La mamá de Joaquín, capítulo 5

Pitu se hace de nuevos enemigos

Pitu

Hasta ahora venía bien alejándome de las drogas. Mirándolas de lejos, con cariño, pero también con respeto. Algún fasito, de vez en cuando con los pibes. Pero merca ni a palos. Por lo que me contó el tío Omar, esa cosita blanca es tan rica que cuando la probás no te suelta. Y esa otra porquería que empiezan a vender en el barrio, paco le dicen, eso es basura pura. Los wachos que toman de esa, se les quema el cerebro de una. No soy tan gil, ese es un camino de ida.

Pero me estaba empezando a avivar de que la Andrea era como mi droga. Pienso en la mina todo el día. Desde que me despierto, hasta que me duermo. Pensé que si me la cogía me iba a calmar un toque. Pero fue todo lo contrario. Como toda buena droga, siempre quería más. Para colmo, desde la vez que garchamos, hace casi un mes, todavía no la había podido ver de nuevo. Yo me había hecho toda la historia, pensando que iba a ser su macho, pero la cosa no era tan fácil. La última vez que fui a su casa, su marido estaba ahí. Andrea me pidió que por favor me vaya, y me miró con cara de orto cuando le insinué que daba para coger mientras el cornudo dormía. Mi pija pide a gritos su conchita. Ahora, todavía dolorido en el brazo, y con la geta un poco hinchada, necesito más que nunca ese culito.

Igual la entiendo. La mina tiene miedo de que el Joaco o su marido se enteren. Hasta yo, que siempre me la doy de vivo, me pongo un toque nervioso cuando estamos con el Joaco hablando de cualquier cosa. El chetito odioso que conocí ya quedó atrás. Ahora es un pibe copado, y a veces hasta se junta a escabiar conmigo, con el Leo y los demás. Hasta se le están pegando algunas palabras nuestras. Quien lo viera al cheto.

Era difícil encontrar el momento justo para estar con ella. En mi casa siempre estaba el Esteban o mi vieja. Y en la casa de ella, si no estaba Joaco, estaba su marido durmiendo. Me re iba esa de cogérmela mientras el cornudo roncaba, pero la Andrea no quería saber nada con eso, la puta madre.

El viernes me las arreglé para ir a su casa. Le metí ficha al Leo y al Brian para que entretengan al Joaco. No iba a tener mucho tiempo. Tampoco es que el cheto se pusiera al pedo todo el día. Sólo aceptaba un par de tragos, escuchaba las giladas que hablaban los demás, y después se tomaba el palo. Además la Agustina También lo tenía entretenido.

Así que cuando terminó la clase, los dejé a los pibes escabiando en el kiosko con el Joaco. Los otros dos me miraban corte, en qué anda este, y no me extrañaría saber que se estaban haciendo la idea de que le estaba arrastrando el ala a la Andrea. No tanto por vivos sino por mal pensados.

Yo me hice el boludo y me escabullí para buscar a mi amada. No le había dicho nada, y no sabía si su marido estaba o no estaba en casa. . Pero si no estaba, no me iba a dejar pagando ahí afuera. Bah, eso creía. Al menos le robaría unos besitos y sentiría ese hermoso ojete entre mis manos.

Me faltaban unas pares de cuadras para llegar. Yo iba caminando re enamorado por la calle, recordando la tremenda chupada de pija que me había dado; sintiendo en mis manos transpiradas el tacto de su culo firme y carnoso; rememorando el riquísimo olor que salía de entre sus piernas. Estaba en las nubes, y de repente escuché:

—¿Qué onda, ese es el Pitu?

Levanté la vista. El sol me daba en la geta. Me puse la mano para cubrirme del sol. En esa reconozco a los logis del otro turno: El Turco y al Gordo Mauri. Ese gordo es una bestia, más grandote que el Leo. Se notaba, por sus caras, que querían bardo. Pero yo no les tenía miedo. Nunca me achiqué en una pelea y menos sabiendo que les podía ganar.

Pero como todavía estaba medio encandilado por el sol, no pude ver al tercero que venía con ellos. Se acercó desde la derecha, como una sombra. Era un tipo grande. No era un pendejo. Se notaba que era bastante poronga, porque tenía unos ojos de muerto, corte que ya no era ni persona. Tenía un chaleco de jean, y los brazos tatuados. Pero cuando me avivé de que él era el que había preguntado si yo era Pitu, ya era tarde, la piña me calzó zarpada de bien. Igual que la que el cheto me había cabido hace un par de meses, sólo que este sabía pegar y tenía mucha fuerza.

