La mansión de Eros y Eris
Eros y Eris, Amor y Discordia. ¿Podrán ellos sacarle jugo a mi matrimonio?
Abro los ojos lentamente, como temiendo que toda la noche anterior haya sido un sueño. El balcón abierto permite que el viento empuje y haga ondear las cortinas, a la vez que deja que las luces mañaneras se cuelen en la habitación y se extiendan sobre la cama. Noto sobre mi cuerpo la suavidad de las sábanas aterciopeladas, que cubren mi desnudez del aire cálido del verano. Miro a mi izquierda para descubrir un hombre. Un hombre que no es mi marido. Más allá de él, un cristal traslúcido que no deja ver más que difusas siluetas a su través. Poco a poco, librándome del sopor que me rodea, comienzo a recordar la noche de ayer.
El coche de mi marido atravesaba el atardecer de una carretera secundaria cuyo nombre no conviene recordar ahora. Tampoco el nombre que conquistaba el cartel de entrada al pueblo. Mi mente, en ese momento, sólo le daba vueltas a la frase de mi marido. "Venga, cariño, ¿Qué va a pasar? Es sólo un juego". "Es sólo un juego". Mi cerebro asimilaba esas palabras, las acariciaba y las paladeaba hasta creérselas. Sí, era sólo un juego. Un juego que echaría algo de leña a la apaciguada llama de nuestro matrimonio. Sólo un juego.
El reluciente coche de mi marido se detuvo a la entrada de un chalet gigantesco. Allí fuera permanecían otros cinco autos completamente distintos. "Seat", "Citröen", "BMW", "Nissan" y "Opel" eran ahora acompañados del "Lancia" de mi esposo. Bajamos del coche y nos dirigimos, agarrados del brazo, como el perfecto matrimonio que ya no éramos y que, posiblemente, nunca fuimos, a la puerta del chalet. Mi marido pulsó en timbre, y no tardó en responder una voz hosca.
¿Quién es?
Carmelo López y Marta Sangil, teníamos una cita - Ni siquiera logró terminar. El cierre de la puerta zumbó al abrirse y pasamos al interior.
Atravesamos el jardín más bello que jamás pude soñar. Las plantas marcaban su desconocida silueta en la noche, las flores poseían un color tan vivo que parecían ser ellas las que iluminaban el paisaje, en vez de las lámparas que bordeaban el camino enlosado. En la inmensidad de la nocturna verdor, pude ver unos bultos en la hierba que reconocí como pavos reales durmiendo. Ese jardín, de día, podría competir con el mismísimo Edén.
- Vamos, Marta, que te quedas atrás.- Mi marido ya estaba ante la puerta, así que dejé la contemplación de la belleza, algo que mi marido nunca ha entendido, para otra ocasión. Fui hacia él todo lo rápido que me permitían mi vestido y mis tacones, sintiendo el aire fresco de julio golpear mi cara, colarse bajo el vestido y acariciar mis muslos.
Mi marido extendió el brazo para llamar, pero en ese momento, con un graznido de las bisagras, la puerta se abrió y nos quedamos de frente a un mayordomo de anacrónico traje. Su pelo canoso y su altura considerable, le conferían un aspecto de montaña que su cuerpo enjuto no lograba disipar.
- Síganme.- dijo secamente.
Llegamos, a través de un largo pasillo decorado con esculturas y pinturas bellísimas, hasta una sala donde otras cinco parejas charlaban animadamente, parecían estar esperándonos. Tan distintas como la noche y el día unas de otras, fueron presentándose.
Buenos días, soy el señor Gutiérrez y ésta es mi esposa- Dijo un hombre mayor, pegado a la cintura de una joven que no llegaría a la treintena, estrechándonos la mano.
Nosotros somos los señores Garrison- el marcado acento yanqui delataba a esta pareja de raza negra.
Jorge y Luz- siguió una pareja joven, muy joven, vestidos con cómoda ropa de calle.
A éstos siguieron dos parejas más, hasta que al final todos quedamos presentados. Casi no habíamos logrado enhebrar dos palabras cuando, de pronto, la gran puerta del salón se abrió y por ella entró otra pareja con aire señorial.
Muy buenas. Vemos que ya están todos, así que podemos empezar. Yo soy Eros.- dijo el hombre, un fornido rubio de ojos azules que agotaba las miradas de las mujeres, entre ellas yo misma.
Yo soy Eris.- dijo la mujer.
Eris era una joven guapa, alta, con una larga melena negra que le caía por la espalda, vestida con un bellísimo vestido tan verde como sus ojos. Era extraño, sus ojos tenían una tonalidad de verde que me recordó algo que no podía concretar. No era el mar, no eran las esmeraldas, sus ojos eran de un verde demasiado extraño. Me pregunté si llevaba lentillas.
Eros y Eris. Dioses griegos del Amor y la Discordia.- apuntó el señor Gutiérrez, con una sonrisa, y arrancando un afectuoso abrazo del cuerpo de su pareja.
Correcto.- respondió Eros. Su voz sonaba extremadamente suave- Amor y Discordia. Hoy os enseñaremos que no hay frontera entre los dos. Que el Amor necesita Discordia para vivir, y la Discordia es Amor disfrazado. Prepárense para una noche inolvidable.- El joven se frotó las manos. ¡Qué manos! Aún a tanta distancia se veían fuertes pero suaves, hubiera dado lo que fuera por tenerlas sobre mis piernas.- Ahora, sígannos.
Los doce salimos detrás de la pareja, atravesando otro pasillo aún más engalanado que el anterior. Mesas y jarrones acompañaban ahora a coloridos cuadros y trabajadas esculturas de cuerpos desnudos en besos candentes, en caricias eternas, en abrazos atemporales que dejaban a la posteridad un orgasmo en cuerpos pintados o petrificados.
Dos diminutas mesas, como único decorado, presidían el ancho salón que nos daba la bienvenida. Encima de cada mesa, seis anillos de oro con una inmensa joya roja. Eris y Eros se pusieron al lado de las mesas, de frente a nosotros, mientras una dulce sonrisa nacía en sus caras.
- Ésta es la siguiente parte del juego. Cada mujer debe coger un anillo de ésta mesa.- Eros señaló con su mano la de la izquierda.- Mientras que los hombres deben cogerlo de ésta.- Señaló la otra.
Nos adelantamos hacia las mesas, para coger las joyas, cuando Eris nos detuvo con un solo dedo. Su determinación parecía haber congelado nuestros cuerpos en un instante.
- Un momento. Debéis quitaros primero los anillos de compromiso.- Su sonrisa confiada era casi perversa.
Un murmullo recorrió la estancia. ¿Quitarnos el anillo matrimonial? Bueno... ¿Por qué no?. Esa noche no lo íbamos a necesitar. Todos fuimos desprendiendo nuestros dedos del metálico y agobiante abrazo de la joya y las dejamos en la caja que nos extendía Eris.
¡Mierda! No sale - Una de las mujeres pugnaba con su anillo, que se aferraba a su dedo como si no quisiera separarse de él.
