía que tenía una mancha oscura de humedad que abarcaba toda la zona de su vulva, cuyos labios se delineaban esculturales en la mojada tela de sus bragas. Dante se abalanzó sobre ella y metió su cara entre los muslos de la joven inmortal. Sorbió el aroma de su sexo con avidez, besó su concha sobre la mojada tela de las bragas y la deslizó hacia un lado dejando al descubierto su rosada almeja que brillaba por la humedad y manaba su fragante perfume sensual. Le quitó las bragas y luego, con los dedos apartó los labios húmedos y se quedó contemplando extasiado la carne rosada y mojada de la vagina de Lucía.

-¿Te gusta el paisaje?- dijo Lucía en tono travieso

Dante no respondió y dio una lamida profunda a la dulce concha de Lucía. El sabor inusual le excitó y su erección se hizo más firme y palpitante. Después de libar por largo rato los sensuales jugos y la cachonda fragancia de Lucía, subió besando su pubis, su vientre y se detuvo largo rato en las redondas y blancas tetas de Lucía, besando y mordiendo suavemente los pezones erectos de la chica. Por un instante Dante dirigió su mirada a los ojos de Lucía que le dedicaban una elocuente e insondable mirada, con los párpados entrecerrados. El rubor en sus mejillas y en su pecho delataban su excitación. Lucía se mordía el labio inferior con coquetería.

-¿Alguna vez has sido besado? -preguntó ella con voz de seda

Ante el estupefacto silencio del chico, Lucía acercó su rostro al de él, que miraba los labios de ella, que eran de un rojo desvaído. Demasiado intenso para ser rosa, pero lo suficientemente tenue para notar que no es labial. Era como si nunca hubiera visto la boca de alguien y le pareciera la cosa más sorprendente del mundo. Instantes después, sus labios se acariciaban mutuamente. Lucía lo besó con una terneza que no acostumbraba hacía demasiados años. Acariciaba suavemente la lengua de Dante con la propia lengua, mientras sentía cómo su palpitante erección era presionada contra su vientre cálido. Después de un largo rato en que se besaron profundamente, Lucía dijo:

-Suficiente de romanticismo por ahora –sonrió

Acostó al chico boca arriba dejándolo a medio reclinar sobre unos cojines mullidos. Su asta palpitante brillaba a la expectativa latiendo como si fuese una criatura con vida propia. Lucía tomó posición para montarlo, dejando ver la carne adolescente y lampiña de su pubis, que lucía rosado y brillante por la lubricación. Tomó la verga con una mano y la dirigió a la entrada de su concha. Suavemente comenzó a posarse sobre aquella verga que deslizaba con suavidad hacia el cálido interior de su vagina. Dante sintió cómo el estrecho coño de la joven puta le daba un poderoso abrazo a su miembro y le dio la sensación de que era ligeramente succionado hacia su interior.

-A-aah… -gimió Dante

Lucía comenzó a cabalgarlo moviendo su redondo culo de arriba y abajo y en círculos, mientras ella mordía suavemente su oreja, y ocasionalmente, recibía suaves chupetones y mordidas en sus senos. Lo cabalgó unos instantes más hasta que se percató de que estaba por venirse y cambió el ritmo, desacelerando suave y gradualmente hasta dejarlo casi a punto de eyacular, y entonces lo desmontó. El muchacho, que había estado con los ojos cerrados, los abrió como si despertara súbitamente de un plácido sueño. Un leve rubor coloraba sus morenas mejillas.

Lucía se recostó a su lado y lo abrazó como si fuera su novio o su esposo, y procedió a besarlo tiernamente, acariciando la espalda y los glúteos del joven, hasta que consideró que podía trabajar con su pene sin que eyaculara aún. Besó suavemente a Dante, desde los labios hasta el pubis y tomó suavemente su pene, besándolo con una ternura extraña en la punta, que brillaba bañada en sus jugos vaginales. Percibió el propio aroma y el propio sabor, lo cual le gustó y excitó. Lo chupó unos instantes más y se detuvo. Tomándolo luego de la mano, lo invitó a levantarse de su posición y ella ocupó el lugar que él ocupara, en el centro de la cama, y se giró lentamente, dejando ver sus nalgas blancas y carnosas que estaban enrojecidas por el rubor sexual, semejando un par de duraznos tersos y jugosos. Con sus manos apartó suavemente los cachetes de sus propias nalgas, dejando ver el agujero rosado de su ano, y mirando a Dante por el rabillo del ojo, dijo:

-Es tuyo

Dante se apresuró a amasar, lamer, morder y chupar sus nalgas, luego metió su lengua en el ano de Lucía de la misma forma que si la besara en la boca. El embriagante aroma de su almeja lo hizo entrar en un estado de frenesí copulatorio. Puso su verga erecta en la entrada de su exquisito agujero, y la hundió tan rápido como pudo. Una vez su polla estuvo entre las nalgas de la inmortal, sintió el poderoso abrazo de sus carnosos glúteos y la empezó a follar con desesperación y violencia. Su pene chapoteaba mientras entraba y salía del culo de Lucía. Dante se reclinó sobre ella y le besó el cuello y la oreja

