La mejor hermana del mundo: Capítulo I

Alex es un chico tímido, introvertido y fantasioso que carece de experiencia con el sexo femenino. Por suerte, cuenta con su hermana mayor Elisa, quien le ayudará a descubrir los secretos de las relaciones entre mujeres y hombres.

La mejor hermana del mundo

Capítulo I

Nota de la autora: Este relato fue publicado con anterioridad en esta plataforma, y es publicado de nueva cuenta tras haber cogerrido cuestiones de formato.

El camino no era demasiado largo, el sol de verano era abrasador. Alex caminaba hacia su casa después de un extenso día, se cumplía hoy un mes desde que había comenzado la escuela preparatoria. Pensaba ilusionado en todas las cosas que ahora la vida le presentaba: nuevos amigos, un ambiente muy distinto al de la secundaria, y por supuesto, chicas lindas y diferentes. Pero ninguna chica era como Melissa. Quizás el tema de Melissa, era el que más le arrebataba la fuerza de su mente. En lugar de concentrarse en los estudios, pensaba todos los días en los diferentes aspectos de su hermosa compañera.

Sabía de antemano que ella no tenía novio, Alex se sentaba a lado de ella, o más bien, ella se sentaba a un lado de él, pues Alex había encontrado que en el segundo día de clases, ella apareció allí a primera hora; desde entonces habían cruzado una que otra palabra y sabían cosas bastante básicas el uno del otro. Alex no se atrevía a declarar ni siquiera en sus pensamientos, que Melissa fuera su amiga, en la profundidad de sus románticas cavilaciones, la nombraba humildemente como su compañera, sin perder la esperanza de que, ese título, fuera una cuestión de carácter provisional.

De camino a casa, dando un paso tras otro, no pensaba en lo que ella era para él. Su imaginación en cambio, se bifurcaba por terrenos muchísimo más morbosos. El chico se recreaba con lujo de detalle, en como los desarrollados pechos de Melissa bamboleaban cuando ella se movía de un lado a otro, como cuando se levantaba del mesabanco y los senos le rebotaban sin que la chica buscara el efecto, o en las torneadas piernas que exhibía debajo de la falda escolar que se subía a propósito para que le quedara considerablemente más cortita.

Ni siquiera el castigo de la intensidad solar, que ya lo hacía transpirar y crearle amplias manchas de sudor alrededor de las axilas, o el hambre cada vez más creciente, le incitaban a detener el deleite que le provocaban sus ensoñaciones. Pronto tendría que detenerse sin embargo, la casa ya estaba cerca y su hermana le llenaría el oído de preguntas sobre su día escolar, las actividades que él haría en la tarde o lo que se le antojaba para merendar.

Cuando al fin llegó a casa, el olor a carne guisada le invadió no solo el olfato, sino la mente por completo. En realidad, su hermana Elisa le cocinaba un bistec asado justo como a él le gustaba. Alex lanzó su mochila sobre el sillón de la sala y se acercó a la barra de la cocina a esperar a que su hermana le sirviera la comida.

—Va a tardar un poco más —anunció Elisa girando levemente el torso para ver a su hermano menor.

—Me muero de hambre —dijo Alex echándose sobre la barra como si fuera un perro viejo y cansado.

—En cinco minutos más estará lista.

—Bueno, voy a jugar mientras —resopló Alex al momento que se levantaba para encender la consola de videojuegos ubicada la sala que compartía el largo espacio con la cocina.

Varios minutos después, Elisa se fue a sentar en la sala junto con su hermano. Se compadecía de él siempre que lo veía cansado como hoy. El pobre no recibía la atención de los padres. Sus progenitores, eran personas extrañas a los ojos de los demás, ellos no comían carne pero eso no quería decir que se lo impusieran a sus dos hijos. Por tanto, Elisa que amaba la carne y los vegetales por igual, la cocinaba siempre que su hermanito tenía el antojo. Los horarios y los tiempos en esa casa, se suscitaban de manera casi perfecta, ya fuera por una planeación exacta de los miembros de la familia, o por azares del destino, se podía entrever esto cuando, a la hora de la comida, cuando generalmente Alex llegaba, Elisa le hacía de comer mientras los padres estaban en el trabajo. No obstante, Elisa no siempre estaba en casa cuando su hermano llegaba de la escuela, en esos días, el chico se las tenía que arreglar consiguiendo lo que pudiera de la alacena o el refrigerador, lo que representaba material vegano por completo. Sus padres a pesar de no imponer su forma de alimentación, no alentaban el consumo de productos animales. Guardaban en sus corazones pues, que sus hijos llegaran a las mismas conclusiones a las que ellos llegaron un día, todo por medio del ejemplo, el conocimiento, la reflexión y la meditación.

