La Mascota (5 de 11)

Elainne se pasa las tardes en casa de su dueño visualizando vídeos sobre otras mascotas un buen método para perfeccionar su comportamiento felino. No obstante, su diversión se verá truncada por un suceso inesperado que tendrá consecuencias.

CAPÍTULO 5:

Elainne se pasaba las tardes en casa de Karl. Si el piloto estaba allí, se transformaba en su mascota sumisa y fiel. Además de adiestrarla en su adaptación al comportamiento felino, practicaban cuantos actos sexuales le apetecían al adulto; él se la follaba a su gusto, sin previo aviso, cuando y como quería.

Sentirse en cierto modo utilizada y sometida de esta forma a veces impersonal volvía loca a la joven. Ella, reprimida y vergonzosa por naturaleza, se había rebelado contra esa forma de ser haciendo precisamente todo lo contrario: no negándose a nada.

Elainne siempre estaba dispuesta a satisfacer a su dueño y eso le había permitido descubrir nuevos aspectos de su sexualidad que desconocía por completo. Si el piloto no estaba en casa, ella utilizaba habitualmente la llave escondida en la maceta del recibidor para acceder a la vivienda; tenía permiso para hacerlo cuando quisiera, como la mascota de cualquier hogar convencional.

Elainne sabía que, una vez dentro, debía dejar su aspecto humano y transformarse en gata. Lo hizo los primeros días, pero solía ser bastante perezosa en su día a día así que dejó de hacerlo cuando sabía que Karl no iba a aparecer por la vivienda. Le bastaba consultar la página web de su compañía aérea para enterarse de su plan de vuelo y actuar en consecuencia.

Más que el disfraz en sí lo que más incomodaba a la joven era el asunto del maquillaje: lo odiaba. En su vida normal jamás solía preocuparse demasiado por su apariencia. Es más, su aspecto habitual era más bien masculino y nada favorecedor para sus turgentes curvas. Vestía amplias sudaderas, pantalones vaqueros y calzado deportivo. Sólo en raras ocasiones, mayoritariamente obligada por su mamá, portaba faldas y vestidos femeninos más allá del uniforme escolar obligatorio. Esas ropas resaltaban sus pechos y sus deseables curvas y atraían sobre ella las miradas de los hombres, tanto jóvenes como no tan jóvenes, y eso le incomodaba.

Elainne detestaba que la gente se fijase en ella. Se creía un patito feo cuando en realidad era el más bello de los cisnes.

Las primeras tardes en la casa fueron de exploración exhaustiva. Revisó todo, absolutamente todo: cajones, armarios, estantes… incluso la nevera y el congelador. Todo. Deseaba conocer todos los detalles concernientes a su amo.  Olió su colonia, su pasta de dientes e incluso cometió la imprudencia de echarse su loción de afeitado. Luego tuvo que bañarse un buen rato hasta que pudo desprenderse de ese olor intenso a hombre que tanto le gustaba.

Evocando sus tardes de sexo desenfrenado, Elainne se masturbaba por todos los rincones de la casa. A menudo utilizaba la ropa interior del adulto para acariciarse el sexo y la dejaba pringada de sus más íntimos jugos. Luego, la colocaba en su sitio de nuevo, con la esperanza de impregnarla de su olor y marcarla con el fin de ahuyentar a otras hembras que pretendiesen poseer a su dueño.

Elainne aprovechaba la soledad para fumar. Solía tomarse unos pitillos a escondidas de su madre o su hermano cuando salía de fiesta. En casa de su vecino podía hacerlo abiertamente, a él no le importaba pese a que no tenía ese vicio.

Durante la revisión de la casa no pudo acceder a una habitación al estar cerrada bajo llave, era la equivalente a la de su hermano allá en su hogar. Le intrigaba la puerta verde oscuro ya que constituía el único elemento de color de toda la vivienda decorada, a excepción de ese elemento, con tonalidades blancas, negras y grises.

