La marca del pecado

Me llamo Gema, tengo cuarenta y tres años, y anoche mi marido insinuó que le gustaría verme con otro hombre. Una oportunidad que no voy a dejar escapar.

Basado en el relato “Historia de mi Infidelidad (1): Los orígenes” de Zorro2013

LA MARCA DEL PECADO

INTRODUCCIÓN:

Me llamo Gema, tengo cuarenta y tres años, y anoche mi marido insinuó que le gustaría verme con otro hombre. Una oportunidad que no voy a dejar escapar.

Prologo:

Me llamo Gema, tengo cuarenta y tres años, y anoche mi marido insinuó que le gustaría verme con otro hombre. Una oportunidad que no voy a dejar escapar.

No pienso atormentar a nadie contando como es mi vida en pareja. Sólo os diré que mi marido y yo estamos a gusto juntos y tenemos la suficiente confianza mutua como para explorar territorios hostiles.

Todo empezó cuando Jose, mi esposo, me reenvió el enlace de un par de relatos eróticos con esa temática, hasta que noche dio el paso y me dijo que le gustaría verme con otro. Exactamente sus palabras fueron: “…si es sólo sexo, a mí no me importaría”. Dicho así suena brusco pero la verdad es que llevamos tiempo dándole vueltas.

De hecho, si leéis habitualmente nuestros relatos sabréis que ya hicimos un trío con una mujer, la masajista a quien suelo acudir por mis problemas de cervicales. Aquella experiencia fue muy excitante y divertida. Ahora en cambio, Jose no quiere un trió si no sólo observar y disfrutar de cada detalle mientras otro se encarga de hacerme gozar.

Por una parte, sé que mi pacífica vida de ama de casa a la que he dedicado los últimos quince años podría tambalearse, pero después de tanto tiempo juntos nuestros cimientos están bien asentados. Por otra parte, si he accedido a su vergonzosa petición es porque hay una buena razón.

Jose me ha brindado la excusa perfecta para hacer algo que yo sé que no está bien, tener una aventura con Roberto, un hombre joven y atractivo con quien hablo casi a diario en la puerta del colegio mientras esperamos la estampida. Los nervios me comen y el aire me falta con sólo pensar en él. Espero que acceda a tomar un café conmigo, y poder pedirle que sea el amante que mi marido desea para mí.

Además, ya es hora de lavar los trapos sucios. Si finalmente mi marido se ha atrevido a pedirme “sin pelos en la lengua” que me acueste con otro hombre, yo debo ser sincera con él. Ya es hora que sepa que hace mucho tiempo le fui infiel, y que si a él le puse unos hermosos cuernos en mí quedo la marca del pecado, porque cuando el honor se pierde ya no se recupera jamás.

Para explicar cómo sucedió y cuáles fueron los motivos que me llevaron a ser infiel al que por aquel entonces era mi novio, tendré que remontarme más de veinte años atrás.

Para ti, por estar siempre ahí.

Capítulo I:

Veintitrés años antes.

Hace frío en Madrid. Una buena nevada cubría esta mañana las calles de la ciudad, afortunadamente cogí el metro con tiempo. La temperatura no ha dejado de bajar desde el día de Reyes, sensación que se ve aumentada por el fuerte viento que azota mis mejillas. Son las 12:15 de la mañana y normalmente estaría en la Facultad, de donde salgo a las 15 h., pero vuelvo para casa harta de perder el tiempo en la cafetería. Han suspendido las clases, al parecer los profesores no han sido capaces de llegar a la facultad con sus coches alemanes. Qué ironía.

Para bien o para mal, no soy consciente de que forma va a cambiar mi vida después de abrir la puerta de casa. Aunque no sea por mi culpa, debería estar en clase y me siento incómoda al llegar a casa tan pronto. Aunque tengo ya veinte años abro la puerta con cuidado, como intentando puerilmente que mis padres no se enteren de que no estoy en clase.

En el sofá de la entrada hay un paraguas y una gabardina. ¿Está mi padre en casa? Imposible, el domingo se marchó de viaje en Barcelona y no volverá hasta el viernes. ¿Entonces, de quién es esa gabardina? Oigo murmullos al fondo. Dejo mis libros sobre la mesa y camino en silencio por el pasillo. Descarto enseguida la habitación de mi hermana, el ruido procede claramente de la habitación de mis padres.

