La marca

Relato patrocinado por Bragas Armando, las que tapan lo de abajo.

La marca por Noara, en 2009. El movimiento de aquel largo apéndice comenzaba a resultar hipnótico por momentos. Su suave bamboleo parecía estar fuera de la realidad, suspendido en el tiempo y en el espacio de una forma etérea e irreal. Y si no fuese porque finalmente se acabó apartando del camino, creo que hasta me hubiese quedado dormido mirando el rabo de aquella vaca negra y blanca de pezones hipertrofiados. —¡Al fin se apartan! —exclamó mi madre mientras soltaba las manos del volante y las levantaba clamando al cielo o, en este caso, al techo del coche. —¡Y que lo digas! Ya pensé que íbamos a tener que hacer todo el camino a diez por hora. Asco de pueblo... —refunfuñé yo desde el asiento del copiloto. —Bueno, venga, no empieces otra vez. ¿Mejor esto que nada, no? Además aquí vas a poder respirar aire puro, de verdad, no como el que tenemos allá —continuó mi madre mientras le daba vueltas a la manivela para bajar la ventanilla— ¿ves? —dijo entonces de forma totalmente sobreactuada, mientras aspiraba una gran bocanada de aire. Sin embargo, de nuevo comenzó a subir la ventana rápidamente. —Bueno, mejor esperamos a dejar un poco atrás el aroma de las vacas. Llegamos a la casa cuando ya la tarde llegaba a su fin, y la noche se preparaba para darle el relevo. Era un gran caserón de dos plantas de pura piedra, antiguo o rústico, que dirían ahora, aunque yo lo veía tan sólo viejo. Cierto es que de pequeño me encantaba ir allí de vacaciones con mis primos, jugar al fútbol y perseguir a los pobres gatos, pero desde luego ahora prefería estar en cualquier otro lugar. De pronto mi madre pisó el freno en seco. —¿Pero, qué porras? —protesté. —Mira. Hay luz. Y efectivamente había luz. Uno de los ventanucos del segundo piso estaba iluminado, y eso era ciertamente inquietante. Sobre todo porque se suponía que allí no iba a haber nadie. —¿Pero no se supone que estaba vacía? —Eso me dijo tu tía... —respondió mi madre—. ¡A ver si va a ser un caco! —¿Un caco? Para robar qué, ¿el botijo? —respondí con una sonrisa ante mi propia ocurrencia, aunque mi madre me fulminó con la mirada. —Va a ser mejor que vayas a ver. —¿Cómo que vaya a ver? ¡Que puede ser un caco! —Pues llevas un palo —¿Un palo? ¡Pero mamá, que yo no le he dado con un palo nunca a nadie!! —Pues no creo que tenga tanta ciencia! Pum, le das. —¿Cómo que "pum"?? ¿Pero cómo vam... —Vamos para abajo —sentenció mi madre mientras se bajaba del coche y empezaba a buscar por el suelo, posiblemente un palo. Yo me bajé también, y comencé a rastrear por el suelo y por los alrededores en busca de una estaca lo suficientemente gorda como para abrirle la cabeza al supuesto ladrón. En mi mente intentaba formar un collage de todas las películas de Rambo, de Chuck Norris, hasta de Bruce Lee por si necesitaba también agilidad además de fuerza bruta. Pero por desgracia lo único que conseguía ver era mi propia imagen en la portada del periódico del día siguiente, con un titular debajo diciendo «Entró con un palo y salió apalizado». —¡Aquí tengo uno! —exclamó de pronto mi madre. La verdad es que parecía un palo bastante consistente, y una vez que lo tuve entre las manos una cierta dosis de testosterona inundó mi torrente sanguíneo haciéndome achinar los ojos como Steven Seagal. —Venga, vamos. Se van a enterar los puñeteros cacos —exclamé. —No digas tacos. —Voy a hacer una masacre!! Empezamos a andar de forma sigilosa, con pasitos cortos y pisadas de ninja, pero tras llevar unos minutos así nos dimos cuenta de que aun faltaban muchos metros para llegar a la casa, y que a ese paso íbamos a tardar tres horas en alcanzar la puerta. Así que volvimos a andar normal hasta que llegamos al portalón trasero, y allí giramos el pomo. Estaba abierto. Yo iba delante con mi fantástico palo en la mano, mientras que a corta distancia me seguía mi madre agarrándome de la camiseta y poniéndome de los nervios. Poco a poco íbamos avanzando por lo que antiguamente era una cuadra y ahora era un comedor con una gran mesa, hasta que finalmente llegamos a la puerta que daba al pasillo principal del piso de abajo. La comencé a abrir poco a poco, notando como la luz del otro lado se iba filtrando por la abertura hasta casi deslumbrarme. No había nadie, pero las luces estaban todas encendidas. Seguimos avanzando hasta la cocina y allí vimos un cazo al fuego con lo que parecía leche (posiblemente de vaca) en su interior. ¡El puñetero caco además de robar se estaba preparando la cena en la cocina de mi abuela! Noté la sangre hervir en mi interior, las venas del cuello se me empezaron a hinchar, el sudor frío de mi frente comenzó a evaporarse con el calor de mi cuerpo. ¡iba a acabar con aquel tipo! —¡Pero bueno! El palo se me cayó al suelo del susto. Noté como las fuerzas se me escapaban, como las piernas me empezaban a temblar y como mi rostro adquiría el tono blanquecino de un cadáver anémico. —¡Pero Ana, si eras tú! —exclamó mi madre, más rápida de reacción que yo—. ¡Pero como es que no nos avisaste de que ibas a estar aquí? Yo empecé a girarme lentamente, todavía bajo el influjo del susto mortal que me había dado mi prima. Ante mí poco a poco empezó a surgir su figura, sus redondeces, su sonrisa. El tiempo se detuvo mientras mis ojos recorrían su rubia melena que a cámara lenta se ondulaba como si una suave brisa la acunase. Sus firmes pechos se contenían en una pequeña camiseta blanca sin mangas, que dejaba al descubierto su discreto ombligo redondeado y perfecto, justo por encima de un pequeño pantaloncito rosa que la acariciaba hasta la mitad de sus morenos muslos. Las zapatillas con forma de león eran también irresistibles, aunque ya menos. —¡Pero yo tampoco sabía que veníais vosotros! —rió mi prima. —¡Pues vaya susto! Aquí tu primo ya venía preparado con un palo por si acaso había un ladrón o algo. —Con qué palo, ¿con ese que está en el suelo? —volvió a reír mi pariente mientras señalaba la que había sido mi fiel arma y que ahora descansaba a mis pies. —Si...con ese... —dije yo por fin. —Anda primo, ven aquí. Que vaya policía estás tú hecho. Mi prima se me acercó entonces, y yo también di un paso hasta ella para abrazarla y darle un par de besos. Un roce fugaz, pero que me permitió comprobar lo suave que era su piel, y lo bien que olía. Desde luego, nada que ver con las vacas del camino.


Durante la cena mi prima nos contó como ella también tenía unos días de vacaciones, y como había decidido pasarlos en la tranquilidad (absoluta, diría yo) de la casa del pueblo. Todo un mega-plan que por lo visto estaba de moda entre las féminas de mi familia, toda vez que mi madre había tenido la misma genial idea. —¿Y entonces hasta cuando te quedas? —Pues tenía pensado quedarme esta semana al menos. ¿Y vosotros? —Nosotros también hasta el sábado, en principio. A menos que aquí Raúl se canse de la vida rural y se quiera ir antes... Yo aguante las miradas de ambas de forma estoica, aunque no dije nada. Aquellas "vacaciones" es cierto que no me gustaban nada ni me causaban especial ilusión, pero claro, eso era antes de saber que íbamos a tener compañía. Mi relación con mi prima siempre había sido buena, casi cómplice. Aunque era unos años mayor que yo nos entendíamos muy bien, y de echo en casi todas las reuniones familiares nos acabábamos sentando juntos y riéndonos cuando alguna de nuestras tías se pasaba con la copa y empezaba a bailar aun en ausencia de cualquier tipo de ritmo melódico. —Bueno, iremos a preparar las camas —dijo mi madre, cuando ya la noche estaba avanzada—. ¿Tú ya preparaste la tuya, Ana? —Si, yo me puse en la habitación de las camas gemelas. —Bien, entonces Ra para la del tío y yo a la de abajo. —¿Para la del tío yo? —me quejé—. Pero si se notan todos los hierros... —Tampoco será para tanto. Ya dormiste más veces ahí y no te pasó nada. —No, que va. Sólo diré dos palabras: tirón muscular. —Qué tirón ni que ocho cuartos. Anda, vamos para arriba a preparar las cosas. Aquella fue una noche eterna. Además del calor propio del verano que lo inundaba todo, el ladrido de los perros, el cantar de las cigarras y el somier de ciento dos años de aquella maldita cama se aliaron para convertir mi cabeza en un volcán en erupción. Vueltas y más vueltas empapado en sudor hasta convertir las sábanas en un ovillo consiguieron lo perseguido: no dejarme pegar ojo y ponerme dos ojeras de medio metro. —Primo, ¡que se te moja el churro! Abrí los ojos sobresaltado. Delante de mi efectivamente uno de los churros congelados que había preparado mi madre se disolvía en una taza de leche antes caliente. Apenas podía mantener los ojos abiertos para desayunar, apenas sí conseguía enfocar la mirada en la taza. —Vaya cara que tienes, parece que te hayan dado un par de palizas seguidas. —Dice que no durmió nada —intervino mi madre—. Tiene el culo muy delicado para las camas "de pueblo". Intenté responder pero sólo me salió un bufido como el de un jabalí. No tenía fuerzas ni para contestar las puyas de mi madre. —Bueno, tampoco me extraña. Que la cama esa está ya para el arrastre —mi prima, qué buena estaba. Quiero decir, que buena era—. Después te vienes conmigo hasta el río, ¿no? Y nos bañamos en la presa como en los viejos tiempos, que ya verás como te espabilas. —Uy, no se yo. Tal como está, este se tira al agua y se va para el fondo como una piedra... ¿verdad, Ra? Yo me encontraba ya en otro lugar. Mi mente estaba ocupada imaginando a mi prima en biquini, o sin el, mojada con la fresca agua del río, a mi lado. Sus bellos pechos apuntando con furia hacia delante tras ser tocados por el líquido elemento, su piel tersa aun más tersa bajo las gotas heladas. —Si, mamá. Hasta el fondo... Salí con mi prima cuando ya hacía bastante calor y el frescor mañanero daba sus últimos coletazos sólo en algún rincón a la sombra. Mi prima iba delante de mi dentro de una camisa larga que le hacía las veces de vestido, ya que le llegaba hasta un poco más arriba de las rodillas. —Pero mira que andas despacito, ¿eh?