La Mascota (2 de 11)
Olvidar las llaves de tu casa no tiene por qué ser malo. A veces, una cosa mala lleva a otra buena, como conocer un poco más a tu nuevo vecino y sus peculiares gustos.
CAPÍTULO 2:
Elainne estaba como en una nube, apenas tomó bocado. Hasta su mamá se dio cuenta de que estaba más distraída que de costumbre, pero lo atribuyó a sus hormonas alteradas por algún chico del colegio, de esos con los que solía conversar habitualmente. La chica no tenía muchas amigas de su mismo sexo y congeniaba mejor con los chavales de su edad a los que solía imitar en cuanto a su forma de vestir para enfado de su progenitora.
La jovencita recordaba al detalle todos y cada uno de los segundos que había compartido su vecino y se excitaba al evocarlos en su mente. Comenzó a planificar su siguiente encuentro esa misma noche, después de masturbarse pensando en él. Decidió que, dos días después, se saltaría la última clase para poder llegar antes a casa. De esta manera tendría el tiempo suficiente para vestirse con ropas bonitas, esas que le compraba su mamá y que nunca se ponía, que resaltasen su busto en lugar del horrendo uniforme. Pensó en preguntarle a Karl por su trabajo y en otras formalidades para lograr que la conversación se alargase algo más. Quería estar el máximo tiempo posible con él.
Todavía faltaba más de una jornada para lo que ella consideraba una cita, pero ya tenía preparado en un lugar principal de su armario el mejor de sus vestidos, sus zapatos de tacón de las celebraciones y localizado el perfume especial de su mamá para tomárselo prestado. Tan ensimismada estaba en su mundo que olvidó la llave de su departamento y, al llegar a casa, se encontró de frente con la cruda realidad: no podría entrar en su vivienda hasta que su madre o su hermano regresasen, cosa que no ocurriría hasta bien llegada la noche.
- ¡Mierda! – Murmuró.
Elainne se enojó bastante consigo misma. Tenía bastante trabajo escolar atrasado y aquel contratiempo trastocaba sus planes: no quería que nada ni nadie se interpusiese en su objetivo. Resignada, se dirigió al ascensor arrastrando los pies. Como cuando era niña, pasaría la tarde en casa de la señora Julia, la señora insufrible y cotilla del primer piso, tal y como la había descrito el nuevo vecino. Nada le apetecía menos que escuchar a esa bruja amargada hablar mal del hombre de sus sueños.
Cuando la portezuela del ascensor se abrió estuvo a punto de desmayarse.
- ¡Hola, Elainne! – Le dijo el rostro por el que había suspirado mientras se metía los dedos en la entraña.
- Pe… Karl. ¿Qué haces tú aquí?
- Vaya pregunta… vivo en este lugar, ¿recuerdas?
- Sí, sí. Lo sé, pero no deberías estar aquí hasta mañana.
- Vaya – Dijo con gesto de resignación mal fingida -. Veo que me controlas más que mi mujer. Tuve que hacer una sustitución a un compañero enfermo. Ha sido una emergencia, a veces suceden estas cosas.
- ¡Oh, vaya! Lo siento.
- No pasa nada. Otra vez puede sucederme a mí. Y tú, ¿dónde vas?, ¿de compras otra vez?
- No – respondió la chica muy apesadumbrada -. Olvidé mis llaves dentro de mi casa y no puedo entrar en ella hasta que llegue mi mamá, allá a la noche.
- ¿En serio? ¡Qué mal! ¿Y qué vas a hacer?
- Te… tenía pensado en ir a casa de la señora Julia.
- ¿La bruja del primero? Sólo le falta la escoba. Es más, creo que se la ha comido. – Dijo él en tono burlón.
- ¡Sí! – Rió la adolescente.
- Esa mujer es un martirio. ¿No te apetece más interesante quedarte en mi casa? A mí no me molestas. Es más, será todo un placer cuidar de ti.
Elainne no daba crédito a la propuesta de su apuesto vecino. El corazón se le disparó a mil por hora y pensó que se ahogaba. Su planificación de su siguiente encuentro había saltado por los aires y, como improvisar no era lo suyo, dijo lo primero que se le vino a la cabeza.
