La medalla de oro

Un padre y un hijo unidos por un objetivo común,el oro en unos campeonatos.

Me encontraba a diez metros de altura, con un pellizco en el estómago y con el agua a mis pies. Era el campeonato nacional de saltos de trampolín y cinco mil personal se situaban en las gradas expectantes y en silencio, esperando mi actuación. Sabía que, todos habían puesto todas sus esperanzas en mi. Y yo no pensaba defraudarles.

Iba a realizar el doble carpado que me situaría en el podium y el que me rompió mi vida en mil pedazos.

Nací hace 19 años, mi padre contaba con sólo diecisiete cuando llegué a su vida. Mi madre falleció en el parto. Mi progenitor, por aquel entonces, ya llevaba unos años compitiendo a nivel regional en natación y era muy bueno según me habían contado, especialmente en saltos de 10 metros. Al morir mi madre, mis abuelos decidieron hacerse cargo de mi, al fin y al cabo estas cosas pasan y no iban a permitir que por un accidente de juventud se echara a perder el futuro tan brillante que le esperaba a mi padre dentro del mundo del agua clorada.

Mi padre, a pesar de su juventud siempre actuó con una madurez inapropiada para su edad. Después de seis horas de entrenamiento diario, sacaba fuerzas para trabajar en una fábrica, donde sacaba una ayuda económica para ayudar a mis abuelos en mi manutención.

Fui creciendo en el amor a mis mayores y el amor al deporte que mi padre me había inculcado. Mi infancia fue de lo más feliz, a pesar de la falta de mi madre y de la familia de , que no quisieron saber nada de mí. Nunca me hizo falta su atención. Siempre recibí más de lo que pedía.

Los años fueron pasando y con ellos, todos los entrenamientos de mi padre a los que asistía. Yo mismo acabé dentro de este mundo. Había heredado el estilo de mi padre y su tesón y constancia por lograr una meta. Ser el mejor.

Fue con catorce años que ya me di cuenta que los fibrosos compañeros de equipo, provocaban en mí un cosquilleo que recorría toda mi espalda y que acababa en mi polla con la consiguiente erección. No necesitaba de escudarme en mis sueños para disfrutar de cuerpos perfectos, de espaldas anchas, de torsos musculados pero no exagerados, fibrosos abdominales que inducían a los pensamientos más lujuriosos. Esto ya lo tenía en la ducha de los vestuarios cada día después de los entrenamientos. Veintitantos chicos entre catorce y veinte años con cuerpos que el mismo anfiteatro griego querría para si. Lo único que nos transportaba desde la Grecia antigua a nuestros tiempos era el bañador speedo que cubría nuestros genitales, y que desaparecía después de cada sesión de entrenamiento, para calmar nuestro esfuerzo diario con una refrescante ducha. Muchas veces me cubría con una mini toalla para ocultar lo evidente, y es que todavía tengo grabada en mi memoria los esculturales culos y las pollas en semierección que se paseaban frente a mí, cada día. Algunas veces, hubiera deseado quedarme de rodillas junto al banquillo del vestuario, mientras el resto del equipo a mi alrededor me ponían sus pollas en mi boca, deseosa de convertir sabrosas vergas semiduras en estacas que se clavarían en la madera sin ningún esfuerzo. Pero esto si era una fantasía que nunca realicé.

Aunque había tenido algunos roces sin importancia, llegué a los dieciocho sin apenas haber disfrutado de una sesión de sexo en condiciones. Y con los dieciocho, llegué a la liga profesional. Mi padre contaba con treinta y cinco años cuando me incorporé a las ligas profesionales y al equipo donde el se encontraba. Era un Adonis, y era puro espectáculo el verlo saltar desde el trampolín. Su cuerpo perfecto introduciéndose en el agua de la piscina sin chapotear lo más mínimo, provocaba un estallido de ovaciones entre el público que se rendía a su magnetismo y a su buen hacer.

Fue por entonces, cuando mi padre había dejado de ser un padre y se había convertido en el centro de mis sueños más calenturientos. Al principio, esto me causaba un malestar que estuvo a punto de alejarme de la natación. Aunque este malestar duró lo justo y necesario para darme cuenta que quería disfrutar al máximo de la compañía del hombre que mejor me conocía durante su último año de profesional. Yo con dieciocho, y el con treinta y cinco, éramos dos gotas de agua . Mi parecido con el era asombroso y la práctica del mismo deporte, nos había dado a los dos la misma constitución muscular, que sin duda ,había sido el principal motivo mental de innumerables pajas.

