La mala utilización de la primera persona

Doy algunas opiniones sobre cuestiones de narrativa

Hoy vengo a traer un texto bastante diferente a los que acostumbro compartir, ya que no es ninguna ficción inventada por mi persona, ni mucho menos un escrito con escenas de sexo explícito. Lo que me impulsa a escribir en esta ocasión es un error en el que caemos muchos autores, y que, por algún motivo, en este tipo de páginas se profundiza de una manera llamativa. Será una exposición más bien técnica, que probablemente les interese únicamente a los autores, a quienes invito a dar su opinión, aunque claro, cualquiera puede hacerlo. Conste que desde un principio me incluyo entre los que caen en este vicio. Sin más preámbulos, lo que pretendo exponer hoy es la mala utilización del narrador en primera persona.

Pero vayamos desglosando este tema por partes, diferenciando los diferentes errores u omisiones en los que incurrimos.

1)Creerse el protagonista :

En primer lugar voy a hacer mención a un error muy típico entre los principiantes. Esto es, no saber diferenciar entre el narrador y el autor. Siendo el autor la persona que escribe y publica sus relatos, mientras que el narrador es una entidad abstracta inventada por el propio autor, que se encarga de narrar los acontecimientos del relato. No saber la diferencia entre uno y otro lleva a creer que narrar en primera persona es necesariamente escribir un texto autorreferencial —o que pretenda serlo—. Con esto no quiero decir que la opción de producir un texto autorreferencial sea inválida, pero creer que es la única manera de narrar en primera persona, es absurdo. De esta manera, lo que se logra es que en dichos relatos, el autor, el narrador, e incluso el protagonista, sean las mismas personas. Es así como existen usuarios con decenas de relatos, donde describen una cantidad de experiencias sexuales supuestamente vividas por los propios autores, que no se la creen ni ellos mismos. Lo lógico sería darle el protagonismo, de vez en cuando, a algún otro personaje. De lo contrario, las incontables anécdotas que supuestamente experimentaron estos autores, tarde o temprano caen en la incoherencia, porque simplemente los lugares y fechas no cuadran, o porque el lector debe obligarse a creer que dicho autor tiene ciento veinte años o más, pues de lo contrario, tantas historias serían difícilmente vividas por una misma persona.

En fin, que este es el error menos dañino en cuanto al uso de la primera persona, debido a que dichos escritores quedan fácilmente expuestos. Po otra parte, hay algunos autores que entran en este juego de narrar sólo historias supuestamente autorreferenciales, y lo hacen bastante bien, aunque son la minoría.

Como última 0bservación me gustaría aclarar, que incluso cuando contamos historias que nos sucedieron de verdad, no por eso dejan de ser ficciones. Esto es porque todos hacemos nuestro propio recorte de la realidad; todos usamos nuestros recuerdos, y nuestra interpretación de ellos, y sobre todo, todos representamos a los distintos personajes de una manera conveniente para que el relato se luzca de la mejor manera posible. Indefectiblemente, en algún momento embellecemos o deformamos a algún suceso, o a algún personaje, y por ende, incluso hasta los relatos que son autorreferenciales resultan ser una ficción.

2) Usar a la primera persona por comodidad:

Reconózcanoslo. Usar la primera persona nos hace, en cierto punto, la vida más fácil. Es el camino más rápido para que el lector empatice con el protagonista, y quede inmerso en la lectura. Pero no nos confundamos, los narradores, ya sea la primera persona, la tercera persona —con todas sus variantes—, o la segunda persona, no son más que herramientas narrativas. Convertirlas en la vedette de la historia, puede resultarnos perjudicial, ya que lo ideal es que elijamos al narrador que resulte más conveniente para cada historia. Aquí es oportuno comprender los alcances de los diferentes narradores. La —para algunos detestable— tercera persona, tiene la enorme ventaja de ser mucho más versátil, y sobre todo, posee un alcance mucho mayor. Usando esta opción, uno no se ve obligado a contar todo desde la perspectiva de un personaje —o de unos pocos personajes—. Un narrador en tercera persona puede saber lo que siente, o incluso lo que piensa, no sólo el protagonista, sino también los demás personajes. Esto es una gran ventaja, pues el autor puede decidir de manera mucho más libre cómo ir largando la información. Por otra parte, el narrador en primera persona es mucho más limitado, lo que no significa que sea malo, ni mucho menos. Pero si no se usa de manera adecuada, no se le sacará todo el jugo, e incluso terminará perjudicando un texto. Con este narrador, el lector solo sabe lo que el narrador-protagonista —llamaremos así al narrador en primera persona—, sabe, o cree saber. Y nosotros vamos de la mano de él, descubriendo los diferentes desenlaces de la historia —que si su mujer le metía los cuernos o no, que si su mamá era la del video de la orgía o no, que si su profesora tenía una cuenta  onlyfans o no—. Pero un texto no siempre necesita desarrollarse de esa manera. Hay algunos en donde una mirada más bien omnisciente puede ser la opción más adecuada.  Y con respecto a esto último voy a dar un ejemplo concreto.

