La mejor hermana del mundo: Capítulo VIII

Alex es un chico tímido, introvertido y fantasioso que carece de experiencia con el sexo femenino. Por suerte, cuenta con su hermana mayor Elisa, quien le ayudará a descubrir los secretos de las relaciones entre mujeres y hombres.

La mejor hermana del mundo

Capítulo VIII

El cielo ostentaba un azul brillante, la brisa llegaba desde las lejanías, y un sol vibrante anunciaba a todas voces: «No te quedes encerrado en tu casa, sal a festejar o te mataré de calor». El aire costero que se colaba hasta las fosas nasales de Alex le explicaba lo mismo. Algo en ese día parecía poseer un carácter muy especial, casi mágico, producto de una hechicería oculta. Pero Alex en el fondo comprendía que todo ese fulgor que desplegaba el día, poseía una explicación bastante sencilla: Alex estaba rebosante de felicidad porque cumplió uno de sus más locos y grandes sueños. Lo que le hizo a la hermana tan solo minutos atrás, fue la «hazaña de su vida». Y tendría otras hazañas importantes en el futuro, por su puesto, pero haber emulado lo que el «hombre de la verga marrón» ejecutó con la rubia del vídeo, encabezaba su ya gloriosa lista de «logros monumentales de la vida de un hombre».

Joel se lo explicó un día mientras peregrinaban en sitios recónditos de la escuela; donde otros alumnos rara vez se aventuraban a ir, Joel, Alex y Rodrigo, ahí moraban. En tal día, Joel aseguraba que en la penosa y difícil vida de un joven varón, existen tres destinos clave para su transformación en un «hombre completo». El primero destino clave era perder la virginidad, sea como fuere. El segundo destino, tener cuando menos una novia, sea como fuere. Y finalmente el tercero de ellos, representaba el destino definitivo: cometer matrimonio con la mujer ideal ante los ojos de Dios, puesto que era la etapa de la vida para redimirse y sentar cabeza por completo; después de este destino, no existía lugar o excusa para ser un vago, por tal motivo un joven necesitaba sumergirse en las experiencias del mundo antes de tal destino que lo convertiría con el tiempo en un padre de familia integrado en la sociedad, un padre de lo más ejemplar.

Según Joel, como ellos, Rodrigo, Joel y Alex, se hallaban en el capullo de la juventud, a lo mejor que podían aspirar dadas sus circunstancias, era a perder la virginidad con una chica cualquiera, y entre más «puta» fuera ella, mejor; ya habría tiempo para novias o esposas cuando fueran «viejos» al final de sus veintes para adelante. Sin embargo, dentro de la lógica de Joel, existían cláusulas especiales que a uno lo acercaban de manera indirecta a ser cada vez «más hombre», y quienes las practicaban con regularidad y disciplina, obtenían preparación para cualquiera de los tres destinos clave. Una de estas cláusulas, manifestaba que uno podía ir dando pasos para conseguir la tan ansiada perdida de esa virginidad: besos, dar o recibir sexo oral, o meter mano a una chica en sus partes íntimas. Otra cláusula, residía en saltarse el primer destino clave para tener una novia y perder la virginidad con ella directamente.

Al recordar la sabiduría de Joel, Alex se sintió melancólico y abatido. «¿Por qué me tuvo que traicionar?», pensó cuando él y su hermana mayor, se dirigían a casa de Rodrigo transitando las calles de la ciudad en el automóvil.

Más tarde, estuvieron Alex y Elisa frente a casa de Rodrigo. Y otro tanto tiempo después, estuvieron frente a la casa de Andrómeda.

—Nos vamos a detener en el supermercado —anunció Elisa a los pasajeros «de atrás», que eran Alex y su amigo Rodrigo, antes de salir de la ciudad.

Alex notó como su amigo no dejaba de mirar a Andrómeda, eso sucedía mientras Elisa los conducía por un mundo de pasillos y anaqueles, olor a fruta, y voces indistinguibles que pertenecían a clientes ignotos.

Qué incuestionable se miraba la atracción de Rodrigo ante Andrómeda, se advertía cuando ella su contoneaba su trasero con suavidad, y cada tanto Rodrigo se embobaba mirando.

Fue en el área de las cervezas donde Alex y Rodrigo se separaron un poco de Elisa y Andrómeda. Por tanto Alex, aprovechó para cerciorarse de aquello que creía saber: que a Rodrigo le atraía la amiga de Elisa con profundidad.

—Oye… ¿Qué tal te parece la amiga de mi hermana? —preguntó Alex con cautela.

—¿De qué hablas? —respondió Rodrigo fingiendo inocencia.

—Vamos… Me di cuenta de cómo la miras.

Rodrigo sonrió.

—No mames… Es que, está bien buena —confesó Rodrigo.

— ¿Te gusta?

—Pues mírala wey, ¿a quién no le iba a gustar? —dijo Rodrigo—. Esas piernas… Y de la cara está de diez. No está muy tetona la verdad, pero con ese culo me basta y me sobra.

—Estás enfermo amigo.

Los amigos se partieron de la risa. Y antes de que la conversación derivara por otros asuntos, Alex estuvo tentado a preguntar a Rodrigo qué pesaba él sobre el cuerpo de Elisa. No obstante, decidió que lo más sensato era no conocer tal cosa. Probablemente Rodrigo le diría lo mismo que dijo de Andrómeda sobre sus nalgas, solo que añadiría que no se cansaría de ese «par de melones». Con tal declaración Alex se enojaría, y no necesitaba otro amigo traidor. Las cosas estaban bien así como eran.

Al terminar las compras, emprendieron el viaje a la casa de campo de María.

—Oye Andrómeda, súbele a la música ¿no? Por favor… —pidió Elisa ya en las afueras de la ciudad.

—¿Andrómeda? —preguntó Rodrigo sorprendido, al parecer no había escuchado el nombre de la chica llegado a ese punto—. Es un nombre extraño. ¿Es de una estrella verdad?

—No, es el nombre de una galaxia completa y de un personaje mitológico —respondió Andrómeda mientras volteaba hacia atrás para sonreír a Rodrigo.

Alex notó como su amigo se sonrojaba. Rodrigo evidenciaba, cada vez más, que Andrómeda le gustaba, y no únicamente de manera sexual. Alex comprendía la sensación, se advertía como un «algo más» que no se podía explicar con palabras. Se asemejaba bastante al aderezo que su hermana le ponía a las ensaladas para que les encontrara mejor sabor, o como un riachuelo, que además de agua, contenía anfibios, peces y mariscos, así como las hojas muertas de los árboles circundantes y minerales que arrastra el flujo vivo del agua.

