La mamá cachonda y las dos gorditas lujuriosas.

Tercera parte de la saga que comenzó con 'Una mamá cachonda y pasional' y continuó con 'Una gordibuena, placer entre las carnes'. La mamá me obliga a masturbarme y las gorditas me dan el mejor sexo de mi vida.

Este es el tercer episodio de la relación de sexo y poder que inicié con una mamá muy cachonda y mandona que me obliga a esperar para acostarme con ella y de cómo descubro lo placentero y morboso que es acostarse con dos jovencitas de talla grande y polvo fácil. Espero que os guste.

Me convencí de que tenía que aprovechar a toda costa la racha de buena suerte por la que estaba pasando y creí que el destino me ayudaba a compensar la deslealtad de mi mujer con su antiguo amante. Lo primero era una cita en condiciones con Silvia, la chica gordibuena con la que me había acostado el día en que la conocí y que tan buena impresión me había causado. Lo segundo era llevarme a la cama a Ana, la mamá del amigo de mi hijo con la que había intimado hasta el punto de eyacular en su boca una noche de borrachera.

Estaba claro que saliendo por las noches tenía posibilidades de llevarme a alguna conocida o desconocida a la cama, así que el viernes, el día después de acostarme con Silvia, ya estaba preparando una nueva aventura para resarcir mi orgullo masculino de los deslices de mi mujer.

_ ¿Quieres que quedemos hoy? Ayer todo fue muy deprisa y me gustaría invitarte a cenar. No te engaño, lo de cenar es la primera parte, pero luego me gustaría terminar lo que ayer empezamos.

El whatsapp que le envié a Silvia era bastante claro en dos sentidos. Quería estar con ella para conocerla porque me había gustado como persona, pero sin ocultar que el sexo con ella fue tan bueno como para repetir esa noche.

Un rato después me citó:

_ Tengo una cena con mis amigas, estamos de cumpleaños. Te veo a las dos y media de la mañana en el bar de ayer.

Tenía plan y estaba solo en casa, ya que mi mujer seguía en el pueblo con la familia. El fin de semana pintaba muy bien y esa impresión fue a mejor cuando me encontré por casualidad con Ana y su marido, Paco, que estaban tomando unas cañas por la tarde con sus hijos y unos amigos suyos. Ana y yo sentimos una química especial. A mi me encanta su culazo de mamá cachonda que ha roto sus tabúes por mí y a ella le encanta mi gorda verga, siempre tiesa para su disfrute.

Hasta ese momento no nos habíamos acostado, pero sí nos habíamos confesado las ganas de hacerlo. Ya habíamos sido infieles a nuestras parejas en una aventura nocturna que acabó con una gloriosa mamada en mi coche (ver el relato

http://www.todorelatos.com/relato/126802/

) y ella me había prometido que nos acostaríamos sólo una vez. Cuando ella quisiera, cómo fuera su gusto, de la forma que le apeteciera. Sí, era una mujer muy dominante en el sexo y yo estaba encantado de seguirle el juego porque me volvían loco sus carnes prietas y su jugoso culazo.

En cuanto vi a Ana y su marido a la puerta de un bar fui directo a saludarles. Yo estaba solo, pasando el tiempo de bar en bar, haciendo tiempo hasta mi cita de las dos y media de la mañana. Eran apenas las nueve y media, así que me fui en busca de conversación y morbo. Más exactamente fui a poner a Ana en una situación complicada en la misma cara de su marido, teniendo bien presente cómo ella me hizo disfrutar de una grandísima felación, mientras su esposo esperaba en casa cuidando de los niños.

Saludé a todos efusivamente y a Ana la dejé para el final, disimulando. Me pegué bien a ella para darle dos besos muy sonoros y demasiado cerca de sus labios. Sólo se dio cuenta ella, pero yo sí advertí que su cuerpo había dado un respingo. Ya la tenía donde quería.

Me pidieron una caña y luego una ronda y luego algo de picar. Ya estaba claro que me quedaba con ese grupo para cenar de tapas porque Paco se sentía más cómodo conmigo que con la otra pareja con la que estaban.