Sentí como si mi mandíbula se saliera de lugar. Mis dientes mordieron mis labios y sentí el sabor de mi propia sangre. Hacía mucho que no la sentía. Me quedé aturdido. No veía bien. Pero, así y todo no me caí. Me reincorporé, levante mis brazos, corte boxeador, para evitar que me pegue otra vez en la geta; puse la panza dura, por si me quería pegar ahí, y justo ahí fue donde largó la segunda piña. Me dolió, pero mucho menos que la otra. Mantuve mis brazos arriba, y como imaginé, me largó otro bife en la geta, pensando que le piña en la panza me iba hacer bajar la guardia. Pero atajé el golpe. ¡Qué fuerza tenía el hijo de puta!

Abrí bien los ojos, y cuando lo pude ver con claridad, lo amagué con la izquierda y le metí alto uppercut en la pera. No se la vio venir el logi. Me dolía mucho la geta, y como estaba lagrimeando sabía que mi vista se iba a nublar enseguida. Así que me le fui al humo, aprovechando su confusión, para largarle todas las piñas que podía largarle. Le di tres o cuatro bien puestas, pero en esa siento que me agarran de los brazos. Eran los hijos de puta del Turco y El Mauri. Y claro, si de a uno no podían los cagones.

El tipo de los tatuajes se me vino recaliente. Yo me traté de zafar, pero solo pude lograr que el Turco, que era más flaco y tenía menos fuerza, o era más cagón, o que se yo, me soltara el brazo. Pero otra vez era tarde. El otro ya estaba encima de mí. Me agarró de la ropa y se ensañó con mi cabeza. Me dio con el puño cerrado, sin asco. Me dolía y me sentía mareado. A esa hora ya debería haber estado metiéndosela hasta por las orejas a la Andrea, pero me estaban dando alta paliza esos giles.

Cuando caí al piso me cagaron a patadas en la panza y en los brazos. Todavía tengo moretones. No sé si alguien habrá saltado por mí o qué, porque si fuera por ese loco, me terminaba matando. La cosa es que desperté después de un montón de tiempo en el hospital. Tenía un brazo enyesado y me dolía todo el cuerpo. No sé de cómo no perdí un diente con la primera piña que me comí. Estuve una semana internado y ahora en reposo en casa. Nunca extrañé tanto la escuela, la puta madre. Y a la Andrea. La vi sólo tres veces, pero cómo extrañaba a esa mina. Nunca en la vida me sentí tan solo y tan débil. ¡La puta madre que los parió a todos!

Andrea

Me gustó que fuera a mi casa a buscarme. A mí también me empezaban a dar ganas de estar de nuevo con él. Me escucho decir esas palabras y siento que estoy perdiendo la cordura, pero es así. De todas formas, ni loca iba a hacer algo con él mientras Rubén dormía en el cuarto. Creo que ese límite jamás lo pasaría, aunque también es cierto que ya pasé varios límites que nunca creí que pasaría. Así que le pedí que por favor se fuera, insinuando la posibilidad de un futuro encuentro, pero sin prometerle nada.

Pensé en darle mi teléfono, para que me llame cuando ni Rubén ni Joaco estuvieran en casa. Pero ya estaba jugando demasiado con fuego, no era sensato agregar más riesgo a una situación ya de por sí riesgosa.

Varios días después de ese primer encuentro, todavía sentía como si su sexo estuviese adentro mío. Cada vez que recordaba la manera brusca y vehemente con la que me acariciaba; y la energía salvaje con la que me penetraba, mi ropa interior se empapaba.

No sé en qué momento sentía más vergüenza y asco de mí misma: cuando veía a Rubén, totalmente perdido en su melancolía, como sucede desde que caímos en desgracia, o cuando le doy una afectuoso beso en la mejilla a Joaquín. No pasa día sin que me sienta una persona insignificante y traicionera. Y no pasa día en que desee repetir la traición.

Pero sentirme tan miserable iba acompañado de una extraña sensación de libertad. Si bien me estaba metiendo en una maraña de engaños y mentiras de la que sería difícil salir, también sentía que comenzaba a conocerme a mí misma.