Aunque soy joven, no soy tonta. Ya estoy en la universidad y he hecho mis pinitos. Desde los catorce años he tenido varias relaciones fugaces, y con Jose, mi novio actual, con quien dejé de ser virgen el verano pasado.

No hay duda que el ruido que oigo es el de una pareja haciendo el amor: quejidos, jadeos, voces entrecortadas, etc. No entiendo que ocurre, mi hermana tiene once años, y Lourdes, la señora que viene a limpiar y preparar la comida no da “el perfil”, por decirlo de algún modo. Por increíble que parezca, sólo queda una opción y aunque me niego a creerlo sólo puede ser… mamá. La puerta está abierta, pero sólo me asomo un instante, lo suficiente para confirmar mis sospechas. Mi madre tiene un amante.

Tras asimilar el susto inicial, siento una curiosidad irresistible. Si hubieran estado de frente habría tenido que volver a salir de casa a hurtadillas, pero he visto que ambos se encontraban de espaldas a la puerta así que, echándole valor, entorno rápidamente la puerta dejando solo una estrecha rendija por la que poder espiarles.

Mamá yace a cuatro patas, casi desnuda y con la frente apoyada sobre sus brazos cruzados sobre la cama. Sólo lleva unas medias negras de liga que hacen resaltar su redondo y fuerte trasero. Detrás de ella, penetrándola con brío hay un hombre al que no reconozco. Es un chico moreno, joven y musculoso. Hasta que de repente le reconozco. ¡Es Carlos! ¡Sí, es él! el arquitecto amigo de mi madre. No lo había visto muchas veces, pero no es la clase de hombre que pasa desapercibido. No me lo puedo creer, ¡Carlos Andrade! ¡Si será quince años más joven que mamá! Tan serio y educado que parecía…

Desde mi atalaya contemplo como Carlos se contonea delante y atrás penetrando con fuerza a mi madre.

― ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ―la oigo jadear rítmicamente con cada embestida de su amante.

Está como en trance, puedo ver perfectamente su cara congestionada por el placer. Con los ojos cerrados y sus tetas agitándose violentamente mi madre se encuentra en el séptimo cielo.

¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ―resuena cada vez que Carlos la ensarta.

El sudor reluce en la vellosa espalda de Carlos, imagino que deben llevar un buen rato dale que te pego.

Me siento excitada. Por extraño que parezca olvido que la protagonista es mi madre y sólo veo a una mujer gozar, gemir y estremecerse gracias a su amante. Sin poder remediarlo, la pasión desenfrenada de sus cuerpos hace que comience a sentir una creciente molestia entre mis piernas.

― ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Aaaah! ―exclama sin parar.

Tengo que reconocer que mi madre a sus cuarenta y ocho años sigue siendo una mujer esbelta y atractiva a pesar de las arrugas. Lleva una media melena rizada, como yo, pero sus tetas, coronadas por unos endurecidos pezones, son mucho más grandes que las mías. También su culo se ve firme y erguido a pesar de la edad.

Hoy día soy yo la que tiene cuarenta y tres años y ahora sí me parezco mucho a aquella mujer, pero hace veintitrés años yo era bastante delgada y estaba lejos de las formas extremadamente sensuales del cuerpo de mamá.

Estoy pegada a la puerta cuando de repente sucede algo que me deja helada, cortando de raíz mi frenesí.

¡Plash!

El muchacho ha azotado con fuerza el culo de mi madre.

― ¡Vamos Tere, mueve el culo! ―exige antes de azotarla de nuevo.

¡Plash!

― ¡Au! ―protesta mamá empezando de inmediato a moverse adelante y atrás, siendo ella misma la que se mete dentro el miembro de Carlos.

¡Plash!

Una nueva palmada saca un incipiente color rojo a la piel de su trasero. La pobre no sabe si gemir o llorar y aún así, mueve el culo como una brasileña bailando samba en carnaval, tratando de darle lo que pide.

― Te gusta mi culo, verdad… Pues… ¡Toma! ¡Toma! ¡Toma! ―vocifera mi madre haciendo entrar la polla de Carlos hasta el fondo de su resbaladiza vagina.

¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack!

Vuelve a ser Carlos quién la monta, tratándola como una zorra pero adorándola como a una diosa. Madre parece enloquecer conforme se acerca un inminente orgasmo. Realmente están copulando como animales, y eso me excita. Me fascina lo que veo, como el macho domina a la hembra haciendo chorrear su coño.

