La mala práxis

AMOR FILIAL/NO CONSENTIDO Un ginecólogo sin escrúpulos se aprovecha de su trabajo para abusar, de diversas maneras, de su pacientes. Ni su propia hermana podrá salvarse...

LA MALA PRAXIS

Existen monstruos en el mundo que viven entre nosotros. Personas sin empatía o con instintos tan fuertes que son incapaces de controlarlos. La mayoría viven entre nosotros y nunca cruzan la línea, pero algunos sí lo hacen. Psicópatas que pasan a la historia por sus atrocidades. Otros, son incluso más peligrosos. Viven entre la sociedad sin que nos demos cuenta. Ocupan cargos relevantes y se aprovechan de su condición disimuladamente. Esta es la historia de uno de estos monstruos.

1

—Pase, por favor —le indicó la enfermera a la paciente— Puede desnudarse en esta habitación y ponerse esta bata, cuando esté lista llame y vengo a buscarla.

Carmen obedeció. No era la primera vez que iba al ginecólogo, tenía cuarenta y cinco años, pero sí era nueva con este médico. Se miró en el pequeño espejo, se colocó bien la bata, arregló un poco el pelo, y golpeó la puerta. Enseguida la simpática enfermera acudió para llevarla con el doctor Cebrián justo después de medirla y pesarla. Una vez en la consulta se retiró despidiéndose con una amable sonrisa. A Carmen le sorprendió que no se quedara a la exploración como era habitual en otras consultas, pero tampoco le dio demasiada importancia. Enseguida confió en la cara profesional del facultativo, de unos cuarenta años, vestido con impecable bata y con aspecto cuidado.

—Buenos días señora Vías, por favor, túmbese en la camilla si es tan amable.

Esa fue la segunda diferencia a la que Carmen decidió no dar importancia, con su antiguo ginecólogo siempre le examinaban primero los senos y luego pasaban a la parte ginecológica, pero claro, ella no sabía que el doctor Cebrián dejaba siempre lo bueno para el final. Se tumbó en la camilla y, sin demasiados remilgos, abrió sus piernas acomodando sus pies en los estribos. El doctor se colocó los guantes y empezó la superficial exploración mientras interrogaba:

—¿Cuándo tuvo su última menstruación?

—La semana pasada.

—¿Alguna enfermedad grave? ¿Diabetes?

—No que yo sepa.

El médico siguió el estudio, aquella parte le aburría soberanamente, no sentía ningún placer especial en toquetear vaginas.

—¿Alguna alergia o toma algún medicamento?

—No tomo nada de manera habitual y soy sensible al ácido acetilsalicílico.

—¿Fuma? ¿Bebe? ¿Hace ejercicio?

—No fumo, bebo con moderación y ejercicio…probablemente menos del que debería. Estoy apuntada a un gimnasio pero apenas voy un par de veces a la semana.

—¿Algún antecedente familiar de enfermedad?

—Mi madre tuvo cáncer de mama.

—De acuerdo. ¿Mantiene usted relaciones sexuales con asiduidad? ¿Qué tipo de relaciones? ¿Alguna de riesgo?

—Solo con mi marido, sexo, digamos, convencional.

Fue la primera pregunta con la que Carmen se sintió algo incómoda, pero le pareció absolutamente procedente.

—¿Algún embarazo?

—Un aborto natural con veintitrés años y tengo una hija de ocho años.

—De acuerdo, por último señora Vías, ¿qué método anticonceptivo utiliza?

—La píldora.

Él médico terminó la exploración, se quitó los guantes y mientras los tiraba a la papelera comentó:

—Aparentemente está todo normal, dígame, ¿por qué viene a la consulta? ¿Le preocupa algo en concreto?

—No, simplemente me he mudado y quería hacerme una revisión. Desde lo de mi madre siempre estoy paranoica con el tema de los bultos, la verdad es que no me he encontrado nada, pero me quedo más tranquila haciéndome una revisión anual.

—Y hace usted muy bien —afirmó el médico—. Le haré una primera exploración pero ya sabe que lo ideal es hacerse una mamografía anual. Por favor, túmbese en la camilla.

