La mejor hermana del mundo: Capítulo VII

Alex es un chico tímido, introvertido y fantasioso que carece de experiencia con el sexo femenino. Por suerte, cuenta con su hermana mayor Elisa, quien le ayudará a descubrir los secretos de las relaciones entre mujeres y hombres.

La mejor hermana del mundo

Capítulo VII

Elisa se durmió con presteza, Alex se dio cuenta al prestar atención a la respiración de la querida hermana mayor.

Alex no dejó de abrazar a Elisa hasta que se levantó a orinar en la madrugada.

Al regresar del baño, y metiéndose de nuevo en la cama, Alex se atrevió a pegarse mucho más al cuerpo de su hermana, tanto, que su verga, la cual liberó de sus prisiones de tela, se presionó en medio de los cachetes del culo respingado de Elisa. Así, en un horario muy poco apropiado, el hermanito, en la oscuridad, y solo guiado por las sensaciones que percibían sus manos y su avaricioso pito, se frotó unas cuantas veces contra la cola de la hermana y eyaculó nuevamente. El efecto fue casi inmediato, Alex sumido en aquella negrura, hizo esperma instantáneo. Alex creyó ser una de esas máquinas que entregaban café o helado, a gusto del usuario, cuando uno jalaba una palanca.

El esperma cayó tanto en la superficie del pantalón para dormir que Elisa utilizaba como en la sábana que cubría el colchón. Y sin mayor preocupación que la de satisfacer sus instintos nocturnos, se durmió de nuevo con bastante facilidad, secándosele el semen durante la noche sin que se diera cuenta.

Todo lo que hizo el hermanito no podía importar a Elisa en absoluto, ella estaba entregada por completo mundo de los sueños, donde creyó al llegar la mañana siguiente, en lo que duró su viaje onírico, tuvo una existencia etérea. Pero no solo fue un sueño, eso había ocurrido en algún momento en el pasado, era un recuerdo, y además por alguna razón desconocida era Elisa capaz de verse a sí misma desde fuera en algunos momentos, en tercera persona.

En su sueño, Elisa va en el auto con sus padres. En la parte delantera su padre maneja, y su madre en el copiloto habla sin parar, la mirada que lanza a su marido es la de un amor desmedido, una que dice: «te seguiré a donde quiera que vayas, iré contigo al infinito, al fin del mundo; viviré contigo las tribulaciones de los últimos tiempos, pero jamás me abandones porque eres todo para mí». Atrás, se encuentra una Elisa adolescente y un Alex bastante pequeño.

La visión cambia en abrupto. Ahora Elisa está dentro de una gran casa, una bella mansión. El lugar posee un aire señorial, es evidente que sobre la casa recae una severa antigüedad que se palpa en la apariencia de los amplios ventanales, los muros labrados, los ornamentos en el tejado interior, y las pinturas de paisajes naturales que adornan muchas de las paredes en los pasillos. Es una casa fascinante donde todo parece valer mucho dinero, y su intuición no le traiciona a Elisa.

Una reunión de personas está siendo celebrada en aquella enorme casa. Los padres de Elisa conversan mientras Elisa cuida de su hermanito pequeño. Ella trae a Alex de la mano con cariño y firmeza, ambos pasean por toda la casa, exploran sus rincones y observan las curiosidades decorativas que presenta. El hermanito es el más emocionado de los dos.

De pronto, cuando Elisa y el pequeño Alex regresan a la sala principal, los adultos ingresan a un recinto que se encuentra contenido dentro de la casa, es un área especial, algo semejante a una capilla donde un sacerdote daría su sermón evangélico. Al menos, esa es la idea que Elisa tiene del curioso lugar.

Una vez que los adultos entran al lugar, cierran las portezuelas. Los que se quedan fuera, escuchan apenas ecos lejanos de lo que se dice dentro.

Minutos más tarde, se comienzan a escuchar cantos monótonos que Elisa asocia inmediatamente con una atmósfera religiosa de algún tipo. Nada de aquello le agrada, aunque nunca se lo dirá a sus padres, Mara, la madre de Elisa replicaría de inmediato que no se puede hablar mal de las cosas sagradas. Y Davin su padre, quizás le diera alguna clase de consejo trascendental que Mara festejaría alabando la sabiduría de «su hombre».

En algún momento, Elisa vuelve a recorrer el interior de la casa y los patios junto con Alex, la fascinación por la casa comienza a desaparecer. Ahora Elisa se mira aburrida, quiere regresar a casa «¿por qué quise venir?», pensó, «pude haber cuidado más a gusto a mi hermano allá».

Elisa lleva Alex a una banquita enclavada en un pórtico, el hermanito quiso comer los refrigerios que Elisa guarda exclusivamente para él en su bolso. Mientras el hermanito disfruta de las provisiones, Elisa se lamenta diciéndose que definitivamente hubiese sido mejor si estuviera haciendo la tarea en casa, a su lado, Alex hubiera podido estar entretenido mientras mira esas caricaturas que él tanto ama.

Sentada en la banquita, Elisa voltea al interior de la casa, pues los amplios ventanales permiten ver la sala principal. Elisa observando, puedo dar cuenta de que solo los más jóvenes han quedado fuera del recinto, a excepción de cierto personal encargado de la asistencia doméstica.

