La Mansión Ballbusting III - Salón De Clases

Ramón experimentará su primer dolor de huevos.

Saludos, lictores de TR. Escribir relatos es como un guion de Hollywood. Los detalles imperfectos se omiten, se exageran algunos y se añade algo que se esperaba y que al final no sucedió. Por eso aún siguen produciendo películas de la saga Fast & Furious o como superar a Misión Imposible (en lo inverosímil, claro).

Hay un viejo adagio que habla sobre probar las cosas que no nos gustan, y tal vez descubramos más de nosotros mismos. Ramón se sentía de esa manera a solas en la oficina, había acordado hacer el trabajo de un colega para que él tuviese así la noche libre con su novia. Cuando su compañero de trabajo le hacía el favor, se la pasaba en casa escuchando música y leyendo, por lo que le daba igual si se quedaba hasta tarde o no en la oficina.

El joven de 21 años, era de estatura baja y delgado. Recién había culminado sus estudios y rentado un piso en el centro de la ciudad, por lo que vivía solo y sin ninguna preocupación más que llegar a fin de mes. Su piel blanca tenía lunares y su cabello corto rojizo estaba siempre algo desaliñado, con un par de ojos verdes chispeantes que siempre estaban llenos de optimismo.

Pero en aquel momento estaban cargados de cansancio y sueño. Le ardían un poco al llevar varias horas mirando a la pantalla del computador, chequeando informes, balances y redactando documentos y diversos textos. Desperezándose, Ramón se frotó los ojos por varios segundos y al terminar, la vista la tenía algo borrosa y apenas distinguía las formas en la incipiente oscuridad de la oficina.

Bostezó, dudaba poder terminar todo el trabajo esa noche y ya era algo tarde. En la oficina no había nadie más y dudaba que en el edificio hubiesen muchas personas, además del personal nocturno de Mantenimiento. Convencido, estiró los brazos encima de su cabeza y guardó todo lo hecho hasta entonces para apagar el computador y regresar a su piso a descansar.

Saliendo de la oficina, Ramón caminó por el pasillo desierto y se acercó al elevador. Movió un poco el cuello y los hombros antes de presionar el botón del elevador y esperó. Lentamente el número del elevador, que estaba en el 15, comenzó a descender hasta su nivel; el 9. Cuando la puerta se abrió, descubrió que el elevador no estaba vacío.

Ella estaba allí. Su nombre, Abril. Trabajaba para una firma financiera relativamente importante, aunque no sabía exactamente lo que hacía. Solo conocía de ella su edad, diez años mayor que él y que era algo callada y rara vez compartía con sus compañeros de trabajo. Su cabello rubio liso y ojos azules la hacían destacar con facilidad, parecía una persona muy correcta y profesional en lo suyo.

Ramón permaneció de pie frente al elevador, y ella le miraba expectante; esperando si se decidía o no a entrar. Vestía su uniforme, una camisa blanca abotonada y chaqueta gris encima, con una falda hasta las rodillas del mismo color y tacones negros altos, que la hacían ver aún más alta de lo que era.

“Vienes o no?” preguntó ella con algo de impaciencia.

“Si, perdona…” contestó Ramón y entró. La puerta del elevador se cerró y el joven se puso a su lado.

El elevador reanudó su descenso hasta la planta baja, y por unos segundos permanecieron en silencio. Ramón respiró profundamente y pasó su mano por el pecho, era un gesto que hacía cuando estaba en una situación incomoda como aquella, pero no había razones para estarlo.

“Día largo, no?” comentó Abril de improviso, sorprendiendo al muchacho.

“Así es…” respondió Ramón lacónicamente. “Supongo que ambos lo tuvimos.”

“Si, no te imaginas lo estresada que estoy…” dijo la mujer con pesadez.

