La mejor hermana del mundo: Capítulo IX

Alex es un chico tímido, introvertido y fantasioso que carece de experiencia con el sexo femenino. Por suerte, cuenta con su hermana mayor Elisa, quien le ayudará a descubrir los secretos de las relaciones entre mujeres y hombres.

La mejor hermana del mundo

Capítulo IX

Elisa pensaba en todo el asunto mientras conducía en las penumbras. Ahora los laterales del camino, tapizado de álamos, se mostraban amenazantes, y los pensamientos de Elisa eran iracundos. No dejaba de revolver ideas negativas sobre María. Por un lado deseaba venganza, y por otro, simplemente le resultaba inconcebible lo que había sucedido. «¿Cómo pudo ser que mi hermanito se prestara a tal cosa? ¿Y por qué María se expresó de mí de tal modo? ¿Qué le hice para que quisiera vengarse de mí?», pensaba Elisa una y otra vez. Y Elisa sintió profundo dolor ante la destruida amistad con María, la cual tempranamente ya creía irreparable. No existía escenario, ni excusa, ni giro de los acontecimientos que hicieran a Elisa dejar pasar lo que María hizo con Alex. Las desmembradas partes de la amistad jamás volverían a ser ensambladas.

Elisa entró en la carretera; dentro del auto nadie hablaba. Y fueron pocos kilómetros los que avanzaron cuando los pasajeros notaron un olor desagradable dentro del auto.

—¿Huelen eso? —preguntó Elisa.

—Yo lo huelo —aseguró Rodrigo—. Es como algo quemado.

—Miren —dijo Elisa—, está saliendo vapor del carro.

—Será mejor que detengas el auto —sugirió Rodrigo.

Elisa y Rodrigo se bajaron y abrieron el capo del auto.

—No sé mucho de carros —dijo Rodrigo—, pero ese líquido verde no debería estar derramado.

—No puede ser —espetó Elisa.

—Y esto no tiene tapa —dijo Rodrigo señalando una oquedad que burbujeaba agua hirviente con errática violencia.

—¿Qué crees que debemos hacer? —inquirió Elisa llevándose una mano a la sien.

—Alguien puede ir a aquel lugar que está allá y pedir ayuda —aventuró Rodrigo señalando lo que parecía un establecimiento situado unos cientos de metros adelante—, o llamar a alguien y esperar a que vengan para ayudarnos.

—Sin mencionar que ya es tarde como para que un mecánico venga hasta acá—conjeturó Elisa.

—La otra opción, es que empujemos el carro hasta aquel lugar —sugirió Rodrigo—, está un poco de bajada el camino, así que no nos costará demasiado, ni tardemos tanto.

Elisa pensó en las alternativas que pudieran sacarlos del apuro. Y tras varios minutos cavilando, mientras observaba el establecimiento que brillaba en medio de aquella oscuridad tan solitaria, comunicó a Rodrigo:

—Tienes razón, lo mejor es mover el carro hasta allá. Que alguien vaya a pedir ayuda no me parece muy prudente.

—¿Entonces empujaremos? —preguntó Rodrigo.

—Sí, hay que ponernos en marcha y allá me contacto con alguien. —dijo Elisa —. Ya en la luz, nos podemos quedar a dormir en el auto en el peor de los casos, mejor que aquí en medio de la nada.

—¿Tú manejas y los demás empujamos? —dijo Rodrigo.

—Correcto —afirmó Elisa—. Vaya, me alegra haberte traído, después de lo de esta noche no habría podido pensar con claridad.

Rodrigo la miró con un desconcierto que se le reflejaba en el rostro bajo la luz de los faros del auto, como si no supiera de qué hablaba ella. Elisa ignoró el gesto pues se confundió tras la muestra de confusión de Rodrigo, «¿qué le pasa a este chico?», pensó Elisa.

Así, mientras Elisa conducía, Alex, Andrómeda y Rodrigo empujaban el auto. Cuando llegaron al establecimiento, se dieron cuenta de que era un restaurante.

—Creo que tenemos mucha suerte —comentó Alex.

—Si tuviéramos buena suerte, ya estaríamos en casa —replicó Rodrigo.

—Sea como sea, hay muchos de estos lugares por la carretera —aseguró Andrómeda—. Miré bastantes cuando veníamos. Y fíjense, también es hotel.

En ese momento, un señor canoso llegaba en una pickup . Y al mirar a Rodrigo y Elisa que levantaban el capo del carro, se les acercó, al parecer con curiosidad.

—¿Qué le pasó? —preguntó el hombre.

—Se nos calentó el carro —dijo Elisa—. Descubrimos que no tenía el tapón para el agua.

—Vaya —soltó el hombre—. ¿De dónde vienen? ¿Van lejos?

—Venimos de una reunión —reveló Elisa—. Vivimos como a unas tres horas de aquí.

El hombre silbó en respuesta, y se quedó observando la escena unos segundos mientras se toqueteaba el mentón.

—Si es solo el agua no habría problema, solo es rellenar —explicó el hombre—, aunque tendrían que cargar agua de cualquier manera… ¿Puedo echar un vistazo?

El hombre comenzó a revisar el carro sin que realmente le dieran «permiso».

—Échame luz muchacho —pidió el hombre a Rodrigo, quien estaba a su lado—, no veo bien.

Rodrigo iluminó con su teléfono.

—Pues no es solo el tapón del agua —aclaró el hombre—. La manguera del radiador tiene agujeros.

—¿Cómo es eso? —preguntó Elisa preocupada.

—¿Miran esas manchas verdes?

—Sí, ya las habíamos visto —aseguró Elisa.

—Pues es el líquido refrigerante, se sale por ahí —aseguró el hombre.

—¿Y qué podemos hacer? —interrogó Elisa.

—Ahorita ya es noche, si encuentras un mecánico que venga hasta acá a estas horas… —dijo el hombre sacando un trapo de alguna parte trasera de su pantalón y limpiándose las manos con él—. Lo mejor sería que tomen una habitación y busquen un mecánico. Yo quizás les podría echar una mano, haciéndole algún arreglito a la manguera, y ya en la ciudad se la cambian. Pero, aquí cerca no hay ni líquido anticongelante, me parece que la tienda más cercana, ya está cerrada.

—Sí —dijo Elisa—. Fuimos hace rato a esa tienda, y ya iban a cerrar. Si tan solo hubiéramos sabido…

—Bueno, chicos —dijo el hombre—. Me iré a cenar, me están esperando. Les deseo mucha suerte.

—Muchas gracias —dijo Elisa.

Elisa alquiló una habitación y salió al porche con Andrómeda a reflexionar sobre aquel día tan difícil. De un momento a otro, Elisa observó al hermanito yendo al carro. Al regresar, con un pánico reflejado en el rostro, Alex se acercó a Elisa.

—Hermana —dijo Alex—, no encuentro mi mochila. Dentro están mis juegos.

—¿Ya buscaste bien? —cuestionó Elisa.

—Sí, por todas partes. Y ahora que lo recuerdo, nunca la subí al carro —confesó Alex.

Elisa volteó a ver la negrura nocturna tapizada de estrellas. No quería enojarse, y logró encontrar tranquilidad de esa manera.

—Está en casa de María, como es de esperar —dijo Elisa mientras perdía su mirada en los cúmulos estelares.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Alex.