― ¡AaaaahAaaaahAaaaahAaaaahAaaaah! ―aúlla finalmente encorvando la espalda, retorciéndose de gusto. A pesar de ello Carlos no para, sigue montándola empuñando con una mano su melena a modo de riendas.

¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack!

― ¡AaaaahAaaaahAaaaahAaaaahAaaaah!

Las muecas y espasmos de mamá se hacen cada vez más intensos, hasta que de pronto se derrumba con estrépito sobre las sábanas.

En medio del silencio sólo oigo que Carlos jadea intensamente. Ahora sí, después de haberla hecho desfallecer la acaricia y besa su espalda con infinita dulzura.

De pronto mi madre se gira y le pide a Carlos que se tumbe. Durante un instante logro ver la polla de Carlos. ¡Qué barbaridad! Mi madre se monta enseguida sobre él clavándose ella misma aquella cosa. Desde que estoy mirando se ha corrido al menos una vez, y ahora a horcajadas sobre él no tarda en volver a hacerlo de forma aún más escandalosa.

― ¡OOOOOOOOGH! ―solloza consternada.

― ¡Eso es! ¡Goza nena, goza! ―la anima él.

― ¡Ummm! ―gime mi madre contoneando su culo y mordiéndose el labio inferior para no gritar.

― ¡Eres fabulosa! ¡Qué bien te mueves!―la aclama Carlos.

― Voy a sacarte hasta la última gota ―jura mi madre con la polla de Carlos metida hasta el alma.

Mi madre acelera el baile de sus caderas hasta que Carlos ya no aguanta más y empieza a retorcerse.

― ¡Me corro, nena! ¡Me corro!―exclama mirándola con fiereza y estrujándole las tetas. La empuja hacia arriba con tanta fuerza que logra levantarla.

― ¡Dámela Carlos! ¡Dámela toda! ¡Lléname! ¡Lléname! ―grita mi madre.

La escena es sublime. Mi madre, ejemplo de rectitud y saber estar parece una amazona sobre un joven semental. De su sexo sale un hilo de esperma que se escurre por la base de la polla del chico. Ha tenido que ser una corrida brutal. Espero que mamá tome precauciones…

Yo creía que mi novio era un buen amante, pero lo que acababa de ver había sido algo revelador. Me sorprendo a mí misma deseando chupar ese pollón recorrido de principio a fin por grandes venas.

Carlos sigue acariciándola, pero intuyo que bajo esa dulzura se esconde una sutil forma de dominación.

― Eres fabulosa Tere, pero tenemos que dejar de vernos aquí. Alguna de tus hijas nos acabará descubriendo ―dice mirando hacia la puerta.

¡Me ha visto! ¡Me estaba mirando! Me retiro súbitamente y salgo de allí lo más rápido que puedo.

Me voy a casa de una amiga. Sigo en trance mientras Silvia me cuenta lo agobiada que va con la Anatomía de segundo curso.

Carlos lo sabe, su mirada me ha atravesado haciéndome estremecer. Vuelvo a sentir una agobiante excitación y le pido a Silvia que me disculpe, necesito ir al baño. Allí me masturbo mordiéndome los labios para no gemir. Si por mí fuera no pararía de acariciarme el sexo pensando en el cuerpo de Carlos y en cómo me ha mirado.

Cuando vuelvo a casa mi madre está impecable, como siempre. Nada hace sospechar que un par de horas antes la han follado a cuatro patas. Su moño perfecto, su vestido de flores igual que recién planchado y la mesa puesta. Sin embargo, yo nunca volvería a ver a mi madre del mismo modo.

Capítulo II:

“Que tostón de boda” ―pienso buscando con la mirada alguien con quien juntarme y tratar de pasar el rato. Si fuera una celebración familiar al menos habrían venido mis primos. Afortunadamente ahora salgo a correr casi a diario, pero cuando éramos pequeños solíamos escabullirnos para fumar a escondidas los cigarrillos que robábamos a nuestros padres.

Estoy en la boda de un promotor inmobiliario amigo de mamá, bueno, en realidad la boda es de su hija: Iglesia de los Jerónimos y convite en una finca de la sierra. La ceremonia ha sido bastante rancia, pero la cena ha estado francamente bien. Esta gente no pregunta el precio.

Al principio he buscado nerviosa entre los invitados, esperando ver a Carlos, el amante de mi madre. Estaba segura que vendría, pero no lo veo por ningún lado. Me habría gustado ver como disimulaban estando en público.

