La mejor cerveza de mi vida

Al principio parecía un trabajo sencillo. Cortar el césped, arreglar los setos, un poco de poda… pero entonces me lo encontré. Tenía el aire de niñato pijo que tanto me pone: fibrado, sin barba, con una sonrisa pícara y aires de mandar más que nadie. A un hetero machito nunca me puedo resistir ;)

El verano pasado trabajé varias semanas en la empresa de mi padre. Normalmente se dedican a instalar aires acondicionados y reformas en general, pero en temporada estival también hacen trabajos de jardinería y mantenimiento de piscinas. A mí no me hacía ni gota de gracia, pero mi padre estaba decidido a enseñarme lo que era el trabajo de verdad. Y un día de aquellos lo aprendí… Vaya que sí.

Al principio parecía el típico trabajo que había estado haciendo hasta entonces. Una mujer quería que le repasásemos el jardín: cortar el césped, arreglar los setos, un poco de poda… Lo de siempre. Como yo ya lo había hecho otras veces y no era nada complicado, mi padre me envió solo con la furgoneta.

Nada más llegar me impresionó el aspecto de la casa. Era un chalet independiente a las afueras de una buena urbanización, una casa de dos pisos enorme, blanca y moderna, con mucha parcela. Llamé al timbre automático y salió la mujer que había llamado a mi padre. Rondaría los cuarenta años, bien conservada y vestida de traje. Iba con prisas.

—Ah, llegas a la hora. Qué bien, porque justo ahora tengo que irme al despacho —me dijo mientras me invitaba a pasar.

El interior de la casa era tal y como lo había imaginado: espacios amplios, bien iluminados, muebles modernos, chimenea en el salón, parquet… Todo estaba impoluto y parecía carísimo.

—Aquí tienes la mitad del pago. El resto te lo daré cuando vuelva —me dijo sacando  un par de billetes de la cartera, como si no terminase de confiar en mí—. Si necesitas algo, en ese papel tienes mi número. Ah, y mi hijo está durmiendo arriba.

Y tan rápido como hablaba, cogió un bolso y se fue, dejándome allí solo. Suspiré echando un vistazo alrededor, cogí el material de la furgoneta y salí al jardín.

Pasé como una hora podando los setos que rodeaban el muro de la casa hasta que el fresco de la mañana hubo desaparecido, y el sol empezó a apretar de verdad. Entonces decidí pasar el cortacésped, pero antes me quité la camiseta, dejando al aire mi torso marcado y moreno. Poco después tuve que parar del calor que hacía, y fui a buscar un vaso de agua.

Fue entonces cuando me lo encontré.

—¿Hola? —dijo una voz detrás de mí. Me giré y vi a un chico de mi edad, unos veinte años. Alto, despeinado y de ojos marrones. Llevaba una camiseta de manga corta que resaltaba sus bíceps trabajados, y unos pantalones de pijama cortos que le marcaban todo.

Yo me quedé como embobado por unos segundos, hipnotizado por esos brazos musculados y el bulto de su entrepierna. Me entraron ganas de...

—¿Vienes por lo del jardín, no? —dijo el chaval, sacándome de mi ensoñación. Bostezó, se revolvió el pelo y se rascó el paquete. Parecía recién levantado.

—Eh, si… —respondí como un idiota—. Espero no haberte despertado con el cortacésped.

—Me has despertado, pero no pasa nada —sonrió con sus dientes perfectos. Tenía el aire de niñato pijo que tanto me pone: fibrado, sin barba, con una sonrisa pícara y aires de mandar más que nadie.

—Eh, había entrado para beber algo. Hace un calor fuera…

—Sí, ya veo —dijo paseando su mirada sobre mí de arriba a abajo—. Estás todo rojo.

Recordé entonces que no llevaba camiseta. Eso hizo que me subiera aún más el calentón. Notaba un bulto creciendo dentro de mis pantalones. Me acerqué a la encimera para ocultarlo y dije:

—Me vendría bien un vaso de agua.