A un lado del pórtico, se encuentran unas escaleras que conducen tanto a los jardines, como al césped donde juegan algunos niños. Y en una parte de la gran sala, seis chicos de mayor edad, todos hombres, juegan videojuegos, la pantalla simula un partido de futbol. Únicamente tiene los chicos dos controles, pero lo resuelven turnándose los controles cuando alguno de ellos pierde. Elisa los observa con detenimiento, pero no desea jugar ni videojuegos ni tampoco con los niños pequeños. Ella tiene al hermanito para cuidar, no lo puede dejar solo.

Una vez terminados los refrigerios, el hermanito le pide permiso para jugar con los otros niños, y ella se lo permite. De un momento a otro Alex comienza a correr junto con los demás niños, parece tan natural y virtuosa la forma en que se integran cuando son pequeños. Ojalá ella pudiera ser así de resuelta e iniciar una plática con las únicas dos chicas, aparte de ella misma, en toda la casa.

Una de las dos chicas parece más o menos de la misma edad que Elisa, y la otra se ve mayor y más alta también. Ambas chicas cotillean y ríen. Una ríe más que la otra, es la más joven. La otra es más… madura, más seria.

Elisa se siente tan tímida en momentos así, eso no le sucede jamás en la escuela, pues tiene muchas amigas ahí. Algo en el aire está desajustando algo dentro de ella, la reunión y la casa le inquietan, se acaba de dar cuenta de ello. No obstante se consuela con la idea de que debe cuidar al hermanito, eso le otorga positividad. Entonces con la mirada sigue al niño en sus correrías.

Mientras observa a los chiquillos ir de un lado a otro, gritando y riendo, Elisa siente que alguien le toca el hombro izquierdo. Elisa voltea hacia atrás. Es la chica más grande.

—Hola. Oye, ¿no quieres venir con nosotras? Vamos a ir a la tienda —le dice.

Elisa la mira a los ojos y no ve nada raro. Por instinto voltea a ver a la otra chica que sigue tumbada en un gran sofá, como si fuera mentira que fueran a salir, como si nada le preocupara. Las miradas de ambas chicas se encuentran. La chica, desde el sofá, le sonríe a Elisa con desmesurada efusividad. «Parece que se burla de mí», piensa Elisa, «¿qué quieren estas?».

—No, es que tengo que cuidar a mi hermanito, anda ahí jugando —explica Elisa.

—Ya veo —dice la chica más grande.

—Déjalo jugando, no le pasará nada —interviene la otra chica mientras se acerca a ellas. Elisa no ve cuando se levanta del sofá —No podrá salir de la casa. Además, solo tardaremos muy poco. ¿Verdad Andy?

—Sí. Solo iremos a comprar botanas para ver una película, estamos aburridas. Y no me digas Andy, Mary —dice la chica más grande.

—Coño, ¿entonces cómo te digo? ¿Andry?

—Puedes decir mi nombre completo.

—No gracias, prefiero Andy. Te queda más.

La chica más grande suspira y sonríe resignada. La otra chica la abraza y ríe. Elisa se siente como una intrusa entre ellas y su bella amistad; tampoco sabe qué decir, ni como expresar su incomodidad.

—Bien, déjame arreglar esto —dice la chica más joven a Elisa—. Primo, cuida a todos los niños por favor.

—¿Y cómo me vas a pagar primita? —replica un chico moreno de rostro burlón, mientras manipula uno de los controles de la videoconsola y anota un gol.

—Muy gracioso —dice la chica más joven —No nos tardaremos, y la paga es alta.

—¿Lo dices en serio? —dice el chico mientras le lanza una mirada lasciva directo a los senos ya bastante desarrollados de la chica más joven— ¿Cuál es la paga? Si se puede saber…

—La paga es que no te daré una golpiza, y te dejaré vivir. ¿Cómo la ves primito? —replica la chica con una mano en la cintura guiñando un ojo al chico. El chico sonríe, menea la cabeza en negación, y se concentra de nuevo en el juego ignorando a la chica.

—Vámonos chicas —dice la chica más joven.

Elisa siente una gran opresión en el pecho. Por una parte se presenta una oportunidad de oro para establecer amistad con esas chicas que son tan geniales, y por otro le aterra dejar al hermanito jugando. Sin embargo, no es como si sus padres se hubieran marchado de la casa. Tampoco parecía existir manera en que los niños salieran de la casa o se lastimaran, más allá de caerse sobre los blandos pastos. Ningún argumento que se dice Elisa a sí misma la tranquiliza, ni siquiera el hecho de que los otros niños están por su cuenta, esperando a que sus padres salieran de la extraña congregación.

—Bueno, supongo que no se quedaran solos… —dice Elisa sin estar muy segura.

—Ya sé, no te preocupes… he… Perdón, ¿cómo te llamas? —pregunta la chica más joven con una sonrisita.

—Elisa.

—Sí, no te preocupes Lisa. No, mierda, no me gusta como se escucha. ¿Cómo te dicen? ¿Eli? —dice La chica más joven— Por cierto, yo soy María. Me puedes decir Mary si quieres.

Elisa voltea a ver a la otra chica que tiene los ojos en blanco. Al parecer esta clase de comportamientos son comunes en María.

—Yo soy Andrómeda —dice la chica más grande.

—Te decía —dice María interrumpiendo el momento—. Tengo una idea para que te quedes más tranquila, y así no te regañan tus papás si te dicen algo porque fuimos a la tienda, le voy a decir a la señora que cocina, porque la de la limpieza se me hace que está ocupada. Espérenme aquí.