Aquella zona por la que avanzaban se mostraba cada vez más accidentada, Alex se impresionó al asomarse por la ventana del auto y ver barrancas de cientos de metros de profundidad. Allá en el fondo, bosques de oscuras encinas poblaban los pequeños valles entre los cerros. «Seguramente viven zorros y liebres en esos lugares», pensó Alex, «o hasta pumas». Y Alex no estaba alejado de la realidad al asegurar aquello, ya que estaba bien versado en las zonas donde habitaban ciertas especies animales: pocos años atrás, antes de que la pasión por los videojuegos deviniera victoriosa a su vida y Alex dejara atrás la niñez, vivía consumiendo documentales sobre la flora y fauna del mundo.

Alex de vez en cuando observaba al resto de pasajeros, incluida su hermana mayor; en una de esa ocasiones, por el rabillo del ojo le fue posible mirar el canalillo que formaban sus dos pechos, aunque se detuvo al poco tiempo: lo último que deseaba era tener una erección en compañía de Andrómeda y Rodrigo; después no podría quitarse de la mente las ganas de estar en la cama sobándole las tetas a la hermana mayor.

Alex prefirió mirar las afueras, no pasó demasiado tiempo para que comenzara a tener ensoñaciones fantásticas; y estas aparecieron cuando Alex volvió su mirada hacia las montañas lejanas, donde los picos mostraban pinos que se erguían con hermosa arrogancia. Luego Alex volteó a las áreas más próximas, a los entresijos de los árboles con hojas amarillentas que compartían el fértil suelo con unos desconocidos arbustos de hojas rojizas y otros de un color azulado, era un bosque con aspecto feérico; Alex estaba seguro de que si paseara por sus fértiles suelos, el bosque olería a encantamiento. Y en esa clase de lugares boscosos, se decía, recordó Alex, que eran los preferidos por seres extraordinarios como los gnomos, elfos y hadas; era la clase de sitio donde se les podía vislumbrar en los atardeceres extraños de manera casual.

Y así continuó fantaseando Alex, hasta que en el lado izquierdo de la carretera, a pocos kilómetros de distancia, se alcanzaba a divisar un amplio camino de tierra. Cuando Elisa llegó a la altura del camino, viró el auto en su dirección.

Ya en el camino, florestas de álamos a cada lado les daban la bienvenida. Pronto, asentada en las faldas de un cerro, se encontraba la casa de verano de María. Alex se sintió aliviado de pronto, por llegar al destino trazado por su hermana mayor.

Elisa muy alegre, utilizaba un traje de baño amarillo, con él deambulaba en la orilla de la piscina. Andrómeda, de igual manera estaba dentro del agua, con su traje color negro tan revelador, cuya elasticidad presumía el culo respingado de Andrómeda.María no se quedaba atrás, el traje de baño que utilizaba era también color negro, de dos piezas, tapizado con figuras espaciales como estrellas, pequeñas lunas y planetas; se suponía tal indumentaria debía conferir un aire infantil a María, el efecto era opuesto: con sus grandes senos que casi parecían reventar el top, y con la braga que parecía estar expandida hasta sus últimas consecuencias debido a su sobresaliente culo, combinado con sus bellos grandes ojos, y el rostro de la diosa olímpica afrodita, la hacían parecer una sensual mujer sacada de una caricatura japonesa erótica.

A Elisa no le emocionaban los excesos, salvo en situaciones muy concretas. El tabaco era una de esas cosas en las que se inscribía cuando salía de fiesta; y si bien en casa jamás fumaba, cuando se juntaba con María o con sus compañeros de la facultad, terminaba irremediablemente fumando más de un cigarrillo. No supo Elisa por qué exactamente, pero le vino a la mente aquella noche en que besó a Alex con la lengua, recordó que estuvo muy borracha, y había fumado. Le hubiera podido entrar remordimiento por darle esa experiencia que Alex podría considerar nefasta; aunque el hermanito tarde o temprano tendría que enfrentarse a tal situación, por lo tanto lo mejor era que lo experimentara con una persona de confianza y que lo amara.

Ahora Elisa buscaba fuego, del cualquier clase. Deseaba encender el cigarro que sujetaba con suavizada maestría entre los dedos. Andrómeda, que estaba a su lado en la orilla de la piscina, no fumaba, lo detestaba con fervor; de hecho Elisa sentía admiración por la fuerza de voluntad de su amiga, tanto tiempo juntándose con fumadoras y jamás le había dado curiosidad siquiera probarlo; con el alcohol era otra historia, ya que la misma Andrómeda fue una de las artífices que indujeron a Elisa a probar la bebida. «La vida está llena de claroscuros», pensó Elisa.

Elisa examinó los alrededores en busca de algún fumador. Entonces divisó a un chico solitario, moreno y alto que fumaba cerca de la parrilla donde se cocinaba la carne para las hamburguesas. El chico parecía acompañar al tipo que volteaba la carne.

Elisa fue a su encuentro.

—Oye, ¿me podrías prestar tu encendedor? —preguntó Elisa.

—Claro —dijo el chico mientras rebuscaba en un bolsillo de su pantalón—. Toma.

Elisa encendió su cigarro.

—Gracias —dijo devolviendo el encendedor a su dueño.

Elisa regresaba con Andrómeda cuando el chico le interrogó:

—Oye, ¿cómo te llamas?

—Elisa.

—Mi nombre es Ever.

—Mucho gusto, Ever.

La conversación no fue muy larga ni muy nutrida.

Elisa sintió la mirada tanto de Ever como del chico de la parrilla sobre su cuerpo a pesar de estar dándoles la espalda. Era algo que se sentía.

—¿Y qué? ¿Te pidió tu número? —preguntó Andrómeda con una sonrisita cuando Elisa volvió a su lado.

—No.

—Vaya, que seca andas; parece que sí te gusta.

—No me gusta. Ni siquiera lo conozco —dijo Elisa—. Además ¿quién pide el número de teléfono hoy en día? Es más sencillo pedir el Facebook o el Instagram.

Tras un rato de estar en las aguas, Andrómeda se estiró sobre su toalla para tomar el sol. Elisa la imitó. No pasaron demasiados minutos para que comenzaran a sentir la necesidad de aplicarse loción bronceadora.

—Nos vamos a quemar —dijo Elisa.

Elisa aplicó una crema en el cuerpo de su amiga.

—Ahora me toca a mí —manifestó Elisa tumbándose.

—Si quieres yo te la pongo —dijo una voz masculina. Elisa levantó la mirada. Se encontró con la silueta de Ever tapando el sol, «otra vez tú», pensó Elisa—, así tu amiga puede seguir asoleándose.

—Por mí no hay problema —soltó Andrómeda—, de hecho llegas en el momento más oportuno.

Elisa lanzó una mirada seria a su amiga. Andrómeda sonrió y volteó su cabeza hacia otro lado. Andrómeda no se levantaría; Elisa quedó a merced de aquel chico.

—Está bien, pero date prisa porque me quemaré —dijo Elisa en resignación.

Alex, jugaba videojuegos con Rodrigo, cuando sintió un hambre de súbito poder que le impidió seguir concentrarse.

