La mejor foto

Un fotógrafo pervertido, obligando a un joven heterosexual a servirle de modelo y algunas cosas mas.

LA MEJOR FOTO

En qué le puedo servir? – preguntó el dependiente de forma muy amable.

Si yo te dijera, pensé inmediatamente, si yo te dijera. Me fijé en su mandíbula cuadrada, tan perfectamente cincelada que parecía la de una escultura del renacimiento. El cuello, ancho y grácil a la vez, sostenía una cabeza hermosamente proporcionada. Los rizos castaños, sostenidos medianamente en su sitio por esos geles ultrafijadores que venden hoy día. Los ojos color miel inteligentes y vivaces detrás de unas gafas que lejos de opacar parecían resaltar sus bellas y masculinas facciones. El resto me lo ocultaba un severo traje azul marino y una corbata gris completamente inapropiada para semejante escultura de belleza masculina.

Quiero un filtro X200 y líquido para revelar en blanco y negro – le dije sin delatar ninguno de mis pensamientos.

Para qué cámara, señor? – preguntó el adonis con profunda voz educada.

Perdón – me disculpé, porque después de todo uno comete algunos errores de vez en cuando – una Cannon 7000.

Excelente cámara – contestó con una sonrisa de sorprendentes y bien alineados dientes, por no hablar del mas jugoso par de labios que hubiera visto en mucho tiempo.

Se dio la vuelta y comenzó a examinar el enorme y surtido anaquel que estaba detrás de él, lo que me permitió tomar nota de su altura, lo ancho de sus espaldas, y, a fuerza de una poderosa e intuitiva imaginación, adivinar bajo el feo saco azul una cintura esbelta y unas hermosas nalgas haciendo juego. Claro que no las vi como me hubiera gustado, y una punzada de deseo me hizo temblar al instante, lo que terminó asustándome incluso a mí mismo.

Aquí tiene – dijo aquel perfecto espécimen y remató con otra de esas sonrisas avasalladoras, lo que casi me causa un nuevo ataque de ansiedad.

Le di las gracias, pagué la cantidad que adeudaba y salí de la tienda con una nueva misión en la vida: capturar para la posteridad la perfecta hermosura de aquel hombre, costara lo que costara.

Como todo proyecto, se requería algo de trabajo previo y mucha planificación. Comencé por buscar un puesto de observación discreto y cercano desde donde comencé a hacer mis primeras anotaciones. Horario de entrada, salida y descanso, lugares frecuentados para comer, clientes asiduos y para mi desasosiego, identidad de la novia actual, una chica rubia preciosa, tuve que admitir. Tomé nota de los días que iba a la lavandería y al gimnasio, y por supuesto lo seguí para averiguar dónde vivía y con quién, alegrándome al comprobar que habitaba solo en un viejo y barato apartamento cercano a su trabajo, y que la única visita eventual era la de su novia.

En este largo y detallado estudio tomé muchas fotografías con mi teleobjetivo a distancia. En todas y cada una de ellas se podía apreciar la radiante cualidad de su hermosura. Más de una vez tuve que contenerme para no explotar de felicidad y anticipación, pero la espera tiene sus recompensas y llegó el día en que me sentí listo para dar el siguiente paso: la captura.

Cuando las cosas se planifican con el debido detalle y se ejecutan conforme a lo planeado no tienen porque fallar. Me tomé un pequeño descanso antes de tener el primer enfrentamiento. Una copa de vino blanco acompañado de queso y aceitunas negras, mi sillón favorito frente a la gran ventana de mi estudio y finalmente una pipa con mi tabaco preferido.

El momento había llegado. Hora de buscar a Angel, el muchacho de la tienda de fotografía. Un nombre perfecto para alguien tan perfecto como él.

En qué le puedo servir, caballero? – preguntó tan amable como siempre.

Le entregué el paquete de fotografías y sonrió justo hasta el momento en que desempacó su contenido. Entonces palideció visiblemente, y debo reconocer, que a pesar de eso su rostro no perdió ni un ápice de su hermosura.

Qué es esto? – pudo articular finalmente, los ojos desorbitados, viéndome por primera vez como el verdadero monstruo que indudablemente soy.

