La Mascota (10 de 11)
La rutina de la joven Elainne se verá severamente alterada cuando su madre decide llevarla al ginecólogo. Los rumores sexuales que la familia esparce sobre ella amenazan con destruir su sueño. Dicen que es bueno tener amigos hasta en el infierno pero hay algo incluso mejor: tener un dueño allí.
CAPÍTULO 10:
Era la primera vez que Elainne veía a su mamá tan enfadada
- ¡Eres una puta! ¡Una vulgar ramera! – Le repetía una y otra vez.
La joven no sabía dónde esconderse, temía por su integridad física. Su mamá la perseguía alrededor de la mesa de la cocina y ella intentaba zafarse con mayor o menor fortuna.
- Pe… pe… pero ¿qué he hecho? – Preguntaba intentando averiguar el motivo por el que su mamá le decía aquellas cosas tan severas.
- ¡Estoy harta de ti! ¿Te enteras? ¡No sé qué he hecho mal para que el Señor me castigue con semejante penitencia!
- Pero… ¿por qué dices eso?
Elainne intentaba por todos los medios sonsacar información a su mamá. No estaba segura del motivo de tal enfado. Había sido muy cuidadosa a la hora de ocultar sus andanzas en casa del vecino e incluso últimamente se mostraba mucho más participativa y afable en casa. Ese era uno de los reproches que su mamá solía hacerle, lo poco afectiva que se mostraba con el resto de su familia.
- ¡De sobra lo sabes! No te conformas con mostrar las tetas y Dios sabe qué más por la red, sino que además vas pidiendo esperma a esos malnacidos que llamas amigos.
La joven entendió al momento el motivo del enfado de su progenitora. Se sintió aliviada un primer momento al no tener nada que ver con Karl, pero luego entendió la gravedad de su situación. Hubo una época, antes de iniciar sus andanzas con el aviador en la que, en efecto, tuvo la curiosidad por conocer el sabor de la esencia masculina y no se le ocurrió mejor forma de hacerlo que pedírsela a uno de sus mejores amigos, aunque nunca pasó de mostrarle el escote a cambio de su néctar.
Ella intentó salir de la situación embarazosa como hacía siempre, negándolo todo.
- ¿Esperma? Pero, ¿qué dices? ¿quién te dijo esa tontería?
- ¿Quién? La mamá de tu amigo, ese que tiene cara de drogado – chilló la mujer sin dejar de acosarla -. Me contó que lo descubrió machacándosela en el lavabo intentando llenar un botecito de cristal con su leche y que, cuando ella le preguntó, él le dijo que era para ti, que habías prometido enseñarle las tetas si te lo daba.
- ¿Yo? ¡Eso es mentira! ¡Yo no muestro a nadie ni tampoco pido esas cosas tan sucias! Te lo he dicho mil veces mamá, pero tú no me escuchas.
- No te creo. ¿Vas pidiendo eso a tus amigotes, verdad? No me extraña que lo hagas, sé que te los follas a todos. Ya lo dice tu hermana y tu sobrina: que eres una fresca, una buscona, una puta. Eso dice todo el mundo de ti Elainne, que eres una puta y que por eso vas con chicos en lugar de con amigas. Mañana mismo vamos al ginecólogo y ¡ay de ti como no seas virgen!, jovencita. Te juro que, si no lo eres, te largo de mi casa y te mando a vivir con tu papá, le guste o no a ese malnacido.
La chica agotó sus lágrimas llorando toda la noche. Estaba desesperada. Si su mamá consumaba su amenaza era muy probable que no volviera a ver a su dueño en la vida. Ni siquiera pudo llamar a Karl para pedirle consejo. Aquella bruja le confiscó el teléfono en busca de pruebas que corroborasen su teoría. Por fortuna para Elainne tenía la precaución de borrar su celular a diario: no había noche en la que no enviase a su dueño la totalidad de su cuerpo desnudo en poses sexualmente explícitas.
A la hora del desayuno la joven no probó bocado. Con la cara descompuesta se sentía un corderito en el matadero mientras se dirigía a la consulta del ginecólogo. Angustiada, creyó desmayarse varias veces en la sala de espera. Conforme el número de pacientes que la precedían iba disminuyendo aumentaba su grado de nerviosismo. Cuando fue su turno quiso estar muerta, rozaba el histerismo.