—Muero de hambre —le dijo a Rodrigo—, voy a preguntar a mi hermana si ya está la comida.

Rodrigo le hizo una seña de aprobación con el pulgar.

Al salir de la casa, la escena que Alex vio le produjo una inquietud inesperada. Un tipo, un desconocido que se peinaba con gel, tocaba el cuerpo de su hermana a su gusto. Las manos del desconocido exploraban los muslos de Elisa con total libertad. La hermana mayor no le decía nada, es más, parecía encantada con la situación porque su rostro mostraba, lo que Alex interpretó como tranquilidad y placer.

No sabía Alex qué sentir, ¿ira?, ¿celos?, ¿frustración? Era incomprensible. El cuerpo le temblaba. Deseaba enfrentar al tipo y decirle que se marchara de la fiesta, y por otro lado, aquella situación estaba consentida por su hermana mayor; quizás Elisa le pidió al desconocido que la tocara de tal manera tan abusiva para colocarle esa loción blanca.

Alex se acercó a ellos.

—Hermana, ¿a qué hora estará la comida?

—De hecho, olvidé a qué venía —dijo Ever—, las hamburguesas ya están listas. Puedes ir sirviéndote campeón.

«¿Campeón?, ¿quién se cree este violador desgraciado?», pensó Alex ahora sí con una ira que nunca antes experimentada. Los puños de Alex se apretaron pegados a los costados de su cuerpo. Alex sintió su propia mirada destilando odio. Entonces la hermana habló mientras se ponía de pie:

—Muy bien. Te voy a hacer tu hamburguesa. Ve y dile a Rodrigo que se venga.

La voz dulce de su hermana dirigiéndose hacia él, y solo él. La manera en que aquel tipo se quedaba pasmado ante las atenciones que Elisa era capaz de ofrecerle solo a Alex. Lo drástico en que la hermana mayor se levantó, dejando las manos del sujeto sin cuerpo qué tocar. Todo ello se conjuntó para tranquilizar a Alex.

Después de comer, Alex siguió pensando en el episodio tan traumático. Mientras cavilaba, Alex se fue alejando de la casa. Poco a poco se fue internando en una zona intermedia de un cerro, desde donde se podía observar la casa y varias zonas de cultivo. «¿Qué fue lo que me sucedió? Solo le estaba poniendo loción. Ni siquiera la estaba tocando de manera indebida. Creo que exageré ¿O no?», pensó sentado en una enorme roca rodeada por matorrales. A lo lejos, miraba que Rodrigo se dirigía hacia donde Alex estaba.

Cuando Rodrigo estuvo sentado a su lado, juntos contemplaron los amplios paisajes en la fina belleza del silencio. Algo le ocurría a Rodrigo, parecía más pensativo de lo habitual.

—Quería hablarte de algo —dijo Rodrigo un rato después, rompiendo el silencio.

—Suéltalo —dijo Alex.

—Es sobre… Joel.

Alex quedó mudo.

—Sé que han tenido sus diferencias, pero…

—No me hables de ese cabrón —dijo Alex con una amargura que teñía cada palabra.

—Solo te pido que lo escuches. Me dijo que te mandó un mensaje y no le has respondido.

—No tengo por qué hacerlo.

—Entiendo tu enojo. De hecho me hubiera pasado lo mismo —confesó Rodrigo—. Pero él de verdad está muy arrepentido, te echa de menos.

—Fue un golpe muy duro el que me dio.

—Sí. Y Melissa también, no me digas que ella no tuvo nada que ver. También te traicionó y…

—Lo sé. A ella ya la perdoné. Somos amigos otra vez —aceptó Alex.

—¿Entonces por qué a ella la perdonas y no a Joel? —preguntó Rodrigo. Y antes de que Alex replicara, Rodrigo añadió—: Solo te pido que reflexiones en ello, y lo escuches aunque sea. Y no te enojes conmigo por querer que seamos los tres amigos de nuevo, yo estoy entre la espada y la pared. Para mí también es un asunto complicado.

Rodrigo bajó de la roca y Alex lo miró alejándose en dirección a la casa.

Caía ya la noche cuando la fiesta parecía estar en su apogeo: casi todos estaban alcoholizados, y las risas, junto con la música, colmaban la atmósfera normalmente silenciosa del campo.

Elisa comenzaba a preocuparse por su amiga María, por culpa de ese polvo blanco que Adrián, el «mejor amigo» de María, traía consigo; polvo que en dos ocasiones, ya habían aspirado por las cuencas de sus narices frente a todos en lo que iba de la noche.

—Me siento tan, súper, recuperada, y supergenial —dijo María en esa segunda ocasión en que aspiraba el polvo.

Elisa planeaba su huida cuando la fiesta se tornó extraña.

—¡Adrían! ¡A que no te atreves a echarte un pedo! —gritó María con júbilo.

—Observa —dijo Adrían. Y ante el silencio de todos, se pudo escuchar el gas del amigo de María que contaminaba con hediondez el aire circundante. Enseguida todos comenzaron a soltar chillidos y a carcajearse; algunos se alejaban del área, y otros se tapaban la nariz como podían para no oler el pedo.

—Me toca —dijo Adrían—. A que no te atreves a bailar un twerk frente a todos.

—Ja, ja, ja. Fácil —celebró María.

—No, pero en tanga —dijo Adrían—. Bájate el short.

María hizo un ademán de insignificancia, María se bajó el short hasta los muslos cuya tensión impidieron que bajara hasta el suelo, y comenzó a menear su trasero con suma sensualidad. La comitiva aplaudía y se desternillaba de risa.

—A ver… ¿Quieres seguir? O admites mi superioridad —dijo María.

—Ay amiga, si tú no eres más atrevida que yo —replicó Adrían—. Y aquí, todos se van a enterar quien es la más perra de las dos.

—Sí tú lo pides… —dijo María—. Te desafió a que te saques la verga frente a todos.

Y con una sonrisa burlona, Adrían dejó su lata de cerveza en una mesa de madera con un ademán afeminado, luego se desabrochó el cinturón de su pantalón con fingida gracia, y enérgicamente, se bajó tanto el pantalón como la ropa interior. Entonces la verga de Adrián quedó expuesta ante la mirada de las personas allí reunidas.

—Ya no puedo con esto —dijo Andrómeda al oído de Elisa.

—Sí, yo tampoco —dijo Elisa—. Termina tu cerveza y ya nos vamos.

Enseguida, un jolgorio se gestó alrededor de María. Elisa volteó, y vio a su amiga con los pechos de fuera. Adrián aplaudía pletórico, henchido de una repugnante alegría.

—No que no me atrevía, bitch —gritó con euforia María.

Elisa harta de la situación, y consternada porque Alex pudiera salir de la casa y encontrarse con vergas y tetas desnudas, confrontó a María:

—Oye amiga. Será mejor que te tapes. Está mi hermano por aquí y no quiero que te vea así.