La mujer de ética intachable, que sabía con exactitud lo que quería para su vida, que tenía en claro lo que estaba bien y lo que estaba mal, que no necesitaba nada más que a su familia para sentirse plena, esa mujer no era más que una farsa.

En el fondo, no era más que una niña a la que se la convenció de que saltarse la etapa más importante de su vida, estaba bien. No culpaba a Rubén por eso. O en todo caso, no más que a mis padres puritanos, que me inculcaron la absurda idea de que el matrimonio era sagrado, y de que una debe casarse con el primer hombre que la desflore. Aunque en el fondo, supongo que tanto Rubén como mis padres, son víctimas, al igual que yo, de esta sociedad hipócrita.

Con todas estas ideas nuevas empecé a encarar mi vida, más confundida y más segura a la vez.

El jueves de la semana pasada me tocó estar en la oficina para organizar las citas de la semana siguiente del Dr. Mariano. Él estaba reunido con unos clientes en Capital, así que no se presentaría en toda la tarde.

Los doctores Ceballes y Aristimuño estaban en el estudio. El Dr. Aristimuño encerrado en su oficina con un cliente desde hacía media hora. Yo iba de acá para allá sacando fotocopias, y haciendo llamadas telefónicas.

—Andrea ¿Puede venir a mi oficina por favor? —Escuché decir a la voz empalagosa del Dr. Ceballes.

Fui, sin mucho humor, a ver al viejo. No sólo tenía la mala costumbre de mirarme el culo cada vez que podía, también aprovechaba de usarme como secretaria, aunque sabía que yo trabajaba exclusivamente bajo las órdenes del Dr. Mariano.

—Hoy está deslumbrante. — me dijo.

Yo me había prometido no regalarle ninguna sonrisa cuando me decía esas tonterías, porque el imbécil podía llegar a tomarlo como que yo tenía onda con él. Me quedé seria, y no dije absolutamente nada. Sin embargo, su sonrisa de baboso no desapareció.

—Me haría el favor de confeccionarme una cédula para el caso Basualdo por favor.

—Sí, claro. —Contesté, a regañadientes.

—Venga, hágala acá. —me dijo, señalando su silla.

Se puso de pie. Rodeé el escritorio y me acomodé en la silla. Sentí su perfume, el cual usaba en abundancia. Tecleé lo más rápido que pude, quería salir de ahí adentro cuanto antes.

—Andrea, creo que la noto un poco estresada últimamente ¿Tiene algún problema familiar?

Pensé en mandarlo a la mierda, pero me mordí la lengua.

—Como todo el mundo. —le contesté.

Sus manos se posaron en mis hombros. Empezó a hacerme un masaje sin que yo se lo pidiera. Me puse aún más tensa. El doctor Ceballes exhalaba como si el que sintiese el placer con esos masajes fuese él mismo.

—Sabe Andrea, voy a necesitar una asistente para el estudio nuevo que estoy armando, y pensé en usted.

—¿Se va? — le pregunté, con disimulada alegría.

—No no, de ninguna manera. Mi sociedad con el Dr. Mariano es muy sólida. Pero voy a tomar casos penales, y como mi colega no gusta de trabajar en ese rubro, los casos que tome irán a ese nuevo estudio. —Explicó, sin dejar de tocarme. —Yo le podría asegurar trabajo a tiempo completo, y el doble de sueldo. ¿Qué le parece?

—Me parece interesante. —contesté.

El doctor Ceballes exhaló por la nariz, más fuerte que antes. Sus manos se deslizaron por la blusa, y llegaron hasta mis senos.

—Estoy seguro de que va a ser una excelente secretaria. —dijo, masajeando mis tetas.

Me apoyé contra el respaldo. El viejo sabía tocar, eso tengo que reconocerlo, mi cuerpo enseguida empezó a encenderse.

Después de deleitarse un rato con mis tetas, dejó de masajearme y apoyó su pelvis sobre mi brazo. Su insignificante verga se estaba endureciendo.

—¿Esta es su fantasía Dr. Ceballes? —Pregunté, mirándolo a los ojos. —¿Qué la secretaria se la chupe en la oficina?

El doctor Ceballes se desabrochó el cinto y se bajó el cierre del pantalón. Con un movimiento de su mano sacó su instrumento afuera. Su pantalón cayó hasta los tobillos.

—Creo que no le alcanzaría con duplicarme el sueldo. Yo valgo más. Ya verá. —dije. Él rió, divertido.