Los hijos no le daban mucha importancia al veganismo, sobre todo Alex. Entendía que sus padres eran personas inusuales, y esto llegó a su consciencia cuando visitaba las casas de sus amigos y observaba gente con más cosas en común entre ellos, que incluso él con sus padres. A veces sentía que pertenecía a otra familia, a otro tiempo o a una dimensión diferente de la existencia.

Para Elisa el veganismo era una idea satisfactoria cuando se sentía gorda. Era una chica que estaba eternamente preocupada por su apariencia. Su belleza pues, no venía de a gratis. Su rostro inmaculado y agraciado por la genética, era su único regalo. La amplitud de su cuerpo, en cambio, tendía a engrosar cuando consumía demasiadas calorías en la hogareña abundancia de los inviernos. Este pedazo de carne deliciosa, representaría un sacrificio de voluntad y gasto de energía más tarde en el gimnasio.

—Aquí esta tu plato —dijo Elisa con media sonrisa en el rostro a su hermano.

—Gracias.

Dejando el mando de la videoconsola a su lado, Alex devoró enérgicamente todo lo que le habían servido. Cuando terminó de comer siguió jugando mirando la pantalla del televisor con un semblante distraído y triste. Elisa también había terminado sus alimentos, aunque la mitad de su hambre la había asesinado a base de ensalada, pues el mezquino trozo de carne que se sirvió para sí, no era suficiente; se volvió a sentar junto a su hermano que jugaba. Ella más que pensativa, estaba observadora. Y logró notar la tribulación en la cara de su hermanito pequeño. «¿Qué le sucederá?», se preguntó en la hondura de su mente. Se lo tendría que preguntar ella misma, él, no solía ser de los chicos que son demasiado comunicativos, de los que se emocionan por todo y lo expresan abiertamente, o de los que andan contando chistes y haciendo piruetas extravagantes; Alex era de los que se mantenían en silencio, de los que no soltaban palabra a menos que los presionaras o los hicieras sentir demasiado cómodos y confiados como para sentirse atrevidos por algún instante. Además, nadie más podría ayudarlo, sus padres estaban siempre ausentes y le daban más importancia a la escritura de sus libros y a la práctica de su espiritualidad. Ellos, los hijos, estaban en segundo plano, y ella, Elisa, tendría que ser la protectora de su hermano menor por voluntad propia en esta clase de situaciones o nadie más lo sería.

—¿Te pasa algo Alex? —preguntó Elisa.

—No… —respondió dubitativo el chico, con la cautela de quien no quiere decir una imprudencia.

—Te noto raro y triste —reveló la hermana mientras le tocaba el hombro con una de sus manos.

—No es nada —dijo secamente Alex.

—¿Cómo que nada? Para traer esa cara, debió de pasarte algo malo. Dime la verdad.

—Pues… —alcanzó tan solo a decir Alex, porque el teléfono de su hermana mayor comenzó a sonar con estridencia.

Parecía que, alguna cosa de la universidad robó la atención de su hermana, porque Elisa hablaba de «entregar un trabajo» y cosas que a Alex no le interesaban para nada. Elisa volvió, y encontró a su hermano con la cabeza gacha y el porte aún más entristecido que cuando iniciaron la conversación. Volvió a insistir a su hermano para que le contara todo. Entonces Alex le explicó todo lo que le sucedía con Melissa, de como ella le gustaba con tanta fuerza, de como no podía dejar de pensarla y no miraba de hacer que Melissa saliera con él. Se sentía alguien incapaz, sin poder de convencimiento ante su amada, sin valor para pedirle lo que él deseaba.

Elisa no hizo del todo mal en aconsejarle que se atreviera a pedirle que saliera con él, en hablarle más seguido e intentar al menos ser un amigo para ella, pues la amistad no tiene desperdicio jamás. A veces, la amistad vale más que un noviazgo, sobre todo en la preparatoria, en esa etapa en que las situaciones amorosas no deberían tomarse demasiado enserio. A fin de cuentas, un noviazgo no pudiera durar tanto como para que se llegaran a casar o formar una familia, sería absurdo. El chico se sintió un poco triste por las cosas que le decía su hermana mayor, pero entendía que ella no le decía esas palabras para afectarlo, ella lo amaba.

—Pero nada de lo que me dices hará que deje de gustarme Melissa —dijo Alex con cierta pesadumbre en la voz.