—¡Ay! No pasa nada Eli —dijo María—. Relájate amiga, ni que tu hermanito no hubiera visto un buen par de tetas.

Elisa no respondió y se quedó muy seria.

—Ya, perdón. Tienes razón —dijo María poniendo los ojos en blanco y cubriéndose los senos con el top del bañador de nuevo—. De cualquier forma, ya demostré de lo que soy capaz.

—Gracias —dijo Elisa—. Ya ahorita nos iremos, entonces continúan con sus cosas.

Elisa y Andrómeda guardaban algunas pertenencias en el auto cuando María se les acercó.

—Oye Elisa, quería hablar contigo, y bueno, contigo también Andy… —dijo María—. Perdonen si las incomodé.

—No pasa nada —dijo Elisa.

—Bien… —dijo María—. También quería pedirte algo…

—Dime —respondió Elisa.

—Es que tú eres la que menos tomó… —dijo María—. Y antes de que te vayas, quería ver si me puedes hacer un favor…

—¿De qué se trata?

—Cerca de aquí, como a cinco kilómetros por la carretera, hay una tiendita —dijo María—. La cosa es que cierran a las diez. ¿Puedes ir por unos bombones para asarlos en la fogata? Se me olvidó comprarlos antes de venir.

—Es que ya nos tenemos que ir —dijo Elisa —. Además, mi hermano y su amigo todavía no suben ni sus cosas.

—Por favor amiga —suplicó María—. Si es por lo de hace rato, te juro, te juro de verdad que no volverá a suceder.

—No es solo por eso… —dijo Elisa—. Mira ya es tarde, no quiero dejar a mi hermano solo.

—Está bien cerca la tienda —repuso María—, y yo me encargo de que no le pase nada a tu hermanito. De verdad…

Elisa volteó ver brevemente a Andrómeda que parecía enmudecida, su mirada transmitía duda.

—Bueno, solo eso y ya nos iremos.

—Claro, y créeme que te recompensaré por este mal rato que te hice pasar —aseguró María—. De mí te acuerdas.

Elisa entró a la casa en busca de Alex y Rodrigo.

—Chicos —dijo Elisa—. Iré con Andy rápido a una tienda que está cerca de aquí y luego ya nos vamos. ¿Quieren venir o nos esperan?

Los chicos parecían estar concentrados en su juego de vídeo. Pero Alex respondió:

—Las esperamos.

—Bien, por favor no se salgan de la casa, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —dijo Rodrigo.

María se encontró con Elisa y Andrómeda en las afueras de la casa.

—Aquí tienes el dinero —dijo María.

—Mi hermano se va a quedar —dijo Elisa—. Me lo cuidas he, no vayas a dejar que ande ahí con tus amigos que se meten cosas.

—Pero si la tienda solo está a diez minutos —dijo María con una sonrisa despreocupada—. No exageres amiga, ellos están con sus jueguitos, ni se dan cuenta de nada.

—Es en serio, María —dijo Elisa con tono cansino.

—Ya amiga, tranquilízate, estás muy tensa —dijo María tocando con suavidad el hombro de Elisa, y por añadidura, sus cabellos. Elisa sintió el contacto de su amiga y lo interpretó como un signo de sinceros sentimientos—. Es más, yo me quedo ahí con él y su amigo para asegurarme de que estén bien.

—¿Segura?

—Completamente —dijo María con una amplia sonrisa—. Yo te lo cuido.

Alex continuaba jugando con Rodrigo. La tarde no había sido del todo aburrida, pero ya comenzaba a sentir ganas de ir a casa y dormir; haber en aquel cerro, a merced del sol tanto tiempo, le estaba pasando factura.

De pronto, la amiga de su hermana, se sentó de golpe entré el espacio que Rodrigo y Alex dejaron entre ellos en el sillón. Tanto Alex como Rodrigo se mostraron sorprendidos.

—¿Cómo se la han pasado chicos? —dijo María.

—Muy bien —dijo Rodrigo con aplomo.

—¿A sí? —dijo María—. ¿Y tú Alexito?

—Bien…

—Pues yo te veo ya algo cansado —manifestó María.

—Sí, es que ya quiero irme a la casa —confesó Alex.

—No me digas eso… ¿No te gustó el lugar? Deberían quedarse a dormir —dijo María—. Yo hasta les había preparado habitaciones para los cuatro.

—¿De verdad? —preguntó Rodrigo—. A mí sí me gustó.

—Muy de verdad, aunque Elisa ni Andy quisieron quedarse —dijo María—. Ya será para la otra, y qué bueno que les agrade la finca.

—¿Haces muchas fiestas así? —preguntó Rodrigo.

—Uy sí, a cada rato —confirmó María—, espero que vengan más seguido o se las van a perder.

—Por mí, vengo todas las veces —aseguró Rodrigo.

—Así se habla —dijo María mientas le frotaba el cabello a Rodrigo—. Ojalá y tú también Alexito, porque a la otra los invito a ustedes dos personalmente, ja, ja, ja.

—¿Hablas en serio? —preguntó Rodrigo.

—Claro. Si yo ya los considero mis amigos, ¿no lo creen así?

—Sí —dijo Rodrigo sonrojándose un poco—. El único problema es que no tenemos auto.

—Bah, pamplinas. A mí no me gustan las excusas Rodri, basta con que me llamen y voy por ustedes.

Alex y Rodrigo se miraron a los ojos durante un instante. Algo parecía nacer en aquel contacto cómplice, ¿qué significaba? ¿Un vínculo? ¿Una posibilidad? ¿Una portal a un mundo de nuevas experiencias? Alex no lograba descifrarlo, aunque se sabía compartiendo una emoción con su amigo, una que le hacía acelerar el corazón y que le llenaba de un gozo de naturaleza misteriosa.

—Ustedes no me creen —afirmó María poniendo los ojos en blanco—, anoten mi número para que vean que hablo bien en serio.

María intercambió su número con ellos.

—¿Ahora me creen? —preguntó María.

—Sí —dijo Alex con timidez.

—Bien, ahora me tengo que ir —dijo María levantándose del sillón y dirigiéndose a la salida de la casa.

Alex y Rodrigo comenzaban un cuchicheo en voz baja que fue interrumpido.

—Ay que tonta soy —dijo María—. Por poco y lo olvido. Alex, tu hermana me pidió que me ayudes con algo mientras ella iba a la tienda. ¿Puedes venir conmigo?

Alex sintió incapacidad para dar una negativa a María.

—Está bien —dijo Alex.

—Espéranos aquí Rodri, no vamos a tardar —dijo María guiñándole un ojo al chico.

Elisa y Andrómeda se adentraron en la negrura de la carretera. Llegaron a la tienda algunos minutos después. Compraron los bombones. Se subieron de nuevo al auto. Venían las amigas de regreso cuando Elisa recibió una llamada telefónica.

