La Mascota (3 de 11)

A pesar de su naturaleza introvertida y tímida, la joven Elainne decide esforzarse al máximo en su trasformación de mascota perfecta, aunque eso implique acatar de forma perpetua las normas y sacrificios que dicha condición requiere.

CAPÍTULO 3:

Karl manipuló la cámara de vídeo, colocando el trípode en la posición adecuada junto a la cama. En el visor aparecía una perfecta panorámica del cuerpo de una Elainne que, completamente metida en su papel de mascota sumisa, ofrecía una nítida panorámica de su orto virgen a su dueño. Colocada a cuatro patas sobre el colchón, la chica miraba de reojo la impresionante foto a tamaño real de una exuberante hembra desnuda. Le resultaba familiar, pero en ese momento tenía otras prioridades que atender.

-          ¿Estás lista?

-          Sí.

-          Al principio te resultará molesto colocarte la cola, pero pronto te acostumbrarás a ella. Es más, estoy seguro de que incluso la echarás de menos cuando no la tengas inserta ahí.

-          “I guess”. – Dijo la joven intentando, sin conseguirlo, parecer segura de sí misma.

-          Creo que tengo alguna por ahí algo más estrecha para empezar. Si quieres, la busco.

-          N…no. Está bien así.

-          Perfecto. Lo primero que tienes que hacer es relajarte, si estás tensa lo más fácil es que te duela. Te costará insertarla las primeras veces, deberás tener un poco de paciencia.

-          Vale.

-          Es muy importante lubricar el esfínter bien. Para ello te aconsejo que al principio utilices ese gel de ahí. Suelo tener tubitos por los cajones, ¿de acuerdo?

-          De acuerdo.

-          Con el tiempo podrás utilizar la saliva o incluso jalártelo por detrás sin utilizar nada. Te encantará, ya lo verás.

-          ¿Y por qué por el culo y no por… ya sabes?

El aviador sonrió ante la bisoñez de la muchacha.

-          Es una buena pregunta. Hay mascotas humanas de ambos sexos y culo tenemos todos, ¿comprendes?

Elainne asintió mientras miraba curiosa el apéndice fálico que, en unos momentos, iba a alojar en su intestino.

-          Deberás llevarlo siempre que estés en mi casa, al igual que el resto de los complementos. Obviamente me gustaría que lo llevases siempre, pero, para mi desgracia, eso es imposible.

-          ¿Y… si quiero hacer… ya sabes?

-          Pues te lo quitas, haces lo que tengas que hacer y luego te lo vuelves a colocar.  Sencillo, ¿a qué sí?

-          Sí.

-          De igual modo deberás pintarte los labios y un poco de maquillaje nunca está de más. En el baño tienes todo lo suficiente, no debes preocuparte por eso.

-          Vale.

-          ¿Alguna pregunta más antes de comenzar?

-          No, bueno…sí…

-          Dime.

La joven miró directamente a los ojos de su nuevo dueño.

-          Va a… dolerme, ¿verdad?

El hombre no quiso engañarla y le habló con franqueza:

-          Sí. Es una cola para mascotas ya iniciadas. No es lo más aconsejable comenzar con una tan gruesa – dijo él acariciándole el lomo dulcemente -. Lo vas a pasar mal los primeros días con esto ahí dentro. Si quieres, utilizamos otra más pequeña. No es mi intención que sufras con todo esto Elainne, sino que, cuando tu periodo de adiestramiento concluya, disfrutes tanto o más que yo siendo mi mascota.

La joven apretó los puños y respiró profundamente. Acto seguido, arqueó la cadera con gesto felino y suplicó decidida pero muy avergonzada al mismo tiempo:

-          Adelante, por favor.

El adulto extendió una generosa capa de lubricante por el torpedo plástico y dirigió su punta hacia el esfínter anal de la muchacha.  Cuando estaba a punto de profanarlo se lo pensó mejor:

-          ¡Qué diablos!  - Murmuró.