Acaricié sus testículos con mis dedos, con mucha ternura. Eran pequeños y desiguales, y en el vello había muchas canas. Lo miré a los ojos. Quería ver su expresión cuando diera el siguiente paso. El doctor Ceballes me acarició el pelo, y su rostro expresó, por adelantado, el placer que esperaba recibir.

Entonces cerré mi mano sobre los testículos.

Se sintió blando. No los apreté con mucha fuerza, pero inmediatamente, el doctor Ceballes se retorció de dolor. Sus rodillas se cerraron, sus manos, instintivamente cubrieron su entrepierna. Cayó al piso y largó un gemido de dolor. Se notaba que hizo un esfuerzo inmenso para no gritar.

—Nunca sería su puta. — dije —. Ni aunque me pague un millón de dólares. Y si me vuelve a molestar lo acuso con el doctor Mariano, le pongo una denuncia, y le digo a su esposa las porquerías que hace. Le juro que se va a arrepentir.

Lo dejé en el piso, gimiendo de dolor.

Cuando salí de su oficina, me encontré con el Dr. Aristimuño, quien acababa de despedir a su cliente.

—¿Pasó algo? —Preguntó.

Supongo que me notó alterada, o quizá escuchó el gemido de su colega.

—Pasa que no soy ninguna puta, y lo que le dije al idiota de su colega, también va para usted. Vaya y pregúntele.

Lo dejé con la boca abierta y me fui a mi casa.

Nunca me había sentido tan fuerte como en ese momento. Ni siquiera la posibilidad de perder el trabajo nublaba mi buen humor.

Pero cuando llegué a casa noté que Joaco estaba mal. Se lo veía muy serio. Hasta asustado.

—¿Le pasó algo a tu papá? —fue la primera pregunta que me vino a la cabeza.

—No, nada que ver.

—¿Entonces?

—¿Te acordás de Pitu?

¿Y cómo me iba a olvidar de él? Pensé para mí.

—¿Tu compañero? Sí, claro que me acuerdo.

—Está en el hospital. — me dijo Joaquín.

Sentí que en mi cabeza, todo empezaba a dar vueltas.

Joaquín

El ambiente en la escuela se sentía muy tenso. Y el miércoles, cuando los del turno tarde tenían la clase de educación física, la cosa parecía grave.

Era recreo. Yo estaba en el corredor al lado del aula, con Agustina, y con Romina y Débora, sus amigas. Habíamos sacado unas cuantas sillas para charlar. Los demás estaban a unos metros. Todo tercera tercera estaba reunido. E incluso algunos de tercera segunda y tercera primera. Salvo Pitu, claro.

Me había enterado de que desde hacía varios días estaba en su casa, y me sentí aliviado por eso. Recordé lo preocupada que se había sentido mamá cuando se enteró de lo que le había pasado, y me dio gracia recordar que hasta hacía solo unos meses lo había cagado a pedos por golpearme. Pero su actitud, en definitiva, no era muy diferente a la mía. Yo lo había sentido como un enemigo desde el primer momento. Agresivo, mal hablado, desprolijo, altanero. Todo lo contrario a mí. Pero ahora nos llevábamos bien. o como diría él: Está todo bien con el Pitu.

Los del turno tarde estaban en el patio, acomodándose para empezar su clase. Turco y Mauri cruzaban miradas con Leo y los otros.

—Tranquilo, esto siempre es así. —Agustina me acarició el pelo. Estaba sentada sobre mi regazo. Cuando me habló, como que me trajo a la realidad de nuevo. Sentí sus nalgas sobre mi pierna y me costó no excitarme. Pero igual pude controlarme. —Hay una pelea entre alguno de los chicos con los del otro turno, —siguió explicándome —, se miran mal durante algún tiempo, y después todo vuelve a la normalidad.

—Me parece que ahora es diferente. Se fueron al carajo con lo de Pitu. Si yo no fuera tan cagón estaría buscando bronca con algunos de eso forros.

—Ay mi amor que justiciero.

—Y eso que Pitu te dio una paliza hace tiempo. —Comentó Débora, una gordita chismosa.

—Ay Debo, que mala onda. —dijo Romina, defendiéndome.

—No pasa nada, no me ofendí.

Vimos llegar a la profe de matemáticas y nos metimos al aula, aunque algunos de los chicos se quedaron afuera.

