La mejor amiga de mi hermana 1

Un día todo puede cambiar sin que lo sepamos y esos cambios, o los aceptamos, o nos negamos y mi cambió, llegó de manos de alguien que no esperaba

El día de una persona, puede cambiar con una simple llamada, un mensaje, un saludo, un abrazo, una caricia, un beso. La historia va cambiando hacia el futuro, y las personas o evolucionan, o quedan atrás y, a mí, me llegó aquel momento donde debía decidir si seguir adelante, o quedarme donde estaba, mientras el mundo me ofrecía aquello que todo el mundo podía soñar, sobre todos los hombres. Nunca he sido demasiado amable con las chicas, no, siempre tímido, alejado, manteniendo las distancias y, con la única que hablaba libremente, era con mi hermana Lucía, la cual siempre, a pesar de ser menor que yo, mantenía largas charlas conmigo donde hablábamos de todo, sin tabú alguno, siempre con el respeto necesario entre ambos, hablando a gusto de los temas necesarios, que siendo ella una chica de 16 años, se centraban en los chicos y las fiestas a, las cuales, nunca me acerqué. Aunque puedo salir de fiesta con mis amigos, no suelo hacerlo diariamente. Prefiero mantenerme encerrado en casa, frente al ordenador, escuchando música con los cascos puestos, tecleando estas palabras que ahora leéis. Tal vez parezca que os contaré como cree una relación incestuosa con mi hermana menor, pero no. No es de ella de quién os contaré.

Rocío Rodríguez, la mejor amiga de mi hermana, muy gitana ella, sería la protagonista de este relato, la que me ha robado varias veces el sueño, a pesar de ser menor que yo, siempre con leggins ajustados, marcando su apretado y suave trasero, llevando camisetas sin mangas que dejaban a la vista su escote, el cual no era demasiado, teniendo unos pechos pequeños, firmes y, para mi gusto, muy deseables, con esa piel ligeramente bronceada que invitaba a besarla y no parar. Sus labios, pintados levemente con labial fucsia, según mi hermana, solo habían besado labios de mujer, lo que me daba un indicio de que Rocío era lesbiana y que yo jamás le interesaría, algo, que no sería cierto realmente. Nunca llegué a conocer bien a la mejor amiga de mi hermana, siempre pareciendo que oculta algo tras esa sonrisa ladeada, mostrando unos dientes perfectos, blancos, en un rostro redondeado, siempre adornado con aretes grandes y mechones de su cabello castaño oscuro, ocultando ligeramente sus ojos verdes oscuro, misteriosos. He de decir, que a pesar de tener un buen cuerpo y no ser nada fea, aquellos ojos bosque me atraían demasiado cada vez que me miraba, siempre sonriendo cuando apartaba la vista, avergonzado. Le gustaba jugar con los hombres, según mi hermana, para irse a comer un buen coño.

El día que cambió mi relación con la mejor amiga de mi hermana, estaba yo como todas las mañanas sentado frente al ordenador, con los cascos puestos, sin oír nada, escuchando alguna canción de Iron Maiden. Aficionado a la música metal me ayuda demasiado a concentrarme cuando quedo en blanco mientras estudio o algo cualquier otra cosa, otro incentivo para no ir a las fiestas de ahora, siempre con el reggaetón y la electrónica, siendo el primero odiado por mí, lo que me separaba de mi dulce hermana, la cual bailaba aquel género como si hubiera nacido para ello, moviendo las caderas, haciendo twerk como todas las demás de su edad, con alguna copa de más.

Estando solo en casa, con la música, decidí bajar a por un vaso de agua. Mis padres se habían ido de vacaciones, una segunda luna de miel y, siendo pleno verano, nos habían dejado un mes entero la casa para nosotros solos, con la condición de encargarme yo de todo, cosa a la que Lucía no puso pega alguna, sabiendo que yo no la ataría en corto, a menos que hiciera algo demasiado grave, cosa que no solía pasar siempre que no se juntara con Marcos, su ahora ex. No suele pasar, pero ella cortó con él por mí. Marcos siendo un chulo inculto, se la pasaba insultándome, tildándome de friki, cosa que, a su manera, es cierta, y de gay, lo cual no es verdaderamente cierto, pero yo, para no armar broncas, se lo dejaba pasar, hasta que mi hermana lo cortó, harta de sus desprecios hacia mí, el hermano al que ella apreciaba. Siempre terminaba sacándola de situaciones escabrosas, por lo que me amaba gracias a ello.