Mientras hablo con mi madre pienso en la mujer de Carlos, tan hermosa, tan elegante y me pregunto si sabrá que su marido le es infiel. Seguro de que no, es lo que les pasa a las guapas.

Por cierto, mi madre está hoy monísima, lleva un vestido negro de encaje nacarado y brillos que le sienta de maravilla. Para mí es la más guapa de la boda. Ya hace un mes que la pillé follando con Carlos no he podido olvidar ni un solo detalle de la escena. Aunque desde entonces veo a mi madre de un modo distinto he acabado aceptándolo como algo pasajero.

No es que no sienta compasión por mi padre. Él es un hombre trabajador y cariñoso, pero no se cuida demasiado. Tiene una considerable barriga cervecera y más obsesión por el fútbol que por las curvas de mamá. No, no creo que esté justificada su infidelidad, pero si comprendo que mi madre quiera darse un capricho antes de que sea demasiado tarde, ya tiene cuarenta y ocho años. Precisamente, seguro que haber seducido a un joven morenazo como Carlos habrá subido mucho su autoestima.

Puede que esté idealizando a Carlos, con un cuerpo esculpido para el deleite femenino y una mirada casi tan penetrante como su vigorosa polla. ¡Puf! A final voy a mojar el tanga, con lo elegante que voy.

Frustrada y aburrida decido salir a la terraza.

Últimamente ando aún más caliente que de costumbre, menos mal que estoy con un chico que se muere por mí. Este mes le he tenido que llamar dos o tres veces para que viniese urgentemente a echarme un polvo. El colmo fue la semana pasada, que se la chupe en la cocina mientras todos veían la final de la Champions.

― Sabía que estarías por aquí.

Casi me da un infarto al oír a alguien detrás de mí.

― Disculpa. No era mi intención ―dice al darse cuenta de mi sobresalto.

¡Es Carlos! Se ha dejado barba.

― Eee… Hola ―contesto torpemente.

― Hola.

― Creía que no habías venido. No te habré reconocido con barba ―Ups. Va a deducir que lo he buscado entre los invitados.

― No, no. He llegado hace unos minutos ―dice sonriendo

― Claro ―asentí ridiculamente. Una brillante corbata verde da un toque desenfadado al elegante traje azul oscuro que por supuesto le sienta como un guante.

― Me alegro que estés aquí. Quería hablar contigo. La última vez que nos vimos… fue un poco “delicada” ―añade evitando decir “me estaba follando a tu madre”. Sus ojos oscuros me atraviesan hasta los huesos.

― No contaré nada, si es eso lo que te preocupa ―digo para tranquilizarlo.

― Gracias ―contesta escuetamente.

― Espero que sepas lo que estás haciendo, y cuando parar ―añado. Creo que Carlos tiene unos treinta años, así que encuentro extraño decirle esto a alguien que será diez años mayor que yo.

― No sabía que fueras tan sensata ―responde.

― No te creas… ―dejo caer con escepticismo.

Su imponente presencia me resulta inquietante. Me mira fijamente, y comienzo a sentirme nerviosa.

― Bueno, no te molesto más ―dice despidiéndose.

― No, por favor, estoy aburridísima ―respondo dándome cuenta de inmediato que ha escapado la tigresa que hay en mí.

Me pregunta que estudio y a partir de ahí comenzamos a hablar sin parar. Es sutil y mordaz al conversar, cualidades poco comunes en el género masculino. Comenzamos a pasear por el jardín, abriéndonos el uno al otro. Aficiones, manías, amores, bromas, meteduras de pata… Vamos cambiando de tema casi sin darnos cuenta y poco a poco voy bajando la guardia.

Cuando nos hemos alejado lo suficiente, Carlos me coge de la mano mirándome fijamente. Pese a la diferencia de edad podríamos pasar por una pareja de enamorados que trata de perderse en la penumbra. Cuando Carlos intenta besarme, no lo evito. Llevo un buen rato esperando que se decidiera. Me besa con deseo mientras siento que sus fuertes brazos me protegen y atraen hacia él. Mis pezones endurecidos se aplastan contra su pecho, del mismo modo que el bulto que crece bajo su pantalón se acentúa por momentos. Aunque estoy encendida, cuando siento como levanta mi falda no puedo evitar estremecerme, y cuando mete la mano bajo mis bragas un leve quejido sale de mi boca.

¡Ah!

Carlos no deja de besarme mientras recorre mis caderas. Entonces baja sus grandes manos por mi culo, lo aprieta y tras un breve himpas una de sus manos se mete entre mis muslos. Alcanza fácilmente mi sexo de forma letal, y pasamos a la segunda fase.