- ¿No esperas a alguien?
Hasta ella misma se escandalizó por lo poco discretas que habían sido sus palabras. Nuevamente experimentó ese calor en el rostro que le indicaba que se había ruborizado de manera alarmante cuando menos le convenía.
Por suerte para ella su interlocutor no se tomó mal su indiscreción; se limitó a encogerse de hombros, mirarla con sus ojos níveos y sonreírle divertido al contestar:
- No, no espero a nadie, tú eres hoy mi única invitada. Soy todo tuyo, así que tú decides. Pero te advierto que si eliges a esa serpiente de lengua viperina del primero en lugar de a mí me partirás el corazón y lloraré amargamente en la oscuridad de mi apartamento – dijo guiñándole un ojo al tiempo que sacaba la lengua -. ¿Qué me dices?, ¿te animas?
Minutos más tarde Elainne saboreaba una deliciosa taza de cacao sentada sobre un confortable sofá de cuero negro. Le encantaba su tacto suave y cálido. El sonido del agua al caer le hacía suponer que Karl seguía tomando una ducha y eso le daba un poco de tiempo para pensar algo sobre sus siguientes pasos. Como los nervios se la comían por dentro decidió levantarse y deambular por la estancia. Recayó en uno de sus vicios más adictivos y comenzó a mordisquearse las uñas mientras inspeccionaba la habitación.
No era la primera vez la joven que visitaba esa casa. Antes de que el aviador la adquiriese vivía en ella una anciana bastante agradable con una enfermiza obsesión por la limpieza. Siempre había asociado a aquella vivienda con el olor a lejía que desprendían las galletas que aquella buena señora le regalaba cada vez que la veía corretear por el rellano.
Y precisamente eso era lo único en lo que no había cambiado la vivienda: la limpieza. El apartamento estaba impoluto, no había nada fuera de su sitio, parecía sacado de una de esas revistas de moda que solía leer su mamá cuando iba a la peluquería. Por lo demás, estaba a años luz de su aspecto original. Elainne lo recordaba oscuro, con muebles obsoletos y una decoración exagerada, propia de una anciana con muchos recuerdos. En cambio, lo que aparecía ante sus ojos en ese momento era precisamente lo contrario: ambiente minimalista, tecnología de última generación y colores luminosos; grises y blancos en su mayoría. Le llamó poderosamente la atención una magnífica cámara de fotos que descansaba en uno de los aparadores del armario. Sin ser una experta le pareció extremadamente cara y complicada de utilizar.
Mientras examinaba el salón, recordó lo mucho que le habían incomodado las obras de acondicionamiento dada la proximidad de su cuarto, pero tenía que reconocer que el resultado había valido la pena. Le pareció increíble que aquella casa y la suya fuesen prácticamente iguales. No es que su hogar fuese pobre, era más bien que el apartamento de Karl destilaba un aroma a lujo y dinero que iba más allá de las posibilidades de su familia.
- Pon la música que quieras, salgo en un momento. –Gritó el hombre desde el cuarto de baño.
- ¡Vale!
Elainne se acercó al complejo equipo de audio. Era una chica lista, no tuvo problemas para ponerlo en marcha, pero sí para encontrar algún tipo de música, ya fuese de su gusto o no. Decidió abrir el único cajón del armario en busca de los soportes de audio y los encontró, pero sus vivarachos ojos marrones no se detuvieron en la extensa colección de CD’s de audio de conocidos artistas sino en un número considerable de DVD´s con nombres de mujer en el lomo.
- Abby, Aileen, Alice… - musitó.
Dejó de leer la larga lista al tropezarse con una curiosa diadema con unas graciosas orejitas de gato negro adheridas y otros complementos que se encontraban junto a ella.
La adolescente, curiosa, la tomó y, colocándosela sobre la cabeza, miró al enorme espejo de cuerpo completo que colgaba de una de las paredes. No solía gustarle lo que reflejaban esos objetos, pero esa vez fue una excepción. No pudo evitar sonreír al ver su aspecto.
- ¡Qué graciosas! – Pensó inocentemente, haciendo distintas poses de lo más divertidas con las orejas felinas.