—Está de más decir que no podemos regresar —dijo Elisa rompiendo su conexión visual con el espacio sideral—. Le voy a llamar a Ever, esperemos que esté allá todavía.

Elisa sacó su teléfono y llamó.

—Hola, ¿Ever?

—Hola, Elisa —dijo Ever—. ¿Sucedió algo?

—Sí, es que a mi hermano se le olvidó su mochila, dentro tiene sus juegos —respondió Elisa.

—Entiendo, la buscaré.

—¿Sí? ¿Te puedes fijar? Estaba la sala…

Elisa esperó en silencio un minuto.

—¿Es una de color negro? —preguntó Ever.

—Esa es seguramente —dijo Elisa—. ¿Están dentro los juegos?

—Sí, aquí hay videojuegos.

—Qué bueno —dijo Elisa en un suspiro de alivio—. Un peso menos de encima.

—¿Todo bien?

—No, ahorita estamos varados en un hotel.

—¿Qué sucedió? —preguntó Ever.

—Se sobrecalentó el auto, y descubrimos que una manguera está rota, o algo así.

—¿Quieres que vaya por ustedes? Puedo pedirle el carro a mi primo —dijo Ever—. Aunque tendría que regresarme después…

—No, no te preocupes, de cualquier forma ya es muy noche. Tenemos planeado conseguir un mecánico en la mañana.

—Conozco a un mecánico, él les pude echar la mano —aseguró Ever—. El problema es que dudo que ahorita quiera arriesgarse a venir por estos rumbos tan tarde, estaría llegando a las dos de la mañana. Pero puedo hablarle ahorita, para que vaya en la mañana temprano, solo mándame el nombre del lugar.

—¿De verdad? Bueno estaría muy agradecida con ese favor, bueno y el de la mochila de mi hermano también.

—No es nada. En fin, envíame el nombre del lugar en un mensaje para no olvidarlo, y la mochila te la llevo en la tarde a tu casa o donde me indiques. Nos vamos a quedar a dormir, y mi primo no es de los que madrugan.

—Perfecto, te esperamos en la tarde.

—Adiós, Elisa.

Alex se sintió humillado al ser rescatado por aquel bufón, aun así, no le quedaba otra alternativa, era eso, u olvidar su amada consola. En su resignación, Alex intentó olvidar el asunto. Así que entró a la habitación que la hermana mayor había alquilado para dormir.

Dentro del lugar, residía una única cama, por lo que la compartirían entre los cuatro. Tanto Alex como Rodrigo, se echaron en la cama boca arriba y cerraron los ojos. Ambos manifestaron estar demasiado cansados. Y Alex se hubiera dormido casi enseguida, pero afuera de la habitación se escuchaban voces. Eran Andrómeda y Elisa.

Alex zarandeó a Rodrigo para que no se durmiera, y ambos se acercaron a la ventana para escuchar mejor.

—Andy, es que no lo entiendo —dijo Elisa—. ¿Qué fue lo que le hice? ¿O no creerás la tontería de que fue porque le dije que se tapara las tetas? Hay algo más.

—No sé —respondió Andrómeda—, la verdad es cada vez menos la comunicación que tengo con María, y ya no me cuenta tanto sus cosas. Lo que sí sé, es que se la pasa con ese tipo raro. No sé que ideas le habrá metido a María para que estuviera con tu hermano. Ella siempre ha sido rebelde, pero nunca maliciosa. La verdad estoy… Estoy perturbada. Y luego sumándose a lo de la congregación…

—¿La congregación? —preguntó Elisa.

—Sí, ahora el hijo —aseguró Andrómeda—. ¿Tus papás no han ido?

—Están de viaje… ¿Y cómo supiste? ¿María te lo contó?

—Mi madre —dijo Andrómeda.

Alex se aburrió de la conversación que su hermana mantenía con Andrómeda.

—¿De qué demonios estaban hablando? —preguntó Rodrigo muy extrañado.

—No tengo la más remota idea —aseguró Alex—. No me interesan las congregaciones o lo que sea.

—No hablo de eso, hermano —dijo Rodrigo con impaciencia—. Hablo de ti y de María. ¿Qué sucedió?

Alex cayó en cuenta de que Rodrigo no estuvo presente cuando todo el drama ocurrió, ni hablaron de ello después en el auto.

—Pues… ¿Te acuerdas de que María me pidió que fuera con ella? —dijo Alex.

—Sí, claro. ¿Y luego?

—Me dijo que buscara un álbum, y lo encontré. Y luego… Me besó, y terminamos desnudos —dijo Alex un poco turbado.

—¿Y qué paso? —preguntó Rodrigo agarrándose los cabellos—. No me digas que…

—Me puso un condón, y casi… En eso llegó mi hermana y nos descubrió —confesó Alex.

—¡No! Hermano, eres un héroe. ¿Y cómo fue que los descubrieron? —dijo Rodrigo—. Yo fui a buscarlos porque me aburrí, y subí al segundo piso. Enseguida me quise regresar porque me dio miedo ese lugar, ahí hay… Bueno, eso no importa, y luego me salí a pensar en que nos pasamos los teléfonos con María y todo eso… ¡Pero no lo puedo creer!

—Así fue —confirmó Alex.

Bro , tenemos que salir con ella a una de sus fiestas. ¿Lo sientes? ¿Sientes la emoción? ¿Todas las posibilidades que ahora tenemos?

—De verdad que la siento, aunque mi hermana no puede saber, si hubieras visto, se pelearon horrible.

Alex y Rodrigo duraron un rato hablando sobre María, y Rodrigo le pidió detalles de lo ocurrido.

Después llegaron Andrómeda y Elisa para dormir. Y la manera en que los cuatro se acomodaron en la cama fue la siguiente: en la orilla derecha de la cama estaba rodrigo, luego Alex y Elisa en medio, y en la otra orilla Andrómeda.

Ya todos estaban dormidos cuando Alex aún se revolvía inquieto e incómodo. Le molestaba dormir con Rodrigo detrás de él; peor aún era no tener margen de movimiento, se sentía violado. Para rematar, la hermana se había pegado a él, y Alex sentía los cachetes de su culo pegados a su verga. La erección, se coronaba como el más intenso motivo para impedirle dormir, y eso que todo lo demás era ya enloquecedor por sí mismo.

Alex desesperado por la situación tan escabrosa, afligido por no poder dormir, sujetó a la hermana mayor de las caderas, y se pegó aún más a ella. Lentamente, Alex comenzó a menear enfrente y atrás las caderas para generar fricción en la verga contra las pompis de la hermana mayor, de modo que pudiera eyacular y librarse por fin de la erección que le atormentaba. Y con la relajación por haber eyaculado, también dormiría más fácilmente.

Cada vez más envalentonado, Alex comenzó a tocar a la hermana en sus áreas privadas. Primero sus dos manos amasaron los senos que emergían debajo de la camiseta de la hermana. Y el hermanito al odiar tal obstáculo, metió una de sus manos debajo de la camiseta, con ello deseaba tocar los senos desnudos a Elisa. Pero Alex se topó con que la hermana mayor utilizaba sostén. «¿Siempre lo usa cuando duerme?», se preguntó Alex. Y recordó las veces en que la hermana había dormido en su cama después de que le hiciera sexo oral, y en los recuerdos de Alex no había sostenes. «Debe ser porque estamos en una situación especial», se dijo, «en la casa es diferente».