Durante el campeonato regional, en una ciudad cercana a la nuestra, y después del éxito de mi padre y la excelente puntuación mía, nos retiramos al hotel a descansar. Siempre supe que ese era el momento de decirle a mi padre que entendía, que era gay.

Compartíamos la misma habitación, como hacíamos siempre que salíamos fuera. Mi padre salió de la ducha y yo, sentado en el borde de la cama esperando el momento de decirle que las mujeres a mi me traían fresco. Con un nudo en el estómago y sin saber que reacción tendría, comencé.

-papá. Tengo que hablar contigo-dije.

El soltó la toalla con la que se cubría, dejando al descubierto una enorme polla que sin duda yo no había heredado, aunque tampoco estaba mal servido. Cogió un slip blanco y se lo puso, provocándome un cosquilleo que empezó a inflar mi verga. Los nervios por lo que le iba a decir y la visión del cuerpo de mis sueños no ayudaba a que la cosa fluyera con naturalidad.

-Dime, parece mentira que quieras hablar conmigo!, llevas unos meses como ausente-dijo con una sonrisa digna del mejor resplandor.

Me tumbé en la cama y me decidí a soltarlo lo más suave posible, para hacerle el menos daño posible.

-Papá, hace tiempo que quería comentarte algo y creo que ya va siendo hora de que lo sepas. Tengo dieciocho años y quiero vivir mi vida mi total tranquilidad y con el apoyo de la persona a quien más quiero: tú.

El se tumbó a mi lado mirándome fijamente a los ojos y con su brazo apoyado en el mío, una postura que tranquilizó mis nervios. Me habló con dulzura.

-Mira hijo, no hace falta que me digas nada, soy tu padre. Siempre me he preocupado por ti y he estado atento a cualquier cosa que te pasaba. Puede que tu muchas veces no lo hayas notado, pero siempre he estado ahí. Yo te quiero tal como eres, y cada día te pareces más a mí. A veces me da la impresión de que estoy hablando conmigo mismo y sólo puedo decirte lo que me digo mil veces al día: sólo hay una vida y hay que vivirla lo más de acuerdo posible a tus convicciones, lo único que no entra dentro de esta filosofía de vida es que hicieras daño gratuito a nadie.-dijo con la firmeza del que tiene las cosas claras y vive en armonía con ello.

-Muchas gracias,-No podía hacer otra cosa que agradecerle lo fácil que me lo puso. No le había dicho nada ,y el tampoco, pero todo quedó claro.

-Ya eres adulto y va siendo hora de que sepas algo más de mí. Aunque hemos hablado poco de tu madre, quiero que sepas que la quería , que a pesar de lo jóvenes que éramos, los dos teníamos claro muchas cosas. Tu madre siempre había sido mi mejor amiga y ella sabía todo de mi. Puede que esto sea un shock para ti, pero debes saberlo.-ahora era su cara la que reflejaba preocupación.-Yo siempre me había sentido atraído por los chicos también y tu madre siempre estuvo ahí para aceptarme y comprenderme. Pero era yo el que no lo aceptaba del todo, quería demostrarme a mi mismo que sólo era una confusión y le pedí a mi mejor amiga que nos acostáramos juntos. Ella siempre me decía que debía aceptar lo que era, aunque al final aceptó mi petición. Fue muy hermoso, a pesar de que ahí dejé de luchar conmigo mismo y me rendí a la evidencia.

Cuando se quedó embarazada, pensamos en que abortara, pero ella siempre quiso tenerte y repetía sin cesar que de lo que había pasado tendría que salir algo bueno. Tu madre y yo siempre nos quisimos y me decía que si algo le pasara, cuidara de ti , y mira por donde, te has convertido en un joven muy atractivo por fuera y por dentro. A veces me da miedo mirarte, porque te veo como un adulto y no como el niño al que he criado.

Después de su confesión, lo quería más que nunca y me acerqué a su mejilla para darle un beso, para demostrarle que estaba ahí, que éramos dos y dos mundos que cada día estaban más unidos. Al besarle, ese beso recorrió mi espalda con un sentimiento que no se parecía al de un hijo a su padre, y el lo notó. Pasó su mano izquierda sobre mi nuca y juntó sus labios con los míos. Me besaba dulcemente y su mirada triste se borró. Mi lengua se abrió paso entre sus carnosos labios y luchó por juntarse y juguetear con la suya. Me abrazó con fuerza y los besos aumentaban de intensidad y calor, nuestras lenguas se enroscaban como serpientes y su saliva me sabía dulce como la mejor de las mieles.

