La maldición de Príapo

Alguno lo verá como una bendición, pero es que hay gente pa tó.

Príapo. Dios menor de la mitología griega, venerado por los romanos como principio fecundador de la naturaleza y protector contra el mal de ojo.

Hijo de Afrodita, según la versión mitológica tradicional, o de Quíone, según otras fuentes. En lo que hay un auténtico lío es en atribuirle un padre. Candidatos posibles: Dionisos, Hermes, Adonis y Zeus.

Personalmente, aunque sé que la mayoría de los especialistas en cotilleos del Olimpo discreparán, me inclino por Zeus. Por tres motivos:

El cabreo que pilló Hera, su mujer, una mala pécora que se vengó del pobre Priapito haciéndole nacer deforme (léase, con una polla descomunal).

Los antecedentes de Zeus, un pichabrava que no iba a dejar pasar la oportunidad de tirarse a la "Afro", la maciza mitológica más calentorra.

¿No quedamos en que Zeus era el jefe? Pues eso, el acoso laboral no es nada nuevo.

Ésta es la versión "oficial", acompañada de algún picante episodio a propósito de las cualidades fálicas del muchacho. Parece ser que no hacía buenas migas con los asnos, lo cual es muy comprensible, dado que los asnos mitológicos hablaban –el rebuzno resultó ser una regresión genética-, razonaban con gran sentido común y ya gastaban la misma talla de apéndice fálico que sus congéneres actuales. Entiendo que el muchacho los viese como una molesta competencia.

Otro aspecto curioso de la personalidad de Príapo era su fijación por las bellas ninfas, preferiblemente dormidas. Las fuentes antiguas nos hablan de una tal Lotis, que prefirió convertirse en loto, la muy tonta, antes de que nuestro buen amigo la desvirgara. Y de Hestia, otra ninfa, aunque el nombre me suena a chica de página de contactos.

Es una historia muy divertida, aunque a los fanáticos de la sección zoofílica no se lo parezca. Imaginemos a Hestia, una adorable ninfa rubia. Podemos imaginar a una de esas chicas de anuncio de desodorante, insultantemente bella, negligentemente vestida con una túnica de lino semitransparente –vamos, prácticamente en pelota-, las ondas de su melena impecablemente dispuestas, ocultando el seno -prometo que la próxima vez usaré teta, pero que conste que también pudo llegar a ser un repelente finolis- izquierdo e insinuando la perfecta curva inferior del derecho, dormida a la orilla de un rumoroso arroyuelo. Aunque, si nos fijamos bien, veremos que sus voluptuosos labios entreabiertos (los de arriba) y su profunda respiración -en cada inspiración sus tetas se agitan de tal modo que amenazan con desordenarle la rubia melena- nos harán sospechar que muy dormida no está, o que las bellas ninfas duermen la siesta en poses dignas de páginas centrales de revistas para tíos.

Ahora aparece nuestro alegre Priapito, también ligerito de ropa, trotando feliz y silbando de contento. El bulto del taparrabos le cuelga más abajo de la rodilla…realmente curioso. La cara de adolescente salido lo delata, aunque adolescente y salido ya sé que son sinónimos, y hará intuir al astuto lector que aquí se masca una tragedia griega.

Nuestro mitológico héroe, con la vista perfecta que caracteriza a los habitantes del Olimpo, no necesita tropezar con la durmiente para empezar a darle las gracias a su todopoderoso papá (Zeus) por ponerle a huevo un chochito como éste. Admiremos las increíbles proporciones que su, ahora enhiesto, taparrabos va adquiriendo, según se acerca con felina agilidad y sigilo a su presa.

Hestia sigue pareciendo dormida. Ha oído pasos y espera ilusionada la aparición del hermoso Apolo, su ídolo, que suele dar un paseo por aquí todos los días. Se ha jurado que hoy se lo tira, por las buenas o por las malas. Así que entorna los ojos y dibuja una sonrisa cuando una sombra se cierne sobre ella.

¡Ah, el divino Apolo…qué sensual perfume a macho en celo exhala!

