La mascota II.

Serie de relatos donde una chica rica y malcriada se convierte en una mascota (petplay). Segunda parte.

Tras haber sido anillada, decorada y entregada a su nuevo dueño, ahora Anja se veía obligada a caminar por las calles de la ciudad a cuatro patas, siguiendo a su nuevo Amo que tiraba de la correa con saña, forzándola a ir casi corriendo. Desacostumbrada a estar a cuatro patas había intentado ponerse de pie en varias ocasiones, solo para acabar tropezando y teniendo que correr para alcanzar a su dueño. Las botas cumplían su función y la impedían estar erguida, forzándola además a enseñar todo su culo y su vulva, quisiera o no. Estaban a punto de cruzar una calle cuando una voz desconocida para ella les interceptó.

  • Hombre Héctor, veo que por fin te has animado a comprarte una mascota.

  • Ya ves Lucas, la he comprado hoy, ¿qué tal con Lily?

  • Es un encanto de coñito delicioso.

En ese momento Anja se fijó en que el hombre que parecía ser amigo de su dueño (odiaba ese término, pero no se la ocurría ninguno mejor con el que llamarle y por lo menos no sonaba tan servil como "Amo") llevaba a una chica de una correa. Rubia y de grandes pechos, a diferencia de ella no llevaba mordaza y sus botas tampoco unían sus muslos a sus pantorrillas. Pese a poder ir erguida, elegía ir a cuatro patas y se refrotaba cariñosamente contra la pierna del hombre que la acariciaba la cabeza, entre las orejas de perrito fijadas con horquillas a su pelo. La parecía surrealista, ninguno de los dos hombres parecía en buena forma física y a diferencia de su dueño aquel otro sostenía la correa floja, de un tirón podría escapar y echar a correr ¿por qué no lo hacía? era imposible que disfrutase siendo humillada y tratada como un animal.

  • Bueno, Lily siempre ha sido una buena chica, esta me han dicho que es un poco rebelde, pero ahora que estoy prejubilado tengo tiempo y será divertido.

  • Yo elegí a Lily ya domada, menos problemas, anda pequeña, ve a conocer a... ¿Cómo la has llamado?

  • Dolly, tiene cara de muñequita.

  • Ve a conocer a Dolly, se buena.

Para su sorpresa vio como la otra chica se acercaba a ella ladrando, quiso alejarse, pero un firme tirón de la correa la dejó clavada en el sitio. Notó como la joven se acercaba desde detrás y cómo la olía el culo como harían dos perros. Humillada se sentó intentando ocultarlo, la gente pasaba a su lado y aunque miraban no lo hacían con sorpresa, era igual que contemplar a dos perros conociendose. Su dueño volvió a tirar de su correa y la obligó a quedarse a cuatro, Lily enterró la cara entre sus piernas y comenzó a lamer su vulva delicadamente, encontró su clítoris y lo acarició con la punta de la lengua para después pasar a dar largas lamidas. Intentó reprimir los gemidos, por humillante que fuese la sensación aquella... Lily sabía bien lo que se hacía porque comenzaba a excitarse, notaba su vagina húmeda y resbaladiza mientras la cálida lengua de aquella otra perrita seguía pasando sin cesar por sus labios, entrando poco a poco. Cuando volvió al clítoris no pudo más y gimió contra la mordaza, levantando más las caderas involuntariamente. Aquella postura junto con su rendición pareció divertir a los dos hombres que se echaron a reir.

  • Mira, parece que hacen buenas migas.

  • Cuando esté algo más educada puedes traer a Lily a casa y dejar que jueguen un rato.

  • Me parece bien, de todos modos recuerda que el viernes hemos quedado para echar una partida de cartas. Vamos Lily, tenemos que ir a la peluquería.

