La mejor cita con mi dentista.

Llegué por un dolor de muela, me terminó doliendo todo el cuerpo...

La mejor cita con mi dentista.

Llegué por un dolor de muela, me terminó doliendo todo el cuerpo...


Hola, espero que estés bien. Debes saber que este se trata del primer relato que hago, por lo cual agradecería todo tipo de comentarios, críticas, recomendaciones, insultos, etc., ya sea por acá o por el correo electrónico. Es una “prueba de terreno”, que busca ser el inicio del que espero sea un interesante pasatiempo.

Qué esperar en este relato (NO es la norma para próximos): sexo heterosexual, hombre algo sumiso, avance lento, mujer dentista, descripciones largas (a mi parecer).

Espero te guste y ojalá disfrutes.


Salía de la universidad cansado, me dirigí hacia la parada del autobús, había tenido clases todo el día. Estaba totalmente seguro de que en ese semestre había envejecido por lo menos dos años, sentimiento que se veía reforzado por un incómodo dolor en una de mis muelas, el cual seguramente era mi cuerpo gritando y suplicando por descanso, por tener un momento de desconexión. En ese instante lo único que me mantenía en pie era llegar a mi casa, darme una ducha y morir horas más tarde en la camilla de mi dentista, la cuál, creía yo sería mi redentora, liberándome de una vez de este insoportable dolor.

Me subí al autobús, pagué con una montaña de monedas, recibiendo una mirada de pena por parte del chófer, y me senté en mi lugar preferido. Este lugar, al fondo del vehículo, podría contar mil historias si pudiera hablar, para mi, representó años atrás el sitio perfecto para descargar mi estrés universitario en una chica de la facultad de letras, hoy y desde hace tiempo, este asiento solo recibe mi cuerpo el cual sostiene sin queja hasta su destino.

Ya sentado ahí, recibiendo el sol del atardecer en mi mejilla inflamada, recordé aquellos tiempos en los que era divertido sentarse aquí, en cómo disfrutaba de la compañía de completas desconocidas, que, como yo, solo buscaban desconectar su mente un rato.

Guíe mi mente a recordar mis tardes con aquella chica de letras, a cómo sus manos recorrían mi cuerpo con un débil disimulo y en cómo yo susurraba a su oído mi satisfacción con su actuar; además de recordar la mirada de algunos estudiantes que participaban en el calor de la escena con sólo observarnos.

Mi imaginación se sumergió en ese recuerdo, detallando la cara de mi desconocida amante y encontrando en ese momento cierto parecido con la que sería hoy mi redentora. Detuve un momento mi pensar para darme cuenta de que en realidad ambas eran, más allá del rostro, físicamente totalmente distintas, sin embargo, mi mente encontró otra similitud involuntaria: a ambas las hubiera destrozado en ese momento.

Dejé de soñar despierto cuando el autobús pasó por un hueco en la carretera y me recordó mi miseria al sacudir y golpear mi rostro contra la ventana, empeorando el dolor se mi muela. Pensé que, en esos momentos en lugar de “destrozarlas”, me hubiera encantado ser solamente el personaje secundario de una “historia” protagonizada por alguna de ellas, ya que mis energías no me eran suficientes para rendir como usualmente lo hacía.

Me vi de nuevo forzado a regresar a la conciencia de mi mortalidad cuando el vehículo paró en la calle donde se encontraba mi hogar, me levanté, le di las gracias al conductor y bajé del autobús camino a mi casa. En el tramo saqué mis llaves, y volví a tener el pensamiento del bus, ahora imaginé a mi dentista dándome el placer que tanto me hace falta, visualicé sus manos con guantes azules puestas sobre mi, dándome un buen tratamiento alternativo contra el dolor de muela.

Llegado a mi casa, entre rápidamente dejando mi mochila sobre mi escritorio. Decidí tomar algo para el dolor, no encontré nada más que un miserable paracetamol, el cual ingerí con la esperanza de recibir un mejor tratamiento más tarde. Me bañé rápido, omitiendo mi rutinario “liberador de estrés”, comiendo después, con dificultad, una galleta para calmar el sonido de mi estómago mientras me vestía con ropa limpia. Poco a poco mi día mejoraba de cierta forma, el bañarse y ponerse ropa limpia es ciertamente algo que recarga un poco mis baterías.