Carmen ya estaba tumbada, lo que quería decir el doctor es que ya podía cerrar las piernas y acomodarse mejor al largo de esta. La tapó cuidadosamente de cintura para abajo con una sábana y le invitó a desnudarse. Llegaba su parte favorita, no recordaba cuando empezó su obsesión por los pechos femeninos, tan solo sabía que había ido a peor. Se colocó unos guantes especialmente finos y comenzó el examen. Primero presionando con sus dedos la parte más cercana a las costillas, de manera profesional.

—Por favor si siente algún dolor o incomodidad durante la exploración dígamelo.

Siguió recorriendo el tejido hasta quedarse en los pezones, analizando cualquier posible anomalía. Todo estaba correcto. Lo estaba y él lo sabía.

—Bien, parece ser todo normal, pero para que no se vaya con dudas si quiere le hago una exploración más profunda.

—Se lo agradecería, doctor.

«Yo también te lo agradezco, puta».

Era su momento, ahora no solo palpaba con la yema de los dedos, usaba ambas manos para magrear disimuladamente aquellos bonitos y maduros senos.

«Debes tener a tu marido contento con estas tetas, quien hubiera sido tu niñita para chupártelas».

Cebrián siguió disfrutando de la anatomía de la señora Vías, muy consciente a cada tocamiento, siempre sin cruzar una línea peligrosa. Volvió a los pezones, estimulándolos hasta conseguir que se pusieran erectos. De reojo pudo ver a Carmen tragar saliva y supo que era el momento de parar.

—Definitivamente todo perfecto. Hágase la mamografía, siempre llegará a sitios dónde un simple médico no puede, pero yo no me preocuparía en absoluto.

—Muchas gracias doctor, me quedo mucho más tranquila —dijo ella mientras volvía a vestirse.

Y así pasaba los días el depredador con bata. Entre tocamientos impuros y fantasías inconfesables. Siempre con cuidado. Nunca si la paciente venía acompañada de un familiar. Tampoco si no se sentía atraído por ella y jamás jugando con su salud. Era muy consciente de que un movimiento en falso no solo acabaría con su chollo sino que lo llevaría directo a la cárcel.

2

El doctor hacía rato que sentía la dureza en su bragadura y luchaba con una consistente erección. El espécimen tumbado en su camilla con las piernas abiertas era, sin duda, un gran ejemplar. Una voluptuosa venezolana de tan solo diecinueve años que había tenido la temeridad de ir sola a la consulta. Era de las pocas veces que Cebrián se había excitado durante la exploración ginecológica, no tanto examinando sus rasuradas partes sino a la expectativa de lo que estaba por llegar.

Según el informe del a enfermera Abigaíl Gómez pesaba cincuenta y ocho kilos y medía un metro sesenta y siete. El médico tenía la convicción de que por lo menos ocho de esos kilos residían, orgullosos, en sus pechos. Y su ojo clínico le aseguraba que era un busto natural, sin desagradables prótesis. Un cuerpo delgado casi adolescente con unos pechos por lo menos de la talla noventa y cinco, alcanzando posiblemente la cien. Era su tarde de suerte.

—Veamos cómo estás de arriba —informó el médico tapándole la cintura con la sábana.

Abigaíl se quitó la bata y mostró lo que eran, efectivamente, unas mamas grandes y perfectas. Inalterables a la gravedad a pesar de su tamaño, de piel morena y grandes y negras areolas.

«¡¡Joder!!».

Comenzó la exploración como siempre, palpándolos de manera profesional presionando solo con los dedos, repasando la parte cercana a las costillas y la axila, en su experiencia una de las más sensibles a tener una tumoración. Siguió palpando el resto hasta llegar a los deseados pezones, repasándolos a conciencia.

—Por el momento va todo bien —la tranquilizó.

La muchacha permanecía impasible, completamente ajena a la lujuria y maldad del ginecólogo. Siguió manoseando más animado y empezó a emitir pequeños gruñidos de queja y frustración.

—¿Ocurre algo doctor?

—Nada, son estos guantes que por mí que han venido defectuosos. No consigo notar bien la zona.

Siguió un minuto más entre quejidos hasta que se atrevió a preguntar:

—¿Le importa que me los retire un momento?

La chica lo miró extrañada, pero ni era experta en ginecología ni sabía cuáles eran las prácticas sanitarias en España, así que decidió acceder con un gesto afirmativo de cabeza.

«Pardilla…».

El médico se quitó los guantes intentando disimular sus ansias y volvió a realizar el examen con las manos desnudas, primero intentando parecer lo más profesional posible para luego aventurarse un poco más en los sobeteos.