Al oír la orden la chica se alejó de ella, trotando en dirección a su dueño. Anja se sintió asqueada de sí misma, pero había disfrutado con aquel acto vejatorio, su vagina estaba húmeda y notaba el clítoris hinchado y sensible. Temblando ligeramente siguió a su dueño hasta un aparcamiento cercano a la tienda de mascotas, allí, una amplia furgoneta gris plateada parecía ser su destino. Héctor abrió la puerta trasera y la joven vio una jaula de perros ya montada y asegurada al suelo del vehículo. No era demasiado grande, lo justo para mantenerla inmóvil. Intentó resistirse y se negó a avanzar, clavando las manos en el asfalto y en el borde del vehículo para no subir. En medio de la resistencia escuchó un pitido procedente de su collar pero no le dio importancia, concentrada en luchar contra su dueño que se esforzaba por meterla dentro. Un segundo pitido vino acompañado por una brutal descarga del collar que bloqueó completamente su resistencia, concentrando todas sus energías en respirar de nuevo ya que sentía como si la hubiesen apretado el cuello. La descarga no había durado más de tres segundos, pero fue suficiente como para dejarla dolorida y asustada.

  • Tu collar no es un simple collar de perro Dolly, si te portas mal te daré una descarga. Ahora sé buena y no me hagas volver a castigarte, sube a la furgoneta.

Pese al dolor la imagen de la jaula era más fuerte, dejó las manos apoyadas en el borde del vehículo pero se negó a ir más allá. Con un suspiro, Héctor apretó el botón de descarga del mando del collar y de nuevo la dio una descarga. Esta vez el dolor fue más intenso y prolongado, casi diez segundos de descarga eléctrica intensa que recorrió su cuerpo e hizo que involuntariamente dejase escapar algo de orina en el pavimento. Cuando paró, Anja quedó tirada en el suelo, jadeando pese a la mordaza y con lágrimas rodando por las mejillas. Héctor la dio unos momentos para recuperarse antes de hacer pitar el collar. La chica se echó a temblar al oír el pitido y se relajó al sentir que no iba acompañado de otra nueva descarga.

  • Sube a la furgoneta o la siguiente vez te la daré de un minuto.

Aterrada ante la amenaza, Anja no se lo pensó y subió a la trasera del furgón, intentando mantenerse lo más lejos posible de la jaula. No la sirvió de nada. Con una fuerte palmada en sus nalgas Héctor la hizo entrar de muy malas maneras, cerrando la puerta de la jaula detrás de ella. Era tan corta y estrecha que ni siquiera podía girar en ella. Los barrotes del suelo se clavaban en sus piernas pese a la protección de las botas acolchadas. La postura la dejaba totalmente expuesta ante su dueño, que aprovechó a meter dos dedos en su vagina, sin cuidado, buscando hacerla daño. Anja protestó al notar la intrusión, gruesas lágrimas rodaban por su cara mientras el bruto de su dueño movía los dedos dentro de ella.

  • Estás tan mojada... apenas unos minutos con Lily y ya te mojas entera, vas a ser una gran perra. No puedo esperar a tenerte en casa, bien limpia y dispuesta para mi, ya verás que follada te voy a meter.

Al oír aquello se puso a farfullar incontroladamente. No quería que aquel hombre cruel se acercase más a ella, mucho menos que la follase. Llorando en la jaula sintió como los gruesos y ásperos dedos del hombre salieron de su interior. Sin hacerla más caso cerró la puerta de la furgoneta y subió al asiento, ahora ya no podía verle. Sintió como el coche arrancaba y cómo se incorporaba al tráfico. Dentro de la jaula ni siquiera podía moverse, solo llorar y llorar pensando en lo que la esperaba, arrepintiendose tardíamente de su comportamiento caprichoso y engreído que la había conducido a esa situación. Durante todo el trayecto el hombre siguió diciéndola lo mucho que iba a gozar follando con ella, destrozando todos sus agujeros. Anja no podía parar de llorar en silencio.