Me vestí un tanto distinto a lo usual, la imagen de unos guantes azules desabotonando mi camisa me animó a vestir una prenda olvidada, mi pantalón fue uno de mezclilla, siguiendo mi pequeño ritual con mis medias y zapatos, finalizando con la aplicación de mi colonia favorita. Llamé un taxi ya que faltaba menos de media hora para mi cita, este llegó rápidamente.

Me senté en el asiento de atrás, tratando de digerir el día que había tenido y recordando una vez más mi fantasía con mi dentista.

No mentiré, desde ya hace muchas limpiezas dentales fantaseo con ella, el solo hecho de sentir sus manos tibias en mi rostro es suficiente para querer dejarme llevar. Su nombre es Mónica, calculo que tendrá unos treinta y cinco años, y ciertamente se encuentra en el pico de su atractivo, recuerdo especialmente su culo cuyo tamaño se ve resaltado por ese uniforme que me pone tanto.

Rememoro, además, sus grandes pechos, los cuales estoy seguro de que coloca intencionalmente muy cerca de mí rostro, como si pidiera que me lanzará contra ellos. Sé que Mónica es una mujer casada, he podido observar su anillo dentro de sus guantes, anillo el cual personalmente deseo quitar para liberar por fin esas manos que me vuelven loco, esos dedos finos que deseo adentro mi boca, esas uñas cuidadas que se esconden bajo el nitrilo azul, las cuales quiero apretando mis testículos, observando como el rojo de sus uñas contrasta con lo blanco de mi semen.

Mi erección a través de mi pantalón era evidente, si el taxista hubiera sido una chica sin duda hubiera hecho lo posible para ser notado, y así asegurarme una “entrada” antes del “plato principal”, de todas formas, esto no era posible ya que iba llegar pronto a mi destino.

El dolor nuevamente se hacía notar, pero ahora aliviado un poco por la pastilla. Ya me encontraba en el estacionamiento de la clínica por lo que procedí a pagarle al taxista. Buscando algún billete en las bolsas de mi pantalón, noté por el retrovisor del vehículo un automóvil verde en el cual un rostro conocido parecía discutir con un hombre visiblemente demacrado, era la Dra. Mónica y ese era su esposo. Me apresuré por pagar sin quitar la vista del espejo, y salí en dirección a la recepción de la clínica donde fui recibido por la secretaria de la misma:

—Buenas tardes, colóquese alcohol en gel, por favor. ¿En qué puedo ayudarle? —mencionó la secretaria.

Esta secretaria era otra de las razones por la que me veía animado a nunca faltar a una cita de control, era una mujer muy dulce, la cual no pasaba de los veintidós años. Dicha secretaria era consciente de la belleza de su cuerpo, el cual usaba en reiteradas ocasiones para mantener un juego conmigo, a pesar de nunca haberse acercado a mi explícitamente. El levantarse a llenar con frecuencia su botella de agua caminando frente a mi, el dejar caer ocasionalmente un lapicero y agacharse para recogerlo,  o desabrochar el botón superior de su camisa eran parte del repertorio que utilizaba para que la devorara con mis ojos, todo mientras se dirigía a mi de forma totalmente profesional y no salía nunca de su papel de secretaria.

—Buenas tardes —le contesté. —Vengo a cita con la Dra. Mónica, creo que estoy apuntado en la agenda a las seis. —mencioné con seguridad.

—Claro, revisaré —dijo mientras abría la agenda. —Mónica, seis de la tarde, dolor de muela —murmulló. —Tome asiento, le indicaré cuando pueda pasar, la doctora tuvo que salir un momento, de todas formas usted es la  última cita del día —me mencionaba mientras jugaba con el botón de su ajustada camisa.

—Gracias, esperaré —le dije mientras tomaba asiento en una de esas duras e incómodas sillas de consultorio.

Me acomodé y ella quiso empezar con su juego, se levantó, tiró la poca agua de su botella en una planta, y se dirigió al dispensador. Como siempre se inclinó sobre el para brindarme una excelente vista de su culo, el cual se veía resaltado por lo ajustado de su falda, además se apreciaban sus gruesas piernas adornadas por unas medias translucidas de color negro. Ella pasó su mano por el exterior de su falda, disfrutando como mis ojos seguían el recorrido que ella marcaba. Terminó de llenar la botella, se enderezó y se sentó nuevamente en su escritorio para continuar trabajando, como si nada hubiera sucedido.