-¿Joder, es que hoy no se ha lavado? El sensual perfume huele más bien pies sudados y polla con grumos de leche agria. Estos chicos de la alta sociedad, siempre tan excéntricos- Alcanza a pensar la bella Hestia, mientras un escalofrío la recorre al notar las manos de su apolíneo amante separarle las piernas y un gemido se le escapa cuando un dedo audaz le acaricia el chochito.

-¿A qué estás esperando, Hestia? ¡Huye, corre, vuela, desaparece!- Es la voz de su asno. ¿Quién la mandaría traerlo hoy? El muy borrico le va a chafar el plan. Se va a enterar éste de quién es la ninfa Hestia con mala hostia, cuando volvamos a casa.

Ahora ya no le queda más remedio que fingir un sobresalto y despertarse. Pero el sobresalto tiene poco de fingido cuando descubre la identidad de su amante -inminente amante, para ser preciso-, con un hilillo de baba resbalando por la comisura de los labios y un tufo que tumbaría de espaldas a un empleado del servicio público de recogida de basuras.

-¡La puta que te parió! ¡Quítame las manos de encima, engendro!- Un lenguaje tan vulgar en boca de una chica, más tratándose de una ninfa, confunde al muchacho, que la mira sorprendido.

-¡A buenas horas te acuerdas de saludar, pedorra! Vas a ser buena chica, ¿verdad? Ahora dale un besito a mi amiga. ¡Mira lo contenta que la has puesto!- A Hestia los ojos se le salen de las órbitas y la mandíbula inferior se le descuelga por efecto de la impresión. Una polla de más de tres palmos, tirando por defecto, con un diámetro de puño de y medio, se encuentra a menos de un centímetro de su cueva del conejo. Ahora se acuerda de una buena amiga, más puta que las gallinas, que le contó un encuentro con un sátiro –un amiguete de éste, seguro- y a la que tuvieron que recomponer el útero.

En otras circunstancias negociaría una mamada y, en un descuido, saldría por pies. Pero ahora las circunstancias no eran las más adecuadas: el cabrón la tenía trincada por los tobillos, tirando para separarle las piernas y acercándola poco a poco a la monstruosa polla. Aquello amenazaba con convertirse en una carnicería.

Pero los milagros existen, sobretodo en los lances mitológicos, y el valiente asno de Hestia se lanzo intrépido al rescate, acertando con una de sus coces muy cerca de los huevos de Príapo. Hestia pudo escapar, pero el asno no. Resultó imposible convencer al chico de que no le retorciera el pescuezo al cuadrúpedo, por chivato y tocapelotas.

De todas formas, ésta no deja de ser una anécdota menor, entre las muchas que se le atribuyen al bueno de Príapo.

Los romanos, que no demostraban el más mínimo respeto por el copyright de la mitología griega, le sacaron mucho más partido al personaje. Se le honraba con esculturas, pinturas y "hermas" (unas pedazo pollas de madera, tamaño XXL especial), presentes en todas las casas respetables. En concreto, uno de los aspectos de su culto, exigía que la esposa fuese desflorada con un "herma", en caso de que el marido fuese incapaz de consumar el acto en la noche de bodas.

Pero todos estos son aspectos más o menos conocidos, así que dejaré de aburrir al sufrido lector con tanta monserga mitológica y me centraré en la sórdida cuestión de la maldición.

La autora, como en toda maldición que se precie, no podía ser otra que una tía encabronada y con muy mala leche. Además, tenía un calentón de cojones, y es de sobra conocido que las maldiciones son mucho más efectivas cuando se lanzan en estado de máxima excitación, sobretodo cuando la excitación la provoca el cabreo.

Cecilia Emilia Junia, una buena chica, virgen, de arruinada familia aristocrática, casada con un rico comerciante cincuentón, se vio en el trance de tener que sentarse en el "herma" de la casa de su esposo. Para su desgracia, con los nervios del momento, la falta de experiencia que su intacto himen demostraba y que su marido era corto de vista, resultó que el pollón de madera entró por dónde no debía. A mí no me extraña nada que la pobre jurara en latín y se desmayara por el desgarro anal, pero no antes de soltar una maldición que condenaba a todo aquel que tocase el "herma" a sufrir una erección perpetua, sin posibilidad de eyacular.