Tomé un vaso del estante, alzándome un poco, viéndome obligado a estirar el brazo, lo que hizo que mi camiseta de tirantes se levantara, mostrando ligeramente mi estómago rellenito. Aunque no soy una bola, estoy un poco fofo y siempre he pensado en hacer ejercicio, sin llegar verdaderamente a hacerlo, por lo que me da vergüenza mostrar mi cuerpo, cosa por la que mi relación con las chicas, es casi nula, salvo por Lucía y alguna de sus amigas.

Saqué el vaso, abriendo el grifo en el agua fría en el proceso.

―Hola, Dani―oí detrás de mí, saltando levemente del susto, dejando caer el vaso al fregadero, desparramando toda el agua que el vaso había acumulado. Miré hacia atrás, viendo a Roció con el sujetador del bikini, dejando a mis ojos su piel de cobre, con aquellos labios apetecibles de color rosado. Seguía llevando aquellos aretes enormes, como siempre, pero el pelo lo llevaba recogido en una cola de caballo, dejando caer algunos mechones sobre su frente, permitiéndome ver por completo sus ojos verdes como un bosque.

Volví en mí al oír aquella risa, que escapó de su garganta.

―Me has asustado, Rocío, joder―mascullé, haciendo que la muchacha volviera a reír, moviéndose hacia la cocina, dejando atrás la encimera, quedando frente a mí. Cubriendo, seguramente el tanga del bikini, llevaba unos shorts tejanos, quedando sus torneadas piernas a mi visa, así como su plano vientre y sus delgados brazos, todo ello bronceado. Tenía un cuerpo delgado, dulce, sin destacar demasiado en alguno de los puntos pero que, con aquella piel, parecía mucho más atrayente que cualquier otra chica que hubiera conocido.

―Bueno, a lo mejor era mi intención―declaró ella, risueña, dando un par de pasos más. Iba descalza, motivo por el que no la había oído. En mi casa, si ibas con zapatillas como mínimo, se oía a kilómetros quién se movía por ella―. Siempre andas distraído cuando no estas con el ordenador.

Cogió el vaso del fregadero, llenándolo ella misma. Bebió un poco del mismo, dejando una marca de su labial en el borde, tendiéndolo hacia mí. Lo tomé, no sabiendo realmente que decir ante aquel gesto…tan sensual que se volvió caótico cuando pasó el pulgar por su labio inferior. Siendo ambos, más o menos de la misma altura, no me había perdido nada de aquel gesto frente a mí.

Después, tan en silencio como llegó, se marchó, dejándome con el vaso en la mano, marcado con su labial, con menos agua de la que debería tener y con el corazón palpitando fuertemente. Tanto, que juraría que en cualquier momento se saldría por mi garganta y caería frente a mis pies. Un sudor frío, recorrió mi frente, goteando por mi rostro.

Marché hacia mi habitación, intentando quitar aquella imagen de mi mente, sin lograrlo, por lo que encendí el aparato, colocando la ventana de incognito del google y puse un vídeo porno donde a la muchacha, de unos 18 o 19 años, la follaban duramente, justamente en la cocina, manteniendo yo la imagen de Rocío en mi cabeza, dando vueltas. Descargué, limpié y volví a la música y el teclado, inundándome de aquella música potente que era el metal, centrándome en lo que tecleaba, olvidando por varios segundos la imagen de la mejor amiga de mi hermana, lesbiana y vetada por mí misma hermanita, la cual me prohibió acercarme a ella con aquellas intenciones nada puras que los chicos tenían al verla. Aunque, conociéndome, sería imposible.

