La Mascota
La vida de la joven Elainne dará un giro inesperado cuando se muda a su bloque un atractivo y ruidoso vecino de origen extranjero con el cual compartirá rellano. La introvertida muchacha se muere por coincidir con él. Lo vigila y acecha muy de cerca, pero él no lo sabe.
CAPÍTULO 1:
- ¡Ya está otra vez!
Elainne no daba crédito a sus oídos. Todas las tardes en días alternos sucedía lo mismo: ruidos, golpes, gemidos, traqueteos de cama y gritos de placer femeninos que iban aumentando de volumen hasta hacerse realmente insoportables. Su dormitorio y el de su nuevo vecino estaban separados por una fina pared de ladrillos que no suponía una barrera lo suficientemente gruesa y consistente como para silenciar los orgasmos de las acompañantes del piloto comercial que había alquilado el apartamento un mes antes.
En el bloque de viviendas, las vecinas no hablaban de otra cosa: del semental europeo del ático derecha que se lo montaba con bellísimas azafatas.
Esta vez Elainne estaba preparada. No es que hubiese corrido al terminar la jornada escolar, había volado prácticamente hasta su casa a sabiendas de que lo que iba a escuchar a través del tabique iba a merecer la pena.
Ni almorzó, tiró sus libros de manera descuidada, se lanzó sobre su cama tras quitarse los zapatos y se dispuso a disfrutar de un momento mágico. Llevaba toda la mañana caliente esperándolo. En realidad, su cuerpo ardía desde que, dos días atrás, se quedó a medio masturbar. Se demoró más de lo debido durante su trayecto desde su colegio hasta su casa y pilló la orgía de su vecino a punto de terminar.
La morenita de largo cabello ondulado quiso desabrocharse los botones de la camisa blanca de su uniforme, pero estaba tan nerviosa que no acertaba con los ojales así que optó por la solución más rápida: se la levantó hasta prácticamente la barbilla llevándose a su paso el sostén, liberando de este modo sus bonitos pechos adolescentes. Los golpes del cabecero de la cama vecina contra la pared le hicieron saber que el coito había comenzado por lo que no tenía tiempo que perder.
Como ya intuía sus contundentes senos aparecieron empitonados, con los pezones erectos como diamantes sobre sus areolas bien conformadas. Llevaban toda la mañana en ese estado de excitación desmedida. La adolescente había descubierto a varios compañeros de clase y al profesor de matemáticas mirando de forma descarada esas prominentes partes de su cuerpo que escondía a duras penas su uniforme colegial. Los senos de la joven eran algo fuera de lo normal.
Era habitual que Elainne en su conjunto y sus pechos en particular fuesen el objeto de las miradas lascivas de los hombres que la rodeaban. Todos en su colegio comentaban que tenía una delantera soberbia, aunque a Elainne no le pareciese que sus senos fueran algo extraordinario. La joven opinaba de ellos que eran de lo más corrientes y se esforzaba por ocultarlos, pero, para el resto de la humanidad, eran gloria bendita: redonditos, algo globosos y con un lunarcito en su seno derecho que asomaba juguetón a través del escote cuando su dueña se descuidaba. Tal vez se destacasen más por el hecho de que la adolescente no era excesivamente alta pero lo cierto es que casi todo el personal masculino y parte del femenino del centro educativo al que asistía se había masturbado pensando en ese par de bultitos que brotaban en el pecho de Elainne, personal docente incluido.
No obstante, la cualidad que Elainne más le interesaba de sus senos era su tremenda sensibilidad. Acariciárselos o más bien estrujárselos sin piedad le proporcionaba un placer intenso y mucho más en situaciones como aquella en las que la calentura le impedía hacer otra cosa más que tocarse.
Al igual que dos tardes atrás comenzó a escuchar los golpes en la habitación contigua. No eran simples cachetes sino sonoras palmadas bastante contundentes que arrancaban de la hembra de turno inquietantes gritos de dolor al principio, de gusto después y para finalizar derivaban en alaridos de auténtico vicio.
Elainne entornó sus parpados imaginando la escena. Sus ojos marrones quedaron en blanco mientras se pellizcaba los pezones al son de los azotes. La intensidad de los pellizcos aumentaba conforme los golpes crecían en intensidad y dureza. Notó que eso tenía efecto inmediato en su vulva y sacrificó una de sus manos deslizándola por el interior de su falda. Buceó bajo sus braguitas, recorrió su Monte de Venus y, dejando atrás el ramillete de vello que lo adornaba, llegó a la tierra prometida: su vulva totalmente dilatada, derretida de jugos, ansiosa por ser penetrada.
En cualquier otra circunstancia hubiese ido más despacio, pero en ese momento le apetecía cualquier cosa menos ser delicada con su cuerpo. De un solo golpe, se insertó en la vagina tres de sus dedos hasta lo más profundo, mordiéndose el labio inferior casi haciéndolo sangrar para no gritar de puro éxtasis. La joven abrió las piernas cuanto pudo y comenzó a contorsionar su cadera para así masturbarse más duro, dándose placer de manera intensa al tiempo que se retorcía el pezón con crueldad.