Le preguntó varias veces a Karl qué había tras ella, pero el anfitrión siempre aprovechaba su posición dominante para esquivar la cuestión.

Sin duda lo que más atrajo la atención de Elainne de toda la casa fue el retrato de Doutzen, la esposa de Karl, con esa mirada penetrante observándola cuando fornicaba en la cama con su marido y, cómo no, la extensa colección de vídeos y fotografías de índole sexual que el adulto guardaba en el cajón del salón.

Cuando terminaba las tareas escolares el pasatiempo favorito de la joven era ver ese tipo de películas mientras se rozaba el clítoris con suavidad. Al principio visionaba mayoritariamente las suyas, intentando detectar los fallos cometidos a la hora de copular, pero después quiso ver el resto como método de aprendizaje.

Sencillamente… alucinó.

Había visto pornografía a través de la web; no mucha, porque normalmente la encontraba aburrida y repetitiva, pero lo que visionó en la fantástica pantalla de plasma del piloto era otra cosa, otro nivel.

Había mucha variedad y cosas que ella jamás hubiese imaginado pudieran hacerse.

No todos los vídeos estaban protagonizados por Karl, aunque sí un porcentaje importante. Sintió algo parecido a celos al ver la cara de placer del hombre al disfrutar de aquellas impresionantes hembras de mil y una formas. Al verlas, corroboró algo que ya sabía por experiencia propia: Karl era un amante fantástico.

También había varios vídeos de Doutzen, su esposa; algunos con la pelirroja y otros no, pero siempre ejerciendo de dueña. Llegó a la conclusión de que la gigante tetona de cabello rojizo era la mascota de la esposa de Karl. Vio otras muchas filmaciones en las que aparecían una o varias personas de ambos sexos y de diversas edades transformadas en mascotas. Orgías grupales, sexo en el campo, intercambio… de todo; pero también escenas cotidianas de la vida real con poca o ninguna carga erótica en los que las mascotas humanas convivían en las casas comportándose como simples animales de compañía.

A Elainne le pareció curiosa la diversidad de edad tanto de las mascotas como de los dueños.  De sexagenarios a preadolescentes bastante más jóvenes que ella, pasando por hombres maduros, mujeres embarazadas y chicos y chicas de su misma edad. Podía suceder incluso que una jovencita tuviese como animal de compañía a un anciano o al revés.

La chica se sintió un poco incómoda al descubrir a Karl sodomizando a un muchacho transformado en caballito alado, pero, tras visionar horas y horas de películas, llegó a la conclusión de que los dueños en general utilizaban a las mascotas única y exclusivamente para obtener su placer, sin que eso hiciese presuponer una tendencia sexual u otra: las mascotas eran poco más que meros juguetes sexuales.

Elainne recordó las palabras de su adiestrador: “culo tenemos todos” ya que era precisamente por ahí por donde los dueños solían gozar de sus mascotas. Se preguntaba cuánto tardaría Karl en iniciarla por ese agujero ya que, hasta ese día, nunca le había sodomizado. Ya se había acostumbrado tanto a llevar la cola que pensó que no le causaría mayor problema albergar en su intestino el espléndido falo del adulto.

La adolescente también percibió la diferente forma de tratar a las mascotas por parte de los dueños. Cuando la mascota era la propia, las relaciones sexuales con ella eran intensas, pero se percibía cierto cariño, cierto afecto, algo parecido al amor puro que se siente hacia los animales. En cambio, cuando un dueño tomaba la mascota de otro, la cópula se trasformaba en un acto impersonal y frío, a veces incluso violento. Era sexo por sexo, duro, salvaje; sin ningún tipo de sentimientos. Follar por follar.

Eso le turbó al principio, pero luego le pareció muy pero que muy excitante imaginarse a sí misma siendo tratada de aquel modo.

Le sorprendió mucho descubrir varias filmaciones en las que familias enteras se convertían en mascotas de un solo dueño o a familias, aparentemente normales, que tenían como mascota a una o varias personas transformada.