El día pasó rápido, dando a la noche, más exactamente a las 3:05 de la madrugada. Yo aún me mantenía sumergido en mi ordenador, ahora no escuchando música, si no viendo un capítulo de Banshee, una serie demasiado interesante, con ciertas partes de sexo, sangre y disparos cuando, sin esperarlo, oí la puerta de entrada de casa cerrarse de un portazo. Extrañado, pausé el capítulo que estaba viendo y, dejando los cascos al lado de la bolsa de Doritos que había, salí del cuarto, oyendo unas risitas y pasos torpes, seguido de un fuerte golpe, lo que aceleró mis pasos, bajando los escalones, casi escurriéndome.

Lucía a penas se mantenía consciente, en el sofá, balbuceando cosas inteligibles para mi persona. Solté un suspiro al verla, allí derrengada sobre el sofá familiar, con la camiseta ligeramente levantada, dejando ver su vientre.

―Tomó demasiado.

Roció apareció, llevando un vestido veraniego, negro, de fiesta, sin los tacones por ningún lardo, con unas uñas postizas, blancas, en cada mano, alargadas. El pelo, que esa mañana llevó recogido, ahora caía ondulado hasta sus hombros. El tono rosado de sus labios, no pareció ser sustituido por otro. Sería su favorito.

―¿Marcos?

―¿Cómo sabes?

―Hablamos―con leve esfuerzo, coloqué a mi hermana sobre mi hombro derecho, como un costal de patatas. Siendo ella tan bajita, apenas un metro cincuenta, pesaba poco y, aunque no iba al gimnasio, con mi hermana siempre pude cargar, siendo liviana. Roció me siguió, abriéndome la puerta del cuarto de Lucía y yo la deposité en su cama, dejando caer sus zapatos al suelo y tapándola con una manta. Después, salimos de allí, bajando al salón, ambos, ella caminando suavemente, sin que se le notara el efecto del alcohol, lo que indicaba que no había bebido suficiente para terminar como Lucía―. Me contó todo lo referente a Marcos. ¿Sigue odiándome?

Caminé hacia la cocina, tomando un par de latas de coca cola del frigorífico, volviendo al salón, viendo a Rocío estirada en el sofá, dejando ver unos pies bronceados, pequeños, con las uñas pintadas de rojo.

―Marcos solo odia. Es tan idiota, que no sabe hacer otra cosa―me contestó ella, tomando la lata que le ofrecía, sentándome en el sillón, quedando yo cerca de su cabeza―. Siempre me cayó mal.

Solté una risita cuando dijo aquello.

―Todos los tíos te caemos mal, Rocío.

Ella me miró, levantando su rostro, posando aquellos ojos verdes en los míos castaños. Se levantó un poco del sofá y dejó la lata de Coca-Cola en la mesa, sin apartar los ojos.

―Tú me caes bien.

―Sí, sí. Es porque soy el hermano de Lucía―recalqué yo, tomando un sorbo de la lata, bajándola. Rocío no apartó sus ojos de los mío, con las piernas cruzadas, dejando que el vestido se subiera levemente, mostrando más de su piel bronceada, tersa. Me tenía enganchado. Si movía los ojos, con los suyos puestos en mí, me pillaría mirándola, pero la atracción era tal, que unas leves y rápidas miradas a ambas piernas, no pude retenerlas.

―No, en serio, Daniel. Eres un buen chico―declaró ella, sonriéndome tímidamente, descruzando las piernas, mostrándome levemente el color de sus bragas, viendo algo granate, para luego cruzar la izquierda sobre la derecha, mirándome, inclinándose hacia mí―. Los demás son solo unos salidos, pensando en solo follar.

―Cómo todos.

―¿Tú también?

―Rocío. Llevo años sin pareja y me mato a pajas, a veces. Es nuestra naturaleza―reconocí, levemente avergonzado, apartando la mirada, sintiendo los penetrantes ojos bosque de ella sobre mí.

