La mamá de Benito

Relato sobre las aventuras sexuales de una mujer bien agraciada de trasero, que termina teniendo un hijo, el que nadie sabe a ciencia cierta quien es el padre.

La mamá de Benito

Benito era un chiquillo rechoncho y chaparrito, hijo de una de las vecinas de la colonia. Benito era casi la viva imagen del monito de las caricaturas que salía con don Gato y su pandilla. Su familia se limitaba a su madre, una señora joven, de piel blanca, chaparrita y regordeta, cuyo único atractivo era un descomunal par de nalgas, parecía como si toda la carne de su cuerpo se hubiera acumulado precisamente en aquella parte. Con aquel trasero era normal que todos los cabrones de la calle se fijaran en aquella señora, que rentaba un pequeño departamento y que vivía de trabajar en un taller de costura.

Pero Benito, pese a su pobreza, se convertía el Día de Reyes en el chiquillo que recibía más juguetes que todos los chamacos de la cuadra juntos, ¿por qué?, ¿de dónde salían tantos juguetes si la nalgona de su madre a duras penas tenía para comer?, pues nada que muchos cabrones que terminaron metiendo la verga entre aquel descomunal par de nalgas sentían que, de algún modo, Benito era algo así como su hijo y el Día de Reyes trataban de calmar sus culpas llevándole a Benito juguetes y más juguetes, aunque los muy jijos no fueran capaces de llevar a sus propias casas ni siquiera el gasto del día.

Así Benito fue el primer niño de la cuadra que tuvo bici, balón de fut y la colección completa de los muñecos de pockemon a los 8 años de edad, y aunque las lenguas de doble filo hicieran tiritas a la madre, pues que jijos, si por algo tenía nalgas y las había puesto para coger, y se había cogido al tendero, al carnicero, al tortillero y al del gas para pagar sus cuentas, además de que..., bueno, aquí entro yo, se cogió al equipo completo de futbol de la colonia, aquella vez que ganamos el primer y único campeonato.

II

Yo tendría escasos 14 o 15 años cuando miraba, junto con los demás bueyes del equipo, pasar a aquel bamboleante par de nalgas. Era como un desfile de carne que se mecía como un barco de velas en medio de un apacible mar --aunque yo nunca hubiera visto un barco de velas y menos meciéndose en las olas del mar. Todos deteníamos los comentarios acerca del partido que acabábamos de perder, el envase de refresco se detenía junto a las bocas, y las miradas seguían el acompasado caminar de aquella mujer, que en la acera de enfrente lucía sus vibrantes carnes al son de una imperceptible música. A varios chamacos se les caía la baba, otro comentaba "cuanta carne y yo en vigilia", algún bocón diría "las tiene bien ricas, ya se las agarré", comentario que provocaba un alud de madrazos sobre el impertinente, pues todos creíamos que aquel monumento a la nalga era algo incólume, intocable, virgen aún en el mar de vergas de aquella colonia.

Y no era el único que suspiraba por aquel mundo de vibrante carne, todos incluido el capitán del equipo, El Borolas, hacían comentarios cómo "mira nada más qué nalgas, se imaginan tenerla de a perrito, con sus nalgotas abiertas, metiéndole el pito, con su culo prieto, y la carne brincando con cada metida de verga!", pues sí nos imaginábamos o tratábamos de hacerlo, pero hasta entonces pocos eran los rumores acerca de la mamá de Benito, que en aquel entonces todavía no era mamá y Benito andaba todavía en los huevos de aquel cabrón que terminó preñándola.

Pero bueno, como "a cada capillita le llega su fiestecita" me llegó el turno, y el del Borolas, y el del Chorizos, y el del Rana, y el del Marciano, y el del portero, y el del Hermano, y el del..., en fin el turno de todos, hasta del Bimbollo que fue quien organizó el bailongo para celebrar nuestro primero y único, campeonato.