También le intrigó el hecho de que las mascotas no mantuviesen relaciones entre ellas, salvo en raras excepciones. Las pocas veces que pudo observarlas siempre había una orden expresa de los dueños para que eso sucediese.

Otra de las cosas que maravillo a Elainne fue la diversidad.  Había mascotas de todo tipo, algunas de las caracterizaciones eran realmente notables. Ciertas transformaciones eran convencionales: perros, gatos, caballos, etc. Otras, más exóticas como conejos, monos, osos, tigres, leones y algunas realmente extrañas como gallinas, tortugas e incluso varios delfines, Unicornios y Pegasos.

Alucinó al descubrir a un hombre maduro convertido en lo que ella identificó como una simple piedra. Se mantuvo postrado todo el tiempo y no se movió durante la más de hora y media de película, ni siquiera cuando unos niños, seguramente los hijos de sus dueños, se dedicaron a meterle montones de cosas por el trasero.

Todas las mascotas eran diferentes, pero compartían una característica que los unía: una especie de tatuaje en la nalga derecha, una inicial mayúscula caligrafiada con letra antigua. Algunos parecían simples tatuajes, pero otros daban la impresión de estar marcados a fuego sobre la piel ya que parecían tener incluso relieve.

Los amos también tenían distintivo propio que los diferenciaba del resto: unas serpientes entrelazadas dispuestas en collares, pulseras, insignias o en otro tipo de objetos. La de Karl era una pulsera de oro pero también las había plateadas, adornadas con piedras preciosas como la de Doutzen o simplemente de plástico en el caso de los niños.

Conforme fueron pasando los días Elainne se fue fijando más en la forma de actuar de las mascotas que el sexo en sí.  Karl ya se encargaba en instruirla en las mil y unas variantes del sexo, el hombre era todo un experto en la materia así que no se preocupó por eso. Observó cómo obedecían, cómo dormían, cómo comían, cómo esperaban órdenes y, sobre todo, tal y como le había dicho Karl, no hacían nada por iniciativa propia.

El mimetismo de algunas mascotas con los animales a los que representaban era extraordinario. Habían perdido su manera de actuar humana hasta tal punto que realizaban todas sus necesidades básicas como si fuesen animales. Comían, bebían, dormían igual que ellos.

Elainne pudo comprobar que no todo eran caricias, roces y sexo en las relaciones entre los dueños y sus mascotas.  Cuando estas actuaban de manera incorrecta según el criterio de los primeros, eran corregidas y castigadas incluso de manera cruel. Normalmente los dueños no tenían piedad con ellas y les infringían los castigos más extremos. Le impactó concretamente uno en el que Doutzen, la esposa de Karl, se ensañaba con las tetas de su bella mascota de cabellos rojizos.  Ese día averiguó qué se escondía detrás de la puerta verde y no pudo conciliar el sueño al llegar a casa.

Las primeras veces que visionó esos castigos eran de tal intensidad que tuvo que apartar los ojos de la pantalla, pero conforme iba acostumbrándose a verlos, ya no le parecían tan horrendos hasta el punto de que se convirtió en uno de sus pasatiempos favoritos. No podía evitar masturbarse al contemplarlos, su mano buceaba en su entrepierna, húmeda y caliente gracias al sufrimiento ajeno.

Una tarde, como tantas otras, Elainne llegó del colegio algo molesta. Su sobrina había vuelto a hacer de las suyas difundiendo rumores sobre su supuesta homosexualidad.  Ni siquiera fue a su casa, fue directamente a la de su dueño. Necesitaba evadir la mente y qué mejor que disfrutando del extenso catálogo de películas mientras fumaba un cigarro tras otro.

La pereza y el desorden eran algo inherente a la personalidad de la hermosa adolescente así que esa tarde optó por lo práctico una vez más. Le bastó consultar la página web de la compañía aérea del adulto como hacía siempre para saber que él no aparecería por la casa. Obvió transformarse en gata; ni siquiera se colocó la diadema con las orejas gatunas. No tenía tareas y tampoco esperaba la presencia de Karl, así que se colocó los cascos de música y se encendió un cigarrillo mientras se preparaba algo de comer.