La primera víctima fue su marido, que falleció de un fulminante ataque al corazón, dos días después, mientras echaba el quincuagésimo noveno polvo a una cualquiera de las esclavas de la casa. Aterrorizadas esclavas, a las que pilló por sorpresa el ímpetu follador de su, hasta entonces, tranquilo amo. La autora del desaguisado no estaba en condiciones de aprovecharse de la situación, con siete puntos de sutura en el ojete.

La leyenda, puedo jurar que cierta, como se verá más adelante, fue creciendo, afectando a todos aquellos incautos que creían en la inscripción que mandó grabar Cecilia Emilia, la del siete en el culo, en el pedestal del herma: "Por la gracia de Príapo, potencia infinita concederé a todo aquel que ante mí se postre y mi polla mame".

Soplapollas siempre los hubo y, no me cabe duda, que entre los antiguos romanos, más. Entre los varios cientos de amigos, conocidos, socios comerciales y clientes del finado, más de la mitad terminaron dándole un lametón al pollón…con graves consecuencias para la salud pública de la imperial ciudad, tal como recogen las crónicas de la época, cuyos autores fueron testigos horrorizados de tales hechos.

La fálica escultura fue pasando de mano en mano con el correr de los siglos, hasta llegar a nuestros días convertida en una piltrafa apenas reconocible, con más babas encima que un billete de lotería premiado.

Por suerte, o por desgracia, mi compañero- y sin embargo amigo- Ricardo y yo somos conservadores del Museo Arqueológico Provincial. ¿De qué provincia? ¡Joder, se me olvidó, cotillas!

Gracias a una ardua labor de investigación, conseguimos desentrañar el misterio de la pieza arqueológica que llevaba un siglo acumulando polvo en los sótanos del museo. También localizamos varios manuscritos que aseguraban la efectividad del aparato, aunque con siniestras advertencias al final. Nos descojonábamos, claro.


Algún mosqueado lector se estará preguntando a estas alturas: ¿Y a mí qué cojones me importa la historia de la polla de madera de Príapo, con maldición o sin ella? ¡Yo lo que quiero es un relato con mamonas de cincuenta "p´arriba", coño! Y si no, que el plumillas éste no me vacile con un cuento en la sección de maduritos.

Paciencia, sufridores. Comprendo la indignación de la audiencia y, sin que sirva de precedente, procuraré ajustarme al guión.


Decía, antes de que al jodido autor se le fuera la pinza –tal como acostumbra cuando se olvida de tomar la medicación- que Ricardo y yo nos tomábamos a guasa las pretendidas cualidades milagrosas de la reliquia. Hasta que un día

-¿Te puedes creer lo que me soltó ayer Maruja? ¡Que ya no la satisfago sexualmente! Todo adornado con un discurso sobre educación, respeto mutuo, sentido del humor, conocer gente interesante, viajar y un montón de gilipolleces más. ¡La puta que la parió! Te digo que ésta me pone los cuernos…o me los va a poner, seguro. Lo que yo te diga- No me esperaba una explosión semejante de un, habitualmente, tranquilo Ricardo. Joder, si lo más excitante que nos solía pasar era la partida de mus, los viernes por la tarde en la tasca de Paco. Y a las diez en casita.

-Tranquilo, hombre, seguro que no es para tanto. Tú tírale a la basura las revisas del Cosmopolitan ese, que les come el coco a las viejas con ideas raras. Y baja la voz…¡Y deja de darle puñetazos a la barra, coño!- Los clientes de la cafetería ya nos estaban mirando de reojo y a mí no me gusta dar la nota donde me tomo los cafés en las pausas del trabajo: tres o cuatro, de media hora cada una, según el agobio laboral que tengamos.

-¡A mi Maruja no la llamas tú vieja, amargao! Que, desde que murió tu parienta, sólo mojas pagando. Y me da que pagas poco y mal- Definitivamente, Ricardo estaba alterado. Como siguiera tocándome los huevos, iba a volver calentito a casa. Cierto, y duele que te lo recuerden, que cada tres o cuatro meses me hacía un apaño con la Pepi, una puta vieja que no me cobraba más de veinte euros por una mamada. De mi difunta ya apenas me acuerdo, salvo en los cabos de año y el1º de noviembre, cuando limpio la sepultura y dejo unas flores.

