La mascota III

Serie de relatos donde una chica rica y malcriada se convierte en una mascota (petplay - dominación - lluvia dorada - no consentido). Tercera parte.

ADVERTENCIA:

La siguiente historia es ficción al igual que los actos que se describen en ella. Ningún personaje es real o se inspira en personas reales. Cualquier parecido con una persona real o actos acontecidos en la realidad es pura coincidencia. Nada de lo descrito en el relato apoya los actos de sexo violento en la vida real ni actos donde una de las partes no dé su consentimiento. El fin de este relato es plasmar una historia erótica fantástica y no refleja en ningún momento deseos de forzar o humillar a nadie en la vida real.

Héctor había dejado a Anja en la colchoneta del salón, tirada como un trapo, sucia y maltratada. Tras los abusos de los últimos días, ahora se encontraba en manos de un hombre que no había dudado nada en humillarla, pegarla y violarla, haciendo que una parte de su mente disfrutase con todo ello pese a que otra parte lo odiaba y se mostraba asqueada.

Sin querer moverse, sentía como su cuerpo se iba enfriando despacio, con los pezones doloridos por las perforaciones y las nalgas ardiendo por los brutales azotes. Gruesas lágrimas caían por sus mejillas mientras sollozaba en silencio, intentando no recrearse en el hecho de que su familia la había vendido, se habían hartado de ella y la habían dado la patada para que hombres sin escrúpulos la usasen sin piedad. Sin poder controlar su mente, su agotado cerebro la hizo recordar cómo la habían sacado de su casa con aquellos lazos de perrera, como la habían metido en una furgoneta con otras jóvenes y la habían llevado a aquella perrera para humanos donde la habían examinado médicamente.

Con un estremecimiento recordó el humillante examen. Había intentado resistirse, pero los laceros la habían inyectado algún tipo de calmante que la había dejado incapacitada, pero no inconsciente. Con muy poca delicadeza la habían colocado en una fría camilla donde la habían medido, pesado, tomado medidas de sus pechos y examinado anal y vaginalmente. Los doctores habían metido una cámara por su recto, otra por su vagina y la habían hecho también una ecografía. Sollozando recordó como la habían masturbado, de una forma totalmente desapasionada, tomando notas de sus reacciones como quien examina a una vaca de cría. Habían medido su clítoris, tomado una muestra de sus fluidos y sacado fotografías. Lo peor había sido la prueba de inserción que hicieron después.

Habían cogido un consolador en forma de cono y lo habían metido en su ano y su vagina hasta que gritó de dolor, para ver cuánto podía dilatar. Después la habían inyectado un anticonceptivo y depilado todo su cuerpo con láser pese a que ella se hacía la cera regularmente, la habían bañado y la habían metido en una jaula acolchada donde apenas tenía sitio para moverse y la alimentaban y la daban de beber en comederos que introducían por una ranura. Por suerte o por desgracia, tan solo había pasado tres días en aquel lugar. Ahora se enfrentaba a toda una vida sirviendo a aquel hombre repulsivo y cruel.

Agotada por todas las emociones de los últimos días, Anja intentó dormir y lo acabo por conseguir, aunque con un sueño inquieto y superficial del que despertó bruscamente al sentir que su dueño la daba una firme palmada en su muslo, en una zona que no había azotado antes. Se despertó con un respingo e intentó alejarse de él lo que pudo.

Por su parte, Héctor la había estado mirando profundamente complacido. Pese a haberse corrido dos veces mientras la usaba, aún había tenido energías para masturbarse una vez más mientras la contemplaba llorar, viendo sus pezones anillados en sus pechos perfectos y las marcas del cinturón en sus nalgas y en su delicado coño de rica malcriada. Había leído con detenimiento el dossier donde estaba detallada su vida y había trazado un plan para dominarla y quebrarla, para convertirla en su perra sumisa. Una puta deseosa de polla y permanentemente a sus pies. Follarla había sido enormemente placentero. Era estrecha y receptiva pese a sus quejas, su coño había engullido su polla con absoluto deleite y tenía profundidad para dejarle entrar entero, además era joven y eso le gustaba. Había dejado que durmiese unas horas mientras acondicionaba las siguientes herramientas que usaría con ella.