Después pocos minutos, María vuelve.

—Dice que está superocupadísima. Pero mira, estos perros los van a vigilar —dice señalando con la cabeza a los chicos que están enajenados en la pantalla.

—Está bien, pero no tardemos —dice finalmente Elisa.

El auto deportivo color rojo, pertenece a María, aunque en esos momentos es manejado por Andrómeda.

Durante todo el trayecto, Elisa se mantiene preocupada, no puede dejar de pensar en el hermanito: «lo dejé solo. Algo malo le puede pasar. Mierda, ¿qué hice? Ni siquiera le dije que regresaría pronto. ¿Y si se pone a llorar por no verme cerca?», se repite una y otra vez.

Por fortuna, las chicas no le preguntan la causa de su seriedad. Puede que todo se deba a que poco después de alejarse de la casa, María se dedica a cantar las canciones que transmiten por la radio a todo pulmón.

Solamente cuando se detienen a realizar las compras en una tienda que se ubica dentro de una estación de gasolina, Elisa logra pensar en otra cosa.

Elisa camina entre los pasillos de la tienda siguiendo el paso de las chicas. En algún momento, María le pone a Elisa una bolsa enorme de papas fritas sobre los brazos. Andrómeda carga con otras dos grandes bolsas de frituras. Luego María se aleja dirigiéndose al área de las bebidas y toma un paquete de cervezas.

Elisa no vio lo que traía María hasta después, justo cuando estaban pagando y María depositó el paquete de doce cervezas para que fuera cobrado. Elisa al dar cuenta de las cervezas, miró a los ojos a María.

—No te preocupes —dice María— Esta señorita a mi lado es nuestro pase de salida. ¿Verdad Andy?

Sin responder, Andrómeda se acerca a la caja.

—Su identificación por favor —dice un joven tendero con rostro arisco.

Andrómeda rebusca en su bolso y saca una credencial de elector para entregársela al chico.

El tendero analiza brevemente la credencial, y se la regresa a Andrómeda.

—¿Qué edad tienes? —pregunta Elisa a Andrómeda una vez que suben al auto.

—Andy tiene diecinueve —responde María adelantándose a Andrómeda.

—¿De verdad? Sí se ve que eres mayor que nosotras dos, pero no creí que nos llevaras tanto —dice Elisa.

—Sí, ya hasta voté por primera vez —confirma Andrómeda.

La distracción por la cerveza y la edad de Andrómeda no dura demasiado. La aprensión se revuelve de nuevo dentro de Elisa cuando recuerda al hermanito, es una angustia de la que no se puede desprender. Y entre más cerca están de la mansión, más inquieta se siente, a tal grado de que al estacionarse Andrómeda, Elisa es la primera en bajar. Su corazón se ve acelerado, y su mente la martiriza con deseos de comprobar que el hermanito se encuentre vivo y entero.

Elisa entra a la casa y se dirige a la parte trasera donde estuvieron jugando los niños. Mira alrededor y no puede localizar a Alex. Elisa se desespera. «Algo malo ha pasado, algo le ha pasado, puta madre», piensa. Entonces alguien pasa corriendo a su lado. Es Alex. El niño ni siquiera parece haber visto a su hermana mayor y continúa su camino persiguiendo a un grupo de cuatro niños.

—¿Dónde andabas Alex? —pregunta Elisa mientras lo detiene.

—Jugando —dice el chico muy alegre.

Elisa abraza al hermanito, y en ese momento se da cuenta de lo duro que será dejarlo a solas de nuevo; simplemente podría darle a ella un ataque de nervios o un paro cardíaco. Sin embargo, el susto pasa, y el alivio sobreviene a su atormentada alma. Ahora todo está bien, puede relajarse un poco.

Elisa camina por el verde pasto, el hermanito le sigue de cerca. Hay algo diferente en todo el panorama, los colores, las texturas y el paisaje comienza a trastocarse; el recuerdo se desdibuja, Elisa sabe que ahora todas las situaciones son nuevas.

Alex, Andrómeda, María y Elisa se encaminan por las inmediaciones de la casa. En ese paseo, comienza a llover.

Al recorrer el amplio terreno, se encuentran un charco grande de lodo. María se acerca al charco y cae. María se lo toma con humor y comienza a revolcarse en el lodo.

—¡María! —exclama Andrómeda, y le da la mano para ayudarla a salir.

Cuando María sale del lodo, aparece un sapo enorme, monstruoso, del tamaño de un perro grande. En la espalda del sapo, una serie de llagas repugnantes escurrían un líquido amarillento y apestoso. Elisa reconoció que era un olor parecido al de un huevo putrefacto. El gigantesco sapo se encaramó en el rostro de María provocando que la chica perdiera el equilibrio. María cayó de nuevo en el lodo salpicándolo por doquier. Ahora todos están manchados con el lodo en pequeñas proporciones.

El sapo salta fuera del charco. María se pone de pie aún dentro del charco y una mirada de odio es la que sale de las profundidades de la chica. Y en un acto mágico, María se transforma en un oso amenazante.

El sapo se acerca al oso, y le envuelve el cuello con su larga y roja lengua que utiliza como una especie de látigo. El oso con una furia tremenda, se libera de la lengua despedazándola. Para mala fortuna del oso, el sapo regenera su lengua, y de inmediato llegan muchos otros sapos, cuyo número es incontable para Elisa.