Sin encomendarse a nadie, estampo su lengua en tan oscuro agujero y comenzó a juguetear con él.

-          ¡Ah! – Masculló la joven.

Ella se sorprendió al notar el intruso carnoso llamando a las puertas de su trasero. Tenía asumido que sería un objeto rígido e impersonal el que la iniciase en el tortuoso camino del sexo anal en lugar de una lengua lubricada y suave como era el caso. Su vulva agradeció el cambio de planes expulsando otro borbotón de jugo vaginal.

La joven cayó en la cuenta de que la lengua de su amado iba a penetrar antes su orto que su boca y eso la turbó. Mientras el apéndice bucal lamía su ojete, pensó que debería haberse aseado de manera más eficiente pero ya era tarde para eso. Si en su entrada trasera había algo indebido, la lengua de Karl ya se lo había llevado por delante durante su recorrido frenético.

Como buena mascota, sumisa y obediente, decidió someterse y dejarse hacer.

El estado o la limpieza del culo de Elainne al piloto le fue indiferente. Estaba acostumbrado a torear en peores plazas.  Lamió, chupó y sorbió todo lo que hizo falta para que a aquel estrecho agujerito fuese cediendo poco a poco a su tratamiento intensivo. Cuando logró introducir la punta de la lengua en el esfínter ya todo fue más fácil; después, sólo era cuestión de ir dilatándolo mediante arremetidas firmes y más o menos rápidas en diferentes ángulos de ataque. Era un experto devorador de culos.

Elainne había roleado muchas veces con desconocidos la práctica del sexo anal. En modo virtual no tenía problemas en consumarlo, pero siempre había tenido muchos reparos en profanar su orto en la vida real. Fingía hacerlo con lujuria y desenfreno mientras su compañero de rol se masturbaba, pero en realidad nunca había consumado penetración alguna. Su ano, al igual que su vagina, permanecían vírgenes hasta ese día.

Con los ojos cerrados, Elainne quería morirse, pero no de dolor, como había presupuesto, sino de gusto. Los sonidos guturales que su garganta emitía bien podían asemejarse al ronroneo de una gatita en celo. Lo que le hacía Karl la estaba volviendo literalmente loca.  Solía masturbarse mucho, sobre todo desde la llegada de su nuevo vecino, pero sus tocamientos consistían básicamente en frotarse el clítoris bajo las braguitas mientras se estrujaba los pechos con relativa brusquedad. Rara vez se aventuraba a introducir alguno sus dedos en su vulva por temor a dilatarla más de lo debido y, por supuesto, su entrada trasera había sido siempre vetada a la hora de darse placer al considerarlo algo sucio e impropio de una señorita de familia católica a pesar de que había renunciado a sus creencias religiosas.

Cinco minutos de tratamiento lingual de Karl bastaron para demostrarle lo equivocada que estaba y lo tonta que había sido hasta ese momento: jugar con su ano era algo maravilloso.

De repente, Elainne sintió cómo la lengua traviesa dejaba de explorar su intestino y cómo una sustancia fría y gelatinosa caía generosamente sobre su esfínter reblandecido. Supo entonces que había llegado el momento de completar su transformación felina.

-          Vamos allá. – Dijo él.

La joven arqueó todavía más la cadera. Recordó los consejos recibidos e intentó relajarse con relativo éxito.  Aguantó la respiración mientras el objeto fálico fue introduciéndose poco a poco por su puerta trasera. Sintió cómo sus carnes se abrían y sus entrañas se iban reorganizando conforme el intruso horadaba su intestino milímetro a milímetro.  El extremo del objeto era cónico, con lo que facilitaba su introducción, pero también se iba engrosando conforme la penetraba; llegó un momento que la asimilación ya no le era tan placentera como al principio.

-          ¡Ahg! – Protestó la muchacha.

-          Aguanta, gatita.  Ya falta poco. – Mintió el adulto.