Y de nuevo otro silencio tenso. En menos de un minuto, el elevador llegó a planta baja y las puertas se abrieron nuevamente. El chico supuso que ese era el final de su fugaz y casual encuentro y salieron del elevador resueltamente al vestíbulo principal y de allí a sus respectivos hogares. Ramón se rezagó y pudo deleitar sus ojos con la vista posterior de Abril, un culo firme y redondo, con las carnes en sus justas proporciones y lugares.

De pronto la mujer se detuvo al llegar a la salida y se volteó.

“Que tengas buena noche,” le dijo.

“Igual…” pudo atinar a responder Ramón y se enfiló por la acera de la calle.

No había recorrido diez metros cuando escuchó ruidos de tacones y se giró. Abril estaba a solo unos pasos de distancia.

“Necesitas que te lleven?” preguntó.

“Estoy bien, gracias de igual manera,” contestó Ramón.

“Pero que dices. Es tarde, y al menos podríamos hablar en el camino…” repuso Abril. Al chico no le pareció mala idea.

“Vale, eres muy amable.”

Abril se giró rápidamente y Ramón caminó a su lado de regreso al edificio para ir hasta el parking inferior. Ya listos en el coche, Abril se puso en marcha no sin antes pedirle que se abrochase. Ramón si lo hizo, aunque percibió que más que una sugerencia, fue una orden que no debía ser cuestionada. Tal vez lo que había escuchado de sus compañeros de curro acerca de lo estricta y autoritaria que ella era podía tener base.

Por su parte Abril no abrió la boca en varios minutos. Sus ojos estaban fijos en el camino, por suerte el flujo de coches había disminuido lo suficiente como para no tener que estresarse. Por un instante pensó que había sido poco inteligente el aceptar su oferta, ya que no parecía dispuesta a hacer algún comentario aleatorio y a él le podían los nervios y la timidez de dar el primer paso.

“Eres muy callado… pareces un chico muy extrovertido,” dijo Abril rompiendo el tenso silencio.

“Si… solo que no te conozco tan bien… sin ofender,” respondió Ramón aún cohibido.

Abril siguió conduciendo y rió por lo bajo.

“Entiendo. O será que habéis escuchado sobre mi en el edificio? No te cortes, sé directo.”

“Creo que si… es decir, algo he oído,” admitió el muchacho, sin saber si estaba cometiendo o no un error.

Sin embargo, a Abril no le pareció importar su sinceridad.

“No todo es verdad. Aunque no puedes estar seguro de ello,” repuso ella con un atisbo de picardía en su voz. Ramón tragó saliva algo incómodo.

Volvieron a quedarse en silencio por un momento y al detenerse frente a una luz roja, Abril le miró con intensidad.

“Y… no piensas confirmar algunos chismes? Te dije que podríamos hablar por el camino,” dijo ella.

“Eh… es que… no quisiera incomodarte. Pareces una persona muy seria y correcta,” respondió Ramón como disculpándose.

“Y es verdad. En mi trabajo, claro está. Insufrible, malhumorada, y podría seguir toda la noche… así es como me conocen en mi oficina,” declaró Abril.

Si bien no podía decir que era conversación amena, Ramón si pensó que ella tenía una extraña forma de romper el hielo y no sufría por como los demás la calificasen.

“Soy como cualquier mujer que miras por la calle, y al mismo tiempo muy diferente,” resumió.

“En que sentido? Disculpa… no debí preguntar…” vaciló Ramón luego de hablar.

“Ya, no te preocupes. Te dije que podíamos hablar, aunque si deseas límites en cuanto a que preguntar o decir, bien…” repuso Abril, poniéndose en marcha al notar la luz verde.

El chico no entendía nada de lo que ella estaba hablando. No parecía ser muy coherente y luego recordó otro de los comentarios que había oído acerca de Abril, y comenzó a interesarse un poco por lo que había dicho ella sobre ser diferente a otras mujeres.

“Algo más que desees saber de mi?”

“Bueno…” dijo Ramón, dudando si hablar o no pero armándose de valor lo hizo. “Hay algunos que dicen que se te ha ido la pinza…” comentó el chico con voz que se fue apagando, esperando un insulto o que frenase el coche en seco. Pero nada de eso sucedió, en su lugar pudo oír una suave carcajada.

