La mejor semana de mi vida

No podéis ni llegar a imaginar todo lo que puede ocurrir en una sola semana.

Comenzaré por dar una descripción detallada de mí. Soy un joven de 18 años, no demasiado guapo, aunque dice quien me conoce que lo soy. Pero yo prefiero considerarme del montón, nada destacable, y es por ello que intento compensar esto con mis otras facultades, como ser simpático, alegre, siempre con una sonrisa en la cara pese a que no me sonría la suerte. Es por ello que siempre he caído bien a las personas que recién me conocían, pero realmente soy bastante vergonzoso, y muchas de las cosas que digo no podría hacerlas en la realidad.

Ella… de ella procuraré dar una descripción precisa pero no puedo darla objetiva, ya que para mí es la más bella mujer del mundo. Ya sé que eso lo dicen todos los enamorados pero es que sin ella mi vida no sería ni parecida a como es en realidad.

Es una chica súper simpática también de 18 años que estudia conmigo en la universidad. Mide sobre un metro sesenta, morena con unas curvas que quitan el hipo, pero para nada exagerado, algo proporcionado y natural. Es el tipo de mujer que cuando te cruzas por la calle no puedes evitar girarte para mirarla o decirle un piropo. Pero si además se ha arreglado especialmente para alguna fiesta o porque va a salir conmigo o con sus amigas, entonces sí que te rompe el corazón con el excitante olor que te embarga a su paso y la infinita belleza que deslumbra tu mirada.

Este relato se centra en una semana que pude pasar con ella a solas, porque mi familia se había ido toda al pueblo de mis padres y me quedaba sólo, ya que yo empezaba la universidad antes. Ella tuvo que inventarse una excusa para poder pasar toda la semana solos pero no tuvimos más inconvenientes.

Realmente teníamos preparada ya la semana y ambos estábamos ansiosos por vernos, habíamos previsto nuestro encuentro tantas veces, que cuando al fin nos vimos no salió como esperábamos, sino mejor. Después de que ella me llamara informándome de que ya había llegado con el tren, empecé a ponerme realmente nervioso, la verdad no podía ni distraerme con mi hobby favorito, el ordenador. En mi cabeza rondaban ideas de cómo iba a ir vestida o de que me diría o de si todo esto no era más que un sueño… Cuando por fin sonó el timbre de mi piso, pegué un salto y fui corriendo a abrir. Estaba arrebatadora llevaba un pantalón ajustado con unas botas marrones y una camisa de esas ajustadas que dejan entrever pero no muestran. Me tuve que quedar con la boca abierta y una cara de atontado, porque me miró raro y me dijo que no había tenido tiempo de arreglarse, que acababa de bajar del tren y después había cogido un autobús. Y no pude resistir el impulso de darle un suave beso en los labios, ¡cuanto había ansiado ese momento! Recuerdo que pensé en lo realmente afortunado que era de poder salir con una chica como esa.

La acompañé a mi cuarto para que dejara las maletas y la ayudé a deshacerlas, bueno realmente le dije dónde podía dejar las cosas porque no quería inmiscuirme en su intimidad sin su permiso, por ello me fui a hacer la cena. No es que sea muy bueno cocinando pero preparé algo ligero, era la primera noche y no quería que fueran las cosas demasiado rápido, quería disfrutar de su compañía, teníamos tiempo.

Después de cenar nos sentamos juntos a ver la televisión, pese a que una de las peculiaridades de mi chica es que no le gusta ver televisión. Por eso pronto se canso y empezó a acariciarme, sin querer excitarme, sólo disfrutar del contacto con mi cuerpo. Como podrán entender querid@s lector@s no pude continuar prestando atención al televisor, y dejé de intentarlo. La abracé fuerte, la había echado mucho de menos porque durante algunos días no nos pudimos ver y comencé a acariciarle la espalda. Tampoco quería excitarla, no en principio, quería demostrarle todo mi amor por medio de una simple caricia. Pero olvidé (no sé todavía si no me traicionó el subconsciente…) que las caricias en la espalda, sobre todo en la columna, la excitan, y lo único que conseguí fui que se separara abruptamente para darme el beso más apasionado e inesperado de mi vida. No sé bien cuánto duró pero cuando al fin se rompió el beso, la cogí en brazos y la llevé a mi cuarto, no estaba lejos al ser un piso, pero la necesidad de desnudarla me izo perder la noción de tiempo y espacio.