—empezó a decir mientras se paraba unos segundos para que yo llegase a su altura.—Anda, vente para aquí que aun te me caerás dormido en mitad del camino. Yo me acerque a ella y de pronto, cuando ya estábamos a la par, mi prima se me arrimó hasta pasar su brazo por mi cintura. Yo no sabía bien que hacer, así que seguí andando mientras disfrutaba de su contacto, que aunque sin ser nada del otro mundo pareció llamar la atención de mi amigo cabezón, sin duda sobresaltado como yo de la imprevista cercanía. Más pronto que tarde llegamos al río, a la zona en la que solíamos bañarnos cuando ambos eramos unos niños. Una pequeña represa de agua transparente y fondo cubierto de arena dorada y piedras redondeadas en la que uno se podía tirar largos minutos de placentero baño. Aunque era eso y no más, ya que aun en el verano más tórrido el agua de aquella zona estaba siempre congelada y a cada instante que uno pasaba en ella aumentaban los riesgos de sufrir hipotermia. —¿Qué bonito está, verdad? —habló mi prima. —Si, casi parece Ibiza —contesté yo, mientras en la distancia un cuervo graznaba riéndose de mi chiste. —Pero mira que eres cascarrabias. Con lo que te gustaba de pequeño venir aquí y ahora ya se te hace poca cosa... —Hombre, ahora en dos brazadas llego al otro lado... —Cuidadito con Mark Spis... —Es Mark Spitz... —puntualicé alargando la zeta final hasta el infinito. —Lo que sea. Seguimos bajando hasta llegar a la misma orilla del río, y allí estiramos las toallas sobre una cama de innumerables piedras pulidas. Detrás nuestra dejamos las altas plantas que allí crecían sin freno, mientras que arriba las copas de los árboles pasaron a cubrirnos las cabezas filtrando la luz del sol. Si durante el camino había empezado a sudar, lo cierto es que aquel rincón al lado del agua era todo frescor, verdor, y casi cualquier otra cosa acabada en or. Quizás, y sólo quizás, no estaba tan mal aquel sitio. —¿Qué, no piensas quitarte la camiseta hoy? Levanté un poco la cabeza desde mi cómoda posición sobre la toalla, y vi a mi prima de pie a mi lado. Tenía sus manos en la nuca, como si se estuviese asegurando de que tenía bien atado el bikini, y me miraba con una gran sonrisa. De pronto, se agachó hasta atrapar su camiseta-vestido por su parte inferior y de un sólo golpe se la sacó. O casi. Su cabeza quedó atascada dentro de la prenda justo en el último momento, lo que me permitió durante unos segundos observar descaradamente su cuerpo recién descubierto. El bikini era blanco, de un brillo casi cegador. Sus grandes tetas sobrevivían como podían dentro de un par de copas de exigua tela amarradas por tan sólo unas finas tiras de cordón. Y su ombligo seguía siendo perfecto. —¡Por Dios! —dijo mi prima una vez que consiguió librarse de la camiseta, al tiempo que yo desviaba la mirada—. Casi me asfixio ahí dentro. Y ya podía contar contigo , ¿eh? Que ni te moviste un milímetro para echarme una mano. —Sabía que tú eras capaz de eso y de más —respondí con mi mejor sonrisa mientras imaginaba donde echarle las manos que hiciesen falta. —Ya, ya. Y qué, ¿nos bañamos? —Venga vamos —respondí yo, al tiempo que me levantaba de un salto. Agarré mi camiseta con un dibujo de Naranjito en la espalda y me la quité. Ya estaba preparado para el chapuzón. —Caray, primo —comenzó a decir mi prima mientras se me acercaba poco a poco— se ve que nos cuidamos, ¿eh? Y tras decir esto llevo sus dedos a mi pecho, que aunque sin ser el de un culturista lo cierto es que no estaba mal del todo. Sí, yo mismo lo digo. Y tan pancho. —Bueno, ya sabes —empecé a decir, un poco cortado— con el gimnasio al lado de casa y tal, pues... —Ya veo ya —respondió mi prima mientras me lanzaba una mirada de arriba a abajo—. Bueno, pues venga, al agua patos. El agua de aquella zona, definitivamente, estaba cerca de convertirse en nitrógeno líquido. A pesar de estar moviéndonos sin parar, empujándonos, nadando de una punta a la otra y haciendo el tonto de forma continua (eso más yo), era imposible entrar en calor. Ni siquiera con la magnifica vista que tenía delante. Nada más entrar en el río, mi mirada de reojo (una de mis especialidades) se centró en la delantera de mi prima. El frescor del agua no sólo servía para entumecerme a mi los cataplines, sino que también tenía un efecto por todos conocido en los pechos de Ana. Dos grandes pezones se marcaban en el biquini como dos cacahuetes grandes, como dos uvas pequeñas. Y aunque era muy difícil apartar la vista de ellos, ya que parecían devolverte la mirada, tampoco era plan parecer un obseso delante de mi prima. Así que sólo de reojo podía verlos de vez en cuando. —Bueno, yo salgo ya, que está helada —dijo de pronto mi prima mientras comenzaba a nadar hacia la orilla. Yo la verdad es que también tenía ganas de salir, pero antes de hacerlo quise montar la enésima chorrada. Me metí bajo el agua, y pasando al lado de mi prima llegué hasta delante suya. Y entonces, como si fuese el mismísimo monstruo del pantano, salí dando un salto y gruñendo. —Grrrrrrr! —Buenooo... —respondió mi prima mientras se tapaba del agua salpicada—. Pero mira que te gusta hacer el tonto. —No será para tanto —contesté yo mientras cruzada los brazos y levantaba la barbilla. —Oye —dijo entonces mi prima en medio de una risa contenida— ten cuidado que casi se te ven las vergüenzas... Sobresaltado separé los brazos y miré hacia abajo, donde aterrado comprobé que el bañador se me había bajado un poco al dar el salto fuera del agua y casi dejaba a la vista todo lo que es la zona paquetil. Me giré entonces rápidamente, y puse el bañador en su sitio. No se había bajado lo suficiente como para que mi prima me hubiese visto nada, pero poco le había faltado. —Aunque, espera, espera —dijo entonces mi prima a mi espalda. Yo giré mi cabeza para ver que quería, pero ella empezó a andar hasta ponerse de nuevo delante de mi. El agua me llegaba por encima de las rodillas, y a ella casi le tocaba el borde inferior de su bikini entre las piernas. De pronto llevó una de sus manos a la cintura de mi bañador e hizo ademán de bajármelo, ante lo que yo reaccione agarrando con furia mi colorida prenda. —Eh! ¿Qué haces?! —grite alarmado. —Tranquilo hombre —dijo mi prima mientras se agachaba cerca de mi paquete— que no te quiero ver el pajarito —¿pajarito?—. Sólo quiero ver una cosa un momento. Yo retiré un poco la mano y la dejé hacer, todavía sin saber que era lo que se proponía, o mejor dicho, que es lo que se traía entre manos. Poco a poco empezó a bajarme el bañador, y alarmado vi como no se detenía cuando los primeros pelillos de tan peliaguda zona comenzaban a aparecer. Si seguía bajando las cosas podrían ponerse tensas, en el sentido literal de la expresión, pero de pronto mi prima se detuvo. —No me lo puedo creer —comenzó a decir mientras agarraba el elástico del bañador a una altura límite—. ¡Tienes la misma marca que yo! —¿Marca? —respondí yo con un hilillo de voz. —Si, tienes una marca aquí que es igual a una que tengo yo, pero clavada. Es increíble. —Pues no se —empecé a hablar mientras que mi prima volvía a colocar mi bañador en su posición original— que yo sepa la tengo desde que nací. —Si, yo también, que curioso. Sin más, mi prima comenzó a andar hasta la toalla, que recogió del suelo para secarse. Yo la seguí todavía medio nervioso, y me envolví en mi propia toalla también. —Y tú... —la voz me temblaba, no se si del frío o de lo que imaginaba— ¿también tienes la marca en el mismo sitio? —me atreví a decir finalmente, notando como se me ruborizaban un poco las mejillas. Mi prima me miro de reojo mientras sonreía desde dentro de la toalla que la rodeaba. —No, primo. Yo la tengo en un sitio que no se puede enseñar. ¡Al menos no sin pagar un alto precio! —sentenció, mientras me guiñaba un ojo y se sentaba de nuevo sobre las piedras. Yo, aun de pie, comencé a notar entonces como una sola idea comenzaba a inundar todo mi cerebro hasta la última neurona. Y sí, es la misma que a ti.