Lo siguiente que sucede, es que todos los sapos sujetan al oso con sus lenguas. El oso se halla dominado, pero sigue furioso. Los sapos parecen saberlo, porque todos juntos al unísono, dan la espalda al oso y liberan de las llagas un gas amarillento y pestilente que el oso respira. El efecto es inmediato: el oso olvida su furia y sonríe. El oso se transforma de nuevo en María. Es ella quien sonríe.

Tanto Elisa como Andrómeda saben que no se puede hacer nada contra aquellos seres malignos, de intentarlo les sucedería lo mismo a ellas.

Los sapos con sus lenguas comienzan a desvestir María. La pobre chica comienza a gemir, pues sus partes más íntimas han sido alcanzadas por aquellos seres tan repugnantes. Cuando le quitan la camisa, las tetas salen rebotando de tan grandes que son.

Pronto cada orificio de María es penetrado por la lengua de algún sapo: su boca, su ano, su vagina y todo su cuerpo es lamido o abusado. Los berridos de placer que María comienza a emitir, desesperan a Elisa. Y de igual manera le molesta que Alex escuche todo aquel espectáculo de horror.

Elisa despertó sudando. El hermanito se encontraba a su lado. Elisa tenía humedad en la cola. Se tocó, y descubrió que era semen. Elisa apartó las sábanas y descubrió al hermanito con el pene de fuera. La evidencia demostraba que el hermanito se masturbó con su trasero en algún momento de la noche. «Por lo menos fue por fuera», dijo Elisa en voz baja. Luego se fue a cambiar tanto el pantalón de dormir como el calzón, pues ambos los sentía fríos y húmedos, eso le provocaba demasiada incomodidad.

Al regresar a la cama con el hermanito, le dio un beso rápido en los labios y dijo: «qué bueno que respetas el pacto hermanito».

Elisa pudo dormir de nuevo tras pasar una hora. De alguna manera el sueño le incitó a la reflexión, a darle vueltas a todo. Por una parte el inicio había sucedido en la realidad, lo recordaba, pero después todo se había torcido. Sin embargo lo de María… era has cierto punto comprensible. Elisa entendía esa parte del sueño, la parte final. Le daba tristeza su amiga y la manera en que se entregaba a placeres nauseabundos. Elisa y Andrómeda atestiguaron en tiempos pretéritos los vicios de la amiga, de cómo intentó salir de ellos y no pudo, de los enojos que sufría al sentirse impotente. Después ella volvía a recaer.

Los pájaros trinaban cerca de la ventana, las voces amortiguadas de los vecinos y los sonidos que producían los autos que pasaban en calles cercanas, se colaban al interior de la habitación de Alex. Elisa de nuevo se despertó, ahora aturdida. Fue una de esas ocasiones en las que el sueño no resultaba para nada reparador, es más, Elisa sentía que hubiera sido preferible permanecer en el desvelo. «Todo por dormir en la cama con mi hermanito», pensó Elisa.

Elisa se llevó una mano a la sien, luego se talló los ojos que rogaban por no abrirse ante la luz inmisericorde del día. Elisa notó que Alex la tenía abrazada. Una de sus manos se posaba sobre uno de sus pechos. Elisa retiró la mano traviesa del hermanito de su busto.

Elisa percibió también que sus nalgas estabas pegadas a la entrepierna del hermanito. Elisa se despegó. «Espero que no haya sucedido otra vez, a este paso toda mi ropa de dormir estará manchada de cosa blanca», se dijo.

Elisa se sentó en el borde de la cama mientras bostezaba, enseguida tomó su teléfono que descansaba en la superficie de un mueble con cajones que estaba emplazado a un lado de la cama. Observó la hora.

—¡Ya es tardísimo! —exclamó Elisa en voz alta—. ¡Alex despierta!

La chica ahora llena de una repentina energía, zarandeó a su hermanito.

—¿Qué pasa hermana? —musitó Alex abriendo pesadamente los ojos, estirándose y sin caer la urgencia que Elisa intentaba transmitirle—. Vente a la cama.

—¡No! ¿Cómo que ir a la cama? Se nos hará tarde. Solo tenemos una hora para arreglarnos. Ve alistando tus cosas.

—¿Una hora? Es mucho tiempo. Ven a la cama hermana —dijo un Alex soñoliento y juguetón mientras tomaba la mano derecha de Elisa y su muñeca izquierda, pues ella sostenía su teléfono con esta. El hermanito intentó jalarla hacia la cama. Ella cayó sobre él.

—Hermanito… se nos hará tarde mi amor —explicó Elisa en una sonrisa tensa.

Creía la hermana mayor, era demasiado extraño cuando Alex mostraba esa clase de confianza, le derretía el corazón, y ella premiaba esos comportamientos en su hermanito pues pensaba que le faltaba confiar en sí mismo. Por tanto, ella reprimió el impulso de reprenderlo por hacerla perder tiempo.

Estando encima de Alex, fue abrazada con ambas manos del hermanito, este la jaló hacia él con fuerza para que ella no pudiera levantarse. Para Elisa, sostener el teléfono hacía aún más difícil la tarea de zafarse del abrazo tiernamente opresor del hermanito.

—Tenemos tiempo antes de arreglarnos —sentenció Alex con suavidad y un aire de picardía insospechada.

—Ja, ja, ja, ¿tiempo para qué? —preguntó Elisa intuyendo ya para donde iba todo el asunto.