Ensimismada y canturreando su canción preferida sólo se dio cuenta de que alguien había entrado en la vivienda cuando una mano femenina le quitó los auriculares de su oreja.

-         ¿Lo pasas bien en mi casa, querida? – Le dijo una voz femenina con un marcado acento extranjero.

Elainne dio un salto tremendo y, al girar la cabeza, vio a la misma mujer que decoraba la pared de la habitación de Karl mirándola con indiferencia y, a su lado, el uniformado aviador con la cara descompuesta por la ira.

-           Vaya, vaya… ¿así que esta es la supuesta mascota modelo? ¡Qué decepción!

-          Yo… yo… - balbuceó la chica sin saber qué hacer.

La diferencia de tamaño con la rubia le hacía parecer todavía más pequeña. Recordó sus películas y a lo que le hacía a aquella chica indefensa y se echó a temblar.

-          Pero ¿qué es esto? ¿qué haces tú aquí? – Le gritó Karl muy enfadado.

-          Yo… yo… tú me dijiste que podía entran cuando quisiera. – Contestó Elainne a modo de excusa.

-          ¡Mientes! – repuso él con rabia -. Dije que MÍ mascota podría entrar en MÍ casa cuando quisiera y yo no veo a MÍ mascota por ninguna parte.  Sólo veo a LA hija maleducada de LA vecina de al lado dentro de MÍ casa bebiéndose MÍ zumo y comiéndose MÍ comida.

Elainne comprendió que había metido la pata al no cumplir con lo pactado. Una vez más su dejadez había vencido a su voluntad. La adolescente estaba aterrada, temblando como un flan.

-          Yo… lo siento…

-          ¡Fuera!

-          Pero…

-          ¡FUERA DE MÍ CASA!

La chica intentó negociar.

-          ¡Me… me lo pondré todo ahora mismo! Lo siento. Acabo de llegar de clase… tenía hambre…

-          ¡ME IMPORTA UNA MIERDA, FUERA!

Elainne se arrodilló buscando clemencia, pero estaba tan nerviosa que, al postrarse, el zumo salió por los aires junto con el resto de la vajilla que cayó al piso haciéndose añicos de manera estruendosa.

-          ¡Lo siento, yo! – Suplicó muerta de miedo.

-          ¡LARGO DE MI VISTA!

-          ¡No, por favor! ¡Por favor!

La chica estaba paralizada. No dejó de suplicar cuando Karl la alzó como si fuese una pluma durante el trayecto hasta la puerta de la casa; ni cuando este la lanzó sin la menor delicadeza al suelo del rellano; ni cuando el adulto tiró por encima de su cabeza sus utensilios escolares; ni cuando la puerta de la casa de su dueño se cerró fríamente de un portazo.

Elainne permaneció llorando, sentada en el suelo, llamando a una puerta que no se abrió. Cuando le sangraron los nudillos y con el alma rota se dirigió a la que ya no consideraba su casa. Cada gemido, cada chillido, cada golpe en la pared de su cuarto le suponía una auténtica tortura. No podía soportar volver a estar en el lado equivocado del tabique.

Cuando el sexo terminó, se sorbió los mocos y volvió de nuevo a espiar por la mirilla.  Su corazón se quebró un poco más cuando Karl pasó a su lado y ni siquiera le miró a pesar de que sabía que ella estaba allí. Iba conversando animadamente con su esposa, como si ella no existiese.

Al llegar su mamá Elainne le dijo que estaba enferma, estuvo llorando encerrada en su cuarto toda la noche. Al amanecer, se enjuagó las lágrimas y contemplando su reflejo en el espejo tomó una determinación que le cambió la vida: marcó su nalga derecha con una K utilizando un cuchillo de cocina.

(Continuará)

Kamataruk

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