Estése tranquila, señora.- El rubio propietario de la casa se acercó lentamente a la mujer. Cogió con suma suavidad su mano. Fijó sus ojazos azules en los de la mujer, agarró con dos dedos el anillo, lo giró un poco, lo besó Y el anillo salió con delicadeza. Los ojos de los participantes se abrieron como platos.
El poder del Amor - Dijo Eros mientras dejaba caer el anillo en la caja, tintineando al chocar con sus compañeros. Eris cerró la caja y la depositó en el suelo.
La agradable sensación del aire fresco en la piel que, hasta hace bien poco, estaba encarcelada bajo el aro de metal precioso, me resultó extraña pero tonificante. Era como si acabara de desnudarme ante la concurrencia.
- Ahora, coged los anillos.- El tono de Eris era el opuesto al de Eros. Ella hablaba de tú, directamente, con un tono seco, mientras que Eros era la suavidad en persona.
Obedecí a la mujer y me puse el primer anillo que quedó a mi vista. Su superficie estaba tan fría que me arrancó un escalofrío cuando lo sentí en mi dedo anular. Todos fueron haciendo lo mismo, hasta que las mesas se vaciaron de joyería.
¿Y ahora qué?- preguntó uno de los hombres.
Mirad los anillos.- Contestó Eris.
Aunque seguía sin comprender, lo hice. Me quedé boquiabierta cuando vi que, en la joya del anillo, comenzaba a nacer un hilillo verde sobre el fondo rojo. Cuanto más tiempo pasaba, más clara estaba la figura. Al final, un "2" perfectamente definido coronó la joya.
¡ What a fuck !- exclamó la señora Garrison.
¡Qué buen truco! ¡Usar el calor corporal para darnos el número! ¡Esta gente es excepcional!- apuntó el señor Gutiérrez.
Bien Ya tienen todos su número. Ahora, cojan de la mano a su pareja, y también a la persona que comparta el número con ustedes.
La gente se puso a buscar como loca. Era incluso divertido, me recordaba a algún que otro juego infantil. Sólo que ahora nos jugábamos algo más importante. Mucho más importante. O quizás fuera su completa falta de importancia lo que lo hacía importante. No sé
- ¿Tienes el dos?- La voz, a mi espalda, me sobresaltó. Me giré y mi cara se quedó a escasos milímetros de la de Jorge. A tan cercana distancia, pude comprobar que era un joven muy atractivo.
Sus ojos negros, profundamente negros, me habían hipnotizado. Estaba como anulada. Balbucí algo incoherente y sólo pude elevar mi mano para mostrar el anillo. Él hizo lo propio. Su anillo era gemelo del mío. Dos doses. Bueno. Ya tenía con quién compartir número y noche. Busqué a mi marido con la mirada y vi que venía cogido a la mano de Luz, la pareja de Jorge. Pude comprobar también cómo el resto de parejas iban agarrándose de las manos formando un círculo, a excepción del señor Gutiérrez y su mujer, que miraban sus anillos.
¿Y nosotros qué hacemos? Nos ha tocado el mismo número - preguntó la mujer.
Eso significa que los dioses no quieren que esta noche jueguen a nuestro juego. Podrán venir a la siguiente sesión, si así lo desean.
Pero - El señor Gutiérrez no parecía muy contento con la oferta.
Nuestro mayordomo os acompañará a la salida. Hasta pronto.- Dijo Eris y, al momento, el alto mayordomo que nos recibiera antes, entraba para llevarse a la pareja.
El resto de los presentes nos encontrábamos en dos círculos. En uno, Jorge, Luz, mi marido y yo, hacíamos un cuadrado perfecto, mientras que el otro, más amplio, soportaba a seis personas. De la forma en que estábamos agarrados, tenía enfrente de mí a Luz, y pude, por primera vez en la noche, observarla con detenimiento.
Luz era una muchacha alta, de rostro agitanado, morena de piel y de pelo, como su marido. Los labios gruesos, ojos grises, y unos pómulos prominentes medianamente escondidos tras los infinitos bucles de su melena azabache, le conferían una belleza atípica, o, por lo menos, totalmente diferente a mí.
- Perfecto - susurró Eris cuando vio los grupos ya formados.- Eros, empiezas tú con el círculo de seis. Yo voy a llevar a estos cuatro a la sauna.
Eros asintió, moviendo su cabeza dura y rubia. Luego, girando sus hermosos ojos azules hacia el grupo más grande dijo:
- Bien, señoras y señores. La fiesta ha empezado.
Mientras Eris se acercaba a nosotros, vi cómo el atractivo rubio se llevaba a las tres parejas por una puerta que había a nuestra derecha. Las seis personas iban parloteando excitadas, y en los ojos de más de uno y una se notaba la impaciencia.
- Vosotros.- casi nos increpó Eris.- seguidme.
La mujer abrió otra puerta y enfiló por un nuevo pasillo que nada tenía que envidiar en decoración a los anteriores. Después de seguirla a través de un par de recodos, nos detuvimos frente a una puerta muy simple, en comparación con el barroquismo del resto de la casa. Entramos en lo que parecían unos vestuarios de cualquier piscina.
- Desnudaos y seguidme.- dijo la propietaria, empezando también ella a quitarse la ropa.
Las miradas se cruzaron, todos buscaban a alguien que se atreviera a tomar la iniciativa. Las manos temblaban luchando internamente entre la vergüenza y el valor. Finalmente, fue Jorge quien rompió la indecisión del grupo comenzando a luchar con su corbata. Mi marido lo siguió y unos segundos más tarde, mi vestido se precipitaba al suelo. Al final, los cinco acabamos desnudos. Inconscientemente, mi mirada se desvió hacia Jorge, cuya verga parecía no haber salido de la indecisión anterior del cuerpo y pendía a medio camino entre la flaccidez y la dureza, pero mostrando un tamaño nada despreciable.
- Por aquí.- Eris abrió una puerta y pasamos a una gran sauna cuyas baldosas ofrecían dibujos de cuerpos desnudos, abrazos, besos, sexos fundiéndose un embaldosado excitante, en resumidas cuentas.
Nos sentamos en el gran escalón que estaba dispuesto a tal efecto. Los hombres se sentaron a los extremos, dejando al lado de cada uno a su mujer.
no, no, no Jorge, Carmelo, cambiaos de sitio.- los hombres obedecieron y no pude contener un ligero temblor nerviosos cuando Jorge se sentó a mi lado, con su verga a media erección. Pese a que mi marido aún era atractivo, no tenía punto de comparación con Jorge. El torso ancho, una o dos tallas más que el de mi esposo, las piernas gruesas y fuertes, y un culo prieto, no dejaban oportunidad al cuerpo bien construido pero ya sin juventud de Carmelo.
Poneos esto.- Dijo Eris mostrando cuatro vendas negras. Nos tapamos los ojos con ellas y nos mantuvimos sentados.
Bien- la voz de Eris era clara y fuerte.- Los seres humanos tienen cinco sentidos, y cuando se anula uno, los demás se esfuerzan por paliar la carencia. Sinceramente, los ojos sólo sirven para creerse mentiras que nadie ha contado. Durante los siguientes minutos, notaréis cómo vuestros oídos os retransmiten sonidos con mayor fidelidad que antes. Ahora, quiero que hagáis una cosa Inspirad profundamente por la nariz. Recoger todos los olores de la sauna y decidme ¿A qué huele?