En ese momento entró a la sala mi redentora, en la cual depositaba mis esperanzas de ser librado del dolor que me impidió hoy llevar una rutina normal. Se le notaba triste, resultado esperable de la escena que se había desenvuelto en su vehículo. Su maquillaje se encontraba corrido a raíz de las lágrimas que aún se estaba secando, llevaba puesto un uniforme azul que le hacía justicia a su figura, los pantalones medianamente ajustados, así como su camisa que dejaba sobresalir lo mejor de sus más de tres décadas.

—Buenas, disculpe la tardanza, ya será atendido —dijo en un tono de voz débil, mientras ingresaba a su consultorio.

—No hay problema —mencioné.

Esperé quizá unos diez minutos más, en los cuales la secretaria intentó continuar con lo de hace rato, para lo cual yo me mostré un poco desinteresado, ya que había decidido que mis pocas energías serían puestas con empeño en la cita que me esperaba.

—Pase —escuché mencionar a una voz ahora totalmente recompuesta y con un cierto tono imperativo que me gustaba.

Me levanté, detallé su rostro al caminar hacia el consultorio. Se había quitado el maquillaje corrido de su cara, en esta, encontré un par de ojos cafés que habían cambiado radicalmente, en ellos ahora observaba cierto aire depredador. Dicho carácter de sus ojos se veía aumentado por las vitrinas en las que se encontraban protegidos, unas gafas gruesas de color negro que combinaban perfectamente con la fresca capa de labial rojo que ahora descansaba sobre sus anchos labios.

Me dejé caer rendido por el cansancio en su silla, ella se colocó a mí lado mientras preparaba el delantal (babero) que me sería colocado alrededor de mi cuello.

–Leí el motivo de su consulta, sé que usted lleva un régimen de higiene muy completo y constante —mencionaba mientras me colocaba el delantal. —Podría describirme el dolor.

—Claro, es un dolor un tanto pulsante en el lado izquierdo de mi rostro, temo que se pueda tratar de una muela —le decía mientras abría mi boca.

En ese momento sentí como sus finos dedos invadían el interior de mi boca lo cual me relajó un poco, sentimiento que se interrumpió por el dolor que ocasionó que presionara el origen exacto de mi sufrimiento, dejando escapar un quejido y un escalofrío al mismo tiempo.

—En efecto se trata de tu muela —me dijo con un tono de voz suave. —Deberé ponerte un poco de anestesia local para explorar mejor la zona, lo más probable es que se trate de una caries —mencionó mientras introducía la aguja en mi boca y en menos de treinta segundos me libraba momentáneamente de mi tormento.

Al retirar la aguja, la cual colocó sobre la mesita de utensilios, volvió a presionar mi muela para asegurarse de que la zona se encontraba dormida. Después, intentó sacar su dedo de mi boca para preparar lo que necesitaría para lo que seguramente sería una calza, sin embargo, su dedo encontró un poco de resistencia al ser atrapado por mis labios, los cuales lo envolvieron y le acompañaron en la salida de mi boca, generando así una escena un tanto sugestiva. Ella me observó quieta un instante, para después pararse de su silla mientras apoyaba su cálida mano en mi hombro y dirigirse a un mueble a buscar algunas cosas.

Naturalmente y por las características de la situación, me decidí iniciar una plática mientras ella hacía lo suyo.

—Sabe Doc.

—Llámame Mónica —me vi interrumpido.

—Mónica, últimamente me he sentido muy estresado, ¿crees que eso pueda tener algo que ver? —le mencioné mientras mis ojos se centraban en la manera en que su castaño cabello se posaba sobre su espalda baja.

—No creo que eso tenga mucho que ver, lo tuyo es una caries, lo cual me sorprende considerando tu historial en cuánto a controles, quizá te descuidaste un poco —me dijo con un tono inquisidor, que en mis interiores me hacía rogar por un castigo. —Aunque, el dolor en esa zona si puede estar relacionado al estrés, en ese caso el tratamiento sería otro —me dijo ahora con un tono distinto, pero con el mismo efecto que el anterior.

—¿Ah si, y cuál sería? —le dije.

—Pues si es por estrés, ningún medicamento te lo va a quitar, es algo que debes trabajar tu. En mi caso te compadezco, creo que pudiste observar ahora la escena del estacionamiento —me respondió de manera que la vergüenza se había vuelto apoderar de su habla.