Supongo que no estaría tan contento conmigo si supiera que su querida mujercita se había introducido mi pene en la boca más adentro que ninguna otra mujer en mi vida, que me había realizado una felación de campeonato y que me había hecho derramarme entre sus labios sin perder una gota.  Pero como no sabía nada estuvo muy simpático conmigo, sin notar el doble sentido de muchas frases que crucé con su mujer. Tampoco sospechó de que quisiera acompañarla al aseo, pero Ana sí que se puso realmente nerviosa.

Ver su cara de terror fue un poema cuando abrió la puerta de la cabina del aseo de señoras y me encontró al otro lado.

_ ¿Qué haces aquí? ¿Estás loco?

Ni contesté. La empujé hacia adentro y cerré la puerta detrás de mí.

_ Bésame si quieres salir.

_ Ni loca. Déjame en paz que nos van a pillar.

_ Dame un beso y nos vamos.

_ No. No estoy de humor.

_ Esa excusa no vale conmigo, con tu marido pretexta lo que quieras, pero conmigo puedes ser como realmente eres. No te quiero presionar ni juzgar, sólo te doy la oportunidad de que disfrutes de ese morbo que llevas dentro.

Me miraba como si yo tuviese razón y estuviera dudando entre mantener la mentira de su doble vida o desinhibirse como la mamá cachonda que yo sabía que era. Y una vez más me sorprendió.

_ Te plantas aquí como si fueras el macho de la película Emanuel y yo, inocente de mí, tuviera que perder las bragas con que solamente me mirases. ¿Tú de qué vas? No vales tanto. Me gusta tu verga, ya lo sabes, pero no eres Mickey Rourke ni esto es Nueve Semanas y Media.

_ ¿No quieres ver cómo haces que me crezca esto? le reté agarrándome el miembro para que fuera creciendo.

_ Mira, mira qué dura se me pone. Te miro las tetas y me pongo cachondo, pero quiero verte el culo. Toca, sácamela…

_ Hala, valiente, sácatela tú. Déjame ver si está dura. Vamos, empieza a tocarte. ¡Pero fuerte, eh! Dale, hombre que vea como sube y baja tu mano, así, así. Rápido. A qué te pone estar masturbándote en el aseo de señoras, donde podría entrar cualquiera, incluso alguna mujer conocida. Imagina si te viera alguna amiga de tu mujer, ¿qué pensaría? ¿Te la menearías también delante de sus amigas? Sí, seguro que sí. Eres un salido, un morboso que sólo busca su placer sin importarle nada. Vamos, dale más fuerte. Meneate ese chisme, rápido. Quiero ver cómo te corres.

_ Chúpamelo como el otro día, le rogué.

_ De eso nada, sigue y date prisa que me voy y te quedas así.

_ Enseñame las tetas o el culo y me corro.

_ ¿Estas tetas quieres ver?, dijo adelantándose abriendo la camisa con las dos manos. Pues empieza a darte fuerte de verdad.

Y me bajé los pantalones hasta las rodillas, me agarré los testículos con la mano izquierda mientras con la derecha me estrujaba la verga arriba y abajo, a toda velocidad, conteniendo la respiración y resoplando cuando me llegaba una oleada de placer.  Estaba a punto y Ana lo percibía. Se puso a mi costado y empezó a soplarme en la cara y, agachándose, también sobre mi ardiente miembro. Pude oler su perfume, sentí la tibieza de su aliento sobre el glande y redoblando mis esfuerzos arriba y abajo llegué a un nuevo orgasmo. El tercero en menos de 24 horas, así que apenas si salió esperma de mí.

_ Míralo, ¡si sólo ha echado tres gotitas! Seguro que estuviste tocándote en tu casa, eh, guarro. Pero bueno, el espectáculo ha sido divertido y así aprenderás que seré yo quien te cite y quien te diga lo que quiero hacer contigo.

_ Pero me tienes loco, quiero hacer el amor contigo. Vente a mi casa este fin de semana, que estoy sólo.

_ ¿Quieres acostarte conmigo en la misma cama que compartes con tu mujer, o en la de tus hijos? ¿Quieres que te haga una felación en el sofá de tu casa? No te pases y ten respeto a mí y a tu familia. Ya sabes cuales son mis reglas.