Toda la cuadra aportó lo suyo, que si unos refrescos, que si el mole, que una botella de ron, que la música, en fin todos pusieron lo suyo, y la mamá de Benito también, pero no se piense mal, ella colaboró ayudando en la cocina, sirviendo y lavando platos.

Todos bailábamos al son de La Culebra —pero no en la versión de la Banda Machos, sino en la de Benny More— cuando se me antojó ir a mear y justo cuando iba a entrar al baño choqué con alguien, nunca supe quien era pero llevaba prisa, pero cuando por fin, luego de mentar madres, entré a ese cuartucho que servía como baño, la descubrí en medio de la penumbra, era la mamá de Benito, fijó sus ojos en los míos y sólo alcanzó a decir "¿tú también?, pues al menos cierra la puerta?", mi embotada mente reaccionó, empujé la puerta con la mano en el justo momento en que ella se empinaba, apoyando las manos en la tasa del baño y subiendo sus amplias faldas. Como alucinado fijé mis ojos en aquel portento de carnes, los globos carnosos, redondos, lisos, perfectos, con aquella hendidura en medio, más oscura, pero delineando a la perfección unas nalgas que ni Goya las hubiera imaginado.

Su voz me sacó de trance, "anda apúrate", traté de darme prisa, saqué mi pinga medio dormida de la bragueta del pantalón, con la borrachera ni la verga se me paraba, por eso le agarré las nalgas con ambas manos, acariciando los cachetes, apretando los dedos sobre la piel, separando los glúteos para escudriñar con ojo avisor sus profundidades, entonces ví un hilillo de leche escurriendo por sus piernas, tal vez aquello me excitó pues al momento sentí dura la verga. Entonces me enderecé y apuntando el pito entre aquel glorioso par de nalgas se la dejé ir, atiné a la primera. Mi verga sintió la deliciosa presión de un ambudo de carne caliente y pegajosa, ya estaba hasta adentro de su panocha, mis huevos chocaron contra los cachetes de su culo, mis dedos atenazaron aquella carne que se desbordaba entre ellos y mis ansias incrementaban los embates de mi cuerpo contra aquella mujer, que con cada empujón chocaba con su cabeza contra el mueble del baño.

Seguí cogiéndome aquel portentoso culo, como alucinado, era como estar en el cielo. Luego escuché sus gemidos, eran como "hummmjjjuum, huummmm", para luego "espera, deeeespacio, despacio niñito, nooooo te lo vas a acabar, hummm, desssspaciiioooo". Luego sentí en la verga algo que me succionaba, que me llamaba, que me exprimía, su voz "¿sientes?", y los apretones sobre el pito, luego me vine, contra mi voluntad me vine, ese agujero me sacaba los mocos, a apretones succionantes, mis piernas se doblaban y yo agarrado a aquellas nalgotas vibrantes, en mi último suspiro la escuché "anda niñito dame tus mocos" y terminé de venirme.

Al final hice el que tal vez sería el único gesto de "caballero" que recibió esa mujer, tomé un largo trozo de papel de baño y le limpié la entrepierna, luego me subí el pantalón y como pude abrí la puerta del baño.

Pero al salir me esperaba otro mundo, era como si los ojos de todos estuvieran sobre mi, todos me miraban aunque la mayoría bailaba y andaba en sus propios asuntos. Sentí los ojos inquisitivos de los cabrones del equipo y los ojos reprochantes o envidiosos de varias mujeres, caminé entre ellos, sintiendo de vez en cuando palmadas sobre mis hombros, "bien, bien, lo hiciste bien", me decían voces a mis espaldas como felicitándome por haber anotado un gol.

Aquello me extrañó, entonces caí en cuenta que mis compañeros de equipo se habían dado cuenta de lo que había ocurrido dentro del baño, y en el justo momento que voltee hacía ese lugar vi que el Marciano cerraba la puerta. En otras palabras este cabrón también se había metido ahí para cogerse a la nalgona, y junto a la puerta ya había otros esperando turno, el Silverio, el Primo y hasta el Borolas, además de otros que no pude identificar. Y cuando algún despistado quería entrar al baño todos a coro decían "está ocupado".