Con muchísima calma había preparado la comida que iba a darla. Como parte sólida, una mezcla de pechuga de pollo, hervida hasta dejarla seca y desaborida; un puñado de arroz blanco sin ningún tipo de acompañamiento y unas cuantas patatas cocidas, todo ello picado, pero no demasiado, de forma que tuviera que masticarlo hasta poder tragarlo. La parte “divertida”, al menos para él, venía después. La comida preparada le daría sed, mucha sed. Había cogido un biberón y lo había llevado al baño, había orinado en él y lo tenía reservado, manteniéndolo tibio como recién salido de su cuerpo gracias a un calentador. Puso la comida en un cuenco de perro rosa y acudió con ella hasta donde estaba su nueva mascota, aún dormida. La despertó y observó satisfecho cómo se apartaba de él. Era bueno que aprendiese pronto a temerlo, eso haría más sencillo que apreciase después su generosidad.

  • Arriba Dolly, es hora de comer. Me imagino que tendrás hambre.

La joven asintió con la cabeza despacio, pero sin acercarse. Dejó el cuenco en el suelo, a sus pies, y soltó a la chica de la pared afianzando la correa en su mano. No se acercó a ella, pero tampoco se alejó del cuenco, forzándola a reconocerle. La soltó la mordaza y vio como abría y cerraba la boca para desentumecer la mandíbula.

  • Si hablas te daré una descarga. Las perras no pueden hablar sin permiso de sus dueños y tú no lo tienes. Vamos, come, necesitarás reponer fuerzas.

Humillada, la chica se acercó al cuenco. El olor la hacía gruñir las tripas pese a lo poco apetitoso que era el plato. Con un suspiro resignado empezó a comer, sin intentar hablar. La comida se la hacía bola y cada vez notaba más seca la boca, necesitaba agua, pero no se la había proporcionado. También sentía ganas de orinar y le dolía todo el cuerpo. En silencio se acabó todo el cuenco y se lamió los labios intentando sacar algo de humedad, mirando a su dueño con la cabeza gacha.

  • Tienes sed ¿verdad? Tengo una bebida muy especial para ti Dolly. – Sacó el biberón de detrás de su espalda, donde le había mantenido oculto hasta el momento y se lo ofreció, dejando que la chica reconociera lo que había dentro y regodeándose en la cara de espanto que iba poniendo. – Vamos, no seas tozuda, no tendrás más agua que esta. Si no te la bebes no te daré agua de ningún tipo hasta que entres en razón. ¿Segura que no quieres?

La joven negó vigorosamente con la cabeza. No tenía mordaza, pero el recuerdo reciente de los abusos actuaba como recordatorio de lo que la pasaría si se atrevía a desobedecer y a hablar. Héctor se rió y dejó el biberón en la mesa, sabedor de que antes de que terminase el día la chica tendría que beber, y bebería lo que él querría. Tirando de la correa, la hizo caminar hasta la puerta principal.

  • Eres una perrita tozuda ¿eh? Peor para ti, las perritas malas aprenden por las malas. Veamos si ahora sigues igual de cabezota acerca de ir al baño donde te corresponde.

Héctor abrió la puerta y la hizo salir de nuevo al jardín, donde la condujo casi hasta el centro del mismo. Humillada, Anja se concentró únicamente en orinar, dejando que el líquido caliente saliese y se escurriera por sus muslos, llorando y sollozando profundamente avergonzada. Su dueño se acercó y la dio un par de cariñosas palmaditas en la cabeza mientras limpiaba con unas toallitas su cuerpo, aprovechando a limpiar también su vagina y su vulva de los restos de semen. Con la cabeza baja aguardó a que la volviese a llevar a casa, pero no parecía estar dispuesto a ello. En su lugar la llevó rodeando la casa hasta el jardín trasero, separado del delantero por una verja que dejó cerrada a sus espaldas para garantizar que ella no pudiese escapar. Allí en medio solo había una caja de madera. El hombre soltó su correa y se apartó unos pasos de ella, en dirección a la caja.

  • Vamos a empezar con las órdenes básicas Dolly, el adiestramiento será sencillo: si obedeces y realizas el truco a la primera te daré un premio. Si te muestras desobediente te volveré a azotar con el cinturón.

