La Mansión Ballbusting II - Enfermería

Una oferta que no estaba en el menú.

Saludos, lectores de TR. Este es el primer capítulo de la Mansión. Se siente como si fuese la primera vez escribiendo, bueno, la primera vez escribiendo este relato. Ya se me están agotando los comentarios de apertura medianamente decentes, necesitaré ideas.

El día no podía ser peor para Paulo. Había llegado tarde una vez más al trabajo y parecía que el local era más concurrido ese día. Reuniendo toda la paciencia posible, se dispuso a atender a los clientes en el restaurant.

Paulo, 24 años, de estatura promedio, cabello corto negro, ojos café. Él mismo se definía como un tío promedio, ni muy apuesto pero tampoco pasaba desapercibido. En especial por su amabilidad, la cual no siempre era correspondida, no obstante poco le importaba eso; la regla de oro era el principio y el final para Paulo y creía firmemente que así debía ser el mundo.

Iba y venía por todo el negocio, atendiendo a los recién llegados o llevando la comida a la mesa. Algunas veces recibía buenas propinas y otra veces ni las gracias le daban. En fin, algo muy común en estos tiempos que corren.

Las horas pasaban y a excepción de la pausa para comer, Paulo se mantuvo en todo momento ocupado. A medida que la noche comenzaba a dominar el cielo, el estrés y cansancio se hacían mas notorios en el muchacho, y una sucesión de clientes poco considerados le estaban poniendo con un humor de perros… pero eso estaba a punto de cambiar.

La miró cuando entraba al restaurante. Era una monada, un poco más baja que él. Vestía un sencillo vestido blanco ceñido a su delgado pero curvilíneo cuerpo, unas tetas pequeñas y redondas se notaban en el escote y Paulo al verla acercarse pudo intuir que también era mas joven que él. Su largo cabello castaño era liso y brillante, y que decir de su mirada. Confiada y algo arrogante, pero esos ojos de un verde azulado eran realmente espectaculares.

Sin duda alguna, pensó Paulo, esa jovencita debía de ser la hija de alguien importante, o la novia/amante de algún empresario maduro. Acostumbrada a lujos y demás comodidades, no como él, agobiado por las deudas y el estrés del trabajo. Al menos digno, y no escoger la vida fácil y corta.

Al ver que ninguno de sus colegas se acercaba a su mesa a atenderla, se decidió hacerlo él. Pronto estaba de pie frente a ella y para su sorpresa, le devolvió la sonrisa.

“Bienvenida a La Piamontesa. Mesa para dos?” preguntó Paulo.

“No, solo seré yo,” respondió la joven y echó una ojeada al menú.

Permaneció de pie ante ella esperando su pedido, al mismo tiempo pensaba que era poco usual para una chica entrar a un elegante restaurante y cenar sola. La muchacha no parecía decidirse por algo en especial del menú y seguía leyendo todas y cada una de la opciones.

“Y que desea pedir?” dijo el muchacho.

“Creo que no me apetece comer algo. Creo que será solo una copa de vino,” musitó ella y asintiendo, Paulo se marchó en dirección al bar del restaurante para servir esa simple copa de vino.

La joven le miró mientras se dirigía al bar con una expresión pensativa. Necesitaba diversión esa noche y probablemente ese joven era el indicado, así que se serenó un poco y repasó lo que debía hacer. Unos cinco minutos después Paulo regresó a la mesa llevando una bandeja y la copa de vino, la cual dejó en la mesa antes de irse, ella le retuvo.

“Te han dicho que eres muy simpático?” dijo la joven coquetamente.

Esas palabras dejaron algo descolocado a Paulo, ni en sus mejores y mas locas fantasías esperaba que alguna chica de ese calibre se insinuase sin rodeos. Carraspeó un poco y se sonrojó, la muchacha le miraba con una leve sonrisa y degustando el vino.

“Eh… bueno… jamás una mujer, además de mi madre,” respondió Paulo cohibido.

“Me alegra entonces haberte dicho eso. Me llamo Rebeca,” añadió ella.

“Paulo…” dijo él, aunque no sentía ánimos de charlar con ella, pues debía seguir currando.

De nuevo intentó retirarse para atender a otros comensales pero Rebeca volvió a insistir.

“No te vas tan pronto, o sí?”

“Debo seguir trabajando. No es mi costumbre detenerme a conversar con clientes,” indicó el joven educadamente.