Lo hice, y oí cómo el resto también lo hacía. A mis fosas nasales llegó una explosión de olores. Quizá, si me concentraba un poco, podía adivinar qué era cada uno. Eucalipto. Olía a eucalipto. Un fuerte olor a eucalipto que perfumaba la sauna. Pero también llegó a mi cerebro el olor del perfume de mi marido, un aroma fuerte pero dulzón. Y también, otro perfume de mujer, y otro de hombre que me recordó a un antiguo amigo de Carmelo, un hombre gordo que llevó la contabilidad de la empresa por dos años... Pero había más. Mucho más. Un olor agrio, pero profundamente excitante.
¿A qué huele?- repitió Eris, sacándome de mis pensamientos.
Eu-eucalipto - susurró la voz de Luz.
Perfume. Uno muy caro. ¿Chanel?- siguió Jorge.
¿Alguna de vosotras dos se ha echado "Chanel"?- preguntó la voz de Eris, cerca, muy cerca de mi oído.
Yy-yo- instintivamente, levanté el brazo.
Lo que ocurrió a continuación no me lo esperaba. Una nariz aspiró a milímetros de mi cuello, creando una corriente de aire que acarició mi piel y me erizó el vello.
Nº 5. Muy bueno. Muy caro.- oí susurrarme al oído a Eris.- ¿Qué más?
Fresa.- Era la voz de mi marido.
¿Fresa? Yo no había olido nada de fresa.
- ¿Alguien ha traído algo que huela a fresa?- Nadie respondió.- Hummm ¡Ah, ya! Creo que lo he entendido.
Eris se alejó de mí. Al instante, escuché un gritito sorprendido de Luz y el inconfundible sonido de un beso apasionado. Labios acariciando labios, saliva que cambia de boca mojando las lenguas. Un beso cuya visión, aunque sólo fuera en mi imaginación, me excitó casi imperceptiblemente para alguien que no fuera yo.
Carmín con sabor a fresa. Delicioso - Dijo la propietaria.- Perfecto, pero ¿No habéis notado nada más?
Yy-yo he he notado un un olor un olor agrio, pero dulce no no sé, puede que me haya equivocado
No, ibas muy bien. Ahora quiero que me digas una cosa - escuché el cuasi imperceptible sonido de un dedo acariciando una piel, aunque no la mía.- ¿Percibiste esto?
No sé por qué, pero intuí que tenía la mano de Eris bajo mi nariz. Aspiré y de nuevo, más fuerte, el mismo olor indeterminado que me asaltó antes inundó mi nariz.
S-sí. Era eso.
Has olido el sudor de tu hombre. Feromonas volando desde su cuerpo hasta tu mente. Atrayéndote tan imperceptiblemente que, si no fuera por que en este momento estás ciega, no lo hubieras adivinado.- ¿Mi hombre?
Carme - No pude continuar, Eris me tapó la boca con un dedo. Pude sentir cómo su piel guardaba toda la suavidad que le faltaban a sus maneras.
No. No es el sudor de Carmelo.
Jorge - lo dijimos a la vez, yo y Luz.
Exacto. Tu cuerpo ha detectado al compañero. Pero ahora Nos toca el resto de los sentidos. Gusto. Carmelo ¿A qué sabe esto?- Escuché unos dientes mordiendo algo, quizá una fruta, y de nuevo el sonido de un beso, sólo que esta vez, más pasional, más lúbrico, más batallador. Y el saber que Eris estaba besando a mi marido, me arrancó un pinchazo de celos.
Cereza - logró balbucear mi marido con la respiración agitada.
Correcto Jorge - De nuevo los dos mismos sonidos. Mordisco y beso. Esta vez aderezados por un leve gruñido de boca de Luz.
Sabe a naranja.
Perfecto. Vayamos con el último sentido. El mejor de todos. El tacto.- Instantáneamente, sentí el borde de una uña acariciar mi piel. Se deslizaba con suavidad, desde mi hombro hasta el nacimiento de mis senos. Luego torció por el valle de mis tetas, y continuó su carrera. No me lo explicaba. Era simplemente una caricia, pero mis pezones respondieron endureciéndose, mi respiración se aceleró ostensiblemente, y una fina humedad embargó mi entrepierna. Fue un movimiento reflejo, o quizá es que quiero pensar que fue así, pero cuando me quise dar cuenta, estaba abriendo las piernas, permitiendo a esa mujer la total visión de mi sexo desnudo. La uña de Eris siguió bajando, bordeando el ombligo con un movimiento rápido, y rozó mi clítoris inflamado. Pegué un respingo y el aire de mis pulmones pareció enloquecer. Se detuvo, se hinchó, explotó y suspiré. Nunca un suspiro salió a tanta temperatura de mi cuerpo. Creí que mi aliento incendiaría el aire.
Acarició suavemente mis labios vaginales, jugó con la parte interna de mis muslos y, esquivando mi sexo, llegó a mi vientre. Oí unas palabras susurradas a mi derecha, pero no pude ni quise escucharlas. Ése dedo, esa uña, estaba llevando a mis terminaciones nerviosas hasta cotas insospechadas que apagaban todo lo demás. El mundo se había disuelto y concentrado en una leve y excitante caricia. Luego, otro susurro, esta vez a mi izquierda. De repente, una boca torpe, ciega, golpeando mi pecho, unos labios que buscaban donde agarrarse. Encontraron su destino en mi pezón, que se erguía delinquiendo las leyes de las gravedades. Una lengua, húmeda y vigorosa, se puso a lamer la pequeña guinda de mis pechos. Suspiré, y escuché el suspiro de Luz.
La mano de Eris fue subiendo entonces, poco a poco, sin dejar de acariciarme con esa única uña, llegó hasta mi boca, y allí hundió su dedo. Sabía a sudor. Sudor que había ido recogiendo de mi cuerpo, sudor de mi cuerpo excitado. Chupé, lamí el dedo como si en ello me fuera la vida. Yo ya no era yo, en ese momento yo era un animal sexual, rendida a mi propia excitación, y ya no me importaba que fueran otra mujer y un hombre que no era mi marido los que me estaban excitando.
No aguantaba más. Quise bajar mis manos hacia mi sexo para lograr derramar toda la excitación contenida, pero una mano pequeña, suave, me lo impidió agarrándome por la muñeca.
- No, querida. Todavía no - dijo Eris mientras juntaba mis manos por encima de mi cabeza y las ataba con una especie de tela a algo que me impedía moverlas.