—¿Seguro que nunca ha tenido hijos?

—No, nunca, ¿por qué?

—No, por nada. Son de un tamaño poco habitual en chicas de su edad, casi parecen ser lactantes.

Aquello era una burda patraña, su singular manera de decirle que tenía las tetas grandes.

—Pues le prometo que no —insistió ella descolocada.

Ya se había excedido anteriormente en el test, preguntándole sobre su vida sexual y sobre detalles del todo irrelevantes. Sentía que no podía detenerse con las provocaciones, menospreció el intelecto de aquella muchacha en cuanto cruzó la puerta.

—Nunca has notado un bulto extraño, ¿verdad? —preguntó mientras manoseaba las imponentes mamas.

—¡Nunca! ¿Ha detectado algo? —preguntó la joven asustada.

—Bueno, es difícil de saber con tanto material por analizar.

—Incorpórese por favor, siéntese en la camilla —ordenó el ginecólogo que apenas podía andar por la excitación.

Al obedecer la víctima, no le quedó más remedio que deshacerse de la sábana y ahora estaba completamente desnuda sentada frente a él. Cebrián desvió momentáneamente la mirada para fijarse en su rasurado pubis y en las preciosas y bien formadas nalgas. Ella juntó con fuerza las piernas instintivamente.

«Eso, cierra esas piernas de puta que tienes».

Comenzó de nuevo los tocamientos, agarrándole los senos con ambas manos y apretujándolos, subiéndolos para notar el peso entre sus dedos casi fuera de sí. Finalmente Abigaíl no lo soportó más y se apartó, cruzándose de brazos y sintiéndose, por primera vez, abusada.

—Es todo, parece todo correcto, puede vestirse —informó el doctor.

La paciente se puso la bata a toda prisa mientras que el médico seguía disimulando:

—Le voy a dar un volante para hacerse una mamografía, saldremos de dudas. Hasta que tenga los resultados no se preocupe, es el protocolo.

La chica le arrancó el papel de las manos y se fue sin despedirse directa al cuarto donde le esperaba su ropa, con la intención de salir de aquella consulta para no volver jamás. Aún no había conseguido huir del terrible lugar que Cebrián ya comenzaba a acariciarse la entrepierna sentado en la butaca de su escritorio.

3

Cebrián había elegido a su víctima a doscientos metros y su ojo de águila no le había fallado. Sentada en un banco se encontraba una joven madre, de poco menos de treinta años, que vigilaba a un hijo pequeño de unos tres años que jugaba en la tierra del parque mientras amamantaba a su bebé. Uno de sus grandes fetiches, la lactancia. Se las había ingeniado para sentarse a su lado haciendo ver que atendía amablemente a una paciente con el móvil y se estaba quedando bizco de tanto mirar la escena.

«Nosotras parimos, nosotras decidimos, nosotras enseñamos las tetas por la calle».

El ginecólogo seguía con el paripé mientras podía ver a la inocente madre con el bebé. Apenas se le veía el pecho, pero este parecía delicioso y la vista era de lo más excitante.

«Eso es, chúpale las tetas campeón».

Se excitó enseguida, teniendo incluso que cruzar las piernas para disimular. Al niño parecía costarle succionar y el depredador agradeció la tardanza. Cebrián intuía que antes de aquel cuerpo postparto, apetecible pero aún hinchado, hubo una silueta envidiable. También le pareció especialmente guapa de cara, rubia y con el pelo corto. No pudo resistirse a meter la mano libre dentro del bolsillo y acariciarse la entrepierna.

«Te tiraría al suelo y te follaría tu culo de mamá delante de todos».

El calor que sentía era casi insoportable, pero decidió parar y respirar hondo, no quería que hubiera ningún malentendido y un parque era una zona muy peligrosa. A él no le importaban nada los niños, solo le importaban las tetas y sus dueñas. Seguía haciendo ver que hablaba con la paciente cuando el móvil le delató sonando. Fue un descuido imperdonable pero la madre estaba demasiado ocupada para reparar en ello.

—¿Sí?

—Soy yo, te llamo desde el trabajo —dijo su hermana pequeña.

Su hermana tenía Nuria treinta y seis años. Siempre habían tenido una relación cordial, más por parte de ella que por parte de él, pero el doctor intentaba disimular la profunda indiferencia que sentía hacia la hermana.