—Si lo pude ver, pero usted puede confiar en que la entiendo, las relaciones formales pueden ser, a veces, complicadas —expresé con una intención condescendiente.

Ella me miró entendiendo el sentido de mi comentario, lo cual acompañé diciendo: —creo que no soy solo yo el que necesita trabajar su estrés —dije mientras me acomodaba en la silla.

Mónica, al escuchar lo que dije, se detuvo un instante, terminó lo que sea que estuviera preparando para hacerme mi calza, y se dirigió de nuevo a su silla.

—Tienes mucha razón, mi esposo fue un estúpido e hizo algo que no tenía que hacer, creo que es lógico que yo también necesite dejar ir algunas cosas. —me decía en tanto rodeaba mi rostro con sus manos y se mordía ligeramente su labio inferior. —te haré la calza.

Comenzó el tratamiento, el protocolo usual para tapar una caries, yo me había relajado mucho, de todas formas, no sentía nada gracias a la anestesia, casi me derretía en esa silla de dentista. Me encontraba expuesto, mis deseos por ser devorado por ella se palpaban en el ambiente, dichos deseos se vieron calmados cuando después de unos minutos sentí la ligera presión de su pecho contra el costado de mi cara.

Podía sentir el calor que irradiaba de su cuerpo, un calor que gritaba por ser liberado, una llama que debía salir en busca de su combustible para mantenerse con vida. Esta presión en mi rostro fue recibida por el disimulado acomodo de mi cabeza en la silla, frotando un poco el costado privilegiado de mi cara en sus grandes pechos. Además, para asegurarme que supiera que su actuar había sido de mi agrado acompañé a sus dedos laboriosos en mi boca con mi lengua, tratando de hacer más llevadero su trabajo.

Mi acción, en espera de respuesta, fue respondida por su mano desocupada encima de mi muslo, y por una presión más fuerte de sus jugosas tetas, probablemente ya había terminado su trabajo, de ahora en adelante era obvio que necesitaría ayuda.

—Debo probar la resistencia de tu calza, no tengo el implemento adecuado, así que espero no te moleste que use otro método —me dijo mientras se quitaba su guante azul y dejaba al descubierto su delicada mano, adornada por ese odioso anillo de bodas.

Cómo si mi pensamiento hubiera sido escuchado, introdujo sus dedos anular y medio en mi boca, para supongo, hacer presión sobre el parche y probar su dureza. Sentí un poco de dolor, expresado en un quejido sordo, quejido que fue calmado por la lenta escalada de su otra mano desde mi muslo hacia el bulto de mi pantalón.

Yo, como un buen paciente, puse de mi parte para hacer más agradable la cita, así que cuando se ánimo a retirar sus dedos (que habían sido acariciados por mi lengua un rato), yo, poniendo resistencia con la ayuda de mis dientes logré quitarle su anillo. Haciéndolo deslizar lentamente del dedo anular, cayendo este a mi cavidad bucal, para después, ser escupido de esta al suelo. Lo había logrado.

Mónica respondió introduciendo por una última vez sus dedos, ahora libres de toda atadura a mi boca, acción que fue sucedida por sentir su respiración caliente y deseosa en mi cuello. De mi parte ayude a su otra mano que se había quedado en mi pantalón, quitando mi faja y bajando mi cierre, conduciendo a esta a colocar su mano sobre la montaña evidente de mi ropa interior.

En ese instante sentí su boca en mi cuello, además sus dedos, ya cansados de mi lengua, bajaron hasta mi camisa, para empezar a ser desabotonada por las uñas rojas que tanto me gustan. Siguió succionando mi cuello con fuerza, pude observar como en el reflejo de la lámpara de metal se veía como este quedaba marcado por su labial rojo. Yo, fui más allá, y le pedí a mi redentora que me dejara el cuello marcado por la fuerza de sus besos, quería que en días posteriores a nuestro encuentro pudiera recordar la autora de las marcas que ahora esta se esmeraba en dejar.

Mis manos, un poco sin rumbo, necesitaban acción, por lo cual, con una, comencé a manosear uno de sus senos. La otra mano buscaba aumentar la presión de su cabeza en mi cuello, mientras a su vez guiaba esta hacia mí boca para poder recibir esos gruesos labios en los míos. Sentí como era ahora su lengua la que se encontraba explorando mis dientes, yo respondí de la misma manera, mostrándose ella receptiva a la fuerza de mis besos, siendo ambos, al parecer, fanáticos de hacer llegar nuestra lengua hasta la garganta de nuestro amante.