Alex no se atrevió a quitar el sostén a su hermana mayor, por lo que buscó un nuevo objetivo al cual meterle mano. Con lo cual, Alex se dirigió a la entrepierna de Elisa. Metiendo su mano dentro del pantalón de la hermana mayor, Alex se topó con el calzón. La verga parada de Alex parecía encendida con fuego, la pasión la envolvía, el amor laceraba su hechura, necesitaba con urgencia meterse dentro de la hermana o se volvería completamente loco. Un deseo vicioso lo torturó. «¿Por qué nunca me vas a dejar hacerte mía hermanita adorada, si yo tanto te necesito?», se lamentó Alex en su pensar.

Y Alex, en su locura, aventuró una de sus manos debajo del calzón de la hermana mayor. Pronto sintió los labios vaginales. Luego comenzó a pasear sus dedos por el área íntima de Elisa.

Elisa se despertó muy rápido.

—¿Qué haces hermanito? —dijo en un murmullo.

—Perdón —dijo Alex avergonzado.

—¿Por qué me tocas?

—Perdón hermana, es que no puedo dormir, necesito… una clase —confesó Alex, pues la tortura de no poder conciliar el sueño, junto con lo ocurrido con María, le había desinhibido un tanto.

—Es muy noche para tener clases —explicó Elisa—, y no es el lugar apropiado.

Alex volvió a meter varios dedos en la vagina de Elisa.

—¡Ah! —gimió Elisa, y enseguida se tapó la boca. Y salió de la cama de tal modo que no despertaran Rodrigo y Andrómeda.

Alex hizo lo mismo siguiendo el ejemplo de la hermana.

—Ven acá —refunfuñó Elisa dirigiéndose al baño.

—¿Vamos a tener clases aquí? —preguntó Alex cuando estuvieron dentro del baño.

—¿Estás loco? —reprendió Elisa—. Si se despiertan nos van a escuchar.

Alex comenzó a sentirse cada vez más avergonzado. Se estaba comportando como un imbécil. Al verse menospreciado por la hermana mayor, bajó la cabeza y se le nubló la vista, las lágrimas parecían cercanas. La mente le daba vueltas, sentimientos oscuros le poblaban el cuerpo.

—Está bien —concedió Elisa para sorpresa de Alex—. Voy a chupártela, eso sí, te advierto que va a ser rápido. Así que bájate el pantalón.

Alex recuperó el ánimo, ahora percibía la felicidad, una que únicamente su hermana, se la podía provocar.

Alex enseguida se bajó el pantalón para dormir, junto con el calzón. La verga de Alex, que se liberó con un rebote, se encontraba tiesa aún, pues las malas sensaciones no prosperaron en su ser.

—Eso sí, en la casa vamos a hablar muy seriamente de todo lo sucedido —dictaminó Elisa.

—Claro, hermana —dijo Alex, y por un momento la preocupación por lo que hizo con María hizo medra en su espíritu. Y tanto sus pensamientos, como la erección, comenzaban a inclinarse hacia la decadencia, y ahí fue cuando la hermana metió a su boca el glande de Alex. Por tanto, se sintió Alex sorprendido y olvidó a María y a todo lo relacionado con ella, dejando a tras las penurias por unos instantes.

Alex viró su atención hacia la hermana que yacía sobre sus rodillas en la frialdad y suciedad del suelo de aquel baño de hotel de paso. La hermana le succionaba la verga, jugaba con el ritmo, y mantenía ella los ojos cerrados. Alex supuso que de esa manera ella se concentraba mejor. Mirar a la hermana dándole tanto cariño a su pene, descontroló a Alex muy rápidamente. Y mientras Alex escuchaba una combinación de sonidos provenientes del contacto de la verga de Alex con la boca de la hermana, «¡chap!, ¡gluck!, ¡guamp!, ¡buack!», Alex experimentó un orgasmo descomunal y terminó en las fauces de la hermana mayor.

Alex muy asustado intentó desprender su miembro de la boca de la hermana, pues temía que lo reprendiera, aún recordaba que esa misma mañana le había eyaculado en la boca agarrándola de los cabellos, y lo que hizo con María no le sumaba puntos de buen comportamiento. La futura regañada que le esperaba en casa, pintaba a ser la más terrible de todos los tiempos. No obstante, Alex se vio aún más sorprendido cuando la hermana succionaba los líquidos que fluían de su pene, lo que sentía Alex en la piel de su pene delataba lo que la hermana mayor le hacía, además del sonido de succión que resultaba tan claro y lascivo.

Elisa tragó todo el semen de Alex por voluntad propia. Alex se subió el pantalón.

—¿Ya te sientes mejor hermanito? —preguntó Elisa.

—Sí —declaró Alex —, gracias hermana.

Elisa se acercó a Alex y lo abrazó.

—Te amo hermanito —susurró Elisa al oído de Alex—. Siempre voy a estar para ti. Sé que a veces te regaño, y en la casa vamos a dejar muchas cosas claras sobre todo lo que ha pasado hoy, aunque tienes que saber eso no quiere decir que deje de quererte. ¿De acuerdo?

Alex no pudo responder, un ruido se escuchó en la habitación principal.

Elisa abrió la puerta. Rodrigo estaba de pie. Alex sintió miedo. «¿Nos habrá escuchado?», pensó Alex tembloroso. Luego miró a su hermana dirigirse hacia la cama, al parecer sin preocupación y ella se acostó para dormir. Rodrigo se acercó a Alex.

—Déjame entrar, me estoy meando —dijo Rodrigo tallándose los ojos.

Alex esperó fuera de la puerta del baño. Cuando Rodrigo salió y vio a Alex, este dijo:

—¿Qué hay? ¿No puedes dormir?

—Ahora que lo dices no, estoy incómodo —dijo Alex—. ¿Qué tal si duermes detrás de Andrómeda?

Rodrigo sonrió.

—Me encantaría, hermano. Pero me da miedo que se enoje, no puedo nada más meterme…

—No vas a tener otra oportunidad como esta —dijo Alex.

—Joder, tienes cojonuda razón —admitió Rodrigo abriendo los ojos como enajenado—. ¿Qué hago? ¿Entro así nada más? ¿O le aviso?

—Avísale —sugirió Alex—. Sí te dice que no, ya me toca tenerte detrás.

Alex vio como Rodrigo comenzaba a zarandear a Andrómeda hasta que despertó. En un susurro se escuchó:

—¿Puedo dormir aquí de tu lado? Es que Alex me quita la cobija, y tengo mucho frío.

—Sí, vente para acá —consintió Andrómeda con voz casi enronquecida, no parecía albergar conflicto alguno por tener a Rodrigo a su lado.

Rodrigo le hizo una seña de aprobación a Alex con el pulgar, y se metió a la cama detrás de Andrómeda.

Alex entró a su lado de la cama y abrazó a su hermana. Cómo le encantaba dormir con ella, ahora sin su amigo detrás de él. Al parecer todo estaba saliendo bien. «Rodrigo se comportó de forma completamente natural, lo que quiere decir que no nos escuchó», caviló Alex en los albores del sueño, por fin podía dormir tras tantas emociones fluctuantes.