― Estás… ―comienza a decir.

― Sí, últimamente casi siempre estoy así. Voy a tener que pedir cita con el médico ―bromeo con descaro.

―No te preocupes. Tengo justo lo que necesitas ―dice Carlos cogiendo mi mano y colocándola sobre el bulto que su polla ha formado en su pantalón.

― ¡Ummmmmmmm! Esta píldora parece muy gorda, doctor. No sé si la podré tragar―gimo mientras explora mi intimidad.

― Seguro que sí ―susurra muy cerca de mi oreja.

Desde luego Carlos está bien dotado, pero yo me muero de ganas de tener su polla en la boca. Bajo su cremallera, busco en el interior con una mano y cuando la cojo le miro con asombro. Me cuesta abarcarla.

Tengo que estirar de la abertura del pantalón hacia un lado para poder sacarla. Una vez a la vista, un fugaz examen visual me basta para confirmar mi primera impresión. ¡Madre mía!

― ¿Pasa algo? ―pregunta con vanidad.

― No, nada ―contesto asombrada y haciendo que mi mano comience a moverse arriba y abajo.

― No serás… virgen ―pregunta Carlos desconcertado.

Virgen… Estúpida… Qué más da.

― Sólo un poco ―respondo tras un instante de duda, dejando a Carlos fuera de juego.

― ¿Cómo dices?

― Luego te lo explico ―contesto centrándome en lo mío.

― Pero, ¿estás segura que quieres… hacerlo? ―pregunta con una sinceridad que encuentro irresistibles. ¡Qué galán, por favor!

Sin responder a su pregunta me levanto la falda y me bajo el tanga hasta las rodillas, haciendo que se deslice hasta mis tobillos. Al sacar los pies estoy a punto de caerme. Malditos tacones.

― Eso es qué sí ―dice Carlos sonriente.

Nuestras bocas vuelven a enzarzarse. Sus labios pasan por detrás de mi oreja y de ahí bajan por el cuello devastando mis defensas. Carlos va venerando con su boca cada pedacito de mí cuerpo. A continuación hace resbalar por mis hombros los tirantes del vestido, y deduzco que me va a comer las tetas. Apoyando una rodilla en el suelo se mete uno de mis pezones en su boca. Casi me muero de gusto.

Entonces Carlos hace algo alucinante. Me levanta en volandas cogiéndome totalmente por sorpresa. Instintivamente rodeo su cintura con mis piernas.

― Mírame ―me ordena.

En cuanto mis ojos se unieron a los suyos noto como hace un sutil movimiento a la vez que me alza un poco más todavía. Puedo distinguir con claridad cómo su miembro se encajaba en la entrada de mi coñito. Va a penetrarme.

Cuando empieza a dejarme caer yo intento relajar mi musculatura íntima temiendo que pueda desgarrar mi delicada vagina.

― ¡AAAAAAAAAAAAAH! ―grito de espanto conforme va entrando.

― Ya está, nena, ya está ―dice tratando de aliviarme, pero no es cierto, sigue bajando hasta introducir los últimos centímetros.

― ¡AAAAAAAAGH! ―ahora sí, pienso.

Carlos se queda inmóvil, sabiendo que he quedado exhausta. Pero no tarda en levantarme de nuevo y volver a clavarme su enorme polla hasta el estómago.

― ¡AAAAAAAH!

Ahora sé cómo se sentía a mamá.

― ¡AAAAH!

Ahora la entiendo.

― ¡AAAH!

Mis quejidos de estupor se van transformando poco a poco en un placer desconocido. Carlos mantiene el ritmo, ensartándome una y otra vez.

― ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!

― ¡Me vas a matar! ―grito sintiéndome llena de él.

― ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!

Carlos aguanta todo lo que puede, pero noto que sus brazos se van agarrotando hasta que espontáneamente estalla en mí un devastador orgasmo.

― ¡AAAAAAAAAAAH! ―grito sintiendo mi vagina estrujar hasta el último centímetro de su verga.

Carlos no me permite recuperarme cuando dejándome en el suelo, me da la vuelta y hace que apoye las manos en uno de los bancos que hay en el jardín. Con crueldad y avidez, me sube la falda del vestido y me penetra de nuevo, ahora desde atrás. Mi pequeño coñito se abre con ardor para acoger su duro miembro.

― ¡AAAH! ―me hace gemir empezando a embestirme con fuerza.