—¿Agua? Eso es para maricones, tómate una cerveza.

—No creo que sea buena idea…

Pero antes de que acabase la frase, el chaval había sacado dos latas de cerveza de la nevera, y me lanzó una, que cogí al aire.

—Una cerveza bien fresquita a estas horas entra que te mueres —dijo. No tenía nada de pluma, más bien el descaro de un hetero que está como el pan y lo sabe, pero no me despegaba la mirada del pecho—. Además, mi madre no notará que faltan.

Abrí la lata y pegué un trago largo.

—Tío, tenía una sed…

Ahora estábamos cada uno a un lado de la encimera, y menos mal porque estaba empalmadísimo. Hacía meses que no quedaba con nadie para follar, y el cuerpo me pedía guerra. Ese chaval era como un caramelo para mí, pero yo estaba trabajando, y si hacía algo que no debía mi padre iba a echarme la bronca del siglo, así que bebí y me concentré en bajar la erección antes de volver al jardín.

—La casa es muy bonita —dije para rellenar el incómodo silencio.

—Está bien, pero es demasiado grande. Necesitamos que venga la limpiadora cuatro días a la semana para que esté así de limpia.

Y como quien no quiere la cosa, fue a beber de la lata, pero se lo tiró todo encima.

—Uy —dijo poniendo una cara de inocente que me puso muy burro—. Que torpe, ¿te importa acercarme un trapo? Están en el primer cajón.

La cerveza le había caído por toda la camiseta. Ahora estaba pegada a su cuerpo, revelando las líneas esculpidas de sus abdominales como si estuviera desnudo. Me acerqué con el trapo y se lo di mirándolo fijamente a los ojos. No me podía estar imaginando eso, el tío me estaba provocando.

—Mi madre tardará horas en volver, tenemos mucho tiempo para limpiar este estropicio —me cogió de la mano y me dio un estirón hasta que estuvimos tan cerca que su aliento me acariciaba la cara. Mi corazón estaba latiendo como si no me cupiese en el pecho. Sin pensarlo, me lancé a su boca. Quería meterle la lengua hasta la garganta.

—Ah, ah, ah, no tan rápido —me frenó, sujetándome de la barbilla y esbozando con esos labios rosados una sonrisa maliciosa—. Primero tienes que limpiar el suelo.

Me cogió del hombro y empujó hacia abajo. Mis piernas, que temblaban del calentón, cedieron y pronto estuve tumbado en el suelo.

—¿Tienes la polla dura, eh? —dijo colocando el pie sobre mi cabeza—. Pero eso se puede solucionar. ¿Tienes ganas?

—Sí.

—¿Sí, qué? —apretó el pie contra mi cabeza.

—Sí, tengo ganas —supliqué cachondo perdido.

—¿Eres una perra obediente? —se quitó los calcetines que llevaba, y restregó los pies por el charco de cerveza sobre las baldosas. Luego me los puso encima de la cara, buscando mi boca—. Enséñame lo perra que eres.

Todavía tumbado, me llevé sus pies a la boca, y los acaricié con la lengua, dando lametazos. El chico dejó escapar un gemido y una risita. No podía creerme que eso estuviera pasando, pero lo iba a disfrutar de principio a fin. Ese hetero me estaba haciendo su putita. Y me encantaba.

—Sigue hacia arriba.

Y yo, como la perra obediente que era, le lamí el empeine, y comencé a subir por los gemelos. Levanté la vista y vi su paquete marcado, inflándose segundo a segundo. El cabrón disfrutaba haciéndome esas cosas, y saber que estaba a su merced le puso aún más cachondo.

Besé y mordisqueé la cara interior de sus muslos, loco de lujuria, cuando cogió otra vez la lata de cerveza, pegó un trago y lo escupió lentamente. El líquido cayó de su boca, se escurrió entre sus pectorales, cayó por los abdominales y finalmente empapó los pantalones cortos de pijama.