—Es Ever… —dijo Elisa a Andrómeda—. ¿Puedes contestar y poner el altavoz? Me pone nerviosa hacer otra cosa que mirar la carretera. Sí que está oscuro.

Andrómeda sostenía el teléfono en su regazo.

—Hola —dijo Ever—. ¿Elisa?

—Sí, soy yo. ¿Qué pasó? —preguntó Elisa—. ¿No crees que es muy pront…?

Ever la interrumpió.

—Escucha, es una emergencia.

El corazón de Elisa comenzó a acelerarse solo de escuchar la palabra «emergencia».

—¿Qué pasó? —dijo Elisa—. Dime qué sucede.

—Es sobre tu hermano —reveló Ever—. Ven rápido.

—¿Qué le pasó a mi hermano? —rugió Elisa—. ¿Se lastimó? ¿Está bien?

—No está herido —dijo Ever—, pero tienes que darte prisa, lo estuve buscando, no sé donde está.

—¿Se perdió?

—No, no está perdido —aseguró Ever—. Cuando llegues te explico.

—No estoy entendiendo absolutamente nada Ever.

—Lo sé, confía en mí.

—Bien, ya voy rápido.

Andrómeda colgó la llamada. Elisa pisó el acelerador.

Minutos atrás, María y Alex subieron las escaleras hasta el tercer piso de la casa. Alex fue conducido por María a través de pasillos y puertas hasta que finalmente llegaron a una habitación donde al parecer se guardaban muchas cajas. En el fondo de la habitación estaba emplazada una cama, y a un lado una amplia ventana ofrecía vista al campo y dejaba pasar rayos lunares.

María encendió la luz del lugar.

—¿En qué necesitas ayuda? —preguntó Alex cuando entraron en la habitación y María cerraba la puerta tras de sí.

—Quiero que me ayudes a encontrar algo en una caja de las que tengo aquí —dijo María.

—¿En cuál de ellas?

—Ese es el problema —dijo María—. No sé en cuál de todas.

—¿Y qué objeto es? —preguntó Alex.

—Es un álbum de fotos —explicó María—. Te vas a dar cuenta fácilmente porque es dorado y algunas de las fotos sobresalen del álbum.

—¿Es de fotos tuyas?

—Sí, mías; de hace mucho tiempo.

—Si las encontramos… ¿Las puedo ver contigo? —preguntó Alex.

María sonrió y se quedó pensativa.

—Ya veremos —dijo María finalmente. Y entonces, Alex se vio envuelto en un abrazo inesperado. María estaba sobre él rodeando su cuerpo con sus brazos. Ella era más alta que él y de cuerpo más robusto, por lo que Alex tenía la sensación de estar envuelto.

—Gracias por querer ayudarme. Ahora comencemos —dijo María separándose de Alex.

María arrastró una de las cajas más grandes hacia las faldas de la cama.

—Ven acá —dijo María—. Siéntate del otro lado de la caja.

—¿No es más rápido que cada quien busca en una caja? —preguntó Alex.

—No, no lo es —aseguró María con una sonrisa.

Alex no pareció turbado por la declaración de María, tan solo se encogió de hombros y metió una de sus manos en la caja que, enseguida, descubrió que contenía tanto libros como objetos variados. Alex revolvió las cosas y sacó una cajita de madera. Entonces la mano de María se posó sobre la suya haciéndole una caricia sutil. Alex sintió que la piel se le erizaba, y no a causa de una impresión terrorífica, sino por una mezcla poderosa de nerviosismo y gusto.

Alex puso la cajita en el suelo, aunque la mano de María siguió plantada sobre la suya. Alex se quedó mudo e inmóvil; no tenía idea de como reaccionar ante tal situación, jamás le había sucedido nada parecido.

—¿Sabes? —dijo María—. Eres lindo.

—De… ¿De verdad? —Alex se sintió un tartamudo durante un instante; además, se vio a sí mismo como uno de esos chicos que tenían asma, y que en las situaciones de estrés o de gran conmoción, sacaban de algún bolsillo oculto, un artefacto del que aspiraban una sustancia que les otorgaba alivio. Él hubiera podido ser esa clase de chico en esa situación; María lo tenía aterrado e hipnotizado de una pasión violenta que al parecer nació en ese mismo instante.

María se levantó y se sentó en la cama.

—Ven y siéntate acá —dijo María.

Alex obedeció sin cuestionar.

—¿Quieres que te lo demuestre? —preguntó María con picardía.

—¿Demostrarme qué?

—Que me pareces muy lindo —dijo María.

—No sé que quieres decir con que…

María no dejó que Alex terminara de hablar. Alex sintió de nuevo el abrazo de María, solo que esta vez fue consciente de que sus pechos estaban pegados a su cuerpo. Tal consciencia no pudo sacársela de la cabeza y le sobrevino una erección.

María se separó del chico y le dio un beso en la mejilla, un beso que estuvo peligrosamente cerca de los labios de Alex.

Luego María se puso de pie de manera súbita, y exclamó:

—¡Qué tonta soy! ¡Olvidé la protección!

—¿De qué protección hablas? —preguntó Alex mientras se tapaba la erección de la manera más disimulada que le fue posible con ambas manos, y tuvo éxito pues Alex no dio cuenta de que María dirigiera su mirada hacia su entrepierna.

—¡Ah! Es una protección para que, cojas, mejor, las cajas —dijo una María enigmática que se acercaba la puerta de la habitación.

—Entiendo —dijo Alex un tanto confundido—. Supongo que son guantes, porque puede haber arañas en este cuarto.

—Tardaré demasiado poco, ahorita regreso Alexito —dijo María ignorando la suposición de Alex—. No te vayas a ir, no bajes, ya regreso. Te voy a dar un premio cuando regrese.

—Ok —respondió Alex—. Mientras seguiré buscando el álbum, no le tengo miedo a las arañas.

—De acuerdo —dijo María y le lanzó un beso desde la puerta.

Elisa manejaba de manera frenética. En poco tiempo ya estaba en la entrada de la finca de María. Condujo tan rápido por el camino de tierra, que una nube de polvo tormentosa perseguía al auto. Muy poco antes de llegar, Elisa le dijo a Andrómeda:

—Marca a Ever, para que nos encuentre en cuanto lleguemos.

—Vale —dijo Andrómeda.

Se reprodujeron varios sonidos de espera hasta que Ever respondió.

—¿Ya llegaron? —preguntó el chico.

—Ya estamos en la entrada —respondió Andrómeda.

—Bien, ya vi las luces de su carro. Las espero.

Andrómeda colgó. Elisa estaba viviendo un torbellino de ideas que se mezclaban en su cabeza para tratar de deducir aquello que le había sucedido a su hermano. «¿María lo descuidó y al salir de la casa habrá probado alguna droga? ¿Y si tuvo una sobredosis? ¿Y si se hizo daño en la cocina con un cuchillo al tratar de prepararse algún almuerzo? Coño, debí de darle de comer antes de irme. ¿Y si se salió de la casa y se perdió?», pensaba Elisa.