“Oh… eso . Digamos que… soy muy estricta con lo de la autoridad. Orden y disciplina, como cuándo una maestra castiga una falta de su alumno, alguna vez te castigaron en el colegio?” preguntó Abril con voz que parecía un ronroneo.

La cara que puso Ramón fue entre sorpresa y nerviosismo. Creía que solo él hacía las preguntas.

“Pues… no. Nunca…” respondió Ramón con voz ahogada. Ahora era Abril la que parecía estar sorprendida.

“Nunca? Mmm… un chico bueno… una lástima…”

“Porqué?” quiso saber un Ramón que estaba cayendo en el juego de esa mujer, sin saberlo o no.

Abril no contestó inmediatamente pero lo hizo al detener el coche en otra luz roja.

“Me ponen a cien los chicos malos…” dijo ella con un tono de voz cargado de lujuria pura. Ramón tragó saliva y el corazón se agitó en su pecho. Su respiración se aceleró, las manos comenzaron a sudarle, con siete palabras ella le estaba provocando como nunca antes lo había hecho otra chica, mucho menos una verdadera mujer como ella.

Ella le miró por largo rato, intensamente y con una sonrisa perversa. Ramón parecía que había contenido la respiración pues su cara comenzó a sonrojarse con inusitada rapidez. La luz cambió y Abril volvió a poner el coche en marcha, conduciendo despacio por distintas calles y avenidas, algunas de ellas desiertas. La mujer movía la cabeza levemente, como imaginando una melodía pegajosa y suave. El muchacho movía los labios de un lado al otro, concentrando su atención en su ventana.

“Puedo preguntarte algo? Si no te molesta,” repuso Abril jovialmente.

“Cl-claro…” titubeó Ramón sin mirarla.

Detectando el tono nervioso en su voz, Abril supo que había logrado sacarle de su zona de comodidad. Por varios meses aguardó por ese momento, un día casual en el que se encontrasen y estar a solas. Ya era tiempo…

“Te gustaría ser mi chico malo por una noche?” preguntó con un leve suspiro al dejar de hablar.

Aquellas palabras tuvieron el efecto deseado. Ramón volvió a tragar saliva y la miró, ese rostro hermoso y serio que había mirado en varias oportunidades, ahora le miraba con una sonrisa que jamás hubiese imaginado, tal vez en un sueño sucio. Durante una fracción de segundo creyó que nada de eso estaba pasando y por ello no respondió.

“Que dices? Puedo ser tu profesora y tú, mi alumno… mi alumno pervertido,” murmuró Abril en voz baja y seductora.

Ramón fijo los ojos en su regazo. No tenía idea de qué pretendía lograr o que tan literal se estaba tomando las cosas.

“Un si o un no es suficiente. Pero créeme, si aceptas… nos vamos a divertir mucho.”

“Buff… no sé. Que tienes en mente?” quiso saber Ramón.

“Conozco un lugar en el cual tengo membresía. Es un lugar muy bonito y tendremos privacidad para jugar… toda la noche, o hasta que aguantes...” terminó diciendo ella en un susurro.

No parecía una mala idea. No creía prudente llevarla a su piso o visitar su casa así que terminó accediendo a sus deseos. Abril sonrió triunfante y pronto tomó la vía fuera de la ciudad y condujo por más de veinte minutos. En el camino hablaron un poco más, no obstante en par de ocasiones la mujer le recordó que pronto recibiría la disciplina que no había recibido como colegial.

Ese pequeño aspecto era el que más le inquietaba y el que más evitaba en detallar Abril. Era ella una especie de amante de la dominación y el sado? Por lo poco que le había dicho, esa posibilidad era más que probable pero no dijo nada, ya le había dado el sí y solo esperaba que todo saliese bien.