―¿Pero acosas a las chicas? ¿Las metes mano sin permiso?―inquirió ella, colocando su mano sobre mi rodilla, haciendo que ahogara un leve gemido, solo contenido por mi boca―. Dani, los hombres tienen instinto, pero algunos saben llevarlos, no todos.

―¿Qué me quieres decir con esto?―pregunté, dejando la lata, vacía, a un lado, en la mesilla, mirando directamente a la mejor amiga de mi hermana, esperando una respuesta. Algo había pasado en la fiesta, para que una estuviera borracha y la otra pensando en su odio hacia la fracción masculina del mundo; un odio que no lo incluía a él.

Sin esperármelo, Rocío se sentó a horcajadas sobre mí, dejando que su vagina rozara contra mi polla, levemente, con la ropa interior entre medias por su parte, mientras que mi pantalón de pijama, impedía que mi virilidad golpeara la de la chica, la cual tomó mi rostro con ambas manos, mirándome detenidamente, como estudiando lo que hacer seguidamente. Simplemente contuve el aliento, oliendo la fragancia de Rocío, envolviéndome en ella lentamente, quedando atrapado. Os engañaría si dijera que no quería fallármela, darla hasta el carnet de identidad a pollazos, hacerla mía; pero la promesa con mi hermana, seguía presente, cediendo ante el dulce aliento que escapaba entre los labios de su mejor amiga, sobre mí, con el cabello acariciando mi rostro, a la vez que ella se acercaba, rozando su pequeña nariz con la mía.

―Rocío…

―Shhh―chistó, acariciando mi barba, pequeña, apenas cubriendo mi rostro. Llevaba unas semanas sin afeitarme, lo que daba oportunidad a Rocío de agarrar algunos cabellos, tirando de ellos. Noté sus uñas acariciar mi vientre abultado, enredándose en los cabellos que había en su camino, alzando la camiseta que cubría mi torso aquella fresca noche de verano. Mordí mi labio inferior, notando la candidez de la chica de instituto sobre mí, rezando para que Lucía siguiera dormida y obtener fuerzas para apartarla, las cuales no parecían acudir a mí―. Siempre, no sé porque, me atraías, Dani. El hermano mayor de mi amiga, que me saca seis años, pero me tiene ligeramente al pendiente de él, siendo un chico y yo amando a las mujeres. ¿Qué me pasa?―se preguntó ella al final, entre murmullos, rozando sus labios contra los míos, debatiendo lo que hacer, si seguir o no. Se consideraba lesbiana, pero allí estaba ella, intentando besarme. Al parecer, si bebió un poco demás.

Moví mis manos, acariciando su cintura, suave, fina, sobre el vestido, intentando moverla. Aquellos ojos como un bosque oscuro, me miraron, deteniendo mi acción, dejándola sobre mí, con su frente ahora pegada a la mí, mientras nuestras respiraciones parecían entrelazarse.

―Rocío…―volví a murmurar, haciendo exagerada fuerza para no besarla en aquella ocasión, intentando apartarla, mientras ella, testaruda, se aferraba. Movió sus pelvis, haciéndome soltar un leve gemido, contra el bulto, ya notable, en mi pantalón, haciéndome fruncir el ceño, intentando apartarla.

Sus labios atraparon los míos, haciéndome parpadear por unos segundos, quedando quieto, completamente estático mientras se movía contra mí, esperando a que le devolviera aquel beso, cerrando ella los ojos. Respiré internamente, colocando nuevamente las manos sobre su cintura, apretándola contra mí, besándola, devolviéndola aquello que me había dado, abriendo los labios, dejando paso a mi lengua en un beso francés, chocando con la de ella, generando una batalla de lenguas que terminó a los segundos, ambos exhaustos, conectados por una fina línea de saliva entre ambas bocas, mirándonos, agitados.

Pasó, como está mañana, el pulgar por su labio inferior, pasándolo al rato por el mío, haciéndome lamérselo, saboreando nuestro conjunto de saliva.

―Hace tanto que quise hacer esto―murmuró, posando sus labios nuevamente contra los míos, haciéndome soltar un leve suspiro de satisfacción cuando se separó―. Dani. Me gustas. Eres el segundo chico que me ha interesado.