—¿Y esa vocecita? —preguntó él.

—Estoy ralladísima , esta mañana duchándome me he encontrado un bulto en el pecho y no puedo parar de darle vueltas.

—Bueno, bueno, tranquila mujer. La mayoría de veces no es nada.

—Ya, ya, lo que tú digas, pero estoy amargada.

—Hermanita, el ochenta o noventa por ciento de los casos son nódulos mamarios benignos, no te agobies por nada. ¿Has pedido hora con tu ginecólogo?

—Sí.

—¿Y?

—No me atiende hasta la semana que viene, la zorra de su secretaria ni me ha pasado con él.

—Bueno, no te alarmes, de verdad.

—¡Ni de coña aguanto una semana así! Ya le he dicho a mi jefe que me escapo un momento por un tema personal, me vengo a la consulta.

—¿Ahora? ¡Pero si estoy comiendo!

—Tienes tiempo de sobra, llegaré sobre las cuatro.

Cebrián hizo memoria y recordó que a esa hora visitaba a la señora Cava, y su frustración fue en aumento. No quería desperdiciar el momento de juguetear con tan deliciosa delantera y menos por las paranoias de su hermana. Luego se tranquilizó pensando que iría rápido y que no haría falta modificar la agenda.

—De acuerdo, te espero allí.

4

Como un reloj Nuria entró con ímpetu en la consulta seguida de la apurada enfermera.

—No he conseguido detenerla, doctor.

—No se preocupe, es mi hermano —tranquilizó él.

—¿Qué plasta no? —dijo la hermana en cuanto se quedaron solos.

—Es culpa mía, me he olvidado de avisarla. Tenemos un protocolo, ¿sabes? Te pesa, te mide, te da una batita, se pide hora… —añadió con retintín.

Se miró a sí misma, vestida con unos shorts y una camiseta de tirantes, su uniforme de trabajo, y contestó:

—Peso cincuenta y ocho y mido uno setenta, voy al gimnasio, ¿sabes? ¿Te sirve?

—Excelente —ironizó él.

Le hizo un gesto invitándola a sentarse en la camilla y se puso unos guantes.

—Vale, así sentada me va bien, quítate la parte de arriba.

Nuria obedeció sin complejos, quitándose el top y luego un sujetador negro, naturalidad que al hermano le sorprendió. Los mayores episodios de desnudez que le recordaba a la hermana era cuando alguna vez habían ido, junto a los padres, a la playa. Y de eso hacía mucho. Se sorprendió al ver que tenía unos pechos casi perfectos, ni demasiado grandes ni pequeños, su ojo le decía que una talla noventa. Empezó la exploración ante el nerviosismo de ella.

—Es aquí, ¿lo notas?

—Estate quieta Nuria, déjame a mí, todo tiene su proceso.

Siguió inspeccionando, con profesionalidad. Lo encontró rápido, pecho izquierdo parte inferior. Se dio cuenta enseguida de que era benigno, un bulto redondito y más bien blando. El cáncer suele ser feo e irregular. Siguió el examen para estar convencido antes de darle la más que probable buena noticia. Cuando le examinó los pezones en busca de masas su entrepierna reaccionó saltando como un resorte. Le pilló por sorpresa incluso a él.

«Joder, qué mal estoy».

Prosiguió con los tocamientos perdiendo la profesionalidad a cada segundo, achacó su conducta al anterior calentón proporcionado por la lactante del parque.

—¿Lo has notado o no?

—Sí Nuria, lo he notado —contestó con voz seria—. Seguro que no es nada, pero no lo tengo claro.

—¡Joder! ¡¡Lo sabía!!

—Tranquila, que soy médico no adivino.

Puso un semblante serio y reflexivo y la hermana estuvo al borde del histerismo.

—¡Dime la verdad!

—Déjame que te examine sin los guantes —dijo sin dar tiempo a réplica.

Tenía sus manos desnudas sobre aquellas sorprendentes y sensuales mamas y estaba disfrutando igual o incluso más que si le pertenecieran a una desconocida, con su hermana completamente ajena a su lascivia y entregada. Le manoseaba los pechos con fuerza e incluso jugueteaba con sus pezones sin que la pobre sospechara, estaba tan excitado que se le aceleró el corazón y la respiración. Decidió parar en seco y retirarse antes de perder la cabeza.