La chica sintió un escalofrío de terror recorrerla la espalda. Sabía de lo que era capaz su dueño solo por diversión, no quería pensar en lo que podría hacerla para castigarla. Con renuencia, asintió con la cabeza.

  • Dolly, las perras no pueden hablar, pero sí ladrar. Quiero que ladres cada vez que me tengas que dar una respuesta, vamos, ladra.

Anja clavó sus ojos en la cara del hombre, que reía sin disimulo ante su humillación. En voz muy baja, apenas un susurro, soltó un breve ladrido. El impacto fue tan repentino que ni siquiera tuvo tiempo de mentalizarse, el grueso cinturón impactó en su magullado trasero haciéndola soltar un grito y encogerse. Con voz suave, su dueño la reprendió.

  • Mal Dolly, muy mal. Ladra alto y fuerte, que se te oiga desde cualquier punto. – Al ver que la joven permanecía en silencio, sollozando, alzó de nuevo el cinturón.

  • Guau, guau guau. – Esta vez se aseguró de gritar, entre las lágrimas, aún encogida.

Héctor se agachó junto a ella y con suavidad acarició su vulva, pasando los dedos por el pubis con una delicadeza de la que la joven no le había creído capaz hasta la fecha. Sus dedos descendieron hasta sus labios y los separaron casi con ternura, acariciando su clítoris con mano experta hasta que estuvo completamente empapada y suaves gemidos comenzaron a escaparse de su boca.

  • Buena chica, hazme feliz y tú también lo serás.

Empujando a la chica con delicadeza la dejó al lado de la caja. Sin levantarse sacó de ella una pelota para perros y unas bolas chinas. Introdujo las segundas en la vagina de la joven que volvió a gemir y se incorporó con la pelota en la mano.

  • Ahora que sabes ladrar, voy a enseñarte a caminar como es debido y a buen ritmo. Te lanzaré la pelota por el jardín y si la recoges y la traes hasta aquí en el tiempo que te de para ello, te volveré a recompensar. Si fracasas, te daré un azote por cada dos segundos de demora.

Con fuerza media lanzó la pelota al otro lado del jardín y comenzó a cronometrar, indicando a la joven que tenía dos minutos para recuperarla. Anja echó a correr a cuatro patas, todo lo deprisa que podía en esa indigna postura. Sus pechos se balanceaban y el movimiento repercutía en sus doloridos pezones y lanzaban oleadas confusas de dolor y placer que repercutían directamente en su clítoris. Con todo el coño magullado por los cintazos, las bolas chinas en su vagina la estaban empapando, excitándola y sumándose al recuerdo de las caricias de su dueño. Escuchó un pitido de su collar y como Héctor la llamaba cuando ya estaba a punto de alcanzar la pelota. Se detuvo confusa y resolvió ir hasta donde estaba el hombre sin la pelota.

  • ¿Qué haces estúpida? Te dije que trajeses la maldita pelota – pese a sus crueles palabras, estaba gozando al ver lo humillada que estaba – el pitido era porque estabas tardando demasiado, y si no me la traes ahora mismo no me limitaré al cinturón.

Anja salió disparada a por la pelota, encontrando de inmediato una postura que la permitía mayor velocidad. Estaba cansada, sudorosa, sedienta, dolorida, excitada y emocionalmente destrozada. No quería recibir más azotes, no quería ser castigada más y tampoco que la humillasen. Recogió la pelota con la boca y la dejó a los pies de su dueño, que sostenía el cinturón en su mano. Temblando, se pegó al suelo entre sus pies, sin mirarle directamente.

  • Has tardado un minuto y treinta y cinco segundos más de lo que te había dicho. Eso son noventa y cinco segundos, en total, cuarenta y ocho azotes.

La joven se echó a temblar, llorando ante la brutalidad del castigo que la esperaba. Intentó echar a correr por el jardín, pero Héctor fue más rápido. La agarró por el collar y la mantuvo quieta contra el suelo, con una erección de caballo en los holgados pantalones cortos que usaba.

  • No, no, perra mala. Ahora vamos a seguir entrenándote y después te daré todos los azotes que acumules seguidos. Si vuelves a intentar huir, te daré una descarga.