-Qué delicioso es tu culo… ¡ah! ¡Me exprime la verga! –le susurró al oído

Unos instantes después, sintió las deliciosas punzadas del orgasmo, disparando sendos chorros de leche en las entrañas de Lucía, que recibía su semen con placer

Contrario a lo acostumbrado entre la mayoría de las putas, Lucía no se marchó, ni tampoco Dante. Quedaron recostados los dos juntos como si fueran amantes y se besaron dulcemente en un par de ocasiones. El rostro de Lucía estaba plácidamente sonrosado y soñoliento. Se sentía complacida por haber hecho una "buena obra" y de algún modo eso la hacía feliz. El complacerse por regalarle un rato agradable a alguien era algo que no experimentaba hacía muchísimos años. Y conforme años pretéritos invadieran otra vez su mente, su rostro se ensombreció y miraba a la nada con cierta tristeza

-¿Qué pasa? –preguntó Dante

Lucía evaluó la situación y se sintió un poco avergonzada consigo misma al comprender que había terminado teniendo cierto acercamiento emocional con el chico. Tantos años y décadas de mutismo y de guardarse las cosas para sí eran agobiantes y no era extraño que espontáneamente se sincerara con un desconocido; en realidad, no era como si fuera un desconocido… pues energéticamente podía hacerse una muy buena idea de cómo era esta persona y le agradaba. Quizá era la persona más cercana a ella con quien hubiera estado en contacto en todo este largo y amargo tiempo de aislamiento. Y como no servía de nada burlarse de sí misma por bajar la guardia de ese modo, se permitió responder con sinceridad.

-Dime una cosa: Si tú amaras a una persona, y esa persona se marchara por un muy largo tiempo… y luego regresara a ti convertida en algo que no te gusta ¿Qué harías?

-Depende en qué se haya convertido… no, de hecho, si yo amara a alguien, como a mis hermanos, por ejemplo, ese amor sería incondicional… eso es lo que yo creo. Creo que no me importaría, aunque… como seguramente ya sabes, nunca he experimentado el amor de pareja, que creo que es a lo que te refieres

Lucía quedó un poco sorprendida al percatarse de que quizá el chico no fuera tan atolondrado como parecía. Le gustó pensar que Dante tenía cierta profundidad y cierta historia tras de sí.

-¿Y… en qué se convirtió? –preguntó tímidamente Dante

-En monja –respondió ella escuetamente y con la mirada perdida en el infinito

-Suena a que sus profesiones entrarían en conflicto

Lucía rió quedamente

-Me sorprende un poco… pensar que realmente eres, ya sabes… prostituta

-No lo soy –mintió ella, sin saber por qué- Bueno… esta era mi primera vez como puta… ¿Ves? De algún modo también era mi primera vez… -sonrió perezosamente, con su mirada clavada en el techo

-Si necesitas dinero, sé de un lugar en el que podrías trabajar. La paga no es nada espléndida, pero creo que sería mejor… además puede que incluso puedas hospedarte ahí. ¿Dónde vives?...

Lucía no contestó y guardó silencio unos minutos, mientras tenía la mirada perdida en el techo, como si ahí se proyectaran más claros sus confusos pensamientos. Dante acariciaba con precaución la mórbida curva que se hacía en el vientre juvenil de Lucía y que le daba un agradable aspecto de voluptuosidad.

-No estoy segura de si ella es la misma persona… -dijo la chica al fin

-Podrías averiguarlo si hablaras con ella… aunque sería un poco difícil si ella es una clarisa del convento que está a las afueras del pueblo

-Tal vez me convierta yo en monja sólo para averiguarlo, ja

El tono con que ella habló no dejó claro si estaba hablando con pesimismo e ironía o si hablaba en serio...

Por un rato, después de muchos años, Lucía no se sintió tan sola.

El alba irrumpió diáfana en el interior de la habitación. Afuera ya lucían doradas y abultadas como ovejas gordas las nubes, que se bañaban del sol matinal. Ella ni nadie de los que son como ella sentían demasiado temor de caminar bajo los rayos del sol, como creyeran los cazadores durante siglos, así que no tuvo problemas en vestirse y despedirse apresuradamente del joven al salir del hotelucho. Incluso olvidó la paga.

Siempre hasta ahora había hecho decisiones de manera unilateral (¿qué otra forma tenía de hacer las cosas, si estaba eternamente sola?) Podía confesárselo a sí misma ahora: estaba huyendo ¿De qué podría huir? Además, esta noche, después de quién sabe cuántos años, se sintió en conexión con otra persona, y había pasado un rato agradable. Quizá valía la pena al menos probar lo que aconsejó el muchacho: averiguar un poco más sobre la misteriosa mujer del convento y tener aunque fuera por unos días, una existencia sencilla y tranquila. Y si no resultaba, no importaba; el mundo era un pañuelo para ella y tenía todo el tiempo del mundo.