Como había predicho Karl, el plug anal era demasiado grande para un orto primerizo como el de Elainne. Aun así, él estaba decidido a poner a prueba a la joven y a no detenerse a menos que ella lo suplicase con insistencia. Es más, estaba tan excitado contemplando el dolor ajeno que no estaba seguro de poder actuar de manera correcta si llegaba el caso. En realidad, lo que deseaba era agarrar el dildo con fuerza, clavárselo de un golpe y retorcérselo muy adentro para que su nueva mascota aullase de puro dolor, pero contuvo sus bajos instintos y siguió perforando sin detenerse, con relativo cuidado.

-          ¿Qué tal vas?

-          E… escuece un… poco…

-          Un poco más, ya casi está.

Fue la propia chica la que buscó consuelo de manera intuitiva y desplazó su mano hasta su sexo. Comenzó a masturbarse realizando movimientos circulares en su clítoris con suavidad.

Ese gesto, tan natural como inocente, no agradó en absoluto a Karl. La joven tenía mucho que aprender. Elainne desconocía que una mascota no podía tocarse cuando ella quisiera sino cuando su dueño se lo ordenase así que le introdujo el resto del cipote de látex de un golpe a modo de castigo.

-          ¡Ay! – Protestó la chica abriendo los ojos de par en par por el intenso escozor en el interior de su orto.

-          Ya está. ¿Todo bien, gatita?

-          Sssí.

-          Buena chica. –Dijo él acariciándole el costado al tiempo que separaba la mano de la adolescente de su vulva -. No debes tocarte si yo no te lo ordeno, gatita.

-          Va… vale. – Gimió ella comprendiendo el castigo.

El hombre se incorporó de la cama y volvió a la carga con la cámara de fotos. Los primeros planos de las partes más íntimas de Elainne se sucedían uno tras otro, en especial la larga cola que salía de su orto, su coño impregnado de tegumento blanquecino y sus generosas tetas bamboleándose libremente por la postura sumisa.

-          Al principio tendrás la sensación de que te haces cacas, pero no es más que una impresión. No suele pasar.

-          E… entiendo.

-          ¡Mírame, gatita, mírame! Eso es, estás preciosa. ¿Por qué no sonríes?

-          Me… me duele un poco. Arde.

-          Eso es normal.  En unos días te acostumbrarás. Abre un poco más las piernas. ¡Así no, más despacio! ¡más despacio!

-          ¡Oh, no!

El movimiento brusco y la falta de entrenamiento hicieron que la colita saliese disparada del lugar designado. Elainne estaba desolada por su falta de habilidad.

-          Te lo dije. Tienes que moverte más despacio, sobre todo al principio.  Cuando te acostumbres corretearás por ahí sin ningún problema.

-          Lo siento.

-          Es tu primer día, hay que tener paciencia.

-          Y ahora… ¿qué hago?

-          Pues… metértela de nuevo, obviamente.

-          ¿Yo?

-          Pues claro.  Deberás transformarte tú misma. Yo puedo ayudarte al principio, pero tendrás que aprender a colocarte el arnés, la colita y todo lo demás por tus propios medios.

-          “I guess”.

-          Venga. Adelante, te haré fotos mientras lo haces, es verdaderamente excitante. Ábrete bien el trasero e introdúcelo con cuidado. Ya lo tienes dilatado y lubricado, no debería costarte mucho.

Elainne agarró el consolador de látex y de manera decidida lo dirigió de nuevo hacia la entrada de su intestino.

-          Espera. ¿No pretenderás metértelo así?

La joven miró a su recién estrenado dueño algo extrañada.

-          Sí. ¿No está bien?

-          No, no. Gatita. No está bien.

-          ¿Qué estoy haciendo mal?

-          Debes limpiarlo siempre antes de volver a metértelo. No es higiénico si se ha caído al suelo, por ejemplo.

-          ¿Limpiarlo? ¡Ah, vale! – Dijo la joven tomando una de las ropas de cama.

-          ¡Alto! Si lo que pretendes es limpiarlo con mis sábanas, ni lo sueñes. Te arrancaré la piel a tiras si lo intentas.