Llorando, la joven se resignó a su suerte. Héctor recogió la pelota y la lanzó hacia la otra esquina del jardín. Anja ni siquiera esperó a que le diese la orden de ir a por ella. Se lanzó corriendo a cogerla y se apresuró a llevarla hasta donde estaba el hombre, tropezando ligeramente y sintiendo como las bolas chinas se movían dentro de ella lanzándola casi a un nuevo orgasmo. Para su consternación, el hombre la enseñó el cronómetro donde se reflejaba que había tardado cuatro segundos más de los dos minutos. Ya acumulaba cincuenta cintazos. Jadeante, se preparó para salir corriendo tras la pelota, apresurándose a cogerla y llevarla de nuevo. Las bolas chinas torturaban su vagina, sentía toda la humedad cayendo por sus muslos, sus pechos rebotando y la opresiva sensación de ser tratada como a una esclava, un animal al que se le entrena para jugar la llenaba de desesperanza. El plug-cola que llevaba en su ano presionaba hacia arriba y hacia abajo cuando corría, moviendo más las bolas chinas y su mente saturada comenzaba a dirigirse solo a evitar el dolor y conseguir por fin el placer del orgasmo que parecía no llegar.

Héctor observó atento el sutil cambio que se iba produciendo en su joven perrita. No era tan ingenuo como para pensar que en un único día estaría totalmente domada, pero empezaba a rendirse y eso era buena señal. Contempló su cuerpo joven y atlético sudando bajo el sol y la humedad de su vagina. La hizo recoger cinco o seis veces la pelota y salvo las dos primeras se sintió orgulloso al ver que conseguía llevarlas a tiempo hasta donde estaba él. Cuando se la trajo por séptima vez, sus muslos estaban empapados y él tenía una erección impresionante. La joven jadeaba con la boca reseca y abierta, era casi una invitación a que se la follase. Sin embargo, se contuvo y se colocó de rodillas detrás de ella, acercó su cara a ese coñito joven y sensible y con total dedicación comenzó a pasar la lengua por él, obteniendo inmediatamente los gemidos de la chica como premio, que separó más las piernas y empujó las caderas contra su boca.

Héctor sentía la boca llena de los fluidos de la joven, calientes y dulces. Pasó la lengua por el clítoris, por los labios, la metió delicadamente en su vagina y la usó para separar los labios y poder profundizar más en ella, comiéndola con toda la atención y delicadeza de un buen amante. Por su parte, Anja estaba en el cielo. Con las piernas abiertas, la espalda arqueada y los ojos vueltos, sentía más placer que nunca. Había tenido novios antes, muchos la habían comido el coño, pero ninguno como aquel bruto. Parecía conocer todos sus rincones más escondidos, los pliegues que más placer la daban se desplegaban ante su lengua experta y las bolas chinas contribuían a volverla completamente loca. Sintió sus rudos dedos entrando en ella, pero esta vez no la causaron ningún tipo de dolor, al contrario, se acomodaron a su vagina moviendo las bolas chinas más dentro, dejando que salieran después y volviéndolas a mover, sin parar de acariciarla ni de comerla el coño. La otra mano del hombre alcanzó su pecho y se lo masajeó delicadamente, sin presionar, dejando que ella marcase el ritmo. Sin poder controlarse su cuerpo estalló en un maravilloso e intenso orgasmo que la recorrió de arriba abajo, arrancándola un grito de extasiado placer. Casi al momento, aquella maravillosa lengua redobló su acoso en su clítoris y la condujo a otro, seguido, sin darla tiempo a respirar. Sintió que se ahogaba y como se catapultaba al clímax más intenso de su vida.

Héctor sacó las bolas chinas y la penetró despacio. Se contuvo para no ir deprisa mientras gozaba del interior caliente y resbaladizo de su mascota. La joven jadeaba y se movía al compás de sus embestidas, completamente perdida en el placer. Acarició el clítoris hinchado de la chica que comenzó a lloriquear y gemir completamente ida, centrada en el maravilloso placer que su cuerpo sentía. Héctor aceleró el ritmo, apoyando su panza en la espalda de la chica que se pegó más a él. La agarró por las caderas y aceleró al máximo. Los gemidos de ambos se mezclaban con el sonido de los cuerpos al chocar. Sintió como la vagina de Anja se contraía y el tercer orgasmo de la joven le impulsó al suyo, llenando la vagina de la chica con su corrida mientras gruñía como un animal, totalmente desatado. La agarró del pelo y mordió su hombro mientras acababa, moviéndose lentamente hasta detenerse y sacarla. Tenía ganas de que se la limpiase, pero eso arruinaría su plan para que Dolly bebiese su biberón especial, así que se limpió con un pañuelo y sin molestarse en limpiar a Anja la dejó tirada en el suelo.