—Hay… que… hacer lo de ayer… —dijo Alex con gran esfuerzo—. Ándale, por favor hermanita.

Elisa soltó un suspiro.

—Mira, déjame voy y me baño, si te apuras a alistarte, y nos queda un poquito de tiempo… entonces sí.

—Pero dijiste que nos queda una hora, y además, si lo hacemos después de que te bañes, ¿no te puedo ensuciar? —razonó Alex.

Elisa torció la boca sabiendo que el hermanito hablaba con perfecta coherencia.

La situación la comenzaba a estresar. Por una parte debían darse prisa, y por otra, no deseaba peleas de ningún tipo con Alex después de lo bien que estaban las cosas últimamente; y luego estaba el asunto de incentivar la confianza del hermanito, ¿en qué clase de hermana se convertiría Elisa si comenzaba a asfixiar las pocas muestras de seguridad que Alex mostraba? «En la vida hay cosas más importantes que la puntualidad, me pesa, me pesa mucho, pero tengo que irme por lo que importe más», se dijo Elisa.

—Está bien —consintió finalmente Elisa—, eso sí, tenemos que hacerlo rápido. ¿De acuerdo?

Alex parecía encontrarse poseído por un ataque de cariño. El hermanito comenzó a besar el cuello de Elisa, y al mismo tiempo acariciaba todo su cuerpo de manera errática. Una de las manos del hermanito, de repente apareció en la espalda de Elisa, acariciando el área a lo largo y ancho; mientras tanto, la mano que le quedaba libre, se fue directo a amasar el culo de la hermana mayor. Y de un momento a otro, la mano que se encontraba en la espalda, intentaba de pronto agarrar los grandes pechos de Elisa insertándose en medio de los dos cuerpos, mientras que la otra mano, bajaba hasta los muslos para magrearlos, o de repente aparecía en el cuello de Elisa suministrando suaves caricias. Para ese entonces, Elisa ya sentía cerca de su estómago, algo duro que se frotaba contra ella; su cuello estaba ya bastante babeado por Alex.

—Hermanito espérate… —soltó Elisa en un suspiro. Necesitaba detenerlo porque Alex procedía con sus besos y manoseos con una brusquedad si bien no exagerada, ya notable. Pero, antes de abrir la boca, Elisa recordó el asunto de la «confianza en sí mismo» del hermanito, y se arrepintió, por lo que cerró la boca de inmediato.

—¿Qué pasa hermana? —preguntó Alex, ya sospechando que algo había hecho mal, sin embargo, Alex no dejó de manosear a la hermana.

—Nada, continúa —dijo Elisa mientras Alex le ponía su mano sobre la línea del culo. Elisa se estremeció debido a la sensación. Era muy extraño que Alex le tocara ese lugar tan privado y carente de atención.Algo en el agujeroanal, le provocaba siempre tal estremecimiento. Elisa lo sentía a veces cuando iba al baño, o cuando algún morboso desconocido la hubo manoseado en alguna multitud. Era una conmoción de cierto placer y singularidad, que se debía mucho a lo inesperado de que «le tocarán ahí». Y cuando algún novio le llegó a explorar el ano, también sintió el estremecimiento, pero siempre era más intenso cuando era sorpresivo. Que el hermanito se lo haya hecho, fue demasiado insospechado—. Solo quiero dejar mi teléfono aquí a un lado, o si no se me romperá —dijo Elisa pues aún sostenía el teléfono con firmeza.

—¿Segura hermana que solo es eso? ¿No estoy haciendo nada mal?

—No hermanito, estás haciendo todo muy bien, pero sí quisiera que fuera todo un poco más rápido —resolvió Elisa—. No te lo tomes a mal por favor, necesitamos arreglarnos.

—¿Pero cómo vamos más rápido? —preguntó Alex.

—Tengo una idea —En ese momento Elisa pensó: «será mejor que se la chupe rápido, o no me alcanzará el tiempo»—. Siéntate y bájate el short.

Alex obedeció la orden de Elisa sin rechistar, dejando salir un pene muy erecto. Elisa por su parte, se salió de la cama y, colocándose entre las piernas de Alex, se hincó sobre sus piernas de la misma forma en que hizo la noche anterior para lamer la verga a su hermanito menor. No obstante, Elisa detectó algo en la mirada de su hermanito. No era enojo, ni asco, tampoco se asemejaba al hecho de que se sintiera mal consigo mismo, era algo distinto, eran anhelo y decepción a partes iguales. Una hermana mayor forjada por años de experimentar dificultades y alegrías, era capaz de agudizar sus sentidos para «leer» emociones y señales en el rostro de su hermano menor; Elisa estaba sumamente orgullosa de sentirse una representante digna de tal tipo de hermana, era una clase de vanidad que la encumbraba hasta la soberbia cuando se enteraba de otras hermanas que no poseían tales habilidades de observación, Elisa las consideraba «gente débil»; y a excepción de «los no adultos», lo mismo pensaba de los que eran impuntuales y desorganizados, y muy pronto, ese mismo día, Elisa cometería tal pecado, el de la impuntualidad, el cual fue justificado por una causa de fuerza mayor.

—¿Querías que estuviéramos en la cama verdad? —preguntó Elisa mirando hacia arriba, un observador hubiera creído que ella estaba en una posición de absoluta sumisión mirando a Alex de aquella manera.