La deposité suavemente sobre la cama, haciendo que viera como me despojaba yo de la ropa lo más sensualmente, y rápidamente que podía. Se me izo muy duro el verla sobre la cama y no abalanzarme a devorarla. Pero quería que fuera especial, no sólo una noche de pasión desenfrenada, sino algo que se nos quedara grabado en la mente toda la vida. Cuando ya me había quitado casi toda la ropa, menos el slip, me di la vuelta y cuando esperaba que me lo quitara, la puse de pie y con las manos empecé a desnudarla lentamente. Fui desabrochando uno a uno los botones de la camisa que llevaba y dando pequeños besos por la piel que iba descubriendo. La notaba estremecerse en mis brazos y eso me obligaba a aumentar el control que estaba ejerciendo sobre mi mismo. Cuando logré quitarle la camisa pude ver totalmente el sujetador negro que llevaba, puesto que ya lo había entrevisto gracias a que la camisa era blanca y dejaba transparentar. Le di la vuelta y con las manos se lo desabroché despacio, le bajé los laterales suavemente con la boca. Fue ella la que, desesperada ya, se quitó el sujetador de un tirón, pero entonces decidí ponerla si cabe más caliente. Le desabroché el botón del pantalón con las manos pero la cremallera la bajé con los dientes. No pudo aguantarse de pie y se sentó en el borde de la cama. Cogí las botas y se las quité despacio, a la vez que le acababa de quitar los pantalones. La recosté cómodamente en la cama y pasé a acariciarla pero esta vez con menos cuidado y más pasión.

Sentía sus cimas duras, y ante tal manjar no pude menos que acercarme a devorarlas. Ante tanto placer empezó a gemir y eso me izo perder la poca cordura que me quedaba. Subí y la besé apasionadamente, desesperadamente, a la vez que bajaba con mis manos al centro de su placer. Me gusta llevarla al límite y cuando se acerca la cima de su placer, introducirme en su interior. Eso la hace explotar más salvajemente y a mí me encanta sentir como su cueva aprieta mi virilidad. Pero esta vez decidí cambiar para que no se esperara lo que a continuación le haría. Bajé la cabeza y disfruté del sabor embriagador de su humedad hasta que noté que sus gemidos aumentaban de intensidad. Entones paré, vi como sus ojos me interrogaban a la vez que de su boca salían ruegos para que siguiera. Volví a besarla y probó por primera vez el sabor de su placer, y le agradó.

Mientras seguía dándole suaves besos se lo dije. Era algo que no esperaba y que mucho menos entendía pero de todas formas deseaba probarlo. Yo quería jugar, mi juego era sencillo, yo le daba placer a ella y ella a mí, el que antes alcanzara el clímax perdía. Le hice apostar, el que perdiera serviría al otro durante toda la semana. Accedió pero a cambio me pidió que le hiciera alcanzar el clímax antes para que estuviéramos los dos en las mismas condiciones.

Cuando hube cumplido sus requisitos comenzamos a jugar, yo tenía una gran ventaja, conocía su cuerpo a al perfección, y ella era bastante inexperta en eso de darme placer.

Conocedor de sus puntos flacos (quiero decir de los puntos que mayor placer le producen) empecé por darle suaves caricias en la espalda, mientras ella acariciaba mi torso. Sé que en realidad para ella esto era algo que la excitaba mucho tanto el que le acariciara la espalda como acariciarme ella a mí el torso. Pero yo tenía una desventaja, llevaba demasiado tiempo excitado y mi resistencia no sería mucha, por lo que el juego estaba igualado. No estuvimos mucho tiempo en la misma posición, la pasión nos consumía y por ello no reparamos en cómo nos dábamos placer.

Realmente fue una lucha encarnizada, en la que no había perdedor y ambos éramos ganadores. Sus caricias me volvían loco mientras intentaba lo trataba de impedir, desconcentrándola al aumentar la velocidad con la que le proporcionaba placer, y las formas de hacerlo. Por poco tiempo fui yo el que ganó, la verdad es que nunca en mi vida me había relajado tanto al alcanzar el orgasmo y más sabiendo que le había producido a mi chica el mismo placer. No pudimos evitarlo y nos dormimos abrazados.

Así comenzó la semana más salvaje que nunca he vivido. Agradezco que me den su opinión sobre la manera de escribir mis vivencias, sé que se podría mejorar y espero me digan cómo, muchas gracias por haber leído mi relato y espero que haya sido excitante y entretenido, eso me había propuesto al escribirlo.