“Tienes razón. Pero yo no soy cualquier cliente…” contestó Rebeca con misterio.

Paulo se quedó inmóvil a un lado de la mesa, y sin decir nada más se dio vuelta y volvió a su trabajo. La joven negó con la cabeza pero bebió un poco más de vino. Mientras atendía a otros clientes, Rebeca no apartó su mirada de Paulo, que en par de ocasiones se sintió observado y pudo ver que la muchacha le miraba. No tenía idea de que pretendía pero la verdad estaba embargado por la curiosidad de saber a que jugaba exactamente.

También era en cierto modo por lo que no deseaba saber más. Trataba de concentrarse en lo que debía hacer pero en un momento dejó caer la comida de unos clientes, aunque estaba cabreado consigo mismo, sabía que de alguna manera ella se había metido en su cabeza, esa hermosa jovencita puso los ojos en él… y si escuchaba que tenía que decir? Tal vez esa noche no tendría porque dormir solo como siempre lo hacía.

La oportunidad de ir hasta su mesa se dio cuando notó a lo lejos que su copa estaba vacía. De pie a su lado, Rebeca esbozó una fina sonrisa y rozó su muslo, provocando un ligero cosquilleo en Paulo.

“Otra copa, señorita?”

“Si, y cuando la termine, quiero que vengas conmigo,” repuso Rebeca decididamente.

Paulo miró de reojo a Rebeca, que estaba muy seria, aquello no era un juego y las posibilidades se abrían para él. Cogiendo su copa, regresó al bar y la llenó, Rebeca le guiñó el ojo al dejar la copa y Paulo se marchó despacio y respirando profundamente.

Los minutos transcurrieron de prisa y pronto Paulo observó a Rebeca ponerse de pie, echarle una mirada pícara y darse vuelta y salir por donde había llegado. El joven avanzó hasta la mesa que ocupaba Rebeca y encontró la pasta, además de una nota.

“En el parking. A8 negro.”

El camarero leyó la nota discretamente y la guardó en el bolsillo. De vuelta a la cocina para buscar otros pedidos, cuando fingió sentirse mal y las molestias abdominales fueron en aumento. Tras varios minutos así, su jefe le permitió tomarse el resto de la noche y volver al otro día. Abandonando el restaurante cabizbajo y sin su uniforme, cuando cruzó el umbral empezó a caminar de prisa, buscando con la mirada el coche de Rebeca con la mirada, pensando que tal vez había tardado demasiado tiempo.

Pero en el otro extremo del parking, observó un A8 negro brillante e inmaculado. La chica estaba apoyada a un costado y sostenía un cigarrillo, al verle su expresión sosegada se transformó en una mirada de satisfacción, dejó caer el cigarrillo y lo apagó con un firme pisotón.

“Sabía que no me dejarías con las ganas,” dijo Rebeca.

“Vale, ya estoy aquí. Ahora qué?” repuso Paulo algo ansioso.

Rebeca le abrió la puerta del coche y condujo a través de la ciudad. Paulo pudo conocer algunas cosas más acerca de ella, era cuatro años menor que él (20) y estudiaba enfermería. Aquello resultaba algo curioso dado el coche que se gastaba y ella le confesó que su madre era una importante empresaria y al ser hija única, pues recibía toda la atención y caprichos.

En parte el muchacho no se equivocaba en su percepción de Rebeca. La única interrogante pasaba por lo que ella buscaba en él. Mientras se iban alejando de la ciudad y la luminosidad solo provenía de las luces del coche, Paulo se preguntaba a donde irían. En varias ocasiones intentó conocer su destino pero Rebeca permaneció en silencio y se limitaba a conducir.

Después de veinte minutos conduciendo, Rebeca disminuyó la velocidad y dobló a la derecha por un camino de tierra, que se adentraba en un pequeño bosque de coníferas. La chica volvió a mirarle y la aparente serenidad en su rostro no respondía las dudas de Paulo, el panorama se amplió y observó una suntuosa mansión de grandes dimensiones y frente a ella, una magnífica fuente coronada por una estatua renacentista de un joven desnudo, cubriendo sus parte íntimas con una mano.

Deteniendo el coche frente a la escalinata principal, Rebeca miró a Paulo y acarició suavemente su pierna.

“Alguna vez has hecho o pensado en algo que sea muy diferente a lo que estás acostumbrado?” preguntó ella.