Para el medio día siguiente, Alex y Elisa, ya habían llegado a casa. Tras ducharse y desayunar, Elisa sentó a Alex en un sillón de la sala. Alex dio cuenta de que Elisa estaba vestida con una falda negra, una camisa azul marino de mangas largas aunque remangadas, y unos tenis blancos deportivos; el conjunto la hacía ver muy bonita. Alex se preguntó por qué razón se vistió con tal estilo, y aunque parecía una vestimenta casual, su hermana mayor no usaba faldas cortitas para andar en casa todos los días, ese atuendo del diario se lo podrían ganar los leggins, los pantalones de mezclilla, o los shorts pegaditos.

—Ahora sí, vamos a hablar —sentenció Elisa.

Alex guardó silencio, y temió al ver a su hermana mayor de pie ante él, pues ella iba cruzada de brazos y con actitud altiva.

—Cuéntame exactamente todo lo que pasó con María —exigió Elisa—, punto por punto.

Alex con voz entrecortada, narró su aventura desde que estuvo jugando videojuegos con Rodrigo mientras Elisa lo escuchaba sin interrumpir, mas Alex omitió la parte en que María intercambió número de teléfono con Rodrigo y con él, y también la propuesta de María sobresalir juntos de fiesta. Al final del relato, Alex agachó la cabeza esperando el inminente castigo de su hermana. Sin embargo, se encontró con algo distinto.

—No te voy a castigar —aseguró Elisa.

Elisa escuchó todo lo que Alex le contó. Era evidente que María, con artes insidiosas, lo manipuló. Alex no merecía un castigo para nada, y Elisa se estaba cada día más cansada de representar el papel de la hermana malvada. Siempre ella debía ser la hoz del castigo para el hermanito, la hermana severa, la bruja, la perra odiosa. ¿Iba a terminar odiándola el hermanito algún día por su dureza? Elisa no conocía tal información, y si bien permanecía determinada en ofrecer un cuadro de disciplina para el hermanito, jamás le gustaba sancionarlo sin razones legítimas, y le desconsolaba profundamente ser percibida como inquisidora por el hermanito. ¡Qué difícil era a veces verse atrapada entre los límites de educar y ser cariñosa con el pobre hermanito! Mucho más sencillo para Elisa resultaba organizar complejidades, crear planes imbuidos de entresijos, o hablar de los procesos contables.

Tanto sufría Elisa al observar la mirada perdida y triste de Alex, devenidas de sentirse tan culpable el pobrecillo por las enredadas maquinaciones de María. Además, Elisa probablemente traumatizaría al hermanito de castigarlo por acercarse a una mujer, es decir, si el problema de Alex era de confianza y de experiencia, ¿cómo podía castigarlo por tener tal curiosidad natural y obtener un poco de eso que tanto necesitaba y ansiaba? Sería cuando menos incoherente. ¡Más bien debería de premiarlo!

—Así como escuchaste, no te voy a castigar —reiteró Elisa.

—¿De verdad? —preguntó Alex con incredulidad.

—Por lo que me cuentas, tú no tuviste ninguna culpa —dijo Elisa—. Pero dime, ¿qué te hizo animarte a querer estar con ella?

Alex miró al suelo, guardó silencio.

—¿Qué pasa hermanito?

Alex rompió en llanto.

—¿Dije algo malo? —preguntó Elisa alarmada.

Alex no respondía.

—¿Qué pasó mi amor? —insistió Elisa—. Puedes contarme sin miedo, no te voy a regañar ni a castigar.

Alex por fin se atrevió a soltar palabra:

—Es que, lo hice porque…

Alex no terminó la frase.

—Continúa —apremió Elisa sobándole a Alex uno de sus hombros para que se sintiera protegido por ella.

—Pues porque, ella quería tener relaciones… —confesó Alex finalmente—. Y contigo, me dijiste que nunca lo haríamos. Y no me quería morir virgen.

Elisa quedó aturdida. ¿De dónde demonios venía todo eso? ¿Acaso le afectaba tanto a Alex el pacto que juntos habían hecho? ¿No tener relaciones sexuales y no ser novios, era tan malo para él?

—¿Solo es por sexo verdad? Lo otro de ser novios… —dijo Elisa—. ¿No es algo que te importe verdad?

Alex guardó silencio. Y antes de que Elisa pudiera sacarle toda la información, el teléfono de la casa sonó.

Elisa contestó. Al terminar de hablar, Elisa estaba feliz y también pensativa.

—¿Quién era? —preguntó Alex.

—Ya vienen nuestros padres —respondió Elisa —. Llegan en dos días, no habían llamado porque hasta ahora tenían señal. ¿Sabes lo que eso significa?

—No entiendo —dijo Alex.

—Tenemos que aprovechar las clases antes de que lleguen —aclaró Elisa.

—Es verdad —reconoció Alex con grave aflicción en la voz—. Ya no vamos a poder cuando lleguen.

—Mira, no te preocupes. Vamos a tener siempre que podamos —aseguró Elisa—. Y además, esta misma noche podemos tener una de esas clases. ¿Te gustaría?

—Sí, hermana —afirmó Alex animado—. Ahorita por favor.

De pronto el timbre de la casa sonó. Alguien estaba en la puerta. Elisa no pudo atender a la súplica de Alex.

—Déjame ver quien es —dijo Elisa mientras se acercaba a la entrada de la casa.

Elisa abrió la puerta.

—¡Ever! —exclamó Elisa—. Casi olvidaba que venías.

—La mochila de tu hermano —dijo Ever entregando el encargo.

—Muchas gracias de verdad, mi hermanito ya estaba triste porque perdía sus juegos.

Elisa deseaba deshacerse de Ever, sin embargo, no quería mostrarse desagradecida por todo lo que él hizo por ella, desde informarle lo de su hermano y María, conseguirle un mecánico, y recuperar los juegos de Alex; de modo que se quedó un rato platicando con él en las afueras de la casa. Y además, Ever era una persona decente, lo mínimo que Elisa podía hacer era conversar y ofrecer su amistad.

Así pasaron los minutos, y la conversación fluyó hacia los terrenos del trabajo y lo profesional.

—Sí, y ahorita nada más estoy esperando mi título —reveló Elisa—, pero estoy buscando un trabajo.

—¿De verdad? —preguntó Ever—. ¿Sabes? Mi tío tiene una empresa, y creo que buscan personal. Si quieres puedo hablar con él. No prometo nada, aunque puede surgir algo.

—¿Lo dices en serio? —preguntó Elisa sorprendida—. No tienes por qué molestarte, ya has hecho demasiado por mí.

—No es molestia. Mi tío mencionó algo de que necesitaba a alguien de confianza, me parece que va con lo tuyo. Eso lo tengo que confirmar, pero no se pierde nada preguntando.

—Bueno, te agradeceré mucho.

De esa manera siguieron conversando de diversos temas hasta que se hizo de noche, y entonces Ever por fin se marchó.

Elisa entró en la casa y encontró a Alex sentado en el sillón de la sala. Se hallaba el hermanito silencioso y lúgubre. Elisa percibió que algo le aquejaba.

—¿Hermanito que tienes? —preguntó Elisa.

—Nada, déjame solo —respondió Alex con sequedad.

—¿No quieres tener la clase?

—¿Ahora?

—Sí mi amor, ahora.