Adios guapo, es mejor que te despidas de mi marido y te des una vuelta tú solo.

Una vez más -mira que es mandona esta mujer-, tuve que obedecerla y me vi de nuevo esperando a solas a que llegase mi cita de las dos y media de la mañana. Me fastidiaba un poco haber tenido que masturbarme obligado por Ana, porque no había querido tocarme en casa pese a que estuve todo el día caliente recordando mi noche con Silvia y deseando repetir el sexo entre sus carnes blandas y tiernas.

Me consolé pensando que así aguantaría más llegada la hora y Silvia se daría cuenta del gran macho que tendría en su cama.

Nota: (Si queréis saber cómo nos conocimos y qué hicimos en su cama Silvia y yo os dejo aquí el enlace del relato ‘Una gordibuena, placer entre las carnes’ http://www.todorelatos.com/relato/126802/ )

Pero no fue así. Esperando y esperando fui tomando unas copas y la verdad es que me pasé un poco. Cuando llegó Silvia con sus amigas estaban también bastante contentas y con ganas de seguir la fiesta así que me ví jugando con ellas a uno de esos juegos en los que bebes si pierdes y terminamos todos muy borrachos.

Decidimos subir a casa de Silvia y se nos unió otra amiga suya que vivía muy lejos y que se iba a quedar a dormir. Se llamaba Mónica y también era una ‘chica grande’, muy simpática y animada, fue la que nos hizo pasarlo bien en el bar manejando la conversación, el juego, el baile y sacando rondas gratis de chupitos. Me había caído bien, incluso me pareció guapa de cara, con unos pechos enormes que apenas cabían en el escote de una blusa muy abierta y ceñida, con un culo también muy generoso y unos taconazos que aún la hacían más alta de lo que era, más incluso que yo. Aunque físicamente me gustaba más Silvia por ser más dulce y no tan sexualmente intimidante como Mónica, pero no quería que se quedase a dormir con nosotros porque tenía otros planes para esa noche.

Pero Silvia adora a Mónica y no quería dejarla irse a casa. Quería que cenásemos los tres juntos -eran las cinco y media de la mañana- y propuso hacer unos espaguetis. Mónica argumentó que eran lo mejor para amortiguar la borrachera que llevábamos y que absorberían el alcohol. Y así me vi, media hora después comiendo unos espaguetis con tomate, trozos de salchicha y queso rallado que Mónica se inventó en pocos minutos con lo que vio en la nevera. Luego ellas tomaron dos flanes de postre y un café con leche y galletas. ¡Madre mía lo que comían estas chicas, casi tanto como bebían chupitos!

Nos quedamos dormidos después en el sofá. Silvia a un extremo, yo en el medio y Mónica acabó recostada en mi regazo. Cuando desperté tenía la nuca sobre mi entrepierna y desde arriba le veía perfectamente el escote y buena parte de sostén por la abertura de su blusa que, misteriosamente, se le había desabrochado hasta el ombligo. Mi mano descansaba sobre su cintura y no recordaba haberle abierto la blusa ni metido mano, pero vi la oportunidad y no quise desaprovecharla porque Mónica parecía completamente KO.

Llevé mi mano directamente sobre su pecho, sin rodeos, queriendo abarcar su contorno, sopesar su grandeza. Comprobé que apenas la abarcaba y sentí su dureza. No eran pechos blandos como pensé al conocerla. Eran dos grandes senos, duros y pesados, contenidos en un sostén de esos de copa grande, de encaje. Con los ojos cerrados por la resaca, seguí palpando a Mónica, jugando con su pezón con los dedos por encima del sujetador, amasando sus carnes prietas, bajando los dedos por el canalillo, cada vez más abajo. Hasta que le solté todos los botones. Entonces le acaricie la barriga, los grandes pliegues de piel entre los que se escondía su ombligo. Piel tersa y suave, sin marcas de ropa apretada ni granitos ni nada. Parecía seda.