Escucho atónita el indecente sonido de su pelvis chocando contra mi culo una y otra vez.

¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack!

― ¡Qué calentito lo tienes! ―exclama Carlos sujetándome de los hombros, decidido a hacerlo arder.

¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack!

Carlos es tan corpulento que tengo que esforzarme para aguantar sus embestidas. Una vez más me acuerdo de mamá y de cómo Carlos la montó como a una yegua, como hace ahora conmigo.

¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack!

Mientras mi cuerpo se estremece sé que al igual que mi madre, yo le estoy poniendo a mi novio unos cuernos de campeonato. Me parezco más a ella de lo que creía.

― ¡AH! ¡AH! ¡AH! ¡AH! ¡AH! ―empiezo a jadear.

Entrando y saliendo sin parar me va haciendo perder el control hasta que, completamente desquiciada, me corro por enésima vez. Aunque de nuevo Carlos me hace salir despiadadamente del éxtasis.

― ¡Ahora me toca a mí! ―exclama.

― ¡¡¡No, por favor!!! !!!Dentro no!!! ―grito con espanto al darme cuenta que está a punto de llenar mi sexo de esperma.

Carlos me la saca y me zarandea postrándome de rodillas. Entonces con tono serio me advierte:

― Como derrames una sola gota me limpiaré la polla con tu vestido. Has entendido.

Asiento con la cabeza.

― Vamos ―dice con urgencia.

Mi novio la tiene bastante grande, pero el miembro de Carlos casi no me coge en la boca. No va a ser fácil. Se la agarro con fuerza y me centro en succionar la punta con todas mis fuerzas.

¡Chups! ¡Chups! ¡Chups! ¡Chups!

― ¡Eso es, Gema! ¡Sí, se nota que te gusta! ―me elogia Carlos.

¡Chups! ¡Chups! ¡Chups! ¡Chups!

― ¡Sí, así! ¡Más fuerte, vamos! ¡Casi lo tienes! ¡Ya es tuyo nena! ¡Ya es tuyo!

De pronto noto el sabor característico del líquido preseminal. Carlos está a punto de acabar. Se me empiezan a saltar las lágrimas.

¡Chups! ¡Chups! ¡Chups! ¡Chups!

Sin previo aviso, Carlos me sujeta la cabeza con ambas manos y grita.

― ¡¡¡Mírame!!!

Carlos observa con satisfacción mi sobresalto al recibir el primer chorro de esperma golpear mi paladar, al que seguirá otro, otro, otro…

Cuando Carlos parece haber terminado dejo salir su polla de mi boca. Si estuviera con mi novio le miraría a los ojos y dejaría salir el semen por las comisuras de mi boca y después, me lo restregaría por las tetas cómo a él le gusta que haga. Pero Carlos me mira con dureza, y quiere ver cómo me lo trago. Así que haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad, inspiro y…

¡GLUPS!

― Ahora siempre estaré dentro ti ―dice satisfecho.

― ¡Puaj! ―gruño con asco.

― Tendrás que acostúmbrate ―dice Carlos con malicia.

― Y si no, ¿qué? ―respondo con chulería.

Carlos se agacha y dice.

― Que llenaré tu preciosa carita de semen.

― ¡Mejor! ¡Mucho mejor! ―sonrió percibiendo el fuerte olor de mi aliento.

― Oye, ¿Qué querías decir con “Sólo un poco virgen”? ―pregunta con curiosidad.

Yo lo miro divertida mientras mido mis palabras.

― Digamos que… hay algo que reservo para mi noche de bodas.

Carlos no tarda en esbozar una perversa sonrisa.

La voz del taxista me anuncia que hemos llegado a mi oficina haciéndome volver a la realidad. Llueve a cántaros, una lluvia intensa y fría que contrasta con el fuego que arde dentro de mí. Saco el móvil y escribo:

“Hola Róber. ¿Puedes quedar antes de la salida del cole? Ciao. Gema.”

Sólo aquellas mujeres que han cruzado la línea y llevan la marca del pecado sabrán cómo me siento. Es ese momento en que el animal que todas llevamos dentro logra escapar para hacer de las suyas, y lo único que te preocupa es su discreción. Un animal que es distinto para unas que para otras, que unas mantienen a raya mientras que otras son dominadas cruelmente por él. Mi animal llevaba años enjaulado, pero por culpa del capricho de mi marido sé que ahora la jaula está vacía.

CONTINUARÁ