Cuando llegamos a casa mi madre ya había preparado la comida, la cual despachamos sin demora tanto mi prima como yo. El sol del mediodía comenzaba a ser insoportable, y de echo todas las persianas de la casa estaban medio bajadas para impedir que la temperatura subiese demasiado en el interior. —Bueno, creo que me voy a tirar un rato en la cama —dijo mi madre mientras dejaba sobre la mesa el envase vacío de un yogur de limón. —Si, creo que yo también me voy a dormir la siesta —respondió mi prima— que con este calor no apetece nada moverse. ¿Y tú qué, primo, no será mejor que te acuestes un rato también? —Paso —dije con desgana mientras apuraba mi petisui de fresa y plátano—. En esa cama es imposible dormir, es como un potro de tortura. —Pero échate en una de las gemelas, hombre, que esas son blanditas. Que a mi con una me llega, la otra está libre. —Pues no se... —respondí yo tanteando el terreno, pero ya con cierta inquietud ante la idea de dormir en la misma habitación que mi prima. —¿Roncas? —No que yo sepa. —Pues entonces no hay problema. Salí del servicio después de lavarme los dientes, y enfilé las escaleras que subían (o bajaban) hacía el segundo piso. A pesar del sueño acumulado que tenía, el nerviosismo que me embargaba hacía que mis ojos estuviesen abiertos como platos, como los de un lémur al que le hubiese tocado la lotería. Iba a dormir con mi prima, en la misma habitación, justo al lado de su cuerpo moreno y su marca de nacimiento en un lugar que no se podía enseñar. Desde luego aquello no se parecía en nada a un somnífero. Toqué un par de veces en la puerta de la habitación de las camas gemelas, y la abrí de golpe tras escuchar un "Pasa" al otro lado. Y allí estaba. Justo enfrente de mi, mi prima se encontraba acostada sobre una de las camas mientras leía una revista. Llevaba puesta una camisa mas corta que la de antes, blanca también, pero que en esta ocasión no bajaba más allá de las caderas. Abajo seguía con el biquini blanco nuclear, dejando de esta forma vía libre para mostrar sus largas piernas de piel fina y seguro que suave. Era tan dulce... —Hola —dije tímidamente. —Hola, primo —dijo mi prima mientras movía un poco la revista hacia un lado—. Ya hacía tiempo que no nos veíamos, ¿eh? —añadió con una sonrisa. —Si, bueno. Yo seguía con mi bañador y mi camiseta de Naranjito, que aunque me daban bastante calor no me atrevía a quitar. Normalmente yo siempre duermo en calzoncillos, pero allí con mi prima al lado me daba cosa hacerlo. Por mucho que tan sólo unas horas antes ella me hubiese visto hasta dos dedos por encima de la chorra, seguíamos siendo familia. Y había que mantener las formas. Me acosté en la cama despacio, aunque eso no impidió que chirriase como si la estuviesen matando. Finalmente acabé de tumbarme y me quedé con la mira fija en el techo. La persiana de la habitación estaba como las demás bajada casi por completo, aunque la luz entraba por los agujeros de la misma llenando de luminosidad toda la instancia. Era una luz cálida, densa, que casi se podía tocar. —Puedes bajar del todo la persiana si quieres —dijo entonces mi prima, como si me leyese el pensamiento—. A mi no me molesta para dormir, pero a lo mejor a ti si. —No, a mi no me importa tampoco. Mi prima pareció contentarse y dejando en la mesilla la revista se giró dándome el trasero. Y que trasero. Fuera de la mirada de mi prima, era la mía propia la que tenía vía libre para deleitarse con las redondeces de su retaguardia, de sus muslos. La camiseta además se le había resbalado casi hasta la cintura, de forma que la curva de sus caderas aparecía ante mí totalmente descubierta permitiéndome apreciar su cuerpo de una manera inmejorable. Y casi sin darme cuenta ocurrió lo inevitable. Mi pene comenzó a desperezarse poco a poco, intuyendo que algo pasaba a su alrededor. Pronto, como yo, apreció en la distancia el cuerpo de mi prima y quiso levantarse un poco para tener una mejor visión. Aun no era una erección absoluta, es cierto, pero la tienda de campaña que formaba mi bañador era ya lo suficientemente explícita como para provocarme el bochorno en caso de ser sorprendido. Como quien no quiere la cosa, mi mano derecha empezó también a desperezarse, y con lentitud pero con decisión fue trepando por mi pierna hasta rozar "sin querer" mi paquete sublevado. Desde luego, el sueño se me había pasado de golpe. Pronto comencé a toquetearme un poco sobre el bañador, de forma que la erección comenzó a subir de intensidad y dureza. Tener a mi prima al lado me excitaba sobremanera, y empezaba a notar que perdía el control. —Oye, Ana —me atreví a susurrar, con mi mano todavía de lleno sobre mi herramienta—. ¿Duermes? —Aun no —respondió mi prima sin girarse—. ¿Qué quieres? —Nada, era solo que... ¿Donde decías que tenías tú esa marca de nacimiento? Sin duda nunca me hubiese atrevido a preguntárselo si no fuese porque la excitación me había dado las suficientes alas, pero tras hacerlo sentí inmediatamente el pánico. No sabía como iba a reaccionar mi prima, y si se iba a pensar cualquier cosa por mi insistencia. De pronto, cuando noté que se movía en su cama, el pánico se convirtió en terror. Quité mi mano de encima de mi pene como si estuviese encima de un cartucho de dinamita encendido, y de un golpe me giré para quedar de lado mirando a mi prima. Eché el culo hacia atrás todo lo que pude para ocultar mi erección, que sin embargo con el susto parecía ocultarse ya por propia voluntad. Mi prima giró sobre si misma, y se quedó al igual que yo de lado pero mirándome directamente a los ojos, con una media sonrisa en sus labios. —Te intriga, ¿eh? —No... bueno, sólo por curiosidad —respondí yo notando como la sangre pasaba de mi entrepierna a mis mejillas. —¿Pero no sabes tú eso de que la curiosidad mató al gato? —Yo siempre fui más de perros —estaba lanzado. —¿De verdad quieres saber donde la tengo? —No se, por saber... —No me vale, ¿sí o no? —Pues, si. —Bien, veamos —empezó entonces mi prima mientras se ponía boca arriba sobre la cama—, entonces, ¿que dices que me das a cambio de decírtelo? —¿Darte a cambio? —Si, ya te dije antes en el río que para ver mi marca de nacimiento había que pagar un alto precio —respondió mientras giraba su cabeza para mirarme directamente. —Pues no se... tengo cinco duros con agujero de cuando había pesetas y no se si.. —Tu te entrenas para payaso, ¿verdad? —Si. —El precio no es en dinero. La marca está en una parte un poco íntima, así que el precio debería ser algo también íntimo —el corazón comenzó a palpitarme con brío. —Pues no se... —Está bien, este va a ser el trato. Si pasas una serie de pruebas que yo te pondré, te enseñaré mi marca de nacimiento. —¿Qué pruebas? —Bueno, unas pruebas que se me ocurran. Si no las consigues completar, te quedas sin verla, si las completas, te la enseño. —Es que sin saber de que van las pruebas... —Ah..tienes que arriesgarte... Durante un par de segundos me quedé callado sin saber que hacer. Conocía a mi prima y sabía que no iba a ponerme ninguna prueba que pusiese en peligro mi vida, ni mucho menos, pero si que era probable que me hiciese pasar un mal rato con alguna de sus gracias. Claro que del otro lado estaba la posibilidad de ver aquella marca en un sitio íntimo. Y íntimo no iban a ser los pies, se supone. —Vale, de acuerdo.—respondí finalmente. —Muy bien—respondió mi prima al tiempo que se ponía de rodillas sobre la cama y me tendía la mano.—Venga ese apretón de manos para sellar el trato. Yo me senté en el borde de la cama, y estirando mi propio brazo apreté su mano contra la mía. Y entonces, sin soltarme y aguantándose la risa, mi prima habló. —Prueba primera: tienes que quitarte la camiseta. Acto seguido me soltó la mano, reclinándose de nuevo de lado sobre su cama y apoyando su cabeza sobre su brazo doblado. Yo seguía sentado en el borde de la cama, con una mueca extraña sobre la cara. Mi prima me miraba sin dejar de aguantarse la risa, por lo que no sabía si de verdad quería que me quitase la camiseta para Dios sabe qué o si tan sólo me estaba tomando el pelo para ver si era capaz de hacerlo. —¿Para que quieres que me quite la camiseta? —Ah, shsss —dijo mi prima mientras llevaba su dedo índice a sus labios—. Tú no puedes preguntar, sólo hacer la prueba o rendirte. Resignado, y tras considerar que la prueba no tenía especial dificultad amén de permitirme después estar más fresco (iluso de mi) me puse de pie y me quité la camiseta. Mi prima no dejaba de mirarme, y cuando al acabar de retirar la prenda se la lancé la atrapó sin inmutarse. —Bien —empezó a hablar ella- Ya ves que no son muy difíciles las pruebas... —Si —contesté mientras me volvía a sentar en el borde de la cama, ahora con el pecho descubierto. —Pues bien, llega el turno de la Prueba segunda: tienes que contarme cuales son las cosas que más te excitan. Sexualmente hablando, claro. Y