Quise responder, replicar, pero una oleada de placer me obligó a acallar mis palabras con un gemido. Esa lengua. Esa lengua que garabateaba sobre mi pezón, estaba haciéndome perder la cabeza. Volví a sentir la uña de Eris sobre la piel de mis muslos. No pude evitar un suspiro. La mano de la mujer siguió su camino. Llegó a mi sexo y lo pasó por debajo. Se hundió bajo mi cuerpo y reanudó sus caricias. ¿Qué estaba haciendo? ¡Oh, no! ¡Ahí no! La yema de su dedo sobaba agradablemente la quebrada de mis nalgas, acariciando mi oscuro agujero. No podía permitirlo, por allí no. Quise alejarme pero mi cuerpo. Mi cuerpo no respondía. Peor aún, sí que respondía. Respondía de la peor manera, subiendo las piernas, facilitando aún más la caricia, rindiéndose a la sexualidad.
Mmmmmmm- Luz también parecía sufrir el placer. Sufrir. No hay otra palabra. Era el sufrimiento de una excitación que crecía y crecía y dolía.
Pensad en cómo y en dónde estáis.- decía Eris, con voz aterciopelada.- Tu marido está lamiéndole el cuerpo a otra mujer. Una mujer que no eres tú, mientras tu cuerpo se emputece bajo las caricias de otro hombre.- Sí, era eso. Me estaba emputeciendo. Me sentía puta y satisfecha de serlo, de vender mi cuerpo no por dinero, sino por excitación. Puta sin cobrar. Zorra, zorra, zorra satisfecha.- Y tú Tú, hombre, eres incluso peor. Estás arrancando con tu lengua gemidos a una mujer que acabas de conocer, mientras tu mano acaricia tu verga excitada. Has olvidado con quién te casaste y estás masturbándote con una mujer que ni siquiera conoces. Pero se acabó. Ciego estás y ahora manco también.
Mientras Jorge bajaba su lengua por mi vientre sin llegar al sexo, sentí cómo Eris se alejaba otra vez. Luego, gruñidos masculinos, supongo que estaría atándoles las manos a la espalda. Pero no me importaba mientras no separara su lengua, me daban igual sus manos. El mundo era lengua y la lengua eran labios que besaban mi ombligo sin querer ir más allá. Sentí un trozo de carne ardiendo chocar con mi pierna cuando el hombre se apropió de mi pezón derecho.
La verga de Jorge parecía una pira en plena incineración. Quemaba, dolía, y no quería que se separara de mí. Ese calor me estaba volviendo loca. Me encantaba sentirlo.
- Piensa en tu marido.- la voz de Eris, la Discordia, me sorprendió. Su aliento caracoleó en mi oreja.
¿Mi marido? Carmelo ¿Qué estaba haciendo él? Estaba lamiéndole el cuerpo a una fulana. Una cualquiera que no era yo. Y ella Ella lo estaba disfrutando. La oía jadear, gemir, imposible de contener las blasfemias en su boca. Celos. Envidia. Tuve celos y envidia de Luz. Jamás mi marido me había hecho disfrutar tanto. Tanto como estaba disfrutando Luz, tanto como Jorge me estaba haciendo disfrutar a mí.
"¡Jódete, cabrón!" pensé. "Él lo hace mucho mejor que tú, aprende de un verdadero hombre. Oye como la puta de tu mujer disfruta con una lengua que de verdad sabe causar placer. Escucha como su lengua saborea mis pezones, estos pezones que jamás has visto tan erectos. ¡Oh! ¡Ojalá pudieras verme! ¡Ojalá no tuvieras los ojos vendados y no estuvieras ocupado en las tetas de esa puerca! ¡Ojalá pudieras verme disfrutar como hace años que no me haces disfrutar! ¡Ojalá !" Mi cerebro dejó de funcionar en ese instante. Una explosión.
Me creí morir. Todo fue tan rápido. Con un simple movimiento, Eris coló sus dedos índice y corazón en mi sexo, mientras el pulgar golpeó y frotó mi clítoris. Grité, me convulsioné, callé, me derramé y volví a gritar mientras gozaba de un orgasmo que me puso los ojos en blanco. A ese orgasmo le sobrevino otro, y volví a gritar. Me hice fuego quemándome desde mi sexo, ardí y resurgí de las cenizas como un ave fénix. Mis oídos se llenaron de mis gritos y de los de Luz. Aes, oes, dioses todo salió de nuestras bocas mientras los dedos de Eris buceaban en nuestras entrañas. Después me derrumbé. Exhausta. Me encontré terriblemente exhausta a la par que feliz. El mejor orgasmo de mi vida, y no era mi marido quien me lo había causado.
- El poder de la Discordia.- Comentó Eris, quitándonos las vendas a Luz y a mí, y metiendo sus dedos en la boca. Nos saboreaba. Eris estaba saboreando nuestros fluidos, y su mirada arrogante y satisfecha dejaba bien claro que le gustaban. Su mirada de ojos verdes, verdes como ¡Ya sé a qué me recordaban sus ojos! Eris tenía los ojos del color del veneno. Ni esmeraldas, ni yerba veneno. Puro veneno. Placentero veneno.
Me sentí mareada. Cansada y mareada. Si no hubiera tenido los brazos allá arriba, atados a dios sabe qué, me habría desplomado en el suelo. O tal vez no. Tal vez hubiera empezado a levitar, envuelta en una nube de placer y eucalipto. Levitar sobre el suelo, por encima del escalón, salpicado de mis propios jugos, caídos de mi sexo.
Cuando me hube repuesto, Eris me desató las manos. Un diminuto latigazo de dolor me atravesó los hombros. Aún me costaba mantener un ritmo normal de respiración, pese a que el orgasmo bien podía haber sido hace un lustro. Fue entonces cuando desató a los hombres, únicamente para volver a atarlos de la misma forma que estábamos nosotras, con los brazos encima de la cabeza y la tela enganchada en el gancho que emergía de las coloridas baldosas de la pared.
Los miembros de nuestros esposos se lanzaban apuntando al techo, altos y gruesos como si estuvieran a punto de estallar. Siguiendo órdenes de Eris nos arrodillamos ante ellos. Ella se sentó entre medias de los dos y extendió los brazos. Cada una de sus manos se trocó en garra que asió con fuerza cada verga. Quizá con demasiada fuerza. Carmelo soltó un quejido casi inaudible al sentir cómo su carne era apretada entre unas manos suaves.
- Tampoco, como veréis, hay distancia entre el más leve dolor y el más grande placer.- Eris seguía usando un tono suave pero categórico.- Cualquier caricia puede convertirse en dolor y viceversa.
Dicho esto, aflojó su abrazo sobre los miembros de nuestros maridos y comenzó a prodigarles leves caricias que parecían descargar corrientes eléctricas sobre las masas de carne, que latían y temblaban como monstruos latentes.
- La siguiente habitación a la que tendremos que ir, está en el otro extremo de la mansión.- Eris cambió de tema tan bruscamente que nos sorprendió a los cuatro. Un susurrado "¿Qué?" escapó de los labios de mi marido.- Tranquilo, Carmelo. Que no saldréis de aquí sin que os corráis. Simplemente que lo que hagáis aquí determinará cómo vais a ir hasta allá.
La confusión parecía crecer a cada segundo. "Cómo vamos a ir hasta allá". Las palabras sonaron tan dulces como amenazadoras.