Me senté con Ramón y Fabricio. Agustina se fue adelante a sentarse con sus amigas. Me gustaba que no estuviese encima de mí todo el tiempo, pero a veces me pregunto cuánto me quiere realmente.

De repente, en mitad de la clase, se escuchó un barullo afuera.

—¡Quietos en sus asientos! —Ordenó la profe, pero ninguno le hizo caso. Nos amontonamos en la ventana y vimos lo que sucedía en el patio.

Cuatro o cinco chicos estaban enredados en tremenda pelea. Pude reconocer a los dos que me habían atacado en el baño: Mauricio y el Turco, que no sé cómo se llama realmente. Brian y el Polaco se insultaban con ellos. Dos profesores los separaban. Leo insultaba a los del otro turno desde un poco atrás.

Por lo visto, para muchos era normal ese tipo de cosas, pero yo no terminaba de acostumbrarme a ese salvajismo.

Sonó el timbre y sentí un sobresalto. Salí de la escuela mirando para todas partes. Tenía miedo. No me olvidaba que la bronca empezó cuando Pitu me defendió. No me podía sacar de la cabeza la idea de que los del turno tarde me tenían pica.

Alguien me agarró del brazo y pegué un saltito del susto.

—¿Qué te pasa?

Era Agustina. Por primera vez sentí irritación al verla. Pero traté de calmarme, ella no tenía la culpa de nada. Me di cuenta de que alguno de los chicos que salían de la escuela se habían dado cuenta de que me asustó una chica, y me miraban, riéndose. A mí también me dio gracia.

—No pasa nada, estoy un poco nervioso.

Abracé a agustina por la cintura y caminé junto a ella.

—¿Vamos a mi casa?

—¿A …? —le pregunté.

—A estar solos un rato.

Esa chica siempre me sorprendía. Nunca me terminó de cerrar que la misma mina, tierna y hasta un poco tímida, que conocía en la escuela, fuera la misma que me masturbó en el cine. Y la cosa se puso más rara cuando no volvimos a hacer nada parecido. Ella se dejaba tocar en casi todo el cuerpo, pero siempre con la ropa puesta. Las dos o tres veces que estuvimos a solas me tuve que conformar con eso. Parecía que había un punto que no quería cruzar. Y ahora me invitaba a su casa. ¿Se suponía que estaba a punto de dejar de ser virgen? Era difícil saberlo. De todas formas acepté. Quería relajarme y pasar un buen rato. Y con Agustina siempre la pasaba bien. Era cariñosa, sincera, y a su manera inteligente.

Varias veces creí estar enamorado, pero siempre idealizaba a las chicas que creía amar. Nunca las llegaba a conocer de verdad, por lo tanto, supongo que no era amor de verdad lo que sentía. Pero ahora, por primera vez empezaba a querer y a desear a alguien por su forma de ser. Eso me gustaba y también me daba miedo.

—¿Querés tomar algo?

La abracé. Su pelo, un poco alborotado, tenía un olor dulce. Le di un beso. Acaricié su cola. No era muy voluptuosa, pero tenía una forma perfecta y se sentía muy bien acariciarla. Nos sacamos los guardapolvos. Fuimos a su cuarto. Metí la mano adentro de su pantalón.

—Pará, eso no. — me dijo.

Yo retiré mi mano de ahí. No quería hacerla sentir incómoda. Aunque no pude evitar sentir cierta exasperación.

—Sentate. —me dijo.

Me senté en la cama, pensando que me quería decir algo.

—Quiero darte algo, pero me tenés que prometer que no me vas a pedir más que eso que te voy a dar. Prometémelo por favor.

—A veces me confundís Agus.

—Prometémelo.

—Está bien, te lo prometo. —le dije.

Agustina se paró frente a mí y se arrodilló. Me empezó a masturbar como la vez que fuimos al cine. Mi pija se sentía muy bien al recibir esas caricias. Era increíble que una chica que se negaba a tener relaciones sexuales fuera tan genia con las manos.

Me bajó el cierre del pantalón. Mi pija saltó como un resorte cuando sintió la mano sobre ella. Era la primera vez que me tocaban con las manos desnudas, y se sentía demasiado bueno. Agustina me miró con una cara de pícara que me encantó., parecía una nena haciendo una travesura.