Todo eso me sorprendió, ¿sería posible que aquella mujer se cogiera a todo el equipo?, pues al menos a la mayoría si, puesto que dos horas después y creo medio litro de semen más tarde la vi salir, como si nada, haciendo caso omiso de las enojadas miradas de las viejas que se habían percatado de toda aquella acción, meciendo su descomunal nalgatorio sumándose a la fiesta para bailar con quien se lo pidiera.

Más tarde, con algunas cubas de más, la saqué a bailar, ella aceptó y disfrutamos del Caballo y la Montura en voz de Tony Camargo, en aquellos momentos tener a la nalgona entre mis brazos y recordar lo ocurrido horas antes dentro del baño provocó una nueva erección, le comenté "oye, que rico lo hicimos ¿verdad?", "¿qué?", dijo ella, agregando "no se a qué te refieres", en otras palabras fingía demencia, eso me desconcertó y acabó por enfriar mis intenciones, pero ya para terminar la pieza ella acercó su boca a mi oído para decir "no te enojes niño, ya te dí una probadita, no pidas más, estás todavía muy chiquito y si sabes ser caballero guardarás silencio ¿eh?". Luego se retiró meneando el bote dedicándome de paso una inocente sonrisa.

III

En nuestra siguiente reunión, la bola comentaba lo ocurrido con la nalgona: "qué rico apretaba!, ¿verdad?", "te sacaba los mocos apretando la pucha, pinche vieja!", "dice el Marciano que a él le dio el chirris, pues ya tenía muy rosada la zorra", "a cuántos se echó?", "pues quien sabe, pero la mayoría del equipo fue al baño en ese rato", "ufff, pues entonces fuimos como quince o más!", más o menos así había ocurrido, pero el entrenador que había escuchado la conversación nos calló a todos, "pues si se la cogieron todos, cabrones, lo menos que pueden hacer es callarse el hocico, no anden de pinches habladores, si nos dio chance fue en buena onda, ya cierren la pinche boca y punto".

Como sea la nalgona había causado en mi el despertar de emociones y deseos que ya casi ninguna de mis novias podía apagar, había descubierto la deliciosa sensación de una verija. Y no era yo el único, a partir de aquella fiesta los cabrones pululaban en torno de la nalgona buscando echarse otro rico palito. Nunca supe si alguno de ellos logró de nueva cuenta sepultar la virilidad en aquel mundo de carne, pero algunos rumores señalaban al Borolas como el arrempujador de planta de aquella vieja, otros decían que no, que la nalgona se repartía entre el Bimbo y el Borolas.

En cuanto a mi la nalgona me dispensó sólo promesas, "ay no se, quien sabe si pueda el sábado, tengo cosas que hacer, yo te aviso", o cosas así.

Pasaron los meses y un nuevo rumor se desató en la cuadra: "pues nada cabrones, que la nalgona anda panzona!". Todos los que habían gozado de sus favores tratamos de averiguar si aquel dicho era cierto, pero la vieja no se dejaba ver, hasta que un domingo luego del partido, cuando reunidos comentábamos nuestra nueva derrota, la vimos caminar con dificultad por la acera de enfrente, si, era cierto. La nalgona lucía un abultado vientre de siete u ocho meses, al momento guardamos silencio mirándola pasar, algunos disimularon volteando la vista a otro lado, otro más comentó "oigan cuándo fue la fiesta?", "hace poco más de siete meses", "en la madre!", comentamos casi todos sintiendo un remolino en la panza y pensando "tal vez ese chamaco es mío", para al momento corregir "no, ni madres, si fueron tantos los que le entraron, no pude haber sido yo", como sea nos sentíamos culpables. Minutos después la calle se quedó vacía, de repente todos tenían cosas que hacer en sus casas.