“No, pero depende de que quieras decir con acostumbrado,” contestó Paulo, que seguía contemplando los alrededores de la Mansión.

“Te gustaría poner a prueba vuestros límites?”

“Que quieres decir?” cuestionó el joven algo suspicaz.

“Quiero decir, experimentar algo nuevo y que pocos se atreverían a intentar,” aclaró Rebeca con tono cautivador.

Paulo no sabía exactamente que debía decir. Por una parte, ya estaban en su casa, y por otra; no tenía idea de qué clase de cosas le podrían gustar a Rebeca pero no suponía que fuese algo peligroso o ilegal en todo caso. Tardó largo rato en cavilar su respuesta y pudo detectar cierta ansiedad en la muchacha.

“Ya estamos en tu casa. Supongo que sería ilógico ya retractarme estando aquí,” contestó.

“De hecho… yo no vivo en esta mansión,” confesó Rebeca.

“No?”

“No. Pero deseaba venir aquí desde hace tiempo,” admitió la chica y abrió la puerta del coche.

Ahora las dudas crecieron en su ser al tiempo que se bajaba del coche y ascendían las escaleras para llegar al enorme portal de la mansión. Si esa no era su casa, en donde diablos estaban? No quiso preguntar por no querer parecer arrepentido de estar allí, pero el estar en ese lugar junto a Rebeca provocaban a Paulo incertidumbre y emoción a partes iguales.

Llamó a la puerta de la mansión y esperaron varios minutos. Una cámara de seguridad en la esquina superior derecha les observaba y pronto se escuchó un chasquido y la puerta se abrió lentamente. Rebeca no dudó y cruzó el umbral, Paulo esperó una fracción de segundo y la siguió al interior de la mansión. Era un amplio vestíbulo circular con una escalera doble que conducía a las habitaciones superiores, el piso era muy brillante y reflejaba el artesonado del techo, los tacones de la muchacha resonaban en la silenciosa estancia al igual que sus propias pisadas. Era una quietud desconcertante.

Al tope de la escalera y en el centro del corto rellano, descansaba un enorme lienzo púrpura apoyado en la barandilla de la escalera, y en letras doradas las iniciales MB. Que significaban? En lo que no había reparado era una especie de mostrador a su izquierda, en el cual se encontraba Rebeca apoyada con una sonrisa, otra mujer de cabello castaño recogido en una cola de caballo y gafas, estaba del otro lado. Vestía una chaqueta púrpura con las mismas iniciales en el lado izquierdo de su pecho.

El joven se acercó a ellas despacio y algo confundido, no tenía idea de qué era ese lugar.

“Bienvenidos a la Mansión Ballbusting. Tienen alguna reservación para esta noche?” preguntó la mujer cortésmente.

“La Mansión que?” repitió extrañado Paulo.

“Si, yo tengo una reserva. Rebeca Sánchez,” respondió la muchacha, entregando una tarjeta dorada a la recepcionista.

Paulo contempló a Rebeca, no entendía nada de lo que estaba pasando. La mujer verificó los datos de la tarjeta en la base de datos y sonrió satisfecha.

“Bienvenida, señorita Sánchez. En un momento será atendida por Lady Ballbusting,” repuso la recepcionista y fue hasta un teléfono a su espalda.

Mirando a Rebeca a la espera de una buena y convincente explicación, la chica solo pudo dejar escapar una risita al ver su cara entre preocupado y confundido.

“Descuida, es un sitio discreto y muy emocionante. Te va a gustar…”

“Pero que coño significa el nombre?” insistió Paulo, que no conocía la expresión ballbusting.

“Ya pronto lo vas a saber, solo espera!” contestó Rebeca algo emocionada.

Esperaron varios minutos a la susodicha Lady Ballbusting. A pesar de sentirse al borde de lo desconocido, Paulo no podía ocultar que su corazón latía desbocado y sus manos estaban ligeramente sudorosas. La tensión se reflejaba en su rostro serio y Rebeca no dejaba de sonreír pues era poco probable que se retractase de lo que vendría.

Unos segundos después, una mujer rubia alta y con vestido negro elegante hizo acto de presencia. Sin duda alguna debía ser la dichosa Lady Ballbusting o como fuera que se llamase, su mirada era confiada pero sus ojos verdes parecían escrutar no solo sus emociones externas. Se paró frente a ellos y Paulo pudo notar que era una mujer imponente. Más alta, de cuerpo esbelto y sinuoso que terminaba en unas largas y sensuales piernas. Era verdaderamente una belleza y el cabello suelto y lacio caía por sus hombros.