La chica se encogió de hombros.

-          Entonces iré al baño.

-          Na, na… los felinos no utilizan el baño, Elainne.

-          ¿Entonces? – Preguntó la chica cada vez más desconcertada.

-          ¿De verdad no sabes cómo limpian los gatos su cola? – Rió él.

La adolescente miró a su anfitrión, boquiabierta.

-          No… no pretenderás que…

-          Yo no pretendo nada. Las cosas son como son. No pienses, simplemente obedece.  Sólo cuando actúes tal y como lo hace un gato serás una buena mascota.

Ella contempló asqueada los fluidos malolientes que manchaban el apéndice gatuno.

-          ¡Hazlo! – Gritó Karl golpeando con fuerza el colchón.

Elainne se sobresaltó ante el nuevo cambio de humor del adulto. Asustada, no pensó, sólo actuó y se metió la polla de plástico en la boca.  El sabor era si cabe todavía más terrible que el olor que desprendía. Tuvo que apretar los párpados para contener la arcada y las lágrimas volvieron a hacer acto de presencia mojando su cara. Aterrada, recorrió con su lengua todos y cada uno de los rincones del pene sintético mientras Karl no se perdía detalle tras la cámara de fotos.

-          Eso es, eso es gatita ¿ya está limpia tu cola?

Elainne asintió sin sacarse el dildo de la boca.

-          Pues entonces, adelante, gatita.  Colócala de nuevo en su sitio.

La joven volvió a ponerse en posición, proporcionando una visión nítida de su intimidad a su dueño.  Estaba nerviosa y aterrada por la actitud severa del macho, pero también muy excitada al sentirse dominada de aquella manera tan firme. Los nervios le jugaron una mala pasada, fue mucho menos cuidadosa de lo que él lo había sido momentos antes. Se jaló el plug sin anestesia, en tres o cuatro golpes solamente. Cada arremetida iba acompañada de un desgarrador grito de dolor, pero no cejó en su empeño hasta sodomizarse por completo. Minutos más tarde su intestino estaba de nuevo ocupado por aquel cuerpo extrañó.

Elainne meneaba el trasero intentando acostumbrarse a la presencia de aquel curioso artefacto en su interior.

-          Muy bien, muy bien. Eso es. Ahora es cuando puedes tocarte y no antes.

-          ¿Quieres que…me masturbe?

-          Exacto. Debes hacerlo sólo cuando yo te lo diga, ni antes ni después. ¿Entendido?

-          Y… ¿y si no tengo ganas?

El fotógrafo dejó de disparar por un instante y la miró con aire resignado:

-          ¿De verdad tengo que contestar a esa pregunta, Elainne?

-          N… no. Lo haré siempre que me lo pidas, lo comprendo.

-          Bien, hazlo ahora. Espero por tu bien que no se te caiga la colita.

Si a Elainne ya se le hacía duro posar semidesnuda delante de una cámara, tener además que masturbarse se le antojaba una tortura tremenda. Imaginaba a montones de babosos pervertidos frotándose la verga viendo sus fotos, pero la adolescente llegó a la conclusión de que, una vez uno cae en el barro, rebozarse un poco más en él carece de importancia.  Entregada a la causa, se colocó de nuevo en posición y, con sumo cuidado para que el intruso que ocupaba su ano no volase, comenzó a darse placer como hacía en la intimidad de su cuarto sólo que esta vez delante de un objetivo indiscreto.  Esta vez optó por una variante más ambiciosa ya que, además de pulir su botoncito de placer, decidió saltarse sus propias normas e introducirse un dedito por la vulva.

-          ¡Agggg! – Gimoteó mientras retorcía el dedo en su interior.

Tal era el gozo producido por la doble penetración que se olvidó de todo: de la imbécil de su sobrina; de esa zorra de lengua de serpiente a la que antes consideraba su hermana; de su controladora madre; de su hermano sobreprotector y de su papá siempre ausente.  Pero es que su grado de abstracción era tal que inclusive se olvidó de su condición de mascota, de la cámara de fotos, de la cámara de vídeo e incluso del propio Karl.