—Entiendo. Pues lo mismo que te dije al principio. Hazte su amigo y luego ya la invitas a salir. No sirve de nada que te guste y tu no a ella. Es cosa de dos. Algo mutuo. Conózcanse y si ya no le gustas, a conocer a la siguiente chica. De igual forma, habrías ganado una buena amiga. En el futuro, ella podría presentarte a sus amigas —explicó de manera elocuente la hermana mayor. Alex se quedó en silencio, como si estuviese meditando profundamente las palabras de Elisa.

Tras aquellas palabras, Elisa dio un gran abrazo a su hermanito. Lo rodeó con sus brazos, y sus pechos, bastante grandes para una chica delgada, se encajaron entre el brazo derecho de Alex. El abrazo se prolongó, y ella lo atrajo hacia sí. Entonces la cabeza del chico, quedó atrapada entre los senos de su hermana que lo acurrucaba como si fuese un bebito. Pasaron varios minutos de esa manera, Elisa abrazando a su hermano, y su hermano dejándose abrazar. Alex como por inercia puso la nariz entre el canalillo que se formaba entre los grandes pechos de su hermana, y observó que Elisa parecía no darse cuenta. Alex sintió entonces algo raro, en su entrepierna algo se despertaba. No quería que por nada del mundo su hermana se enterase de aquello. Las cosquillas que empezaba a sentir en el endurecido pene debían ser ocultadas a toda costa. Entonces decidió hablar.

—Me voy a quedar jugando un rato más.

—Bueno, yo tengo que ponerme a terminar una tarea para irme al gym —aseguró Elisa, entendiendo que el abrazo había ya tenido una duración más que suficiente.

Elisa se levantó del sillón y fue a realizar sus deberes para la facultad de psicología.

Alex se quedó solo en la sala. Fue al baño y se encerró. Salió varios minutos después, cuando ciertos demonios fueron mutilados a base de jalones en su caprichudo pene. «No está bien pensar en mi hermana, no está bien pensar en mi hermana, no está bien pensar en mi hermana», se repetía cada vez que le pasaba una de estas involuntarias erecciones provocadas por su bella hermana, o cuando no podía dejar de verle los pechos de reojo. Con Melissa también le sucedían erecciones, pero le sucedían cuando pensaba en ella voluntariamente, no en medio del puto salón de clases. «Bueno, una vez sí me pasó, pero solo una vez», se dijo recordando aquella vez en que no dejaba de verle los muslos a su vecina de mesabanco. En cambio, en su hermana no pensaba casi nunca. Más bien, era ella que se le echaba encima frotándole los senos, o a veces, Elisa se vestía con poca ropa y el no podía evitar mirar a su hermana, porque no era un ciego, y no era de palo. En otras ocasiones, Elisa no estaba vestida de manera provocativa como tal, sino que ella era sexy con cualquier indumentaria que se pusiera encima. Era suficiente ver un par de veces el respingado trasero de su hermana cuando cocinaba de espaldas a él para tener una de esas potentes reacciones automáticas. Alex quería respetarla, y se contenía por que en realidad solo se masturbaba deliberadamente pensando en Melissa, el amor de su vida. Así, en el baño, en ese momento después de los consejos que le otorgó su hermana, desquitó sus ganas dirigiendo sus pensamientos hacia los pechos de Melissa, imaginándose que aquel contacto con su brazo y su rostro, no era el de su hermana, sino el de su compañera.

Horas más tarde, mientras estaba recostado en su cama, Alex se prometió reunir el valor suficiente para invitar a Melissa a salir a alguna parte que se le ocurriera. Además, cobijado por la oscuridad de su habitación y la intimidad de sus pensamientos, se hizo la promesa de intentar vencer esas reacciones incontrolables que le ocurrían cuando Elisa se le encaramaba, cuando lo abraza con ese cariño tan magnifico, o cuando se ponía sus minifaldas y era imposible voltear a verle el culo. No sabía que tenía que hacer para salir victorioso en tal promesa, pero por lo menos lucharía contra ese peculiar inconveniente que le dificultaba la convivencia con su adorada hermana. Lo último que él deseaba, era que Elisa se alejara de él si un día descubría una de sus erecciones después de que le dio tantos cuidados y tantos abrazos.

Con esos pensamientos revueltos en su cabeza, poco a poco el mundo se fue desvaneciendo. Una paz increíble lo fue envolviendo junto con una oscuridad benévola que le daba un gran descanso. Se durmió al fin, ahora los sueños que vivía eran sobre su compañera Melissa. Se besaban y eran muy felices. Su hermana Elisa también estaba presente en ese sueño, pero nunca recordó suficiente de lo que sucedió en tal viaje onírico.