—La verdad sí hermana, pero no quiero que te enojes —expresó Alex volteando el rostro hacia la derecha para que la hermana no diera cuenta de su enorme pena—. Quería abrazarte y besarte…

—¡Ay! Qué lindo… no me digas eso… hermanito que lindo —Elisa un tanto sonrojada por las declaraciones del hermanito, se puso de pie aún enclavada entre las piernas de Alex, y le dio un beso de piquito. Ambos labios chocaron suavemente durante un tierno instante. Elisa hizo que fuera un beso cálido, sonoro y lleno de cariño. Enseguida Elisa suspiró, puso sus manos en el cuello de Alex y dijo:—. Mira, cuando volvamos, si no estamos muy cansados, nos pasamos la mañana así como tú quieres, ¿qué tal te parece eso?

—¿De verdad hermana, es en serio?

—Completamente en serio.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo hermanito —Afirmó Elisa con una sonrisa, y luego le dio otro rápido beso similar al anterior—. Ahora, hay que apurarnos, porque ya casi se nos termina el tiempo, ¿va?

—Sí, hermana —dijo Alex animado por la promesa.

Elisa volvió a hincarse. Y sin mayor espera, tanteó con sus manos el pene de Alex. Jaló hacía arriba y hacía abajo lentamente. Luego Elisa pensó que necesitaba algo que surtiera efecto mucho más rápido, no era momento para sofisticaciones. Acercó su boca al aparato de su hermanito y le besó la punta.

—¡Ah! Eso me gusta —soltó el hermanito.

—Vaya, noto que cada vez eres más confiado hermanito.

—¿Tú crees?

—Definitivamente, antes nunca decías lo que te gusta, ni lo que deseas, y ahora sí.

Elisa tomó aire y exhaló el aire sin querer a lo largo de los testículos y el pene de Alex.

—Eso también me gusta, y mucho.

—¿Qué cosa? —preguntó Elisa un tanto extrañada.

—Que me respires ahí…

—Ya veo, me recuerdas después cuando tengamos más tiempo —dijo Elisa de forma automática, como si fuera una de esas frases que se dicen cuando no se sabe qué decir. Palabras enlatadas. En el fondo Elisa estaba enfocada en realizar su tarea lo más rápido posible. Era anormal el gusto de Alex, pero después se preocuparía por ello.

—Sí hermanita.

Sin mayor espera, Elisa se metió el pene de Alex a la boca. Con una mano comenzó a masajearle los testículos, y con la otra el tronco de la verga.

Elisa mantuvo un ritmo sólido al estar mamando el pito del hermanito sin dejar de tocarle los huevos. Sin embargo, el teléfono comenzó a vibrar. Elisa no quiso interrumpir la tarea y lo ignoró.

Duró Elisa cerca de un minuto masturbando a Alex de la misma forma, pero no podía dejar de pensar en la vibración del teléfono, unas ganas aberrantes de saber quién le había escrito, y qué cosa, la embargaron. Entonces volvió a vibrar el teléfono, solo que no fue una o dos veces, ahora era una vibración tras otra. Un desfile insensato de llamadas de atención.

—Déjame revisar —le dijo Elisa a su hermano menor.

Elisa se concentró durante unos instantes en el teléfono, escribió algo, y se dirigió de nuevo hacia Alex:

—Tendremos que apurar esto. Mi amiga ya está prácticamente lista y me acaba de recordar que tenemos que pasar a comprar algunas cosas.

—¿Cómo lo podemos apurar? —preguntó Alex comenzando a sentir cierta aflicción. Por su mente se colaba la idea de que la hermana interrumpiría la clase con tal de no llegar tarde.

—Solo iré más rápido hermanito.

Elisa se hincó de nuevo en la misma posición. De inmediato comenzó a chupar y masajear con frenesí. La velocidad que Elisa empleaba parecía ser cada vez mayor. Era para Alex todo frenético, las sensaciones eran más fuertes de esa manera. ¿Qué le estaba haciendo su hermana?

Alex, enturbiado por la velocidad de las chupadas, recordó aquel vídeo donde salían la rubia y el anónimo hombre de la verga marrón. ¿Cómo olvidar a esa rubia a la que le abusaban la boca, esa rubia hermosa que casi se asfixiaba con la verga marrón? Esas imágenes, para Alex eran ya más que un simple recuerdo, pero estas lograron abrirle un hueco en el espíritu, ahora significaban una búsqueda, quizás un pedazo de cielo que daba sentido a su existencia; y él juzgaba que los videos eran insuficientes, necesitaba «algo» más para llenar el hueco.

La imagen de la rubia tomó fuerza en la imaginación de Alex, era como si el rostro de su hermana mayor adquiriera cierto matiz de aquella rubia, casi traslapándose. De un momento a otro, Elisa volteó hacia arriba y miró directo a los ojos al hermanito. El hechizo pareció diluirse, ahora la rubia no era tan importante, su hermana era la protagonista. No era únicamente que la rubia perdió se esfumó, es que ahora imaginaba Alex que la mujer del vídeo era su hermana: el recuerdo del vídeo se había trastocado. Esa idea era enloquecedora, y si se centraba demasiado en ella, Alex acabaría muy pronto en la boca de Elisa. Debía de aguantar un poco más, de inmortalizar el momento, de ser «un hombre de verdad», como decía su examigo Joel, siempre incitando a Alex y Rodrigo para actuar con fiereza cuando era necesario. Si tan solo ese canalla, no lo hubiera traicionado, si tan solo no le hubiera robado a su novia Melissa, a su chica…