Después de veinte minutos conduciendo, Abril redujo la marcha y dobló a la derecha por un camino de tierra, adentrándose en un pequeño bosque de coníferas. Ramón se preguntaba a donde coño se dirigían en mitad de la noche por un camino de tierra. El panorama se amplió y pudo ver a lo lejos una magnífica mansión de grandes dimensiones y frente a ella, una magnífica fuente coronada por una estatua renacentista de un joven desnudo, cubriendo sus parte íntimas con una mano.

Deteniendo el coche frente a la escalinata principal, ambos notaron que había un A8 negro aparcado a unos metros de distancia. Abril exhibió una amplia sonrisa, que podía augurar cosas buenas… o no tan buenas.

“Supongo… que este es el lugar…” comentó Ramón tratando de parecer menos preocupado de lo que en verdad estaba.

“Si, un lugar increíble. Hermoso, no crees?” preguntó Abril mirando la estatua de la fuente.

“Si… una fuente muy bonita,” contestó el muchacho cohibido.

Subieron juntos la escalinata hasta llegar a la gran puerta de la Mansión. Abril llamó a la puerta y tras ser observados por una cámara en la esquina superior, se pudo escuchar un débil chasquido y la puerta se abrió lentamente. Cruzando el umbral, lo que Ramón vio al entrar le dejó sin palabras.

Era un amplio vestíbulo circular con una escalera doble que conducía a las habitaciones superiores, el piso era muy brillante y reflejaba el artesonado del techo, las pisadas de Ramón y Abril resonaban en la silenciosa estancia. Un lugar muy regio pero al mismo tiempo su silencio despertaba una interrogante inquietante.

Al tope de la escalera y en el centro del corto rellano, descansaba un enorme lienzo púrpura apoyado en la barandilla de la escalera, y en letras doradas las iniciales MB. A su izquierda se hallaba un pequeño mostrador al cual se dirigió Abril llevándole de la mano, como una madre a su hijo. Una mujer de cabello castaño recogido en una cola de caballo y gafas, estaba del otro lado. Vestía una chaqueta púrpura con las mismas iniciales en el lado izquierdo de su pecho.

Aunque no conocía la verdadera naturaleza del lugar, tenía una vaga idea que debía ser algo extravagante o exclusivo para estar tan lejos de la ciudad.

“Bienvenidos a la Mansión Ballbusting. Tienen alguna reservación para esta noche o membresía?” saludó la mujer con cortesía.

“Si, tengo membresía exclusiva,” respondió Abril sacando una tarjeta dorada de su bolso y entregándola a la recepcionista, que introdujo los datos en el ordenador.

“Bienvenida, señorita Benítez. Mucho tiempo sin verla por aquí,” dijo la recepcionista entregando la tarjeta.

“Trabajo y más trabajo, que os puedo decir. Pero hoy quiero relajarme como siempre,” comentó Abril con una sonrisa.

“En un momento Lady Ballbusting les recibirá. Acaba de atender a otros clientes que recién llegaron. La joven Rebeca haciendo de las suyas,” musitó la mujer a modo de chisme.

“Vaya, vaya… en ese caso, no importa esperar.”

Abril y Ramón se apartaron de la Recepción de la Mansión y el muchacho se dedicó a detallar el vestíbulo. La mujer se mantuvo a su lado con expresión tranquila y a la espera, no era la primera vez que estaba allí pero si tenía algo de emoción por estar junto a Ramón.

“Parece que no es la primera vez que vienes,” afirmó el chico.

“Es cierto. Pero si se siente como la primera vez, ya que estás conmigo.”

“Ah si?” inquirió Ramón con algo de perspicacia.

“No lo negaré, deseaba haberte traído aquí desde hace tiempo,” confesó ella.

La afirmación pilló algo desprevenido a Ramón, pero solo incrementó sus preguntas y dudas.

“De verdad? Porqué?”

“Te lo dije… me pone mucho castigar a los chicos malos. Y tú, ya estas empezando a ser uno…” sonrió ella con lascivia y Ramón no dijo nada. “Eres bueno con juego de roles?” añadió.