Después, procedió a examinar el resto de los complementos que acompañaban a las orejas. No tuvo problemas en identificar dos pares de esposas metálicas, ni el collar ni, por supuesto, las medias de seda, pero sí una especie de raro amasijo de tiras de cuero. Lo tomó con sus manos y e intentó colocarlo sobre su cuerpo, pero aquello no era más que una serie inconexa de finas tiras de no más de un centímetro de grosor del mismo color azabache al que no le encontraba sentido. En el fondo del cajón descubrió una especie de cola felina en cuyo extremo final tenía dispuesto un pequeño apéndice de plástico cuya utilidad no logró comprender. Lo agarró de esta parte para examinar el objeto con mayor facilidad.
- Veo que has descubierto mi secreto. Ahora tendré que matarte…
La repentina aparición de Karl tras ella le hizo dar un respingo y todos los complementos cayeron al suelo.
- ¡Oye, que era broma! – Rió el hombre al ver lo ocurrido tras su amenaza de pega.
- ¡Oh, dios mío!
- Parece que contigo todo termina siempre cayéndose.
- Soy una tonta. – Dijo la joven muy apesadumbrada.
La primera intención de la joven fue arrodillarse y recoger los objetos del piso. El problema surgió cuando, al alzar la mirada, vio al apuesto hombretón prácticamente desnudo mirándola con sonrisa burlona. No pudo hacer ni decir nada, se paralizó.
Elainne estaba acostumbrada a ver los músculos de algunos de sus amigos; bultos realmente notables a fuerza de horas y horas de gimnasio, pero el casi metro noventa de humanidad de Karl era sencillamente otra cosa. El aviador tenía el torso cubierto de una ligera capa de vello que adornaban unos pectorales perfectamente marcados y unas amplias espaldas. Sus abdominales no eran la típica “tableta de chocolate” de los fanáticos de los gimnasios, pero sí se perfilaban de manera rotunda sobre la toalla de baño. Estaba claro que el piloto ya no era un joven veinteañero, pero sí que se conservaba en una forma física impecable.
La adolescente se estremeció al verlo.
Los ojos de la muchacha fueron descendiendo a lo largo de la anatomía del hombre maduro hasta detenerse en el prominente bulto que se marcaba con nitidez bajo la toalla, apenas a un par de palmos de su cara. La imaginación calenturienta de la joven echó a volar. El pene oculto se le antojó enorme y comenzó a recordar los chillidos y gemidos de las chichas que habían visitado ese mismo lugar antes que ella. De manera inconsciente, comenzó a salivar y el cosquilleo en su entrepierna, ese que la llevaba a tocarse prácticamente a diario pensando en su atractivo vecino, comenzó a manifestarse una vez más.
- ¿Te gusta? – Dijo Karl.
Elainne tragó saliva, sin poder contestar.
- Me refiero a eso que llevas en la mano.
- ¿Q… qué es?
- Unas orejitas felinas, unos guantes con garras... yo creo que está muy claro de qué se trata.
- ¡Un disfraz de gatita! ¿Y qué es esto, el rabito?
- Exacto.
- Y… ¿esto dónde se coloca? – Dijo la muchacha agarrando el apéndice felino por su parte plástica y dura
- ¡Adivina! - Rió Karl muerto de risa al ver la cara de asombro de la chica al entenderlo.
- ¡Oh, ya veo! – Dijo Elainne tomando la cola por otro lado, enfadada consigo misma por parecer tan tonta delante del experimentado aviador.
- Pruébalo, seguro que te sienta genial.
La joven demoró su respuesta examinando el amasijo de tiras de cuero con curiosidad. Su cuerpo le pedía una cosa, pero la razón se impuso, al menos en ese primer asalto.
- N… no. Gracias.
- Pero… ¿por qué? Estarás estupenda. Yo creo que es más o menos de tu talla.
El hombre se iba aproximando a la muchacha a la vez que hablaba.
- Salta a la vista que te mueres por hacerlo.
- Pe… pero es que… tendría que quitarme la ropa, ¿no?
- ¿Y?
- Yo… yo… no… no puedo hacer eso. Me da vergüenza.