No supo precisar cuánto tiempo había pasado hasta que por fin se detuvo la furgoneta. Héctor abrió la puerta trasera y la jaula y la dejó salir reculando. La hizo bajar tirando de la correa y la dio unos momentos para estirar, dentro de sus limitadas posiblidades, sus agarrotados miembros. Anja se fijó en que ya no estaban en la ciudad, sino en un pequeño pueblo, de chalets individuales, no demasiado grandes pero todos con jardín delantero. Su nueva casa era de dos plantas, apenas una coqueta caja de cerillas en medio del campo que hubiera sido bucólica en otra situación. Héctor tiró de la correa y la hizo franquear la verja de hierro que se cerró tras ella con un fuerte chasquido. El jardín estaba bien cuidado, con una brillante caseta de perro de madera pintada en medio.

  • Desde ahora este será tu retrete, no vas a poder mear ni mucho menos cagar dentro de casa. Te sacaré fuera tres veces al día, si no haces tus necesidades en esas tres salidas y lo haces en casa las descargas de antes te parecerán una caricia.

Anja se le quedó mirando con los ojos como platos. No podía esperar en serio que hiciera sus necesidades fuera, en el césped. Con una sonrisa cruel, el hombre sacó un rollo de papel y unas bolsitas como las que se usan para recoger los excrementos de los perros. Anja negó vigorosamente con la cabeza, de nuevo tratando de hablar pese a la mordaza.

  • Vamos Dolly, no me mires así, eres una perrita, las perritas no mean ni cagan dentro de casa ni usan el retrete, ahora sé buena y haz tus cosas.

Comprendiendo horrorizada que iba totalmente en serio se dio la vuelta, intentando encontrar un sitio algo más resguardado en el pulcro jardincito. Era una extensión de césped lisa, por lo que acabó por ponerse detrás de la caseta, intentando quedar resguardada de la vista desde la calle en caso de que alguien pasase por ahí y mirase en su dirección. Sollozando de humillación y rabia intentó relajarse, centrarse en liberar la tensión de su cuerpo y orinar, sabía que tenía ganas, las había tenido en la furgoneta a causa de la descarga y la tensión pero ahora era incapaz. Puso algo más de empeño mientras sentía como los ojos de su dueño recorrían todo su cuerpo pero fue en vano. Llorando negó con la cabeza sin atreverse a mirar a su dueño, con las mejillas coloradas y muerta de vergüenza.

  • Bueno Dolly, te he dado una oportunidad, no se puede negar. - Aunque su cara parecía apenada, se notaba en su voz que estaba disfrutando enormemente, en su pantalón había vuelto a aparecer aquel enorme bulto que ya apreciase en la perrera. Aterrada por lo que la esperaba intentó volver a colocarse, volver a intentarlo, pero el hombre pareció adivinar sus verdaderos motivos por lo que dio un tirón a la correa de forma que no la quedó más remedio que seguirle hasta la casa.

La vivienda resultaba acogedora y luminosa, con un gran salón con chimenea, varios sofás y una cesta de gran tamaño con cojines que, presupuso, sería donde pretendía hacerla dormir. Una gran argolla de hierro cerca de la cesta dejaba claro que no pensaba dejarla desatada. Las escaleras conducían al segundo piso y a otra habitación que sería presumiblemente un sótano o una cochera. Desde donde estaba podía ver una cocina amplia y una pequeña biblioteca.

  • Hoy comenzaré a entrenarte Dolly, hasta ser una perrita buena. Como aún no estás acostumbrada a no morder, me quedaré con las ganas de probar esa boquita tuya, pero llevo obsesionado con ese coñito desde que lo vi en las fotos. Sube las patas delanteras al sofá Dolly, se buena.