La miré, sorprendido.

―¿El…segundo?

―Soy bisexual, imbécil―declaró ella, dándome un golpecito, riendo cuando vio mi cara de confusión―. Aunque, de hombres, solo dos han tocado este cuerpito dulce.

―Que creída―declaré, mientras ella parecía hacer una especie de puchero, haciéndome reír levemente, colocando mis manos al borde de su vestido, el cual desapareció de allí, dejando a la vista un lindo cuerpo en crecimiento de una adolescente de piel bronceada, pechos como manzanas y cuerpo delgado, de piel tersa. Sin esperar muchos, tome uno de aquellos pechos, succionando, mordiendo y chupando, oyendo los leves gemidos de la mejor amiga de mi hermana, intentando ella contenerlos, acariciando mi cabeza con su mano, agarrando mi pelo, tirando un poco. Mordí, haciéndole saber que no estaría para sufrir, a lo que ella sonrió levemente, sin yo poder verlo.

Su otra mano, bajó, desanudando la atadura de mi cordón del pantalón y, cuando me separé, ella se levantó, con los pechos rojos, dejándome admirar su cuerpo. Me di cuenta de que toda presencia de sujetador, fue nula. En ningún momento había quitado alguno.

Abandoné la idea del brasier, notando una lengua pasando a lo largo de mi polla, llegando al glande, succionándolo ligeramente. Vi como mi miembro, desaparecía en aquella pequeña boquita. Mi polla es normal, sin exagerar y eso no pareció detenerla, que siguió succionando, chipando, lamiendo con aquella boquita, dejando las marcas de labial en el tronco. Miré a un lado, y vi su tanga, tirado a un lado, notando una mancha oscura en el mismo.

Suspiré de placer, cuando Rocío succionó mi polla durante segundos, haciéndome soltar un gemido ligero, contenido por mi boca, la cual mantuve cerrada, gruñendo a la vez que moría mi labio, haciéndome una leve herida.

Tomó mi polla con una mano, haciéndome sentir aquellas uñas, creando en mí una placentera sensación, y se sentó sobre ella, haciéndome abrir los ojos al sentir la calidez de su vagina, apretándome, sintiendo lo húmedo que estaba. No pude apreciar demasiado aquello, cuando su cuerpo empezó a botar sobre mi polla, su culo chocando contra mis piernas, creando un sonido de plas plas rítmico.

Había echado la cabeza hacia atrás, echando todo su cabello por su espalda denuda. Tomé su cintura, mirándola, creyando que aquello era un sueño. Pero el mordisco de su parte cuando reclamó mi cuello y la succión siguiente, me hicieron ver que no lo era, obligándome a agarrarla y alzar la pelvis, siguiendo su ritmo, echando el respaldo hacía atrás, notando el ligero cuerpo de Rocío sobre mí, golpeándome con su firme culo trabajado en sus clases de atletismo, cuando iba.

Lo magree, acariciando levemente el ano, atrayendo su mirada, viendo aquel brillo salvaje que todo animal poseía en aquel momento. Y, sin pensarlor, metí el dedo meñique en su ano, notando una leve contracción en su rostro, viendo como a los segundos, un fuerte gemido escapaba de su garganta, semejante a un lindo maullido, mientras empapaba mi pelvis, a la vez que la hacía girar, aun sensible, quedando ella ahora abajo y yo arriba, y empuje, embistiendo, haciendo el choque de cuerpos, colocando sus piernas en mis hombros, acariciándolas, mirando aquel rostro apacible, lleno de lujuria y, que a los segundos, gemidos escapaban de entre sus labios, gracias a su sensibilidad tras el orgasmo y, aprovechando eso, aceleré, viendo, oyendo su placer, mientras arqueaba la espalda, dejando que un segundo orgasmo la envolviera y que mi semen inundara su útero, sintiendo ambos lo lleno que quedó.

Sudor escurría por nuestros rostros y cuerpos pegados, aquella fresca noche de verano, que cambió nuestra sencilla vida.