Poco tiempo después, Elisa y Andrómeda llegaron a la finca. Ever las esperaba con cara de preocupación.

—¿Y mi hermano? —gruñó Elisa.

—Yo venía en realidad del baño, entonces mi primo me dijo que María estaba pidiendo condones… —dijo Ever mientras sacaba su teléfono—. Mejor escucha esto, me lo pasó mi primo que estaba ahí, Adrían le dijo que grabara cuando María saliera de la casa, y se supone que es un vídeo, pero se ve todo oscuro, no se distingue nada.

Elisa todavía no terminaba de sacar conclusiones, no obstante, por alguna razón estaba comenzando a temblar de ira antes de terminar de escuchar el audio que Ever comenzaba a reproducir.

—¿Apoco ya te lo cogiste? —preguntó Adrían.

—¡No! ¡Necesito el puto preservativo! ¡Rápido! —respondió María.

—¡Cogetelo así! —dijo Adrían en una risotada—. Más rico, ¿o no?

—Ando en mis días fértiles, pendejo.

—Uy, no te me enojes —dijo Adrían—. ¿A poco tan urgida andas? Ja, ja, ja.

—Si tú me retaste… —dijo María poniendo los ojos en blanco—. Baboso. Además esa zorra no se saldrá con la suya. La payasa no quería que el hermano me viera las tetas…

—Aquí tienes un condón —dijo una voz masculina desconocida—. Yo siempre vengo preparado.

—Adrían, me avisas o me llamas si llegan, estaré donde guardamos las cosas —dijo María, su voz se escuchaba lejana.

—¡Tomas fotito mínimo! —gritó Adrían.

—A ver si no viene la hermana ahorita —dijo la voz desconocida.

—Se va a armar un pedo —dijo Adrían—. La María anda bien emputada porque esa morra le arruina la fiesta pues, y me cae que María sí se lo echa al hermano. Pero a mi vale verga quien se enoje, o quién coja, esta madre no es para mojigatos. Vamos a por una línea, porque este show lo voy a hacer más bueno. Y lo que viene, vamos a grabar porque María quiere mandarle un vídeo a Elisa con evidencia de lo que ella y el hermano hicieron. Y ya si viene la morra esa antes de tiempo, yo le voy a decir, nada más no le digas a María.

El audio terminó de reproducirse.

—Puta madre —dijo Elisa corriendo hacia la casa—. Andy, búscalo a fuera.

—Yo ya lo estuve buscando —gritó Ever que corría tras de Elisa—. Está en la casa, pero es muy grande. No sé en cuál cuarto.

—¡Andy! —gritó Elisa con furia—. ¡Para adentro!

Y antes de que Elisa entrara a la casa, Adrián se le acercó corriendo. Con una sonrisa maliciosa le dijo:

—¡Espera! Tu hermano y María están cogiendo, creo que allá arriba.

Elisa alzó la mirada y vio una única luz encendida en las estancias del último piso de la casa, entonces a donde dirigirse.

Algunos minutos antes…

Alex estaba esperando a que María regresara con aquellos guantes, los cuales creía completamente innecesarios. «¿Pero qué se le va a hacer?», se dijo Alex. Y en aquella espera, Alex descubrió que el álbum que buscaba no estaba en la caja que María acercó a la cama. Si no que estaba en otra caja, en una de las más grandes.

No sabía Alex si era casualidad, suerte o qué cosa, pero lo había encontrado. Ahora María se pondría muy feliz por el suceso.

Alex llevó el álbum hacia la cama y lo abrió en una página al azar. No alcanzó a mirar las fotografías. La puerta se abrió. María regresó.

—Ya lo encontré —declaró Alex con ánimo triunfal.

—¿De verdad? —exclamó María con enorme sorpresa.

—Sí, estaba en esa caja grandota —dijo Alex—. Aunque puede que tengas otros álbumes de fotos, ¿verdad?

—Así es, tengo algunos otros, pero vaya, este es exactamente el que buscaba —aseguró María.

—Si quieres lo podemos ver juntos —dijo Alex pues sentía curiosidad sobre cómo se miraba María en tiempos anteriores.

—Claro, aunque será otro día —dijo María cerrando ya puerta con seguro—. De momento quiero darte una recompensa.

—¿Qué recompensa? —preguntó Alex sin cuestionar el por qué María cerraba la puerta.

—Escoge —dijo María—. Masaje, beso, o baile.

—No entiendo que…

—Solo escoge una de las tres Alexito. Es fácil.

—Pero… ¿Cómo que un beso? —dijo Alex—. No me…

María lo interrumpió:

—Será beso entonces.

María se abalanzó sobre Alex. María comenzó a besarle el cuello con agitación. Alex sentía el aliento de María en esa área y le producía cosquillas. Y mientras María lo besaba, Alex daba pasos hacia atrás para alejarse de ella, pero María lo tenía bien sujetado. Pronto, sin que Alex tuviera oportunidad de protestar, llegaron al borde de la cama y María dejó caer todo su peso sobre Alex. Ahora María lo «aplastaba» con su cuerpo.

Alex intentó zafarse y levantarse, y no pudo, debido a que María lo dejó inmovilizado en el proceso. Y no es que no le agradara lo que María le hacía, es que estaba nerviosísimo y María lo tenía profundamente sorprendido, cosa que jamás había sentido Alex con Elisa. De tal manera que su hermana, cuando tenían clases, actuaba intensa a veces, mas no tan errática y sorpresiva. María parecía fuera de todo control, orden y protocolo, cosa que confundía a Alex pues Elisa nunca le enseñó ni le explicó aquellas maneras de conducirse, sea en la cama, en los besos, o en el simple actuar del día a día. Encima Alex presentaba de nuevo una erección, una que se le había calmado sin que se diese cuenta al buscar el álbum perdido de María. Lamentable era ya que tuviera que escoger entre intentar huir de la habitación o esconder la erección, sin embargo no podía hacer ninguna de las dos, estaba a merced de las circunstancias.

María enseguida hizo algo que Alex no aprobaba ni siquiera en su hermana: comenzó a besarle la boca y le metió la lengua a la fuerza.

—Espera —dijo Alex cuando María se alejó un poco para tomar aire, ella respiraba con fuerza y una especie de furia—. Hay que parar…

—¿Por qué Alexito? —preguntó María—. ¿No te gusta? ¿Eres gay o qué?

—No, es que mi hermana…

—Tú hermana qué.

—Es tu amiga —dijo Alex.

—Si no se lo contamos, no se enterará —dijo María—. Fácil. ¿O es que no te gustan mis besos en realidad?