Una sonriente enfermera las invitó a entrar a la consulta. Era una muchacha realmente hermosa y con un uniforme algo más entallado de lo habitual. Elainne apenas solía fijarse en las mujeres, pero, desde que compartía cama con Doutzen y su mascota, había notado que se interesaba más por ellas, aunque en ese momento ni la mismísima miss mundo hubiese podido llamar su atención.
Al entrar en el despacho del ginecólogo descubrieron al doctor. Se trataba de un señor de mediana edad, algo entrado en carnes y con el pelo blanco. Amablemente se incorporó al verlas y, señalándoles unas sillas al otro lado de su escritorio, les dijo:
- Buenos días. Soy el doctor Gutiérrez. Tomen asiento, por favor. ¿En qué puedo ayudarles?
La forma de hablar y el acento no eran los propios del lugar. La joven lo identificó como español y su rostro lo encontraba familiar pero tampoco tenía ánimos como para investigar en sus recuerdos. Sentía cómo su mundo se terminaba por momentos.
- Muy buenos días, doctor. Verá, el motivo de nuestra visita es la niña. Me gustaría que le realizase un examen ginecológico completo, así como que le expidiese un certificado de virginidad.
Al escuchar la solicitud, Elainne se puso roja de vergüenza.
- ¿Certificado de virginidad?
- Sí, ya sabe. Me gustaría saber si la nena es virgen.
- Bueno… ¿y no sería más sencillo preguntárselo a ella directamente?
La madre contestó rabiosa:
- Ya lo hice, pero mi hija, aquí dónde la ve, es una mentirosa redomada y no me fío de ella lo más mínimo.
Elainne se encogió lo más que pudo, quería que un rayo la fulminase en ese momento. Temblaba como una hoja del árbol justo antes de caer.
- Entiendo. Podemos hacerle la revisión ahora mismo, pero para la analítica tendría que venir mañana a primera hora en ayunas.
- Si esta… viciosa resulta no estar íntegra mañana a primera hora estará camino de casa de su papá así que dudo mucho que pueda venir a la analítica.
- Oh… no sea tan dura con ella. Parece una buena chica.
- Es un lobo con piel de cordero, no se deje engañar por su aspecto inocente, doctor. Aunque más bien sería una zorra…
- ¡Mamá! – Estalló Elainne entre lágrimas.
- ¡Es culpa de tu padre que seas tan fresca! ¡Facilona, que eres una facilona!
- Bueno, bueno – intervino el señor mediando entre ambas mujeres -. No adelantemos acontecimientos. No llores, pequeña, por favor. Eres muy bonita para afear tu rostro con lágrimas.
El doctor se compuso las gafas, empujándolas con el dedo corazón hasta la parte superior de su nariz. Fue entonces cuando Elainne se quedó helada: vio un par de áspides entrelazadas que formaban un anillo alrededor de su falange. La chica las reconoció al instante, su cabeza comenzó a bullir, estaba claro que el doctor Gutiérrez… era un dueño. Un rayito de esperanza iluminó su negro porvenir.
Un sonido estridente partió del bolso de la señora e inundó la sala.
- Perdón, es el papá de la nena. Si antes nombro a ese imbécil antes llama. Será sólo un minuto, enseguida vuelvo.
La mujer salió de la consulta y Elainne decidió jugarse el todo por el todo.
- ¡Soy la mascota de Karl Addens! Ayúdeme, por favor. Haré lo que sea. – Le dijo sin importarle la presencia de la enfermera.
Sólo después de suplicar ayuda fue consciente de que no estaban solos y miró a la asistenta con cierto miedo.
- Tranquila, no te preocupes por nada. Al principio me costó reconocerte con ropa, pero enseguida supe que eras tú. Por ella no te preocupes, puedes hablar libremente, María es mi pequeña potrilla. – Dijo el hombre girando a la enfermera por la cadera.
Y tras subirle la falda, mostro a Elainne la nalga desnuda de la joven adornada con una pequeña G grabada a fuego.
- ¡Oh! – Exclamó la adolescente al verla. Aparte de Hanna, era la primera mascota con la que coincidía.
- Hace tiempo que quería darme una vuelta por casa de ese bribón con suerte, pero mi mujer me controla mucho. Todo el mundo habla de ti, eres con diferencia, la mascota más famosa de todo Ecuador.