Mientras se masturbaba, el universo de Elainne se circunscribía a sus dedos, las contracciones de su vagina y a ese nuevo y agradable compañero de juegos sexuales en el que se había convertido su ano.

Tan absorta estaba en darse placer que no se percató de la cercanía de Karl amenazando retaguardia. El aviador se había despojado de su toalla y blandía en una mano su garrote totalmente erecto en actitud hostil. Sólo tuvo que colocarse en posición, apuntar y empujar levemente para hacer añicos el virgo de la lolita. La excitación, la lujuria y sobre todo las ganas de obtener placer de Elainne hicieron el resto. Karl estaba eufórico por la total predisposición de su jovencísima amante por ser iniciada. Le fue tan sencillo desvirgarla como introducir un cuchillo en la mantequilla.  La chica sólo fue consciente de lo que le sucedía cuando ya era tarde, cuando el cipote erecto arrastró sus flujos hacia el interior y la llenó de carne de un solo golpe, cuando ese tesoro guardado celosamente durante años le fue robado en un segundo.

El alarido que expulsó la boca de Elainne al convertirse en mujer fue tremendo, estalló al sentirse colmada de verga hasta lo más profundo de su ser.

El adulto tomó el mando de las operaciones y, agarrando de las caderas a la chica con firmeza, permaneció quieto dejando que el vientre de la muchacha se fuese acostumbrando poco a poco al tamaño de su verga. Cuando notó que la vagina se adaptaba al intruso, comenzó a bombear en su interior sin brusquedad, gustándose, deleitándose con la estrechez de la vagina de Elainne.

Karl sabía lo que hacía, había repetido esa misma maniobra un buen puñado de veces y siempre con éxito. Era consciente de que iniciar a una tierna jovencita era algo más morboso que placentero. Él personalmente valoraba más la experiencia en las adolescentes con las que había compartido cama que el hecho de que fuesen vírgenes. Tenía la convicción que estrenar a una chica era siempre excitante pero también arriesgado ya que, si se hacía de manera precipitada, se corría el riesgo de convertir un momento inolvidable en una auténtica pesadilla.  Además, era muy consciente de que el tamaño de su falo tampoco ayudaba para las maniobras iniciáticas. Lo que luego resultaba una auténtica bendición para las mujeres expertas podía ser, en un primer momento, una tortura difícil de soportar para una primeriza pero la extraordinaria facilidad para lubricar de Elainne y, sobre todo, su increíble predisposición para la monta, disiparon todos sus miedos y se dispuso a disfrutar de la cópula plenamente cuando comprobó que la muchacha asimilaba su falo sin problemas.

Karl se la folló sin miramientos, como si fuese una más de sus mascotas.  Puede decirse que disfrutó con ella como jamás lo había hecho con una virgen.

Con los sentidos alterados por las hormonas, las sensaciones se sucedían aquella tarde en la cabeza de Elainne una tras otra con extraordinaria intensidad: primero, miedo; después, escozor al saltar su himen por los aires; tras él, dolor, mucho dolor; después calor, mucho calor y para finalizar… un torrente de placer desbocado.

Elainne no dejaba de gritar mientras balanceaba su ser en busca de más y más verga. Por más que tuviese dentro, toda le parecía poca.

-          ¡Eso es! ¡Muévete, gatita! ¡muévete! -

Karl notaba las paredes de la vagina primeriza constriñendo la punta de su falo, tanto al entrar como al salir en ella, y eso le volvía loco. Aun así, tuvo la precaución de no ensartarla por completo; sabía que el tamaño de su verga era lo suficientemente grande como para poder dañar seriamente a la chiquilla. Pese a ello, le endosó algunas estocadas realmente severas que hubiesen hecho pasar un mal rato a más de un coño veterano.