Eso – dije con perfecto y sereno aplomo – es tu querida novia, lo cual no necesita ningún tipo de explicación, me supongo.

Pero….esta muerta? – preguntó asustado.

Por supuesto que no – le aclaré inmediatamente. – Está dormida, profundamente dormida.

Pero que le ha pasado? – me cuestionó alarmado – cómo llegaron estas fotos a sus manos? – el tono de voz se elevaba cada vez más – dónde está?, tengo que ayudarla! – terminó en tono casi histérico.

Por fin llegábamos al punto que me interesaba.

Escúchame bien, Angel – y al escuchar su nombre y percatarse de que yo, un perfecto desconocido lo sabía, algo de comprensión se abrió paso en su confundida mente.

Quién es usted? – fue su siguiente pregunta.

Eso no importa – dije endureciendo la voz. – Preséntate en esta dirección cuando termines tu trabajo. Ni antes, ni después. Ve solo. No llames a la policía ni te comuniques con nadie. Se discreto – dejé que mis palabras hicieran efecto – y si haces todo esto nada le sucederá a tu novia. De lo contrario, jamás la verás despertar.

Me fui a mi casa y esperé pacientemente. Preparé todo, el estudio, las luces, las cámaras y demás utensilios necesarios. A la hora indicada, Angel llegó, y con él, mi ansiado y merecido momento de diversión.

Pasa – le invité.

Se veía hermosamente preocupado. Una arruga se abría paso en su frente, haciéndole ver algo mayor de los 27 años que tenía. Hizo el intento de preguntarme algo, amenazarme tal vez, pero le recordé rápidamente que si algo me sucedía jamás encontraría a su novia, y sin duda alguna moriría esperando su ayuda.

Vi en sus ojos que finalmente se rendía. En ese momento fue mío, finalmente mío.

Qué es lo que quiere? – preguntó con voz apagada.

Que cooperes conmigo – le dije simplemente – así de sencillo. Será cuestión de un par de horas y luego te irás tranquilamente y seguirás con tu vida.

No se si me creyó, pero entendió que debía seguirme el juego, que no tenía opción. Le ordené que me siguiera y dócil, me acompañó a la parte trasera de mi casa, donde tengo montado mi estudio, mi reino, el lugar donde soy amo y señor de todo lo bello.

Encendí los potentes reflectores, inundando de blanca luz hasta el último rincón. Una luz que haría los debidos honores al excelente espécimen humano que esta vez había conseguido.

Allí – le indiqué – bajo las luces, ponte allí. – Angel se acomodó donde le indiqué. Tomé las primeras impresiones, sin poses ni indicaciones. El animal en bruto, sin pulir, bello en la absoluta ignorancia de su belleza.

Qué quiere de mí? – volvió a preguntar.

Ya te dije – repetí - sólo coopera y todo terminará antes de lo que imaginas.

Asintió, sopesando la importancia de mis palabras, tomando la decisión de obedecer mis indicaciones, de seguirme el juego, de mantener al loco tranquilo. Pude leerlo todo en sus facciones aniñadamente masculinas y comencé a disfrutarlo.

Desnúdate – le indiqué.

De inmediato su espalda se tensó. Su gesto se volvió adusto mientras la duda nublaba de nuevo su mirada. El debate entre su conciencia y su conveniencia duró muy poco y comenzó quitándose el saco y aflojando su corbata. Desabotonó su camisa mientras yo contenía prácticamente el aliento. Su pecho era alabastro puro, coronado con rosadas y redondas tetillas. Siguieron los pantalones, que revelaron un par de torneadas y fuertes piernas, apenas cubiertas por un suave vello dorado. Los interiores eran de color azul pálido y se aferró a ellos como el náufrago a la tabla después del desastre.

También esos – le indiqué, y en un arrebato de decisión se despojó de ellos.