- ¿E… en serio?
- Sí.
Los gritos de la mama de la joven cesaron al otro lado de la puerta lo que les hizo saber que su vuelta era inmediata.
- Sígueme la corriente y todo irá bien. – Dijo el señor guiñándole un ojo con complicidad.
La señora entró y tomó asiento de nuevo:
- Discúlpeme doctor, pero es que este hombre me pone de los nervios.
- No se preocupe. ¿Tiene la célula de la muchacha?
- Sí, por supuesto.
- Elainne, un bonito nombre.
- Gr… gracias.
- Esto nos llevara una media hora. Puede esperar en la sala si lo desea.
- No. Estaré aquí si no le importa.
- Como guste. María, acompaña a Elainne a la sala de revisiones. Ayúdale a desvestirse y avísame cuando esté lista, por favor.
- Por supuesto, doctor.
Mientras las jóvenes desaparecían por la puerta el doctor procedió a rellenar el expediente con los datos de la chica.
- Puede venir cuando quiera, doctor.
- Dame un minuto.
El facultativo se hizo con un par de guantes de látex y comenzó a colocárselos mientras se dirigía a la puerta. La mamá de la muchacha hizo ademán de levantarse, pero el hombre la detuvo.
- Será mejor que permanezca aquí señora.
- Yo… yo…
- La muchacha ya está lo suficientemente nerviosa, me temo que su presencia la alterará más todavía. Usted sabe que las primeras revisiones no son agradables, pueden ser incluso dolorosas si se está demasiado tensa. Déjelo en mis manos, por favor. Pronto le diré lo que quiere saber. Confíe en mi criterio.
- E… está bien, doctor.
El teléfono móvil de la señora volvió a bramar lo que contribuyó todavía más a aceptar su no presencia durante el examen ginecológico de su hija. El doctor entró en la sala anexa y corrió una fina cortina de plástico a su paso. Era la única barrera que separaba a madre e hija.
- Veo que ya lo tienes todo dispuesto, María.
La enfermera dejó por un instante de devorar el sexo de Elainne que permanecía desnuda sobre la camilla ginecológica, abierta de piernas, con su intimidad a merced de la eficiente enfermera. La chica se mordía el labio inferior con furia para evitar que sus jadeos de placer delatasen lo que sucedía a escasos metros de su mamá.
La auxiliar estaba haciendo un trabajo exhaustivo, lubricando sus babas el coñito de la más joven de manera abundante. El doctor sacó su herramienta. Como estaba algo flácida utilizó la boca de Elainne para ponerla a punto a la vez que acariciaba los contundentes senos que tan famosa habían hecho a la muchacha. Ella le estaba tan agradecida que puso todo su afán en satisfacerlo.
- ¿Todo bien? ¿Estás más tranquila?
- Sí… sí señor. – Contestó ella dejando de chupar por un momento.
- Bien. Comenzaremos por palparte los senos. Si te sientes incómoda o te duele me lo dices, por favor. ¿De acuerdo?
- De acuerdo.
El adulto se dio un festín con las turgentes tetas de Elainne, tirando de los aritos y pellizcando sus pezones. Ella se derretía de gusto, había aprendido no sólo a convivir con el dolor sino a disfrutar con él.
- Parece que todo está bien por aquí. ¿Te duele? ¿Notas alguna molestia?
- No. – Contestó ella intentando que el tono de su voz pareciese lo más natural posible.
- Ahora voy a proceder a realizar un examen visual del exterior de tu vulva para ver si hay algún tipo de malformación o hinchazón. ¿Vale?
La chica sólo pudo asentir. Con los dedos de la auxiliar recorriendo su conducto anal poco más podía hacer. Las uñas de la enfermera eran considerablemente largas lo que le produjo una extraña sensación tanto al atravesar el esfínter como al rozar las paredes de su intestino. No era dolor sino más bien intranquilidad al imaginarlas rasgando su entraña. Esa sensación de peligro la excitó todavía más.
El facultativo apartó la cabeza de su mascota para tener una panorámica íntegra de los genitales de la paciente. Como esperaba, la entrepierna estaba impoluta, sin el más mínimo atisbo de vello púbico. Utilizando las manos apartó los labios vaginales, centrando su mirada en el prominente clítoris y en la abertura vaginal que, ligeramente abierta, dejaba escapar delicadas hebras de flujo transparente.