“Bienvenida, Rebeca. Es un placer tenerte aquí,” dijo Lady Ballbusting.

“Es un honor para mí, usted es una leyenda,” respondió Rebeca.

Lady Ballbusting no dijo nada y sus ojos se fijaron en Paulo por primera vez.

“Y supongo que él es vuestro amigo,” repuso la mujer.

“Si, nos conocimos hoy en el restaurante,” afirmó Rebeca.

“Paulo…” se presentó el muchacho, extendiendo su mano.

“Bueno, hagamos un pequeño recorrido antes de ultimar detalles,” indicó Lady Ballbusting y les guió por la lujosa y enorme mansión.

Mientras eran guiados por las elegantes y bellamente decoradas estancias de la mansión, Paulo se preguntaba que había querido decir esa mujer con “ultimar detalles". El lugar era inquietante, reinaba un silencio para nada normal, incluso cuando se cruzaban con alguna que otra mujer por el camino, estas no decían ni una sola palabra. Cuando recorrían el largo pasillo del segundo piso, sus pasos eran amortiguados por la mullida alfombra que cubría el suelo, las paredes estaban cubiertas por grandes cuadros pintados con diversos paisajes.

Lady Ballbusting seguía detallando el número de habitaciones y que el servicio era personalizado según el cliente, Paulo apenas prestaba atención a lo que ellas hablaban pues al caminar frente a una de las puertas, creyó escuchar un débil quejido. Pero no tuvo tiempo de preguntarle a la mujer, pues habían llegado al borde de las escaleras del vestíbulo principal, habían estado por más de veinte minutos recorriendo distintos rincones de la mansión, aunque extrañamente no echaron un vistazo a alguna de las habitaciones.

“Muy bien, ya que les he proporcionado algunos detalles, es hora de leer y firmar el contrato, para que puedan… divertirse,” dijo Lady Ballbusting, sin poder contener una sonrisa pícara al decir la última palabra.

“Contrato?” repitió perplejo Paulo.

“Es solo una formalidad, querido. No hay razones para preocuparse,” respondió la mujer y descendió por las escaleras, seguida de Rebeca y un Paulo que ya no sabía que pensar.

Detrás de la Recepción estaba una puerta que daba a una pequeña oficina, con una mesa y tres sillas. Ocupando sus lugares, Lady Ballbusting les entregó a ambos carpetas con un par de páginas. Rebeca firmó sin perder un segundo y Paulo comenzó a leer el documento.

Coronado con las iniciales MB en el margen superior y centrado, el muchacho leía absorto el contenido del contrato. En resumen, era dar su consentimiento para que Rebeca hiciera lo que quisiera con sus testículos, desde patadas hasta pisotones y mordiscos. Mientras más leía, sentía que su polla y huevos se escogían de miedo y este se reflejaba en su mirada.

Seguía mirando al contrato, pero no movía un músculo. El documento también aclaraba que en caso de llegar a la pérdida de los testículos, no se hacían responsables por ello y que la decisión de inutilizar sus huevos o no dependía exclusivamente de Rebeca.

“No te quedarás de piedra toda la noche, o sí?” repuso Rebeca sonriente al ver que aún no firmaba.

Paulo tragó saliva. No sabía que hacer. Firmar o salir corriendo? Ambas mujeres le miraban esperando su decisión, Rebeca más optimista y Lady Ballbusting, inexpresiva y relajada. Finalmente Paulo se aclaró la garganta y miró a la mujer.

“Cu-cu-cual… es la… posibilidad… de perder mis… ya saben…” tartamudeó Paulo. Rebeca y Lady Ballbusting no pudieron evitar echarse a reír, como si no fuese una duda razonable.

“Solo eso te preocupa? Te prometo que no los vais a perder!” exclamó entre risas Rebeca.

“Vale, ya ella lo ha prometido, lo cual no es necesario. Ahora, podéis firmar o irte, no estáis obligado a nada,” comentó Lady Ballbusting.