Disfrutamos la humedad de los besos, mi camisa ya se encontraba totalmente suelta, yo me veía decidido a arrancar la suya, la dentista Mónica, por su parte, agarró con fuerza mi deseoso brazo y lo apartó de su cuerpo, con la intención de pararse y darme un espectáculo visual.

Apartó la lámpara de su camino y me dejó a mi en la silla ante su imponente figura, comenzó por darse la vuelta moviendo sensualmente sus caderas mientras sus manos bajaban el pantalón, dicho movimiento hacia del descubrimiento de su culo una experiencia de otro mundo. En pocos segundos me vi enfrentado al par más rico de nalgas que jamás hubiera visto, grandes, tersas; rogando por ser nalgueadas, por ser golpeadas por el ritmo constante de mi pelvis, por ser recorridas por mi boca y manos, por ser decoradas junto a sus bragas negras por mi espeso, caliente y abundante semen. Amaba su culo.

—¿Te gusta?

—Si —dije aún aturdido por la imagen que estaba presenciando.

—¿¡Te gusta!? —me había repetido al haberse volteado y jalado con fuerza de mi cabello.

—Me encanta, Mónica, lo quiero en mi cara ya —le respondí demasiado excitado por su repentina muestra de poder, relajando todo mi cuerpo para facilitar su uso por parte de mi dentista.

—Tendrás que esperar para eso —susurro a mi oreja para después ser arrojado del cabello a la silla, besándome de nuevo, mordiendo mis labios.

Mónica en actitud depredadora, y deseosa por usar lo que mi entrepierna escondía, se agachó rápidamente y terminó de quitarme el pantalón completamente. Seguidamente, sus manos se vieron escalando mis piernas para atacar ahora mi bóxer, arrancó este con el mismo deseo con el que me despojó del resto de mi ropa, descubriendo mi duro y grueso pene. Observó mi miembro, palpitando gracias a ella, recto, ancho y demasiado duro, hacia abajo se encontraban mis testículos, igualmente grandes y llenos de mucha “leche”; esperando, todo mi sexo, ser atendido por su boca, o por sus manos.

Mis deseos fueron percibidos, ya que me vi recompensado por el roce de sus labios en mi glande, así como el sólido agarre de una de sus manos en el tronco de mi pene, su otra mano se había encargado de terminar de quitarse su camisa y de despojarse de su brasier, tenía las tetas al aire, las cuales apretaba con fuerza con aquella mano.

En cuanto a sus senos, eran mucho más grandes de lo que esperaba, muy redondos y firmes a la vista, uno se encontraba un poco más arriba que otro, dicha asimetría añadía belleza a la escena que estábamos desarrollando. La forma de sus pechos era perfecta para posar mi pene entre ellos, los cuales seguramente harían una increíble presión sobre él; definitivamente otro lugar en el que me encantaría acabar. Mientras detallaba sus senos mi vista se posó sobre sus pezones, oscuros, duros y rodeados de unas grandes areolas que invitaba a posar mi boca sobre ellos y succionarlos con fuerza, acompañando mi succión con ligeras mordidas ocasionales.

Mientras disfrutaba de mi vista, y ella apretaba con fuerza sus senos, pellizcando a veces sus pezones con sus dedos, sentí su lengua posarse en la base de mi pene, la cual subió lentamente, mojando así toda su longitud. Al llegar a la base del glande, lo rodeó con la punta de su lengua, para subir e insertar por fin mi pene en su boca. Sabía mi rol dentro de nuestra dinámica, me había parecido excitante su respuesta violenta hace unos instantes, sin embargo el deseo de sujetarla del cabello y hacer que mi pene llegara hasta el fondo de su garganta era inevitable.

Lo hice, sujeté su cabeza e interrumpí su lento accionar sobre mi pene, sintiendo como al apretar su cabeza contra mi pubis exploraba con mi pene los adentros de su cálida boca. Mi acción se acompañó de una arcada de su parte, cosa que me inspiró a presionarla más, logrando que sus labios rozaran un poco el comienzo de mi escroto, y ella movida por mi indecente acción procedió a apretar con fuerza mis testículos, cosa que me llevó a otro plano de placer.