- Es muy fácil. La ropa que habéis dejado en el vestuario no la vais a volver a ver hasta mañana. Todo se basa en lo que tarden las mujeres en hacer correrse a su compañero de esta noche. La que antes consiga que su hombre se corra, podrá llevar un albornoz que le proteja de las muchas miradas escondidas que habitan en la casa. A su vez, su marido, y repito, SU MARIDO, también podrá llevar un albornoz.
Era inteligente. Muy inteligente. Obligaba a los hombres a aguantar y a las mujeres a esforzarse, usando en nuestra contra el pudor. Pasear desnuda por la mansión. No, gracias. Demasiada gente. Aunque en ese momento estuviera completamente desnuda ante mi marido y tres desconocidos, se respiraba un ambiente de intimidad que lo facilitaba.
- ¡Ah, por cierto!- siguió Eris.- No podéis follároslos para conseguirlo. Vuestro húmedo sexo debe continuar vacío de carne masculina hasta que yo lo diga. Podéis empezar.
Me lancé como una posesa hacia el falo duro y grande de Jorge. Mi mano derecha lo aferró y mis labios cubrieron su cabeza. Mi mirada se desvió hacia Luz, que ya masturbaba frenéticamente a mi marido. No, no podía dejar que me ganara. Comencé, yo también, a pajear a Jorge, mientras mi lengua jugaba con la punta de su sexo. Mi marido gimió. Tenía que vencer. Los dedos de mi izquierda se volvieron traviesos, y comenzaron a acariciar los muslos, primero, para pasar luego a los testículos. Volví a mirar a mi derecha. Mi marido suspiraba con su verga embutida entre los pechos de Luz.
"Estúpida", pensé. El reto se me acababa de poner de cara. La mano abarca, aprieta, mucho mejor que unos pechos, por muy grandes que sean. Mientras ella tenía que usar sus manos para emparedar la polla de Carmelo entre sus generosos cántaros, yo recorría toda la verga y los testículos de Jorge entre las dos manos.
Pero parece que Luz lo comprendió demasiado pronto. Dejó de usar sus pechos y empezó a mamar con glotonería, con labios y lengua. Entonces, tuve una revelación. O quise tenerla. Lo mismo da. La mano que acariciaba los testículos de Jorge, se deslizó bajo ellos, buscando un destino vedado y diferente. Un gemido, un gruñido, un quejido salido de los labios del joven acompañó al solitario dedo que acariciaba su ano. Pero su respiración se aceleró, y fue la señal para que mis manos y lengua se sincronizaran en un vaivén lujurioso y desenfrenado que acabaría, seguro, por darme la victoria.
A mi derecha, Carmelo gemía y meneaba su cabeza. "Aguanta, cabrón", pensé. Creo que en ese momento se me olvidó que el premio era el albornoz, la no-desnudez de mi cuerpo. Mi objetivo era ganar. Vencer a mi marido y su puta. Enseñarle lo que tiene en casa y en la cama todos los días. Obligarlo a aceptar que es él el que falla. Así, con ese pensamiento entre ceja y ceja, el movimiento de mi mano derecha se hizo poco más que frenético, mientras mis labios engullían el miembro masturbado, mi lengua jugaba con el frenillo y mi dedo corazón de la mano libre, se hundía repentinamente en el oscuro agujero de Jorge.
El semen comenzó a brotar a raudales, mientras unos gruñidos guturales anunciaban su derrota y mi victoria. Intenté tragar todo lo que salía, pero la cantidad del blancuzco líquido me lo hacía imposible. Hilillos de semen se escaparon por la comisura de mis labios.
- ¡Bravo, Marta!- me felicitó la propietaria.- Luz, me parece que has perdido.- Añadió con una sonrisa.
Carmelo, al escuchar la confirmación de su victoria (MI victoria), suspiró, gimió, y derramó su semen sobre la mano de Luz, que aún aferraba con rabia su miembro.
- Levántate, Marta.- obedecí sin demora, enfrentando su cara a la mía.
Sus ojos verdes se quedaron fijos en los míos, sentí su mirada de veneno penetrar en mi cuerpo, hurgarme el alma, arañando y aprendiendo secretos que sólo yo conocía. Su mano me acarició la barbilla en un gesto paternalista, recogiendo a su vez el reguero de semen que descendía desde mi boca. Luego, se llevó el dedo a sus labios y tragó el semen de Jorge. A continuación, sin una sola palabra, se dirigió a Luz y limpió su mano manchada con la lengua, hasta hacer desaparecer todo rastro de la brutal corrida de mi marido. Hizo lo mismo con el miembro de Carmelo, engulléndolo, aprovechando la dureza que le quedaba para dejarlo limpio. Y después ¡Joder, después! Después se dirigió a mí, y me besó. Sentí sus labios suaves, con sabor a sudor y semen, frotarse con los míos. Su lengua hizo ademán de entrar en mi boca y yo ¡Por Dios, yo la dejé! Casi sin darme cuenta, mis manos comenzaron a acariciar su espalda desnuda, mientras, tímidamente, mi lengua comenzaba a pelear con la suya.
No sé cuánto duró aquello. Sólo recuerdo los ojos de Luz fijos en nosotras, absorta ella con la boca abierta, y los cuerpos de los hombres, ciegos e intranquilos, escuchando aquella sarta de lúbricos sonidos y de gemidos emocionados sin saber qué era lo que estaba pasando. Cuando Eris se separó de mí. ¡Dios, he de reconocerlo! Ella se separó de mí y no yo de ella, yo hubiera seguido. Mi respiración se había acelerado, y en mi boca flotaba el excitante sabor agrio del semen y el aroma de eucalipto y marihuana que parecía emanar de su aliento.
Se alejó de mi cuerpo, dejando mis pezones erguidos, mi vientre sonrosado, y todo mi cuerpo ansioso. Desató a Jorge y Carmelo, que se quitaron la venda en cuanto tuvieron las manos libres. De nuevo, los cinco quedamos completamente desnudos.
- Seguidme.- Eris salió de la sauna y nos llevó a las duchas.
Mientras nos duchábamos, pude sentir la mirada de Eris sobre mi piel. Y también la mirada de Luz, y la de Jorge, y la de Carmelo. Claro que era una estupidez, ya que nadie parecía capaz de mantener la vista fija en un punto por más de dos segundos, pero yo seguía sintiendo las miradas, tocando como dedos expertos, cada uno de los centímetros de mi piel. Y me excité. Jamás habría pensado que había ciertas cosas que me podían excitar tanto hasta que entré en aquella maldita mansión bendita.
- Lo prometido es deuda.- Dijo la mujer de ojos verdes, ya vestida con unos zapatos y una bata a juego con sus ojos cuando acabamos de secarnos, extendiéndonos, a Carmelo y a mí, un albornoz blanco y unas pantuflas a cada uno. Nos vestimos sin demora y salimos detrás de Eris, cuyos tacones ya resonaban en el cavernario pasillo por el cual nos dirigíamos a no sé dónde.
Luz y Jorge tapaban como mejor podían sus vergüenzas. A cada puerta, a cada recodo del pasillo, parecían haber mil ojos expectantes, mirando con lasciva ansia los dos cuerpos desnudos. Una lágrima vergonzosa parecía querer abrirse paso en el semblante de Luz, pero sin llegar a caer.