Días después, en la junta previa al partido del domingo, el Borolas nos sableó como siempre, pero ahora el motivo era diferente: "bueno cabrones, ya saben, no se hagan, la nalgona salió premiada, así que sin hacer olas vamos a hacer una coperacha para que se vaya al hospital", alguno comentó, "pues si buey, pero tú la traías de planta, tú tienes que poner la mayor parte, además te vas a parar la cola con la lana diciendo que es lana tuya", él comentó "ni madres cabrón, que me acompañe alguien para que sepa como estuvo el pedo". Así no quedó de otra, teníamos que entrarle con lo que pudiéramos, en total se juntaron casi mil varos que puntuales fueron a llegar a manos de la que hasta entonces había sido nuestra principal fantasía erótica. Luego el Bimbo, quien acompañó al Borolas, nos comentó que la nalgona no quería recibir la feria, pero que al final aceptó diciendo de paso que se iría a aliviar a casa de sus padres en Puebla, agradeció el dinero y con un amable gesto los mandó directito a la chingada, eso dijo el Bimbo.

Hasta ahí la historia de la nalgona, los compas del equipo no volvieron a mencionar nada, fue como si aquel grandioso culo hubiera desaparecido de la faz de la tierra. Pasó el tiempo y los que hasta entonces éramos apenas unos adolescentes calenturientos, sumamos algunos años y experiencias a nuestras vidas.

IV

Yo estaba por terminar la Vocacional, cuando una tarde al bajar del pesero la vi pasar. Era la nalgona!, en persona, llevando de la mano a Benito, se llamaba, según supe después. Luego confirmé que la nalgona tenía ya tres meses en la colonia, que había regresado de su pueblo con todo y chiquillo, Benito, el hijo de alguno de los del equipo, o de quien sabe, en asuntos de nalgas no hay nada seguro.

La cosa es que a pesar de que ya tenía novia y verija de planta –Alejandra me había acabado de aleccionar una tarde en el deportivo Plan Sexenal— sólo ver las enormes nalgas bamboleantes de la nalgona me produjo un significativo estremecimiento en la verga, fue como si al ver aquellas carnes reviviera en mi la experiencia vivida en un inmundo cuartucho de baño.

Pronto los escasos cuates que me quedaban en la cuadra me pusieron al tanto: no, la nalgona no tenía, al parecer, verga de planta; no la veían salir con nadie, además del Borolas ni sus luces, traía pedos con la justicia y andaba huyendo; según la nalgona vivía del sudor de sus nalgas, pero de tanto estar sentada frente a una máquina de coser; es más, ni a novio llegaba. Según.

Paciente esperé la oportunidad, la abordé un sábado saliendo del taller de costura. Me saludó como si nos conociéramos de siempre. La invité a dar la vuelta, según, pareció meditarlo un poco, pero terminó aceptando, de camino al metro me puso al tanto de su vida, puras pendejadas: que si Benito ya tenía casi cinco años y ya iba al kinder, que no se quería casar, "los hombres son unos cabrones"; dijo, que a mí varias chicas de la colonia me tenían echado el ojo "te haz puesto muy guapo, además estudias, pronto serás rico", según, y así por el estilo.

Como no queriendo llegámos a la Alameda, caminamos platicando por avenida Hidalgo, mi intención era llevarla a un café musical, romanticón, pero, cosas de la vida –nunca me había percatado de ello—juntito estaba un hotel, ahí se metió la nalgona, conmigo de la mano, como no queriendo, como si supiera el camino, y pues bueno, nunca supuse que fuera tan fácil. La cosa fue que diez minutos después ambos estábamos sobre la cama, en tremendo faje, sintiendo que la ropa nos estorbaba, ambos hechos bola sobre la inmensa cama y cuando al fin pude meterme entre sus piernas su vocesita me suplicó "por favor no te vengas dentro de mi". Cogimos como locos haciendo brincar el colchón, mis manos atenazadas en sus tetas blancas y suaves, mientras que los vientres chocaban y sus piernas descansaban en mis hombros, ella se vino primero bufando ruidosamente por la nariz y gimiendo un largo "aaaaahhhhh". No se como hice para contenerme, pero cuando le llegó su segundo orgasmo y mi verga entraba y salía lustrosa de su pepa abiertísima, ella sintió que mi troncó palpitó y al momento me dijo: "no!, no te vengas así, aguantate tantito", dejamos de movernos, le saqué la verga y me acosté a su lado, pero sólo fue cosa de un momento.