Elainne chillaba como si estuviera pariendo, la lujuria la consumía por dentro. Cualquier tocamiento previo durante su corta vida, por intenso que hubiera sido, se quedaba en nada comparado con lo que Karl le estaba haciendo sentir en ese momento.  El calor que desprendía su vulva con aquella serpiente dentro era adictivo, pero no se conformaba, quería más y estaba dispuesta a todo por incrementarlo así que contorsionó su cadera en busca de una mayor porción de verga que meterse.  Se retorció y pugnó contra su cuerpo hasta que la polla tocó fondo, pero la victoria tuvo una consecuencia funesta: dejó de tener el control sobre su otro agujero.

-          Se… se sale. – Gimoteó al notar como la colita abandonaba su orto sin poder hacer nada por evitarlo.

-          ¡Aprieta fuerte el culito, gatita!

-          No… no puedo.

-          ¡Sí puedes!

-          No…, se sale, se sale… - Gritaba Elainne desesperada al notar cómo su cola se desprendía poco a poco.

El hombre decidió tomar partido y, presionando el consolador con fuerza contra el orto de la joven, le dio un sonoro cachete en el trasero.

-          ¡Cierra el culo, gatita! No dejes que se escape tu colita.

-          ¡Ahg! –Chilló Elainne al sentir de nuevo su intestino ocupado.

La joven estaba decidida a no volver a decepcionar a su dueño.  Haciendo un esfuerzo supremo, comprimió su esfínter con todas sus fuerzas y logró mantener la cola en su interior mientras Karl se la follaba con dureza. Los orgasmos se sucedían uno tras otro, ella gritaba, la cama crujía y el cabecero martilleaba con fuerza la pared como tantas y tantas veces, pero la cola no se movió de su lugar asignado.

La escena que transcurría en la habitación era exactamente tal y como la chica había imaginado, pero con una sustancial diferencia con respecto a las anteriores ocasiones: Elainne se encontraba esta vez en el lado correcto de la pared.

Cuando le apeteció y no antes, el macho terminó en el interior de Elainne sin avisar. Rellenó su vagina con su simiente caliente, expulsando descontrolados chorros de esperma.  Después, ambos amantes permanecieron tumbados uno junto al otro hasta que sus corazones alcanzaron un ritmo compatible con la vida.

Minutos más tarde, recostada sobre el pecho de Karl, Elainne jugueteaba con los pelos del pecho del maduro piloto. Todavía notaba cómo el esperma abandonaba su vulva poco a poco y cerraba las piernas para retenerlo dentro.

-          Tenías razón.

-          ¿A qué te refieres?

-          Casi ni la noto ya. Me refiero a la cola.

-          Eso está muy bien.

-          ¿Qué tal he estado? – Preguntó inocentemente.

-          Has estado fantástica y más teniendo en cuenta que ha sido tu primera vez.

La joven torció el gesto.

-          ¿Tanto se me ha notado?

-          Sí – rió Karl -. Pero como te digo lo has hecho fenomenal.

-          Entonces… ¿podré volver? ¿podré ser tu mascota?

-          Por supuesto. Ahora este es tu hogar también. Puedes entrar siempre que quieras. Si buscas en la tierra de la planta del rellano encontrarás una llave. Puedes disponer de la vivienda cómo y cuándo te dé la gana.

-          ¿De verdad? – Dijo la joven con la mirada encendida.

-          Claro. Siempre y cuando no olvides ciertas normas.

-          ¿Normas?

-          Mientras estés en esta casa eres mi mascota y deberás actuar como tal.

-          Entiendo. ¿Significa eso que tendré que llevar el disfraz y todo lo demás?

-          Exacto.

-          Incluida la cola.

-          Por supuesto.

-          ¿Incluso cuando tú no estés?

-          Por supuesto. ¿Alguna pregunta más?

-          ¿De verdad que vas a pasar mis fotos a tus amigos?

-          Sí. Como te dije, les vas a encantar.