Después de un rato alargué la mano y me introduje bajo sus mallas, rozando con la yema de los dedos el raso de su braguita justo entre sus piernas. Por encima de la tela se notaba claramente la forma de su sexo, de grandes labios y con un monte de venus prominente. Con los dedos anular y corazón inicié un movimiento arriba y abajo acariciando sus labios mayores, tan abiertos. Enseguida noté un aumento de la temperatura y también humedad. Su sexo estaba muy expuesto a mis caricias, por su forma y por la finura del raso que lo cubría. Y Mónica empezó a dar señales de excitación, temblaba y gemía quedamente. Parecía a punto de despertarse y quise parar. No tenía claro qué podría pasar si me descubrían metiendo mano a una casi desconocida. Saqué la mano y me la llevé a la nariz para sentir su olor más íntimo y luego me lamí los dedos. Sabía y olía a hembra ardiente, a salado y a elixir de la lujuria. Tenía el miembro a reventar y ese olor y ese sabor me enardecían aún más. Pero quise parar.

Hasta que de pronto Silvia habló.

_ Déjame que siga yo. Luego te unes tú.

Abrí los ojos como saliendo de una pesadilla. Tenía a Silvia arrodillada frente a mí alargando las manos para agarrar las mallas de Mónica por la cintura. Me guiñó un ojo -”Tranquilo”, dijo- y le bajó las mallas por completo. Su manos subieron desde los tobillos acariciando aquellos blancos muslazos, se tendió, aún de rodillas, sobre el cuerpo de Mónica llevando las manos hasta sus pechos y la cara hundida en su entrepierna.

Hizo presa en sus pezones, apretando con dos dedos sin dejar de aspirar fuertemente el aroma del sexo de su amiga.

_ ¡Ummm! ¡Qué excitada la has puesto! Seguro que se piensa que he sido yo. ¡Qué rico huele!

Y no le hizo falta decir nada más para lanzarse a degustar el sexo de su amiga apartando las braguitas a un lado, al principio. Mientras yo seguí tocándole los pechos, con mi verga bajo su cabeza, endurecida y deseosa de entrar en acción. Mónica iba saliendo del sueño, se abrió de piernas para que Silvia pudiera meter su cabeza bien entre sus muslos y acompañaba los lametones de su amiga subiendo y bajando el pubis. Sus manos entraron en acción y cuando quiso apretujarse los pechos se encontró con las mías.

Su primera reacción fue de sorpresa, pero unos segundos después me cogió las manos y me las metió bajo la camisa abriendo los ojos. La verdad es que a mí casi se me había pasado la resaca con el espectáculo. Era asombroso ver a una mujer tan grande como Mónica, espatarrada en aquel gran sofá, con una chica no menos gruesa con su cabeza entre las piernas lamiéndole el sexo como si fuera el manjar más delicioso del mundo.

La habitación olía a sexo, el tono de los jadeos crecía por momentos y yo seguía aprisionado debajo de la cabeza de Mónica.

Menos mal que Silvia dejó el cunilingus para quitarse la ropa, porque Mónica también se incorporó para desprenderse de la suya. Nunca olvidaré esa escena en la que las dos se ayudaban a quitarse los sostenes de encaje y las bragas de raso, el ver aparecer aquellos enormes pechos. Un tanto caídos pero aún así hermosos son sus aureolas rosadas, los de Silvia, y los monumentales senos de Mónica, de un perímetro insólito, muy rellenos y prietos, dignos de las películas del mítico Russ Meyer.

Se besaban de pie con la misma ansia con la que comían espaguetis a las seis de la mañana, cada una con la mano enterrada en el sexo de la otra. Tanta pasión ponían que se derramaron por el sofá y se reorganizaron en un 69 glorioso. Otra imagen que nunca podré olvidar. La de aquellos dos cuerpos rollizos y desnudos formando un nudo sexual, bamboleante, sonoro y placentero. Aquellas barrigas juntas, frotándose en el fragor de la lujuria a la que se abandonaron me tenían hipnotizado pero salí del trance al notar los espasmos de mi pene, encerrado bajo los pantalones.