ahí si que me puse colorado hasta las orejas. No sabía si mirar para el techo o para el suelo, o directamente lanzarme por la ventana y acabar con mi sufrimiento. —No te pongas así, hombre —rió entonces mi prima, viendo lo azorado que yo estaba—. Si te da menos vergüenza puedes darte la vuelta y mirar hacia la ventana mientras me cuentas. —No, si no.. si no me da vergüenza —mentí. —Pues que fácil lo tienes entonces —volvió a reírse ella—. Venga va, cuenta, que no sale de aquí. Yo respiré hondo e intenté concentrarme. Los pensamientos se me amontonaban en el cerebro, el bien y el mal, el futuro, mi madre entrando por la puerta sin avisar, pero decidí dejarlo todo de lado. No podría hacer la prueba sin centrarme un poco, y me auto convencí de que eso sería lo que haría: cumplir la prueba, y después ya si eso pensar sobre lo que estaba ocurriendo. —Pues a ver... —comencé titubeante— no se, supongo que como a todos... —Venga, tienes que decirme cosas concretas, si no no vale —respondió mi prima, que cualquiera diría tenía un interés especial en mis respuestas. —Pues ver chicas desnudas me excita... —Y si no están desnudas, ¿no? —Bueno, si tienen poca ropa pues... —Y que parte te excita más de las chicas. —Pues, el culo, supongo... —¿Supones? Uy, que me da que esta prueba no la vas a pasar... —Pues el culo. También las tetas. Las caderas. Los muslos. —Casi tendría que preguntarte qué partes no te excitan, ¿eh? —rió ella—. Pero sigues sin concretarme demasiado... A ver, ¿qué tipo de porno te gusta más?. —¿Porno? Yo no veo porno... —Prueba no superada en 3,2... —De chicas con chicas me gusta. También cuando es así por detrás y tal. —¿Qué es eso de "por detrás" ?—preguntó entonces mi prima, con una media sonrisa que la delataba. —Pues ya sabes... —Yo que voy a saber. —Pues sexo anal. —Cuidado con el técnico —volvió a reírse mi prima, que sin duda se lo estaba pasando mejor que bien. —También me gustan en las que f... —me mordí la lengua— en las que lo hacen al aire libre, y tal. —¿ah si? Sigue por ahí, a ver. —Pues eso, en las pelis en las que están haciéndolo al aire libre, que los puede ver alguien y demás. Esas me excitan bastante. —Mira tú... —Bueno, y creo que eso es lo más importante... —Bien, vamos a dar la prueba por correcta —yo sonreí como si me fuesen a dar una medalla o algo—. Pero te advierto que la próxima será algo más complicada... —Tampoco te pases, ¿eh? —respondí indignado. —Prueba tercera: tienes que bajar y traerme un vaso de agua de la cocina —sonrisa. Yo levanté una ceja, seguro de que ahora sí me estaba tomando el pelo. El juego de decir lo que me excitaba había conseguido hacer lo propio, pero hacerle de mayordomo ya no me hacía tanta gracia. —No voy a hacerte de camarero... —Pues nada, prueba no superada —dijo mi prima mientras se encogía de hombros. —Anda que... —refunfuñé mientras me levantaba—. Vaya morro que tienes. Pero de pronto, cuando ya me disponía a abrir la puerta, un carraspeo me hizo detenerme. —Ah, primo, se me olvidaba. Tienes que dejar el bañador aquí antes de bajar. Me quedé helado. Game over, pensé. Mi mente iba previsualizando paso a paso el desarrollo de aquella "prueba". Quitarme el bañador, quedarme en pelotas delante de mi prima. ¿Que me viese el instrumento? Ni hablar. Y aunque lo hiciese. ¿Bajar desnudo hasta la cocina, con mi madre despertándose de la siesta en medio del viaje? Eso si que no, me moriría de vergüenza. —Tú...flipas —respondí—. No voy a bajar en pelotas hasta la cocina. —Pues nada. Se acabó el juego entonces —y diciendo esto se giró hasta quedar boca abajo y comenzó a hacer como que dormía. Yo me resistía a dar un paso tan grande, pero al mismo tiempo ver aquella marca de nacimiento me obsesionaba. Además notaba como el calor, tanto externo como interno había hecho mella en mí, y mis pensamientos se difuminaban en un mar de testosterona. Así no podía calibrar bien los riesgos, la adrenalina me estaba jugando una mala pasada. Hasta que caí. —Bueno —comencé, tras aspirar una bocanada de aire enorme. Mi prima giró su cabeza y por encima del hombro me miró—. Lo haré. Sin decir nada, ella se giró sobre la cama hasta quedarse tendida aun sobre la misma, pero boca arriba y ligeramente erguida con sus brazos sobre la colcha. Yo hice lo propio y me puse de espaldas a ella. No sólo por la vergüenza que sentía al pensar en mostrarle el pene y lo demás a mi prima, si no porque además, e incomprensiblemente, notaba como este se endurecía por momentos. El miedo que sentía de ser sorprendido en pleno viaje nudista era superado por la excitación, por el sexo. Agarré lentamente la cintura del bañador, asegurándome por última vez de lo que iba a hacer. Y lentamente comencé a bajarlos. Tenia la polla totalmente erguida, dura, debido sin duda a su carencia de cerebro para pensar un poco en lo que estaba ocurriendo. Pronto el bañador llegó a mis rodillas, y de ahí al suelo. Quité uno de mis pies por la abertura y después el otro. Hasta quedar totalmente desnudo. —Un vaso de agua sólo, ¿no? —pregunté sin girarme. —Si, gracias —contestó mi prima—. Y por cierto, tienes que tomar más el sol desnudo que tienes un culo blanquísimo. Y entonces abrí la puerta. Ante mi se abrió un pasillo larguísimo, mucho más de lo que lo recordaba. Mis pies desnudos tantearon la madera del suelo con temor, mientras el aire cálido se colaba por cualquier pliegue de mi cuerpo activándome los cinco sentidos. Mi pene desnudo daba golpecitos en el aire, ansioso por comenzar el camino. Mi corazón encogido estaba pendiente de mi oído, atento a cualquier mínimo ruido que indicase el despertar de mi madre. Sin embargo, sólo se escuchaba el silencio. Llegué al comienzo de las escaleras, y despacito comencé a bajarlas. Estaba sudando, y todo mi cuerpo emanaba un calor mercuriano. Los testículos se movían arriba y abajo con cada paso, a pesar de lo lento que era cada uno de ellos. Alcancé entonces en lugar en donde estaba la habitación en la que mi madre dormía. Con el corazón a cien arrimé la oreja, pero no oí nada. Mi polla notó la tensión y rebajó un poco su erección, de forma que ya morcillona reposaba colgando sobre sus dos amigos. De nuevo comencé a andar, y pronto llegue a la cocina. Cogí un vaso y abrí el grifo, pero con tanta fuerza que el agua salio a presión salpicándolo todo en medio de un gran estruendo. Era un horror, todo mi cuerpo estaba en tensión. Como pude cerré el grifo, y arranqué de nuevo hacia arriba con el vaso lleno, por decir algo, con dos dedos agua. Esta vez pase más rápido por el pasillo, seguro de que en cualquier momento mi madre saldría y me vería, pero por fortuna no lo hizo. Y al empezar a subir las escaleras una súbita sensación de tranquilidad me invadió. Empecé a disfrutar de la situación, seguro como estaba de que mi madre ya no podría pillarme en mitad de la faena. La calidez del ambiente me arropaba como nunca había sentido, con toda la piel de mi cuerpo expuesta al suave aire. Mi pene de nuevo comenzaba a levantarse, y no pude evitar agarrarlo con la mano que tenia libre. Lo sacudí un par de veces hasta ver con una sustancia pegajosa asomaba por su punta enrojecida. Sin duda aquello me estaba poniendo malo. Abrí la puerta de la habitación despacio, de lado, de forma que mi prima no me descubriese en pleno esplendor. Con cuidado de no tirar el vaso acabé empujando la puerta con el trasero y entrando marcha atrás. Dejé el recipiente en el suelo y agarré el bañador, que fui subiendo lentamente hasta cubrir con dificultad mis vergüenzas. Pero no era posible. Sin camiseta y con semejante erección una buena porción de mi pene asomaba por encima del bañador, de una forma ridícula. Por más que intentaba colocarlo hacia un lado el dolor de la erección me lo impedía, así que intenté pensar en algo horroroso para intentar calmarme. Nada funcionaba. —Eh, ¿que pasa con mi vasito de agua? —escuché decir de pronto a mi prima a mi espalda—. La prueba acaba cuando me lo acercas a la mano, no vale dejarlo por ahí... —Ahora voy —respondí entre sudores. No se me ocurría como salir de aquella situación con un mínimo de dignidad, sin dar un espectáculo dantesco, así que finalmente me tapé la cabeza del pene con una mano y cogí el vaso con la otra. Y de esa guisa me giré hacia mi prima. Llegué a su altura y puse le alcancé el vaso, mientras ella me miraba la otra mano todavía acostada. Una vez que lo sostuvo, yo me tumbé rápidamente en la cama de espaldas a ella. —No me voy a sobre hidratar, no... —comentó de nuevo riéndose. —Te aguantas. —Bueno, de nuevo prueba superada —exclamó mi prima, quedándose entonces callada durante unos segundos. —¿Y qué, ya me vas a enseñar eso? —pregunté yo entonces. —Si cumples todas las pruebas, sí. Pero ahora hay que dormir la siesta, ya seguiremos después. No hace falta decir que tardé muchos minutos en conseguir cerrar un ojo.