El semblante del adulto cambió de repente. Su amabilidad y sus buenos modales desaparecieron de un plumazo. Karl se mostró severo con Elainne y la taladró con la mirada.
- Ya eres lo suficiente mayor como para tomar tus propias decisiones, Elainne. Tal vez prefieras seguir escuchando a través de la pared lo que hacen las demás en lugar de experimentar por ti misma. ¿De verdad quieres eso?, ¿ser de esas personas que se limitan a contemplar cómo transcurre la vida o prefieres ser de las que toman partido y viven cada día intensamente como si fuese el último?
- Yo…, yo… - Balbuceó la muchacha torpemente.
- ¿Qué creías, qué no lo sabía?, ¿crees que no te escucho darte placer un día sí y otro también mientras estoy con otras mujeres? Los tabiques de este edificio son de papel, tú bien lo sabes. Tus jadeos se oyen a través de ellos todas las tardes mientras otras disfrutan con lo que tú solamente te atreves a imaginar.
Los ojos de la joven se abrieron de par en par. Sin la protección de anonimato, se sintió cohibida y abrazó su cuerpo como si quisiera cubrirse de la mirada inquisitoria del adulto. Elainne sintió miedo, miedo y vergüenza a partes iguales y miró la puerta de salida con ansia.
- ¿De verdad es eso lo que quieres? ¿Quieres irte, huir como hacen las niñas pequeñas? Hazlo, vete. No voy a ser yo el que te retenga, eres libre como un pajarito.
Elainne estaba realmente asustada. El hombre parecía más alterado, casi violento, pero terminó apartándose de su teórica trayectoria de escape.
- ¡Vamos, largo! –Gritó Karl señalándole la salida -. No me apetece perder el tiempo con niñerías. Pero ten algo muy claro, jovencita: si traspasas esa puerta ahora no volverás a entrar aquí, pero si te quedas te enseñaré cosas que jamás habrías imaginado – prosiguió con firmeza -. Dejarás de ser una niña, dejarás de ver tu vida desde afuera y pasarás a vivirla plenamente como una mujer de verdad.
La adolescente dejó de mirar la puerta para centrarse la minúscula prenda, intentando calcular la proporción de piel que iba a quedar cubierta con ella encima. Respiró hondo, pero siguió paralizada por los nervios.
- Vale, está bien. No me hagas perder más el tiempo, niña ¡Fuera de mi vista! – Dijo Karl tomando con fuerza el brazo de Elainne, empujándola con brusquedad en dirección a la salida mientras le arrancaba el complemento de las manos -. Esto te supera, es otro nivel, no quiero volver a verte en la vida. ¡Largo!
- ¡No, no, no! – Suplicó la adolescente cuando estuvo prácticamente en la puerta de lo que creía el paraíso -. ¡Lo haré, lo haré! ¡Me lo pondré! ¡Me lo pondré!
- ¿Seguro?
- ¡Sí, sí! ¡Lo haré, haré lo que quieras! ¡No me eches, por favor! – Suplicó la chica atropelladamente lanzándose a por la prenda con desesperación.
El hombre sonrió al ver cómo su invitada examinaba la peculiar prenda con firme intención de colocársela cuanto antes. Su experiencia con las mujeres era muy amplia, pero algo le decía que Elainne era especial, todo un diamante en bruto. Una jovencita atrapada en un cuerpo de infarto y un potencial enorme por pulir. Estaba casi seguro de que ella sólo necesitaba alguien que la guiase, alguien que le diese un pequeño empujón para sacar su verdadera naturaleza de hembra ardiente y fogosa. Pensó que se encargaría de darle con mucho gusto. Karl intuía que iba a disfrutar como nunca cada segundo que pasase cerca de aquella bella señorita de larga melena y rotundos senos.
- Está bien, adelante. Hazlo.
- ¿D… dónde está el baño? – Preguntó Elainne de manera inocente.
- ¿El baño? ¡Por dios, esto es increíble! – Gruñó el aviador poniendo el disfraz fuera de su alcance.
- ¡Vale, vale, vale! – Replicó ella haciéndose finalmente con la prenda de la discordia.