En un segundo estuve igual de desnudo que ellas, meneándome el miembro mientras exploraba sus cuerpos trabados en el 69. Tenía el culo de Mónica frente a mí, mientras ella, a cuatro patas, lamía el sexo de su amiga. Entre sus dos muslos, grandes y prietos asomaba la vulva que antes tuve entre mis dedos, con sus labios mayores abiertos e hinchados y su clítoris expuesto a la puerta de una vagina rosada y muy húmeda por sus propios fluidos y por los lametones de Silvia, que me guiñaba un ojo desde abajo. Su ano, casi del mismo color que el resto de la piel, me fijé, apenas si destacaba. Me pareció que por ese camino ya se había introducido algún explorador y como por algún sitio tendría que empezar a participar en aquel improvisado trío, llevé mi lengua hasta ese agujerito y empecé a salivarlo con profusión. Mónica reaccionó con un gruñido de aceptación, con el clítoris de Silvia aún entre sus labios así que seguí disfrutando de tener aquel culazo y su rollizo sexo a mi alcance y me los desayuné enteritos mientras me masturbaba como un poseso.

Finalmente me puse detrás de Mónica, con el pene apuntando a su interior. Sílvia desde abajo me miró y abrió la boca en señal de querer lamerlo y se lo puse sobre los labios. Se metió el glande, chupando los líquidos preseminales que había estado babeando de pura excitación y luego me dirigió el miembro hacia el sexo de Mónica. Comprendí lo que quería de mí y de un empujón se la metí hasta la empuñadura. Con aquel tamaño de vagina y lo lubricada que estaba entró con facilidad para disfrute de Mónica a la que penetraba con fuerza lo más dentro que podía, agarrado a sus caderas y notando la lengua de Silvia lamiendo mis testículos y el clítoris de su amiga. Mónica estaba en la gloria. Resultó ser muy multiorgásmica y además tener la capacidad de correrse muy pronto así que en pocos minutos estaba desecha de tantos orgasmos y pidió un descanso.

Era el turno de Silvia. Salté sobre ella sin dejar que cambiara de posición en el sofá y la penetré en la posición del misionero. También se había corrido entre los labios de su amiga, así que no me costó llevarla al orgasmo un par de veces antes de que por fin yo sintiera que a mí también me llegaba el momento. Le avisé a Silvia y me salí, con la idea de correrme en su boca, pero no me dejó.

_ Métesela a Mónica en el culo y córrete ahí.

No podía creer en mi suerte. Mónica se colocó de inmediato y me fui directo a ensalivarle aquella entrada. Coloqué el glande sobre su ano y presionando poco a poco entró con suavidad hasta los testículos. Me sentí en la gloria en aquel receptáculo tan acogedor, tan calentito y prieto, con la visión del culazo de Mónica frente a mí, con mis manos agarrando sus caderas y a Silvia acariciándose el sexo al otro lado del sofá.

Y empecé a bombear. Y Mónica a gritar. Parecía una película porno y yo apenas podía creer lo que estaba disfrutando aquella chica con el sexo anal. Se la metía hasta el fondo, cambiando el ritmo, sacando mi verga y volviendo a enterrarla en su culo de golpe, dándole azotes en sus gordas nalgas y cuando ya noté el orgasmo me incliné sobre su espalda moviendome rápidamente en su interior y alargando las manos para agarrarle aquellas tetazas.

_ Puuuuffff!, resoplé. ¡Arghhhh! ¡Me corro, me corroooo!

Me daban espasmos, calambrazos de placer. Mónica apretaba el esfínter y me ordeñaba con su delicioso culazo haciéndome sentir como nunca. Se me iba la vista y ambos nos derrumbamos sobre el sofá, aún con mi verga en su interior.

Cuando me recobré un poco me incorporé y Silvia, que se había sentado en el suelo para verlo bien nos ayudó a limpiarnos, lamiendo el semen que goteaba del ano de Mónica y los restos que aún quedaban en el glande.

Sin lugar a dudas, aquella había sido la mejor experiencia sexual de mi vida y la había disfrutado en compañía de dos chicas menores que yo, ajenas a mi entorno de padre de familia y con un físico muy distinto al que le gusta a la mayoría de los hombres.

_ Vamos a comer, que estoy muerta de hambre, rogó Mónica.

_ Yo invito, me ofrecí rápidamente.

_ Pide que nos traigan comida china, que nosotras ponemos luego el postre, propuso Silvia.

Y así lo hicimos. El sábado acababa de comenzar para nosotros y ya había sido el día más loco y lujurioso de mi triste vida sexual.