Alex pareció reanimarse como si se le hubiese inyectado un estimulante. Elisa lo tomó de la mano y juntos fueron al cuarto de Elisa.

—Muy bien —dijo Elisa—. ¿Qué te gustaría aprender hoy?

—No lo sé —dijo Alex cabizbajo.

—Escoge lo que quieras —dijo Elisa—, menos la penetración, ya sabes.

Alex hizo una mueca de agonía, y Elisa notó la tristeza en su semblante. Elisa suspiró, estaba comprobando que el pacto de «no tener sexo, y no ser novios», afectaba en verdad a Alex.

—Me gustaría saber sobre los condones —dijo finalmente Alex.

—Bien… Supongo que esto es relacionado a lo que hiciste con María… Mejor dicho, lo que ella hizo contigo.

—Sí —admitió Alex.

Elisa suspiró de nuevo, y preguntó:

—¿Entonces por qué no hacemos lo que ella y tú hicieron?

Alex quedó paralizado por un instante, no obstante, reaccionó diciendo:

—¿De verdad hermana?

—Sí hermanito —aseguró Elisa—. Dijiste que no hubo penetración, así que no rompe el pacto.

—Vaya —dijo Alex—, ¿pero dónde conseguimos condones?

—Vamos a comprar a la farmacia.

Una vez en el automóvil, Elisa notó que Alex la miraba con enorme atención.

—¿Sucede algo hermanito?

—Nada, es que te miras muy bonita.

—Gracias —dijo Elisa muy conmovida—. Me encanta cuando me dices cosas lindas.

—Pues es la verdad —dijo Alex—. Tú eres la mejor mujer del mundo, y te miras muy bien con falda.

—Ve acá hermanito —dijo Elisa mientras envolvía a Alex entre sus brazos—. Te amo.

Elisa quebró el abrazo solo para repartirle a Alex besos por su cuello, luego por sus mejillas, y finalmente en su boca. Le daba besos de piquito, impregnados de mucho cariño.

—Hace mucho que no nos besamos hermanito —observó Elisa.

—Sí, es que nunca tenemos clases —dijo Alex.

—Ya sabes mi amor, que tienes mi permiso —ratificó Elisa—. Excepto cuando esté ocupada, o cuando haya otras personas cerca. Pero ya tienes que quitarte esa pena.

—Está bien hermana.

Elisa poseída por un arrebato de amor, de cariño, y deseo de complacencia para con el hermanito, tomó a Alex de la nuca, y comenzó un beso que pronto fue el más lascivo de toda su vida. Algo sucedía dentro de ella cuando besaba a Alex. No sabía describirlo, pero era como si el placer de besar se multiplicara por miles de veces solo por ser Alex quien recibiera tal muestra de afecto. Y mejor aún era que el hermanito le devolviera los besos con tal dulzura e inocencia, con esa mezcla de timidez, inexperiencia y amor.

Sentía Elisa la saliva de Alex dentro de su boca. Y ella sintió un impulso: meterle la lengua. Pero se contuvo, recordaba que tal cosa no gustaba a Alex. Y Elisa pensaba que él necesitaba aprender bien a besar de tan fundamental manera, aunque bien podía forzar al hermanito cuantas veces quisiera ella, pues era la mayor, y el deber de Alex era obedecerle, y como Elisa conocía lo que mejor era para él, no sentía culpa al forzarlo cuando las cosas eran por su bien. Diferente cosa sucedía cuando el hermanito se encaprichaba con algo, y le rogaba a Elisa con melosidad, que Elisa creía inconsciente, para que se le cumpliera el determinado capricho. Iba y venía el hermanito y la engatusaba con sus trucos cariñosos, con sus insistencias de amor que derretían el corazón de Elisa. Ese era el punto débil de Elisa, pero Alex nunca utilizaba ese encanto para alejarse de las cosas que le disgustaban o que tomaba por obligación, sino para conseguir lo que él anhelaba con ardor. ¡Qué haría Elisa si un día Alex se diera cuenta de eso! La idea poseía un aura estremecedora, puesto que Elisa se quedaría sin armas ante los encantos de Alex, entonces quedaría subyugada por tales ataques de cariño. En resumen, que no le podría negar nada que él pidiese con sus encantos, y tampoco prohibirle nada cuando él con su dulzura se saliera con la suya.

Y en esa ocasión Elisa quería poner a prueba a Alex mas que pedirle permiso, para ver si en esas alturas, Alex consentía que ella lo besara de tales formas para su propio bien. Era una prueba también, para medir la madurez de Alex.

Elisa rompió el beso.

—Hermanito —dijo Elisa limpiándose la saliva de la boca—, ¿me dejas besarte de lengua?

El hermanito guardó silencio. Elisa lo creyó perturbado por la petición.

—Ándale hermanito lindo —dijo Elisa, en lo que ella no se supo si rogaba o le hacía llegar un razonamiento a Alex—, fíjate que yo me dejo hacer cosas para que aprendas, y yo te pido una sola cosa…

«¿Te pido una sola cosa?, ¿de verdad dije eso?», pensó Elisa arrepentida por sus palabras. De pronto, Elisa comenzó a creer que sí estaba rogando para que el hermanito la aceptara. Elisa se sintió extraña, casi degradada. Y si Alex la rechazaba, la degradación se convertiría en real. La sensación no agradó a Elisa, y se propuso que le enseñaría tal clase de beso aunque el hermanito se negara, no existía escapatoria, en consecuencia ella equilibraría las cosas.

—Es que no me gusta que me beses así —explicó Alex.

—Entiende bebito, tienes que aprender —dilucidó Elisa, preparándose para forzar al hermanito.

—¿A ti te gustan esos besos? —preguntó Alex—. Sí es así, quizás podamos…

Elisa tomó de nuevo al hermanito de la nuca y esta vez lo besó tocando la lengua del hermanito con la suya. Luego se separó un poco de Alex para hablar:

—Te voy a besar con mucho cariño y cuidado hermanito.

Y con una lentitud sensual, Elisa movió su lengua, Alex intentaba seguir sus ritmos pues Elisa siempre llevaba el control. De aquella manera se besaron alrededor de diez minutos, y en todo ese tiempo Elisa no escuchó queja de Alex. Antes de separarse, Elisa llevó su mano a la entrepierna de Alex, y notó un bulto. Fue en ese instante cuando la hermana detuvo el beso.

—¿No qué no te gustaba? —dijo Elisa—. Mira como estás hermanito.

Alex parecía apenado.

—Te gustó el beso —dijo Elisa mientras se acomodaba el cabello en el retrovisor—, admítelo.

—Esta vez, sí me gustó. Fue diferente —admitió Alex con cierto reparo.

—Pues ya sabes hermanito —dijo Elisa—, nada de penas entre nosotros, nada de timidez.

—¿Segura? —preguntó Alex.

—Muy segura.

Elisa arrancó el automóvil, y se dirigió a una farmacia. En el camino sucedió algo que ella no esperaba. Y es que cuando llegaron a un semáforo en rojo y Elisa detuvo el auto esperando a que cambiara a verde, Elisa sintió la mano del hermanito sobre su pierna. La sensación la electrizó.