La chica peleó de nuevo con la camisa de su uniforme. A fuerza de practicar se le había hecho más sencillo dominarla y esta cedió con facilidad. Quiso pedirle al anfitrión que, como gesto de cortesía hacia ella, dejase de mirarla mientras se desnudaba de aquella forma tan sucia y lasciva, como si fuese un lobo a punto de merendarse a una cabritilla, pero temió provocar de nuevo su ira así que se abstuvo de hacer comentario alguno. Desviando la mirada hacia el infinito, se quitó la camisa blanca y la falda negra lentamente. Después, se desprendió de los zapatos y de sus calcetines de tacón bajo, dejándolos de manera desordenada sobre el suelo. Fue entonces cuando, al quedarse solamente con la ropa interior sobre su cuerpo, su pudor le superó y rompió a llorar desconsolada. Aun así, estaba decidida a seguir adelante así que se sorbió los mocos y deslizó sus manos hacia la espalda en busca del cierre de su sostén.
- ¡Mierda! – Murmuró al notar cómo el pequeño broche de plástico pretendía salvaguardar su honra.
- Tranquila, no hay prisa.
- Ya… ya voy.
- Despacio, despacio… no te precipites.
Precisamente Elainne hizo todo lo contrario a la sugerencia del adulto: se deshizo de tanto del sostén como de las braguitas a toda velocidad. Utilizó su larga cabellera para cubrir mal que bien sus senos y cerró las piernas con fuerza intentando ocultar su sexo ayudada por su vello púbico. Todo iba bien hasta que intentó colocarse el disfraz. Introdujo una pierna por una de las aberturas erróneas y, al ver que la cosa no funcionaba, se puso todavía más nerviosa. Peleó de manera estéril y el resultado final de toda su odisea fue que terminó cayendo de nalgas contra el suelo, con las piernas abiertas y con sus redonditos senos completamente erectos la vista de un Karl que no dejaba de reír.
- ¡No puedo ponerme eso, es imposible! – Protestó haciendo pucheros como una niña.
Estaba tan enfadada que incluso olvidó tapar sus vergüenzas, se le veía todo lo que pretendía ocultar.
- Tranquila, tómate tu tiempo.
- ¡Es que no se puede, es imposible! – Repitió.
- No es tan difícil. Yo te ayudo. – Dijo él tendiéndole la mano con amabilidad.
Aquella actitud gentil y educada sorprendió a Elainne. No estaba acostumbrada a tratar con adultos. Pensó que cualquier chico de su edad, al verla en esa postura tan poco decorosa, se hubiese abalanzado sobre ella para tomarla por las buenas o por las malas, pero el maduro aviador parecía muy tranquilo y calmado ante su total desnudez. Aquella manera de actuar serena y amable apaciguó los nervios de la chica así que aceptó la ayuda mientras se incorporaba frotándose la parte dolorida de su cuerpo.
- Ves, se pone así. Pasa la pierna por ahí…
- ¿Por ahí?
- No, por ahí no. Por ese otro lado.
- Ah, vale. Así es más sencillo
Ella se dejó guiar y todo le resultó más fácil. Notaba cómo Karl acariciaba su cuerpo mientras le ayudaba, principalmente su costado o sus hombros, pero lo hacía de una manera tan cálida y natural que no se sintió incómoda en ningún momento. Por el contrario, se le erizaba el vello cuando las yemas de los dedos del adulto rozaban alguna parte íntima de su piel mientras colocaban cada una de las cintas de cuero en su lugar correcto. La sobaba de manera delicada, sin inhibirse, pero también sin recrearse a la hora de tocar, y ella se sintió muy cómoda entre sus manos.
El momento crítico llegó cuando Karl le colocó las tiras alrededor de los pezones y la punta de uno de ellos quedó atrapada entre sus dedos. El leve tironcito que él le propinó tuvo consecuencias: se erizó de inmediato.
- Uhm… - gimió sutilmente la joven sin poder reprimirse.
Karl volvió a sonreír complacido, pero siguió como si nada componiendo el disfraz. Elainne no dejaba de mira al infinito mientras se dejaba hacer. No colaboraba, pero tampoco mostraba oposición a lo que el hombre le hacía. Tan sólo deseaba que la humedad de su vulva pasase desapercibida para el adulto, cosa bastante difícil ya que incluso ella podía olerla perfectamente.