Volvió a echarle un vistazo al contrato. Solo una vez había soportado un dolor de huevos al sentarse bruscamente sobre la bicicleta cuando tenía 15 y pasó casi quince minutos sin poder levantarse. Miraba a Rebeca, tan radiante y sin preocupaciones, y entendió las palabras que había dicho estando en el coche sobre “poner a prueba sus límites”. Luego miró a Lady Ballbusting; serena y a la expectativa. Respirando hondo, cogió para firmar el contrato y una vez terminó de hacerlo, sintió un nudo en garganta y estómago. Rebeca se mordía el labio con una sonrisa pícara.

“Muy bien, ya con la firma de los contratos, solo queda elegir la habitación y… preparar todo,” indicó Lady Ballbusting.

Rebeca ojeó una carpeta con las diferentes opciones disponibles y, sonriendo; señaló con su dedo la habitación que quería. Llamando a varias chicas, estas se llevaron a Paulo a la habitación para dejarlo todo listo. En el camino, el muchacho se cuestionaba una y otra vez el porqué había firmado ese papel, si bien podía haberse pirado sin pensarlo. Tal vez era debido a Rebeca, ella le provocaba muchas sensaciones desde el miedo a lo que pudiera hacer con sus huevos, hasta imaginarla desnuda y poder follarsela, lo que probablemente no sucediese esa noche.

Las tres damas que le acompañaban a la habitación no abrieron la boca en ningún momento, tal vez se debía a alguna norma interna, se dijo Paulo. Su reacción al entrar fue de asombro y un cosquilleo le recorrió el abdomen, se hallaban en una habitación ambientada como una enfermería, y en pocos minutos las mujeres le desnudaron por completo. Su polla dio alguna señal de querer despertar ante esas hermosas mujeres, pero no lo hizo. Acto seguido le entregaron una bata la cual dejaba su espalda y culo al aire, ya vestido las mujeres abandonaron el lugar.

Ya podía caer en cuenta el motivo por el cual no les habían mostrado las habitaciones con anterioridad, en cuanto al quejido que pudo oír en el recorrido; no quiso pensar mucho en eso. Rebeca aún no aparecía y la espera comenzaba a ponerle más nervioso. Para evitarlo, decidió mirar con detalle lo que le rodeaba.

En el medio de la habitación había una camilla de las usadas por los ginecólogos, en las paredes habían imágenes detallando la anatomía de los testículos, tanto interna como externa, además de consejos para su cuidado y otras informaciones relacionadas. “Es aconsejable no golpear los testículos en reiteradas oportunidades, podría llegar a causar desde inflamación hasta la perdida de los mismos", pudo leer Paulo en uno de las ilustraciones. Justo lo que estaba a punto de suceder, pensó el muchacho con ironía.

Fijándose en otra mesa, observó guantes clínicos, cinta adhesiva, bisturí, pelotas anti estrés, sutura, pomada, dos martillos pequeños y unos fórceps. Apenas pudo tragar saliva ante la visión de esos objetos. De pronto la puerta se abrió y entró Rebeca, y no pudo reprimir una durísima erección. La chica vestía un diminuto uniforme de enfermera de cuero negro, bien apretado, el prominente escote realzaba sus tetas y el atuendo apenas cubría su culo. Llevaba tacones altos de aguja con los cuales quedaba a la misma estatura que Paulo. Un gorro de enfermera con una cruz roja estaba sobre su cabeza.

La muchacha se acercó con zancadas lentas y sensuales, a pesar de estar a la misma altura de pronto se sintió pequeño e insignificante, Rebeca sonrió de manera perversa y Paulo no quería imaginar de que podía llegar a ser capaz.

“Disculpe el retraso, pero ya estoy lista para vuestra revisión,” dijo Rebeca, dejándose llevar por su rol.

Paulo no pudo responder a eso, tenía la garganta seca pero logró asentir tímidamente. Cogiendo su mano, llevó al muchacho hasta la camilla y le ayudó a recostarse con las piernas separadas en el aire y apoyando los tobillos en el lugar indicado para ello, Rebeca tuvo completo acceso a su entrepierna.

Acariciando su polla y huevos, provocó una rápida respuesta en Paulo, su miembro botaba y su escroto; tenso. La muchacha ató sus tobillos y aseguró sus muñecas a la camilla, anulando cualquier intento de escapar de Paulo, ahora si estaba consciente de que aquello no era un juego o un sueño loco.

“Muy bien Paulo, todo esta listo. A simple vista no veo problemas, pero comenzaré palpando vuestras gónadas, para descartar cualquier anomalía,” indicó Rebeca y fue a por un par de guantes.