No preguntéis por qué hice lo que hice, puesto que ni yo misma lo sé. No sé si fue una locura espontánea o lo llevaba pensando todo el trayecto. Tampoco me interesa averiguarlo. ¿Qué me empujó a ello? ¿Solidaridad? ¿Morbo? No sé, no quiero saber. Sólo sé que, cuando sólo habíamos avanzado unos metros, me desprendí del albornoz, dejando que cayera al suelo a mis espaldas. Sentí el aire fresco del pasillo golpear con frío mi piel. El viento parecía querer acariciarme y yo, no me oponía. Carmelo, que iba a mi lado, hizo ademán de recoger el albornoz, pero mi sonrisa, una sonrisa que jamás había visto en mi rostro, reflejada por la superficie amable de un espejo del pasillo, le indicó que no lo hiciera. Mi sonrisa Creo que es la imagen más nítida que recuerdo de anoche. Una sonrisa misteriosa, pícara, inocente pero perversa, arrogante y seductora. No era ni mucho menos la sonrisa de la Mona Lisa, no. La única sonrisa de ese estilo que había visto, se formaba, a cada rato, en los labios de Eris. La sonrisa de la Discordia. Ése sería el título perfecto. Discordia entre mi pasado hipócrita y mi presente embrutecido.
Seguí caminando desnuda y, ahora sí, supe que me llevaba las miradas de todos. Daba igual que le sacara más de una década a Luz y que en ella brillara la belleza de la juventud. Daba igual que hubieran otras dos personas desnudas. Había jugado la carta de la sorpresa y yo me llevaba todas las miradas, todos los ojos de las habitaciones cuyas puertas daban al pasillo que cruzábamos, todas las ventanas, cámaras, vistas, todo se dirigía a mí y me sentía feliz de ser el centro del mundo. Era el puto centro del mundo. Cada vez pasábamos más y más puertas, más y más ventanas. Cada vez, el calor de mi cuerpo iba ascendiendo.
¿Que-queda mucho?- susurró Carmelo, sin saber dónde mirar. No reconocía a su esposa. No se esperaba que yo supiera jugar mejor que él. "¿Qué pasa cariño? Tú mismo lo dijiste, es sólo un juego". Le envié la frase con la mirada. La mirada y la sonrisa. "Es sólo un juego. ¿Ya no quieres jugar?".
Está aquí al lado.- contestó Eris.
Vi a Eros. El apuesto rubio de ojos azules, vestido impecablemente con un elegante traje de chaqueta, apoyado en una puerta, viendo pasar la desnuda comitiva. "¡Mírame!" Ni siquiera necesitaba decirlo, en ese momento era el centro del mundo y me bastaba con pensarlo para hacerlo entender. "¡Tú, sí, tú, mírame! ¡Mira mi cuerpo, mis tetas, mis pezones grandes y erguidos! ¡Mira mi culo al caminar, cómo bambolea las prietas carnes de mi adultez y mi adulterio! ¡Mira mi sexo desnudo, con una leve línea de vellos, cuidado y bien presentado para ti, que me estás mirando! ¡Mírame! ¡Tú, sí, tú, mírame!".
Eros se unió a nuestro grupo. Se puso al lado de Eris, encabezando la Procesión de la Lascivia que formábamos.
¿Quién ha ganado?
Marta, me está empezando a gustar la actitud de esa mujer.- En teoría yo no podía escucharlo, pero me da igual. Lo oía. Y lo oía por que era el centro del mundo y todo lo que pasaba en él era por mí.
¿Y quién no te gusta a ti? Todas y todos son buenos para ti.
Pero ella es especial. Ella es quizá la mejor de todo lo que ha pasado por aquí.
Veremos si es verdad. Ahora llegamos a mis dominios.
Estoy segura de que no defraudará. Por cierto ¿Qué ha pasado con tu grupo?
Demasiada ansia. Los he dejado en la gran cama.
Bueno ¿Me dejas que te acompañe para observarla?
Por supuesto, pasa tú primera.
Poco a poco, paso a paso, habíamos llegado a una puerta grande, con una especie de dibujos tribales de color rojo pintados sobre el marrón de su superficie. Eros puso su enrome mano sobre ella, y la puerta se abrió sin un quejido de sus goznes. Una diminuta sala, de tamaño casi decepcionante en proporción a la puerta de entrada, nos recibió en su cálido ambiente. Otras dos puertas, más pequeñas, en la pared del fondo, esperaban que las atravesáramos.
- Tienen que elegir una.- Dijo Eros.
Ni siquiera tuve que pensarlo. Atravesé la puerta de la izquierda sin dudar.
- Sígala, Jorge. Luz, Carmelo, pasen por la otra. A partir de este momento, todo queda a su disposición.
Cuando Jorge entró, la puerta se cerró de golpe. Nos encontramos en otra sala, igual o incluso más pequeña que la anterior. Una especia de banco sin respaldo presidía la espartana sala sin más decoración que las propias paredes y una pequeña cámara cuyo sempiterno ojo vigilante nos miraba con mecánica avidez.
- El peaje de flujo y semen.- La voz suave de Eros me sorprendió desde ningún lugar. Un altavoz, seguramente escondido en cualquier parte, retransmitía las palabras del rubio.- Si quieren pasar a la habitación, antes, tendrán que esforzarse. De nuevo, no se les permite follar. Usarán sus dedos y bocas para conseguirlo.
No hizo falta más. Me giré hacia Jorge y lo atraje hacia mí. Lo besé con pasión, mientras mis manos se repartían su nuca y su sexo, y las suyas se apoderaban de mis nalgas. Su miembro ya se erguía, duro y enhiesto, predispuesto a atacar barreras. Lo llevé hasta el banquillo y lo tumbé en él. Antes de llevármelo a las cimas del placer, me quedé durante un segundo observándolo. Su piel tostada, su verga apuntando al techo, sus piernas fuertes, su pecho poderoso, su vientre escupiendo al aire la gloriosa visión de sus abdominales marcados y perlados de sudor. Me coloqué encima de él, con mis piernas en su cara, y la mía sobre su sexo.
Pese a esperármelo, su húmeda lengua me arrancó un escalofrío al posarse sobre mi clítoris. No pude reprimir un movimiento involuntario de las piernas, aunque lo tomó como una buena señal y siguió con lo suyo, con lo mío. Sus dedos se colaron en mi húmedo interior, obligándome a tapar un gemido en su verga, que se colaba hasta mi garganta.
Chupaba, lamía, y era chupada y lamida. Todo me parecía irreal, nada estaba pasando y todo estaba pasando. Sabía que las sensaciones de mi cuerpo, los relámpagos de placer que mi sexo me proporcionaba, eran reales, pero el cómo, el cuándo, el dónde Todo eso era una mentira. Seguramente yo no estaba allí y lo soñaba todo y mi marido no estaba en la habitación de al lado chupándole el coño a una guarra. Mi marido ¡Maldito cabrón! "Es sólo un juego, cariño " Pues bien, sigamos jugando.