Pienso que los testículos suelen ser una zona polémica, lo que los lleva a no ser lo suficientemente explorados durante el sexo. De mi parte siempre animé a mis amantes a nunca dejarlos de lado, a apretarlos con ganas, y si era el caso obligarlas, a que me los comieran castigándolas si no lo hacían. En  esta ocasión, eso no era necesario, ella había entendido mi punto débil, y esto lo usó a su favor para devolverme al rol que me pertenecía esta vez, los apretó y manoseo mucho, tanto que me obligó a relajar mi cuerpo, para que así yo pudiera darle vía libre a su boca, haciendo que mi mano desistiera de presionar su cabeza contra mi.

Continuó chupando mi pene en completa libertad, lo metía de manera vigorosa a su boca, en toda la habitación se podía escuchar el sonido de su saliva, la cual correaba sobre todo mi tronco, esos sonidos se acompañaban por arcadas las cuales sucedían al ella meterlo todo hasta el fondo. Al subir por el, se lo sacaba y con sus manos hacia que mi glande golpeara su lengua que procedía inmediatamente a envolverlo todo. Además, y sabiendo la existencia de mi debilidad, succiona va y se trataba de meter ambas bolas en su boca, añadiendo a los sonidos de la habitación mi respiración profunda cada vez que su lengua recorría uno de mis testículos.

—Me encantas —me decía excitada al sacarse el pene de su boca, frase que se vio acompañada por el ligero roce de un duro pezón contra mi glande. Acción consecuencia de que se paraba para bajarse al fin sus húmedas bragas, las cuales recibí gustosamente en mi boca. En ese momento, saboree su humedad mientras de mi pene aún escurría su saliva, ella se decidió a sentarse sobre mis piernas de frente, rozando su mojada vagina contra mi duro pene encajando perfectamente la forma de este en la apertura de sus labios, haciendo que estos abrazaran toda mi longitud, siendo la penetracion algo inminente.

Me hizo escupir su calzón de mi boca para recibir sus senos, los cuales gustosamente comencé a chupar, no fui lento me los comía con mucho gusto, mis succiones eran fuertes, tenía el objetivo de dejárselos totalmente marcados, así como ella marcó mi cuello. Mi boca se vio animaba, además por la presión que sus manos alrededor de mi cabeza ejercían para que yo los devorara, momento que disfrutamos mucho ya que mientras me comía sus grandes y jugosas tetas, Mónica movía sus caderas para rozar nuestras partes, yo sentía como su cálida vulva se encontraba con mi pene y cómo la lubricación de su zona únicamente iba en aumento. La humedad aumentaba con cada succión de mi boca, boca que se ayudaba de mis manos en su culo para hacer sentir a ella la mujer más deseada del universo, manoseaba su culo con ganas. Ocasionalmente daba una nalgada para que ella presionara con más fuerza sus tetas contra mi rostro.

—Que rica estás —le dije.

—¿Qué más? —respondió.

—Eres mi fantasía, mi sueño hecho realidad, no tienes idea como te tengo ganas —le decía mientras le comía los senos.

—Tu eres el mejor paciente que he tenido —susurró —la próxima cita que tengas me aseguraré de ser yo la mejor dentista del mundo —me dijo con un tono delicado en su voz. Yo le respondí con una nalgada muy fuerte, haciéndole saber lo que podría esperar de mi en próximos encuentros.

—La cachetada me la ahorraré —mencioné después de haber hecho cambiar su culo de color.

—Yo no —dijo a mi oído cuando recibí una, recordándome mi posición actual, aumentando ella, además, la presión que hacía sobre mi pene.

—¿Quieres que me lo meta? —gritó viéndome a los ojos.

—Si —dije, recibiendo otra cachetada.

—¿Si qué? —me gritó.

—Si, Mónica — recibí otra cachetada acompañada del agarre de sus uñas en mi cuello, estaba sometido.

—¿Por…? —me miraba con sus ojos marrones hechos fuego.

—Si, Mónica, por favor, lo quiero dentro de ti —grité casi humillado, pero con la erección más fuerte que había tenido en mi vida, las venas en mi pene se marcaban de tal manera que era obvio mi deseo por su cuerpo.

—Está bien —susurró a mi oído mientras me obligaba a comerme sus senos —puede entrar —dijo mientras detenía el movimiento de sus caderas.