El sonido hecho por Rebeca al ponerse los guantes hizo que Paulo respirase más rápido y tratase de calmar sus nervios. La chica rozó su polla y descendió hasta llegar a sus pelotas, uno de sus dedos presionó su testículo derecho, con una mano lo sujetaba y su dedo continuó haciendo el tacto, el camarero dejó escapar un gemido a medida que la mano de Rebeca apretaba con más fuerza. Luego soltó su testículo y repitió el mismo procedimiento con el izquierdo. Paulo terminó jadeando y falto de aliento al terminar el tacto testicular.

“Tienes un par de testículos saludables, ideales para jugar con ellos,” murmuró Rebeca con una sonrisa.

A continuación se hizo con una de las pelotas anti estrés y cinta. Paulo abrió la boca y su enfermera introdujo la pelota todo lo que pudo y usando la cinta, cubrió los labios del muchacho para evitar que escupiese la pelota. Ahora sin posibilidad de hacer algún sonido, el joven estaba muy seguro que iba a ser una noche que difícilmente olvidaría.

Colocando otras dos pelotas en sus manos, le ordenó que si sentía la urgencia de desfogar su dolor, que apretase todo lo que quisiera. Paulo tragó saliva y balbuceó algunas cosas que Rebeca no entendió, pero ella acarició su frente y mejilla como una madre solo lo haría.

Solo se oía la respiración agitada y ruidosa de Paulo, además de los pasos de Rebeca en la silenciosa estancia y estaba seguro que las paredes estaban insonorizadas para no perturbar a otros o a ellos mismos. La chica volvió a ponerse entre sus piernas y con una mano, le agarró de la base del escroto y comenzó a ejercer presión. El joven emitió un murmullo ahogado a medida que Rebeca apretaba con más fuerza y logró que su erección se aplacase en segundos.

“Ummmhhhpphh…” gimió Paulo, moviendo su abdomen de arriba hacia abajo.

“Shhhh… es solo un examen de rutina. Hay que ablandar estos testículos un poco,” murmuró Rebeca calmada.

Sin soltar sus cojones empezó a hundir su puño cerrado, golpeando ambos huevos simultáneamente. El muchacho gimió con mayor ahínco y mantenía los ojos bien abiertos, cada golpe le provocaba náuseas y temblores en las piernas, que gracias a estar apoyadas y elevadas, no podían cerrarse o dejarlas caer. Rebeca seguía golpeando con expresión serena, se tomaba muy en serio lo que hacía; Paulo cerró los ojos y apretó las pelotas anti estrés en sus manos. Después de cinco minutos paró el castigo y liberó sus huevos, el joven pudo relajarse un poco pero le dolían mucho los testículos.

“Creo que vuestra respuesta al estímulo es adecuada. Veamos como respondes ahora,” dijo Rebeca.

Girándose, la chica fue a por la pomada y otro par de guantes. Aplicando el medicamento en toda la bolsa escrotal, Paulo sintió un poco de frío pero alivio al notar como el dolor mitigaba. Con el par de guantes, comenzó a azotar sus huevos, si bien no le dolía mucho; al cabo de unos minutos, el escozor incrementaba a niveles preocupantes y si era cierto que no le dolían mucho los testículos, el ardor y el calor en la piel sensible del escroto se hacía desesperante.

Finalmente Rebeca le dio un respiro, su respiración estaba más agitada y seguía con los ojos bien abiertos. La chica admiró esos testículos, apenas hinchados y con la piel muy enrojecida; de nuevo los volvió a amasar en sus manos y luego los palmeaba fuertemente, Paulo se estremecía y tensaba su cuerpo a cada palmada que Rebeca propinaba a sus pelotas. Aquello no duró demasiado tiempo y la joven enfermera masajeó sus muslos con una gran sonrisa, el joven estaba algo sudoroso y emitía pequeños gemidos en tanto aun sostenía las pelotas anti estrés.

“Nada mal. Pero esto solo ha sido el chequeo preliminar, ahora vamos a probar esos huevos,” afirmó Rebeca.

Aquellas palabras pusieron en alerta a Paulo, que flipó al ver a Rebeca sujetar los pequeños martillos. No era necesario decir nada, sus ojos parecían querer salirse de sus órbitas, la chica sonrió con malicia, preparada para el momento en el cual comenzar el examen testicular.