Mi lengua resbaló de la verga de Jorge y lamió sus testículos, acariciando su vello púbico con su humedad. Él gemía. Yo también. Su lengua era una serpiente ansiosa que se balanceaba en mis entrañas, sin olvidarse de prodigar sus placenteras caricias a mi pequeño capuchón, que emergía ardiente y erecto, incendiando toda la sangre que pasaba por su interior.
Vuelvo a jugar traviesa con su agujero vedado. Ya no gruñe ni rebufa, ya no intenta negarse. Simplemente se rinde a mis caricias y deja que mis dedos toquen a la puerta sin querer entrar. Jugaba, "Es sólo un juego" entonces jugaba. Jugaba con el cuerpo de Jorge y, de seguro, con la mente de Carmelo. Jugaba y el juego me excitaba. Me excitaba por que me sentía puta con la verga de Jorge en la boca, subiendo y bajando, subiendo y bajando, mientras su lengua se enredaba con mi clítoris.
El cuerpo me empezaba a doler por la postura forzada, con un pie en el suelo y el otro al lado de la cabeza de Jorge. Tenía que acabar con él, volverlo a derrotar como antes. Pero los ejércitos ahora luchaban en igualdad de condiciones, y sus labios parecían dispuestos a llevarse la batalla. Así que aumenté la velocidad de los movimientos, hasta que sentí palpitar cada vena de su polla en mis labios. Pero él se contagió de mi velocidad, y sus dedos en mi sexo y mi clítoris, y su lengua en todos sitios. Omnipresente, omnipotente, me arrancó del cuerpo un violento orgasmo mientras me esforzaba en llevarlo a él conmigo.
Nos corrimos. Inundó mi boca con su semen y manché sus dedos, que me buceaban, con mis flujos. Me convulsioné, atravesada por agujas eléctricas que me bailoteaban en el cerebro, mientras Jorge tensaba y destensaba a partes iguales su cuerpo. Nos incorporamos, con los músculos aún temblando.
- Ya está.- Exclamó Jorge, esperando que la puerta se abriera.
Pero me quedaba por jugar la última baza. Fruto del emputecimiento que estaba sufriendo, no dudé en meter uno de mis dedos en mi boca, y sacarlo embadurnado del semen que no había llegado a ingerir, y mantenía en mi lengua. Lentamente, con mirada desafiante, lo mostré a la cámara, chorreando esperma, y sin demora lo metí entre mis piernas, introduciéndolo en mi sexo. Caliente. Ardía mi sexo caliente. La sangre elevaba la temperatura hasta límites más allá de febriles. Ardiente. Mi cuerpo ardiente aún me regaló un nuevo relámpago de placer al sacar mi dedo de mi interior y subirlo, acariciando el clítoris. Y mientras tanto, mis ojos no se separaban de la cámara, mostrando una mirada prepotente.
Y de nuevo, mi dedo llegó a mi boca, con su combinado de flujo, semen, saliva y sudor. Lo lamí, regodeándome en su sabor agridulce. En mi mente, una palabra "Puta". Yo, puta.
Zumbó la puerta y pasamos a través de ella. Enorme se quedaba corto. La habitación era gigantesca, con divanes, mesas, cuadros, esculturas y, al fondo, roja e incitante, una gran cama señorial, con sábanas de seda. Avanzamos nuestros cuerpos desnudos por el suelo alfombrado. Caímos, besándonos, sobre la cama. Nos revolcamos sobre las sábanas, sintiendo cómo su miembro ganaba, de nuevo, en dureza y calor golpeando mi pierna.
A nuestra izquierda, un cristal completamente transparente. A través de él, se podía ver otra habitación completamente igual que la que ocupábamos. Mientras los besos de Jorge llenaban mis labios y mi piel, aquella otra habitación, aquella otra cama, fue ocupada por Luz y Carmelo. Allí estaban ellos. Tan desnudos como nosotros, tan calientes como nosotros, tan adúlteros como nosotros. Carmelo se regocijaba con su lengua en los enormes pechos de Luz. Se quedó de piedra cuando me vio a través del cristal, tumbada en la cama, con los labios de Jorge sobre mi vientre y bajando, las piernas abiertas y mi mirada Mi mirada puesta en sus ojos, regocijándose en su sorpresa. Miró con rabia por un momento mi sonrisa, justo antes de que desapareciera, sepultada por un gemido causado por una lengua que acababa de acariciar mi clítoris. No aguanté más, cogía la cabeza de Jorge y la atraje hacia la mía. Lo besé, con pasión, con lujuria, olvidándome de quién era él y quién era yo. En ese momento sólo éramos una hembra debajo del cuerpo sudoroso de un macho. Nada más allá.
- Métemela. Por favor, métemela.- susurré, con un bufido que atravesó mis dientes.
Jorge obedeció, mientras su esposa y mi marido caían sobre su cama. Mientras Jorge introducía su miembro, lentamente, poco a poco, Carmelo penetraba con furia a Luz, que aguantaba las embestidas a cuatro patas en la cama. "Cerda. Cerda tú y puta yo. Cerda." Pensaba
- Más - Mi voz se había convertido en un anhelante suspiro bronco, cargado de excitación hasta las cejas.- Más - Repetí, y no por que no me obedeciera, sino por que quería más y más y todo, por fin mi sexo recibía esa noche un buen pedazo de carne y lo quería con todo mi ansia.
Jorge aceleró sus envites. Era gozo y era rabia, por que él también miraba a Luz y le excitaba y le molestaba no ser él el que le arrancaba esos gemidos. Sin saber cómo rodamos por la cama, y cambiamos de postura. Ahora él estaba situado a mi espalda, penetrándome sin piedad, dejándome expuesta cara al cristal, desnudo el subibaja de la respiración acelerada de mis pechos a las miradas de la otra pareja que follaba al otro lado del cristal. Desnudo mi sexo penetrado, desnudo mi vientre, desnudos mis pezones endurecidos de pasión, desnudos también mis gemidos ante sus ojos.
Sentí el calor de mi vientre crecer y crecer y crecer y explotar. Grité como una posesa mientras Jorge no detenía sus embestidas sobre mí. Me corrí sumida en la desesperación de un orgasmo sobrecogedor y, cuando quise reponerme, una nueva explosión de placer asaltó mi cuerpo, acompañada, esta vez sí, por la eyaculación de mi compañero. Me sentí llena, llena de flujos y semen, pero ansiosa de retener allí su calor para el resto de mi vida. Al otro lado del cristal, en la otra cama, el sexo se había vuelto furia descontrolada. Les dolía. Les dolía que nos corriéramos sin ellos y también les excitaba, y mucho, como a mí, como a nosotros.
También ellos, amándose como animales, llegaron al tan deseado fin de la excitación. El orgasmo les asaltó, a él de rodillas, tras ella, y a ella gritando, con una mano aferrada a su trasero, la otra sobre su clítoris, y la cara enterrada en las sábanas de seda roja.
Mientras recuperaba el ritmo de respiración normal, no paré de besarme con Jorge. Ahora él se había convertido en mi hombre. Él era mi polla, mis labios finos, mi torso garabateado de vello. Él era mis nalgas firmes, mis piernas atléticas ¡Mi hombre, joder!