“Qué?” exclamó confundido.

“Ya lo sabrás…”

La espera por la dichosa Lady Ballbusting no duró mucho y ante ellos se presentó una mujer alta, rubia y con vestido negro elegante hizo acto de presencia. Sin duda alguna era Lady Ballbusting, su mirada era confiada pero sus ojos verdes parecían brillar como dos esmeraldas. Se paró frente a ellos y Ramón estaba babeando de solo verla. Era verdaderamente una belleza y el cabello suelto y lacio caía por sus hombros.

“Bienvenida de nuevo, Abril. Ha pasado algo de tiempo,” dijo Lady Ballbusting.

“Si, un poco solamente. Empezamos?” repuso Abril ansiosa por primera vez.

“Por supuesto, síganme…”

Lady Ballbusting les guió por algunos lugares de la Mansión Ballbusting, describiendo superficialmente el lugar y los servicios que ofrecían a sus miembros, hablaba más para Ramón que para Abril, que de sobra conocía todo.

Finalmente volvieron al vestíbulo principal y la anfitriona les llevó a la oficina para la firma de los contratos. Abril firmó y esperó a que Ramón hiciese lo mismo cuando empezó a leer.

En resumen; si firmaba, daba su consentimiento explícito para que ella jugase con sus joyas de la manera que quisiese. Ramón, que esperaba algo más de tipo Ama/Sumiso, estaba en verdad sorprendido por el contenido del contrato y vaciló al momento de firmar.

“Puedo retractarme?” preguntó.

“Por supuesto que puedes! Pero la cuestión es, de verdad quieres hacerlo?” preguntó Abril con una mirada enérgica.

La miró directamente a los ojos. No podía creer estar en esa situación tan extraña pero a la vez, sentía la adrenalina a niveles preocupantes. Todo lo que le había dicho anteriormente y de la manera en que lo había hecho era demasiado excitante para rechazarla, a pesar de que probablemente significase una cierta cantidad de dolor. Pero tal vez, solo tal vez, le terminase cogiendo el gusto.

Para su propio asombro, firmó el contrato con el corazón latiendo a todo dar. Luego miró de soslayo a Abril, que no parecía tan radiante como se sentía por dentro. La dueña de la Mansión preguntó si deseaba la misma habitación o si en lugar de eso deseaba variar un poco las cosas. Mordiéndose el labio, Abril indicó que su fetiche era innegociable.

Tres mujeres acudieron al llamado de Lady Ballbusting y escoltaron a Ramón a la habitación. La duda en la cabeza del muchacho era que podía esperar al llegar allí, alguna clase de habitación oscura o algo peor? Además, esas tres mujeres que no decían ni una sola palabra le inquietaban un poco. Nada más lejos de la realidad, al llegar al lugar elegido por Abril, no pudo estar más sorprendido.

Era una simple habitación. Amplia y espaciosa, estaba decorada como cualquier salón de clases en un colegio o universidad. En una de las paredes había un gran pizarrón, con un escritorio y silla al frente. El aula tenía varias mesitas y sillas que ocuparían los demás alumnos pero en ese caso, Ramón sería el único en esa clase tan especial. Con mapas e ilustraciones en las paredes, se veía totalmente realista y esa era la intención principal. Pero con su uniforme de trabajo no encajaba con el entorno y las mujeres le entregaron pantalón negro, camisa blanca de mangas largas y un pullover gris.

Al terminar de cambiarse, no pudo evitar pensar que lucía como el típico empollón de película. Las mujeres se marcharon en silencio y con una señal le indicaron que se sentase en la mesa frente al escritorio, lo cual hizo. Aquello comenzaba a parecer muy tonto pero Ramón no abrió la boca y permaneció sentado en su asiento, aguardando la llegada de Abril.