- Muy bien, estás preciosa. Ahora, las medias.
Como autómata la joven se dejó colocar las sedas a lo largo de sus piernas. Casi se derrite cuando las enormes manos de Karl recorrieron sus muslos en su totalidad, de abajo hacia arriba, estirando las delicadas mallas oscuras hasta que no quedó ni una arruga.
A Elainne le costaba un mundo respirar. Nadie le había acariciado en una zona tan próxima a su vulva y mucho menos un hombre adulto semi desnudo. Sus escasas experiencias previas se reducían a más o menos inocentes tocamientos con alguno de los chicos en las sesiones de baile del barrio.
- Elainne… - El piloto tuvo que repetir varias veces el nombre de la muchacha hasta que la mente de esta aterrizó de nuevo en la tierra.
- ¿Q… qué?
- Observa. Estas mordacitas sirven para que las medias no se caigan. ¿Lo ves? Es como una especie de liguero antiguo.
- E… entiendo.
- ¡Uhm! Estás divina, pero creo que falta algo.
Sin esperar respuesta, el aviador salió disparado hacia su habitación. Volvió al momento con un lápiz de labios de color rojo intenso.
- Eso es. – Murmuró él tras pintarle de carmín los labios con inusual maestría tratándose de un hombre -. ¡Genial! Ahora, mírate. Pareces otra.
A Elainne le costó un rato armarse del valor suficiente como para vencer el pudor y alzar la mirada.
-¡Oh! – Exclamó realmente impactada por el cambio que había sufrido su aspecto.
Le costó reconocerse. El extraño conjunto se adaptaba a su cuerpo como una segunda piel, realzando sus partes del cuerpo más erógenas, principalmente sus pechos. Ya no parecía la colegiala asustadiza amargada por su controladora hermana y por su cruel sobrina sino una hembra adulta dispuesta a entregarse en cuerpo y alma a ese hombre que la volvía loca.
- Ahora, el toque maestro – Dijo él colocándole las orejitas de gata -. Eso es… ¡perfecta!
El efecto euforizante que le produjo su fabuloso aspecto dio paso de nuevo a su naturaleza indecisa al comprobar, aterrada, que aquel atuendo dejaba ver todas sus vergüenzas. En efecto, las tiras estaban estratégicamente dispuestas a lo largo de su cuerpo de forma y manera que ni los pezones ni la entrada de su vulva, ni tan siquiera la parte más íntima de su trasero quedaban ocultos a la vista de Karl.
Por si todo eso fuera poco, el hecho de que el hombre tomase la cámara de fotos entre sus manos elevó todavía más el nivel de alarma.
- ¿Qué… qué vas a hacer?
- Un café, ¿a ti qué te parece?
- No, eso no. Fotos no. – Negó la adolescente tapándose los senos y la cara justo en el momento que el primer torrente de luz salió de la cámara en dirección a ella.
La chica había tenido un par de malas experiencias en la red con aquellas cosas. Dos muchachos abusaron de su confianza y la amenazaron con compartir sus fotos con terceras personas tras mostrarles sus senos. Desde entonces, Elainne rechazaba por completo posar de cualquier modo ya fuese vestida y más aun prácticamente desnuda como era el caso.
La falta de colaboración no afectó en absoluto al piloto. Karl no se detuvo y prosiguió con la improvisada sesión fotográfica enfocando directamente a las zonas menos pudorosas de Elainne.
- Ya… ya es suficiente.
- Yo diré cuándo es suficiente, Elainne. Aparta las manos, por favor.
- Yo… yo no quiero que me hagas fotos. Odio las fotos.
- Pues entonces tienes un problema. A mí me encantan. ¡Sonríe!
Mientras hablaba, el hombre no dejaba de disparar una y otra vez. La chica intentaba cubrirse, pero le era imposible ocultar su cara y su cuerpo al mismo tiempo. Su malestar se reflejaba en su rostro. Estaba cada vez más incómoda y nerviosa.
- Eres preciosa… tienes un cuerpo increíble.