Poco a poco, y gracias a mis caricias, aquél trozo de carne fue recuperando su firmeza. Su verga despertó de nuevo, mientras sus manos jugaban en mi sexo caliente y mis gemidos de nuevo le llenaban los oídos. Sus dedos me sorprendieron gratamente, extendiendo sus caricias hacia aquél agujero oscuro que boqueaba tímidamente bajo la yema de sus dedos.
Mi mano acariciaba pausadamente su verga recién endurecida, que ya se iba tiñendo de un calor incoloro pero placentero. Lo mantuve tumbado, así, con la verga erecta, como un estandarte en tierra baldía. Me coloqué encima de él y fui enterrando su carne en la mía. Gemía yo de gusto. Sentía su miembro perforándome las entrañas, como si fuera mucho más grande que las que había conocido antes. A lo mejor lo era, no sé, lo que sí sabía es que estaba dispuesta a disfrutar, y más aún cuando él llevó sus manos a mis nalgas y siguió acariciando mi ano.
Mi respiración ya no era tal. Era un torrente ruidoso y continuo de inhalaciones y exhalaciones. Miré a los otros. Luz hacía lo posible por llevar de nuevo la verga de Carmelo a su nivel máximo de dureza. No le costó mucho, y acto seguido volvía a embutir su verga en su joven coño. Copiaron nuestra postura, y mientras Jorge me acariciaba el ano, y Carmelo llevaba sus manos hasta los pechos de Luz, yo cerraba los ojos. Disfrutando, rindiéndome al morbo, gozando planeando.
Me levanté, dejando húmeda la polla de Jorge y ansiosa de más. Me arrodillé a su derecha, dando la espalda al cristal.
- Métela por donde sabes si tienes lo que hay que tener.- Ataqué duro, eché el resto de carne en el asador de su excitación, dispuesta a que me quemara.
Me coloqué a gatas y no tardé en sentir una lengua pasearse por el valle que formaban mis nalgas, deteniéndose a acariciar mi vedado agujero. Me estremecí y mi ano palpitó. Mmmmmm. El placer, el morbo de lo prohibido iba a aumentar mucho. Ya vería Carmelo dónde quedaban los "No, cariño, por ahí no, que sabes que me duele ", los "¡Si quieres darle por culo a alguien te buscas a una puta! ¡Yo no soy una puta!". Y era verdad, por aquellos entonces, yo no era una puta. Pero ahora Ahora sí, era una puta. "Es sólo un juego". El juego de jugar a ser puta. PUTA. Así, con mayúsculas. PUTA.
Un dedo se internó en mi culo sin dificultad, y eché la vista atrás para saber si Carmelo lo veía. No. Estaba demasiado ocupado chupándole las tetas a Luz. Un nuevo dedo acompañó al intruso allí atrás y gemí. No sé si de placer o de dolor. Quizá de las dos cosas. Quizá sólo de placer. Poco a poco, mi agujero se abría, las piernas me temblaban, y el sexo me ardía. Apoyé la cabeza en la cama, y abrí mis nalgas con mis propias manos.
- ¡Hazlo ya!- Mi excitación había hablado por mí a través de mi boca. El animal sexual que habitaba en mi cuerpo había despertado y ya tenía el control absoluto. Sentí a Jorge levantarse, y una torre ardiendo colarse entre mis nalgas. Yo misma llevaba mis caderas hacia atrás, introduciendo esa enrome polla en mi estrecho agujero. De repente, dos manos me cogieron de la cintura con una fuerza desproporcionada. Otro animal sexual había despertado. Y, en un momento, un golpe, un estirón, algo muy grande colándose hasta mi garganta, robándome la respiración. Grité, herida por el dolor causado por la espada de mi hombre, de mi polla.
Pero Jorge desoyó mi grito, y nunca me he alegrado más de que mis palabras pasaran desapercibidas. Mientras mi mano derecha abandonaba mi culo y pasaba a mi clítoris, Jorge seguía con sus embestidas, haciendo que el dolor se fuera disipando, golpe a golpe, hundido bajo otro sentimiento más fuerte. Placer, odio, discordia, amor, gusto, celos, despecho Todas esas sensaciones se agolparon en mi vista, mientras detrás de mí ocurría el resto de cosas importantes en el mundo.
Jorge me sodomizaba, escupiendo gemidos, con rabia, mientras Carmelo veía la escena, contemplando cómo su mujer, a cuatro gatas, era atravesada por un agujero que no era su sexo. Podía ver la espalda y el culo de Jorge, y cómo me estaba destrozando el culo. Carmelo penetraba con fuerza a una Luz que gritaba de placer, envuelta en una nube de orgasmos causados por la rabia de la verga de mi marido. Y yo sé lo que mi esposo pensaba. "Puta". Y a mucha honra, cabronazo. Que se jodiese. Mi mano seguía frotando mi clítoris, mientras mi joven acompañante no frenaba ni por un momento, sus duras y placenteras penetraciones. No sé cómo lo hizo, pero en un momento, me encontré con tres dedos de Jorge penetrando mi sexo. Exploté. Gemí, maldije, chillé, mientras me corría como una posesa, abandonando el control de mis músculos al vaivén de ráfagas de placer que me asaltaban. Temblé de pies a cabeza, sintiendo como Jorge me inundaba las entrañas de nuevo con su esperma.
Caí, derrotada, sobre las sábanas, con el miembro de Jorge aún embutido en mi ano. Por la postura, el agujero se cerró un poco más, exprimiendo las últimas gotas del caliente líquido del joven y mandándome otro ramalazo de gusto.
Su peso sobre mi espalda me pareció divino. Su calor parecía tener ganas de abrigar mi cuerpo desnudo completamente. Casi protesté cuando se alejó de mí, para tumbarse a mi lado.
- Ha estado impresionante.- Me susurró Jorge.- Nunca imaginé que fueras tan
No dejé que continuara, lo besé tiernamente para frenar sus palabras y me abracé a él. En la habitación contigua, Carmelo también se corría y, unos segundos más tarde, gracias al trabajo de su mano sobre su clítoris, Luz también lo conseguía.
De repente, se oyó el clic de un interruptor y el cristal perdió casi por completo la capacidad de permitir la visibilidad. Su trasparencia dejó paso a una dura superficie traslúcida que no dejaba averiguar qué pasaba allí. No me importaba, besé de nuevo los suaves y calientes labios de Jorge, pasé mi brazo por su torso, y me dormí con su hombro de almohada.
Y ahora, aquí estoy, esperando que Jorge despierte. Nuestra ropa descansa, perfectamente doblada, en una de las sillas, coronada por los respectivos anillos de boda. Mientras mi mano se hunde por las sábanas, aferrándose a la dureza de su miembro, Jorge abre sus ojos lentamente, como asimilando dónde está y quién le acaricia.
- ¿Un último polvo de despedida?- le susurro al oído.
De pronto, vuelvo a escuchar el clic del interruptor y el cristal recupera su transparencia. Al otro lado del cristal, dos personas despiertan lentamente