-Atiende lo que te voy a decir, tarugo, porque no pienso repetírtelo. A mis sesenta y dos años, ya tengo los huevos pelados. Con tres o cuatro polvos al año voy que ardo, tampoco necesito más. Como vuelvas a mentar a mi difunta, te meto una hostia por cada año que llevamos siendo amigos…y son muchos. Y la vieja, ¿cuántos años tiene, cincuenta y ocho?...una yogurina con las hormonas alborotadas, no te jode. Pues está claro que vas a tener que esforzarte más, o buscarle un chulo que la ponga mirando a La Meca. Y, por último, vete al médico, a ver si te receta un cargamento de Viagra…tonto´l culo- No lo puedo remediar, a veces me paso de diplomático.

Al cabo de una semana un poco tensa, el humor de Ricardo cambió. Se le veía más contento que unas castañuelas, derrochaba vitalidad por todos los poros, piropeaba a las chicas de administración y hasta olía a colonia por las mañanas. Me tenía un poco preocupado.

-Oye, ¿no te habrás tomado en serio lo de las pastillitas, verdad? No sé, te veo un poco raro estos días…- Ocupábamos nuestro rincón de la barra, el mismo de la bronca de la semana anterior. Lugar propicio para confidencias.

-Pensarás que estoy loco. Júrame que no dirás una sola palabra a nadie- Asentí. Lo de jurar va contra mis principios y el cabrón lo sabía, así que la cosa iba en serio.

-¿Te acuerdas del pitorreo que nos traíamos a cuenta de la inscripción de la polla de madera del museo? Pues funciona, ¡por mis muelas que funciona! Te lo digo yo-

-Tú estás tonto. No me jodas que ahora te dedicas a mamar pollas, aunque sean de madera…maricón- Yo estaba pensando en potingues milagrosos, una amante cuarentañera…yo qué sé. Todo menos eso. Ofendía mi sensibilidad científica.

-Vale, Descartes. Mira y convéncete. Pero te advierto que la polla de Príapo es mía. Ayer me la llevé a casa- Casi lo mato. Valiente hijoputa estaba hecho. Pero me dejó de piedra cuando llamó a Loli, la dueña de la cafetería, y empezó a camelársela delante de mis narices.

Diez minutos más tarde desaparecían juntos por la puerta trasera. Aparecieron de nuevo, hora y media después. No hizo falta que me contara nada: la cara de éxtasis que lucía la tipa, no la mejoraba ni Santa Teresa en sus buenos tiempos. El bulto en la bragueta de mi amigo, también era muy convincente.

-Lo siento, nano, pero ya lo decía el manuscrito medieval que tradujimos. ¿Te acuerdas?- Sí, joder, me acodaba. El cachivache sólo funcionaba con su legítimo dueño, aquel que se hincara ante él y venerara al cabronazo de Príapo. La única forma que había de hacerse socio del club era matando al dueño…y mamando la polla. Por suerte para Ricardo, soy alérgico a la celulosa.

La cosa fue empeorando con el paso de los días. Empeorando para mí. Tenía que aguantar sus fantasmadas: los cuatro polvos que le echaba cada noche a su Maruja, el café del mediodía –ahora sólo tomábamos uno, de hora y media, mientras le hacía un apaño a la Loli-, el alboroto que se organizaba en las oficinas, cada vez que aparecíamos por allí -confirmándome lo que siempre sospeché: las del gremio administrativo, una pandilla de putones-. Pero lo que ya era la hostia es que le desapareció la barriguita cervecera y parecía rejuvenecer cada día más. Joder, me sacaba dos años, le faltaba menos de uno para la jubilación…y el cabrón ya aparentaba menos de cincuenta.

Revolví todos los archivos, buscando la documentación que habíamos ido almacenando con el paso de los años sobre el chisme. Así me enteré de la parte menos amable del programa: la imposibilidad de eyacular -menuda putada-, la interminable lista de asesinatos que se asociaban con el caso –Ricardo podía estar tranquilo al respecto, de momento-, el continuo crecimiento del órgano viril del propietario -se describían casos espeluznantes de tipos con pollas inverosímiles, muertos por falta de riego sanguíneo en el cerebro-, y la lista era interminable.