El resultado, un embarazoso momento para él, totalmente desnudo frente a otro hombre completamente vestido, y por si fuera poco, bajo aquellas potentes luces que nada ocultaban a la vista. Para mí en cambio, un momento gloriosamente esperado. Su pene colgaba suave bajo una maraña de ensortijados rizos castaños, tan parecidos a los de su cabeza, descansando sobre un par de redondos y grandes huevos. No pude evitar pensar en el David de Miguel Angel, con el mismo cuerpo perfecto, aunque la escultura, según los convencionalismos de la época tenía los huevos mucho más pequeños y discretos. En cambio los huevotes de Angel, mi Angel, eran un monumento a la masculinidad, un tributo a los buenos sementales, un símbolo de hombría que admiré profundamente y al cual me dispuse a sacarle todas las fotos que me vinieran en gana.

La primera reacción de mi Angel desnudo al verme tomar la cámara nuevamente fue cubrir sus genitales con las manos, pero le indiqué claramente que no lo hiciera. Las retiró entonces, no sin cierto embarazo, y reanudé mi delicioso trabajo.

De perfil, de frente, de cerca y de lejos, comencé a hacerle indicaciones.

Voltéate – le decía – abre las piernas, deja que tus huevos asomen entre ellas – y él obedecía – tómalos en tus manos, así, exacto – yo giraba sobre él, disparando el obturador mil veces – apriétalos un poco, vamos, con mas fuerza – y Angel obedecía.

Tras la serie dedicada a los huevos, una debilidad de mi parte, comencé la de su rostro. Un poema de belleza y perfección. Angel cooperó y se relajó visiblemente. Seguí con su pecho, sus perfectos pezones, su espalda, fina y fuerte, estirada, arqueada, ahora doblada, y Angel descubrió que después de todo era fácil posar. Las piernas merecieron casi media hora de tomas, y dejé lo mejor para el final.

Ahora quiero nalgas – le informé, y noté que se tensaba nuevamente. – Vamos, ponte de espaldas.

A pesar de su reticencia inicial, me obedeció y comencé con aquella serie, una de mis favoritas. Sus glúteos, una perfecta obra maestra debían ser captados desde todos los ángulos posibles. De pie, sentado, boca abajo, piernas cerradas, piernas abiertas, nalgas apretadas, nalgas separadas, una pierna arriba, apretar, aflojar, el tiempo volaba y la noche caía, y yo, cada vez mas excitado con mi trabajo me volvía exigente y demandante.

No te muevas, endereza el trasero, extiende las piernas – le exigía – no aflojes el cuerpo, vamos.

El resultado de todo aquello, que imperceptible pero irremediablemente Angel comenzó a excitarse. Tal vez por ser el centro de atracción, o por el cálido ambiente del estudio, o tal vez por el simple y puro placer de mostrar su cuerpo desnudo, pero noté que su pene, hasta entonces dormido comenzaba a despertar.

Ahora quiero que abras bien las piernas – le dije – y me dejes fotografiar tu pene.

Angel me miró en silencio y adoptó la pose que le pedía. La cabeza de su miembro se notaba más grande, mas sonrosada. La sangre comenzaba a llegar a esa parte de su cuerpo, y la pasión comenzó a atormentarme. Nada bueno en mí.

Vamos – le dije – termina de enderezar esa verga – le dije.

Mis palabras, algo duras le tomaron por sorpresa, pero obedeció, agarrándose el pene, sacudiéndolo para obtener una erección. Fotografié todo el proceso, hasta que su pene, de aproximadamente 17 centímetros alcanzó una gloriosa erección.

Sacúdetela – le indicaba – menéatela mas fuerte.

Tal vez los nervios, el cansancio, la tensión, perdió la erección apenas un minuto después.

Maldita sea! – le increpé – no es posible que no puedas mantener una erección.

Normalmente no me sucede – casi se disculpó – al menos no con una chica.

El comentario me llenó de enojo y lo fulminé con la mirada. La ira no es buena, y mucho menos para la clase de trabajo que pretendía lograr con él, pero a veces las cosas se me salen de control.

Eso lo vamos a arreglar – dije de forma violenta, arrojando la cámara y buscando el maletín negro que hasta ese momento había estado cerrado en un rincón del estudio.

Angel me miró, con cierto temor, pero no comentó nada.

En cuatro patas – le ordené secamente, y el joven, con algo de recelo obedeció, mirando sobre su hombro, atento a lo que yo hacía.