- Ya es suficiente… - suplicó ella muy angustiada de nuevo -. ¡Por favor!
- ¡No, no es suficiente! ¡Joder! – Gritó Karl visiblemente cabreado.
Y dejando la cámara a un lado, prosiguió muy enojado:
- Deja de taparte. Mira a la jodida cámara y sonríe. Es mi casa, son mis normas. Si no te gustan, ahí tienes la puerta. ¿Entiendes, niñita consentida?
De nuevo las pupilas de Elainne comenzaron a humedecerse.
- ¡Muéstrate o lárgate!
Tras unos momentos de tensa espera, los brazos de Elainne se abrieron, liberando sus senos. El momento fue aprovechado por Karl para realizar una serie de fotografía de la preciosa cara y de los exuberantes pechos de la adolescente.
- Prométeme que no se las enseñarás a nadie. – Suplicó ella ofreciendo sus senos a la cámara.
Muy a su pesar sabía muy bien la parte de su cuerpo que más gustaba a los chicos.
- Haré lo que quiera con ellas. Date la vuelta, que se te vea un poco más el culito. Eso es, muy bien. Arquea un poco más la cadera y abre las piernas ligeramente.
- Dime que no lo harás. – Continuó negociando la muchacha sin dejar de obedecer como una marioneta.
- Lo haré, no te quepa duda. Aguanta esa pose, mira a la cámara y sonríe – ordenó el adulto inmortalizando los tres orificios de la muchacha en una misma fotografía -. Mis amigos se volverán locos contigo… les vas a encantar.
- Pe… pero… ¿por qué? ¿por qué me haces esto?
- Sonríe. Porque eres una gatita muy mona. Apoya las manos en el espejo y mírame.
- Pero yo no quiero que hagas eso… - Dijo Elainne posando las palmas en el cristal con sus ojos vidriosos fijos en el objetivo.
- Ya, lo que sucede es que las opiniones de las mascotas no cuentan. No dejes de mirar a la cámara y abre un poquito la boca. Muérdete ligeramente el labio, por favor.
- Pero yo no… yo no soy una mascota, soy una persona.
- No, ya no. A partir de ahora eres mi mascota, mi gatita más concretamente…
- Yo, yo no… yo no quiero eso.
- Me da igual lo que quieras, a partir de ahora serás mi mascota.
- ¡No! – Lloriqueó la joven volviendo a cubrirse al ver que sus súplicas eran inútiles frente a la determinación del adulto justo en el momento en el que él iba a efectuar un primer plano de su sexo.
El improvisado fotógrafo dejó de disparar, muy molesto.
- Mira, Elainne… esto no funciona. Mi paciencia tiene un límite y estás dos puntos por encima de él. Te voy a decir lo que vamos a hacer. Voy a ser extraordinariamente considerado contigo y te voy a dar cinco minutos para que pienses sobre lo que de verdad deseas. Me voy a meter en mi cuarto y, cuando vuelva, quiero ver aquí o a mi nueva mascota o a nadie. ¿Entiendes? O lo tomas o lo dejas. Si no estás de acuerdo, no pasa nada: toma tu ropa, tu calzado, tus niñerías y te largas. No te preocupes por las fotos que te he hecho; si decides irte tienes mi palabra de que las eliminaré justo en momento que atravieses la puerta, te lo aseguro.
Momentos más tardes, el piloto se fumaba un cigarrillo mientras miraba el caótico tráfico de Quito a través de la ventana.
- Siempre la misma historia, hay que ver cómo les gusta el teatro a estas putitas… - murmuró para sí en su idioma natal.
Antes de la cuarta calada, su nueva mascota atravesó sumisa el dintel de su habitación. Elainne llevaba la boca el último complemento que faltaba para culminar su transformación física en una fiel y obediente mascota humana.
- Nunca he visto a un felino andar a dos patas, gatita.
De inmediato la adolescente se arrodilló.
- Eso es, buena chica – dijo Karl muy complacido. Y dando unos golpes sobre el colchón lanzó su primera orden a su nueva mascota -. ¡Ven, Elainne, ven! ¡Sube, bonita! ¡Vamos a jugar!
(Continuará)
Kamataruk
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