—No es eso, es que…

María hizo algo que ya Alex asociaba como algo característico de ella: lo interrumpió de nuevo:

—Ahora bien, entonces ya dime la verdad. ¿Lo que quieres es baile o masaje?

Alex estaba pasmado, las cosas estaban sucediendo muy rápido. Y eran tantos los estímulos que advertía, que manifestaba incapacidad para reflexionar con claridad.

—¡Ja! Te gusta que elijan por ti Alexito… —dijo María—. Será masaje primero.

Estando encima de Alex aún, María se desabrochó el top del traje de baño y sus senos quedaron al descubierto. Alex abrió la boca de la sorpresa.

—Te gustan mis tetas —afirmó María con una sonrisa.

—Perdón —dijo Alex muy turbado—. No quise mirarlas.

—Si para eso son, corazón —dijo María. Luego María tomó una de las manos de Alex, y dijo—: Tócamelas.

María atrajo la mano hacia uno de sus pechos y Alex sintió el contacto con aquel pecho. Lo primero que notó es que en efecto, aquellos pechos tenían algo más de volumen que los de su hermana, eran más amplios, o más gordos, no sabría como definirlo. Los de Elisa eran grandes, pero los de María grandes y además gordos. «Quizás es porque estos están llenos de leche», se dijo.

—Y ahora tú masajito.

María quitó su cuerpo sobre Alex, y bajó de la cama. Alex estaba tumbado e intentaba incorporarse cuando María comenzó a quitarle los tenis.

—¿Qué haces? —preguntó Alex.

—Quítate la camisa —ordenó María con calma.

Alex no supo que pensar, se encontraba muy desorientado. Finalmente obedeció por mera inercia, quizás ante la figura autoritaria que representaba María y el placer que la verga de Alex demandaba afligida. Algo estaba sucediendo y no podía negar a que a su pito le gustaba, a Alex le gustaba, pero no comprendía como lidiar con ello; sus emociones estaban fuera de control, y María se las controlaba ahora, no él.

La camisa se le atoró a mitad del camino, debido a la posición en la que se encontraba: medio sentado y medio acostado. Siempre resultaba más sencillo desvestirse de pie.

María aprovechó el instante de dificultad de Alex para bajarle el short y pasárselo entre las piernas con cierta rudeza, e hizo lo mismo con el calzón del chico.

—Vaya, vaya, vaya —dijo María hincándose para mirar de cerca la verga de Alex—. Sí que tienes una vergota Alexito. ¿Quieres que te la chupe? ¿O quieres que te la jale? Escoge.

Alex pasó saliva. Deseaba que se la chupara, mas no pudo articular palabra, la timidez lo estaba inundando más que nunca. Se sentía como un pez fuera del agua.

—Te la voy a jalar —afirmó María.

María se sentó en el borde de la cama, y con sus dos manos comenzó a masajear de forma errática el aparto de Alex. Mientras una de las manos de María le hacía cosquillas placenteras en los testículos, la otra iba y venía con increíble soltura por el tronco del pene. Pero no lo estaba masturbando propiamente, notó Alex. «No estaba jalando». Más bien, se asemejaba a un roce en el cual los dedos de María deambulaban errantes en su aparato reproductor, no se parecía al frotamiento apretado que practicó con Elisa. Esto era más sutil, al estilo de caricias repletas de amor. Y aun así, Alex sentía que pronto eyacularía. No aguantaría demasiado, parecía una misión imposible para un inexperto en el amor como él.

María detuvo aquellos roces delicados justo a tiempo, y se puso de pie.

—Ahora sigue un baile —dijo María—. Como no escogiste nada, te daré las tres.

María de golpe se bajó el short, entonces quedó solo con la parte baja de su traje de baño. Alex se concentró en las figuritas de estrellas y lunas que lo adornaban. Aunque la visión no duró demasiado, porque María se lo bajó también, el calzón quedó en el suelo y María lo lanzó como con ira al otro lado de la habitación.

—A la puta mierda con eso. ¿Está mejor así no? —dijo María dándose una vuelta. Alex pudo apreciar la vagina y el culo desnudo de María en ese lapso tan maravilloso e inusitado. El pene de Alex dio un fuerte respingón ante ese panorama. María pareció notarlo, pujes enseguida dijo:

—Parece que yo gusto después de todo.

Entonces ella se acercó a Alex lentamente, como si fuera una leona que está a punto de atrapar a una gacela. Ella sonreía, y su mirada estaba atenta ante cada posible movimiento de Alex.

Cuando María estuvo frente a Alex, pareció recordar algo. Ella rebuscó algo en el suelo con la mirada. Luego se acercó a donde estaba su short, y del bolsillo trasero de este sacó un paquetito color negro. Con la boca rompió el empaque y sacó algo blancuzco de él. Ella volvió a acercarse a Alex.

—Te voy a poner esto porque ando en mis días fértiles.

Alex comenzaba a comprender que iba a suceder. Y a pesar de que no tenía la experiencia de utilizar un condón, puesto que Elisa aún no le enseñaba eso, ya comprendía él para qué servía. Gracias a ello por fin pudo dilucidar las verdaderas intenciones que María albergaba para con él.

María le puso el condón y comenzó a encaramarse encima de él. Alex se puso aún más nervioso, notaba palpitaciones y le faltaba el aire, le faltaba también fuerza para controlarse.

—¿Y el baile? —preguntó con un tono poco masculino.

—Ja, ja, ja. Ya verás cómo bailo mientras lo hacemos —dijo María—, me muevo bien rico.

Alex pensó que tenía dos opciones. Una de ellas era gritar, pedirle a María que ya detuviera todo el asunto. La otra, continuar con lo que estaban haciendo, pues ¿cuándo tendría otra oportunidad de tener relaciones? En ese instante recordó con una punzada manchada con decepción, que su hermana le impuso la regla de que jamás tendrían relaciones sexuales, de modo que si no aprovechaba la ocasión con María, Alex quedaría virgen hasta el día de su muerte. Y ese último pensamiento fue lo que lo envalentonó a entregarse a María.

—Está bien —consintió Alex—. ¿Duele?

—No mi amor —dijo María—. Tú no te preocupes, yo haré todo. Solo necesito una cosa.

María volvió a bajarse de la cama. Parecía que María poseía una memoria deficiente, o simplemente se hallaba desorientada debido a la calentura porque siempre olvidaba alguna cosa. Tal situación frustró mucho a Alex, ya que estaba acostumbrado a que su hermana siempre tuviera todo bajo control, Elisa no olvidaba las cosas. Más allá de todo, Alex no se quejó, ni dijo palabra alguna sobre el tema, sabía cunado callarse, era una de sus fortalezas.

Cuando María volvió hacia donde él, Alex notó que traía un teléfono en la mano.

—Ya verás para qué es Alexito —dijo María al notar que Alex miraba el dispositivo.

Alex no mostró demasiado interés en aquel hecho, en cambio, el que María se estuviera subiendo encima de él, le robó toda la atención.

