La mejor bienvenida
La recepción de un pequeño hostal esmuy capaz de producir ciertos fenómenos solitarios nada extraños...
Si las paredes del hostal en el que trabajo hablaran, con todo lo que he visto entrar y salir desde que trabajo en este hostal; si vosotros supierais lo que me hago por debajo de la mesa de la recepción cuando alguien entra y sale, cuando veo que una pareja joven, ella con rastas y él también, cuando los veo entrar con la mochila enorme en las espaldas, me preguntan por una habitación, a mí que se me empieza a poner dura, y es que a veces aprovecho y cruzo las piernas, cuando estoy sentado; qué joder, si vosotros vierais la de gente que alquila habitaciones para una sola noche, o para una sola tarde, o para el tiempo necesario que se precisa para echar un polvo, vosotros también os haríais lo que yo me hago por debajo de la mesa. Y viene gente, no os creáis, viene gente además de lo más variado en ese sentido. No me creía yo que un señor viejo y uno joven, pero mira, también, también son de los que veo entrar, y el verlo me produce un sentimiento de excitación tan fuerte que hasta me he propuesto hacerme bisexual y apreciar lo que antes no apreciaba en un chico o en un hombre maduro. Los hay que vienen solos, o solas, gente que aun cuando llegan solos tardan en salir de sus habitaciones. Aquí hay de todo para todo, incluso también se viene para dormir.
Junto al hostal hay un peep abierto hasta las dos de la noche. Me conozco de vista a las nenas. Nunca han entrado con nadie. No debe ser tampoco ése su trabajo. Ellas también me sirven para el apetito, pero menos. Supongo que los habrá habido que después de venir aquí se metan al peep, o viceversa. Pienso en las masturbaciones que se produzcan a la vez que las mías, aquí al lado, mientras la gente, clientes o no de mi hostal, se follan con la mirada a las nenas del club, y yo me la meneo con mis muslos, o me la meneo con las yemas de dos dedos, o me la machaco sin dobleces, hasta dejarla bien servida.
Hoy que hace calor, que llevo los pantalones pirata y que me apetece jugar con mi vicio oculto, tengo bajados los pantalones. Estoy sentado, claro, la polla la tengo en contacto permanente con mis muslos, pero no me la quiero tocar. No veáis cómo se me levanta cada vez que alguien entra y solamente me mira; si me habla, si la conversación llega al minuto, las gotas que comienzan a lubricar la punta de mi pene, el asiento que se humedece, con una mano escribo y la izquierda la uso únicamente para sacarme el pellejo. Luego dejo obrar a la naturaleza. Indiferente, si es mujer, si es hombre, he aprendido a disfrutar del sexo en femenino y en masculino, sin prejuicios. Disfruto de unas erecciones libres, satisfactorias y continuas. Para lo que me pagan, son unas pajas más que merecidas.
Los últimos que han venido han sido un matrimonio. Maduros, sobre las cuarentena. Me he fijado en los senos de ella. De una pieza y escotados. He cogido la polla y me la he puesto a lubricar mientras escribía al ordenador con una sola mano. Lo tengo de tal forma que hay que inclinarse algo para ver la pantalla. Como soy un grandísimo hijo de puta, a veces hago que se inclinen para que confirmen si algún dato está correcto o tal. Aun si cupiese la posibilidad de que me vieran algo, estoy lejos de subirme el pantalón ni nada, mi polla está oculta pero al aire serrano. Y a esta tía no pude por menos que hacerla inclinarse, de tal manera que puse en práctica el método que consiste en ingeniármelas para que A) el tío no me vea cómo B) le miro a ella las tetas más de cerca. Prefiero los canalillos, son mil veces más prácticos a si los escotes van del todo cerrados. Si se da este último caso, también me excitan el olor de él o de ella, el aliento de sus voces. Éstos ponen que se llaman Dorado Ocampo. El acento también es importante, si son extranjeros porque siempre imagino que los extranjeros joden como conejos cuando están fuera, y si es de alguna parte de España porque siempre me ha excitado hablar con alguien de mi propio país casi en otro idioma. Los Dorado Ocampo tienen un acusado acento catalán. Lo están hablando entre ellos. Ella lleva una falda floreada hasta las rodillas. Y no sé si he dicho que está muy buena. Él no me importa tanto, pero sirve de aliño y da sabor a la ensalada. El orgasmo me ha venido en el momento en que me he levantado, me he fijado en sus culos y se han subido a su cuarto piso. Mi polla ha estado unos instantes a la vista antes de subirme los piratas. En ese momento era una hora en que no pasaba nadie por la calle. He apuntado a la mesa y estaba tan erecta que ha expulsado el semen en todo lo alto, justo me dio tiempo de apartar una libreta. Entonces viene la visita al cuarto de baño. Me recompongo y cojo más papel para mi próxima lubricación. Mientras, mi polla se va volviendo fláccida. Caen gotillas en el firme que dejo olvidadas de recuerdo, a idea. Se confundirían con una gota de orín si no fuera por la diferente espesura del esperma. Pocas veces son las que he vuelto a repetir la paja de inmediato, ahí mismo en el cuarto de baño. La técnica es complicada, pero posible. Hoy no ha sido, aunque he puesto todo mi empeño.
Cuando he vuelto me he dado cuenta de que aún tenía minimizada la ventana de una página erótica. Anhelo la idea de que la catalana se haya dado cuenta y haya visto ese nombre tan rotundo y esclarecedor de la web de sexo. Ante la idea, me excito de nuevo. Inmediatamente busco la figura de una de madura y me bajo los pantalones. Me encapricho de una rubia cincuentona de Argentina, no intento que se parezca a mi catalana, pero no estaría de más. Me digo que si en cinco minutos no bajan los catalanes, mis próximos esfuerzos se los llevará Adela la porteña. Miro a la porteña pero veo unas tetas catalanas. Mi mente abre el suéter de mi huésped y expande el rubor, guarnecido por su sostén, de sus pezones erectos. Cruzo las piernas, mi pene queda aprisionado. Noto sus contracciones. Me gustan las fotos y la concha de Adela la porteña. Han pasado quince minutos y los Dorado Ocampo embisten con fuerza contra mi polla. Gusto de correrme cuando alguien aparece así en este momento y a mí se me pone la cara de gilipollas de recepcionista, poco traductora del nerviosismo o la sobreexcitación que arden en mí. Los Dorado Ocampo no bajan y no me importa, porque en el momento en que bajen, no voy a dejar de mirarle las tetas a ella y me voy a masturbar.
Luego llego a casa y me tiro a mi mujer. Siento que soy un atleta sexual, pero no bato ninguna marca. Pero eso sí, qué bien cuando la jodida me hace las pajas...