-Estás jugándote la vida, tío. Quema el puto trasto y vuelve a ser un tipo normal. ¡Joder, que te calles, no te aguanto otra historieta más!- Se iba a callar por los cojones. Me contó con pelos y señales la carnicería que había hecho entre un grupo de turistas japonesas. Ayer me extrañó no verle desde las once.

-¡Jugosos chochitos, sí señor! Apenas había empezado con la visita guiada, cuando una me metió mano. ¡La hostia, la que se montó! Empezó a chillar y a poner los ojos en blanco. Me agarraron entre las otras cuatro y me llevaron volando al hotel. Cuando conseguí salir de allí, pasada la medianoche, la habitación parecía el escenario de una batalla, con las tres despatarradas en la cama, una en el sofá y la otra desmayada en la ducha. Te juro que por lo menos una era virgen…o tendría que haber llamado a un médico- No había remedio, mi amigo estaba enganchado a algo peor que una droga.

Sólo una vez fui testigo de sus aventuras, ante de que desapareciese –pero no adelantemos acontecimientos-. Yo tenía una duda por resolver: ¿El cambio en su personalidad se debía a una renovada confianza en sus atributos o la maldición tenía también algo que ver? Aquel lance me confirmó que sí, que la puta maldición le había vuelto un ligón de tres al cuarto, pero que a las tías las ponía como una moto, aún antes de que se fijaran en su paquete…y había que estar muy cegato para no fijase.

Me llevó a una conferencia en la sede de la Asociación de Amas de Casa. La ventaja, al margen del tema de la conferencia, de gran interés…para las amas de casa, era que estábamos rodeados de maduritas. Alguna hasta buena.

A mi me miraban con disimulo. A él, también, pero la que tenía al lado le sobaba el bulto por encima del pantalón. Enseguida se corrió la voz y se formó un corro alrededor. Yo estaba muerto de vergüenza y me quería ir de allí, pero mi amigo -ahora con la polla al aire, sobada a dos manos por una maruja que no era la de antes- me acusó de no tener los cojones bien puestos y tuve que quedarme, faltaría más.

La conferencia se suspendió, después de que la ponente tratara, sin éxito, de calmar el alboroto…y terminara sumándose a la fiesta. Algunas, pocas, se fueron. El resto, chillando como si estuvieran en una despedida de soltera, alucinaban con el empinado carajo de mi amigo. Normal, hay pocas pollas que no puedan se abarcadas por cuatro manos, una encima de otra.

Alguna espabilada decidió aprovecharse de la situación y se sentó -sin necesidad de flexionar las piernas- en el capullo, que sobresalía por encima del último puño que intentaba, sin conseguirlo, rodear el tronco de la polla. La tía, con la falda remangada y las bragas colgando del tobillo, bufaba y gritaba que la rompía toda, pero empujaba con ganas. Las otras fueron quitando, de una en una y con deliberada parsimonia, las manos que hacían de tope. Por cada mano que quitaban, un "puñao" de centímetros de polla desaparecían, como por arte de magia, en el coño de la intrépida amazona. No aguantó la tercera. Cinco minutos después anunció, a voces, la mejor corrida de su vida y le dejó el puesto a la siguiente.

A ver, que alcen la mano los testigos, en la cola de la caja del supermercado, de una bronca entre marujas por un "yo estaba primero, espabilada". "De eso nada, que ésta señora -¿dónde se ha metido ahora?- me guardaba la vez mientras iba a por un par de latas de tomate, que están de oferta y no me había enterado". Total, que como no aparezca la mentada señora que guardaba la vez, el desmelene de moños está garantizado.

Esto venía a cuento de algo, seguro. Pero ya no sé muy bien de qué. Joder, sí, a cuento de la ensalada de hostias que se rifaron aquel día, hasta que se impuso el sentido común -y la amenaza de Ricardo de irse con viento fresco, si no se procedía con orden y sin violencia-.

En el revuelo, alguna debió de fijarse en mí. Lo digo porque me la estaban chupando, mientras el resto establecía el orden de las reservas a bofetadas.

