La marca de su amo

Llegó el día deseado y temido

La Marca de su Amo


Título: Her Masters Mark

Autor: LisaStar (lisastar@geocities.com)

Traducido por GGG, febrero de 2001

En este momento ambos se encontraban profundamente involucrados en la relación, y su fe en el otro era tal que no necesitaban hablar del tema.

Ella deseaba su Marca, y él deseaba proporcionársela, una Marca que demostraría para siempre que ella era suya, en cuerpo y alma. Durante mucho tiempo el equipo había estado listo, reposando a la espera de que este preciso momento apareciera.

Esta mañana especial era apacible, no demasiado cálida, en los meses de verano cuando la hierba de su corral era verde y suave. El área detrás de la casa se extendía a lo lejos, y un pequeño cuadrado había sido vallado en su interior. Un día quizás hubiera allí un caballo, y usaría el pequeño establo que había sido construido en el extremo más lejano.

Se levantó temprano, cuando el aire estaba todavía brumoso, sonriendo a su Amo junto a ella, besándole y caminando hacia el baño cerca de la puerta trasera. Aquí se entretuvo unos minutos para ponerlo todo en orden y preparado. Se dio un baño, disfrutando del agua cálida y fluida.

Secarse fue un proceso rápido.

De los ganchos de la pared descolgó sus atavíos, admirando y acariciando cada prenda.

Alrededor de la parte superior de su cuerpo iba un arnés, prieto, prieto, con correas alrededor de sus brazos y piernas, manteniéndolas apretadas en su sitio, pero dejando sus nalgas, su coño y sus pechos completamente expuestos. Entre las piernas iban otras correas manteniendo profundamente insertado el consolador que llevaba introducido en su culo, el consolador con la cola de caballo completa añadida. Una caperuza cubría su cabeza, una caperuza atada fuertemente al arnés. A través de un agujero en la parte de atrás de la capucha su cabello fluía como una crin, y las orejas apuntaban a ambos lados como si fuera un caballo. Sobre la caperuza había una brida, sujetando un bocado cruelmente fijado con fuerza en su boca.

Temblando, a la vez de excitación y de placer, metió los pies en las botas especiales, que los forzaban a una posición sobre la punta de los dedos, con los dedos en los cascos que simulaban los pies de las botas. Eran largas estas botas, y como el resto de los atavíos de piel marrón oscura, como un caballo. Las botas fueron enganchadas al arnés, atadas en su sitio. Con éstas en los pies ya no parecían más los pies de una hembra humana, sino los cascos de una yegua...

Sus brazos iban dentro de largos guantes que hacían lo mismo con sus manos, dejándola a ella de pie, temblando, excitada, de puntillas, una perfecta y pequeña chica pony, esperando las órdenes de su Amo. Se miró al espejo, dejando que sus ojos acariciaran la visión, desde sus afiladas orejas de caballo, bajando por su cuerpo de piel marrón, hasta los cascos negros sobre los que descansaba en el suelo.

Fue en ese momento que su Amo apareció en la puerta, cerrándola tras él, sonriente. Anduvo a su alrededor, inspeccionándola, tensando una correa aquí, pellizcando su carne en otro lugar.

Sonriendo, satisfecho, se detuvo frente a ella, enganchado las riendas a su arnés, y con un tirón seco la llevó hacia la puerta.

Ella le siguió sobre los cascos inestables, caminando despacio, pero manteniéndose en pie. Saliendo por la puerta trasera la llevó al corral.

"Corre libre, querida, disfruta del tiempo que te queda.." - y con estas palabras soltó las riendas, dando una palmada en sus nalgas, y observando cómo corría por el corral, a un trote lento, justo como se le había enseñado.

La observó un rato, viendo como probaba sus cascos en un medio galope, e incluso al galope, antes de detenerse, pasear alrededor, inspeccionar su nuevo entorno.

El día avanzaba, con el pony feliz de su nueva vida, durmiendo un poco en una esquina del corral, sorbiendo algo de agua del barril en otra. No fue hasta bien pasado el mediodía que volvió su Amo.

Desde fuera del corral la observó mientras trotaba hacia él, relinchando alegremente, intentando morder sus mangas.

Abrió la verja, y entró, colocando dentro el equipo que llevaba, un lazo, un hornillo de gas, un maletín de primeros auxilios. Además de estas cosas dejó caer el hierro, el hierro de marcar con la 'C' ornamental...

Ella se encabritó, pateando, sabiendo lo que iba a ocurrir. Tan grande como su deseo era su temor, intentando alejarse, solo para ser detenida por la valla, dando la vuelta, de nuevo detenida por otra valla.

Lentamente, con la cuerda en la mano, él se aproximó, sonriendo mientras seguía sus intentos desesperados de escapar, preparando el lazo, esperando el momento adecuado.

Su lucha era vana, la cuerda la encontró, la sujetó, la llevó hacia él, hacia su destino. Él la sujetó por el cuello, disfrutó con su pataleo frenético, sus patas delanteras ondeando hacia él. Con un tirón final la envió al suelo, y reteniéndola con una rodilla le ató juntas las patas delanteras, luego las traseras, atando finalmente las cuatro entre sí, haciendo imposible su huida.

Ella relinchó, mirándole, suplicando, por su liberación, pero mucho más por lo que él estaba a punto de hacer.

A la llama el hierro brillaba rojo y blanco, preparado. Él miró hacia abajo, buscando sus ojos, luego se arrodilló, reteniendo los ojos de ella con los suyos.

"Querida... todavía puedes dar marcha atrás..." - y buscó el signo que paralizaría esto, sin encontrarlo.

La sonrisa de su cara mostraba sus sentimientos, su orgullo, y se levantó, volviendo a la llama. El resto de la cuerda retuvo su cabeza en posición, y los pies de él hicieron lo mismo con la parte de abajo de su cuerpo.

Con voz suave la llamó por su nombre, le dijo lo que sentía, lo orgulloso que estaba, sus... sensaciones. Ella mantuvo su mirada, respirando con dificultad a través del bocado, pero sonriendo.

Con un rápido movimiento levantó el hierro, lo balanceó y apretó el instrumento, todavía al rojo blanco, contra su nalga, apretando, sintiendo como su cuerpo se tensaba, deleitándose en sus gritos, claramente audibles a través del bocado, y mientras mantenía el hierro en su sitio, marcando a fuego su señal en su carne, siguió hablando, con voz suave, llegando a ella, a través de su dolor, aliviando su mente y su cuerpo mientras ella se quemaba...

El hierro apenas estaba caliente cuando lo retiró, sus gritos hacía tiempo que habían cesado, el único sonido eran ahora los sollozos silenciosos, luego lloriqueos, de la yegua que estaba frente a él.

Con mano tierna trató la marca, la limpió, la arregló...

Para ambos el sentimiento de propiedad se hizo más profundo con esto, y duraría tanto como la Marca estuviera en su carne.