Cuando desperté la cama de mi prima estaba vacía. La luminosidad del cuarto era mucho menor que antes, lo que indicaba que ya debía ser bastante tarde. Me desperecé un poco mientras buscaba mi camiseta, que por alguna extraña razón estaba en la mesilla de noche, y me la puse. Durante unos segundos rememoré el tema de las pruebas de mi prima, y no pude evitar sonreír. Bajé las escaleras de dos en dos, hasta escuchar voces desde la cocina. Mi madre y mi prima estaba tomando un café mientras comentaban un programa de la tele lleno de gritos y ruiditos curiosos. —Hombre, la marmota acaba de despertar —rió mi madre—. ¿Quieres un café? —No gracias —respondí todavía adormilado. —¿Qué, en esa cama se duerme mejor, verdad? —dijo entonces mi prima como si nada hubiese pasado. —Ni punto de comparación. —Pues hoy por la noche duermes en esa. —¿Pero seguro que no te importa, Ana? —preguntó mi madre. Yo no lo hice. —Como me va a importar, tía. Si además mi primo es un sol que ni ronca ni nada —rió. Mi prima se acabó su café, y pronto preparamos las cosas para darnos un chapuzón en el río antes de cenar. Como quiera que de nuevo mi madre rechazó la invitación de acompañarnos, en mi interior se mezclaron el nerviosismo y la impaciencia por estar de nuevo a solas con mi prima. Quizás no pasaba nada, o quizás sí, pero lo que era un hecho es que todo mi cuerpo estaba tenso e intranquilo. Empezamos a andar hacia el río como siempre, estaba vez en medio del anaranjado sol de la tarde ya avanzada. El calor comenzaba a remitir, y durante un momento pensé que no sería capaz de meterme en aquella agua congelada sin un calor abrasador fuera. Mi prima parecía despreocupada como siempre, aunque no había dicho nada desde habíamos salido de casa. Hasta que de pronto se paró en seco en mitad del camino. —¿Qué pasa?—pregunté. —Prueba cuarta —empezó mi prima mientras se giraba y me miraba, de nuevo con media sonrisa, directamente a los ojos. —¿Aquí? Pero si... —Prueba cuarta: tienes que dejar aquí la camiseta y el bañador para recogerlo todo a la vuelta. Mi cara adquirió el gesto de El Grito, de Munch. No podía ser que me pidiese aquello, definitivamente se la había ido la cabeza, quizás había sido una insolación, o quien sabe. Pero estaba claro que no carburaba bien. —Ni de broma. Eso si que no. Que nos puede ver cualquiera y... —Pero si aquí no hay nadie nunca. Y tampoco hay tanta distancia hasta el río. —¡Como que no! —protesté—. ¿Y si viene alguien que hago? Sin ropa ni nada. —Hombre, si viene alguien te dejo ponerte la toalla. Lo de la toalla tenía su sentido, pero aun así era demasiado, ninguna marca de nacimiento merecía aquello, por muy íntimo que fuese el sitio en el que estaba. —Que no, que no. Además si no viene nadie qué, ¿voy por ahí en bolas? Me verías todo. —Eso es probable, si. —Pues eso, que nada. —Prueba no superada entonces, ¿no? No va a haber otra ocasión... Sus ojos profundos se clavaban en mi atravesándome de parte a parte. Estaba claro que mi prima no tenía límites y en su lugar quería encontrar los mios propios. ¿Y yo los tenía? Por supuesto que si, y aquello estaba muy por encima. Aunque pensándolo bien... No tenía nada de qué avergonzarme. Ella misma había dicho que mi cuerpo estaba bien, y mi pene hasta donde yo sabía tampoco estaba mal. Si ella no se avergonzaba al mirar, ¿debía hacerlo yo al enseñar? Cerré los ojos, y comencé a quitarme la camiseta. —Eso es, primo —dijo mi prima en un susurro. Le di la camiseta y ella la cogió para ocultarla detrás del tronco de un árbol. Aun con los ojos cerrados llevé entonces las manos al elástico del bañador, para bajarlo de nuevo hasta los tobillos (ya casi se estaba convirtiendo en una costumbre). Lo acabé de quitar por los pies y se lo di a mi prima que a mi lado esperaba con la mano tendida. Notaba la polla ya morcillona sobre los huevos, aunque estaba seguro que pronto todo aumentaría de volumen. Ella lo guardó junto con la camiseta, y de nuevo me miró. Yo ya tenía mis propios ojos abiertos, y le devolvía desafiante la mirada. No iba a poder conmigo. —Bien, vamos allá —dijo de pronto, al tiempo que comenzaba a andar. Yo hice lo propio un segundo después, de forma que tuve que dar unos pasitos acelerados para llegar a su altura, lo que provocó un ligero efecto rebote entre mis piernas. El resto del camino hasta la presa lo hicimos en silencio. Mi prima no me miraba directamente como pensé que haría, y se limitaba a andar como siempre. Yo por mi parte ya estaba totalmente erecto, y de nuevo atento a cualquier ruido que significase la aparición sorpresiva de un pastor perdido o una beata camino de misa. —Bueno, llegamos. —Si —respondí yo mientras veía como mi prima dejaba las cosas en el suelo. Yo cogí mi toalla y la extendí en el suelo como siempre, esperando que ella hiciese lo propio. De nuevo ella se quitó su camiseta larga para quedarse sólo con ese bañador blanco, aunque en este caso algo me llamó la atención. Y es que aun antes de tocar el agua, sus pezones ya apuntaban desafiantes hacia delante, rompiendo la natural curva de los senos. —Bien, yo ya estoy —empezó entonces mi prima—. Y tú por lo que veo también, ¿eh? —sonrió mientras me miraba totalmente de frente. —Si, aunque va a ser raro bañarse así sin nada. —Que pasa, ¿no te gusta? Por lo que yo veo parece que al menos una parte de tu cuerpo está muy contenta con la situación. —Bah, cállate —proteste de nuevo, y a pesar de todo, avergonzado—. Vamos para el agua que se hace tarde. Aunque pensé que saldría vapor al meterme yo, un sujeto al borde de la ignición, dentro de un medio ultra-congelado como el agua de aquel río, lo cierto es que no sucedió nada de eso. Sin el bañador de por medio el agua parecía aun más fría, pero al mismo tiempo más agradable. El liquido me rodeaba por todos lados al moverme, al nadar y al zambullirme, provocando en mi una nueva y placentera sensación. Para mi prima sin embargo el agua parecía no estar tan fría como antes. Se la veía mucho más activa que por la mañana, y no paraba de pegarse a mi una y otra vez. No parecía darle importancia al hecho de que yo estuviese en pelota picada, o quizás sí, pero no dudaba en arrimárseme a veces hasta límites insospechados. Así, mi pene levemente menos erecto que al entrar en el agua, no paraba de chocar con su trasero, con su abdomen, con sus propios brazos. Ella tan sólo se reía, sin más, aprovechando cualquier mínimo despiste mio para colgárseme a la espalda y dejarme sentir de paso sus grandes pezones. Por desgracia, aquello seguía estando objetivamente helado, y los labios morados nos hicieron salir de nuevo al sol o lo que quedaba de él. —¡Qué frío! —protestó ella agazapada en las piedras cubierta con la toalla. —Pues yo ya estoy casi repuesto —contesté haciéndome el machote pero aun dentro de la toalla. Durante unos segundos estuvimos ambos callados, hasta que volví a probar suerte. —Oye. —Dime. —Ya no deben faltar muchas pruebas, ¿no? —pregunté esta vez yo también con una sonrisa. —Algunas. —Espero que valga la pena esa mancha —respondí entonces ya un poco ansioso. —Ya verás como sí. Un rato después el sol ya amenazaba con ocultarse definitivamente bajo el horizonte, por lo que decidimos volvernos para casa. Yo cogí mi toalla y se la entregue a mi prima, que me sonrió al recogerla mientras miraba mi pene de nuevo en todo su esplendor. Una vez todo guardado emprendimos de nuevo el camino de regreso, yo en bolas y ella no, pero tan felices. Esta vez vinimos los dos hablando y riendo, de forma que poco a poco me fui olvidando de mi propia desnudez hasta que esta desapareció, junto con mi erección. Mi pene colgaba ahora tranquilo, deshinchado, mecido por el suave bamboleo de mi propios pasos. —¡Eh, espera, tu ropa! —exclamó entonces mi prima, cuando ya nos habíamos pasado el árbol en donde deberían estar mis prendas—. Un poco más y llegas con el pito al aire hasta casa. —Lo que me faltaba ya... Rápidamente me vestí, aunque lo cierto es que con cierta desgana. Ya casi me había acostumbrado a estar sin nada, con una chica guapa a mi lado y el frescor de la noche a mi alrededor. Pero si no quería acabar con mi madre de un infarto, era mejor que me pusiese el bañador.


Aquella noche me vi implicado en la elaboración de la cena, algo que para gran sorpresa de los presentes no significó un final catastrófico de la misma. Mis patatas fritas fueron todo un éxito y tan sólo tuve una ligera quemadura en la mano por aceite hirviendo, mucho menos de lo habitual. Tras la cena y los postres pusimos un rato la tele, pero a mi se me cerraban los ojos y en un par de ocasiones a punto estuve de acabar con la cabeza en la mesa. Quería irme para la cama ya, pero tenía la esperanza de que mi prima no dejase pasar aquella noche sin enseñarme su "gran" secreto, ese que ocultaba bajo capas y capas de nudismo casero. Así que seguí esperando, con los párpados apunto de claudicar, a que ella hiciese el primer movimiento. —Creo que me voy a acostar ya —empezó mi madre—, que así aun puedo leer un rato antes de dormir. ¿Vosotros os quedáis? —No, yo subo ahora también —continuó mi prima— En cuanto acabe la peli, que ya debe estar apunto. —¿Y tú, Ra? Te quedas dando cabezadas ahí o pasas para cama ya. —Supongo que subiré ya. —Pues venga. Tumbado sobre la cama, sólo con unos calzoncillos puestos, la intranquilidad me invadía. La luz de la luna y las estrellas se colaba por la ventana abierta que dejaba pasar una suave brisa, y que se mezclaba con la tenue luminosidad que despedía la pequeña lámpara de la mesita de noche. En mi mente las fantasías se desbordaban, de forma que el descanso se me hacía imposible. Estaba ansioso, necesitaba que algo pasase ya. Ruidos en el cuarto de baño. Silencio. La puerta se abre. La figura de mi prima se abrió paso entre la penumbra. Su biquini blanco había desaparecido, dejando su lugar a un conjunto de ropa interior del mismo color. No es que hubiese una gran diferencia, pero al menos sus pechos parecían ahora un par de tallas más grandes, mientras que sus bragas parecían disponer de un par de centímetros cuadrados de tela menos. —¿Aun estás despierto? —preguntó mi prima sin disimular una sonrisa. —Si, bueno...Estaba a punto de