Antes de que pudiera negarse escuchó un pitido procedente de su collar. Su cuerpo se movió solo y se encontró con las patas apoyadas en el sofá, dejando el culo ofrecido a su dueño. Escuchó como se desnudaba dejando caer la ropa al suelo, y como tintineaba la hebilla del cinturón cuando lo recuperó del pantalón. Notó de nuevo sus rudos dedos frotando sus labios, una pesada mano amasó uno de sus pechos y tiró del pezón, dolorido por el anillado reciente, soltó un grito que se ahogó en la mordaza y cerró los ojos. El grito parecía haber excitado aún más al hombre, que metió dos dedos dentro de ella, de forma brusca, buscando que gritase de nuevo. Su manaza se estrelló contra las blandas nalgas de la joven, una y otra vez hasta que adquirieron una tonalidad rosa y posteriormente roja. Los gruesos dedos se movían rítmicamente y con la palma frotaba a la vez el clítoris, muy a su pesar, Anja sintió que volvía a excitarse y a humedecerse. Cada azote la impulsaba contra el sofá y hacía que sus sensibles pezones se frotasen contra la tela, provocando en ella una mezcla de dolor y placer desconocida para ella. Sus gritos comenzaron a sonar cada vez más como gemidos, llegando al máximo cuando sintió como escupía sobre su vagina y apoyaba su gruesa polla en su entrada.

Con un tirón retiró el plug que había estado llenando su ano todo el tiempo y de un brusco empujón entró en su vagina, casi de una, mientras metía dos dedos en su ano. Anja dejó escapar un alarido y quedó aplastada contra el sofá, la panza de su dueño se recostaba en su espalda y mientras este comenzaba a mover las caderas tiraba de ella con la mano que tenía dentro de su ano. Le notaba pesado y sudoroso y sus gemidos la resultaban repulsivos. Con asco sintió como pasaba la lengua por su cuello, como la mordía el hombro.

  • Te haces la remilgada pero eres toda una perra cachonda, estás totalmente empapada,- sus obscenas palabras la herían en lo más profundo. No podía negarlo, había conseguido excitarla aunque ahora volvía a imperar el dolor y el desagrado - voy a follarte cada día, cada vez que me apetezca, y acabarás por suplicarme más.

Sentía su durísima polla taladrándola incansable. Aquel cabrón tenía más aguante que ningún otro, no paraba de embestirla y bombear dentro de ella. Pese a que no dejaba de lamerla el cuello ni de estrujar sus tetas, comenzó a sentir más y más placer, hasta que volvió a gemir contra la mordaza. Complacido, Héctor llevó una mano al cierre de la mordaza.

  • Eres una putita buena, ahora te soltaré la mordaza, quiero oír como gimes y gritas de gozo cuando me corra dentro de ti, pero una sola mala palabra que salga por esa boquita y usaré mi cinturón contigo.

La mordaza cayó al sofá, Anja abrió y cerró la boca entumecida pero una nueva embestida la hizo gemir de gusto, el hombre colocó sus ásperos dedos en su clítoris y se rió complacido al ver cómo la joven se refrotaba contra ellos, intentando llegar al clímax. Bombeando con fuerza la agarró por las caderas y comenzó a correrse dentro de ella, largando fuertes chorros de leche mientras la joven no dejaba de gemir y gritar de placer. Cuando acabó se retiró, dejando a la joven insatisfecha. La agarró por el pelo y sin decir palabra usó su boca para limpiar su gruesa polla, aún medio rígido. Volvió a amordazar a la chica y se sentó en el sofa.

  • ¿Quieres correrte verdad?

Pese al desprecio que sintió por si misma Anja tuvo que asentir, estaba desesperada, tan cerca de correrse. Intentó tocarse con la mano, pero las gruesas manoplas que cubrían sus manos lo hacían imposible.

  • No, no, solo las perras buenas se corren, tú eres una perra mala y desobediente. Pero como soy tan generoso de corazón, te propongo un trato.

Anja le miró desconfiada. No se creía que fuese bueno ni generoso y mucho menos tras negarla el orgasmo. Estaba sentado en el sofá, sonriendo, con la barriga colgando sudorosa sobre una polla aún medio rígida y mordillona. Asintió con la cabeza pero con cautela, sin creerse demasiado que pudiera salir una idea buena para ella de aquel hombre.

  • Te daré 50 azotes con mi cinturón, en tu precioso culito, y después te volveré a follar, entonces podrás correrte.