Miró a su alrededor, en busca de cámaras o algo extraño pero la habitación era solo eso, una habitación acondicionada para ese fetiche particular. Sobre el escritorio, Ramón observó unos objetos curiosos en los que no había reparado y que fácilmente se hallaban en cualquier escritorio de un colegio real. Una manzana roja como un refulgente rubí, una regla de madera gruesa, un libro de buen grosor y un borrador.

Los minutos pasaban despacio y el muchacho ya meditaba en levantarse y salir de allí. Pero justo cuando apoyó la mano sobre su mesa la puerta se abrió de repente y por ella entró Abril. Inmediatamente dedujo la razón de su retraso pues al igual que él, se había cambiado de ropa para ir más acorde con la situación. Vestía una falda gris por encima de las rodillas, ceñida y que ayudaba a remarcar su lindo culo, tacones negros y camisa mangas largas azul oscuro de botones, llevaba también el cabello recogido en una cola de caballo y lentes. Al verla no pudo evitar sentir una repentina erección, la cual trató de controlar desviando la mirada.

Abril mantuvo su expresión serena y se sentó detrás de su escritorio, pretendiendo examinar un libro de calificaciones y negando con la cabeza.

“Me temo Ramón, que no esperaba ni por asomo que reprobases mi clase. Y vuestro comportamiento tampoco es ejemplar,” dijo Abril mirándole por encima de los lentes con expresión seductora.

“Y… que puedo hacer?” preguntó con cierto cohibimiento Ramón, siguiendo el juego.

“Mmm… veamos… puedes hacer muchas cosas. Pero no será así, mereces ser castigado… te gustaría que te castigue?” repuso ella, mordiendo el lápiz con el cual estaba jugando.

Ramón movió sus labios. Detrás de todas sus dudas y preocupaciones, la idea latente de continuar su juego cobraba más fuerza. En otras circunstancias, habría bajado sus pantalones en un parpadeo y abalanzado sobre Abril para follarsela como un poseso hasta quedar con los huevos secos. Pero todos los caminos conducían a un desenlace completamente diferente.

“Quiero oírlo de vuestros labios. Quiero que lo desees tanto como yo,” dijo Abril en voz baja y sensual, la misma voz con la que cualquier otra mujer le habría pedido una noche de pasión desenfrenada.

“Castígame… soy un chico malo,” respondió Ramón, que se sintió extraño al pronunciar esas palabras, como si las hubiese pronunciado otra persona.

La sonrisa de Abril se amplió en una mueca de triunfo. Se levantó y con un lento y seductor paso bordeó el escritorio, recorriendo con su mano el contorno del mueble. Cogiendo la manzana sobre la mesa; la acercó a su boca y lamió lentamente con lascivia y avanzó hacia donde se hallaba, encogido y sin palabras.

Llevando la fruta a sus labios, Ramón saboreó y mordió el lugar exacto que ella había recorrido con su lengua. Abril parecía muy complacida con la iniciativa que mostraba y regresó a dejar la manzana en el escritorio, dándole una visión perfecta de su culo. Luego le ordenó ponerse de pie y acercarse.

“Quítate los pantalones.” le dijo y obedeció sin cuestionar.

Un bulto notable se marcaba bajo su calzoncillo. La mujer dejó escapar una risita al mismo tiempo que su mano acariciaba su muslo, recorriendo cada centímetro; su mano era suave y un escalofrío invadió a Ramón, que suspiró débilmente.

“Te gusta?”

“Si…” pudo balbucear en respuesta.

“Apenas estamos comenzando,” indicó ella.

Su mano continuó avanzando y descubriendo los lugares más íntimos de Ramón. Palpó su duro paquete y pellizcó un poco sus nalgas, jamás le habían hecho eso pero no se sentía intimidado. Apoyando sus codos sobre la mesa, dejó el culo en pompa y Abril seguía manoseando con firmeza.

“Es momento de comenzar a disciplinarte. Pronto me pedirás más y más…” aseguró ella.