dormirme ya... —¿Con la luz encendida? —Si,esto... Iba a apagarla ahora justo. —Mejor espera un momento entonces. Ven, acércate. Me levanté como un rayo, con un tiempo de reacción que sin duda significaría «salida falsa» en los cien metros lisos. Notaba como mi pene empezaba a reaccionar con tan sólo la idea de acercarme a mi prima y lo que ello conllevaba. Finalmente iba a ver aquella marca misteriosa, o quizás no, pero en cualquier caso algo iba a suceder librándome del sinvivir de la espera. —Quítate los calzoncillos y dame la mano —soltó de pronto mi prima cuando ya estaba cerca de ella-. Es la hora de la prueba quinta. Yo ni siquiera me lo pensé dos veces, y de un sólo movimiento me libre de mis calzones dejando libre mi herramienta ya morcillona con aspiraciones de mejora. Los dejé a un lado y le di la mano a mi prima, que me la agarró con fuerza (la mano). No sabía que se proponía, pero ya me daba igual. Fuese lo que fuese, a su lado valdría la pena. Comenzamos a andar por el pasillo a oscuras, ella delante guiándome mientras yo la seguía con mi pene ya totalmente erecto. Al llegar a las escaleras mi prima se giró y me indicó llevando un dedo a sus labios que no hiciese ruido, algo que sin embargo era del todo redundante. Sabía muy bien que mi madre estaba en el cuarto de abajo, posiblemente aun despierta, y no quería acabar la noche en el calabozo o, peor aun, en urgencias tras sorprenderme mi querida progenitora en semejante show exhibicionista. —Entra, aquí ya no nos oirá —dijo mi prima mientras cerraba la puerta de la entrada principal tras de si, con yo desnudo y ella en bragas y sujetador fuera de la casa. —Bueno, y entonces qué, ¿cual es la prueba? —pregunté mientras mi mano tocaba levemente mi polla tiesa como una estaca, algo que no pasó inadvertido para mi prima. —Bien, prueba cinco: tienes que preguntarle a mi tía cómo le fue el día. —Pero qué dices. Si mamá estará durmiendo ya. —No, seguro que aun está leyendo. ¿No te fijaste en la luz que salía por debajo de su puerta ahora cuando bajamos? La cabeza me daba vueltas, y mi pene debía estar sufriendo lo mismo porque él también se había recogido sobre si mismo para pensar un poco sobre aquello. Desde luego que no estaba dispuesto a plantarme delante de mi madre desnudo, ni por todo el oro del mundo. Antes prefería olvidarme para siempre de mi prima y de su marca, aunque la tuviese en el mismísimo... ahí. —Lo siento pero no puedo hacerlo. No voy a aparecer desnudo delante de mi madre... —contesté cabizbajo, consciente de que allí acababa todo. —¿Pero quien ha hablado de que te vaya a ver desnudo? —mi cara era de absoluta sorpresa—. Lo que tienes que hacer es ir por la parte de atrás, y asomarte a la ventana de su habitación. Ella sólo te verá la cabeza y los hombros, nada más. Yo sí que estaré a tu lado para verte todo —acabó de decir mientras me guiñaba un ojo y de nuevo sonreía, en lo que ya parecía toda una táctica premeditada. Otra vez aquella encrucijada, otra vez aquella pelea entre mi pequeño ángel cada vez más minúsculo y mi demonio de cuernos y sobre todo rabo crecientes por momentos. Había tanto riesgo, tantas posibilidades de que todo aquello acabase en una consulta de un sicólogo con varias personas traumatizadas... —Venga, anímate —comenzó a susurrar mi prima mientras se me acercaba poco a poco—. Te prometo que esta es ya la última. Y acercándose a mi cara unió sus labios a los mios durante una décima de segundo casi incontable. Un suspiro en el que pude notar su humedad, su calor, el olor de su deseo. Y en cuanto miré hacia abajo y vi como mi amigo me devolvía la mirada, supe que lo haría. Superaría la última prueba. —De acuerdo. —Vamos. Mi prima me llevó de nuevo de la mano rodeando toda la casa, en medio de los ruidos de la noche. Al girar en la última esquina vimos las contraventanas abiertas en la habitación de mi madre, junto con una suave luz anaranjada que salía de su interior. Sin duda estaba aun despierta. El corazón me latía como nunca lo había hecho, y su ruido ensordecedor parecía ocupar por completo mis oídos. Un continuo y profundo martilleo que me dejaba sin aire, sin fuerzas. Nos acercamos justo al lado de la ventana, y mi prima se puso a mi espaldas. En ese momento pensé que no sería capaz, sentí como el miedo me atenazaba. Pero entonces mi prima puso su mano en mis nalgas, empujándome. Hasta que di un paso hacia delante. —¡Qué tal, mamá! —exclamé, gallo incluido, en un tono de voz demasiado elevado que incluso me sorprendió a mi. —¡Aaah! ¡Por Dios, Raúl! —gritó entonces mi madre. Estaba acostada en la cama, mas o menos en el centro de la estancia, y efectivamente tenía un libro entre sus manos-. ¿Pero se puede saber qué estás haciendo ahí? —No, eh... Salí un poco a tomar el fresco por aquí y... —Pero cómo que el fresco, ¡si hace nada que te dormías en la cocina! —Si, bueno —reí con una mueca posiblemente dantesca—, pero me despejé. Y bueno, eh... —comenzaba a sudar— ¿qué tal el día? —¿Eh? ¿Quieres preguntarme qué tal el día ahora? —Si claro, ¿acaso no puede un hijo preguntarle a su madre como le fue el día? —de nuevo sonreí con todos los dientes. —Raúl, dime la verdad, ¿bebiste algo de las botellas que tiene el tío en el sótano?. —¿Eh? No, no, claro que no, es sólo curiosidad, nada más... Aquello empezaba a estresarme, a superarme. En cualquier momento mi madre, que ya pensaba que estaba borracho como mínimo, se levantaría de la cama hacia la ventana y me vería todo, o me obligaría a salir por patas. No sabía cuanto debía prolongar aquello para que la «prueba» fuese considerada válida, pero ya se me estaba haciendo muy largo. Al menos hasta que noté una mano sobre mis muslos. Impasible a pesar de la sorpresa, comencé a sentir como mi prima empezaba a acariciarme las piernas, los muslos, de arriba a abajo con parsimonia. Parecía haberse agachado a mi espalda, y desde allí se dedicaba quien sabe con qué objetivo a martirizarme con sus suaves dedos. El vello se me erizaba cada vez que me rozaba, cada vez que su piel tocaba la mía. —A ti desde luego cuando te da hay que dejarte —empezó de nuevo mi madre en la habitación—. Pues a ver, voy a cumplirte el capricho ya que tienes tantas ganas —y entonces se aclaró la voz con un carraspeo, indicando que la parrafada iba para largo, y dejó el libro en la mesilla-. Pronto empezó a contar todo lo que había hecho durante el día, con detalles incontables de sus conversaciones con los vecinos, con el panadero y hasta con el alcalde que había pasado por allí por la tarde. Yo me limitaba a oír sin escuchar, con mi mejor sonrisa, soltando un «Ajá» de vez en cuando. Prefería dedicar mi cerebro a seguir disfrutando de las caricias de mi prima, cada vez más atrevidas. De pronto noté como mi improvisada masajista hacía fuerza con sus manos, juntas como si estuviese rezando, para introducirse entre mi piernas. Yo la dejé hacer sin moverme, pero cuando ella comenzó a empujar hacia los lados supe que quería que las abriese. Y así lo hice. Me agarré al alfeizar de la ventana mientras me dejaba caer levemente abriendo mis piernas todo lo que podía en aquella situación. Noté como la gravedad hacia su efecto en mi entrepierna, en donde quedó todo colgando como el badajo de una campana. Y entonces, una mano, de mi prima, me agarró los dos huevos desde atrás. —¡Ahahaa! —exclamé entonces, esta vez sí sorprendido ante el apretón en una parte tan comprometida. —¿Pero qué te pasa? ¿Estás bobo? —protestó mi madre—. Que es una cosa seria. —Eh, no, no —no sabía de que hablaba mi madre, estaba totalmente desconectado de su parrafada—. Es sólo que se me puso un bicho en la pierna. —Pues vaya risotada. Bueno, el caso —de nuevo el mitin se puso en marcha— es que cuando sorprendieron al cura en la cuadra de la burra parece ser que le preguntaron que qué hacía allí, y él dijo que... Mi prima seguía con mis dos testículos en su mano, que ahora movía lentamente en círculos. Notaba la polla totalmente erecta, ya casi babeante, y deseaba que las caricias se ocupasen también de ella en algún momento, pero la mano no se despegaba de las dos bolas. Los movimientos circulares dejaron paso a unos hacia delante y hacia atrás, de forma que cuando mi prima tiraba hacia si de mis redondos compañeros mi pene se inclinaba ligeramente hacia delante. En un momento dado pensé si sería posible correrse así, de aquella forma, simplemente masajeando los huevos. Y llegué a la conclusión de que si alguna vez era posible, sólo podía ser en aquel momento de pura incandescencia. De pronto, me di cuenta que mi madre estaba callada. —¿Qué, te aburres? —dijo cuando levanté la vista hacia ella. —Eh, no, es interesante —contesté, aunque mi madre no pareció tragárselo porque me lanzó una de sus miradas fulminantes. —Anda, pasa para la cama que estás tú muy raro. —¡No! —protesté, de nuevo en un tono de voz exagerado— cuéntame más cosas —quería prolongar los toqueteos de mi prima el máximo tiempo. —Que no, que ya te conté todo lo que hice hoy. Además al contrario que gente «despejada» como tú, otros queremos dormir. Noté como la mano de mi prima me soltaba, justo antes de darme dos cachetes en el trasero. Supe que aquello acababa allí, así que no insití más con mi madre. —De acuerdo, me voy para la cama entonces. ¿Cierro la ventana? —No, déjala así. Buenas noches. —Buenas noches. Me giré esquivando la contraventana, y tras ella vi el cuerpo de mi prima bañado por la luz blanca de la luna. Sólo podía ver sus curvas, intuir sus formas, pero estaba seguro de que me sonreía. Y cuando su mano se encontró de nuevo con la mía, ambos echamos de nuevo a correr hacia la puerta de entrada. Entramos en el cuarto jadeando. Yo me tiré en mi cama todavía desnudo, mientras que ella hizo lo propio en la suya aunque todavía en ropa interior. Mi pene semierecto caía hacia un lado sobre mi muslo, cansado como su dueño del esfuerzo realizado. Miré entonces a mi prima tendida sobre la cama, justo cuando ella giraba la cabeza para hacer lo propio. Nuestras miradas se cruzaron una vez más, y ambos reímos nerviosamente. —¿Y bien? —pregunté, con una «n» nasal por completo. —Bien, bien —respondió mi prima haciéndose la sueca. —Entonces qué, prueba