En ese momento Mónica sujetó mi pene haciendo que rozara los exteriores de su vulva, antes de colocarlo de tal forma que la penetración era inevitable. Comenzó a bajar, sus piernas temblaban mientras cada centímetro de mi pene se abría paso lentamente por el interior de su vagina. Pude sentir como gotas provenientes de su interior bajaban por el tronco de mi aparato, ella mantenía la cabeza baja, mordiéndose el labio mientras expandía sus interiores con el gran grosor de mi pene. Mónica soltó un gemido, el cual yo acompañé por un suspiro de mi parte al experimentar como su apretada y caliente vagina me envolvía.

—Perra —solté.

Mis palabras se vieron acompañadas por el frenesí de su cuerpo subiendo y bajando sobre mi pene, sus tetas rebotaban, su espalda estaba arqueada y tenía el rostro hacia el techo, sus gemidos se escuchaban por todo el consultorio noblemente acentuados por el dulce sonido de nuestras pelvis chocando. Dichos gemidos aumentaron su volumen al yo comenzar a masturbarla, mis dedos se movían circularmente en su clítoris, ella por su parte apretaba sus tetas con mucha fuerza, gozando la rapidez con la que era abierta.

Llovieron cachetadas en ambas direcciones, el ritmo no hacía nada más que subir, hasta que ella decidió parar en seco nuestro apogeo, se recostó sobre su mesa de trabajo, dejándome su culo a la vista, y jalando de nuevo de mi cabello colocó mi rostro contra la parte inferior de su vulva. La devoré, mis dedos se seguían encargando de su clítoris mientras mi boca chupaba, jalaba y mordía sus gruesos labios mayores, haciendo los mismo con los menores, que resalían un poco de su vulva dándole un aspecto a esta del cual soy fanático. Disfrutaba como sus jugos chorreaban de mi boca, disfrutaba oír sus gritos cada vez que aumentaba la presión de mis dedos, disfrutaba de ella siempre que metía mi lengua en sus adentros; disfrutábamos juntos.

El disfrute nos llevó al suelo, donde ella se sentó cómodamente en mi rostro para que continuara con lo mío, ella por su parte respondía masturbándome y con una ocasional palmada en los huevos que me volvía loco. Explore todo su sexo, dirigiéndome después a su ano, el cual chupé con el mismo gusto con el que la estaba devorando, pasé mi lengua por los alrededores descansado a veces la punta en su prohíba entrada. Ella lo amó, me masturbó con fuerza, yo le respondí a su agarre apretando sus nalgas con mis grandes manos deleitándome mientras comía su mojadísima vagina y su empapado ano.

La tensión era cada vez mayor, ella se levantó con velocidad y se abalanzó de nuevo sobre mi miembro, poniéndose de espaldas a mi para deleitarme con sus sentones, los cuales daban a sus nalgas un movimiento increíble. Tenía sus manos sobre la parte opuesta a mis pantorrillas, y se apoyaba de estas para añadir fuerza a sus caídas sobre mi, haciendo que mi pene se moviera frenéticamente dentro de su temblorosa vagina, que fue visitada varias veces por sus dedos, acariciando mi glande desde dentro.

Guiados por el morbo nos levantamos sin romper nuestra caliente unión, me senté en la silla de mi dentista, y ella, Mónica, mi ahora amante, se sentaba conmigo, mientras palmeaba mis llenos testículos que colgaban de la silla, palmadas que yo respondía a con otras sobre sus senos. Mi acción le gustaba, por lo que me encontré azotando sus pechos con una mano, ya que la otra se encontraba masturbándola.

La tocaba, y ella se tocaba, nuestras manos se encontraban en su vagina, invadida todavía por mi pene y abierta por los sentones que ella me seguía dando, éramos una mano unida por sus fluidos, una mano que entraba y salía con libertad de su cavidad, una mano que apretaba con mucha presión su clítoris. En ese instante sus movimientos se aceleraron, nuestras caderas se movían salvajemente en una lucha por brindar más placer al otro, yo temblaba tratando de llegar hasta el último rincón de su vagina, ella se movía para que lo anterior fuera posible. Los gemidos y quejidos de ambos se maximizaron, la mano que azotaba sus senos ahora apretaba con fuerza su cuello, mientras la otra aún invadia nuestra unión.