No encontrado nada poco natural respecto a lo que ya había realizado con Alex, en aquel acto, Elisa no mencionó nada sobre el asunto. Y en medio del mutismo, cuando Elisa pudo poner en marcha el automóvil de nueva cuenta, el hermanito subió su mano e hizo contacto en el área donde comenzaba la falda, la cual se le había subido a Elisa por mover las piernas para frenar y acelerar. Sin hacer caso de la mano de Alex, Elisa se bajó la falda cuando llegaron a un señalamiento de «alto».

Elisa continuaba conduciendo, cuando de pronto Alex le metió la mano entre los muslos, y en consecuencia se le volvió a subir la falda.

—Se me sube la falda, hermanito —manifestó Elisa sin que se pudiera interpretar como reproche.

—Nadie puede ver —dijo Alex.

Elisa guardó silencio, no comprendía que le sucedía a Alex, pero le dejó tener la manita entre sus piernas. Aunque tal fue la sorpresa de Elisa cuando el hermanito se atrevió a mucho más, que dio un respingo. Y es que Alex, tuvo la inusual osadía de tocarle el área de la vagina. Por supuesto Elisa utilizaba ropa interior, pero el contacto de la mano del hermanito menor, no solo fue inesperado, sino exultante y sobrecogedor.

—Hermanito, quita tu mano de ahí —pidió finalmente Elisa, intentando sonar amable.

—Pero tú dijiste que podía… —dijo Alex.

—Es verdad, pero vamos a chocar si me haces eso mientras manejo —razonó Elisa. Y como el hermanito no quitaba su mano, Elisa con delicadeza la quitó de su entrepierna.

—¿Te gusta o cómo? —preguntó Alex con gran incredulidad y volvió a meter la mano debajo de la falda negra de Elisa.

—Mira, ahí está la farmacia —dijo Elisa sin hacer caso de las palabras de Alex, pero quitando de nuevo la mano del hermanito.

Y mientras Elisa se estacionaba, el hermanito de nuevo le puso la mano en la entrepierna. Elisa le dejó, debido a que estacionarse requería mucho de su concentración, aunque paradójicamente los tocamientos del hermanito le dificultaban tal hecho. Una vez el auto estuvo estacionado, el hermanito dijo:

—Hermana, ¿qué quiere decir que estés húmeda?

Alex sacó la mano de donde la tenía y se la olió.

—Luego hablamos hermanito, déjame ir a comprar los condones —dijo Elisa nerviosa.

Elisa dejó al hermanito en el auto, pues sería raro que en la farmacia los vieran juntos comprando preservativos, como si fuera evidente que iban a tener relaciones. Y aunque no supieran que eran hermanos, la sensación era extraña, además, alguien conocido podría toparse con ellos por mera casualidad. Lo mejor era no correr riesgos innecesarios.

Cuando Elisa volvió al automóvil con los condones, encontró a Alex impaciente por llegar a casa.

—Ya quiero que lleguemos —manifestó el hermanito.

Entonces Elisa condujo. Y a mitad del camino, Alex comenzó a realizar de nuevo los toqueteos, metiéndole mano debajo de la falda.

—Hermanito, ya falta poco —dijo Elisa—, ¿no puedes esperar?

—Es que quiero saber que se siente en el carro —declaró.

—¿Cómo es eso? —preguntó Elisa confundida.

—¿No podemos tener una clase en el carro?

—No, nos puede mirar alguien.

—¿Y qué tiene?

—Pues que alguien conocido nos puede reconocer —aclaró Elisa—, y si nos detiene la policía, ahí sí estaremos en problemas.

—Solo tenemos que irnos a un lugar donde no haya nadie —propuso Alex.

—No sé Alex, me parece muy arriesgado.

—Es que, mira como estoy —expuso Alex señalando el bulto de su pantalón—. Siento dolor y ya no aguanto.

—¿Te duele? —preguntó Elisa un tanto preocupada—. Me lo hubieras dicho desde antes.

—Perdón —dijo Alex—, no te quería preocupar. Pensé que soportaría hasta la casa, pero ya no aguanto. Me va a pasar algo malo hermana, ayúdame.

—Ve desabrochándote, voy a buscar un lugar oscuro.

De esa manera, Elisa entró a una zona residencial y encontró un parque donde, en una de sus esquinas, la luz irradiada por el alumbrado público llegaba moribunda. Elisa se estacionó en esa parte oscura del parque. Luego notó que algunas personas caminaban en los alrededores, pero el punto concreto del parque que ella escogió, era evitado por las personas, «será por la misma falta de luz», dedujo Elisa.

—Sácate el pene —dijo Elisa, mientras echaba un vistazo en los alrededores. Su visión llegó hasta el otro lado de la calle, donde las casas conservaban sus luces encendidas, y las ventanas, hasta donde Elisa era capaz ver, se mostraban carentes de siluetas humanas. No parecían existir riesgos excesivos, aunque en las afueras nunca se estaba del todo a salvo.

—Ya hermana.

—Bueno, déjame ponerte un condón —dijo Elisa. Y tras sacar uno del paquete, se lo colocó a Alex en su verga—. ¿Qué tal?

—La verdad, me gusta más sin condón —admitió Alex.

—A ver, tú sugeriste usar condón —dijo Elisa con una sonrisa—, aunque es verdad que tienes que saber usarlo. Si quieres puede ser por esta única vez, como no tendremos sexo, no es necesario que lo uses de ahora en adelante. Igual guardamos el resto por cualquier cosa.

—Hermana, ya no digas eso —reclamó Alex.

—¿Decir qué?

—Que no tendremos relaciones…

—Hermanito, pero es la verdad.

—Sí, y cada vez que lo dices me hieres mucho —admitió Alex.

Elisa sin saber cómo afrontar las palabras del hermanito, decidió cambiar el tema.

—Entonces dime cómo estaban tú, y… ella.

—Súbete encima de mí.

—¿Así? —preguntó Elisa. Se le había subido al hermanito aún con la ropa puesta.

—¿No nos vamos a quitar la ropa? —preguntó Alex.

—No —explicó Elisa—, si nos descubren con la ropa puesta, mínimo podremos taparnos rápido e irnos.

—¿Entonces cómo le hacemos?

—Tú solo bájate un poco más los pantalones, yo me voy a quitar los calzones, y nada más me subo la falda y listo. Ya en la casa me pongo calzones.

Elisa se levantó para quitarse la ropa íntima, la cual dejó en alguna parte de los asientos traseros.

—Bien, ahora dime qué te hizo María.

—Se subió encima de mí.

—Así —dijo Elisa montándose sobre Alex. Elisa sintió el pene del hermanito rozándole la vagina.

—Más o menos, es que la posición es diferente porque estaba acostado…

—Entonces no vamos a poder hacerlo de la misma manera, pero no importa —declaró Elisa.

— Nada más que mi… Mi cosa, estaba acostada y ahorita la tengo parada —dijo Alex.

—A ver —dijo Elisa tomando el pene del hermanito y acomodándolo debajo de su vagina en forma horizontal—. ¿Así?

—Sí, así —afirmó Alex.

—Ya lo habíamos hecho de una manera parecida, ¿te acuerdas? —dijo Elisa—. Aquella vez que manchaste mi traje de baño.

—Es verdad, solamente que no te sentía de la misma manera, la tela no me dejaba sentir igual.

—Bueno, pero ahora tienes condón, así que tampoco hay total diferencia —dijo Elisa—.