- ¡Uhmm! – Murmuró.
La joven comenzó a jadear cada vez con más fuerza conforme se masturbaba a la vez que escuchaba a una desconocida gozando como una perra de su atractivo vecino. Elainne abría su boca buscando el aire que le faltaba y, temiendo no poder contenerse, se quitó las bragas empapadas de flujos y se las metió en la boca a modo de mordaza. Después, continuó dándose gusto al cuerpo con renovados bríos no solo metiéndose los dedos a modo de falo en la vagina sino también abriéndolos en su interior y retorciéndolos en su entraña de manera brusca.
La paja estaba siendo antológica, tanto o más que el polvo de sus vecinos. Su grado de excitación era tal que, justo en el momento de alcanzar el clímax abrió tanto la boca que su minúscula ropa interior de encaje negro resbaló de sus labios, dejando escapar un sonoro suspiro que resonó en su habitación.
La cosa no hubiese ido a mayores de haber seguido los otros con su escandalosa cópula, pero la mala suerte se alineó con ella y, justo en el momento de su desahogo, los sonidos del otro lado del tabique cesaron con lo que su gemido fue todavía más evidente.
La chica, asustada, mordió su puño intentando no repetir su indiscreción mientras con la otra mano terminaba la faena. A Elainne le pareció escuchar unas voces y unas risas, pero en ese momento su prioridad, su mundo, su vida se reducía a las contracciones de su sexo.
Tras el orgasmo, la muchacha permaneció tumbada en la cama mirando al techo durante un buen puñado de minutos, intentando recuperar el aliento, mientras de su coño manaba un hilito de babas. Le sobresaltó el ruido de una puerta abriéndose en la lejanía y se incorporó del lecho como un resorte.
- ¡Mierda! – Gruño
En un primer momento pensó que sería su madre o su hermano mayor volviendo a casa mucho antes de la hora acostumbrada pero pronto comprobó aliviada que el sonido procedía de la puerta principal de la casa su vecino y no de la suya.
Se acercó como un rayo a la entrada de su vivienda y, a través de la mirilla, espió a los adultos como las otras veces.
- ¡Eran dos! – Exclamó en voz baja -. ¡La rubia y la pelirroja!
En efecto, del departamento anexo salieron dos muchachas muy sonrientes vestidas de manera algo diferente con lo que Elainne identificó como uniformes de compañía aérea. Eran tremendamente hermosas y de rasgos nórdicos. Ambas eran muy altas y con sus largos cabellos recogidos en perfectas colas bajo una curiosa gorrita azul. Una de ellas, la rubia, se detuvo justo delante de la muchacha cuando miró a la parte exterior de la mirilla. La pelirroja, por el contrario, prosiguió su marcha sin inmutarse.
La joven se quedó petrificada y contuvo la respiración evitando hacer el menor ruido al quedar ojo con ojo con aquella hembra imponente. Daba la impresión de que la otra sabía exactamente de su presencia. Por fortuna para Elainne, la hembra y el aviador hablaron algo entre ellos en un idioma extraño. Entonces la rubia sonrió y tiró de su maletita con ruedas hasta desaparecer en el elevador.
- ¡Venga, venga, deprisa, deprisa!
La adolescente volaba mientras se colocaba de nuevo los zapatos a toda prisa. Estaba a punto de ponerse las bragas en su lugar correcto cuando escuchó de nuevo el ruido de la puerta vecina.
- ¡No hay tiempo! ¡Que se largaaa! – Chilló lanzando su ropa interior por los aires.
Las semanas previas le habían proporcionado la suficiente experiencia como para saber que el misterioso vecino abandonaba su vivienda momentos después de que su o sus amantes, como en aquel caso, se marchaban tras el sexo. Después, permanecía ausente durante cuarenta y ocho horas tras las cuales aparecía de nuevo en su apartamento, listo para la siguiente orgía, y acompañado siempre de hermosísimas hembras. A excepción de la rubia de siliconados senos y la gigante pelirroja jamás había repetido de amante, al menos que Elainne hubiera visto.
Las vecinas murmuraban constantemente acerca de él y sus hazañas sexuales. Decían que probablemente se tratase de un hombre casado que utilizaba el apartamento para serle infiel a su señora con ardientes auxiliares de vuelo durante la escala en Quito.
Lo cierto es que todos aquellos chismes le traían sin cuidado a Elainne ya que lo único que deseaba era sentir la mirada esos ojos grises que la traían loca y en volver a escuchar su profunda voz de acento extranjero.
El grado de ansiedad de la adolescente era tan alto que salió precipitadamente de su casa, dándose de bruces contra su oscuro objeto del deseo.