- Eso está muy bien – apuntó el macho rozando el bultito de placer -. Todo está correcto por aquí.
Llegado a este punto Elainne no podía más, necesitaba chillar y gritar. La tensión acumulada salía de su vientre en forma de jugo y tenía la sensación de no poder contenerse. Por fortuna para ella la otra mascota estaba acostumbrada a esas situaciones y, acercándose a su cara, le estampó un beso de tornillo que la dejó sin aliento, ahogando de este modo cualquier grito que la joven pudiera emitir.
- ¿Todo bien hasta ahora?
- Sí… todo va bien. – Contestó la gata entre beso y beso.
- A simple vista, nada parece indicar que tu virgo no esté intacto, pero, para asegurarme y dejar tranquila a tu mamá, voy a examinarte dentro. ¿Vale?
- Va… vale.
- Para hacerlo utilizaremos este aparato de aquí – dijo el médico agarrándose la verga por la base -. Me he encargado de calentarlo un poco para que no sea tan desagradable. Además, utilizaremos esto, es una vaselina neutra. Hará que todo sea menos traumático. Con una simple ducha desaparecerá, ¿comprendes?
- S…sí.
- Está bien. Vamos allá. Primero, la vaselina.
Los ojos de Elainne quedaron en blanco cuando el ginecólogo extendió una considerable cantidad de ungüento en su coño. Él utilizó dos de sus dedos más largos para aplicárselo incluso hasta el interior de su vagina.
- Con eso será suficiente. Y ahora… con mucho cuidadito… lo metemos dentro…
El tipo aproximó la punta de su cipote a la entrada de la chica, pero, contrariamente a lo que pregonaba, se la ensartó de un solo golpe hasta los testículos, sabedor de que la muchacha había asimilado sin problemas cipotes mucho mayores que el suyo.
- ¡Ag! – Chilló Elainne.
Su mamá no perdía detalle de la conversación al otro lado de la cortina. Al escuchar el chillido de su hija se sintió algo culpable. Por primera vez le entraron las dudas acerca de lo que estaba haciendo. Hasta entonces, estaba convencida de que Elainne era culpable de todo lo que ella le había acusado pero la manera de gimotear de su niña pequeña mientras era examinada por aquel prestigioso ginecólogo se salía del guion preestablecido en su cabeza. De hecho, comenzaba a pensar que ella le decía la verdad.
- ¡Uff! – Exclamó Elainne sin poder contenerse más.
- ¿Te duele? – Preguntó el hombre mientras meneaba la cadera, bombeando en interior de la adolescente.
- U… un poco.
- Tranquila. Ya… ya casi estoy.
Efectivamente el semental no alargó en exceso la cópula, sabedor de que cada segundo que lo hiciera constituía un riesgo innecesario para sus fines. Tras una docena de empujones, expulsó sus babas en el interior de una Elainne hecha confitura. Parsimoniosamente, el facultativo escondió su herramienta y, tras unos segundos para reponerse y beber un poco de agua, dio por concluida la peculiar revisión ginecológica.
- Muy bien. Todo correcto por aquí. Puedes vestirte, jovencita. Es normal que, durante unos días, notes cierta sensación extraña ahí abajo. Tus paredes vaginales son muy estrechas y, aunque mi herramienta no es muy grande, puede haberte causado alguna pequeña herida. En cualquier caso, no debes preocuparte. Controla la temperatura de tu cuerpo y, si tienes algo de fiebre, con un suave antitérmico será suficiente. María, por favor, asea a la muchacha y ayúdale a vestirse. Mientras tanto, hablaré con su mamá.
- Sí, doctor. – Dijo la sensual enfermera acercando su inquieta lengua a la ingle de Elainne.
El doctor salió volvió a la sala principal de la consulta y, después de deshacerse de sus guantes, sonrió a la señora que lo miraba muy confusa.
- ¿Lo ve, señora mía? – Dijo él en tono condescendiente -. Debe confiar más en su hija. Salta a la vista que es una buena chica.
- ¿To… todavía es…?
- ¿Virgen? ¡Por supuesto! Tiene el himen intacto, como el pétalo de una rosa. Es más, su vagina es tan estrecha que me ha costado bastante llegar hasta él. Y dado el escaso flujo que segrega dudo incluso que… ya sabe… se masturbe.