—Vamos a ello mi Alexito —dijo María—. Voy a probar tu vergota.

Alex miró como su pene comenzaba a rozar la entrada de la vagina de María. Sin embargo, aún no existía penetración. María parecía jugar con eso, tenía dentro el espíritu de una leona sádica que le gustaba jugar con su presa antes de dar el zarpazo final, el definitivo. Pero no por eso Alex estaba menos excitado, sino al contrario.

María en el roce, comenzó a mover las caderas. Luego María se dejó caer sin que Alex le penetrara, por lo que la verga de Alex, estaba posicionada de manera horizontal, siendo presionada por la vagina de María a lo largo del tronco. Entonces María comenzó a moverse hacia delante y hacia atrás.

—Creo que me voy a venir —dijo Alex.

—Espérate —dijo María deteniendo sus vaivenes—. Hay que detenernos poquito.

María aspiró aire, y luego habló:

—Tú me dices cuando creas que puedes aguantar poquito.

Alex asintió.

María aprovechó el instante para poner el teléfono en modo grabación.

—Ya —dijo Alex tras unos segundos de descanso—. Creo que puedo aguantar un poco más.

—Volamos entonces a los nuestro —dijo María mientras reanudaba el meneo de sus caderas.

Luego con una mano, María sostuvo su cuerpo para no irse hacia un lado, porque con la otra, sostenía el teléfono con la intención de tomar una fotografía o un vídeo, Alex no estaba del todo seguro.

—Me gusta este ángulo —dijo María mirando la pantalla del teléfono—. Creo que es suficiente con estos segundos. La verdad no aguantaría grabar y hacerlo al mismo tiempo; y ya parece que los estamos haciendo.

Bien, no necesito más. Ya hay que coger mejor. —se respondió María a sí misma.

Alex asintió de nuevo. María rompió su posición para dejar el teléfono en el suelo. Después volvió a donde estaba Alex. Volvió a tomar su pene y lo dirigió a su vagina. Alex estaba atento a como iba a ser el momento en el que una de las mujeres más hermosas que conocía, la mejor amiga de su hermana, le quitaba la virginidad.Y justo cuando el pene se iba a enterrar dentro de María, se escucharon una serie de gritos del otro lado de la puerta, aunque parecían un tanto lejanos. La boca de la vagina de María, hizo contacto con el pene de Alex que estaba cubierto por el condón, sin llegar a la penetración.

—¡Alex! —gritaban varias voces de manera ininterrumpida, y que se acercaban rápidamente.

Alex y María se quedaron paralizados.

—Ya saben que estamos juntos —dijo María separando su vagina del pene de Alex. Pero aquel contacto fue suficiente morboso para que Alex se desbordara en una potente eyaculación.

—No aguanto —dijo Alex en una voz baja y lastimera.

—Por lo menos tú terminaste —dijo María—, pero apúrate hay que vestirnos.

Pronto los gritos se volvieron increíblemente fuertes. Provenían del otro lado de la pared.

—¡Esta puerta está cerrada! —gritó Elisa.

—¡Puta madre! —exclamó María asustada—. Vístete rápido.

Alex comenzó a ponerse su ropa.

—El condón —apremió María—, quítate el condón.

—Háganse a un lado —dijo una voz masculina del otro lado de la puerta.

La puerta fue golpeada con una fuerza tremenda.

María a penas se estaba subiendo el calzón, y Alex lanzaba el condón al suelo, cuando, con un sonido atronador se abrió la puerta con gran violencia.

Elisa entró a la habitación hecha una furia. Alex fue sorprendido completamente desnudo, y María con las tetas de fuera.

—No es lo que parece Elisa —dijo María con rapidez—. Déjame explicarte.

Elisa avanzó hacia María y se abalanzó sobre ella.

—¡Qué! ¡Estás! ¡Haciendo! ¡Con! ¡Mi hermano desnudo! —rugió Elisa mientras jalaba de los cabellos a María.

Tanto Andrómeda como Ever separaron a las chicas.

—¡Mira perra! —gruñó María viéndose libre de la ira de Elisa—. Eso te pasa por joderme la puta fiesta.

Y entonces María se agachó, tomó el condón lleno de semen del suelo, y lo lanzó a Elisa. María agarró el top del bikini, y salió corriendo de la habitación. Alex mirando el teléfono de María sobre la cama, dando cuenta de que fue olvidado por su dueña, resistió el impulso de ir tras María, o de mencionarlo ante los presentes. Ya no quería sumar aún más conflictos a la pobre María, era suficiente haberse peleado con Elisa por culpa de él.

Elisa se encontraba perpleja, el condón le dio en el rostro. Las cosas estaban claras ahora, todo fue un plan de María para humillar a Elisa por medio del hermanito. Elisa sacó rápido las conclusiones, y entre más lo pensaba más el enojo la dominaba. Deseaba desgreñar de una vez por todas a María y desquitarse por lo que le hizo al pobre Alex. Cuando Elisa intentó salir a buscar a María, Ever y Andrómeda se lo impidieron.

—No vale la pena amiga —dijo Andrómeda.

—Maldita puta, nunca debí confiar en ella —gruñó Elisa con rabia. Luego Elisa dirigió una mirada seria hacia su hermano y le preguntó—: ¿Qué hicieron?

Alex estaba mudo. Elisa se acercó hacia él, y le hablo despacio aunque con una ira contenida.

—Explícame que sucedió exactamente.

—Ella se me subió encima —confesó Alex.

—¿Entonces tuvieron relaciones? —preguntó Elisa a punto de estallar de ira.

—No, pero casi —dijo Alex.

La declaración tranquilizó a Elisa de alguna manera.

—Nos vamos. En la casa hablamos.

Elisa desistió por cuenta propia de buscar a María porque la finca albergaba otras áreas donde María podía ocultarse, encontrarla le llevaría toda la noche, o quizás ya ni siquiera estaba en la finca.

—¿Y Rodrigo donde está? —preguntó Elisa cuando se dirigían al automóvil.

—Estaba en la sala esperándome —reveló Alex.

—No sé de quién hablan —dijo Ever—, pero cuando buscaba a Alex no miré a nadie en la sala.

Buscaron a Rodrigo durante algunos minutos, pues no podía Elisa marcharse sin él. Entonces una idea macabra salió de la boca de Andrómeda.

—¿No será que María lo tiene encerrado en otra habitación?

Elisa se preocupó ante la idea. Con sorpresa para todos, justo Rodrigo llegaba de entre la oscuridad de los árboles que rodeaban la finca.

—¡Ahí estás! —exclamó Elisa con alivio.

—¿Sucede algo? —preguntó Rodrigo.

Tras despedirse de Ever, Elisa conducía hacia la carretera. Era momento de regresar a casa, donde reinaba la paz y la armonía, y todo estaba bajo su control.

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