No me hará daño, verdad? – preguntó preocupado.

Jamás lastimaría una obra de arte - le expliqué.

No entiendo – dijo mirándome sacar un frasco de aceite.

Yo si – dije vaciando el aceite en mis manos.

Su trasero, blanco y perfecto estaba frente a mí, desplegado como un mapamundi de la felicidad. Los globos de sus nalgas, círculos bellos y sensuales, separados por una raja fina y ligeramente velluda, encerrando en medio el ojo de su culo, aun cerrado y medio oculto a mi mirada.

Comencé a acariciar sus glúteos con la mano. Angel respingó, alejándose de mi contacto.

Ella despertará sola y seguramente asustada – dije quedamente.

Angel retomó la posición y ya no se movió. Le llené el trasero con aceite, haciendo brillar su pálida piel, que se volvió sonrosada. Con paciencia, comencé a abrir sus preciosas nalgas, develando lentamente el secreto que escondían. Su ano, sonrosado y apretado no se me pudo ocultar mas. Rodeado de arremolinado vello, el agujero de su culo, seguramente jamás hollado por mirada alguna se me antojó decididamente deseable. Comencé a bordearlo lentamente, demorándome en sus pliegues y rincones, con lo que Angel, muy a su pesar, comenzó a gemir quedamente. Recostó la frente en el piso, elevando las nalgas, relajando finalmente la espalda, separando un poco más los muslos, y el acceso se me franqueó finalmente.

Hasta cuando? – preguntó en un susurro apenas audible – cuando terminará esto?.

Su verga despertó casi mágicamente. Ni él mismo se dio cuenta cuando empezó a suceder. El tronco se puso rígido, el glande hinchado, sus huevos pesados y calientes, mientras yo seguía acariciando el agujero de su culo, cada vez más receptivo a mis caricias.

No te muevas – le indiqué. Tomé la cámara nuevamente y empecé a disparar sobre el húmedo objetivo. Angel respiraba agitado, decididamente excitado. Un primer plano de su ano, abierto y lubricado me hizo estremecer de emoción, y continué tomando fotos de su precioso agujero.

Después volví a acercarme, y presintiéndolo, Angel abrió las piernas un poco más. La invitación, aunque silenciosa, era innegable. Esta vez me mostré más temerario, y luego de acariciar su esfínter comencé a penetrarlo con la punta del dedo índice. Angel gimió, y yo con él. La sensación de penetrar en su cálido interior fue más de lo que ambos podíamos manejar. Mi dedo siguió entrando, lenta pero inexorablemente, hasta llegar al nudillo, y tampoco allí quise detenerme, continuando hasta que mi dedo completo desapareció en su interior.

Seguí trabajando su culito con lentitud exasperante. Intenté con dos dedos, y desaparecieron por su agujerito con excesiva facilidad. Angel estaba caliente y bien lubricado. Sus gemidos no me engañaban, no eran de dolor, y ambos lo sabíamos. Tres dedos fue un espectáculo difícil de soportar, y tomé la cámara con la mano libre, para tomar una serie completa de la secuencia.

No más – pidió mi modelo, pero con nula autoridad en la voz.

Seguro que habrá más – le dije retirando los dedos, gozando de ver como su elástico esfínter se cerraba nuevamente, como una boquita pequeña y preciosa.

Saqué una de mis sorpresas del maletín, asegurándome que Angel se diera perfecta cuenta de que lo hacía.

No pensará meterme eso? – preguntó asustado viendo el dildo en mi mano.

Por supuesto que no – le contesté, y nada mas ver su cara de alivio le aclaré – lo harás tú mismo.

Se lo entregué, indicándole que se acostara boca arriba, piernas abiertas, culo bien enfocado hacia la luz, y que se lo metiera muy, muy despacio. Tras un minuto de duda, Angel comenzó con la tarea encomendada.

Desde esa posición, sus muslos ligeramente velludos destellaban a contraluz. Sus nalgas, semiabiertas guardaban la promesa de su culo en su interior, y el consolador, varita mágica, comenzó a acercarse lentamente. Acomodó primero la punta, que entró en el pequeño túnel ya resbaladizo y sin ningún esfuerzo, y el resto, con algo de paciencia, poco después. Angel soltó el aire contenido en sus pulmones.