—Bueno —dijo agarrando su bloc— te voy a mandar un análisis de sangre y nos vemos en cuanto tengas los resultados.

La hermana se vestía a toda prisa presa del pánico.

—¿Es malo no? Mierda de vida…

—Que no pesada, que aún no sabemos nada. Simplemente hay que asegurarse.

—No aguantaré al resultado de las pruebas —afirmó ella cogiendo el volante.

—Que te los hagan en este centro, me conocen y he puesto que es urgente. No te alarmes antes de hora.

Sabía perfectamente que su hermana estaba bien, pero se vio incapaz de despedirse de esos maravillosos senos. Se prometió que los examinaría una última vez y le diría que estaba todo en orden.

5

A la semana siguiente el doctor programó a su hermana en la primera visita de la mañana. Llegó una hora antes, sin saber exactamente la razón. Estaba más nervioso que nunca. Aún no eran las nueve en punto, pero él ya estaba excitado, con el miembro completamente erecto. Sonó el teléfono fijo, era la secretaria.

—Doctor está aquí su hermana, no se deja pesar, ni medir, y no quiere rellenar el cuestionario

—Déjele pasar, yo me ocupo.

Pudo oír los pasos de Nuria acercándose a la consulta con paso firme, obviando la zona donde debería haberse puesto la bata. Al llegar ni siquiera saludó. Tampoco se sentó en la silla. Le tiró los resultados encima de la mesa diciéndole:

—¡Ya tengo los análisis!

—Sí, ya lo veo Nuria. Siéntate anda.

Ella obedeció a regañadientes, intentándose calmar. El médico ojeó los resultados con parsimonia. Sabía que estaría todo bien. Lo estarían incluso teniendo algo malo, probablemente.

—Está todo bien, tendré que volverte a examinar y decidir.

—¿Decidir qué?

—El siguiente paso. Anda, relájate y siéntate en la camilla.

La hermana obedeció, mostrándole un primer plano de su excelente figura. Aquella mañana la lucía orgullosa, con un top blanco ajustado y una falda que era exageradamente corta, enseñando sus torneadas piernas. Su hermano no podía entender como le dejaban ir al trabajo con esa vestimenta, pero luego se dio cuenta de que probablemente estaban encantados con las vistas.

—Quítate la parte de arriba.

Sonia hizo caso, desnudándose de cintura para arriba. Cebrián pudo notar su falo moverse como si tuviera vida propia. Esta vez ni siquiera se esforzó en disimular, depositó sus impúdicas manos sobre los senos, sin hacer ni el amago de ponerse los guantes. Examinó el bulto un minuto y luego se dio un auténtico festín magreándole los pechos. Mientras le sobaba, sus ojos le miraban las piernas, descubiertas completamente gracias a la poca tela de la falda. Pudo ver como se asomaban unas braguitas blancas y se puso aún más caliente.

La hermana ni rechistaba. Se dejaba hacer casi como si de una muñeca hinchable se tratara. El doctor disfrutaba tanto que, y pocas veces le ocurría, incluso tuvo ganas de dejar su fetiche para jugar con otras partes de la anatomía. Con las sensuales extremidades inferiores, su espléndido trasero o incluso el sexo. Le toqueteaba ambos pechos a la vez, uno con cada mano en una escena que no tenía nada ni de profesional ni de médica.

—Bueno, ¿qué pasa? —preguntó la hermana nerviosa por el diagnóstico pero no por tan descarados manoseos.

El ginecólogo salió momentáneamente de su ensoñación pero enseguida se tranquilizó al ver que no había sido descubierto.

—Si notas algo malo dímelo, por favor.

El hermano quería seguir, tantas ganas tenía que no fue ni capaz de pedirle que se pusiera la bata y tumbarla en la camilla. Le abrió las piernas que colgaban de la camilla y metió una de sus manos en la entrepierna, acariciándosela por encima de las braguitas y diciéndole:

—Déjame que termine de examinarte.

Nuria tuvo un pequeño sobresalto, pero no se apartó. Dejó que aquellos indecentes dedos le toquetearan el sexo. Cegado por el deseo el hermano los introdujo por dentro de la ropa interior y siguió metiéndole mano hasta que de repente, la hermana se sintió absolutamente descolocada y le apartó la mano de un manotazo. Se puso de pie de un salto y se adecentó la escasa ropa que llevaba.