En ese momento Elisa comenzó a besar al hermanito en la boca con aquella cadencia lenta que había utilizado antes de que marcharan hacia la farmacia. Alex le correspondió y fue un beso en el que Elisa se concentró completamente en la sensación, ya que la oscuridad la obligaba.

Elisa no podía negarse a sí misma que estaba excitada, y no era una cosa nueva, debido a que en clases anteriores, había experimentado orgasmos a causa del hermanito. Alex no parecía ser consciente de ello, y Elisa deseaba evitar que se enterara, pues Alex debía ver todo aquello como una mera ayuda, no como un tiempo de placer. Pero Elisa sospechaba que esa línea cada vez resultaba más borrosa, pues ella ya no podía negar que le gustaba darle clases a Alex. ¿Cómo podría seguir ocultando su gusto por estar con el hermanito si ya hasta se había dado cuenta él de que estaba mojada? ¿Y cuándo tardaría en saber que la humedad de las mujeres en su área íntima significaba excitación? El pensamiento atormentaba a Elisa, aunque aceptaría el asco del hermanito cuando él llegara a enterarse, puesto que esa clase de conocimiento eran de los que se descubrían fácilmente. Ella sospechaba que Alex dejaría de pedirle clases entonces, ya que no concebiría la idea de su hermana mayor excitada a causa de darle unos pocos besos y tocamientos. ¿Quizás era que ella estaba necesitada de sexo, y por eso se calentaba tanto en las clases con el hermanito? «No es para nada eso», concluía Elisa cuando pensaba en tales asuntos, «me pongo así porque es una reacción natural del cuerpo, no me calienta mi hermanito pequeño, en absoluto».

Elisa comenzó a frotarse, de adelante hacia atrás, ella sentía como el pene del hermanito friccionaba con su raja ante los movimientos. Y los besos no cesaban mientras hacían aquella simulación de apareamiento.

Y en un momento dado, ante el ir y venir, el pene de Alex se salió de la ruta de la vagina de Elisa, haciéndose a un lado, por lo que Elisa se levantó un poco para acomodarlo de nuevo. Entonces Elisa miró como alguien se acercaba.

—Tírate al suelo —dijo Elisa. Y ella quedó boca arriba entre el hueco que existía entre la espalda de los asientos delanteros y las posaderas de los asientos traseros, donde el pasajero pone sus pies—. Rápido.

Elisa agarró al hermanito y lo jaló hacia el suelo, en consecuencia Alex cayó encima de ella. Elisa abrió las piernas para que el hermanito pudiera encajar su cuerpo mejor, mas no lo hizo porque ella pensase en recrear una escena sexual, sino para que el hermanito estuviera más cómodo. En ese instante, lo único que rondaba por la cabeza de Elisa era no ser atrapada montada sobre su hermanito menor.

Alex, que estaba sobre ella, comenzó a moverse. Elisa sintió el pene de Alex frotándose en sus labios vaginales de una manera muy peligrosa. Elisa dejó que el hermanito se frotara de aquella manera, pero cuando Alex realizó un meneo brusco, y la posibilidad de penetración se volvió amenazante, Elisa habló en un susurro:

—Así no hermanito.

—¿Por qué no? —preguntó Alex.

—Va a parecer que me vas a penetrar —dijo Elisa.

—Pero tú dijiste que…

—Ahora no es momento —zanjó Elisa—. Fíjate si ya no hay gente.

—Ya no hay —informó Alex con pesadumbre en la voz.

Y Elisa dio cuenta del sufrimiento del hermanito, por lo que se le ablandó el corazón.

—Siéntate como estabas antes —dijo Elisa.

—Sí, hermana —dijo Alex aún con tristeza.

—Lo que quise decir, es que, tenemos que estar en un lugar más adecuado —compuso Elisa mientras se le subía encima de nuevo a Alex—. De esa manera no me vas a penetrar por accidente.

—¿Entonces me vas a dejar tenerte así? —pregunto Alex con ilusión en la voz.

—Sí —respondió Elisa con algo de duda—. Mientras tanto volvamos a lo que estábamos.

Elisa tomó el pene del hermanito sosteniéndolo erecto, luego ella paseó sus labios vaginales sobre el pene de Alex, y se sintió terriblemente tentada a dejarse caer. «¿Qué pasaría si lo hago?», pensó ella, «además trae condón». Y entonces el pulso se le aceleró y se sintió nerviosa. Y Alex al parecer sintiendo gusto por la posición, elevó las caderas y su pene estuvo a punto de adentrarse en las entrañas de Elisa.

Sintiendo aquel contacto tan íntimo, Elisa sintió aún más tentación, pero también un creciente miedo; y Elisa escuchó que el hermanito le decía: «hermana por favor déjame hacerlo». Entonces Elisa recordó el pacto y lo que significaba, se acordó de los límites. Elisa elevó su cadera, y manipuló el pene del hermanito para que quedara en posición horizontal, de tal modo Elisa se dejó sin ser penetrada por Alex. Sin embargo, Elisa sentía palpitar el pene de Alex que se alojaba a lo largo de sus mojados labios vaginales.

Elisa comenzó a menearse con cadencia errática, y volvió a besar a Alex con aquella ternura. Y Alex comenzó a tocarla en los pechos, y luego sus manitas la exploraron como nunca antes había hecho, y terminaron posadas en su culo. El hermanito le apretaba las nalgas como si fueran adictivas. Elisa aceleró los movimientos, abrió la boca y la dejó de esa manera. Una convulsión sexual obscena le sobrevino casi contra su voluntad, pues hizo todo lo que su mente pudo para evitar sentir placer de más, y así evitar que el hermanito sospechase que aquellas cosas le gustaban a ella. Mas no pudo contenerse de expresar el gusto que sentía, y si bien no gritó, aquel abrir de boca reveló la exaltación erótica que Elisa experimentaba, aunque después Elisa estuvo segura de que el hermanito no pudo interpretar aquella señal como reflejo de un orgasmo.

Y así, mientras incrementaba la velocidad del meneo, mantenía la boca abierta. El hermanito la besó entonces, él intentaba darle besitos con cariño y Elisa se conmocionó con tal acción, y al primer orgasmo secundó otro. Fundida en una locura de amor, Elisa no dejaba de moverse, y pasó poco tiempo para que Alex no resistiera más.

—Hermana, más despacio —pidió Alex—, o me va a dar algo. Pero Elisa no le hizo caso al hermanito.

—Me vengo hermanita —dijo Alex poco después—, te quiero.

Y entonces Elisa se detuvo y se quedaron abrazados varios minutos en la posición en la que estaban, en medio de la oscuridad. Elisa sentía sus propios fluidos y también el pene de Alex ya flácido. Y Elisa se separó del hermanito, ignoró los calzones en la parte trasera del carro, tomó el condón usado de Alex y lo guardó para tirarlo después cuando llegaran a casa.

Alex se hallaba ansioso, y sin duda eran buenos momentos en su vida. Pero la perspectiva de que sus padres llegaran le afligía el corazón, y no era que no deseara verlos, más bien prefería estar en clases con su hermana mayor. Además, ella siempre lo cuidaba mejor que nadie. Ahora con el regreso de sus padres, las clases corrían colosales peligros, sería más difícil practicarlas, había dicho Elisa. Todo parecía augurar que se acercaban tiempos oscuros y de grandes dolores.