Ya esta todo adentro? – preguntó, cómo si se negara a aceptar lo que sin duda su cuerpo ya sentía.

Completamente – le informé, sin dejar de capturar con mi cámara el breve pero intenso drama de la autopenetración.

Le indiqué que empezara a utilizar el juguete, metiéndolo y sacándolo lentamente, mientras yo continuaba disparando la cámara. Tras algunos minutos me di perfecta cuenta de que su pene continuaba muy erecto, y en su bello rostro se delataba la intensidad de sus sensaciones.

Mételo hasta el fondo – le alenté.

Angel obedecía, llenándose el culo hasta el tope, conteniendo casi la respiración, e incapaz de contenerme tomé sus tetillas y las pellizqué suavemente, logrando que gimiera de placer mientras su verga vibraba ya por cuenta propia.

Suficiente – dije tomando el dildo, retirándolo suavemente – ahora boca abajo.

Angel obedeció, mientras yo contenía el aliento al verlo en semejante pose. Sus nalgas, como pequeñas e inalcanzables montañas me llenaban de anhelos y deseos. Las acaricié brevemente, sin que él opusiera ya el menor reparo. Se estaba acostumbrando a mi cercanía. Saqué las bolas chinas y las engrasé debidamente.

Separa tus nalgas con las manos – le ordené.

Una a una, le introduje todas las bolas. Su culito se abría y se cerraba en el proceso, mientras Angel suspiraba contenido de vez en cuando.

Toma el cordel y jálalo muy lentamente – le dije con la cámara lista. Las fotos serían espectaculares, pensé mientras él retiraba lentamente las bolas, temblando de placer, mientras su ano se abría y se cerraba conforme las bolas iban saliendo de su cálido interior..

No puedo más – dijo al terminar de retirarlas. Su verga estaba tan dura que parecía a punto de venirse.

Un poco más – le dije – ya casi terminamos.

Me miró como un niño desvalido. El pelo revuelto, los ojos entornados, desnudo de cuerpo y de alma, aniquilado por el deseo. Los labios le temblaban, como los niños cuando hacen un esfuerzo por no llorar y no pude evitar tocarlos. El cerró los ojos y le di un beso en la boca. Apenas un roce, nada de lengua, ni nada de eso. Se estremeció como si hiciera frío, aunque su cuerpo, tan hermoso, seguía muy caliente.

No entiendo qué me pasa – dijo aun sin abrir los ojos.

Lo estas disfrutando – le contesté.

No – contestó vehemente abriendo los ojos castaños – imposible!

Tomé una de sus tetillas entre los dedos y se la retorcí suavemente. Angel tembló de nuevo, con esa mirada casi vidriosa, casi culpable, y evitó mirarme. Dejé vagar mi mano por su abdomen, tan plano y suave, por la maraña de su pubis, por su verga inflamada. Angel abrió las piernas al sentir que mi mano tomaba sus testículos, y las abrió aun más al sentir que llegaba hasta su agujero. Su cuerpo respondía por cuenta propia, y el mío, amenazaba con desbocarse.

Date vuelta – le ordené.

De nuevo, Angel se acomodó en cuatro patas, nalgas paradas, frente recostada en el piso, tan disponible que sentí cómo el deseo terminaba de apoderarse de los restos, tan pocos ya, de mi cordura.

El ruido de mi bragueta pareció alertarlo.

Eso no – pidió con la misma voz de niño, pero simplemente lo ignoré.

Mi deseo era penetrarlo simple y llanamente, pero me contuve lo suficiente como para primero probar con la boca y la lengua ese angosto rincón de su cuerpo que tanto me enloquecía. Angel gimió al sentir que le abría las nalgas con las manos y le lamía el ano. Su pequeño orificio parecía latir con el ritmo de su entrecortada respiración, y su sabor era completamente único e intoxicante.