—¿No tenías sed? Bébetelo todo.

Coloqué la boca sobre el bulto del pantalón y sorbí, sorbí con todas mis fuerzas. Se me llenó la boca de cerveza, la mejor que había probado en mi vida, y sorbí la cabeza de esa polla a través de la tela. La rodeé con los labios y succioné, como si estuviese al vacío. El niñato se separó de repente con un gemido.

—Qué bien se te da esto, joder. ¿Quieres más, eh? ¿Y si te dejara así, a medias? —dijo con su sonrisa maliciosa, mientras me frotaba los labios con el pulgar.

Supliqué y le chupé el dedo con fuerza. Él se estremeció y al final se bajó los pantalones, dejando salir la polla como un resorte elástico. Tenía un buen tamaño, de forma curva y la cabeza brillante de presemen y cerveza.

—A ver como la chupas, maricón.

Me tiré a por ese pollón. Tomé el tronco y me metí la cabeza en la boca, lo froté contra el interior de mis mejillas, lo abracé con la lengua, y fui metiéndome más y más. A los pocos segundos tenía toda la polla en la boca, disfrutando de ese trozo de carne jugosa, babeando por los lados. Los huevos depilados se balanceaban en mi barbilla mientras el tío me sujetaba la cabeza y me follaba la boca.

—Ufff, me cago en dios, como la coméis los maricas —me dijo en su tono de machito orgulloso. Yo estaba decidido a hacer que se corriera en mi boca, quería que explotase dentro de mí, tragarme su leche de hetero, hacerle temblar del placer.

Y al parecer lo estaba consiguiendo, porque noté que sus piernas temblaban. Le puse la mano en los abdominales y los froté, luego pasé a sus muslos. Entonces empezó a embestirme con más ganas, más rápido, hasta el fondo. Tenía la garganta llena de polla, casi no podía respirar, la sentía palpitando dentro de mí, olía a hombre sudado y cerveza. Miré hacia arriba y le vi con los ojos cerrados, la cabeza hacia atrás y mordiéndose el labio. Estaba a punto de correrse.

Fue entonces cuando decidí hacer que aquel hetero aprendiera lo que es el placer. Puse las manos en sus nalgas, las estrujé, busqué la ranura de ese culazo y, sin previo aviso, deslicé un dedo contra su ano. De lo excitado que estaba me recibió como una rosa abierta, y metí el dedo hasta el fondo.

Antes de que pudiera hacer nada, el chico lanzó un gritito de sorpresa, que se fundió en un gemido de placer, y recibí una catarata de trallazos de lefa en la boca. Mientras temblaba de pies a cabeza, moví el dedo en círculos y apreté los labios contra la base de su polla como un círculo de acero. El tío no paraba de gemir,  su culo se cerraba en espasmos alrededor de mi dedo.

Me tragué el semen con regusto a cerveza al tiempo que cesaban las convulsiones, y saqué el dedo. El chaval estaba rojo, luchando por recuperar el aliento. Liberé su polla de mi boca, no sin antes dar un último lengüetazo a la cabeza y besarle en los huevos.

—Joder… Nunca me había corrido así —fue lo único que dijo, con una sonrisa de lado a lado.

Me pasé la mano por los labios y me levanté.

—¿Es el primer dedo que te meten?

—Eh, que no soy gay —dijo de vuelta a su actitud de machito orgulloso.

—Pues parece que te ha gustado.

—Se te da bien comer pollas, eso hay que reconocerlo.

Me cogió del cuello y me acercó a él. Nos besamos y su lengua exploró mi boca.

—Ahora acaba con el jardín —ordenó—. Y luego limpia este suelo.

Recogió los pantalones, acabó su lata de cerveza de un trago, y subió al segundo piso.