Levantando la mano, descargó un golpe seco y no tan fuerte. La nalgada hizo que Ramón jadease y tensase su cuerpo, Abril volvió a repetir el gesto pero esta vez su mano golpeó con mayor fuerza y Ramón gimoteó. La mujer continuó asestando nalgadas al joven, que soportaba en silencio lo mejor que podía. Después se deshizo de sus calzoncillos y comprobó que sus nalgas aún no estaban tan rojas, así que comenzó a golpear con mayor intensidad. Ramón tensaba sus músculos y se mordía el labio mientras Abril le decía cosas para humillarle.

Pasados diez minutos, sus nalgas le ardían a horrores. Las marcas de las manos de Abril se notaban perfectamente en la blancura de su culo. Pero eso era solo el comienzo y colocándose detrás de él, examinó meticulosamente sus huevos.

“Tienes unos huevos lindos, disfrutaré mucho jugar con ellos,” dijo Abril, acariciando suavemente sus gónadas.

Ramón se estremeció al sentir su tacto en su intimidad. Su mano abarcaba una de sus gónadas a la vez y las apretaba con delicadeza, Abril masajeaba y apretaba repetidamente sus huevos, mostrando quién estaba en total control de la situación. Pronto comenzó a apretar con mayor confianza, y los gemidos y jadeos brotaban de sus labios, el joven cerró los ojos y empezó a sentir que su rabo respondía al extraño estímulo. Luego de varios minutos en ese plan, Abril apretó con mayor fuerza, justo en la base de su escroto, exprimiendo y amasando ambos testículos.

“Ahh…” jadeó Ramón levantando su rostro.

“Si… eso es exactamente lo que me gusta… hay que hacerlo más interesante,” fueron las palabras de Abril, en un tono bajo y lleno de pasión.

Volvió a apretar uno de sus huevos con ahínco, logrando la reacción esperada en Ramón. Después el otro, con el mismo resultado. Continuó alternándose y el muchacho comenzó a morderse los labios para soportar lo mejor que pudiese, las oleadas repentinas de espasmos recorrieron su joven figura, provocando temblores en sus piernas. Por suerte, aquello no duró demasiado; Abril sabía exactamente lo que hacía.

“Creo que ya estás preparado para algo más de intensidad. Pero primero…” murmuró la mujer e introdujo la manzana en la boca de Ramón, que intuyó lo que había querido decir.

Mordió la fruta con toda la fuerza de la que era capaz, tratando de no arrancar bocado alguno y tirar la fruta. Con la palma abierta, Abril palmeó sus huevos de abajo hacia arriba, el golpe provocó un largo y silencioso gemido en Ramón. Luego un segundo golpe, seguido de un tercero; en menos de un minuto las palmadas arreciaban, atacando sus huevos sin pausa. El joven solo aguantaba las arremetidas lo mejor que podía, pero el dolor comenzó a aumentar gradualmente, sus piernas daban la una con la otra y Abril las separaba a cada tanto para tener libre acceso a sus joyas.

“Te gusta, eh?” preguntó luego de darle una fuerte palmada. Se escuchó un gemido ininteligible en respuesta. “Quieres que me detenga?” repuso. Ramón sacudió la cabeza, sin poder creer que deseaba más, mucho más.

Dándole un breve respiro, la mujer cogió la regla que estaba en el escritorio. Ramón aún tenía la manzana en su boca y se preparó para lo que vendría.

“Hora de la verdadera disciplina, chico malo.”

Haciendo que separase más las piernas, Ramón apoyó el pecho sobre el escritorio y sus manos se aferraran al borde de la mesa. Su “profesora" se puso a su espalda, regla en mano; lista para maltratar seriamente sus colgantes amigos.

Como si tratase de elevar su angustia mental, Abril acarició sus huevos con el extremo opuesto de la regla. El joven tragó saliva, conocedor de que aquello si le iba a doler… y mucho. Los golpeaba con delicadeza, en anticipación a lo que vendría y calculando el movimiento preciso para ejecutar el golpe. La fuerza fue creciendo gradualmente hasta que ella se decidió y golpeó con todas sus fuerzas.