Saciado mi apetito luego de interminables minutos, me dispuse a disfrutar del festín mayor. Su culo estaba tan lubricado que apenas fue necesario apoyar la punta de mi verga para empezar a penetrarlo. Angel, para mi total sorpresa, ni siquiera se quejó. Su grupa se alzó levemente, permitiéndome meterle el resto con un suave y decidido empujón. Era mío, no como en las fotos, pero mío.

Me demoré todo lo que mi exaltada pasión me permitió. Ni siquiera intenté cambiar de posición, porque así me gustaba tenerlo, controlado, sin permitirle mayores movimientos que los que mi cadera contra su cuerpo imprimía, asido por la cintura, con su bello rostro enterrado bajo los brazos, dándome la espalda, dándome las nalgas, dejándome gozar con su cuerpo y su sumisa rendición.

Mi orgasmo llegó en oleadas suaves y cada vez más apremiantes, por lo que empujé con fuerza, metiéndole toda la verga hasta el fondo, rellenándole el culo completamente, haciendo que Angel gritara junto conmigo, que estallara como yo, que perdiera su equilibrada y precaria calma, que aullara como el animal espoleado en que lo había convertido, y se vino, tan abundantemente como yo, dejando en el piso un goteante rastro de semen que no le permitiría negar lo sucedido.

Cuando le retiré la verga, Angel aun jadeaba en cuatro patas. Evitaba mirarme, y sus ojos no cruzaron los míos en ningún momento, ni siquiera mientras se vestía y yo recogía mi preciado equipo.

Dónde la tiene? – preguntó una vez vestido, con la dignidad medianamente recuperada.

Si te refieres a tu novia – le contesté fríamente – está perfectamente a salvo.

No entiendo – confesó confundido.

Las fotos que te mostré son un montaje, algo en lo que soy bastante bueno – completé complacido.

Su rostro mostró todas las gamas posibles, desde la incertidumbre hasta el odio, por lo que consideré necesario hacerle algunas aclaraciones.

Lo que no es un fotomontaje son todas las fotos que te tomé a ti durante tu agradable sesión en mi estudio – le advertí – y créeme que hay muchos sitios interesados en este tipo de trabajos, tanto con coleccionistas privados como en el internet.

La velada amenaza surtió el efecto deseado. Angel buscó la puerta y salió sin despedirse, lo que tampoco pude considerar una grosería. Entonces pude relajarme. Una botella de vino blanco perfectamente helada y varios rollos por revelar consumieron el resto de la noche. Sobra decir el innegable placer, tanto estético como sexual, que encontré en el delicado proceso químico de convertir aquellos rollos en una secuencia memorable de momentos únicos e irrepetibles. Tuve que masturbarme al terminar, como humilde homenaje al bello modelo.

Pensé que no lo volvería a ver, salvo en las fotografías, claro está, pero me equivoqué. Una semana después lo encontré frente a mi puerta.

Puedo pasar? – preguntó simplemente.

Algo en sus bellos ojos, en el gesto humilde de su mentón me hizo considerar su petición, y lo invité a pasar.

Lo que hizo – dijo sentándose muy rígido en la sala – estuvo muy mal.

Serví un par de copas de brandy.

El bien y el mal – le dije acercándole una copa – son tan elásticos como tu culo, mi querido muchacho, y eso – me senté a su lado, palmeándole el muslo, firme bajo la ajustada mezclilla – debes saberlo ahora perfectamente, no es asi?

No contestó. Apuró el brandy de un solo trago y pareció indeciso, algo perdido, como si no supiera lo que debía hacer a continuación. Finalmente tomó aire, sin mirarme.

Me gustaría volver por aquí alguna vez – dijo tímidamente.

La verga se me enderezó inmediatamente. Mi mente a mil revoluciones, imaginando todo lo que aún podía obtener de semejante modelo, pensando ya en otros escenarios, disfraces, luces y sombras, e incluso, porque no, algunos otros modelos participando, voluntaria o involuntariamente.

Estas seguro? – pregunté mientras me abría la bragueta, liberando mi verga dura, sin perder detalle de su reacción.

Angel me miraba la entrepierna con innegable deseo. Cayó de rodillas entre mis piernas separadas. Sí, parecía estar muy seguro.

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