Bajo esa perspectiva tenebrosa, Alex decidió disfrutar de los últimos momentos con su hermana al máximo. Esa había sido la fuerza de la enorme valentía que demostró al tocarla en las piernas mientras ella conducía, ese fue el motivo por el que tocó la vagina de su hermana mayor de manera tan rastrera; y le costó demasiado, pero finalmente se atrevió. ¿Eso estaba bien?, se habría preguntado Alex mucho tiempo atrás, cuando temía incluso masturbarse pensando en la hermana mayor, y cuando incluso lo hacía como aberrante venganza por la distancia con que ella le castigaba, pero ahora ya no se lo preguntaba, sin duda había madurado.

Y tales pensamientos inquietaron a Alex, porque ello significaba que él y Elisa estaban entrando a los terrenos a los que Alex siempre se negó a cruzar en sus ensoñaciones cuando se masturbaba. Y ahora era real, tanto que superaba cualquier fantasía anterior de Alex. ¿Eso quería decir que era libre para pensar de su hermana mayor lo que él quisiese? Lo más probable era que sí, sobre todo porque nunca entraría a esos terrenos del todo, siempre se quedaría en la orilla, disfrutando de los comienzos y nunca llegando al final, lamiendo la frescura mas nunca zambulléndose en el agua. Lo mejor de su hermana mayor estaba prohibido para él, y era lo que más le dolía, nunca tendrían sexo.

Y después estaba lo de «nunca ser novios», ¿eso siquiera le importaba? No lo sabía. Pero luego apareció aquel imbécil de Ever, y Alex se enojó cuando le tocó el cuerpo a Elisa en la fiesta de María. Y se enfureció cuando llegó Ever a la casa para humillarlo, como si el hecho de que Alex olvidara su mochila lo convirtiera en un ser que dependiera de Ever, y en un retrasado.

Lo más trágico era que Ever se mantuvo horas hablando con su hermana mayor. Alex los espió por la ventaba en varias ocasiones, y se dio cuenta de como Ever miraba a su hermana, el brillo en sus ojos. En todo ese rato Alex estuvo aquejado por una irritación mental que le impedía ser feliz o pensar bien. Era claro que le enojaba el tipo, ¿pero estaba celoso de él?

A fin de cuentas, Alex creía que Ever no se encontraba la altura de Elisa, aunque existía la remota posibilidad de Ever que la conquistara. En tal escenario, Alex haría hasta lo imposible para que Elisa lo abandonara, acudiría a hechizos oscuros y a la magia más siniestra, invocaría a las hadas maliciosas que se ocultan en bosques solitarios, o llamaría a un demonio para derribar a Ever si era necesario; cuando se trataba del amor de su hermana mayor todo valía. Ya la vida era muy dura para Alex como para que un tipo viniera a poner obstáculos entre él y su hermana mayor; si alguien se la robaba, Alex no volvería a ser feliz, vomitaría odio y desayunaría venganza.

No obstante, como Elisa nunca hablaba de Ever, Alex se dijo que era imposible que le gustara. Tal pensamiento relajó a Alex y se pudo concentrar por fin en disfrutar de su hermana y su enorme belleza. La obstinación de Alex por disfrutar de Elisa fue tan grande, que esa noche, cuando la misma Elisa reconfortó a Alex hablándole de las clases, y viéndose anteriormente libre de cualquier castigo por lo que sucedido el día anterior, tanto lo que hizo con María, como la clase en aquel hotel de paso, que Alex rompió varios límites esa noche cuando fueron a comprar condones a la farmacia.

Ahí sentado, cuando llegaron a casa, Alex aprovechó mientras bajaba su hermana del auto y tomó los calzones olvidados en los asientos traseros. Intentó esconderlos en su pantalón, pero la hermana lo descubrió.

—¿Qué traes ahí? —preguntó Elisa.

Alex se puso rojo de pena y mostró los calzones hurtados.

—Los iba a poner en tu ropa sucia —mintió Alex.

Elisa frunció el ceño y dijo:

—Está bien, llévalos.

¿Acaso se salió Alex con la suya? Todo indicaba que sí, porque la hermana mostró total indiferencia ante el hecho. Entonces Alex subió a su habitación y comenzó a oler los calzones de la hermana. «Qué bonito huelen», dijo Alex en voz baja. Y en lugar de comenzar a masturbarse, pues acababa de tener una «clase» que lo había liberado temporalmente de sus pasiones, se puso a reflexionar.

«¿Será que me gusta mi hermana?», pensó Alex. Y es que él sabía que gustaba del cuerpo de su hermana, le encantaba lo que hacían juntos en las clases, amaba que ella lo tocara, y le llenaba de alegría enormemente el corazón cada vez que ella lo atendía en el día a día, pero la idea de que su propia hermana mayor le gustara más allá de todo eso, le inquietaba. Y Alex no tenía idea de como podría lidiar con ello de ser verdad. «¿Cómo puedo saber eso?», se dijo. Entonces se le ocurrió que podría preguntarle a Rodrigo, quizás él tuviera alguna idea que le resultara útil. Claramente, no le diría Alex a su amigo que se trataba de su hermana, sino que le mentiría hablándole de una chica que Rodrigo «no conocía».

Alex escondió el calzón de la hermana en un cajón, luego se tiró en su cama y le mandó mensajes a Rodrigo para abordar el asunto que comenzaba a someter la mente de Alex: ¿Cómo podía saber si le gustaba o no una mujer? ¿En especial, si se traba de una hermana?

Rodrigo respondió que estaba ocupado. Alex se afligió, pues los pensamientos en ese poco tiempo transcurrido ya le atormentaban. Y un rato después, cuando Alex miraba el techo en busca de que una respuesta surgiera de la nada, Rodrigo le hizo una invitación: «¿Qué tal si vamos mañana al cine?».

Alex fue a buscar a la hermana mayor, para pedirle permiso, y la encontró en su habitación descansando ya dentro de la cama, más no dormida.

—Hermana —dijo Alex mirando a su hermana deslizar su dedo por la pantalla del teléfono—, quería preguntarte algo.

—¿Qué pasa hermanito? —preguntó Elisa—. ¿No es muy pronto para otra clase?

—No es eso… —aclaró Alex—. Quería saber si me puedes llevar al cine con Rodrigo mañana.

—¿Mañana? —dijo Elisa—. Claro que sí, me dices la hora temprano.

—Gracias hermana —dijo Alex—. Y otra cosa…

—Dime.

—¿Me puedo dormir contigo hoy?

Anuncio importante de la autora sobre la serie:

Tras reflexionarlo, he tomado la desición de terminar la serie completa y despues publicarla, esta medida provocará que la serie esté ausente unos meses. La razón detrás: ello me permitirá publicar un capítulo cada dos semanas, o menos, es decir, ya no habrá retrasos y se podrá leer la serie de manera fluida. Y es que revisar los textos me toma mucho más que escribirlos, y por querer publicar rápido, muchas veces se pierde cierta calidad. Por otro lado, a la par estoy escribiendo otras historias. De modo que les pido, a los interesados en "La mejor hermana del mundo", seguirme en mis redes sociales ante cualquier anuncio que haga sobre la serie, o sobre cualquier cambio -siempre hay sorpresas-. De momento, adelanto que calculo tener la serie lista para los primeros dias de Enero del 2022 -espero que antes-. ¡Hasta entonces!