Últimamente hay muchos relatos —sobre todo en la sección de infidelidades—, que están narrados desde diferentes puntos de vista. Este es un recurso que yo mismo he utilizado alguna que otra vez. Lo malo no es el recurso en sí mismo, si no, el motivo por el que se utiliza. Y es que leyendo un poco de estos relatos, creo darme cuenta que son las historias a las que hacía referencias más arriba. Es decir, son esas historias que serían contadas de manera mucho más eficiente si se narraran en tercera persona. Pero el autor hace una especie de trampa, utilizando la primera persona, pero negándose a conformarse con sus limitaciones. Es por eso que se usa esta estratagema de contar una historia a través de distintos personajes. Pero lo que se logra con la explotación exagerada de esta técnica, es que el texto resulte extremadamente sobre-explicado . Es así como los autores logran que cada cosita quede en su lugar, y que todo, absolutamente todo, tenga un porqué, dejando muy poco a la imaginación del lector. De esta manera los lectores no solo nos enteramos de si la mujer le fue infiel o no al protagonista, sino que también nos anoticiamos de hechos tan trascendentes, como por ejemplo, por qué tal personaje eligió ese par de medias en lugar de otro, o porqué ese otro hizo tal gesto durante el desayuno, etc, etc. Contar la historia desde múltiples perspectivas, les permite a los escritores no tener que exprimirse la cabeza ideando formas para que la narración se complete de manera armónica. Pero lo que resulta es que el texto, si bien queda cerrado, llega a ese punto de manera muy forzada y artificial.

3) El mal uso del registro

Otra de las limitaciones de este narrador—que puede convertirse en una ventaja, dependiendo como se use—, es el registro oral. Esto es la manera en que los personajes o el narrador-protagonista se expresa. ¿A qué me refiero con esto? Un adolescente de quince años no se expresa de la misma manera que una madre de cuarenta. Un profesional no suele tener la misma amplitud en el vocabulario que un analfabeto. Una persona que vive en un pequeño pueblo del interior del país, no tiene las mismas formas de hablar que alguien que creció en la gran ciudad. Y así podemos estar todo el día. Cuando se escribe en primera persona, los autores debemos tener en claro quién es el narrador-protagonista , y utilizar un registro oral de acuerdo a sus características.  Sin embargo, la mayoría de las veces, por una cuestión de comodidad, ignoramos este hecho, y resulta que todos nuestros narradores-protagonista s tienen alma de poetas intelectuales, y no tienen ningún problema en redactar de manera prolija, inventar metáforas, describir de manera sumamente detallada, etc. Pero hacer esto puede llevarnos a la incoherencia. Un caso específico de esto fue un relato que leí hace pocos meses. Dicho relato, que dicho sea de paso, era excelente, caía en la inverosimilitud por el siguiente motivo. El narrador-protagonista era un chico de dieciocho años que vivía en una zona muy marginal. Este chico ni siquiera había terminado la escuela, y andaba todo el día juntando cartones por la calle. Sin embargo, vaya sorpresa, tenía un léxico digno de un licenciado en letras. Y no es que pretenda ser prejuicioso. De hecho, quien escribe estas líneas también vivió toda su vida en una zona marginal de Buenos Aires, y masomenos me defiendo con el habla. Pero la diferencia es que ya cuento con treinta y cinco años, y entre otras cosas, leí centenas de libros. En fin, que no es el caso de este chico. Dicho personaje no demostraba tener ningún interés intelectual, por lo que su lenguaje exageradamente amplio y preciso resultaba absolutamente fuera de lugar. Fíjense que el autor no subsanó este error por puro capricho. La solución más lógica hubiera sido utilizar la tercera persona. De esta forma la prolija prosa que esgrimía el autor, quedaría perfectamente justificada. Otra opción, más trabajosa, sería crear un registro oral de acuerdo a las características del personaje. Un lenguaje más callejero, que tranquilamente podría ser una forma de hablar inteligente, pero no inteligente desde la intelectualidad, sino desde la astucia. Ya ven cómo a veces hay que pensar al narrador en función a la historia que se está contando, y no elegirlo por un injustificado cariño a algo, que como ya dije, no es más que una herramienta.

Aquí también entran los textos con múltiples puntos de vista. Si un narrador se aventura a darle la voz a dos o tres personajes, se verá obligado a crear dos o tres registros orales. Y aquí es donde la mayoría falla, pues resulta que todos los narradores hablan casi exactamente igual. Algunos autores son lo suficientemente astutos como para crear un latiguillo para cada personaje.  Pero estos latiguillos son una especia de trampa, siempre y cuando sea el único recurso a la hora de diseñar el registro oral de cada personaje. Es decir, el latiguillo es una manera de pintar con un marcador fluorescente determinadas líneas del texto, como para advertirles al lector: “Miren que aquí el que está hablando es tal personaje”. Sin embargo, las distintas voces deberían estar marcadas de manera más profunda. Como dije más arriba, un adolescente no suele hablar igual que una madre. Por otra parte, por dar un ejemplo, si un personaje es descrito como alguien inteligente, sería oportuno que en alguna parte de la obra se digne a decir algo inteligente. De esta manera, con las distintas características de los personajes, se van creando los distintos registros del habla. Es una tarea extremadamente ardua, claro está. Pero si se elige, por comodidad, narrar la historia desde múltiples perspectivas, debería llevarse a cabo esta tarea, si no, daría la impresión de que el autor hizo trampa .

Bueno, eso es todo lo que en este momento tengo para exponer. Como cierre voy a aclarar que esta tendencia de la utilización indiscriminada de la primera persona, contribuye a algo mucho peor —que me gustaría exponer en otras publicaciones—. Esto es, una concepción extremadamente estrecha de la literatura en general, y de la literatura erótica en particular, que nos conduce a realizar obras poco novedosas, mientras que los autores que se animan a experimentar con cosas más peculiares y arriesgadas, no sólo son ignorados, sino que en muchos casos son tachados, injustamente, de malos escritores.

Como dije antes, todos están invitados a opinar.

Saludos.