Y entonces me la chupó. No me esperaba eso. Mi cuerpo reaccionó al toque. Mi torso se fue para otras, mis ojos se cerraron, largué un gemido entre dientes. Su lengua era como una babosa que recorría mi sexo. Se sentía cálido, y cuando masajeaba la cabeza, se sentía muy intenso.

Yo miraba su cabeza subir y bajar mientras me la mamaba. Su brazo, flexionado, parecía sacar músculo mientras me pajeaba. Acaricié esa cabellera revoltosa que tanto me gustaba. Le corrí el mechón de pelo que cubría su cara, para poder verla. Sus labios finos devoraban mi pija. Ella parecía estar disfrutándolo tanto como yo.

Creo que no duré ni diez minutos.

—Voy a acabar. —le avisé. Y como no pareció haber escuchado, lo repetí —: Voy a acabar.

Ella asintió con la cabeza, como diciendo que ya estaba lista para recibir mi eyaculación. Se sintió como una explosión. Pero una explosión hermosa. Mi leche saltó y salpicó su cara. Algunas gotas cayeron adentro de su boca, y otras quedaron pegadas a su piel. Nunca había visto nada tan hermoso como la cara de Agustina bañada en leche.

Se limpió con papel. La abracé, como si se lo estuviera agradeciendo.

—¿Me vas a decir por qué no te animás a hacer algo más? —le pregunté.

—Hoy no. — me respondió.

La abracé más fuerte. Empezaba a sospechar el motivo por el que se negaba a coger, y me dieron unas ganas tremendas de cuidarla y de protegerla de todo.

Creo que me estoy enamorando.

Pitu

—Eh pitu hay una señora que te busca. —me dijo el Esteban.

Yo estaba en la cama. Eran como las cuatro de la tarde, pero desde la paliza que duermo a cualquier hora.

—¿La hago pasar acá? —me preguntó el boludo del Esteban.

—Acá no salame, ¿no ves el desastre que es este cuarto?

—Eh bueno, háblame bien gil. — me dijo.

—Eh bueno, dale, decile que me espere abajo.

No sabía quién era, pero esperaba que fuera ella.

—Mi hijo no pudo traerte los apuntes de la clase que te perdiste, así que te los traje yo.

La que habló era una mina infernal de pelo negro. Sus ojos, zarpados en azules me miraban, corte, seguime la corriente. Llevaba una pollerita blanca con rayitas negras, bien ajustadita, y una camisa blanca. Tremenda perra hermosa esta Andrea.

El Esteban la miraba de arriba abajo, rascándose la cara y con los ojos como huevos. Me parece que nunca vio un camión así, excepto en la tele. La vieja estaba en capital limpiando unas oficinas, así que me lo tenía que sacar de encima a mi hermanito y listo.

—Eh Este. ¿Por qué no vas a comprar la comida para lo noche? Ahí mamá dejó la plata. Y después pasá por lo de don Ricardo para preguntarle cuándo va a estar mi bici.

—Eh yo no soy tu mulo eh. —se quejó el pibe.

Lo quiero mucho, encima, desde que me cagaron a piñas se lo notaba re preocupado y re caliente, corte, que quería matar al que me pegó. Pero en ese momento lo quise matar yo.

—Dale Wachín, después me pago unas birras.

El bobo la miró a la Andrea, como dándose cuenta de que me quería quedar sólo con ella.

—Es mucho para vos, gil. —me dijo, y se fue cagándose de risa.

Al toque que se fue la agarré de la cintura. Que finita era esa cinturita, por favor.

—No sabés cómo te extrañé mamita. — le dije.

—¿Cuánto va a tardar tu hermano? — me preguntó.

—Cómo quince minutos. — Empecé a desabrocharle los botones de la camisa —Seguro que piensa que te quiero chamuyar, pero que ni en pedo me vas a dar bola, así que más que eso no va a tardar.

—¿Y qué me vas a hacer en quince minutos?

—Venía para acá.

La llevé hasta el fondo, donde estaba el patio. Como había un paredón grande, nadie nos podía ver, además así teníamos tiempo si escuchábamos que mi hermano volvía.

—Es una locura esto.

—Aguante la locura entonces.

Andrea se apoyó sobre una pileta de cemento que la vieja usa para lavar ropa. Dobló una pierna y sacó cola.

—Dale, cogeme, pendejo.

La agarré por detrás, de la cadera, y le empecé a levantar la pollerita.