superada, ¿no?. —Bueno, creo que...sí, vamos a dártela por buena. —¿Y? —Y eso. Venga, buenas noches —y acto seguido se giró dándome la espalda, o más bien su fabuloso trasero. —¿Cómo que buenas noches? —protesté yo entonces, sabiendo que me estaba tomando el pelo. Me levanté y me subí de rodillas a su cama, justo detrás de ella. Comencé a hacerle cosquillas por los pies, por la cintura, y pronto mi prima empezó a reírse y moverse como una anguila. —¿Cómo que buenas noches? —seguía preguntándole mientras aprovechaba para rozar todo lo rozable. —¡Para, para! —protestaba ella—. ¡Está bien, para! Hice lo que me pedía, aunque no me bajé de la cama y seguí allí, de rodillas sobre el colchón, mirando como mi prima se giraba hasta mirarme de frente, tumbada de lado sobre la cama. —Está bien, te lo has ganado, voy a enseñarte la marca. Pero que conste que lo hago porque quiero, y no porque me amenaces con esta serpiente colorada —y dicho esto estiro su brazo para darme un leve toque en el pene con su dedo, algo que hizo que todo mi cuerpo se electrificase—. Venga, túmbate boca arriba en tu cama. Yo obedecí, y me tumbé como ella había dicho. Entonces mi prima se levantó y rebuscó algo en una de las maletas que tenía a los pies de la cama, algo que no vi hasta que ella se acercó a mi cabeza. —Voy a cubrirte los ojos con este pañuelo -dijo entonces con un dulce tono de voz. Yo de nuevo me dejé hacer, y pronto me quedé sin ver lo que pasaba a mi alrededor. Soló podía oír los roces, los movimientos de mi prima al moverse por la estancia. Mi pene estaba en un estado de erección descomunal, total, máximo. Escuché como mi prima se movía entre las dos camas, hasta que en un momento se subió a la mía. No podía ver lo que sucedía, pero sin duda sus pies estaban a ambos lados de mi cabeza. Notaba la presión sobre el colchón exclusivamente en esa zona, por lo que o bien eran sus preciosas patas o sino es que mi prima estaba haciendo el pino sobre mi cabeza. —Tranquilo —susurró mi prima. De pronto noté una presión en el pecho, aumentando poco a poco. —¿Te hago daño? —No, estoy bien. La presión cesó de aumentar. Sobre mi pecho podía notar de alguna forma el cuerpo de mi prima. Podía sentir su calor y, casi sin darme cuenta, también su aroma. Un olor particular que empezaba a aturdirme, a hacerme enrojecer de arriba a abajo. La brisa parecía haberse cortado de raíz y ya sólo sentía calor, sudor, una temperatura ardiente que había convertido aquella habitación en un auténtico horno. De nuevo un movimiento sobre mi pecho. Y al fin, mis ojos de nuevo libres. Tardé unos segundos en acostumbrarme, en volver a enfocar la vista. La luz tenue y anaranjada comenzó a entrar por mi retina, y lo hizo reflejando la visión más excitante de mi vida. A escasos centímetros de mi cara estaba el cuerpo de mi prima, sus piernas abiertas y puestas cada una a los lados de mi cabeza. Con su tronco levantado apoyado sobre sus brazos podía ver su cara al fondo, de mejillas ahora encendidas, y en sus labios de nuevo una sonrisa. Mis ojos bajaron despacio, hasta que como platos se dieron de bruces con lo tantas veces soñado. Una vagina de sonrosados labios, hinchados, brillantes, abierta como la flor más bella y dejando entrever un profundo y húmedo agujero. Y un poco más abajo otro pequeño agujero, más pequeño, enfadado, pero igualmente atrayente. Ante semejante visión noté como el líquido lubricante goteaba desde mi pene hasta el estómago, totalmente excitado. —Bueno, ahí la tienes —habló mi prima entonces, está vez con cierto temblor en la voz. —¿Qué? —respondí yo, todavía obnubilado ante aquel panorama. Mi prima se rió de nuevo. —La mancha de nacimiento —empezó entonces, y llevando una mano hasta su sexo movió un poco los labios vaginales hacia un lado—. Ahí está. Efectivamente allí estaba. Era más pequeña que la mía, pero tenía la misma forma. En cualquier caso, ¿a quien le importaba aquella maldita mancha? Lo importante estaba a su lado, en su eróticas cercanías. Aquellos dos agujeros abiertos, perfectos. Durante varios segundos ambos seguimos en la misma posición, en silencio. Yo no me atrevía a mover un sólo músculo, y ella parecía también con pocas ganas de hacerlo. Su aroma penetrante ya parecía haberlo inundado todo, y de mi mente racional ya no quedaba nada. Y entonces me dejé llevar, sin pensar. Saqué mi lengua suplicante con lentitud, milímetro a milímetro, hasta impactar con suavidad justo en el centro de su ano cerrado. Mi prima se movió ligeramente, casi como si un calambre la hubiese sacudido, pero no se apartó del camino de la sin hueso (la otra sin hueso). Animado por su cooperación empecé a mover la lengua en círculos, a ensalivar cada vez más aquella zona prohibida, a empujar con la punta de mi lengua. Miré la cara de mi prima, ahora completamente colorada, con los ojos cerrados y expresión sofocada. Sin duda parecía estar disfrutando de las caricias, y aquello me envalentonó para seguir por aquel camino. Intenté incorporarme un poco, pero al notar mis movimientos mi prima se quitó de encima de mi de un salto y sin darme apenas tiempo a reaccionar comenzó a ponerse de nuevo las bragas que tenía colocadas sobre la cama. Yo ya no sabía que pensar, hasta que de nuevo se me acercó y agachó levemente su cabeza sobre la mía para darme un nuevo beso en los labios, esta vez más largo y mucho más húmedo. —Un trato es un trato —comenzó—. Te prometí enseñarte la marca y ya la has visto. Hasta mañana. Y dicho esto volvió a su cama y se acostó de nuevo dándome la espalda. No me podía creer que hiciese aquello, que lo parase justo entonces dejándome allí a punto de arder literalmente de pura excitación. Mi pene a punto de explotar, junto con todo mi ser. Y sin embargo ella parecía no estar bromeando ahora. Aquella prueba parecía de verdad insalvable. FIN —¿Que qué?! ¿Me está vacilando este gilipollas? Cómo que «fin», cómo que ¡FIN! —Creo que es cuando se acaba y... —¿En serio? ¿Tú crees? ¡La madre que lo parió! Pero si ya estaba a punto de correrme como un burro, ¡cómo puede dejarlo así! —Pues a mi me ha gustado... —Qué te va a gustar a ti... Será cabrón... Si ya la tenía a huevo, ¡si ya estaba pidiendo rabo la muy zorra! Y va y lo deja así... ¡Y yo ahora con un empalme del quince! —Bueno, si quieres... yo podría ayudarte con eso... —¡Caguen diez! Dejamos claro que aquello estaba olvidado de por vida, finito, que los dos estábamos borrachos y que no... —Yo no lo estaba... —¡La madre que te parió a ti también, John, me da lo mismo! ¡Tu agárrate ese pingajo que tienes ahí y yo agarro el mio, y que corra el aire! —No se porqué te pones así, nadie lo sabría... —John, como no me quites la mano del muslo en tres segundos te juro que te empiezo a dar escobazos hasta que me canse —Eres un seco —¿Seco? Como me deje llevar vas a saber tu lo que es estar seco... Anda, mira esa mierda otra vez a ver si queda algo por ahí, que no puede ser que acabase así, sin follarse a esa calientapollas ni nada... —Pues..no veo nada... —La madre que lo parió... —Bueno, espera... —¿Qué?¿Hay algo? —Si, aquí en el fondo hay un tal «Final alternativo: prueba extra» ¿Lo pongo? —Cojones, John, me estás acabando con los putos nervios. ¡Ponlo de una jodida vez!! —Bueno, bueno. Tampoco es para ponerse así... Ala, ya está. —Pues a ver si esta vez hay jodimiento en abundancia, que como me vuelva a quedar a medias te juro que voy a buscar a ese puto gilipollas a su puta casa y le corto los putos hue Final especial: prueba extra. por Noara, en 2009. «Intenté incorporarme un poco, pero al notar mis movimientos mi prima se quitó de encima de mi de un salto y sin darme apenas tiempo a reaccionar comenzó a ponerse de nuevo las bragas que tenía colocadas sobre la cama. Yo ya no sabía que pensar, hasta que de nuevo se me acercó y agachó levemente su cabeza sobre la mía para darme un nuevo beso en los labios, esta vez más largo y mucho más húmedo.» —¿Quieres seguir jugando conmigo, primo? —Eh, sí, claro que sí —contesté mientras me incorporaba un poco sobre la cama y notaba como mi pene cabeceaba entre mis piernas. —Ven, ponte de pie. Yo hice de nuevo lo que me ordenaba, plantando los pies en el suelo y acompañándolos con el resto del cuerpo para quedar en frente de mi prima, muy cerca. Ella volvió a mirarme a los ojos, colorada, nerviosa, y con un dedo dibujó un círculo en el aire para indicarme que me diese la vuelta. A pesar de ser de madera, notaba el suelo frío en comparación con mi calor, casi helado. Me giré dándole todo el trasero, y nada mas hacerlo note como sus manos me acariciaban los brazos desde los hombros, bajando lentamente hasta las muñecas. Entonces mi prima comenzó a tirar hacía atrás de mis dos extremidades, hasta hacerme juntar las manos tras mi espalda. Y en ese momento fue cuando el pañuelo que antes me había tapado los ojos pasó a convertirse en una improvisada cuerda con la que atarme. —Ya estás —dijo entonces mi prima, al tiempo que se tumbaba boca abajo sobre su cama—. Te voy a proponer una nueva prueba, una prueba extra. Pero esta vez no te diré cual es el premio por cumplirla. —Cualquier premio que tú me des será un placer —contesté yo con voz grave. —Bueno...