En ese momento Mónica soltó un gemido extremadamente intenso, gemido que se acompañó por las fuertes contracciones de su vagina y por un chorro de líquido que salía disparado de ella, cada movimiento de los interiores de su vagina dejaba escapar más y más de su abundante corrida. En pocos segundos el suelo era un charco, charco en el cual nos acostamos de manera que ella seguía conmigo en su interior, pero ahora de frente besándome, mis dedos ya no eran necesarios en su vagina ya que ella se empeñaba por meter los suyos a su gusto. De mi parte, una de mis manos presionaba su cabeza contra mi rostro para que no parara de besarme, la otra recorría todo su cuerpo, apretando sus lugares más sensibles.

De nuevo el ritmo fue descontroladle, sus gemidos, nuestras caderas, nuestros cuerpos deslizándose y rebotando sobre los fluidos de mi amante, eras sonidos que invadían el consultorio. Otra vez sentí como expulsaba su líquido sobre mi cuerpo, sentí como su vagina se retorcía agradecida por recibir mi grueso y palpitante miembro, su boca se abalanzó sobre mí cuello el cual succionó con fuerza. Comencé a sentir el temblor en mis huevos, el apretar de su vagina era fuerte y salía demasiado líquido, aguanté lo que pude antes de reventar. Exploté, de mi brotó con fuerza el chorro ardiente de mi semen, el cual era depositado en ella con cada movimiento veloz que hacía. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, salía y salía, el charco era una mezcla de ambas corridas, seis, chorrea semen de su vagina, siete, ella gemía, ocho, yo gemía, nueve, nuestros gemidos se unían, diez, éramos conscientes del calor de nuestros alientos, once, el ritmo de nuestras caderas bajaba doce, nos besábamos exhaustos sin separarnos. Doce fueron las veces que mi pene expulsó semen en su vagina, doce fueron los espasmos que ella dio al recibir mi liquido y doce fueron las marcas de chupetones que quedaron en nuestros cuellos con cada repetición.

Con cierta torpeza Mónica se logró sentar sobre el charco de nuestros fluidos, colocó su mano en mí y guío mi boca hacia su vagina, la cual accedí a chupar, recogiendo con mi lengua la mezcla de nuestras esencias, recorriendo mi boca una vulva que con cada respiración profunda de mi dentista expulsaba mi cálido esperma, succione con fuerza su clítoris por última vez, le di la última palmada en lo senos, mordí aquellos grandes pezones, y respire en su sudoroso cuerpo en mi camino a su boca. Fui recibido por un beso apasionante y profundo, nuestra vulgar unión ahora finalizaba dónde comenzó: en mi boca…

—Adiós, Mónica —le dije al haberme terminado de vestir con mi desalineada ropa.

—Adiós, Isaac —me dijo con un tono de voz que derritió mis oídos —cita de control la próxima semana —mencionaba con una risa traviesa.

—A sus órdenes —me despedí.

Salí del consultorio directo a tomar el autobús, crucé miradas con una secretaria visiblemente sonrojada, con su ropa igualmente desalineada y sus piernas temblorosas.

Le dirigí una sonrisa cómplice que fue contestada con un simple “adiós”.

Ya estaba en la calle, era tarde, pero no hacía frío, mi celular marcaba las doce.

ES TODO.


De verdad gocé mucho escribiendo esto e imaginado todo.

Como dije es mi primer relato en toda mi existencia, y me encantaría recibir retroalimentación de todo lo referente al estilo, extensión, descripciones, etc., ya sea por aquí o por el correo que aparece en mi perfil.

Es una fantasía que espero llevar a la realidad, la parte de la secretaria es totalmente cierta y me encanta ir a cada mes (por mi ortodoncia) a ver que tiene para mí. Puedo explorar esto más en otras ocasiones ya que al acabar su “juego” y yo salir de cita, el que debe “llenar” su botella soy yo, en soledad en el baño, botella de la cual toma muy gustosamente cuando me hace la factura jajaja. Sin embargo, con las dentistas/ortodoncistas no he tenido suerte.

Quiero hacer de esto un pasatiempo, por lo cual ya he pensado en otras temáticas: una serie de muchos relatos cortos sobre DDLG me parece interesante (no sé si eso tiene público aquí), también otra de mayor extensión sobre una empleada doméstica o un padre y su hija, ya veré.

Gracias por llegar hasta aquí, cuídate,

IsaacR.