Acostado la vi colocarse a cuatro patas sobre la cama, me invitó "anda chiquito, dame tu palo por la cola", cuando me coloque tras ella sus nalgas me parecieron más grandes aún, inmensas, paradas, abiertas, su negro culo apretado y rodeado de pelitos negros. Ella misma pasó una mano entre sus piernas para tomar el tronco y dirigirlo hacia su agujero, presioné la punta, estaba duro su culo, ella coopero haciendo su cuerpo hacía atrás y como por arte de magia el culo se fue abriendo, poco a poco. La presión de esa carne sobre mi verga era casi dolorosa, pero a la vez algo delicioso, muy rico, sentí sus profundidades calientes, casi ardiendo, la verga fue entrando toda, lentamente, hasta que mis pelos chocaron contra la negra carne que rodeaba el abierto agujero. Nos quedamos pegados, muy unidos, luego empecé a moverme, lentamente también, uno, dos, entrando y saliendo, uno, dos, entrando y saliendo, la cosa mejoró cuando ella se movió también a contra punto, echándose hacía atrás cuando yo atacaba su culo ahora abierto, suave, succionante. Luego la danza se hizo furiosa, violenta, sus nalgas brincaban con cada arremetida, mi verga salía toda de ese hoyo, para luego sepultarse de nuevo, los ayes de la nalgona se convirtieron en largos gemidos y peticiones: "más, dame más, quiero más, toda tu verga chiquito lindo, toda, fuerte, huy, más, más", pese a ello me vine, gloriosamente, una venida larga e interminable, ella hizo lo mismo apretando a intervalos su culo, al terminar seguí bombeando aquellas riquisimas nalgas, cosa que a ella sorprendió, seguimos cogiendo ahora más lentamente, removiendo en su intestino el tronco duro de mi verga, yendo y viniendo, sacándo todo el tronco para ver ese inmenso hoyo abierto, sin pliegues ya y con ese penetrante tufo a excremento, ella lánguida se dejaba hacer, suspirando entrecortadamente en tanto que una de sus manos frotaba su pepa, un rato después reanudamos la violenta cogida y ambos terminamos gritando de placer mutuo.

Luego de la venida quedé acostado sobre ella, sintiendo los apretoncitos de su rico culo, busqué sumejilla para besarla, aceptó mis besos, sonriendo pícara: "anda ya cochinón, quítate y vete la lavar la polla que te huele a caca", cuando regresé ella ya estaba vestida, nos abrasamos y nos besamos dos o tres veces. Cuando salimos del hotel sentí mis piernas temblorosas, nos abrasamos de nuevo y así nos fuimos a caminar por la Alameda, ahí sentados en una banquita me pidió: "por favor, no le digas nada a nadie de esto, tal vez salgamos otro día de nuevo, me gustó mucho lo que hicimos, no te prometo nada, pero a lo mejor volverémos a estar juntitos como hoy".

Sin embargo aquella esperanzadora posibilidad nunca se concretó. Pasaron varios días en no la ví, pero en la tienda uno de los antiguos cuates me comentó: "oye buey, que la nalgona de nuevo anda con el Borolas, ya regresó el cabrón, ya los vieron juntos, hasta dicen que ese güey ya dejó a su vieja y a sus chavos y se va a ir a vivir con la nalgona". Así fue, el Borolas y la nalgona se fugaron, pero solos, dejaron al pobre Benito al cuidado de la madre de la nalgona, eso sí cada seis de enero ese niño se convertía en el chiquillo más afortunado de la colonia, pues siempre tenía juguetes y regalos para dar y prestar, uno que otro fueron míos.

micifuz6@yahoo.com.mx