—sonrió tímidamente—. Está bien. Prueba extra: tienes quince minutos para quitarme las braguitas. —¿Y el «pero»? —pregunté, a sabiendas de que me volvía a tomar el pelo. Ella rió de nuevo. —Bien, el «pero» es que para hacerlo no podrás usar las piernas, ni los brazos, ni la boca. De nuevo se me escapo hacia arriba una ceja, delatando mi sorpresa ante aquella nueva situación. Sin usar las piernas, sin usar los brazos, sin usar la boca...Sí, yo también caí enseguida en con que parte del cuerpo, ahora convertida a mis ojos en «palanca quita-bragas», iba a intentar cumplir con lo propuesto, pero aun así dudé si lo conseguiría. Mi vista se fue directa al trasero de mi prima, totalmente expuesto sobre la cama, redondo. Las pequeñas bragas parecían bien cuidadas, nada que ver con alguna de mi ropa interior de gomas dadas de si que hubiese sido mucho más fácil de quitar con aquellos requisitos. Su prenda sin embargo estaba en buenas condiciones, pegada a su cuerpo. La misión, desde luego, no tenía nada de sencillo. Empecé a andar hacia donde estaba mi prima, y con cuidado de no caerme (teniendo las manos atadas a la espalda no era fácil mantener el equilibrio) me subí a su cama. De pie a su lado podía ver desde arriba todo su cuerpo moreno expuesto, su espalda, sus glúteos, sus piernas bien torneadas. Pero no sabía por donde empezar. Como si de un problema de ingeniería se tratase, mi mente racional intentaba sobreponerse a la animal que se había hecho con el control de mi cerebro para hallar la solución, la zona más débil por la que atacar aquel cofre de los tesoros lúbricos. Poco a poco me fui agachando, hasta arrodillarme delante de mi prima a la altura de su cintura. Estando más cerca pude ver como el sudor también empapaba su piel, como ella también desprendía un calor pegajoso similar al de una lámpara de aceite. Intenté entonces colocar mi pene, ya a punto de dimitir ante tantos minutos de excitación, justo en el comienzo de sus nalgas de forma que después pudiese ir bajando aquellas infernales bragas. Pero al intentar hacerlo comprobé que con los brazos atados a la espalda la dificultad era insuperable. No tenía mis manos para apoyarme al otro lado del cuerpo de mi prima de forma que después pudiese mover mis propias caderas poco a poco hacía sus pies. Turbado, y en un momento nervioso al pensar que el tiempo corría en mi contra, decidí intentar otra cosa. Volví a ponerme de pie, poniendo cada uno de ellos a uno y otro lado del cuerpo de mi prima, mirando hacia su trasero. De nuevo volvía a agacharme, y supongo que pareciendo un avestruz a punto de poner un huevo, acabé de rodillas sobre el cuerpo de mi prima. Me dejé caer con suavidad, hasta notar como mis huevos se asentaban en su espalda. —¿Te hago daño? —Ninguno. Sigue. Poco a poco comencé a inclinarme hacia delante. Sabía que un momento determinado mi cabeza haría contrapeso y acabaría cayendo de bruces contra las piernas de mi prima, por lo que le pedí que las abriese un poco. Ella no dijo nada y tan sólo respondió separando un poco sus hermosos muslos. Y como había predicho mi cara acabó efectivamente pegada a las sabanas, justo entre sus pies. En esa posición no podía ver nada, tan sólo sentir como mi pene se comprimía entre nuestros dos cuerpos, quedando la cabeza de mi amigo justo al principio de su bragas. Era el momento de rozar. Comencé a moverme lentamente hacia delante. Todo mi paquete se apretaba y rozaba contra el húmedo cuerpo de mi prima, que parecía a su vez estremecerse ante cada uno de mis movimientos. Mis huevos acariciaban su piel, mi pene masajeaba su espalda dejando tras de sí un reguero de liquido transparente y pegajoso. Intenté introducir mi polla bajo el elástico de su ropa interior, de forma que después pudiese tirar de ella hacia abajo, pero no había forma. Una y otra vez mi pene resbalaba sobre sus bragas, haciendo que mi placer aumentase en la misma proporción que el objetivo de mi prueba se alejaba. Y es que llegado a un determinado momento, un nuevo problema surgió entre mis piernas. Aquel maldito roce contra su piel, contra la suavidad de sus nalgas cubiertas con aquella delicada prenda, comenzaba a ser inaguantable. Empecé a notar como las posibilidades de correrme allí mismo aumentaba con cada movimiento, con cada nueva embestida. No haría falta llegar a los quince minutos de tope: si no conseguía quitarle las bragas a la voz de ya, los chorros de semen darían la prueba por finalizada antes de que mi prima lo hiciese. En un último intento apreté todo lo que pude mi cuerpo contra el de mi prima, mi pene contra el inicio de sus nalgas. Podía sentir el elástico de sus bragas en la punta de mi herramienta, como una valla electrificada imposible de superar. Pero de pronto, y tras un dolor infernal justo en la pequeña boca de mi amigo, las bragas de mi prima comenzaron a resbalar por encima de mi endurecido miembro. Al fin aquello avanzaba, al fin veía la luz dorada del éxito. Una vez abierta aquella brecha, mi pene entro con furia bajo su ropa, pasando entre sus dos nalgas carnosas y firmes como un par de melocotones. La caricia fue demasiado para mi, y debí parar absolutamente cualquier movimiento, hasta el de respirar, para no eyacular en ese instante. Una vez más calmado de nuevo empujé mi pelvis hacia delante. Las bragas de mi prima ya apenas daban más de si, y apretaban mi paquete contra su paquete de una forma atroz que amenazaba con estallar en mil pedazos en cualquier instante. Pronto mi polla hizo tope con la parte inferior de su prenda íntima, casi al mismo tiempo que el elástico se incrustaba en la base del erótico apéndice. Ahora el placer no era tanto, pero poco a poco, y con todo mi cuerpo agitándose como una serpiente contorsionista, la prenda maldita comenzó a moverse. Un milímetro, otro más. Mi prima empujó entonces un poco su trasero hacia arriba, lo que hizo aun más fácil la maniobra hasta el punto de que tras unos minutos de dura lucha, las bragas destaparon por completo su precioso culo. Había sido como un parto, pero por fortuna la cabeza del bebé ya estaba fuera. Tras liberar las nalgas la prenda dejó de estar tensa como la piel de un tambor y fue mucho más fácil empujarla poco a poco con mi pene por las piernas de mi prima. Y desde allí, con una última dificultad para quitar sus enrevesados pies, al cielo. Tenía el miembro duro, dolorido, excitado como nunca, enorme. —Creo que ya está —contesté mientras me ponía de nuevo de pie sobre la cama, y me giraba para contemplar desde atrás el cuerpo desnudo de mi prima. —Prueba...superada —respondió ella, girando su cabeza y mirándome por encima del hombro. —Y... entonces... —¿Entonces? —como disfrutaba torturándome. —El... ¿premio? —Ahí delante lo tienes —dijo entonces mientras levantaba aun más su trasero y habría sus piernas por completo—. Sírvete tú mismo. Las gotas de sudor caían sobre mi frente lentamente pero sin descanso. Tenía la boca seca, mi cuerpo despedía tanto calor que me mareaba. Y ante mí aquella visión, aquel cuerpo expuesto, aquellos agujeros abiertos. Me arrodille tras ella sin demora, y comencé a avanzar poquito a poco, con las manos todavía atadas a la espalda, hasta que mi pene totalmente mirando al techo chocó con la caliente entrepierna de mi prima. El tronco de mi polla se acomodó en su perineo expuesto y elevado sobre sus contundentes muslos, y en esa posición empecé a mover mi herramienta lentamente arriba y abajo, notando como el líquido que empapaba el agujero de mi prima poco a poco hacia lo mismo con mi pene. Era delicioso, pegajoso. Aquel olor particular y embriagador de nuevo lo inundaba todo, como el viento cálido del sur que entra al abrir una ventana. Poco a poco me fui inclinando hacia delante, de forma que la punta caprichosa de mi pene avanzaba sin contemplaciones bajo el cuerpo de mi prima, en busca del delicioso recoveco que lo esperaba con las puertas abiertas. Seguí empujando, centímetro a centímetro, hasta que de pronto perdí el equilibrio y caí encima del cuerpo de mi prima sin poder frenar con mis brazos inmovilizados. Un empujón de sopetón justo en el momento, en el instante preciso en el que mi polla pasaba por el sitio indicado. Y la penetración fue completa. Mi prima resopló cuando se sintió totalmente invadida, llena de pronto. Con fuerza seguía empujando su culo contra mi pelvis, prácticamente sujetando ella todo mi cuerpo estirado sobre su espalda. El olor de sus cabellos me hizo cerrar los ojos y respirar profundamente, al tiempo que intentaba levantarme un poco para poder envestir con ganas aquel lugar maravilloso que hacía que mi pene ardiese en medio de un mar de flujo. Podía notar sus labios aplastados contra la base de mi polla, podía notar los latidos de su corazón en mi propio miembro congestionado. —No te muevas —habló de pronto mi prima, sofocada, al notar mis intentos por incorporarme—. Déjame hacerlo a mi. No sabía a que se refería, pero una vez más hice lo que ella me ordenaba. Dejé de moverme y me quedé allí tendido, sobre mi prima, con mi pene incrustado en lo más profundo de su ser. Y entonces supe cuales eran sus intenciones. Las sensaciones se multiplicaron, el placer se disparó sin límite cuando mi prima empezó a apretar mi pene dentro de su coño, a soltarlo, de nuevo a apretarlo. Yo tenía todos mis músculos paralizados, tensos, quietos. Me limitaba a recibir aquellas caricias tan íntimas, aquellos toqueteos profundos. Mi pene era sometido a unos apretones cada vez menos espaciados en el tiempo, y pronto noté que el orgasmo se acercaba. No hacía falta que la fuerza de mi prima en su interior no fuese demasiada. No era necesario. Aquellas leves caricias me conducirían seguro al orgasmo, y más pronto que tarde. Comencé a besar cerca de la nuca de mi prima, a unir mis labios a su piel ardiente mientras dejaba que ella me masturbase de aquella forma celestial. Ella al notarlo emitió un nuevo suspiro, mientras redoblaba sus esfuerzos por hacerme correr en su interior. Noté que ya llegaba. Poco a poco el punto de no retorno me invadió y tras tanto tiempo deseándolo me deje llevar. Unos segundos eternos antes de comenzar a eyacular, un tiempo que no pertenece a este mundo en el que me liberé de cualquier razón. Y el primer chorro salió con fuerza, a presión, chocando contra el rincón más oculto de mi prima. —Eso es...—escuché a lo lejos a mi prima, como si estuviese en otra dimensión—. Córrete dentro de mi, De nuevo otro chorro, y otro mas. Yo mismo notaba como mi propio semen comenzaba a rodear la cabeza de mi miembro, a mezclarse con los flujos de mi prima en un caldo pringoso y cálido, adorable sólo durante los momentos que rodeaban al orgasmo. Ella seguía apretando, una y otra vez, exprimiendo mi pene hasta que el último chorro salió con desgana. Yo respiré profundamente, rendido, muerto a pesar de no haber echo nada. Mi prima continuó un par de segundos más acariciándome en su interior, hasta que finalmente también se dejó de mover relajándose por completo. Y todavía dentro de ella, me pregunté tan sólo una cosa: ¿Se enfadaría mucho si le tocaba una teta? FIN —Eso es, eso es, lo sabía, joder, lo sabía... ¿Ves? Es lo que te digo yo siempre John, es lo que te digo siempre... ¡Todas putas!