Un coraje desacostumbrado inundó el corazón de Alex, quizás fueron todas esas ideas mezcladas que eran como un cóctel mágico, un brebaje que solo las hadas podrían fabricar en los misterios del submundo, en las distorsiones de otro universo, un encanto hecho a la medida de la mente de Alex. Pero ese coraje no solo se quedó en su sentir, sino que se trasladó fuera de él. Y como si un poder sobrenatural le controlase, Alex tomó a su hermana mayor de sus cabellos castaños, que se miraban tan bonitos aún su dueña recién levantada de la cama, y jaló hacia fuera. Este acto coincidió cuando Elisa engullía la verga de Alex, lo que provocó que ella sacara la verga de su boca y un vigoroso sonido de succión se produjera. La sonoridad fue de obscenidad mayúscula.

Las cosas no quedaron ahí, Alex quién dudó de sí mismo durante fracciones de segundo, se recompuso igual de rápido y adquirió motivación suficiente para continuar. El resultado fue que una vez jaló los cabellos de la hermana mayor, la tomó de la nuca con ambas manos y la empujó hacia abajo. Elisa ahora tenía insertado el pito de su hermanito en la garganta. Alex estaba fascinado con la imagen. Ahora sí que se estaba inmortalizando el momento. Alex disfrutaba más allá de lo físico, evocaba su mente toda clase de placeres intangibles, de sensibilidades pornográficas, de cariño corrupto dirigido hacia su hermana.

Para suerte de Alex, Elisa no se quejó en ese momento, que era lo que más le llenaba de nervios, y casi siempre era la razón de que no podía expresarse con naturalidad ante su hermana, ella era imponente. Aunque en esa situación particular todo era diferente, y Alex interpretó esa falta de reclamo por parte de su hermana como un consentimiento. Fue entonces cuando Alex repitió la maniobra de jalar a Elisa de los cabellos para generar la liberación del pene, de esa hermosa prisión de calidez que era la boca de la hermana. Luego, Alex de nuevo empujó hacia abajo, y repitió la acción una y otra vez. La hermana no le pidió parar en ningún momento.

Pasó poco tiempo para que Alex se animara a menear su cadera hacia adelante y hacia atrás, movimientos necesarios para facilitar la entrada y salida de su verga de la boca de Elisa. Al mismo tiempo, parecía que Elisa movía levemente la cabeza a un ritmo semejante, pero Alex no estaba del todo seguro de ello, y no le importaba en realidad otra cosa que el hecho de que la hermana no se enojara por estar imitando lo del vídeo. Así y todo, Alex captaba que, lo que él realizaba, distaba un poco de lo acontecido con la rubia, ya que aquella mujer había sido abusada por la garganta con salvajismo, lo que él ejercía sobre su hermana mayor era apenas una imitación, aunque una suficientemente buena a su entendimiento.

En la vida los ciclos terminaban, una fase sucumbía y daba siempre paso a otra nueva. Así lo comprobó Alex cuandolas sensaciones en la verga fueron tan abrumadoras, que se percató de algo que se le escapaba del interior de su ser. Era una energía que emanaba de sus testículos y que transitaba por el tronco de su pene de manera escandalosa, cuando aceleró el ritmo y la fuerza utilizada. ¡Qué maravilloso fue cuando escuchó esas arcadas que provenían de la garganta de su hermana tan linda! ¡Ahora sí que se parecía a lo que el hombre de la verga marrón le hizo a esa preciosa rubia! No, no solo se parecía, Alex creyó que ese evento maravilloso era infinitamente mejor. Era mejor porque lo estaba viviendo; era mejor porque la mujer que a la que le hacía eso era más linda que la rubia del vídeo; era mejor porque era su formidable hermana mayor quién le complacía tan abrasador deseo, ese sueño que le hizo tanta ilusión últimamente. Alex creyó que estaba viviendo de nuevo ese momento, que experimentaba un déjà vu , entonces recordó que la noche anterior pensó exactamente lo mismo cuando su hermana le lamió la verga. «Sin duda tengo la mejor hermana», se dijo. La fase de excitación estaba cerca de terminar para dar pie a una de liberación y tranquilidad.

Elisa advertía que se ahogaba. El hermanito se atrevió a realizar algo completamente inesperado para ella. No lo regañó, por los motivos ya reflexionados al permitirle tener una «clase» antes de que se alistaran. Lo que Alex le hacía no era algo que ella hubiese planeado para alguna de sus clases; y Elisa dedujo que eso era lo que el hermanito deseaba practicar sobre un vídeo que le comentó antes de la clase en la noche pasada.

La situación le incomodaba muchísimo, detenerla resultaría contraproducente, lo mejor era colaborar para que todo terminara lo más rápido posible, tanto por la incomodidad como la falta de tiempo en que estaban hundidos.

Más allá de la brusquedad que el hermanito estaba utilizando, del dolor que Elisa experimentaba con los jaloneos de cabello y empujones en la nuca, se comenzó a intensificar la sensación de ahogo cuando el hermanito aceleró los movimientos. Ese incremento en la velocidad fue no solo repentino sino breve, contundente y salvaje; fue como si el hermanito se estuviese propasando con ella.