Los martillos acariciaron sus huevos y el joven pudo sentir el frío del metal y estaba demasiado asustado para quejarse. Ella seguía mirándole como esperando permiso y después de un largo minuto, Paulo asintió rápidamente y Rebeca levantó apenas uno de los martillos y le asestó un rápido golpe. El joven apretó las pelotas con fuerza inusitada y un fuerte dolor se apoderó de su bajo vientre, Rebeca alzó el otro martillo y lo estrelló contra su testículo derecho. Paulo puso los ojos en blanco y se estremeció, pero no solo estaba la vívida sensación de dolor, a pesar de que su polla estaba flácida, unas gotas de líquido preseminal brillaban en la punta del glande.

“Vaya, vaya, quien lo diría… te gusta esto?” preguntó ella y Paulo negó rotundamente. “Yo pienso que si… es hora de un poco más de fuerza.”

Habiendo dicho eso, golpe simultáneamente ambas gónadas con los dos martillos, el muchacho jadeó y balbuceó ininteligiblemente. Siguió alternando golpes de uno y otro martillo, a veces machacando uno de sus huevos, a veces los dos; lo único que no cambia eran los incesantes gemidos y lamentos ahogados de Paulo, que mantenía los ojos cerrados y sus nudillos estaban pálidos debido a la increíble fuerza que hacía al apretar las pelotas en sus manos.

Al cabo de unos quince minutos, sus huevos ya estaban bien hinchados y la piel del escroto; roja, brillante y muy sensible al tacto. Utilizando la sutura, ató sus huevos de tal forma que estos quedaron muy juntos y algo estrangulados, dejando un extremo del hilo a su alcance. Asestando un martillazo, tiraba de la sutura y le hacia ver a Paulo las estrellas y constelaciones, mientras lo hacía de esa manera, no dejaba de asegurarle que estaba superando con creces el examen testicular.

Por un momento pensó porque no había salido de ese lugar en cuanto le dieron la oportunidad. Pero no tenía respuesta para eso y solo se limitó a gimotear en tanto le maltrataban sus débiles joyas. Rebeca cesó los golpes y tirones, y solo se dedicó a pasar su mano por sus huevos, que al más mínimo roce sentía como si fuese un potente mazazo que se los volvía polvo.

“Estimado paciente, pronto su examen terminará… y podrá regresar a sus actividades regulares,” aseguró Rebeca.

A que se refería con actividades regulares, no estaba seguro. Solo sabía que le dolían mucho los testículos y los sentía más grandes y pesados que al principio, Rebeca cogió el bisturí y rozó su escroto. Por un momento intentó gritar y suplicar pero la tortura solo duró un par de segundos, pues como había dicho antes, no se los iba a cascar. Un poco más aliviado mentalmente, volvió a apretar las pelotas y a gemir con más fuerza, la chica tiraba sin cuidado de sus huevos atados con la sutura.

Fueron unos segundos agónicos, pero finalmente le removió la sutura y pudo apreciar leves laceraciones en la base del escroto; nada preocupante. Luego aplicó más pomada y por último, martilló tres veces más sus huevos y tensó su cuerpo al máximo, creía que con cada golpe se los estaba volviendo papilla.

“Muy bien, creo que eso ha sido todo por hoy. Fuera de la hinchazón y moretones, vuestros testículos están muy bien,” anunció Rebeca con total tranquilidad.

La joven liberó sus muñecas y tobillos, dejando caer las pelotas anti estrés. Se sentía mareado e incapaz de moverse, con cuidado le quitó la cinta de la boca y pudo escupir la pelota, Rebeca se inclinó sobre él y fundió sus labios con los suyos, sin duda era un consuelo más que aceptable a esas alturas.

Saliendo de la habitación, las mujeres regresaron y le ayudaron a levantarse. Por supuesto tuvieron que asistirle y una hora después, Rebeca conducía de regreso a la ciudad con Paulo a su lado, con las piernas separadas y los testículos del tamaño de pomelos.

“Ha sido una gran noche. Ahora te llevaré a un hospital e iré a veros por la mañana,” dijo Rebeca.

“Joder… creo que ya es tarde…” balbuceó Paulo.

“Claro que no guapo, están algo maltratados pero aún servirán para algo más, suerte tenéis que fui yo y no mi madre la que entró al restaurante,” aseguró ella.

Esas palabras le dejaron claro que pudo haber sido peor… al menos aún los tenía colgando.