Uno ya está muy mayor, según para qué cosas. Y lo encandilar a las tías con virguerías de índole sexual, es una de ellas. Hace unos años, todavía; pero ahora es que se aburren antes de que se me ponga tiesa del todo. Por eso me gusta tanto la Pepi: porque le pone arte y la suficiente dosis de paciencia. Con esto quiero decir que lo mío se quedó en una "fellatio interruptus". Luego intenté cascarme una paja, viendo al pichabrava de mi amigo cepillarse a tres o cuatro mientras tanto. El latinajo de paja no consumada no me viene ahora a la memoria, perdónenme los eruditos.

Cuando me harté del espectáculo, me fui. Aún tuve que convencer a una dotación de la Policía Municipal de que la denuncia por escándalo público era una fantasía de cuatro viejas reprimidas. Menos mal que se lo creyeron. Si llegan a entrar, no salen vivos, seguro.

Poco después, Ricardo desapareció sin dejar rastro. La única noticia que tuvimos de él, tanto su mujer como los amigos, fue la carta que recibí seis meses después y que transcribo a continuación.

Bueno, nano, esto se acaba. Te escribo para despedirme y para pedirte que me guardes el secreto: ni una palabra a mi Maruja, ¿entendido? Mejor que siga pensando en que me fugué con una elementa y vivo a cuerpo de rey en el Caribe, ¿no te parece?

La verdad, sólo para que tú la conozcas, es que voy a palmarla uno de esos días. El médico no me da más de un mes. Algo relacionado con la tensión, dice el jodido matasanos. La puta verdad es que tengo la polla más grande que un burro, no exagero, y eso me está matando.

Pero nada de lagrimones, pedazo maricón, que te conozco. Quédate con recuerdo de los viejos tiempos y el convencimiento de que palmaré follando. Mejor así que jodido por la próstata. Te lo digo yo.

Ahora me pillas en Londres. Tengo una serie de compromisos con la alta burguesía local. A 3.000 € por sesión, ¿quién es el guapo que dice que no? Son las ventajas de haber ganado el Campeonato Europeo de Pollas Legendarias.

Para descojonarse, tú. Yo creía que me la iban a medir -si me la vieras ahora, te caes de culo- y ya. Pero no, resulta que se pagan fortunas por ser una de las seleccionadas para integrar el equipo de animación, con derecho a catar a los participantes. El público asistente también paga un pastón y, encima, los derechos de imagen. ¡La hostia, tú!

Había un capullo, alemán, con un pollón poco mayor que el mío, pero fue incapaz de que se le pusiera tiesa, por mucho que se esforzó la tía que lo "animaba". Menos mal que, la que me tocó en suerte, tenía un culo bien dado de sí. Por delante, ni de coña, no entraba. Por detrás, con dos tarros de vaselina y mucho cuidado por mi parte, pude meterle un buen pedazo de polla, antes de se desmayara. Como, además del tamaño, la funcionalidad puntuaba, gané el concurso.

Ahora vivo de dar el espectáculo a grupos selectos de señoras con pasta. Pero, si pudiera correrme, aunque sólo fuera una vez, te juro que palmaba tranquilo.

Si, como dicen, hay otra vida, te espero para una partidita de mus. Mientras tanto, cuídate, cabrón.


De todo esto hace dos años. Hoy me han dado los resultados de los análisis y la cosa no pinta bien.

Si, como sospecho, tengo los días contados, mucho me temo que le voy a dar unos besos a la polla de madera. Por si acaso, repasaré el juramento.

Apostillas del autor.

Entre contar una de las batallitas del abuelo, del mío -en paz descanse el viejo ligón-, y la pesadilla que tuve hace poco, por la ingesta masiva de mejillones con salsa vinagreta para cenar, prefiero la segunda y dejar los trapos sucios familiares en el fondo del armario.

Estoy madurando la idea de iniciar una serie sobre mitología -una mina, me pueden creer-, pero aún me escuecen las despiadadas críticas –las valoraciones me las paso por el forro- que cosechó la extinta serie de Las Voces. No sé, me tienta la idea de hacer una versión libre de las cachondas ideas que se les ocurrían a los griegos, pero mi maltrecho ego no soportaría otro aluvión de "constructivas críticas".

En cuanto a la extensión, sí, lo reconozco, me ha quedado un pelín ladrillo. Pero, consuélense, podría haber sido peor. Se está haciendo tarde, mañana tengo que madrugar y se me han quedado unas cuantas cositas en el tintero. Lo dicho, que os salváis porque tengo sueño.