—¿Pero qué coño haces?

—Perdona —dijo él improvisando— he sido un poco brusco. Me hace sufrir tu bulto, sospecho de un tipo de tumor que hace que se hinchen los labios vaginales debido al incremento de estrógenos producidos por el cuerpo.

Nuria lo miró con extrañeza, pero empezaba a convencerse. Cualquier explicación era más lógica que la de que su hermano estuviera aprovechando para abusar de ella, eso lo tenía claro. El doctor seguía en su huida hacia adelante, desbocado:

—Te voy a hacer una biopsia, es muy sencilla.

Ni su función era hacer biopsias ni estaba capacitado para tal procedimiento, lo que si tenía guardado en un cajón era su nuevo y maquiavélico experimento, un cóctel de calmantes que convertían a la burundanga en una droga para aficionados.

—¿¡Una biopsia!? ¡¿Ahora?!

—Sí, no te preocupes, de verdad que es un procedimiento muy sencillo, no notará absolutamente nada. Túmbate de nuevo en la camilla.

La hermana obedeció intentando asimilar la repentina información, no se dio cuenta y su hermano ya le estaba inyectando el líquido en el brazo.

—No te muevas, es un poco de anestesia para que no notes absolutamente nada.

En cuestión de minutos Nuria ya empezó a sentirse aturdida. Su hermano la miraba con una extraña y siniestra sonrisa.

—No me encuentro bien…—dijo con voz narcotizada.

—Es normal, son los calmantes, te sentirás un poco mareada.

Cebrián repasaba su deseable cuerpo con la mirada, sus perfectos y descubiertos pechos, sus largas y sensuales piernas.

—No me puedo mover…

El ginecólogo nunca había llegado tan lejos. Jamás había utilizado aquel compuesto experimental y mucho menos creyó que lo estrenaría con su propia hermana, pero era consciente de que hacía tiempo que había perdido el control de sí mismo y solo intentaba no perderlo también de la situación con aún más imperdonables descuidos.

—No te duermas eh, no te quedes inconsciente hermanita, que perdería la gracia.

Lentamente volvió a acariciarle los pechos, esta vez solo con una mano, disfrutando de cada centímetro de piel.

—No me acordaba yo de que tuvieras unas tetas tan perfectas.

—¿Qu-é h-ac-és? —titubeó ella mareada, viendo como la consulta entera daba vueltas a su alrededor.

Él acercó su cara hasta el busto y le lamió los senos como si se tratara de un helado, obscenamente, recorriendo sus pezones e incluso mordisqueándolos. Sonia estaba consciente, pero completamente ida. Lo poco que veía era borroso y confuso. Metió de nuevo su mano en la entrepierna esta vez sin interrupciones y restregó sus dedos por la ropa interior, sintiendo casi que podía penetrarla a través de ella.

—Mmm, eso es, pórtate bien con el doctor.

Jugó un poco más con su anatomía pero estaba demasiado excitado, le quitó las bragas y la falda y por fin descubrió un precioso pubis rasurado en forma de pequeño triangulito. Acomodó sus pies en las estriberas de la camilla como si fuera una nueva paciente y acercó su entrepierna, completamente abierta, hasta el borde.

—¿Esto es lo que tienes para mí?

Se bajó los pantalones y los calzoncillos con nerviosismo y patosería, poseído por la calentura. Agarró a su hermana por las caderas, colocó su miembro en la entrada de la vagina y la penetró con una fuerte embestida.

—¡¡Mmm!! ¡¡Mmm!! ¡Eso es! ¡¡Mmm!!

Siguió acometiendo por aquel estrecho y placentero conducto  mientras soltaba una de sus manos de la cadera y la alargaba para manosearle nuevamente los pechos.

—¡¡Ohh!! ¡Joder qué buena estás Nuria! ¡¡Mmm!! ¡¡Mmm!!

Nuria no sentía nada, tan solo un cierto desasosiego. Su cuerpo se movía como una hoja al viento con aquellos impúdicos movimientos, pero no podía defenderse ni entendía que le estaba pasando.

—¡¡Ohh síi!! ¡¡Ohh síi!! ¡¡Ohh!! ¡¡Ohh!! ¡¡Ohhhh!!

Había dejado sus senos para disfrutar de sus piernas, acariciándolas mientras seguía penetrándola sin descanso.