—¿Por qué no me visitaste antes? —le pregunté. Me la quería coger, pero también le quería hablar, y solamente teníamos quince minutos.

—No me animé. —me dijo.

—¿Y ahora por qué viniste? —le acaricié el orto, y le bajé la hermosa tanguita blanca que tenía.

—Necesitaba verte.

—Necesitabas que te coja. Y bueno, acá tenés lo que querés.

Saqué mi verga. Me acomodé. Cuando me avivé de que esta vez tampoco había agarrado preservativo, estuve a punto de correr al cuarto a buscar, pero la mina estaba tan caliente que no me dijo nada, así que me aproveché. Le di una nalgada. Me re ponía al palo esa mina. Y saber que fue a buscarme, habiendo podido cogerse al tipo que quisiera, me hacía sentir zarpado de bien.

Me agarré de su cintura y se la mandé.

—¿Te gusta mi pija?

—Sí Pitu.

—Decilo.

—Me gusta tu pija, me encanta tu pija, pendejo morboso.

Se la metí con más fuerza. Su conchita estaba toda mojada, y su fluido se chorreaba sobre mi verga. Dio vuelta su cara, y le comí la boca mientras se la mandaba.

Andrea empezó a gemir cada vez más fuerte. No sé si los vecinos la habrán escuchado, pero en ese momento a ni uno de los dos nos importó.

—Esto es una locura. —decía, de repente.

Pero ya estábamos metidos hasta las narices en esa locura.

En un momento paré de cogérmela y me arrodille para chuparle el culo. No quería que se vaya sin sentir esas nalgas y ese agujerito delicioso en mi lengua. Lo saboreé como si estuviese muerto de hambre. Le mordí un cachete de la cola. Ella pegó un gritito. Me paré y se la mandé de nuevo.

—Sí, dame tu pija por favor.

Escuchar esas palabras salir de su boquita fue demasiado hermoso.

La penetré de nuevo, y ella empezó a gemir y a retorcerse en mis manos. La voz de trolita que largaba me encantaba. Le metí dos dedos en la boca, como ella había hecho conmigo la primera vez que estuvimos, y Andrea los chupó todos, dejándome su rica saliva en mi piel. Después me chupé los mismos dedos y me tragué toda su saliva.

Mientras me la cogía, le manoseaba el orto. La pollerita bailaba al ritmo de mis manos. Andrea me miraba. De sus ojitos salían algunas lágrimas. A veces, el placer también es sufrimiento, pensé.

Ella gritó, y tiró su culo para atrás. Largó un gemido bien largo. Había acabado, y mi verga sentía la bocha de fluido que había largado.

Saqué mi verga y me empecé a masturbar. Yo tampoco aguantaba más.

—No me maches la pollera por favor.

Se la levanté con una mano, mientras que con la otra me seguía pajeando. Sentí que lo que se venía era mucho semen. A veces me pasaba, cuando no me pajeaba tanto como otras veces, o cuando pasaba varias semanas sin coger.

Sentí que un fuego caliente pero rico me quemaba la pija. Primero salió un chorro que dio en sus nalgas. Después otro que largué en su pierna. Y otro más es un precioso culo.

Andrea quedó re agitada, apoyada sobre la pileta de cemento. Mantenía su pollería levantada, mientras yo iba adentro a buscar papel para limpiarla.

Cuando volví, la leche se resbalaba por su piel.

—Qué buena que estás. —le dije.

La limpié, aprovechando para manosearla de nuevo. Le puse la tanguita y le acomodé la pollera.

—Esto no pude terminar bien. Salvo que la cortemos acá. Todavía estamos a tiempo. —me dijo de repente.

Yo la abracé, corte novios.

—Ni loco. Yo te voy a querer coger siempre.

—Esto es una locura. —dijo.

—Entonces seamos locos.

Al ratito escuchamos el portón de enfrente abrirse. Fuimos rápido para la parte de la cocina.

—Bueno, espero que pronto vuelvas a la escuela, Joaquín te manda saludos. —Dijo la Andrea, haciéndose la boluda, cuando entraba Esteban.

Me dio un beso y se fue.

—¿Y Pitu? ¿te la levantaste? —Me preguntó mi hermano.

—Sí, no sabés, me la acabo de coger en el lavadero.

—Seguí soñando. Los golpes te hicieron mal. —me dijo el wachín. Y se empezó a cagar de risa de mí.

Conntinuará