- ¡Ops! Cuidado, pequeña… - Dijo él mientras una nube de papeles salía volando por los aires cayendo en el piso de manera desorganizada.
Elainne quiso morirse de vergüenza al ver el destrozo que había causado. Ella, que pretendía dar una buena impresión a su vecino, sólo le había causado problemas ya que estaba claro que él tenía prisa.
- Lo… lo siento. – Balbuceó torpemente.
Intentando enmendar su error, la muchacha se arrodilló rápidamente en busca de los documentos. La faldita negra de su uniforme escolar negra se subió algo más de lo debido, bastante más de las rodillas y el frescor que experimentó en su vulva le recordó la total ausencia de ropa interior y eso le turbó aún más. Por si esto fuera poco, para elevar su calentura, a su nariz llegaron de inmediato los olores de sus efluvios más íntimos. Descompuesta, rezó cuanto supo para que su no vecino captase el aroma allá en las alturas de su más de metro noventa de estatura. Pero cuando el gigante se agachó para ayudarla supo que todo estaba perdido: era imposible que un hombre tan experto en todo lo referente al sexo no distinguiese la fragancia de una vulva adolescente anegada de jugos a su lado.
- Tranquila, no pasa nada. Yo lo recojo.
Las mejillas de Elainne parecían brasas y sus pezones traviesos volvían a jugarle una mala pasada. Probablemente el hombre le estaba mirando bajo la falda o inclusive buceando a través del escote, pero ella seguía a lo suyo recolectando folios y más folios sin levantar la mirada del suelo. Paradojas de la vida: el mismo botón rebelde que la impidió descubrirse durante la masturbación no había tenido el menor problema en saltar por los aires por su cuenta y proporcionar al piloto una inmejorable vista cenital de sus senos y de su delicada peca.
- Está bien, está bien, bonita. No te preocupes Elainne; yo los recojo. ¿Ves? Ya está todo solucionado.
Ambos se levantaron del suelo. La joven compuso su falda cómo pudo.
- ¿Co… cómo sabe mi nombre? – tartamudeó la muchacha torpemente.
Al alzar la mirada, se encontró de inmediato con aquellas pupilas increíbles. Su joven cuerpo se estremeció como un flan.
- ¡Me lo dijo esa señora insufrible del primero! - Dijo él guiñándole un ojo y su mejor sonrisa -. Creo que es, ya sabes: algo cotilla. Bueno, en realidad es muy cotilla, pero eso supongo que ya lo sabes ¿verdad?
- Sí, sí lo es. – Rió Elainne algo más relajada.
La chica intentó contener sus nervios, no quería parecer una niña tonta delante del adulto.
- Yo me llamo Karl, Karl Addens. Comandante Karl Addens para servirle a usted en todo lo que desee. Señorita. – Dijo él tendiéndole la mano.
- ¡U… un gusto! – Replicó ella estrechándosela con muchísima vergüenza.
Al notar el tacto del hombre casi se olvida de respirar.
- ¿Bajas?
- ¿Qué si bajas? Ya sabes… el ascensor.
- ¡Sí, sí! Por supuesto.
Mientras se cerraban las puertas Elainne no podía dejar de mirar al piloto: su apuesto porte, sus grandes manos, su alianza de casado, su impoluto uniforme y su olor a colonia varonil. No era joven pero tampoco demasiado mayor, lo situaba rozando los cuarenta, pero se notaba que hacía ejercicio y que se mantenía muy bien. A la adolescente se le caía la baba observándole y no sólo las babas: todavía sentía cómo los flujos sobrantes de su paja resbalaban por sus muslos en sentido descendente amenazando con aparecer más allá de la falda y meterla en un nuevo aprieto.
- ¿Dónde ibas tan deprisa? – Dijo el aviador apenas iniciaron el descenso.
- Me mandó mi mamá para un encargo.
- Buena chica. ¿Se quedó en casa?
- No. Viene a la noche y mi hermano apenas está por la casa. Yo estoy siempre sola toda la tarde.
- Entiendo.
La joven se arrepintió al momento por haber facilitado una información no solicitada. Solía ser bastante reservada, más aún con los desconocidos, pero la presencia de aquel maduro piloto la ponía muy nerviosa y, cuando eso le sucedía, hablaba por los codos de manera desorganizada.
La cabeza de Elainne era un potro desbocado. Imaginó a aquel hombre utilizando la parada de emergencia y tomándola allí mismo, en el ascensor, de manera salvaje, como hacía con sus amantes, pero nada de eso se produjo. El adulto se comportó como un perfecto caballero: le abrió la puerta, le dio dos besos en las mejillas y tomó el taxi que le esperaba camino del aeropuerto.
Elainne se quedó observando cómo el vehículo desaparecía en la distancia. Tenía dos largos días por delante hasta poder volver a ver a su amor platónico.
Decidió no lavarse la mano hasta ese día.
(Continuará)
Kamataruk
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