- Vaya, pues… pues no sé qué decir.
- Está perfecta, a falta de los análisis de sangre, claro está. Debe felicitarla y estar muy orgullosa de ella. En estos tiempos con tantas tentaciones caer en el pecado es muy fácil. Hay… hay mucho vicio en este mundo. Pero mucho… mucho…
- Sí, sí. Ya lo sé.
- ¡Mírela, ahí está! ¡Qué bonita es! Dele un abrazo, mujer. Lo ha hecho muy bien.
Elainne no tuvo valor para mirar a su mamá, le costó un mundo hacerse la mártir y no echarse a reír. Correspondió el abrazo con otro y, aprovechando que no podía verle la cara articuló un “gracias” con los labios al vicioso doctor. Este le lanzó un guiño cómplice e hizo un gesto obsceno con la lengua, como si estuviese lamiéndole el sexo.
- Bien. Entonces te esperamos mañana por la mañana a las ocho. ¿De acuerdo?
- De… de acuerdo.
- No hace falta que la acompañe, señora. Estoy seguro de que su hija sabe cuidarse muy bien por sí misma.
- Está bien.
- En una semana le remitiré el informe completo por correo. Si no se le ofrece nada más, son ciento cincuenta dólares.
- ¿Ci… ciento cincuenta dólares?
- Sí, señora: setenta por la consulta, treinta por los análisis y otros cincuenta por el certificado de virginidad.
- Va… vaya. Pues sí que es caro ese certificado.
- Pues sí. Tiene que visarlo el Ministerio de Salud Pública y eso conlleva unas tasas, unos impuestos. Ya sabe: todo cuesta dinero.
- Yo… yo no llevo encima tanto dinero. – Repuso la señora muy avergonzada.
- ¡Oh!… bueno…no importa. Déselo a ¿Elainne? Es así como te llamas, ¿verdad?
- Sí, señor.
- Lo dicho: déselo a Elainne mañana. Le digo que puede confiar plenamente en ella y no haga caso de las habladurías: la gente es verdaderamente cruel con las buenas personas, ¿no cree?
- Pu… pues sí.
- Si no les importa, tenemos gente esperando.
- Por supuesto, por supuesto.
- Hasta mañana Elainne. No olvides venir en ayunas. Ya te daremos algo de comer aquí.
- Sí, señor.
La chica sabía de qué se trataba. Durante el pintoresco examen recordó de qué conocía la cara de ese señor: lo había visto en alguno de los vídeos especiales, esos que Karl guardaba celosamente en el interior de la habitación verde y que se suponía no debía ver.
Nunca hasta ese día había tenido que tragar las heces de otra persona, pero estaba tan agradecida al buen doctor y a su mascota que no le importaba en absoluto tener que hacerlo con ellos por primera vez.
Durante el trayecto de regreso a su casa ninguna de las dos articuló palabra. Elainne conocía lo suficiente a su madre como para saber que jamás se disculparía con ella. Pronto encontraría un motivo para amargarle la vida, pero, por el momento, durante unos días, la dejaría vivir tranquila. Aun así, quiso darle la puntilla:
- Mamá.
- Dime.
- Mi amigo. Bueno, examigo, el que tiene cara de drogadicto… ¿recuerdas?
- Uhm. Sí.
- Es él el que va pidiendo el semen por ahí. Es gay.
- E… entiendo.
- ¿Desde cuándo expedimos certificados de virginidad? - Preguntó la enfermera muy extrañada una vez se quedó a solas con el doctor.
- Desde hoy. – Contestó el hombre agarrando a la muchacha por el talle, sentándola sobre sus rodillas.
Ella sonrió mientras notaba la mano de su dueño subiendo por su muslo. Le rodeó el cuello con las manos, besándolo dulcemente.
- ¿Y no es mucha plata para algo que no sirve para nada?
- Así se lo pensará dos veces esa bruja antes de volver a desconfiar de su hija. – Contestó él acariciando el sexo de su potranca-. Por cierto, anula todas las otras citas de mañana. Me da la sensación de que va a ser una jornada muy intensa.
- ¡Hiiiiiiiih! - Relinchó la chica muy complacida.
Continuará.
Kamataruk.
kamataruk@gmail.com