Se dirigió a la caja y sacó de ella una barra metálica especialmente diseñada para sujetar los tobillos y las muñecas de la chica. Anja estaba todavía demasiado perdida en los tres orgasmos que había tenido como para percatarse de lo que Héctor la hacía hasta que estuvo inmovilizada en el suelo, con los tobillos en los extremos de la barra, las muñecas entre las piernas y el culo y la vagina bien expuestos y ofrecidos. De un tirón retira el plug del ano de la joven y cogiendo una cadena unida a dos pequeños ganchos, engancha los aros de los pezones de la joven a la barra. La joven intenta retorcerse para ver dónde se coloca Héctor y siente un doloroso tirón en los pezones que la hace quedarse totalmente quieta para evitar el dolor. Héctor la coloca una mordaza de bola y acto seguido comienza a descargar el cinto contra las ya magulladas nalgas de la chica.

Los gritos de Anja se estrellan contra la mordaza. Los azotes llueven sobre su fina piel que vuelve a adquirir tintes rojos y púrpuras mientras nuevas marcas florecen en sus muslos y en sus nalgas. Héctor cuenta en voz alta según castiga a la llorosa jovencita que no puede ni siquiera moverse. Nada la proporciona alivio mientras el castigo sigue y sigue. Héctor se regodea en cada azote, aquella malcriada ha vivido rodeada de lujo hasta ese momento y él ahora piensa enseñarla que no es nada salvo un cuerpo bonito puesto a su disposición. Con pericia deja que el cinturón azote el coñito depilado de la chica que llora y jadea contra la mordaza, al borde del desmayo. El cinturón cae contra la joven sin ninguna piedad, cebándose en las preciosas nalgas que ahora se ven moradas y magulladas, llenas de marcas rojas de los azotes. Con deliberada lentitud cuenta los últimos tres azotes y arroja el cinto contra la espalda de Anja que tiembla en el suelo, llorando de forma incontrolable y totalmente desesperada. No quiere volver a pasar por algo así jamás. Héctor suelta a la joven de la barra, retira la mordaza y con dulzura acaricia el pelo de la chica que no para de llorar, sin fuerzas para retirarse del hombre, aceptando las caricias que poco a poco van sosegando sus sollozos.

  • Vamos, Dolly, ya está. Fuiste una perrita mala y las perritas malas merecen ser castigadas para que aprendan a portarse bien. Seguro que mañana no serás así de mala ¿a qué no?

  • Gu-guau – Anja responde con un ladrido entrecortado, negando con la cabeza. Las nalgas la arden y se siente derrotada, humillada y agotada.

Héctor la deja tirada en el jardín, seguro de que no se movería. Entrando en la casa recupera el biberón donde orinó antes y vuelve con su mascota. Como pensaba, la joven ni siquiera se ha movido. La agarra del pelo y colocándola de rodillas acerca el biberón a la cara de la chica. Anja se lame los labios resecos, en la comisura de la boca nota saliva seca y siente la garganta áspera. Reticente engancha la tetina del biberón con la boca y comienza a beber la orina algo rancia de su dueño, mirándole a la cara y comenzando a llorar de nuevo. Se odia por caer tan bajo, por someterse de semejante manera y por ceder ante una petición tan cruel, pero tiene sed y se lo termina todo. En cuanto lo hace, Héctor la aprieta las mejillas y metiendo su polla flácida en la boca de la chica comienza a orinar, manteniéndola firmemente sujeta por el pelo para que no pueda retirarse ni escupir. Anja traga todo lo que puede, intentando desesperadamente no ahogarse aunque al final se atraganta y deja escapar un poco por las comisuras de la boca. Cuando Héctor termina saca la polla de su boca y la frota por la cara de la chica, mirándola con profundo orgullo y desprecio, mezclados con lujuria. Anja se estremece y ni siquiera se atreve a alejarse cuando su cruel amo la aprieta los pechos con sadismo.

  • Buena perra, Dolly. Muy bien.