—¡¡Ohh!! ¡¡Ohh!! Como me pones joder, ¡¡¡¡mmm!!!

Notó que estaba a punto de llegar al clímax y decidió parar un poco, bajar el ritmo hasta detenerse y retirarse de su interior.

—Relajémonos un poco, ¿te parece? No quiero correrme tan pronto ni que acabemos teniendo un puto hijo con hidrocefalia. Lástima que estés tan grogui, me habría encantado que me la chuparas un poco con esos labios de guarrilla que tienes, tengo que perfeccionar el cóctel.

Observó el cuerpo desnudo e indefenso de la hermana y enseguida quiso continuar disfrutando de él. Con cuidado sacó sus pies de los estribos y le dio la vuelta, colocándola boca abajo y dejando ahora que sus piernas colgaran en el borde, con su trasero en pompa.

—Menudo culazo tienes, cabrona.

Primero se recreó un poco, acariciándolo, sintiendo su carne firme entre los dedos. Sobándole los glúteos trabajados en el gimnasio. Alcanzó un bote de vaselina y se untó dos dedos para después introducírselos suavemente en el ano.

—Relájate hermanita, seguro que nunca te han dado por el culo, ¿verdad? Menudo desperdicio.

Siguió con la acción hasta que estuvo bien lubricado y entonces colocó el glande en la raja, buscando la sagrada cueva como un perro rastreador.

—Tranquila preciosa, no te haré daño.

Presionó con fuerza pero, incluso con la ayuda de la vaselina, solo fue capaz de introducirle la punta del pene.

—¡¡Ohh!! ¡¡Ohhh!! Joder…definitivamente es tu primera vez.

Siguió forcejeando con el nuevo agujero, agarrándole de nuevo por las caderas y consiguiendo avanzar centímetros poco a poco entre su estrechez.

—¡¡Mmm!! ¡¡Mmm!! Eso es, ¡eso es!

Nuria no sentía el dolor, ni el abuso, ni prácticamente nada, aunque sabía que algo no iba bien.

—Un poquito más preciosa, ¡un poquito más! —dijo mientras conseguía introducirle el pene entero.

El placer de sentir su sable aprisionado en el culo de su hermana era indescriptible. Con algo menos de dificultad, empezó a moverse adelante y atrás, penetrándola con calma.

—¡¡Ohh!! ¡¡Ohh!! ¡¡Ohh!!

Incrementó la fuerza y la velocidad de las embestidas, podía oír ahora el chirrido de la camilla que luchaba por no ceder.

—¡¡Ohh síi!! ¡¡Ohh síi!! ¡¡Ohh!! ¡¡Ohh!! ¡¡Ohhhh!!

Sus testículos rebotaban contra las nalgas de la indefensa hermana, siguió abusando de ella mientras que no perdía ocasión de magrearle todo lo que podía con las desesperadas manos, incluso los apretujados pechos contra la camilla consiguiendo introducir sus manos hasta allí.

—¡¡Ohh!! ¡¡Ohh!! ¡¡Ohh!! ¡¡Ohhhh!! ¡¡Síii!! ¡¡Síi!! ¡¡Síii!!

Finalmente no pudo retrasarlo más, le agarró por las caderas y penetrándola hasta lo más hondo eyaculó en su interior, alcanzando un orgasmo tan potente que casi le hizo perder el equilibrio.

Nuria se despertó casi dos horas después, estaba vestida solo con la bata, tumbada en la camilla. Le dolía todo. Se palpó el pecho izquierdo y se notó una pequeña gasa justo donde tenía el bulto. Al fondo, en su escritorio, su hermano revisaba unos papeles.

—¿Qué coño ha pasado?

El doctor enseguida se incorporó y acudió a su encuentro.

—¿No recuerdas nada? Es normal, la anestesia te ha hecho mucho efecto, vas a estar dolorida varios días me temo. Te he hecho una biopsia, ya la hemos enviado al laboratorio. No quiero adelantar nada pero definitivamente creo que va a ser benigno.

—Joder —dijo ella aún drogada— ni recuerdo haber venido a la consulta.

—Tranquila, no es habitual pero a veces pasa, en unos días estarás como nueva. He anulado todas mis visitas de hoy para que puedas descansar aquí. No te preocupes hermanita…yo te cuidaré.