La adolescente se estremeció, pero no dijo nada.

-          ¿Quién es ella…? - Dijo señalando a la bella mujer de la foto que parecía mirarla directamente con ojos desafiantes.

-          ¿Ella? Es Doutzen, mi esposa.

Elainne suspiró. La noticia no le pilló de sorpresa, había visto el aro de oro en el dedo anular de su amante. Un helado escalofrío recorrió su  espalda.

-          Es muy hermosa. Creo que la conozco, pero no estoy segura.

-          La conoces de espiarle cuando sale de este apartamento con Hanna, su mascota.

La chica no supo qué decir. Finalmente, preguntó:

-          ¿Desde cuándo sabías que te espiaba?

-          Desde el primer día que entré en esta casa. Creo que cuando tienes un orgasmo no controlas mucho tu garganta, gatita.

-          ¡Jo! – Protestó la adolescente, muerta de vergüenza – Entonces, ¿la chica pelirroja es… su mascota?

-          En efecto. Hanna es suya, le pertenece.

-          ¿Y la comparte contigo?

-          Por supuesto. Las mascotas pueden compartirse con quien quiera su dueño.

-          Entiendo.

La joven demoró algo más su siguiente pregunta. Recorrió con el dedo el torso desnudo del de hombre hasta que se decidió:

-          ¿También lo harás conmigo?

-          ¿A qué te refieres? – Preguntó él, haciéndose el tonto.

Aquella era una pregunta crítica que, tarde o temprano, toda mascota humana terminaba haciendo a su dueño.

-          Si me compartirás con otros.

Karl demoró la respuesta.

-          Todavía es un poco temprano para pensar en eso…

-          Lo harás, ¿sí o no?

Él respiró profundamente antes de contestar. Recordó que una de las obligaciones de un buen dueño era ser siempre sincero con su mascota. Si sus anteriores relaciones con sus mascotas no habían sido del todo plenas siempre había sido por su falta de sinceridad con ellas.

-          Sí.  Lo haré.

Esta vez fue el estómago de Karl el que se comprimió hasta alcanzar el tamaño de una nuez.

-          Si es lo que quieres, está bien. – Sentenció la joven apretándose todavía más al adulto.

Elainne se relajó y con la cabeza apoyada en el torso de Karl buscó un sueño reparador.

-          Estoy agotada. Despiértame a las siete y media, por favor.  A las ocho llegará mi mamá.

-          Muy bien, pero ¿qué se supone que vas a hacer?

-          Bueno… ¿dormir un poco?

-          Me parece genial, pero hay un problema.

-          ¿Qué cosa?

-          Las mascotas no duermen en las camas.

-          Entonces, ¿dónde duermen?

-          Sobre una mantita, a un lado de la cama.

-          ¡Increíble! – Murmuró la muchacha.

-          ¿Qué has dicho?

-          ¡Nada, nada!

La adolescente se incorporó, miró al hombre muy confundia, abrió la boca y… finalmente abandonó el lecho, resignada.

-          No veo ninguna manta.

-          No sabía que iba a tener una nueva mascota. Lo siento.

-          ¿Entonces? ¿tengo que dormir en el suelo?

Karl se rió abiertamente.

-          ¡Jo! ¡No sé para qué pregunto!

Minutos más tarde el maduro aviador miraba embelesado el cuerpo de joven que, agotada de tanto exceso, dormía acurrucada sobre el parquet.  El apéndice que había ocupado su orto se había desprendido de su trasero, cosa habitual cuando las mascotas duermen.

-          ¡Qué hermosa es! – murmuró para sí con ternura mientras se deleitaba recorriendo sus curvas con la mirada -. Es la mascota más bella que jamás he tenido. Es perfecta, salvo en una cosa: jamás he visto una gata que se muerda las uñas.

Pensó en hacerle unas fotos, pero prefirió cubrirla con el edredón y dejarla descansar dulcemente. Se lo había ganado.

(Continuará)

Kamataruk

kamataruk@gmail.com