Anja retrocedió espantada pero el hombre fue más rápido, la agarró por el pelo y sin dificultad la arrastró hasta la argolla de la pared, ató sus manos enguantadas a ella y antes de que pudiera siquiera empezar a protestar, una gruesa tira de cuero doble impactó contra su desnudo trasero, dejando un gran verdugón rojo y haciéndola gritar. Con saña notó como su dueño metía de nuevo el plug con la cola en su ano y una descarga de azotes, crueles y duros, golpearon con saña sus blandas carnes. Intentando protegerse se giró, de forma que esta vez el cinturón mordió la carne de sus pechos y su vientre, soltando un nuevo grito se quedó de cara a la pared, exponiendo el culo, era menos doloroso así.

  • Vamos, vamos, Dolly, sabes que es por tu bien, esto te enseñará a ser una buena perrita, será más fácil para ti si aprendes que no eres más que mi perra.

Las lágrimas la impedían ver pero nada podía hacer para silenciar sus oídos, se encogió cuando oyó silbar por el aire de nuevo el cinturón pero no pudo evitar los sucesivos azotes, duros e implacables. Pronto su culo entero la ardía, la escocía y sentía que se la iban a abrir las nalgas. Acabó volviendo a girar y de nuevo fueron sus pechos los que recibieron los azotes. Entre gritos intentó suplicar piedad, pedir que parase, pero la mordaza la mantenía silenciada, dejando solo que sus gritos resonasen amortiguados por la casa. Cuando hubo descargado los cincuenta azotes prometidos, retiró el plug y de una ensartó el estrecho ano de la joven con su polla. Héctor pudo notar como algo se rompía bajo su polla, la sacó casi entera y empezó a bombear, frenético y completamente enloquecido. Bajo él la joven lloraba y suplicaba, todo su cuerpo temblaba y sus pechos aparecían marcados por el cinturón. Sus nalgas eran una explosión de marcas y hematomas rojizos y ahora era su ano el que recibía su merecido. Afianzó el cinturón en la mano y lo descargó contra el tierno coñito de su perra que volvió a gritar, arqueando todo su cuerpo en el proceso. Histéricos sollozos salían de su boca para chocar contra la mordaza y quedar silenciados, sus maltratados pechos subían y bajaban al ritmo de su agitada respiración y notaba su esfínter tenso y rígido, presionando para librarse de él. Con saña descargó una y otra vez el cinto contra el coño de aquella malcriada perrita. La ficha indicaba que había sido una ingrata toda su vida, una engreída, pero él la domaría. Notaba su polla más dura que nunca y el cuero del cinto estaba completamente empapado por los fluídos de la chica, cachonda pese al brutal castigo que recibía.

  • Eres una guarra, una perra sucia y cachonda, no hago más que zurrarte y aún así te mojas

Con un último azote que impactó casi en su totalidad sobre su magullado e hinchado clítoris, Héctor volvió a descargar sus bolas en la joven, llenando de semen caliente y espeso sus intestinos. Al sentir la corrida de su dueño, como se agarraba a sus pechos y tiraba de ellos, apretando como si quisiera exprimirlos, Anja alcanzó el mayor orgasmo de su vida. Oleadas de placer estremecieron su cuerpo, la hicieron gritar y vaciar sus pulmones. Su cuerpo quedó colgando de la pared por las muñecas atadas mientras jadeaba intentando recuperar el aliento. Héctor sacó su polla del magullado ano de la chica, increíblemente no había sangre, no la había desgarrado. Aquello le hizo sonreír, dentro de unas horas podría volver a follarla en lugar de tener que esperar días. Limpió su polla en el vientre de su perrita y soltó sus patas de la pared, dejando que cayese al suelo. Ató la correa con un gran nudo a la misma argolla que antes y la dejó en su colchoneta. La joven todavía lloraba y jadeaba.

  • ¿Ves como es más fácil cuando me complaces? Descansa un poco, Dolly, en unas horas volveré a probar ese culito delicioso.