Elisa sintió algo en su entrepierna, era un calorcito que rugía; de pronto tuvo la necesidad de ser tocada, lástima que no contaban con el tiempo suficiente o le daría al hermanito una lección sobre como complacer a una mujer. Ahora bien, ¿era ético que utilizara las clases para sentir placer por parte de su hermanito menor? Elisa tuvo que aprender tiempo atrás que el gusto y la disciplina podían perfectamente coexistir, no se le ocurría ninguna regla explícita que lo impidiera. Era como… se parecía a cuando una alumna le comenzaba a gustarel estudio, o a realizar las tareas… Algo así también ocurría con el trabajo. ¿Por qué no se podía disfrutar y al mismo tiempo hacer algo de provecho? Y la reflexión se encaminaba en ese sentido porque ya estaba superada la barrera principal: el hecho de que el hermanito recibiera clases de «cosas de pareja» por parte de ella, su propia hermana mayor, la mujer que lo cuidaba infinitamente mejor que la madre. Y además, esta segunda barrera no era precisamente una muy sólida, de hecho siquiera podría considerarse barrera cuando sus fundamentos fueron refutados mucho tiempo atrás, cuando Elisa iniciaba en la universidad y le gustaron los estudios. Ahora casi se convertía en una profesionista y creía coherente disciplinarse y trabajar mientras disfrutaba de ello.

Alex continuaba haciéndole esa veloz cogida de boca, le estaba haciendo el amor a su lengua, a sus encías y parte de su garganta.

No representaba un asunto asqueroso chupar una verga desde la perspectiva de Elisa, o que un hombre le hiciera lo mismo que su hermanito le estaba haciendo, de cualquier manera, el hermanito iba a tener que aprender ese tipo de cosas en algún momento. Lo más lógico era dejarse hacer, y esto añadía un razonamiento más a su permisividad en cuanto al momento que estaba viviendo.

Los embistes del hermanito se violentaron desmesuradamente, y entonces se detuvo, se paralizó, algo salía de él. De pronto Elisa sintió en la faringe un líquido espeso que la inundaba, y como si fuera coherente con la situación, el hermanito la mantenía con toda su fuerza pegada a su entrepierna, lo cual producía que Elisa no pudiera sacarse la verga de Alex de la boca. Mientras ocurría todo eso, el hermanito menor le apretaba los cabellos con los puños de las manos, tanto, que la presionaba hacia abajo, en consecuencia Elisa sufría dolor en el cráneo. Para rematar, Alex aparentaba haberse quedado estático, meditabundo, el tiempo asemejaba no transcurrir para él; Elisa albergaba otro padecimiento, y es que comenzaba a quedarse sin aire, era la vergota de Alex, ese chico le estaba haciendo eso, le asfixiaba. Lágrimas comenzaron a escapar de los ojos de Elisa.

El tiempo en aquella posición estaba llegando al límite, pues una premonición de vómito es lo que pensó Elisa que resultaría de todo aquello. Con una sensación de náusea y desesperación, Elisa golpeó con sus manos las piernas de Alex para que la liberara. Enseguida Alex le zarandeó la cabeza y la alzó de los cabellos. Por fin Elisa pudo tomar una bocanada de oxígeno.

Elisa se puso de pie aspirando fuertemente, volteó a ver al hermanito a los ojos, la mirada fue breve porque ella sintió al segundo, mocos líquidos saliendo de su nariz y gotas lagrimales corriendo por sus mejillas; de inmediato corrió hacia el baño dando arcadas, el vómito parecía ya inevitable.

Al llegar al baño se lanzó contra la taza del baño, y expulsó en una convulsión, cantidades importantes de bilis y de un líquido blancuzco. Elisa supuso que se trataba del esperma que el hermanito le introdujo por la garganta que se mezcló con otras sustancias. Otra convulsión más ocurrió, más violenta que la anterior, y de la nariz fluyeron tanto bilis como esperma. Las siguientes arcadas se fueron haciendo cada vez más débiles hasta volverse irrelevantes.

Una vez Elisa pronosticó estabilidad para sí misma, se puso de pie, tomó papel higiénico y se sonó la nariz. Fue increíble ver restos del semen del hermanito manchando las hojas tiernas del papel. Hizo bola el manchado papel y lo lanzó al bote de basura. Elisa volteó hacia la entrada del baño y allí miró al hermanito plantado. Su cara se presentaba afectada por el susto. Elisa lo notó, Alex estaba aterrado por lo que acababa de hacerle.

Elisa tomó un poco de aire e intentó mostrar calma antes de abrir la boca. Siempre era necesario practicar la calma para con el hermanito, siempre habría que sacrificarse por el hermanito, y lo más importante: siempre ser permisiva porque él era especial ante todo. Era su único hermano y la vida no le entregaría otro. Mal por las hermanas mayores que no valoraban a sus hermanitos, ellas se perdían de lo mejor de la vida.

—¿Qué fue eso? —preguntó Elisa intentando con maestría borrar cualquier signo de ira.

—¡Perdón! Hermana… yo no…

—Calma. No te estoy regañando. Solo quiero saber donde lo aprendiste, es todo.

—En el video que te había dicho.

Elisa no pudo responder a Alex, el teléfono sonaba en el cuarto de Alex.

—Mira, cuando regresemos hablaremos de eso. ¿De acuerdo? —dijo Elisa—. Ahora tenemos que arreglarnos, debe ser tardísimo.

—Está bien, hermana.

—Hay que apurarnos.

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