Nuestros cuerpos se juntaron y noté que mi polla dura como una piedra, se rozaba con la suya, que ya se erguía como un monumento de mármol dentro de su slip. Los dos esculturales cuerpos ardían en fuego y deseo y los besos se extendieron por nuestros cuellos, pezones y abdomen. Sus dientes dieron pequeños mordisquitos en mis pezones erectos y sensibles a cualquier roce. Con su fuerte brazo levantó el mío y empezó a lamer el interior de mi antebrazo donde la piel es más receptiva, muy cerca de mi axila mojada de sudor. Me estaba transportando al éxtasis.

Con fuerza me dio la vuelta, se sentó a horcajadas sobre la zona lumbar y recorrió mi espalda con su boca. Mi respiración se volvía cada vez más loca e irregular , convirtiéndose en quejidos de placer. Bajó hasta el interior de mis muslos y cada lametón era una descarga eléctrica que llevaba su potencia a mi polla caliente y aprisionada entre el slip y el colchón. Me bajo el slip hasta la altura de las rodillas y se entretuvo a mordiscos en mis cachetes duros. Con ambas manos separó los cachetes y paró su cara frente a mi agujero prieto y ardiente. Noté como aspiraba el olor de mi ojete limpio y como comenzando suave, lo lamía con una destreza igual a la que tenía saltando al trampolín, untándolo de saliva caliente que se escurría por la rabadilla. Aumentó la intensidad intentando abrir con su lengua la fosa que sería el refugio de su enorme polla.

Me volvió a dar la vuelta, ante mi decepción de que el agujero no sería taladrado en ese momento. Me cogió de la mano y me levantó de la cama, nuestras caras se quedaron frente a frente, como si de un espejo se tratara. Después de unos fabulosos besos bajé a la altura de sus genitales. La visión de su polla tiesa bajo el slip no hacía más que encenderme, más de lo que ya lo estaba. Jugueteando con mi boca en su polla por encima de la tela blanca, mi saliva transparentaba la tela de la ropa interior dejando notar las venas a punto de estallar de su verga.

Sin poder resistirme más, bajé la tela hasta dejar el monumental rabo frente a mi boca, la cual se fue enérgica a tragarse el regalo más grande que yo podía desear. Me costó que mi boca abarcara tan descomunal tamaño ,pero como mi ano, que ya estaba dilatado para recibirla, su polla se amoldó a mi boca perfectamente. El sabor de las gotas de leche era el mejor de los almíbares, aunque era sólo el principio ya que no se había corrido todavía.

Con fuerza brutal, sacó su polla, me dio la vuelta y me penetró de una sola batida. Mi culo la recibió como si siempre la hubiera estado esperando. Encajó perfectamente dentro de mi, y sentí la unión más perfecta que cualquier ser pueda sentir. La misma sangre y los mismos sentimientos.

Con el vaivén de sus caderas noté que estaba a punto de correrse. La sacó y cambiamos de posición hasta que mi boca se convirtió en el recipiente de su abundante y espesa leche. La tragué y saboree, al fin y al cabo eran los mismos genes. Para terminar le chupé y lamí la polla que aún conservaba la erección. La cara de mi padre era de puro placer. Así caímos rendidos al colchón.

Yo me había quedado dormido y cuando desperté, mi padre se estaba vistiendo.

-Ha sido fabuloso, pero no debe volver a suceder. Aunque he sentido la unión más completa que se pueda sentir con un hijo, tu debes hacer tu vida y yo debo hacer la mía. Hay algo que nunca cambiará , y es el amor que siento por ti.-con amor y pena por la despedida, salió de la habitación.

Nuestra relación se hizo más buena si cabe, pero no se volvió a repetir el sexo con el.

A las dos semanas de aquella fabulosa noche, durante la final nacional ,mi padre resbaló del trampolín y cayó malamente al agua, provocándole un golpe que acabó con su vida y con la mía.

Ahora era yo el que me encontraba en el trampolín a punto de saltar, un año más tarde.

Al salir del agua, la ovación de la gente estalló en el estadio. Lo había logrado con el mismo salto que iba a realizar mi padre. El oro era mío y sin duda de la persona que me había llevado a lograrlo. Mi Padre.

Va por ti.

Gracias de nuevo por leer mis relatos, los primeros que escribo, espero vuestras opiniones.