Fue un golpe seco. El movimiento ascendente dio de lleno en ambos testículos e hizo que Ramón chillase y se estremeciese. El dolor trepó por su vientre y le provocó náuseas, la manzana cayó sobre la mesa con un golpe fuerte y rodó hasta el suelo. Cerró los ojos justo en el momento en que un segundo golpe impactó en su testículo derecho y Ramón volvió a gritar. Abril sonrió triunfante y golpeó una tercera vez. Y otra, y otra vez… apenas le daba respiro y Ramón no estaba en sus sentidos, de su polla caía un pequeño hilo de precum, sus huevos lentamente comenzaron a hincharse.

“Vaya, vaya… alguien disfruta esto tanto como yo…” dijo Abril complacida al notar el precum. “Supongo que no me equivoque contigo…” añadió antes de asestar otro golpe.

Los golpes a sus bajos continuaron hasta que ella consideró oportuno parar. La piel del escroto estaba enrojecida y brillante, además que los sentía muy sensibles al roce. Ramón esperaba que todo hubiese terminado pero se equivocaba.

“Esto fue por vuestro mal comportamiento. Ahora, es hora de castigarte por tus calificaciones,” indicó Abril.

El joven suspiró. Abril le ayudó a acostarse sobre el escritorio y volvió a separar sus piernas. Con la regla siguió acariciando su cuerpo para luego dejarla de lado e ir a por el libro. Titulado “El Lado Aburrido De La Historia”, la mujer dejó escapar una risita y posó el libro sobre el vientre de Ramón.

“Veamos que tal están esos cojones,” dijo Abril y masajeó con cuidado los hinchados y enrojecidos huevos de Ramón, que no pudo reprimir un pequeño gemido de dolor.

Cogiendo el libro, la mujer apuntó a sus huevos y levantó la mano. El libro aplastó y deformó sus testículos contra la mesa, Ramón gritó y tensó su figura mientras el dolor aumentaba con violencia inusitada. Con ambas manos Abril descargó un segundo golpe con los mismos resultados, Ramón jadeaba sin parar; haciendo tripas corazón y soportando el rigor disciplinario. Los golpes se sucedieron uno después del otro, con cada agresión; sus huevos se aplastaban más y más entre el libro y la mesa, hinchándose con rapidez y lentamente cambiando la piel del escroto de un rojo intenso a uno un poco más amoratado.

Diez minutos después, tras numerosos golpes, Abril se detuvo y admiró lo que había hecho. Los huevos de Ramón estaban más grandes que la manzana que estaba en el suelo, ligeramente amoratados y maltratados. El muchacho tenía los ojos cerrados y llevó sus manos a sus joyas, tratando de aliviar el dolor del castigo.

“Dios… que dolor… mis huevos,” balbuceó Ramón lastimeramente.

“Haz sido un alumno muy malo… pero no te preocupes, te lo compensare,” murmuró Abril en su oído y besó sus labios.

Retirándose del salón con su andar lento y elegante, Ramón se quedó a solas por unos minutos, respirando agitado y tratando de ver que tan mal se veían sus testículos. Las mismas mujeres regresaron y le llevaron en camilla con mucho cuidado de no lastimar sus huevos. Colocando hielo en sus cojones, el dolor remitió lentamente y la hinchazón cedió un poco pero aun estaban muy maltratados.

En su coche de regreso a la ciudad, Abril tarareaba una canción con alegría y Ramón permanecía callado.

“No te preocupes, querido. La noche es joven y seguro nos podremos divertir en mi casa,” aseguró ella.

“Me duelen mucho, no creo que puedan aguantar mucho más,” comentó Ramón preocupado.

“Descuida, ahora es el turno de tu rabo. Aun necesito correrme… no todo son golpes y maltrato…” sonrió Abril con picardía. La polla de Ramón se movió bajo su pantalón… imaginando lo que podría suceder.